Aún ahogándose en su propia sangre, el sacerdote loco, lanzó una última maldición y con una aclamación a su oscuro señor murió. Puede que solo fueran los desvaríos de un hombre moribundo pero Fawkes se cuidó de memorizar cada palabra; quizás fuera información valiosa para más adelante.
Como si todo lo acontecido en el templo no fuese suficiente, la Llama Eterna comenzó a brillar con una intensidad sin igual y sus llamas lo cubrieron todo. De los herejes, no quedó ni rastro. Para Fawkes y sus compañeros fue una especie de catarsis. Mientras las llamas blancas lo limpiaban todo, el soldado oyó una poderosa voz hablándole en su cabeza. Desconcertado, miró a los demás. - Esa voz ¿Podéis oir… -
Fawkes no llegó a formular la pregunta, pues un intenso frío le atenazó la mano derecha. Rápidamente, el soldado se quitó el guante y dejó al descubierto una extraño símbolo que había aparecido en el dorso: un Lobo portando un Martillo.
¿En qué extraño juego de poderes se habían visto envueltos? ¿En qué nuevas batallas contra los dioses oscuros y sus acólitos iban a tener que luchar? Fawkes no pudo ahondar mucho más en esos pensamientos pues unos gritos de angustia y consternación recorrieron la estancia; Gruk también era portador de la marca y al ogro no pareció hacerle mucha gracia. Cuando el gigante parecía estar a punto de meter la mano en la Llama de Ulric, Fawkes corrió hacia él y le agarró de un brazo, que era ancho como un árbol, intentando detenerle a la par que Lollenda calmaba con palabras al alterado ogro.
- Escucha a la elfendame, mi poderoso amigo. Hemos salvado la ciudad y ¿qué hacen los héroes? - una sonrisa de pícaro apareció en los labios del estaliano. - ¡Celebrarlo a lo grande! Vamos todos a beber y comer pues bien sabe Sigmar, bueno y Ulric, que nos lo hemos ganado. Seguro que este símbolo nos abre las puertas de las tabernas.- Fawkes tiró del ogro para alejarlo de la Llama.
En el fondo, Fawkes sabía que no iban a ser aclamados como héroes. Todo lo ocurrido sería tapado por las autoridades y las muertes de los herejes serían achacadas, precisamente, a algún culto que atacó el templo mientras el desorden reinaba en la ciudad. Los valientes Hermanos del Hacha liderados por el Sumo Sacerdote murieron defendiendo el Templo. Todo era basura, pero el soldado lo podía llegar a entender; lo último que la bapuelada ciudad necesitaba saber era la verdad.
Y otra cosa de la que Fawkes estaba seguro era de que no iban a tener barra libre en las tabernas y que se iba a tener que desprender de unas buenas piezas de plata para satisfacer la sed de Gruk.
***
El amanecer alcanzó a Fawkes en una de las terrazas del palacio. El soldado miraba al horizonte dejando volar sus pensamientos mientras se pasaba un dedo encallecido por la extraña marca. La luz del sol le bañó y el estaliano se sintió complacido. Había sobrevivido a adversarios terribles, todos lo habían hecho y habían forjado fuertes lazos, pues nada unía más que derramar la propia sangre luchando codo con codo contra un enemigo común.
Fawkes alzó la copa en un brindis al sol, dedicó una plegaria a sus seres queridos perdidos, apuró el último trago y con paso algo tambaleante se fue a su camastro a dormirla.
El último golpe de Gilbrecht se había estrellado contra el suelo. Pero cuando se disponía ya a alzar el tremendo peso del hacha para renovar sus enajenados ataques, la inmensa masa corporal del orco se interpuso en su camino, cayendo sobre el Sumo Sacerdote con una fuerza demencial. Golpeo al traidor con furia bestial una, y otra y otra vez, con la violencia de una marejada rompiendo contra los riscos rocosos. En cada ataque, las chispas saltaban por los aires, cayendo algunas sobre el rostro alelado del aprendiz de hechicero, testigo privilegiado del impresionante espectáculo.
Finalmente, Liebnitz se desmoronó sobre su propio charco de sangre, balbuciendo maldiciones y despotricando sus últimas amenazas vacías… o no tanto. Pues a juzgar por el daño que habían hecho las fuerzas del Caos, y lo cerca que habían estado de lograr sus objetivos, la sombra de aquella amenaza resultaba mucho más oscura de lo que todos hubieran deseado.
Sin embargo, el estado de fervorosa alteración y rabia homicida que invadía al joven aprendiz le impedía sentir otra cosa que desprecio por aquellas palabras y quien las profería. Quizás en otro momento, lejos de aquella visión de sangre chorreando de su hacha y los cuerpos sin vida de sus enemigos esparcidos por la sala, la aprehensión volvería a acechar su corazón. Y muy probablemente, el terror más absoluto llegaría con ella.
Pero hoy no ocurriría tal cosa. Y luego de que la Gran Llama de Ulric lo atravesara, encendiendo hasta la esencia misma de su ser, Gilbrecht tuvo la certeza de que tampoco ocurriría mañana.
Inquieta en un primer momento, la paz comienza a regresar a Middenheim. Comienzan las obras de reparación de las grandes calzadas, las murallas y de los edificios que resultaron dañados en el asedio; las tierras circundantes se están limpiando de Hombres Bestia y otras amenazas y los refugiados comienzan a regresar a sus aldeas. Esto incluye a las personas que vosotros acompañasteis a Middenheim. A los vosotros, sin embargo, os aguarda en el horizonte un destino diferente. Habéis llegado demasiado lejos y visto demasiado, para regresar a vuestras vidas anteriores.
El Caos sigue amenazando al Imperio y su papel en la lucha se ha convertido en algo personal.
Os paso a la siguiente parte, cierro esta