Una extraña melodía irrumpe en tus sueños. Tratas de reconocerla pero es algún tipo de sonido que no logras identificar hasta que, abiertos los ojos, ves el aparatito al que llaman “Móvil” iluminado como un árbol de navidad con dos palabras escritas sobre la pantalla: Linda Perkins.
Dudas entre responder o darte media vuelta y seguir durmiendo, pero ante la insistencia del aparato, y ante la posibilidad de que no se quede en silencio hasta que respondas decides atender a la mujer que en teoría debería ayudaros a integraros, aunque ahora mismo no te este ayudando mucho.
La voz de la mujer suena por el pequeño altavoz en cuanto tocas la tecla verde como te enseñaron ayer.
Buenos días señorita Sunders, espero no haberla despertado. Espera a que respondas antes de continuar, claramente esperando un cortes “no, en absoluto”. Vera señorita Sunders, ¿puedo llamarla Zoe? Le llamo porque desearía saber si le interesaría hacerle un pequeño servicio a este país. Los periódicos de esta mañana anuncian en primera página el maravilloso hallazgo de varios antiguos héroes, es decir, de ustedes, y el señor Boykin ha pensado que seria apropiado que tratásemos de asegurar la buena disposición del público.
Deja que pasen unos segundos para que puedas pensar en lo que te esta diciendo antes de continuar hablando.
La intención es que permitiese que la entrevistasen hoy mismo en televisión, en el programa de Vera Wilkins, USA Today. La razón de que le llame tan pronto... En ese momento tus ojos se posan sobre el reloj de la mesilla y ves que son las nueve de la mañana ...es que tendrá que coger un avión que la trasladara hasta Washington. Pero si acepta puede estar de vuelta en Nueva York para por la noche, o pasar un par de días en Washington, por supuesto con todos los gastos pagados.
Figuras borrosas se sucedían ante mis ojos, blancas y negras, pululando ante mí, y yo con la vaga esperanza de reconocerlas y alcanzarlas con mis manos… Después, las aparte en seguida en cuanto me di cuenta de que eran las fotografías que había visto en aquella pantalla. Me dieron náuseas y contraje el estómago justo en el momento en que escuché la melodía. Miré hacia el frente y sentí caer de una gran altura.
Me sobresalté como una idiota en la cama cuando me desperté repentinamente a causa del ruido de aquel nuevo aparato y me dieron ganas de estrellarlo contra la pared y gritar de odio profundo hacia esa nueva tecnología que no veía que solucionara ni diera más comodidades a la vida de hoy en día.
Me incorporé en la cama hasta sentarme, mientras mi odio y mi enfado iban subiendo como la espuma y tomé el teléfono con manos aún temblorosas y sin saber qué hacían debido al cansancio y al sueño roto. Maldije de inmediato a quien llamaba y a quien nos dio los teléfonos. Me dio rabia no poder recordar en su nombre y meterlo en la frase de odio profundo.
Puse los ojos en blanco al ver quién llamaba y sonreí de forma maliciosa, preparada para gritarle cuatro cosas, como le decía a mi hermano cuando tenía la manía de quitarme la manta en las frías mañanas de invierno para que fuera a la facultad y no vagueara hasta tan tarde. Una punzada de dolor me atravesó el pecho en cuanto lo recordé.
Me llevé el aparato a la oreja y sonreí aún más si cabía, llevando mis pensamientos hacia el odio por quien me despertaba y no hacia mi hermano posiblemente muerto.
-¿Quién es?- pregunté de forma estúpida, aunque por costumbre, ya que me aparecía en nombre en la pantalla iluminado.
Resoplé de forma totalmente audible en cuanto escuché la voz de la mujer y me separé el teléfono del oído haciendo amago de tirarlo contra el suelo, como me apetecía en aquel momento. Al segundo siguiente, me lo puse de nuevo en el oído y continué escuchando todo lo que me tuviera que decir a esas horas de la mañana.
-Hola, hola- saludé de forma amigable y con la voz un poco ronca, aunque dulce-. Sí, dime, dime- insté, muerta de la curiosidad, aún con la sonrisa de desdén en mi rostro-. ¿Qué querías?
No, pensé de inmediato en cuanto me preguntó si me podía llamar por mi nombre. Pero, no se lo dije, no quería explicar los motivos por los que no quería que tuviéramos un trato tan cercano a través de aquel aparato, por lo que, dejé que siguiera hablando, mientras yo me movía por la habitación y abría un poco la ventana para que entrara algo de brisa al tiempo que ella me explicaba todo.
Alzaba las cejas de la sorpresa a medida que me contaba y fruncía el ceño, preguntándome qué demonios hacer. Por un lado, mi corazón me decía que ni hablar, que se buscaran a otra, que a mí hablar se me da mal y demás, pero, por otro lado, quería un poco de gloria, de decir al mundo lo que había vivido, de lo que se había perdido en la comodidad de sus casas mientras americanos honrados, americanos de verdad luchaban en el frente y morían por gente que jamás conocería sus nombres ni les importaría en absoluto. También pensé que sería una buena forma de encontrar a mi hermano.
Aguanté la respiración hasta que terminó de hablar y aún sin una respuesta certera en mi mente. Sopesaba los pros y los contras, pero, algo me decía que debía hacerlo, como si tuviera que dar alguna oportunidad a este país de explicarse por sus actos. Sería un buen momento de comenzar a abrirme en el nuevo mundo y saber qué es lo que piensa sobre todas las atrocidades cometidas no hacía mucho.
-Hecho- acepté, frunciendo el ceño-. Cuenta conmigo.
Si Linda se alegra de que aceptes, no da muestras de ello, pues continúa la conversación en su tono cordial y amigable pero sin ninguna efusividad que denote satisfacción por lograr tu colaboración.
Perfecto, un vehiculo te recogerá dentro de treinta minutos en la puerta de la mansión, Zoe. Pronuncia tu nombre como si fuese una amiga de toda la vida, lo cual hace que te desagrade aun mas que lo utilice. No hace falta que te arregles demasiado, porque en Washington tendrás tiempo para comprar lo que necesites, y también de visitar a un estilista. Que tengas un buen viaje.
La mujer se despide con cordialidad dejándote con ganas de preguntar muchas cosas tales como que narices es un estilista, pero en realidad no tiene gran importancia, porque pronto lo descubrirás.
A la hora indicada, un automóvil alargado, negro y con los cristales tintados te aguarda en la puerta de la mansión. Un desconocido elegantemente vestido te indica que será tu chofer, y antes de que te des cuenta te encuentras en un aeropuerto privado donde te embarcan en un pequeño avión al que todos insisten en llamar Jet.
El vuelo hasta Washington dura un par de horas, pero durante ellas cuentas con una excesivamente amable azafata, que no tiene otra cosa que hacer que dedicarse a preguntarte si puede ayudarte de alguna forma cada vez que te atreves a moverte. El problema es que a parte de ella y los pilotos en la cabina, el avión esta vacío, y sin duda es el vehiculo mas confortable en el que has estado, incluso tiene varios canales de televisión con programas de lo mas variado, sobre moda, política, y sociedad, mientras otros ofrecen películas y series actuales que ofrecen imágenes y efectos jamás vistos, al menos no en tu época.
Cuando desembarcas un vehiculo similar al que te llevo al aeropuerto te aguarda, pero en lugar de un chofer elegantemente vestido, quien te sujeta la puerta es un rostro conocido
Señorita Sunders, me alegra de que aceptase esta oferta, y me alegro tambien de volver a verla.
Boykin parece mucho mas relajado ahora de lo que lo estaba la ultima vez que lo encontraste, y no te es difícil imaginarte que ahora esta en su medio natural.
Tenemos tres horas antes de que se reúna con el Presidente, así que no perdamos tiempo. Podemos hablar en el coche.
Esperaba alguna palabra de agradecimiento o algo que diese muestras de que me suponía un esfuerzo aparecer en ese momento en la televisión y que ellos lo valoraban, pero, no, aquella mujer siguió hablando y yo me quedé con la boca entreabierta al no escuchar nada de eso. Es más, la abrí incluso más aún cuando pronunció mi nombre. Apreté el teléfono con la mano y temí por un segundo aplastarlo. Al segundo siguiente, relajé los músculos y traté de controlar la tensión que albergaba dentro. Sobre todo para evitar gritar a aquella mujer y tirar el móvil contra el suelo.
Cuando quise darme cuenta, ya estaba despidiéndose y yo casi ni me había enterado de lo que acababa de pasar ahí mismo. Me quedé mirando la pantalla de aquel aparato como si me fuera a seguir hablando o me preguntara: “¿qué? ¿Qué demonios miras?”.
Sacudí la cabeza y tiré el móvil sobre la cama deshecha, un tanto enfurecida. Ya comenzaba a ser el títere. Ya habían comenzado los hilos a moverse y yo tan solo me resignaba a obedecer. Resoplé, asqueada conmigo misma porque no me podía ni creer en lo rápido que había caído en la red y me sentía como una mosca en la telaraña. Sin poder defenderme, sin poder moverme y a merced de algo gordo, amenazante, peligroso, y sin piedad.
Me vestí con estas ideas en la cabeza, preocupada por lo que me podía estar convirtiendo. Y no quería ser una imagen mediática de algo en lo que no creía. Me asquearía el resto de mi vida y me sentiría mal conmigo misma, como si estuviera traicionando mis principios.
Exagerada, me chistó mi cerebro, reprobatorio. Ve, que llegarás tarde.
Puse los ojos en blanco al ver la hora y terminé por vestirme lo más deprisa que pude. Salí de mi habitación y temí encontrarme con alguien. No quería que supieran a dónde iba, ni tener que dar explicaciones de lo que iba a hacer pues temía que me desaprobaran y me tomaran como la marioneta, que efectivamente, así era (o, al menos, así me sentía).
Presté poca atención en mis siguientes pasos y entré en la limusina casi sin darme cuenta ni en quedarme todos los detalles pues jamás, en mi vida había visto algo parecido, pero estaba tan preocupada por la imagen que tenía que dar en la entrevista, que tampoco me fijé en el avión. Ni en las atenciones de la azafata ni en nada más que en mis pensamientos y en la entrevista.
De hecho, me sentí estúpida cuando me saludó Boykin y yo simplemente hice una inclinación e cabeza y un ligero saludo con el mentón. Casi ni presté atención a sus palabras. Pero, salí de mi ensimismamiento y casi pesimismo estado de ánimo cuando dijo aquello.
-¿Pre.. Presidente?- fue lo único que logré balbucear.