Martes 24 de Febrero de 2004, 18:25. - Casa de los Stevenson, Nueva Orleans.
Estás en tu habitación, preparándote. Tienes un concierto esta noche en La Musa Criolla, y sabes lo importante que puede ser eso. Es Mardi Gras, y habrá mucha gente. Puede ser una gran oportunidad para que la gente vea tu talento, y estás emocionada al respecto.
Vas a tu armario y no sabes por qué vestido decidirte...
Como habrás notado, sigues siendo humana.
Con la ropa interior y los pantis puestos abrí el armario y saqué todos los vestidos que tenía, dejándolos bien colocados sobre la cama. Al menos tenía claro que quería una vestido. ¿Rojo, negro, azul o beige? El beige no, que el grupo generalmente iba de oscuro. El azul era muy de gala, me lo había comprado para la graduación y me lo había puesto en la boda de una prima. A demás, ya no me gustaba, tenía demasiadas florituras. Me quedaban tres, uno rojo y dos negros. Tras probármelos y ver que el tiempo se me pasaba, me decanté por uno de los negros: largo, con la espalda abierta, un corte lateral hasta la bien arriba del muslo, y generoso escote.
Siempre había pensado que el talento lo era todo, pero acompañado de una buena imagen facilitaba bastante las cosas. Era casi como mi debut, y quizás acudiera gente importante, así que debía hacerlo lo mejor posible. Tras peinarme y arreglarme ya no tenía nada que hacer y los nervios se apoderaban de mi, así que opté por irme ya a la Musa Criolla y esperar allí con el resto de la banda.
Voy en coche hasta allí
La Musa Criolla era un típico antro de jazz, pero que sin duda por eso se llenaba, porque guardaba la esencia de los pubs de los años 40. La entrada era una simple puerta, y le seguían una docena de escalones. El local era un sótano. El humo lo envolvía todo. Las lámparas de gas encimas de las mesas redondas desperdigadas por el local era las pocas fuentes de luz del sitio, excepto las lámparas de las mesas de billar y la barra, claro. No había mucha gente aún, tan sólo Ben, el camarero, un afroamericano de unos 40 años. Te saluda mientras seca un vaso. Detrás de él, una fotografía de "The Louise Gang", la famosa banda del local, reina desde su pared.
Oteas a tu alrededor, con emoción. Tantas veces que has estado aquí, y sin embargo, te sigue sorprendiendo su ambiente.
Me encantaba aquel sitio, rebosaba un ambiente bohemio y tranquilo muy novedoso. Era cautivador, y el cambio que dabas desde la calle, bajando por aquellas escaleras hasta la sala lo hacía todavía más especial.
Saludé a Ben y me acerqué para decirle que me pusiera algo de beber de no muy alta graduación. Cogí el vaso con hielos y un líquido semitransparente y me fui hasta el escenario, que contemplé varios minutos desde una mesa para ver cómo se veía desde ahí. En ese tiempo llegó Daniel, el contrabajista, que me saludó con una alegre sonrisa. Ya con el vaso medio vacío y un fiel acompañante me subí al escenario y me senté en la banqueta, abrí la tapa del piano y toque unas cuantas notas con sorprendente agilidad. Ya empezaba a sentir aquel cosquilleo por la espalda y el nudo en la garganta, así que le di otro trago al vaso.
- ¿Qué tal lo llevas?- le pregunté a Leo, que llevaba bastantes más años que yo tocando allí y se le veía siempre relajado y confiado- Estás muy guapo, te sienta bien esa camisa.- apunté amablemente.
- Gracias, Romy. Tú también estás preciosa. - responde él, cordial, mientras se va a preparar su instrumento.
Ya está llegando gente al local, y poco a poco la banda se completa. Estáis todos. Es el momento de comenzar. Daniel asiente y comienza a tocar las primeras notas.
Sonreí y procedí a ensayar unos cuantos temas sueltos en los que todavía dudaba. No es que dudara de que no lo supiera, sino que eran temas importantes que debía perfeccionar. Todos eran grandes músicos, más expertos al menos, pero para nada me dejaban atrás. En aquella actuación estaba dispuesta a demostrar mi talento.
Media hora más tarde todo el grupo estaba reunido ya, y nuestro cantante charlaba animadamente, también con un vaso de whisky en las manos. Brindamos, y cuando el local llegó a su hora punta comenzamos la actuación entre aplausos y peticiones. Tocar el piano siempre fue mi pasión, era como si de repente todo el mundo se desvaneciera y solo existieran mis manos y las teclas. Es una sensación maravillosa que no me gustaría perder nunca, y a veces soñaba con ocupar un hueco especial en la pared del local por mi talento. En las paredes de La Musa Criolla se hallaban los mejores artistas de Nueva Orleans (o por lo menos los que el dueño del local creía merecedores del título), y aquella había sido mi meta desde que había empezado a tocar allí.
Había sido seleccionada de entre una gran variedad de pianistas tras la muerte del anterior. La verdad es que había rivales muy buenos, pero por mi falta de modestia diré que, por supuesto, era la mejor de entre todos ellos. A demás, mi porte elegante destacaba entre mucha de la chusma que se había presentado al casting. Y ahí estaba yo, ya por la tercera canción y un público animado que parecía disfrutar de lo lindo. Y no era para menos, estábamos en el Merdi Grass y el ambiente estaba cargadísimo, casi no cabía más gente en el club. Eso, desde Lugo, traería grandes beneficios al local, y quizás un aumento de sueldo, que, a fin de cuentas, el dinero nunca viene mal.
Tras casi tres horas de concierto, y tras varios solos que arrancaron una marea de aplausos entre el público, finalizamos la actuación con una obra compuesta por los antiguos reyes del local, los The Louise Gang, nos despedimos y nos retiramos a la parte de atrás donde seguramente estaría el jefe esperándonos con champán del rico (que no del caro). Me sentía más que satisfecha con el trabajo de aquella noche. Había merecido la pena sacrificar media noche de fiesta por aquello.
Siempre merecía la pena.
Mientras brindáis por una gran actuación, una mujer negra, con apariencia madura, y ataviada con un vestido negro, unos tacones bajos y un chal morado, aparece por la puerta del camerino. Tras tocar dos veces con los nudillos en la puerta, sonríe.
- Hola. Soy una gran admiradora. Acabo de escucharos, y bueno, vine a felicitaros. Sobre todo a tí, muchacha. - Dice mientras te mira y entra a la habitación. Te toma de las manos. - Eres brillante. Eres absolutamente brillante.
Sus ojos brillan de alegría, y te contagia. Es hermoso que despiertes eso en alguien.
- Por cierto, dónde están mis modales... Me llamo Mary.
Sonreí amistosa a aquella desconocida y me acerqué a la puerta para saludarla, radiante de felicidad. Si tanto le había gustado mi actuación es que todavía había mucho por delante con mi carrera.
- Muchísimas gracias, Mary.- le tendí la mano y le di dos besos- Yo soy Romy, y me alegro muchísimo de que te haya gustado. Es… todo un halago.
Mary sonríe.
- A mí ciertamente me halagarías si me dejases que te invite a una copa.
Realmente no estaba dentro de tus intenciones, pero ahora que lo piensas... Es una buena idea. Te apetece una copa con Mary, sí. No sabes por qué, pero de repente te apetece mucho. De hecho, no crees que haya que hacer nada mejor, así que...
Le devuelvo la sonrisa.
- Si, claro. No tengo nada que hacer ahora. Si me disculpas un momento, me despido y voy.
Después de despedirme del resto del grupo y coger el abrigo y demás, acompañé a Mary fuera, todavía atónita por aquella inesperada invitación, y con muchas ganas de tomar una copa con ella. De repente el Mardi Grass tiene poca importancia.
- ¿Tu tocas el piano? Supongo que no hay que ser artista para apreciar la buena música, de todos modos.
La mujer rió, simpática.
- Huy, sí. Yo también tocaba el piano. Hace mucho tiempo ya. Tocaba en un grupo y todo, jejeje.
Os sentáis frente a la barra, y pides a Ben una bebida. Mary se pide un gin-tonic. Entonces, echas un vistazo al cuadro de The Louise Gang, y... Dios mío. La mujer del piano del grupo es Mary. Es igual a ella. Jurarías que es ella.
Miré atónita a Mary y a la fotografía, alternativamente.
- ¡Cielos! Si eres igual que la pianista de The Louise Gang. ¿Eres descendiente de ella?
Aquello era una grata sorpresa. Podía estar hablando con una descendiente de la famosa pianista que reinaba el bar con aquel retrato.
Mary sonríe
- En realidad... Soy yo.
Se levanta y una orden traspasa tu cerebro, que no eres capaz de denegar.
- Ven conmigo y no hagas preguntas.
Ben se extraña cuando os deja las bebidas y os vais sin decir nada. Tú la sigues como un cervatillo.
- Lo siento Ben...- logré decir mientras mis pies caminaban lejos.
Anonadada, en cierto sentido asustada, me había levantado sin poder hacer ni una sola pregunta y caminé detrás de ella. Intenté varias veces preguntar cosas, pero era como si las palabras se disolvieran en la punta de mi lengua sin remedio. Era una sensación muy angustiosa, y lo peor era no poder actuar en consecuencia, parándome y preguntándole, o echando a correr, o sencillamente quedándome en el sitio.
- Quiero que me explique qué estás haciendo.- logré decir, casi gritar entre el bullicio de la gente de la calle.
Mary hace caso omiso de tu pregunta y sigue caminando hasta el Louis Armstrong Park. Sólo se para cuando llega a un lugar apartado del resto.
- Mira, Romy... Yo... Quisiera no hacer esto, pero no es por mí. Es por algo superior. Algo que no entenderías.
Ríe.
- No sé para qué me molesto en explicártelo, si no te acordarás...
La miré extrañada ¿Se estaba riendo de mi? De repente toda esa felicidad que me había entrado al recibir sus halagos se había desvanecido siendo sustituida por completo por algo bastante similar al miedo.
- ¿Qué? ¿De qué hablas?- logré murmurar retrocediendo.
Ahora que me daba cuenta la había seguido hasta un sitio completamente apartado. ¿Sería una psicópata? Dios mío y yo la había seguido completamente engañada.
- ¿Qué vas a hacer? ¿Hablas de Dios?
Mary sonríe.
- No te muevas.
De nuevo, te ves obligada a obedecer.
- No te dolerá, lo prometo.
Y entonces, sientes como se acerca a tu cuello. Pero no hay aliento. No hay respiración. Unos colmillos rozan tu piel, y cuando comienzas a sentir verdadero miedo, una oleada de placer te invade. Sientes como se está bebiendo tu sangre, te roba tu vida poco a poco, y el sentimiento es superior al sexo. Es tremendamente excitante. Tras un minuto experimentando algo mejor que un orgasmo, notas desfallecerte. Te notas morir. Tus rodillas se aflojan entre los brazos de Mary. Tu piel se enfría y caes a la hierba.
Sólo queda el negro, y tu corazón, luchando por no pararse. Pero pierde la batalla. Y se para. Mueres.
Pero de repente, sientes una oleada de fuego bajando por tu garganta que hace que vuelvas a vivir. Pero tu corazón sigue sin latir. Quieres abrir los ojos, pero estás extenuada. Extenuada y viva.
Aún no es tu hora.