Doña Agustina dio con un cuadro que tenía mucha pinta de ser de antaño, con una caballera muy maja ella y nada fresca, que lucía una armadura bien pulida en un paisaje al amanecer. Sí, ese debía ser uno de los cuadros que quería recuperar la zorra, porque en el peto metálico de la armadura se veía el mismo emblema que llevaba la caballera que protegía el museo. 

Abajo, Sir Arthur se desgañitaba por la ventana enseñando otro cuadro que había encontrado y con ese ya eran tres. Sir Valentina, desde abajo, le estaba pinchando el culo —si es que se podía decir que tenía culo— al goblin redondo, mientras todos huían de ella gritando hasta perderse en la lejanía. 

Cuando la raposa vio al gatete asomado pegando gritos, le saludó con la mano y le hizo gestos para que bajasen. Una vez Molsa se cansó de colocar cuadros y Globz se aburrió de buscar gatetes y perretes sin éxito, estuvieron todos de regreso en el exterior, la zorra los miró con inmensa gratitud.

—Os agradezco sobremanera vuestra ayuda, mis leales amigos, buscadores del Laberinto. Sé que ahora tenéis que continuar vuestro camino hacia el centro, pero vuestro valor al defender el arte y mi honor debe ser sin duda recompensado. Tengo la potestad para nombrar a uno, y solo uno, de vosotros caballero de antaño de la Orden de la Lanza Sable. ¿A quién elegiréis para portar este gran honor?

Y se los quedó mirando, a la espera de que alguno de ellos se ofreciese para ser nombrado. 

—Pues muy bien, muy bien, muy majita, muy majita ella —decía doña Agustina mientras miraba aquel cuadro de la caballera de antaño—. Esto debía ser lo que quería la niña raposita caballera de antaño.

Le pidió ayuda a Molsa, gritando desde el piso de arriba («¡Molsa, niña, ven a ayudar a doña Agustina!»), para cargar con el retrato, pues ella era demasiado pequeña. Al fin, salieron para ver a la caballera raposa y le hicieron entrega de los tres retratos y del museo liberado.

—Raposita, niña, escucha, yo creo que más que jugar a las lanzas y los caballeros, aquí lo que hace falta son unas escobas, fregonas y unos buenos encargados de limpiar. ¡Que te han dejado el museo hecho unos zorritos los vándalos, niña! Ahí dentro hay más que sopas, ¿eh? Así que quita, quita, déjate de honores y cosas de gente con tiempo libre y el cerebelo sequito, gente que va por ahí andorreando a la buena de Dios, desfaciendo entuertos dicen, pero no, no, mi niña, aquí hay que hacer cosas de provecho.

»Dinos, bonica, dinos, ¿cómo llegamos al centro del laberinto para recuperar nuestro té?

Globz no sabía que era de que hablaba Sir Valentina. Comenzó a perderse en sobremarena y para cuando llego a podestad, ya no sabía de qué iba la cosa.  Afortunadamente, Doña Aguafiestina lo explicó muy bien, hablando muy claramente, de manera que Globz no tuvo problemas en entenderlo:  

—¡Yo prefiero jugar a los caballeros que limpiar! — dijo, sin poder evitarlo, pues le había salido de dentro del todo. Sabía que Doña le regañaría por escarecarse pero con un poco de suerte —y la desmemoria de la gusana —en un rato ya estaría tan gruñona como antes.  Por supuesto, en ningún momento, se le ocurrió que alguien que no fuese Sir Arthur pudiera ser caballero.  

—. ¡Y defiendo helarte! En el museo me he quedado helado un par de veces viendo lo que había.

Molsa ayudó a Doña Agustina al escuchar sus grititos. Bajó los dos retratos, cargando con ellos en su espalda y también con la Doña, aunque esta viajaba en su cabeza. Los dejó delicadamente a los pies de la caballera de antaño y miró a Sir Valentina sonriendo con una sonrisa colmilluda. 

— Aaaaamiiiiigooooos aaaayuuuuuuuuuudaaaaaaan, sí...

Se rascó el cuenquito de la cabeza, analizando aquello de nombrar a alguien caballero. Molsa admiraba a los caballeros, pero siempre eran pequeños y rápidos, era una de esas cosas que se requerían en un caballero. Eso y ser valiente. Así que asintió despacio mientras se imaginaba a Doña Agustina o a Globz de caballeros de antaño. La gusana no parecía muy convencida, ella veía más correcto el orden y el concierto primero. Y saber dónde estaba su té, claro. Así que los ojillos brillantes de Molsa viajaron hasta el goblin, sonriendo.

— ¿Gloooooooobz caaaaabaaaalleeeeeeroooooo? Hmph... Glooooobz vaaalieeeeeeeenteeeeee, sí...

Sir Arthur no se lo podía creer. No iba a recibir ningún tipo de prenda por parte de la raposa. No podía ser nombrado dos veces caballero pues él ya lo era. Pero... pero entonces... ¿no había nada para él? Nada. No recibiría ni una prenda, ni un gesto de cariño correspondido... nada. Todo era para otros. Tal vez no era tan amarillo como parecía. 

—Vale.. sí... Globz.—dijo y le pegó una patadita a una piedrita y luego se fue con Tuberías porque estaba algo triste y los caballeros de antaño no están tristes así que tenía que recuperarse. Se recuperaría. Lo haría.

La caballera se irguió al ver que tenía un voluntario y se puso delante de Globz. 

—Arrodíllate —le pidió con voz autoritaria.

Esperó a que el goblin obedeciese antes de seguir. 

—En el día de hoy has has demostrado ser un goblin valiente, has defendido la grandeza del arte en esta su casa y has protegido a los débiles del ataque del invasor.

Desenfundó la alabarda y colocó la hoja en el hombro derecho de Globz. 

—Dime, Globz, el goblin. ¿Juras servir a la Orden de la Lanza Sable durante el resto de tu vida, ser un caballero de antaño como los de antaño, con todo lo que eso acarrea, proteger el arte ahí donde vayas y dejar que el honor y la valentía guíen tus pasos?

Globz se arrodilló, con las orejas temblando. ¿Qué había hecho ahora? ¿Era por la estatuilla que se le había caído?.  Sir Valentina daba miedo, con esa voz, y hablando como con eco.  Le recordaba a la reina, un poco.

—Si, si, yo defiendo helarte.  Ya lo dije antes. Brrr.  Y a los débiles, claro, eso lo he hecho también. Globz pensaba en los rejufiados al decir esto, por supuesto.

Lo siguente sí que le confundió. Arrugó la frente a ver si le cabían más palabras en la cabeza.

—¿Yo caballero? ¿Como Sir Arthur? — soltó una carcajada, menuda broma. Pero la caballera no parecía bromear.  La magtinud del nombraniemto le parecía apallubante.  Cosas como "de por vida" y "servir a la orden" le entraron por una orejota y le salieron por la otra.

—Entonces.. ¿No tengo que limpiar? Vale. Lo juro.

​​​​​​Miró a Sir Arthur com una sonrisota grandísima. Por fin sería tan valiente como él.

—En efecto, mi buen amigo goblin. Como Sir Arthur el amarillo… 

Alzó la vista con un destello de complicidad en la mirada, una complicidad que quería compartir con el gatete… solo que el gatete se había apartado de ellos con las orejas gachas. La zorra lo miró con un atisbo de preocupación, pero tenía entre manos algo importante y volvió a centrarse en Globz con un carraspeo.

—Como iba diciendo… —Cambió la hoja de la alabarda al otro hombro de Globz mientras hablaba—. Ahora que has jurado los votos de la Orden de la Lanza Sable, yo te nombro caballero de antaño por los poderes que me han sido concedidos. ¡Ahora eres Sir Globz, caballero de la Orden de la Lanza Sable, para siempre! Levántate, compañero, y celebra con tus amigos el camino de honor y servicio que has escogido seguir durante lo que te quede de vida. 

Ella, por su parte, se acercó a la gusana y se agachó un poco para hablar con ella.

—Muchas gracias por su ayuda, señora. Yo me encargaré de restaurar el museo para que vuelva a ser hogar del arte y refugio para los que lo amamos y veneramos. El centro del Laberinto está por ahí —dijo, señalando una abertura en un seto—. Es el camino más rápido. Espero que tengáis suerte encontrando los bienes que os fueron sustraídos. 

Tras esas palabras, le dio un golpe amistoso a Molsa en el brazo. 

—Gracias, amiga. 

Y enfundó la alabarda para caminar hacia el lugar donde el gatete se había separado. 

—Sir Arthur, ¿tenéis un momento? —preguntó, con una pequeña sonrisa—. Sé que tenéis que seguir vuestro camino, que vuestros compañeros os necesitan y que estáis enfrascados en una importante Búsqueda. Pero cuando encontréis lo que buscáis, si lo deseáis, podríais regresar y quedaros aquí una temporada. Si os parece. Hay muchas cosas de antaño de las que podríamos conversar y tengo reservado un licor de raíz sin abrir, esperando una ocasión especial. 

Sir Artur se alegró por su amigo Globz, que debía ser el único caballero de antaño goblin, porque los goblins eran unos malandrines pero Globz no era como los demás.

Volvió con el grupo ajeno a que la raposa había tenido algo de complicidades con él y por ello se emocionó de golpe cuando la raposa se dirigió a él y solo a él. Sir Arthur asintió, asintió inmediatamente.

—Contad con ello.—le dijo llevándose la mano al pecho. Después aguardó a que sus compañeros decidieran qué hacer, pero él quería seguir buscando el río, a Nicolasín y el té, porque además ahora, ahora volvería con la raposa.

Doña Agustina presenció con cierta impaciencia toda aquella parafernalia caballeresca, pues le parecía que estaban perdiendo un valioso tiempo en nada más que hacer teatrillos y juegos de niños.

—De nada, de nada, hijita —respondió doña Agustina al agradecimiento de la valiente, pero alocada, caballera—. Cuida bien del museo, eh, que no te vuelvan a ocupar los vandalitos esos. Muchas gracias por tu ayuda también, corazón. Cuando recupere mi aguja, te bordaré una rebequita, que estás aquí todo el día en el exterior y vas a coger frío, mi niña. Hale, hale, cuídate.

Y, tras despedirse de la caballera, se dirigió hacia la abertura en el seto que la buena de Valentina le señaló.

—Vamos, vamos, no hay más tiempo que perder, jovencitos. Vamos.

Globz se levantó cuando se lo dijo Sir Valentía.  Si no había entendido mal, ahora era un caballero como Sir Arthur, tenía honor y había que cereblar algo por el camino.   No le quedó muy claro si había que ordenar o lanzar sables, pero seguro que se enteraría.  Algún dia de estos.

—Uh.. ¿Gracias? — dijo precavido, como si no hubiese entendido mucho de lo que había pasado pero decidido igualmente a ser educado, como siempre señalaba Doña Apuntina.  

—¿Entonces ahora soy Sir Arth..uh...Sir Globz? —Se empezó a dar cuenta de lo que había sudecido y debió haber empezado a acobarsarde, pero, en cambio, sintió una extraña sensación.  

—¡Vaya! ¡Qué cosas!

Globz no era tonto. Era ignorante, impulsivo, irreflexivo, inocente y goblinoide, pero no tonto.  Sabía que no era castaño, ni mucho menos amarillo, y que, aunque fuera caballero, ni tenía la montura, ni la espada, ni eran tan valiente, ni sabía poner los ojitos vidriosos de Sir Arthur.  Así que decidió una cosa:  Imitaría a Sir Arthur en todo hasta que aprendiese a ser, por lo menos, tan bueno como el.

Desde ese momento siguió a Sir Arthur, trotando a su lado, mirando donde él miraba, repitiendo —en voz bajita— todo lo que decía, respirando a la vez e intentando, sin mucho éxito, hacer eso taan compiclado de hinchar el pecho y hablar con voz profunda mientras ponía cara de valiente.  Para eso aún le faltaba muchímiso.

Molsa observó el nombramiento, hasta se emocionó un poquito y emitió un soniquete adorable mientras aplaudía lentamente, emitiendo un sonido potente. Se le ocurrió entonces hacerle un regalo a Sir Globz de los caballeros de la orden del Sable. O algo así. Y despacito se acercó hasta un laurel, poniendo la manaza sobre una de sus ramitas se puso a cantar.

— ÑOOOOOOOooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooorrrrrrrrrrrggggggggggggggg...

La ramita comenzó a echar brotes y más brotes, con hojas nuevas que crecían a una velocidad pasmosa enroscándose hasta formar una coronita de laurel exactamente de tamaño goblin. Y cuando ya estuvo partió la ramita para separarla del arbusto y se acercó a Globz con aquella sonrisa que mostraba sus colmillos.

— Glooooooobzzz amiiiiigooooo caballeeeeerooooooo... Feeeeliiiiiciiiiidaaaaaaaaadeeeees.

Dicho esto, le colocó la corona de hojitas y ramas sobre el cabezón con total felicidad. Recibiendo después a Agustina moviendo la cabeza y sus orejitas alegremente, le dio unos toquecitos amistosos en la cabeza.

— Aaaaaamiiiiigaaaaaaaaa siiiii, feliiiiiz. 

Llegaba el momento de marcharse y Molsa se despidió como el resto y comenzó a andar hacia el agujero de setos, moviendo la manota en forma de despedida.

— Haaaassstaaaaa lueeeegoooo museeeeeeoooooo...

Paisajismo

El grupo de buscadores del Laberinto se despidió de la caballera y se sumergió de nuevo en aquella sucesión de pasillos y setos en un camino que se bifurcaba una y otra vez. En más de una ocasión les pareció que estaban dando vueltas en círculos, pues volvían a encontrarse con la misma figura recortada en los setos una y otra vez. Pero al fin, después de dar muchas vueltas, llegaron a un hueco circular donde había un grupo de enanos. 

Se trataba de un equipo de jardinería y estaban contemplando con clara frustración un elaborado mapa cubierto de anotaciones y bocetos. Le daban vueltas para un lado y luego para el otro. Junto a ellos, algunas palas yacían tiradas en el suelo. 

—¡Esto es imposible! —se quejaba una enana mientras volvía a darle una vuelta más al mapa—. No hay manera de mover los setos de esta forma. ¡Está jugando con nosotros!

—Y yo que creía que antes era un larebinto — se lamentó —. Ésto si que es larebíntico.  Y habría llorado un poquito, pero, por lo que sabía, los caballeros goblin no lo hacían.  

—Llevamos horas y horas y horas y más horas aquí. ¡Y yo que pensaba que el atajo era peligroso! Lo que es, es aburridímiso. Yo creo que lo que tenemos que hacer es encontrar algún enano encargado de manteminiento:  Un balsodero, un hierbadereador o un cornisareante.  Lo único malo es que sieeempre te engañan para que hacerte trabajar y trabajar y trabajar.  Y luego resulta que no sabían tanto. Como Gridnal la relojeante, que sabía menos de relojes que mi tío abuelo Grolex.

Y así estuvo un rato, dándole a la lengua, porque mientras hablaba ni oía los rugidos de su estómago, ni notaba el miedo que le daba que se hubiesen perdido.  Hasta que encontraron un grupo de enanos..

—¡Enanos! ¡Estamos savaldos! ..uh..— las orejas le cayeron a los lados al darse cuenta de lo que pasaba.  La reina era malvadímisa. Y si, le gustaba jugar con la gente (aunque ella solía ser la única que se lo pasaba bien)

—¡Oh no! ¡Otro emigna!

A doña Agustina no le agradaba la idea de volver a cruzarse con enanos. ¡Ese laberinto estaba lleno de ellos por todas partes! Pero tenía claro su objetivo y lo perseguiría aunque tuviera que hablar con más enanos para ello: el té.

—Buenos días, buenos días, jovencitos, buenos días. Estamos buscando el centro del laberinto. Por favor, ¿nos indican cómo llegar? Por favor, gracias, por favor.

No tenía muchas ganas de alternar con esos enanos frescos y confiaba en que le dieran una respuesta rápida y precisa, si bien a juzgar por su inutilidad para manejar un mapa, todo señalaba que no sería el caso.

—Oye Molsa —tironeó del musguillo de su pierna durante un momento de descanso de su entremaniento de caballer, aprovechando que Doña se dirigía a los enanos—. El sombrero éste de plantas es chulímiso. 

Molsa llegó a su rítmico paso lento con el resto. Iba escuchando los desvaríos de Globz con mucho interés, porque intentaba seguir su lógica razonable. Al llegar y ver los enanos levantó la mano para saludar mientras Doña Agustina hacía los honores.

— Pooooor faaaaaavooooooooooooor... —Repitió apoyando a la gusana.— ¿El ceeeeeentroooooo?

Parecía de clase turista en aquel momento, mientras se rascaba el cabezón observando las palas. Notó un tironcito en su pelo musgoso y desvió su mirada hacia Globz, moviendo las orejillas con alegría y sonreía.

— Chuliiiiiimisoooo paaaaara Glooooobz, sombreeeeroooo amiiiigoooo sí...

Sir Artur el amarillo presto y dispuesto cogió una de las palas dispuesto a hacerlo él mismo. ¿El qué? No lo sabía pero no le preocupaba porque a los caballeros de antaño normalmente les decían lo que tenían que hacer "salva a esta princesa" "encuentra este cuadro" "arregla el reloj" "encuentra ese cuadro" "atrapado en el olvidadero sal" "encuentra ese cuadro" siempre le decían cual era su cometido así que se quedó mirando a los enanos y clavó una de las palas en el suelo.

—Decidme qué tengo que hacer y lo haré.—dijo de una forma algo rimbombante e hinchando el pecho. Cuanto antes terminaran y encontraran todo lo que habían venido a buscar antes volvería con la raposa.

Le pilló de improviso, pero, tan pronto como se dio cuenta, ¡POF! estaba junto a Sir Arthur, hinchando el pecho y, tras tres intentos, agarrando la pala de la misma manera en que se hacía tal año (Muchímiso tiempo antes de que Sir Globz naciera aunque no tanto como para encontrarse a Doña Arruguina en una época en que no fuese ya una anciana)