El ceño de Kyran se frunció con sorpresa al sentir el inesperado sabor de la cerveza en su paladar. Apartó los ojos de Henry para mirar la lata con extrañeza y, al instante siguiente, ese asombro se extendió por todo su ser cuando cayó en el centro de esa vorágine sensorial.
Podía sentir cómo se expandía, cómo se desbordaba a sí mismo rebosando ese cascarón hasta mostrar lo que era en realidad, lo que había sido siempre aún sin poder recordarlo. Sus ojos recuperaron la capacidad de ver y supo en ese instante que había estado ciego durante demasiado tiempo.
En su memoria los recuerdos se agolpaban mientras su mano se alzaba hasta su cabeza, buscando en su frente el nacimiento de unos cuernos que habían crecido desde la última vez que los había sentido. Sus propias ropas habían cambiado y ahora vestía de nuevo esa camisa ancha de cuerdas y los pantalones negros llenos de bolsillos, de los que asomaban sus pezuñas. Las cosas iban encajando en su lugar demasiado rápido para que Kyran pudiera prestarles atención a todas a la vez. Pero ahora comprendía y esa comprensión llenaba de nuevo un vacío que no sabía que tenía, igual que la otra vez.
«Todo era cierto», se dijo, apenas un segundo antes de que todo su cuerpo clamase venganza. Sus ojos centellearon con la traición de Sir Andreas, tan fresca en su corazón como si acabase de tener lugar un instante atrás. Y en el instante siguiente se estremeció con el recuerdo de la serpiente que había marcado sus pesadillas durante años. Y ahora comprendía. Todo su ser comprendía lo que hasta ese momento había considerado sinsentidos o, simplemente, azar.
«¡Gwyneth!», pensó de pronto, alarmándose al comprender la mirada que ella le había dedicado antes de que se la llevasen. ¿Gwyneth sabría lo que había pasado? ¿Lo recordaría o habría olvidado como él? ¿Y qué le había pasado a ella?
De repente sentía la necesidad de buscarla y saciar su curiosidad, de pedirle perdón por haberse sumergido en el olvido, de resarcirle el tiempo perdido. Pero una parte de sí mismo todavía recordaba la última vez que se habían visto, tras el entierro de Morag, recordaba su indiferencia, como si fuese una desconocida.
Sus ojos buscaron al anciano que antes se había mostrado como el tal Henry y la gratitud empezó a llenar su pecho. Sus labios se curvaron en media sonrisa mientras estudiaba el aspecto del tipo y se felicitó internamente por haber notado que había algo raro en él, aún cuando no podía ver.
Negó con la cabeza cuando el hombre se disculpó, mostrando con su gesto que no lo consideraba necesario. La forma de hablar de aquel anciano parecía salida de una película de época y eso le hizo cierta gracia cuando trató de imitarlo al responder.
—No debéis disculparos, mi buen D'Orsigny. Al contrario, yo debo daros las gracias una y mil veces por haber abierto unos ojos que llevaban demasiado cerrados. Llevaba quince años dormido... Muerto en mi propio ser.
Su mirada se ensombreció mientras se juraba a sí mismo que iba a buscar a ese malnacido de Sir Andreas y se lo iba a hacer pagar. Por su mente pasó la fugaz idea de que podía ser que aquel hombre tuviese algún tipo de interés propio para haberle ayudado. Y por fin comprendió de dónde nacía esa desconfianza: ya había sido traicionado una vez, ya se habían aprovechado de él antes.
—¿Cómo me habéis encontrado? —preguntó entonces, contemplando al hombre con una parte de curiosidad y otra de duda.
-¡Quince años!- replica el hombre con gesto preocupado, frunciendo sus pobladas cejas y haciendo aparecer varias arrugas extras en su gran frente. -Una eternidad para un Kithain.- dice mientras acaricia su barba un instante, jugueteando con los rizos de pelo rebelde y blanco de la misma. -Nada hay que debáis agradecer. Es mi deber y el de cualquiera Hada que se precie de serlo de rescatar a uno de nosotros en vuestra situación. En la guerra contra la Banalidad, cada soldado es valioso- dice mientras esta vez pone lo que recuerdas era un termo y ahora es un odre voluminoso de color claro, cuyo olor a flores y uvas llega hasta ti. El changeling lo destapa y con un gesto de cortesía da un enorme sorbo antes de volver a sostenerlo frente a sí. -Vino quimérico. De los viñedos del archiduque en el Ensueño. El otro Ensueño...- dice mientras te lo ofrece sin más. -Os aseguro que este no tiene truco. Hombre o Hada, nunca debe faltar el licor cuando la situación se hace tensa. Y cuando ya no lo es, para celebrar- explica con una sonrisa que muestra sus dientes apretados.
-En realidad, no puedo otorgarme todo el crédito yo- dice mientras se acomoda en la silla y toma algo de aire. -Ha sido un buen amigo mío quien os ha detectado, por mero accidente. Cuando las almas feéricas dormitan en sus cascarones humanos, como bien lo dispone la vía del Changeling, algunos podemos percibirlo en medio de todo. El resto ha sido investigaros, y tendréis que disculpar que hayamos sido en exceso entrometidos, pero debíamos asegurarnos que no fueseis un Thallain- explica lanzando palabras y conceptos sin mayor cuidado de explicarlo. -Los Changelings somos demasiado pocos como para ir sumando números a nuestros enemigos por mero accidente. Cuando nos convencimos de que erais un Kithain, he actuado en consecuencia para traeros al mundo de los vivos tan pronta y discretamente como me fuese posible.- explicó con absoluto desparpajo.
-Disculpadme si os inoportuno, pero tengo una petición, si no os molesta- dice el hombre mientras su rostro arrugado toma una apariencia seria. -¿Seríais tan amable de relatar los eventos que llevaron a vuestro fallecimiento? Tengo algunas referencias, pero creo que el mejor testimonio no puede venir más que de vuestra propia boca. Así que si tenéis tiempo, soy todo oídos para escuchar vuestra historia. Consideradlo la tarifa por este pequeño servicio, y estaremos a mano- añade jocoso mientras sin esperar confirmación, hace que la silla se incline y pone las botas sobre la mesa. Su tamaño le da cierta ventaja y aunque es obvio que la edad ha hecho algo de mella en él, parece tan vital y tan activo que es ciertamente difícil pensar en él como en un anciano común. -Nada supera al encanto de una buena historia-
A Kyran, que aún estaba asimilando la recuperación de su ser, le costaba seguir todas las palabras del anciano. Se daba cuenta de que él daba por hecho que comprendía todos aquellos términos que mencionaba, pero muchos le resultaban totalmente ajenos. En un primer momento decidió disimular su ignorancia y dejarlo hablar mientras iba ordenando poco a poco sus pensamientos.
Así, cogió casi por inercia el odre cuando se lo ofreció y antes de llevárselo a los labios lo olfateó. Después dio un pequeño sorbo tentativo, apenas mojándose los labios para comprobar si encontraba algo extraño en su sabor. Sólo de no ser así daría un trago más largo mientras escuchaba al hombre. Lo que sí le agradaba, sin duda, era su filosofía celebrante. Para consolar o para festejar, no podía faltar un buen vino o una buena cerveza.
Le devolvió el odre mientras seguía hablando y la comisura derecha de sus labios se estiró un poco más cuando por fin llegó la petición de un pago por el favor prestado. Se preguntó hasta qué punto sería prudente contar su historia cuando no estaba seguro del suelo que pisaba, pero la gratitud que sentía por haber sido despertado era sincera y el pago solicitado parecía poca cosa en comparación. Si no era un trato ventajoso, ciertamente lo parecía. Y si iba a dar información, también trataría de obtenerla a cambio.
—Me temo que no comprendo algunas de vuestras palabras —confesó, acentuando su sonrisa—. ¿De qué guerra habláis? ¿Banalidad? ¿Thallain? Los términos me resultan familiares, pero no recuerdo a qué se refieren. ¿Y quién es ese archiduque? Os contaré mi historia, aunque temo que fue breve y llena de traición, pero por favor, responded mis preguntas antes.
El vino tiene un olor agradable, mucho más fuerte que cualquier vino que hayas olido antes, y su aroma parece traer a tu mente la imagen de enormes y florecientes jardines en primavera bajo un agradable y cálido sol, el murmullo de la brisa y la danza de las ninfas a la orilla de un lago. Es increíble lo evocador que es tan sólo su perfume y cuando el líquido toca tus labios, sientes un dulce sabor mezclado con las embriagantes cualidades amargas del vino en una increíble y festiva combinación. Aquel sorbo es más delicioso que cualquier vino que hubieses probado en toda tu vida, su gusto sólo podría ser descrito como el más musical día de la primavera, lleno de canciones, de corrientes de aire juguetonas, de sonrisas y festivales, que se deslizan por tu lengua a cada gota. Su gusto es tan familiar como las palabras del viejo, como si hablasen de tu mismo hogar en alguna historia lejana y cuya memoria se desliza a través de las grietas de tu mente, más allá de lo que puedes percibir.
Cuando retornas el odre, D'Orsigny da otro sorbo. Sus mejillas se iluminan levemente, tomando un tono arrebol, como si es sol se estuviese poniendo en su rostro. Su mirada expresa en primer lugar confusión y luego cierta seriedad. -Es inesperado que alguien como vos, quien despierta del letargo de la muerte quimérica, no recuerde estas cosas. Si no es intrusión que os pregunte, ¿quién ha estado a cargo de vuestra educación, joven Kyran?- pregunta con cierta severidad que no está dirigida precisamente hacia ti. -Preguntáis cosas cuyas respuestas toman tiempo y que comprenden largas lecciones para los más jóvenes Infantiles. Es mi impresión que parecéis desconocer la historia de los Kithain.- el hombre se queda pensativo un instante. -Os puedo dar una breve explicación, pero sospecho que en cuanto escuche vuestra historia, entenderé las razones de tan misteriosa ignorancia... pudiendo quizás traer alguna solución en beneficio de vuestra educación, si ésta está, como empiezo a creer, incompleta- comenta.
-Los Kithain somos criaturas de sueños, imaginación y creatividad. Existimos desde que el mundo es mundo, mucho antes de que los mortales descubrieran el hierro, o el fuego, o las letras. Y esto espero que lo sepáis...- dice interrumpiendo para observar como reaccionas. -Desde la primavera del joven mundo, hasta el otoño que vivimos, ha sido nuestro deber mantener la llama de todo esto ardiendo, y a medida que pasa el tiempo, nos hemos descubierto en esta, la larga guerra contra la Banalidad de los mortales, para prevenir el marchitar de la chispa de la imaginación de los humanos, y recientemente en contra nuestros retorcidos primos, los Thallain. ¿Os suena familiar todo esto, maese Kyran?- pregunta finalmente.
-Como os he dicho ya. Largas horas requeriría para poder contaros más detalles. Os pido que satisfagáis mi curiosidad de antemano. Si vuestro relato es breve y triste, al menos podré entender lo que fue de vos antes de fallecer durante estos quince largos y miserables años- añade educadamente, con emoción en su voz y con un interés real, mucho más real que la actitud altanera que recuerdas del mismo sir Andreas, o la estupidez atorrante de su compañero, Magog.
El sabor del vino todavía cosquilleaba en la lengua de Kyran, llenando su paladar con ese sabor cálido que parecía querer despertar algo directamente desde su inconsciente. Escuchaba al hombre, sintiendo esa familiaridad en sus palabras, como si todo fuese encajando en su lugar poco a poco, con cada nuevo detalle que descubría. Era como volver a ver una película después de haberse quedado dormido la primera vez, como contemplar fotografías antiguas y tratar de recordar el instante en que fueron tomadas. Cercano y desconocido al mismo tiempo.
Frunció el ceño levemente cuando llegaron las preguntas sobre su educación, pero Kyran no llegó a responder todavía. Se limitaba a escuchar con una expresión algo indefinida, a medio camino entre el descubrimiento y lo conocido. Y así de indefinido fue también el gesto con el que se encogió de hombros cuando el anciano le preguntó directamente si aquello le sonaba.
Para cuando D'Orsigny terminó de hablar, Kyran ya había decidido que le iba a contar su historia. No sólo porque fuese el pago de una deuda y a él no le gustase deberle nada a nadie, sino porque deseaba saber más y entender sus recuerdos, su presente, su esencia. Así que tras un par de segundos tomó aire y empezó a narrar.
—Siempre fui un chaval raro, aunque creo que eso ya lo sabéis —comenzó su relato, intercambiando una media sonrisa con el tipo—. Tenía una amiga que siempre estaba hablando de leyendas sobre la Buena Gente y entre juego y juego, algo se despertó en mí. Al principio eran sólo fogonazos de algo que no éramos capaces de explicar, pero que igualmente nos fascinaban. —Hizo una pausa para recrear en su memoria aquel día, el día que lo cambió todo—. Al final todo estalló y pude verme, como ahora. Recordé quién era y quién había sido... O, al menos, una pequeña porción de ello.
Kyran se echó un poco hacia atrás en la silla y una de sus manos viajó hacia su cabeza, para tocar de forma descuidada esos cuernos que no había añorado pero que ahora se le hacían una parte ineludible de su ser.
—Debía tener unos diez años por aquel entonces —valoró—. Poco después aparecieron dos como nosotros, dos Kithain. Uno era como un monstruo de cuento, un troll o un orco, algo así. El otro... El otro era como los elfos de las películas de «El señor de los anillos». Guapo, alto, rubio... Ya sabes... sabéis —se corrigió rápido—. Sir Andreas y Magog, así se llamaban. Me hablaron del Ensueño, el otro Ensueño —matizó, con una rápida mirada alrededor—. Me dieron una espada y una armadura y me llevaron con ellos en busca de una reliquia que nos daría fama y gloria: la Égida Negra de Nathair.
Los labios del sátiro se fruncieron en una mueca al pronunciar ese nombre mil veces maldito y cuando siguió hablando lo hizo más rápido, como si no tuviese ganas de regodearse demasiado en esa parte del relato.
—Entramos en una cueva y me instaron a coger la égida. Pero al hacerlo desperté a la madre de las serpientes. Mis amigos —pronunció con un claro sarcasmo— cogieron el escudo y se largaron de allí echando hostias. —Se guardó la parte en que se habían reído de él, pero al rememorarla en su mente volvió a sentir aquella vergüenza, aquella indefensión. Cuadró la mandíbula al seguir hablando y resumió el final de la historia en un par de frases—. La serpiente me mató. Y hasta hoy he permanecido dormido.
Se quedó callado un instante, con el escalofrío de una pesadilla deslizándose por su espina dorsal, hasta que sacudió la cabeza y retomó el ánimo con algo de esfuerzo.
—Me encontraron en el bosque, no recordaba nada. Mi amiga estuvo varios días desaparecida y cuando apareció se la llevaron. Nunca supe bien qué le había pasado. Así que como veis, creo que nadie se hizo cargo de mi... educación. —Una pequeña sonrisa al utilizar esos términos que el anciano había usado antes—. Aunque, la verdad, tampoco he sido nunca un buen estudiante.
El hombre te escucha con atención, abriendo los ojos y moviendo sus pobladas cejas señalando que seguía cada palabra atentamente. Pero cuando mencionas a Sir Andreas, sus mejillas toman un color rojo y su ceño se frunce, todo en una danza de cólera repentina que comienza con un -¿SIR?- dice mientras repentinamente se levanta de su silla y escupe en el suelo de forma despectiva. -Andreas Kratochvíl, que un mal rayo le parta a él y a toda su condenada estirpe Sevartal, maldito sea el sendero que les guío al mundo mortal- exclama, sin mirarte a ti, rabiando y molesto, hasta que toma aire y vuelve a sentarse. -Esos no eran Kithain, muchacho. Eran Thallain, los bastardos servidores de los Fomorianos, y que sólo existen para traer desgracia y horror a los corazones mortales- aún se le ve molesto. -Llevo al menos tres vidas siguiendo a ese malnacido, y en cada ocasión logra escabullirse el miserable. En nuestro último encuentro me dejó un recuerdo y yo le dejé uno de Mordedora, mi espalda- dice mientras hala hacia abajo el cuello de sus ropas y revela una cicatriz a la altura del hombro, grande y oscura. -Bah, y su guardaespaldas es un estúpido Ogro. En medio de todo, podríais haber tenido un peor destino, los Sevartal son viles criaturas capaces de robarse vuestro linaje con sus artes oscuras...- dice mientras sus cejas se juntan en una expresión de molestia y su puño se aprieta.
-¿Vos? ¿Vos habéis despertado a Nathair? ¿Sois vos quien ha robado su égida? Vaya que no sabíais lo que hacíais. La maldita serpiente causó estragos por al menos un año desde que le fue robado su tesoro. Ella y sus vástagos se dedicaron a aterrorizar regiones enteras del Ensueño, yo mismo tuve que hacerme cargo de algunos de sus retoños antes de que su ira se calmase. Pero Nathair es un reptil rencoroso. Yo de vos, me cuidaría la espalda, aún luego de tantos años- añade con cierta seriedad. Luego reflexiona unos instantes.
-¿Nadie? ¿Significa que tampoco conocéis vuestro verdadero nombre?- el viejo piensa unos momentos. Parece más calmado ahora mismo, pero luego vuelve a hablar. -He de deciros, todo este asunto me hace sentirme culpable. Si mis estocadas hubiesen sido más certeras o mis pasos hubiesen sido más rápidos, en esta o en mis otras vidas, de seguro que habríais tenido mejores oportunidades y una Crisálida más agradable... os ofrezco resarcirme como mejor sé, Kyran- dice mirándote a los ojos. Hay cierta humildad en su gesto y cierta penitencia que se hace visible en el tono de su voz. -Estos últimos años he tenido a mi cargo a un grupo de jóvenes Kithain, como vos, a los que he educado en la historia, las costumbres y las artes de las Hadas. Sería un honor si me permitís ser vuestro mentor por un año y un día, y al final de este periodo, sabréis más de vuestra vida, de vuestro pasado, de nuestro futuro, y de todo el potencial de nuestra existencia feérica. E incluso en el arte del combate con espada y la intriga- enuncia mientras inclina su cabeza, poniéndose a vuestra disposición.
—Eh, que eso lo tengo que limpiar yo...
Kyran había seguido con la mirada el escupitajo del anciano y la protesta le nació del alma con ese gesto. Aún no había resuelto el tema del servicio de limpieza del club, con todo lleno de polvo y pintura era demasiado pronto para preocuparse por eso, pero de alguna forma ya amaba ese lugar como no había amado a ninguna de las mujeres que habían visitado su cama.
Sin embargo, no llegó a añadir nada más, porque las maldiciones que el tipo le dedicaba a aquel que le había engañado y traicionado ocuparon toda su atención. Se sintió un poco resarcido al saber que no era el único que deseaba vengarse de Sir Andreas, o de Andreas a secas, como fuese que se llamaba, pero no llegó a entender gran parte de lo que decía D'Orsigny.
Iba a empezar a preguntar cuando le escuchó pronunciar el nombre que le daba escalofríos en sueños y entonces se calló, dejando al anciano hablar. Frunció un poco el ceño, con la idea molesta de que le fuesen a terminar pidiendo cuentas a él de lo que había hecho esa bestia, cuando justamente Kyran había sido el peor parado de aquel encuentro. Había perdido la égida, la vida y la confianza en los que había creído sus amigos.
Un brillo desafiante asomó a su mirada cuando sus ojos ambarinos buscaron al viejo, como si su lengua ya estuviese preparando la respuesta si llegaba a exigirle explicaciones. Pero en lugar de eso era D'Orsigny quien se mostraba arrepentido por aquello y eso descolocó bastante a Kyran. No es que no creyese que se merecía un resarcimiento, pero no terminaba de encajar por qué debía ese hombre encargarse de ello. Y la oferta era indudablemente apetecible, quería saber más y comprender quién era, pero por un lado eso de estudiar no entraba en sus planes y, por otro... El viejo no había mencionado cuál sería el pago por esa educación que le prometía.
—Vale, vamos por partes —empezó, haciendo un gesto con la palma de su mano hacia abajo, como pidiendo calma—. Kyran Ó Conaill es mi verdadero nombre, el que me puso mi madre antes de abandonarme —aclaró, aunque algo le decía que lo que había extrañado al tipo no era el gaélico de su apellido—. No sé todavía qué son esos Thallain, ni quiénes son los Fomorianos o los Sevartal. Y creedme que me voy a guardar mucho de ir en busca de Nathair de nuevo.
Hizo una pausa y su mano chocó contra sus cuernos cuando intentó peinarse los cabellos con los dedos. Eso le hizo esbozar una pequeña sonrisa.
—Me encantaría aprender todas esas cosas y sería un honor sin duda que vos me guiaseis... —«Aunque no estoy seguro de cuánto aguantaré hablando así»—. Siendo vos, además, alguien que parece odiar a Sir Andr~, perdón, a Andreas, tanto como yo. Pero antes de aceptar me gustaría saber qué querréis a cambio de estas enseñanzas. Tener claras las condiciones del acuerdo, vamos.
El anciano asintió a tus primeras aclaraciones. -Eso veo, muchacho. Tomará más que un par de bebidas discutir todos los pormenores de la historia de los nuestros. Pero por fortuna, se me dan bien las historias, y nada me agradaría más que una audiencia dispuesta. En cuanto a Nathair...- el hombre pasó de sonreír a bajar la voz y a estar algo más serio -... vos podéis guardaros de ir en busca de ella, pero ella ciertamente no desistirá de buscaros. Los reptiles guardan rencores por siglos, y tarde o temprano os encontraréis de nuevo frente a ella. Tan cierto como que el día sigue a la noche. Rezad a los Tuatha Dé Danann porque la próxima vez ocurra cuando séais capaz de enfrentaros a Nathair y salir airoso- lanza como una advertencia, sin querer presionar demasiado el tema.
Cuando preguntas que querría a cambio, el viejo tan sólo afloja su expresión severa y sonríe, mientras toma otro sorbo de su odre. -¿A cambio? Yo personalmente, no os pido nada, muchacho. Mi deber a esta edad, es guiar a los jóvenes Kithain para que encuentren su lugar en las Cortes, para que entiendan nuestra historia y lo que son. Es lo que me motiva, aunque podáis dudarlo. Y así cuando llegue vuestro turno, y vuestros cabellos estén blancos y vuestros huesos estén demasiado fatigados para iros de aventuras, podáis vos mismo hacerlo por jóvenes Changelings en su Crisálida, para guiarles, y evitar que caigan en las garras de quienes podrían hacerles tanto o más mal del que os causaron a vos- explica lentamente. Se encoje luego de hombros para añadir -Eso y probablemente tendréis que soportar uno que otro mal chiste. Gajes del oficio ¿eh?- dice de buen humor.
-Os prometo que al cabo de un año y un día, os iniciaré en la sociedad de los Kithain y conoceréis vuestro Verdadero Nombre- y aquellas palabras resuenan, como atrayendo un aspecto oculto, escondido, una faceta enterrada de ti que reconoces está en alguna parte pero a la que no puedes acceder. Los ojos del anciano, profundos y sabios, enmarcados por arrugas y sus frondosas cejas te observan fijamente, como sondeándote más allá de tus meras palabras. -Por el sol, por la luna y por mi honor, que así será- dice mientras se vuelve a poner de pie, hace una pequeña flexión, como una reverencia incompleta, poniendo su brazo derecho a la altura de su vientre, y luego extendiéndolo frente a ti para estrechar tu mano. El aire parecía vibrar con gran energía, con magia, y aquel gesto parecía cargado de más misticismo del que puedes percibir a simple vista. Era como si el aire hubiese entrado con fuerza en aquella pequeña oficina improvisada y susurrara palabras en idiomas desconocidos, cantando en lenguas lejanas y distantes, para revestir aquel juramente de una manera... mágica. Y allí estaba D'Orsigny, esperando a que te decidieses a estrechar o no, su mano.
El anciano volvía a advertirle sobre aquella maldita serpiente y Kyran frunció un poco el ceño con la sensación incómoda de un escalofrío a flor de piel que no llegaba a tomar forma, pero tampoco a desvanecerse del todo. Por suerte D'Orsigny cambió de tema y la tensión que empezaba a crecer en los hombros del joven se relajó una pizca.
No es que desconfiase abiertamente de la oferta en apariencia tan generosa de aquel hombre, pero desde luego sí que dudaba de sus motivaciones más profundas. Sintió en ese instante un impulso crecer en él, la curiosidad por desvelar lo que realmente escondía D'Orsigny en su interior, sus deseos más profundos, la razón última de su actitud servicial y amable... Ladeó un poco la cabeza y lo contempló con sus ojos ambarinos durante un par de segundos, hasta que él extendió la mano.
Kyran era un hombre acostumbrado al valor de la palabra. En los bajos fondos en los que se había movido los tratos no se firmaban en un papel, sino con un estrechón de manos. Pactos, acuerdos, promesas... Un código de honor que no se explicaba en voz alta, pero que se hacía respetar por la fuerza de unos y otros. Pero, por mucho que estuviese acostumbrado a cierta solemnidad inherente al hecho de cerrar un trato, aquella sensación que se extendía por la oficina de El Ensueño como una energía extraña le sorprendió.
Miró alrededor, sintiendo cómo el mismo aire se imbuía de aquella cualidad mística, y decidió que los términos puestos en voz alta eran suficiente para él. No sabía todavía qué sacaría el anciano de aquello, pero las condiciones eran simples y le parecían difíciles de doblar.
Se puso de pie sobre sus patas peludas recién recuperadas y dio un par paso para acercarse a aquel que se había ofrecido como su mentor. Entonces extendió su mano en ese gesto universal que cerraba acuerdos por todo el mundo. Su apretón fue firme y seguro, acompañado de un leve asentimiento de cabeza. Si quería saber hacia dónde iría, necesitaba saber de dónde venía. Una sonrisa de medio lado se deslizó en sus labios.
—¿Cuándo empezamos?
Cuando estrechas su mano, sientes una corriente de energía, una calidez que los rodea y por un breve instante no estás en tu oficina, frente a aquel hombre, sino en un descampado con un atardecer rosado, rodeado del olor a cocoa caliente y a tierra después de una tormenta: una fragancia húmeda pero cómoda que parecía reforzar la maravillosa sensación de querer permanecer en casa. Los ojos el viejo mosquetero brillan con orgullo y con cierta magia, mientras asiente y manteniendo un apretón fuerte, mueve la mano dos veces hacia arriba y una hacia abajo antes de soltarte. La escena entonces se desvanece en una bruma nebulosa, dejando atrás sólo aquel espacio familiar y los ecos de las sensaciones que toda la experiencia acababa de provocarte.
-Hoy mismo, de ser posible.- dice el hombre mientras saca un papel de su bolsillo y toma un bolígrafo tuyo cercano. -Esta es mi dirección. Podéis venir cuando terminéis la jornada aquí. Y el fin de semana podréis conocer a mis otros pupilos, estoy seguro de que estarán encantados de encontrarse con otro Kithain- dice el anciano con amabilidad mientras deja el papel en la mesa y te lo acerca lo más que puede.
-Y no temáis. Mientras esté a mi cargo, mi espada estará a vuestro servicio y para vuestra protección.- dice mientras hace una venia, y aunque no tenías manera de creerle, sus palabras tenían una extraña fuerza detrás, como si lo que acababa de decir hiciera parte de un ancestral y vinculante acuerdo. Y según tus memorias de mortal y de changeling, las Hadas raramente rompen sus juramentos... salvo contadas excepciones.
-No quiero distraeros más, maese Ó Conaill. Proseguid en vuestras labores, y con vuestro beneplácito, me retiraré de vuestro bar.- y el anciano se acerca para estrechar tu mano de nuevo, esta vez a manera de despedida y de manera más amigable, y más informal. -Y partiré con la promesa de celebrar la apertura del mismo con una buena botella de vino- dice con una sonrisa que muestra todos sus dientes.
Los ojos de Kyran aún seguían maravillados cuando el paisaje que llenaba su olfato del aroma de un hogar lejano y perdido se desvaneció tal y como había llegado. La oficina de El Ensueño se le antojó insípida durante el instante en que sus pupilas tardaron en aceptar ese regreso a la realidad.
Vació sus pulmones en un suspiro silencioso y sus ojos buscaron a D'Orsigny para encontrarlo escribiendo una nota. Se rascó la barba mientras intentaba encajar aquello entre sus planes para aquel día. Tal vez podía ir a ver al anciano antes de ir a lo de Cole. Tendría que salir un rato antes del club de lo que había pensado, pero sería el mejor momento. Asintió y dio un paso hacia la mesa para coger el papel y echarle un ojo.
Una media sonrisa curvó sus labios con aquella promesa de protección, tan inesperada como arcaica era su sonoridad, y se acentuó con cierta diversión cuando se dirigió a él como «maese». Le iba a costar acostumbrarse a la forma de hablar del viejo.
—Esa promesa sí que me agrada —dijo, acompañando sus palabras de una breve risa que parecía insuflada por ese atardecer que aún permanecía en sus retinas—. Y pienso tomaros la palabra —aseguró antes de asentir con la cabeza—. Iré en cuanto pueda.
Con esas palabras devolvió el apretón de manos al anciano y, aunque sabía que seguramente no se repetiría lo que había visto instantes atrás, sus ojos se apartaron de él para mirar alrededor.
En cierta forma sentía ganas de que D'Orsigny se marchase ya para tratar de ordenar sus pensamientos. Todos aquellos recuerdos recién recuperados, su misma esencia rescatada de un profundo sueño, las reminiscencias de lo perdido que explicaban todo su pasado, todo su presente... Definitivamente tenía mucho en qué pensar. Y había un nombre que flotaba en su mente con fuerza. Gwyneth. Tenía que conseguir su teléfono y hablar con ella, averiguar qué recordaba ella. Tal vez podría localizar al notario que había gestionado el tema de la herencia y lograr que le pusiera en contacto. O quizá podría buscarla en facebook. Sí, eso era un primer hilo del que tirar. Esa misma noche, cuando regresase del local de Cole, lo intentaría.
Observas al viejo alejarse, con su semblante alegre y su buena disposición. Era innegable que esta vez había algo diferente y el futuro parecía más amable a simple vista. El mundo parecía más lleno de colores, de magia, de extrañas ideas, de susurros en la oscuridad y pequeñas luces flotando; de mariposas quiméricas y monstruosas serpientes, viviendo en el extraño ecosistema del Ensueño, naciendo de ilusiones e imaginaciones, en un mundo enorme y desconocido, aún después de todo lo que había pasado para ti.
Aquel anciano mosquetero, peculiar a su manera, era el polo opuesto de Sir Andreas, o como quiera que se llamase realmente; y mientras su capa ondeaba al viento y su silueta humana apenas dibujada en la realidad otoñal le revelaba como aquel joven de rastas que había entrado inicialmente a tu tienda; no era muy difícil perderse en las cavilaciones sobre la naturaleza de la dualidad de los Kithain y su papel en aquel extraño mundo, con un pie en la solidez habitual del mundo, y otro en la irrealidad etérica que empezaba a llenar tus sentidos de nuevas posibilidades, nuevas ideas, nuevos elementos.
Y así, con Gwyneth en la mente, con tu educación de Changeling por delante, y las heridas del pasado, así mismo entrabas al Ensueño, a los Ensueños, con la extraña sensación de que aunque el comienzo de tu historia había sido triste, tus verdaderas aventuras acababan hasta ahora de empezar.
Este es el final del preludio. Tu último post me pareció que era un cierre apropiado, pero si quieres responder a este, tienes mi bendición. Pasamos luego a finalizar los últimos detalles a partir del Martes, cuando todos hayan acabado en sus escenas.