Molsa fue asintiendo a todo lo que decían los gusanos. Aunque con algunos estaba más de acuerdo que con otros.
— ¿Gooooooolpeeeee estaaaaadoooo? —Se rascó la cabeza muy confusa, no entendía bien qué tenían que ver los golpes, aunque habían dado al final algunos mamporros.— Noooooo malvaaaadooooos, nooooooo... Sí eeexiiistiiiiir...
Después atendió a Globz y a Doña Agustina que tenía toda la razón del mundo, como siempre.
— Pasteeeeeeeleeeees bueeeeeeeenooooooos... Nosooootroooos bueeenaaaa geeeeenteeee sí... Moooolsa bueeeeenaaaa, —se señaló antes de comenzar a señalarlos a todos uno por uno— Aguuuustiiinaaaa bueeeeenaaa, Gloooobz bueeeeeeeno, Aaaarthuuuur bueeeeenoooo... Caaaabaaaalleeeerooos deee antaaaaaañoooo. Muuuy bueeeenos.
Sir Artur hizo una serie de gestos tratando de llamar la atención de las gusanas . Quería reforzar las ideas de sus amigos, quería mostrarse valiente... quería irse de allí cuanto antes. Tenía que conseguirlo, tenía que conseguirlo, tenía que volver con la raposa.
—¡Somos nosotros! ¡Esos héroes de los que habláis! ¡Estamos aqui! ¡AQUIIII! ¡aquiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!—exclamó.
La respuesta de Globz indignó sobremanera a la gusana, que hasta se puso granate y todo.
—¡Cómo van a estar malos los pasteles! ¡Has perdido el juicio! Mi Agustín hace los pasteles más deliciosos de todo el Laberinto, faltaría más.
Entre el público se veía a un gusano de color verdoso que también parecía indignado, debía ser el mentado Agustín, cuyos pasteles se habían puesto en duda.
—Bueno, pues parece que tenemos una idea —sentenció Minnie—. Esparciremos pasteles deliciosos hacia el centro del Laberinto, para que los malandrines glotones no engullan a ningún gusano en su camino hacia el golpe de estado. ¡¿Votos a favor?!
—Ay, por favooooor —intervino la jovencita, rodando los ojos con hastío—. Que no existeeeen. —Miró a Doña Agustina y se encogió de patas a lo largo de todo su cuerpo—. Ya me gustaría a mí tener té, señora. Pero hasta que no acaben con este rollo no hay ni té, ni pasteles, ni nada.
Mientras tanto, multitud de patitas de gusano se levantaban para apoyar aquella propuesta. Parecía que el gusanobate había llegado a su final. ¡Y tenían un plan!
—No escuchan, no escuchan —iba murmurando el gusano viajero mientras se bajaba del arbusto—. Pues yo iré hacia el centro del Laberinto por el camino más corto, sí, eso haré. Y si veo a esos aventureros les pediré un autógrafo para mi sobrina, que los admira mucho.
Y en lugar de seguir lo que parecía el camino principal, se fue hacia un hueco rodeando el arbusto y giró a la izquierda.
—Mmm, con un poco de suerte me encontraré algunos de esos pasteles por el camino.
Si os vais, el último en salir que lance 1d6.
Aquello era una farsa de muy padre y señor mío, a ojos de doña Agustina. Iban a dejar sueltos los pasteles para, supuestamente, hacer que ellos los siguieran, pero ellos no iban a seguir los pasteles. Y no lo iban a hacer porque el gusano explorador decía que había un camino más corto que se podía seguir para llegar al centro del laberinto. Cuando doña Agustina lo escuchó, dio un pequeño respingo y se giró hacia sus amigos:
—¡Jovencitos! Ese gusano explorador conoce un atajo, vamos, vamos, no hay tiempo que perder. ¡Sigámosle! —Luego lo miró a él mientras empezaba a seguirlo, bajándose ella también del arbusto—. ¡Eh, jovencito, espera! Nosotros iremos contigo. Tenemos que recuperar el té.
Antes de marcharse, sin embargo, miró a la jovencita Dorothy y le dijo:
—Sigue así, bonica, no des tu brazo a torcer. Esta gente está loca de remate. ¡Mira que hacer una reunión sin té ni pasteles! La juventud de hoy en día, qué espanto.
Y, tras decir esto, siguió a Rufius.
—¿Pero por ahí hay pasteles? — la convesración entre agustinos se había acabado con muchos aplausos y alguna queja. El plan no le había quedado claro a Globz, pero no le pareció que hubiesen hablado de un atajo. Los atajos no eran nada, nada buenos.
—¿Cuál es el plan? ¿Pondrán pasletes? —la baguirra le rugía de hambre, casi que no podía pensar en otra cosa. Afortudanamente, el gusano exroplador dijo algo de comerse alguno por el camino, lo cual tranliquizó muchímiso al pequeño goblin castaño.
—¡Bien, por fin! — de la extización dio una voltereta y unos alegres saltitos —. Unos pasletitos y luego... a..um... ¿a por el río?
Al ver que todos levantaron la mano por supuesto que Molsa hizo lo propio. No se iba a quedar sin votar en aquella importantísima reunión, faltaría. Además nunca había votado así, los monstruos cornudos hacían pocas asambleas porque duraban lo que para algunos podría considerarse una eternidad, no para ellos, pues tenían tiempo de sobra. Pero cuando hacían alguna, el sistema de votación era claro, cantaban para reunir a los elementos y quien más del suyo reunía pues ganaba la discusión. Aunque a decir verdad era fácil perder el punto en cuestión a tratar y era usual que lo olvidasen por el camino, eso sí, a veces se quedaban unos jardines preciosos después de cualquier encuentro.
El asunto parecía claro y se disolvió la reunión, no tan claro le parecía a Molsa que se rascaba el cuenquito repasando las decisiones que allí se habían tomado.
— Paaaaasteeeeeleeeees camiiiiiinoooooo —le aclaró a Globz de todos modos y asintió a Doña Agustina cuando los instó a seguir, levantándose del suelo—. Seeeeguiiiiir camiiiiinoooooo, gusaaaaanooooo saaaabeeeee...
Y empezó a caminar con sus andares lentos.
Motivo: A por la reina!
Tirada: 1d6
Resultado: 1 [1]
el último que cierre
El gusanobate había sido arduo, pero nuestro grupo de aventureros buscadores del Laberinto por fin partió siguiendo al gusano viajero. Y así caminaron y caminaron a ritmo de gusano por un pedregal, hasta que se encontraron de golpe con algo que cortaba el camino.
El camino conducía a un paso entre dos paredes de un precipicio rocoso, ahora bloqueado por una fortificación goblin. Una muralla de piedra cruza el hueco, con una pesada puerta enrejada en el centro. Los goblins patrullaban sobre la muralla con más o menos disciplina, y la defendían con artilugios de aspecto peligroso montados sobre las almenas. Frente a la fortificación, había rocas grandes y dispersas, que mirándolas desde determinado ángulo, parecían rostros.
Una vocecilla aguda les llegó desde lo alto de la muralla en cuanto se acercaron.
—¡Oye! ¡Oye! —exclamó, haciendo aspavientos con las manos—. ¿Me tiráis esas llaves? —dijo, señalando hacia el suelo, junto a la muralla—. ¡Se me han caído desde aquí arriba!
Otro goblin a su lado puso cara de mosqueo y le tiró de la manga para susurrarle algo al oído. La goblin que había perdido las llaves, se dio una palmada en la frente que le tiró el casco hacia atrás.
—Ah, sí. Es verdad, es verdad. ¡Rendíos, viajeros! —dijo, a lo que el otro goblin asintió, satisfecho—. ¡Pero antes lanzadme las llaves!
Doña Agustina llegó de lo más ufana hasta aquel lugar. El ritmo de camino que había llevado aquel Rufius era el adecuado para una señora gusana como ella: despacio.
—Si ya digo yo siempre, que despacito se llega antes —dijo mientras se arrastraba por el suelo, pues esta vez no le hacía falta subirse a Molsa para avanzar al ritmo del explorador—. Y si no se llega antes, bueno, no importa, al menos una no está cansada, que para cansarse ya están los jovencitos. ¡Menudos frescos!
Al llegar a la muralla y escuchar a aquella goblin jovencita, miró hacia arriba y entrecerró los ojos. No era una señora cegata, pero los años no pasan en balde para nadie y no veía muy bien. Al escuchar hablar de llaves, se acercó al lugar que la goblin señalaba y tomó las llaves.
—¡Qué rendirse ni qué ocho cuartos, niña! ¡Espera un ratito, bonica! Las llaves seguro que abren este portón. Lo abrimos y luego te las damos, eh. Molsa, maja —dijo mirando hacia la bestia cornuda mientras le tendía el manojo de llaves—. Toma, toma, corazón, que yo soy muy chiquitita para andar con estas zarandajas. Anda, venga, abre la portezuela.
—¡Yo, yo! — Globz saltó levantando el brazo como si estuviese en una asamblea goblin —. Yo si que me rindo. Estoy candasísimo de caminar por éste senredo pegredoso.
Se le había ocurrido una idea genialímisa al pequeño goblin salbintanqui, pero debido al cansancio, no la había podido cocrentar. Empezaba...mmm... dejándose atrapar. ¡Eso seguro que sí!
—¿De qué son las llaves? — preguntó, mientras su relosución se desromonaba junto a su valor. Esos arliturgios lanzaflechas daban mucho, mucho miedo. —Porque si son las de ésta puerta, igual sería conveinente que la abramos nosotros. Así nos arrohamos lo de ser prinioseros.
Molsa no tenía queja por andar despacio, a ella le gustaba andar muuuuuy leeeeeentooo… Porque así observaba el paisaje. Las bestias cornudas además, es que también tenían el metabolismo lento.
Al llegar al muro se rascó la cabeza, mirando hacia todos lados para ver de dónde venía aquella voz, hasta que se le ocurrió mirar hacia arriba, poniendo su mano de visera.
- ¿Llaaaaaaveees, rendiiiirseeee? -Agachó la cabeza para escuchar a Doña Agustina y pareció entender.- Aaaaaaaaaaaaah…
Recogió las llaves asintiendo a Globz y comenzó a andar despacito hacia la puerta.
- Abriiiir pueeeeertaaaaa… Sí…
—¡No, tolais! —exclamó la goblin desde arriba, dándose una palmada en la frente al ver que se creían que podían abrir la puerta—. ¡Son las llaves de mi casa! ¡Que se me han caído y me da pereza bajar!
Hizo gestos con los brazos hacia Molsa, quien tenía algunas dificultades para sujetar unas llaves tan pequeñas para sus enormes manos.
—¡Aquí, aquí! ¡Lánzamelas! —pidió. Recibió un codazo de su compañero y asintió—. ¡Y rendíos, sí! ¡Tenéis que rendiros, es fundamental! ¡Si no os rendís todos no podréis pasar!
—¡Oh qué barbaridad! —exclamó doña Agustina llevándose varias de sus patitas a la boca para tapársela al escuchar que la goblin los llamaba toláis—. ¡Qué escándalo, jovencita! Llamarnos así. ¡Pero qué frescura!
Doña Agustina se ajustó la bufanda, negó con la cabeza y miró a Molsa, a quien le levantó una patita conminatoria:
—¡Molsa, niña! ¡Ni se te ocurra lanzarle las llaves! No, no, no, no. Aquí hacemos las cosas bien. —Miró de nuevo hacia la goblin y le gritó—: A ver, jovencita, ¿dónde has aprendido modales? Nosotros te vamos a dar tus llaves, pero primero nos abres la puerta, entramos y entonces te las damos en la manita. ¡Y nos pones un té después! Eso, eso, un té calentito.
—¿Qué son esos "lais" que nota la guardia? —preguntó a Sir Arthur, que solía tener respuesta para todo, un poquito para contragularse con él, porque igual haberse rendido para entrar no era algo que hiciese un caballero de amaño.
—Yo creo que primero tienes que denarjos pasar para poder rendirnos, es que si no tendréis que venir a que nos rindamos. Creo — dudó. Era parecido a lo que decía Doña Afustina, pero no sonaba tan chas-chas, zas-zas como la vieja voz de la anciana gusana segmendata.
—Pues un té estaría bien. Con pastas de esas con guindas en medio
Molsa se rascó la cabeza con una mano, mientras sujetaba con la puntita de los dedos rocosos y ásperos aquellas diminutas llaves. Que si abrir la puerta, que si lanzar las llaves, que si ahora no, que mejor que nos abran y se las damos... Tanta contradicción tenía muy confusa a la monstruo cornuda que al final guardó las llaves sobre el cuenquito de su cabeza, a buen recaudo.
-- Abriiiiiiir... cerraaaaaaaaaaaaaar... Y teeeeeee... Molsa guardar llaaaaves sí...
Cling, clinc, clin... Sonaban las llavecitas contra la cerámica mientras Molsa asentía.
-- Reeeendiiiirseeeee lueeeegoooo con paaaaastaaas y teeee...
El gatete miró con cierto ánimo de reproche a Sir Globz pero no le dijo nada y esperó a que el goblin se explicara. Despacio, se acercó a él y le puso una mano en el hombro.
—Mi querido compañero, no nos rendimos nunca, los caballeros de antaño... es algo que debes saber.—le dijo con un tono paciente. Su vida de goblin sin duda influiría a la hora de comportarse como un caballero pero Sir Artur se empeñaría con él.
Miró hacia arriba y alzó uno de sus puños al aire.
—¡No nos rendimos te enteras! ¡Entérate! ¡Eso! Tenemos tus llaves, te las devolveremos sin problema pero déjanos pasar. Tenemos que hacer muchas cosas ¿sabes? Y hay una raposa.. digooo nicolasín, el té, el río, todas esas cosas que hay que encontrar.
—¡Peroperopero…!
La goblin no daba crédito con la desfachatez de los viajeros, que no solo no se rendían, ¡tampoco le daban sus llaves!
—¡¿Pero para qué queréis las llaves de mi casa?! Sois… sois… ¡unos secuestradores de llaves! Eso es lo que sois.
Se cruzó de brazos, mirándolos toda ofendida desde arriba.
—Pues si no os rendís no podéis pasar por aquí. Eso es así —declaró convencidísima—. Así que dadme mis llaves y buscaos otro camino. O dadme mis llaves, rendíos y entonces podréis pasar. Tenemos té y galletas para los prisioneros —agregó, en un destello de lucidez—. Pero solo para los prisioneros. Sin rendirse no hay paso, ni té, ni galletas. ¡Vosotros veréis! Pero lanzadme mis llaves.