Partida Rol por web

Correspondió al apretón de mano de Tomish, pero Illiath tenia muy serias dudas de que todo fuese bien... estaba tan nerviosa que podría comerse una bandeja entera de pasteles de chocolate (bandeja incluida se entiende).

Con gran esfuerzo, volvió a centrar su atención en la misa.

Beat esperó pacientemente un poco más a que el silencio fuera restaurado y la concurrencia le prestara nuevamente atención. Paulatinamente el ambiente fue calmándose hasta el más absoluto reposo, y solo entonces el sacerdote se llevó las manos a la espalda, entrelazándolas, y empezó a hablar, de forma casi casual.

- Hoy voy a hablaros de uno de los temas que más me preocupan, mis feligreses, y que deberían preocuparos. - Comenzó, sin mirar a nadie en concreto. En su rostro parecía marcarse una suerte de arruga al fruncir el ceño, aunque en su cara desfigurada no podía asegurarse. - Septiembre es siempre un mes plagado de peligros para las buenas almas imurianas, ¿Y por qué?

El sacerdote se detuvo, como si esperara que la concurrencia le respondiera. Realmente varias personas lo hicieron, con distintas voces, tonos y volúmenes, y con respuestas dispares. Se podían distinguir palabras tales como "forasteros", "extraños", "herejes" y "descreídos", mezcladas con otras como "emisarios" y "embajadores". El sacerdote levantó las manos para indicar a la concurrencia que volviera a serenarse.

- Efectivamente, amigos míos. Septiembre es el mes en el que nuestro amado planeta, corazón de nuestro Imperio, se ve inundado por las visitas. Emisarios, embajadores, políticos, todos ellos forasteros que deberían conocer al pie de la letra la Palabra del Único, la Ley Imuriana y los peligros de no seguir la Verdadera Senda. Gentes que pretenden tener el derecho de ampararse bajo nuestro magnánimo Imperio pero que se creen más que él, pues no siguen los dictados que todo buen Imuriano debería obedecer para pagar su deuda vital.

Un barullo ensordecedor se levantó en aquel momento. Muchas personas vitorearon el breve discurso con gritos o aplausos, mientras otros asentían, en silencio pero cirunspectos. La mirada de Beat recorría la sala, sonriente, alentando aquel fervor.

- ¡Sí, hijos mios! ¡Esa es la cruda realidad! No es sencillo mantener unido a un Imperio tan grande como el Imuriano, es cierto, pero no por ello debemos flaquear. ¡No se trata de negar a todos esos extranjeros que dudan de la Palabra! Les guste o no, son hijos del Imperio, y como a tales, hay que acogerlos, amarlos, recompensarlos y educarlos como a cualquier otro imuriano. Por eso, - el sacerdote se paró un instante, como cogiendo aire, con una mano levantada apuntando con el dedo índice hacia el techo... y la mirada fija en dirección a los dos antreri, aunque imposible discernir si realmente los estaba mirando a ellos. - Por eso, imurianos decentes que acudís como buenos hijos a recibir la Palabra del Único, no bajéis la guardia. Es vuestra responsabilidad, si nunca os cruzáis con alguien que dude de la Palabra del Único, cumplir con los preceptos de la fe e intentar, por todos los medios, salvar el alma de estos pobres diablos que no han sido bendecidos en las barbáricas prácticas de sus distantes planetas de la educación adecuada. ¡Por su propio bien!

La multitud, enfervorecida, respondió: "¡¡Por su propio bien!!", antes de romper a aplaudir. Al lado de Illiath, la señora se había levantado y aplaudía tan fuerte que casi tenía las manos rojas del esfuerzo.

Ante el discurso del Sacerdote, tanto Illiath como Tomish empalidecen un tanto, aunque sus ya extrañas pieles no parecen dejarlo entrever. Tanta es la sorpresa, o la impresión, o la sensación de que parece estar hablando por y para ellos, que hasta que la señora de al lado no se levanta enfervorecida para aplaudir se quedan dónde están, sentados, con cara de Póker.

Illiath es la primera en reaccionar, aunque la señora de al lado parece haberse dado cuenta de que la extraña joven que tiene al lado parece un poco lentita... por lo menos. Tomish, al ver a su patrona reaccionar la imita un instante después.

Paulatinamente, el ambiente dentro de la iglesia se relaja, como si todos los presentes hubieran superado algún tipo de hito en la ceremonia. Las conversaciones se han vuelto a desatar entre los presentes, mientras el Sacerdote se ha apartado del púlpito y parece hablar con su asistente.

Los instantes pasan sin que nadie se levante para irse, pero sin que aparentemente pase nada, hasta que media docena de esclavos entra en escena, cargando con grandes bandejas de plata bruñida con oscuros cálices en ellas y empiezan a dividirse en dos filas, empezando a desfilar a lado y lado de las dos columnas de bancadas, pegados a las paredes. A su paso, la persona que está sentada en la esquina de cada fila se levanta, toma una de las copas y se queda allí de pie, con el cáliz en las manos, esperando. Cuando el esclavo llega a la altura de Tomish este hace lo propio, intentando resultar natural, aunque una vez tiene la copa en sus manos mira a su patrona con nerviosismo.

Lentamente las conversaciones vuelven a morir y el Sacerdote, que ha vuelto al púlpito, levanta las manos para pedir silencio antes de hablar.

- Hermanos, un día más habéis acudido como es vuestro deber a Thelgrun, y Él se siente dichoso. Recordad siempre su Palabra y amad su Fe, pues sólo así puede ser un Imuriano. - Todas las personas que sostenían las copas levantaron en ese momento su carga, como si se la ofrecieran al sacerdote en silencioso brindis. Tomish, nuevamente, los imitó, atento a su alrededor. El Sacerdote levanta él también una pequeña copa de cristal. Desde la distancia parece llena de un líquido rojo intenso. - Salud, hermanos, y que la bendición de Thelgrun esté con vosotros.

Y de un elegante sorbo el sacerdote apura su copa, mientras uno a uno los portadores beben de sus cálices y los pasan a la persona que tienen al lado.

Tomish, nervioso, mira a su patrona, olisquea disimuladamente el contenido y se lo acerca a la boca, bajo la atenta mirada de la vecina de Iliath que parece muy interesada en ellos en ese momento, quién sabe porqué. El secretario le tiende la copa a Iliath, con ceremonia, mirándola a los ojos.

- *Vino, parece.* - Susurra, tan bajito que bien podría ser una plegaria. La bífida lengua de Tomish asoma un instante por entre su boca, en lo que parece un movimiento expreso. La lengua está limpia, apenas rozado el vino que Tomish no ha llegado apenas a catar.

Illiath aceptó la copa que le tendía Tomish. A diferencia de él, ella decidió beber un poco. Pasó la copa a la mujer de su lado.

La antreri ya había decidido lo que hacer. En cuanto terminase la misa, ella se quedaría dentro mientras Tomish se escapaba disimuladamente... entonces... ocurriría lo que tuviera que pasar. Tomish debía huir. Si ella había sido descubierta, ya estaba muerta y su misión había fracasado, no quería que Tomish también tuviera que morir.

Una vez hubo decidido ésto, para su sorpresa, se sintió más tranquila... pero triste.

El vino tiene un sabor fuerte y seco al inundar la boca de Illiath, como si pretendiera demostrar su nobleza y la de su significado así.

La señora que Illiath tiene al lado toma la copa con cierta vacilación de las manos de Illiath, sin poder reprimir una mirada curiosa hacia la Anteri. No parece amenazadora, pero está claro que no ha tenido a muchos miembros del Imperio que no fueran sus vecinos cerca.

Al darse cuenta de que, quizá, está siendo grosera, la mujer aparta la mirada, bebe casi con prisa y pasa el cáliz a su derecha. La última persona de la bancada, tras apurarlo, se levanta.

Los dos antreri pueden observar cómo los esclavos, una vez han llegado al final de la iglesia, vuelven hacia el altar por el pasillo central, recogiendo las copas ahora vacías, colocándolas boca abajo en las bandejas de plata, como para demostrar que lo están. Y a medida que las filas quedan liberadas, la gente empieza a levantarse y a marcharse, entre conversaciones.

Los acompañantes de su bancada se levantan y se van, uniéndose a la riada. A lo largo de los bancos, pueden verse gente y grupos de gente que se queda un poco más, como si estuvieran rezando, o simplemente esperando a que la riada avanzara antes de levantarse. Algunos feligreses se acercan hasta el púlpito, dónde conversan con el sacerdote.

Tras esperar unos instantes observando a su alrededor, Tomish hace el amago de levantarse... cuando se da cuenta de que su patrona no se ha movido. Desconcertado, se queda dónde está y la mira, preguntándose el porqué. Vuelve a observar a su alrededor, por si se le ha escapado algo, pero no parece ver nada que le haga pensar que deben permanecer allí.

-*¿Nos vamos?*- Pregunta, finalmente, mirando directamente a Illiath. El tono de su voz es una mezcla entre duda, curiosidad y ansias de salir de allí, pero no se mueve. A fin de cuentas, su Patrona sigue allí...

Illiath estuvo tentada de iniciar conversación con la mujer que había estado junto a ella durante la ceremonia. Pero al terminar la misa se levantó y se fue con premura, de manera que lo dejó correr. Se quedó un momento desconcertada, observando alrededor, la gente se apiñaba para salir, y unos cuantos se habían acercado a hablar con el sacerdote.

-*¿Nos vamos?* -la voz de Tomish la sacó de sus pensamientos.

Volvió a mirar alrededor. Había pensado en quedarse directamente, pero pensó que quizá estaban pecando de paranoicos... quizá solo había sido una mera coincidencia. Ashtalot se encontraba instalado en la diócesis Alfa-Agemo, y había ido a organizar una misa. ¿Dónde? Pues en el templo más cercano, por supuesto. El que ella y Tomish estuvieran en el mismo camino había sido una casualidad.

Por fin, se levantó y le tendió el brazo a Tomish para que lo tomase. Pese a todo decidió ser precavida.

-*Tomish, ante cualquier problema, ve al coche y vete. No me esperes.* -le susurró al oído disimuladamente.

Toomish esperó pacientemente a que Illiath se levantara, y con una sonrisa la tomó del bracito mientras se incorporaban a la fila que salía del templo, pensando que, por suerte, todo había ido bien. Pero su sonrisa se esfumó con las palabras susurradas de su patrona.

- *¿Qué?* - Preguntó, visiblemente sorprendido, mirándola a los ojos. - *¿Estás de broma, no?*

Illiath lo miró seriamente.

-*No.* -dijo escuetamente.

Tomish, desconcertado, sólo atinó a sostener el brazo de Illiath con más firmeza, como pretendiendo, con ese gesto, dar a entender que no estaba de acuerdo, que su deber era estar allí, a su lado, pasara lo que pasara. Pero no pareció ser capaz de expresarlo con palabras, y de algún modo la resolución parecía debatirse con el hecho de que había recibido una orden directa... y aquella lid se podía observar en sus ojos inquietos, que se desviaron hacia la multitud.

Una multitud tranquila, paciente, que había llenado la pequeña iglesia que de repente parecía más grande, y ahora abandonaba con total parsimonia, calma y orden el lugar, en una larga, parsimoniosa y calmada cola de una lentitud exasperante.

Sin embargo los temores de Illiath parecían infundados. Eventualmente ambos antreri llegaron al exterior, donde el atardecer ya casi había muerto y poco a poco el cielo empezaba a oscurecerse, sin que absolutamente nadie les dijera nada.

Caminando con calma, se dirigieron hacia su vehículo. El otro, el de la abolladura, seguía en el mismo lugar, impretérrito.

Tomish miró a su patrona, cuyo brazo seguía sosteniendo, en una silenciosa pregunta.

Illiath le devolvió la mirada con un gesto entre sorprendido y alegre. Tanto preocuparse...

Finalmente le sonrió.

-*Vayámonos de aquí* -le susurró casi sin poder contener la emoción de alejarse de aquel lugar.

Tomish asintió, abriéndole la puerta a su patrona. Cuando Illiath estuvo instalada cerró y ocupó su lugar.

La salida del recinto de la Iglesia fue tan lento como el anterior, pero pese a la espera, eventualmente se encontraron en marcha y alejándose.