Partida Rol por web

Era curioso como aquellos hombres habían escogido vivir la vida de esa manera, desfilando cada vez que salían a una misión sobre un fino sedal sin saber hacia donde caerían, hacia un lado había vida, y al otro muerte... Tan pronto como parecían hundidos en la mierda acababan levantando la situación con pundonor para al poco, flaquear con un movimiento afortunado de sus enemigos. Afortunadamente todo terminó con todos ellos logrando vivir para ver un día más.

Porque esa y no otra, era la verdadera victoria. Vivir para ver un día más y poder gastar el dinero que conseguirían tras aquella misión de mierda que empezó con un pezzonovante incapaz de poner en vereda a su cunnae.

Marcelo agonizaba y a duras penas recordaba lo que sucedió en aquel momento, alguien abriendo la puerta bruscamente y tirándole de los brazos, ¿o tal vez era de los hombros? Nunca recordaría esa parte y sólo sabría lo que sucedió por las palabras de sus compañeros. El que tiraba de él era Luca, inexplicablemente era él ayudado de un cañón en la cabeza como única motivación para aquel acto tan altruista. Al otro lado de aquel cañon se encontraba John Doe

Enseguida se acercó Renzo y empezó a practicarle los primeros auxilios. A falta de un mejor elemento para taponar, se retiró parte de su ropa y la presionó fuertemente sobre sus heridas. Tenían balas incrustadas, cosa mala a largo plazo pero en aquel momento servirían junto con la ropa, que usaba a modo de vendajes, para detener la hemorragia. Y gracias a aquella oportuna intervención de su díscolo compagno¹, pudo vivir para ver otro día más.

Al otro lado de toda aquella escena de esperanza estaba un Marco herido, su cabeza sangraba aún por la contusión y en un costado se había formado una mancha amplia de sangre que delataba dónde le había dado el hijo puta de la thompson. Divisó en la lejanía al cobarde de los Marchetti, parecía mentira que por aquel desgraciado se había iniciado una guerra. Caminó unos pocos pasos, daba incluso pereza aproximarse más pues sus cuerpo parecía protestar a cada paso que daba y disparó. Nada pareció ocurrir salvo una reacción instintiva de Carlo.

—¡Joder, me rindo joder! ¡Llevame al viejo de Panepinto para negociar la paz!— exigió con la pistola en mano.

Aquella exigencia sirvió al menos para que dejase de correr, su costado dolía horrores y no había ganas de jugar al gato y el ratón. Al colocarse frente a aquel cazzo, Marco advirtió que por primera vez en aquella noche le veía de tan cerca y vislumbraba su rostro joven, sin la experiencia de haber sufrido palos de la vida y cruzada por una sonrisa bobalicona que denotaba soberbia.

Tras tener "atendido" a Marcelo, corro para alcanzar a Marco. Nunca se sabe cuando se necesitará un poco de ayuda. Y aunque el era harto competente, nunca se sabía que podía pasar.

Aquello era inaudito. No había muerto aunque debería estarlo. Un ángel de la guarda parecía estar velando por él, pero no era un ángel sino Renzo Ferri. Él era a quien debía ahora seguir estando en ese mundo. El mismo hombre que, a su juicio, había estado torpedeando la misión casi desde el principio. El mismo tipo al que Marcelo había pensado volar la tapa de los sesos en cuanto estuviera liquidado Carlo.

Pero ahora no podría. Ese mismo hombre al que apenas unos segundos atrás había sentenciado y con razón, pues había tratado de volar el coche con  ellos dentro, ahora le había salvado la vida. Ciertamente aquello era irónico a la vez que irrepetible.

Seguir vivo no era algo definitivo desde luego. Sus heridas seguían abiertas. Todavía sangraba y podían infectarse. Además seguían en medio de un campo de batalla. Estaba vivo, aunque no sabía por cuanto tiempo. Desde luego, no pensaba desaprovechar el poco o mucho tiempo que le restase entre los vivos.

— ¿Precisamente tú, Renzo? — Resopló. 

Entonces Marcelo agarró su revolver y apuntó a Ferri. Sólo fue un momento, aunque bastó para sobresaltarle. Enseguida cambió de objetivo y colocó el cañón de su pistola en la frente de Luca. Le miró por un instante con la frialdad de un iceberg y entonces dijo algo.

— Ciao, ragazzo e buena notte... — Y entonces disparó. — Ayuda a los otros. Carlo no puede ver el amanecer de un nuevo día...
 

Era hora de acabar la función. Marco se acercó sumido en su silencio característico al desecho lloriqueante en que se había transformado el retoño de Marchetti, se limpió la sangre de la frente y los ojos con el dorso de la mano y suspiró. En su mano oscilaba la lupara, que solo alzó cuando se encontró frente a frente con aquel niñato malcriado. Quería comprar su vida con palabras, el muy imbecil, como si el mercado estuviera aún abierto a esas horas.

—La paz ya se ha negociado —dijo Marco, mientras le apuntaba con la escopeta. A esa distancia, Carlo era un blanco fácil y podía darse por muerto. No había forma de que Marco fallase ese tiro.

A menos que...

La lupara gimió con un débil chasquido que a Marco le sonó como el lamento de un gato sin dueño, abandonado a su suerte en la fría calle. O quizá fuera solo su imaginación. Marco miró incrédulo un momento a su arma y después a la cara de Carlo, pero era un profesional y, ante cualquier contratiempo, reaccionaba con celeridad. Con el dedo reposando bajo el gatillo, hizo rotar la lupara ciento ochenta grados, la agarró del cañón recortado con su guante de cuero e, inmediatamente, propinó a culatazo al raggazo con la intención de hacerle al menos soltar el arma. Ya fuera por el cansancio, las heridas o la suerte aciaga que le perseguía desde que había matado de forma similar a aquella mujer, solo consiguio darle en el pecho con un ángulo demasiado oblicuo como para dañarle lo suficiente. Esa misma suerte que le hacía estar ahora solo, armado con una escopeta encasquillada y una navaja que manejaba tirando a mal frente a un idiota aún armado que parecía seguir sacando ases de la manga aun cuando hacía tiempo que se habían descartado los cuatro de la baraja.

Aquel niñato hacía trampas, o quizá era mucho más listo que Marco, pero Marco se juró a sí mismo que, si salía vivo de aquella, iba a matar a Pauli con sus propias manos, sin guantes de cuero ni nada, y le iba a dar de comer su hígado a Nocciola. Porque además, empezaba a ver un patrón que explicaría también la muerte de su padre.

Un cuerpo de los Marchetti cayó al suelo, había sido un disparo ascendente y bastante patético pero lo había pillado con la guardia baja y levantó su cráneo desparramando sus sesos en una especie de festival de muerte. A su lado permanecía Marcelo, doliéndose de la herida que le había tirado debido al retroceso del arma.

Aquel disparo sorprendió a John quién había empezado a adelantarse para ver la resolución de Carlo, masculló algún tipo de maldición silenciosa antes de seguir caminando. 

Carlo se sabía muerto, nadie encaraba una lupara y después vivía para contarlo. Era el arma de importación siciliana que se utilizaba contra los que violaban el sagrado mandamiento de la Omertá. Pero el arma no disparó, en su lugar recibió un culatazo que le hizo desviar la cara con un recuerdo de color violáceo.

Aquel golpe no sería suficiente para matarlo y había terminado con su ataque de ansiedad. Nunca había tenido tan claras las ideas, debía sobrevivir para llevar la guerra a la casa de Gaspare tal como él había hecho con la suya, para ello debía liquidar al que tenía en frente. Disparó sin demasiada prestreza pero su enemigo estaba cerca, tan cerca como para haber fallado.

BANG

La bala se alojó violentamente en la barriga de Marco, aquel daño era demasiado para lo que podría haber aguantado y se desplomó violentamente en el porche de entrada. Frente a él permanecía en pie el hombre equivocado.

—¡Hijos de puta! Eso es lo que tendréis si venís a por mí—. Les imprecó apuntándoles con el arma esta vez.

John avanzó con presteza tras Marco, escuchó sus palabras y bajó el paso. Ya todo estaba finalizado. Sin embargo, no escuchó el familiar disparo de las balas incrustadas en la blandura de la carne. Maldijo por lo el interior, y se deslizó en silencio. Escuchó los disparos de un arma corta, y las voces de un cobarde. Asomándose por el marco de la puerta para no ser percibido por su víctima disparó sus armas contra aquel cobarde.

La primera bala se alojó en su pecho. La segunda en la cabeza. Si bien, John sabía que aquellos disparos podían ser mortales, también sabía que sus armas podían ser demasiado blandas. Por ello permaneció en el marco, esperando a ver si su víctima se levantaba. John prefería no correr riesgos. Y esperar unos momentos era un lujo que se podía permitir.

Dos disparos de John Doe fueron la única respuesta que obtuvo el bastardo de los Marchetti a su desafío y que terminaron por dar con sus huesos en el suelo. La primera bala impactó en su pecho, mientras que la segunda impactó en un lateral de su cráneo.

—Sois unos mierdas hijos de puta —maldijo Carlo desde el suelo, un charco de sangre estaba formándose en torno a él sin embargo aquel bastardo afortunado que esquivaba tanto las balas como los intentos de asesinato no terminaba de morir. Intentó incorporar la cabeza para devolver aquel ataque pero pesaba demasiado, su mano dejó caer finalmente el revólver que había utilizado para abatir a Marco Rossi y acabó por rendirse.

—No tenéis honor... En mi casa... Decidle a ese viejo Panepinto... Le esperaré en el infierno... Muera él y toda su puta familia—hablaba de manera entrecortada pero no callaba. La retahíla de blasfemias e insultos siguió durante unos segundos mientras de fondo sonaban unos pasos cautos. Viendo lo que aquel cabrón cobarde había dado de guerra, el ejecutor desconfiaba e iba con tiento. 

Al advertir 'Walker' que el arma había sido abandonada por su portador, y que únicamente un murmullo de imprecaciones pronunciadas en un perfecto inglés era lo que le iba a recibir, terminó por salvar la distancia que le faltaba ante su víctima. Para con un tercer disparo en la frente silenciar aquella salmodia desagradable.

El bastardo fortunato finalmente se entregó a los abrazos de la muerte dejando tras de sí un reguero de cadáveres y heridos.