Partida Rol por web

El Heaven Dragon era un pequeño establecimiento que habitualmente funcionaba como un Izakaya en el que además de venderse alcohol en cantidades industriales, se elaboraban comidas de origen japonés y de otros países próximos como eran Corea, China y Tailandia. 

Se situaba en el bajo de una edificación de reducido tamaño y su exterior era bastante modesto, con una puerta negra corredera a modo de entrada, tras ésta se vislumbraban unas cortinas que ocultaban el interior de las miradas indiscretas. Una vez dentro, pudo comprobar Tobu que nada había cambiado desde los tiempos en que acostumbraba a dejarse caer por allí, entre otras razones para visitar a Keisuke, hijo de Watanabe-san quién regentaba el sitio. Seguía estando bastante frecuentado por gente joven que a primera vista no se los podría calificar como los ases de los estudios pero eran bebedores de primera y escandalosos de segunda.

Hogar dulce hogar...

—¡Okaeri! —saludó una voz chillona que precedió a una gran reverencia, al incorporarse Michiko-así se llamaba la camarera- les preguntó si iban a ser dos comensales al tiempo que subrayaba sus palabras con los dedos de la mano. Entonces pareció darse cuenta de algo:

—¿Oye? ¿Eres Tobu? ¡Soy Michiko del instituto! Madre mía lo que has cambiado. Perdonadme, ¿entonces sois dos? —confirmó nuevamente cumpliendo el protocolo de camarera—. Seguidme, me alegro mucho de verte por cierto.

Tobu había llamado nada más salir de la comisaría a Keisuke, quien esta vez lo cogió tras un par de tonos. Una breve charla, un par de preguntas de rigor sobre como iba todo y supo que estaba ahora mismo haciendo unas gestiones fuera del Heaven Dragoon, pero que avisaría a los mastodontes que protegían el local de su llegada. Así podrían entrar con las armas sin ningún problema.

El sitio presentaba el mismo aspecto que la última vez que lo visitó. El viejo cartel desgastado por el paso de los años, el aroma del alcohol y de la comida que inundaba la sala, la viveza de los jóvenes medio borrachos y alocados... Todo esto le provocaba una punzada de nostalgia al rememorar tiempos no tan lejanos, aunque le pareciera que había pasado un mundo desde la última vez que estuvo allí. Al acceder a su interior, escuchó una chillona voz que le resultaba vagamente familiar, se quedó sorprendido al ver a una de las camareras, antigua compañera del instituto, que le reconoció al instante. Él correspondió al saludo esbozando una leve sonrisa.

—Hai, somos dos. Y lo mismo digo, me alegra verte tan bien -dijo mirando a Michiko con una expresión pícara, recorriendo su fina anatomía hasta que recordó el motivo de su visita-. Ponme un vaso de sake cuando puedas. Para mi compañero... bueno, lo que pida él. Por cierto, ¿sabes si está Okina Kuma¹ por aquí?

Preguntó directo, pues no tenían mucho tiempo que perder. Observó de mientras por encima del hombro a su alrededor, contemplando el panorama. Una de las puertas de la sala estaba cubierta por una gruesa cortina negra que impedía ver qué se ocultaba tras ella. Él sí lo sabía. Normalmente se congregaban varios jefazos alrededor de una gran mesa con ganas de apostar ingentes cantidades de dinero en partidas de Mahjong o Shogi; amén de empinar el codo con alcohol que corría a cargo de la casa. Supuso que Watanabe-san estaría en el despacho anexo a aquella habitación, llevando temas de contabilidad como tantas otras veces cuando había visitado el negocio.

—Una de sake y... —preguntó a la espera del pedido de Baiken, en cuanto lo tuvo hizo amago de marcharse pero se detuvo al ser interpelada por sus clientes.

—Kuma-san está en su despacho, ¿quieres que le avise de que habéis llegado o ya le han llamado? Normalmente no admitiría que nadie entrase en su despacho pero, a veces espera gente allí así que... ¡Ah! supongo entonces que podrán ir cuando deseen, voy a ir trayéndoles el pedido en lo que miran la carta por si tienen hambre y desean algo para comer. Señor... No sé si Tobu-san se lo ha comentado pero nuestra especialidad es el okonomiyaki¹, lo hace el cocinero en su plancha y luego se la trae a su mesa para que la coman directamente de la plancha si lo desean.

En ese entonces se fijó Baiken, que la parte central de la mesa era metálica como acostumbraban muchos locales especialistas en la comida típica de Osaka. La oscuridad y el deseo de finiquitar la visita por la vía rápida habían hecho que aquel detalle se le pasase desapercibido hasta su mención por parte de la camarera.

Baiken se sentía visiblemente incómodo entre tanta juventud, y con Tobushiro al lado, cualquiera podría pensar que era su padre. Cuando la camarera acudió a atenderles, él permaneció en un meditado segundo plano, pues quería ver cómo se desenvolvía el chico en esa situación. Tobu había sido siempre más cercano a Kawauso porque a él nunca se le había dado exactamente bien la camaradería y el compadreo, y temía que el rufián pudiera ejercer una mala influencia sobre él, que todavía era tan joven. Le veía potencial, y aunque tenía algún que otro vicio, no era nada a lo que no pudiera plantarle cara. El Heiho quería sinceramente verle convertido en un verdadero hombre del Clan.

La camarera le sacó de sus pensamientos cuando le volvió a interpelar acerca de su bebida, y empezó a recomendarle platos. Baiken se limitó a levantar la mano para mostrarle dedos dedos, el índice y el corazón, que le indicaban que quería lo mismo que Tobu, y también sin querer el meñique mutilado. No quería alargar eso más de lo necesario, y podrían parar para comer todos más adelante. Negó con la cabeza, y con la sombra de una sonrisa recorriéndole la cara aguardó pacientemente a que la chica se alejara. Entonces sacó un sobre, el que habían sacado de Surimu Joe, y lo dejó frente a Tobu.

—Para las negociaciones, Tobu-san —dijo, y volvió a ajustarse bien la chaqueta, pues al buscar el dinero había acariciado con la mano la culata de su pistola, que estaba enfundada no muy lejos del bolsillo.

Tobu recogió el sobre con el dinero mientras lo guardaba con disimulo en su bolsillo. Tampoco creía que fuera necesario sobornar a Akuma, pero nunca se sabía. A fin de cuentas llevaba tiempo sin saber de él y quizá se hubiera vuelto una persona más codiciosa y capitalista de lo que él pudiera imaginar en un principio. Cuando Michiko trajo la bandeja con la bebida, lo agradeció con un ligero asentimiento pero no pidió nada para comer; no tenía hambre en ese momento. Quería finiquitar cuanto antes el asunto, así que cogió el vaso de sake y lo vació de inmediato, levantándose en dirección al despacho de Okina Kuma. Le hizo un gesto a Baiken para que estuviera preparado por si ocurría algo extraño.

Descorrió la pesada cortina, entrando en la habitación donde unas carcajadas bastante exageradas acompañaban una partida de Shogi, con muchos fajos de billetes dispuestos encima de una mesa. Cuatro individuos de mediana edad, acalorados y bebiendo sin parar, eran los que se encontraban reunidos alrededor de la misma. Tobu siquiera hizo ademán de saludarlos, pues estaban enfrascados en la partida. En una silla estaba sentado una especie de guardaespaldas del dueño del local, quien al ver al joven Chimpira, con un brillo de reconocimiento en sus ojos, le dedicó una sonrisa. Pasó a su lado saludando con una mano y se detuvo golpeando con los nudillos la vieja puerta del despacho. Una voz grave y cansada se escuchó al otro lado preguntando quién era. 

—Wakai doragon¹ –comentó con tono firme.

Unos segundos de silencio y Akuma Watanabe le indicó que entrara. Tobu cerró la puerta tras de sí y se encaminó hasta el que había sido su protector tiempo atrás. Probablemente ahora las tornas cambiarían...

El sitio al que entró Tobushiro podría haber parecido un almacén por los estantes metálicos que cubrían todas las paredes a excepción del paño en el que se abría al exterior, una ventana. Sin embargo en el centro había un escritorio que ocupaba Watanabe. 

—¡Tobu-san, qué tal tío, cuánto tiempo! —saludó Kuma-san al verle llegar—. ¿Qué te trae por aquí que hace mil años que no te veo? 

Se levantó sonriendo abiertamente y se acercó con la intención de fundirse en un abrazo con su viejo amigo. Había llovido tiempo desde la última vez que se vieron y en origen le llamaban oso por su tamaño voluminoso para los estándares del país naciente. Parecía que con el tiempo había querido reforzar la imagen que todos tenían de él con una voluminosa barba de hipster que le hacía parecer más fiero.

—Lo último que supe es que te habías unido a los Matsumoto-kai. Cuéntame.

Baiken caminó frente a los jugadores sin prestar demasiada atención ni a la partida en sí misma ni a la absurda cantidad de dinero que se disputaban, limitándose a seguir a Tobu, como si fuera su guardaespaldas. Saludó al vigilante con un asentimiento neutro de la cabeza, y accedió a la oficina del Gran Oso con él cuando se lo indicaron, tras el joven Yakuza. El tal Okina Kuma era un tipo grande, y con la barba tan densa que tenía en la cara, al verlo había pensado que era otro gaijin más, como Surimu Joe. El Heiho se relajó al escuchar su impecable japonés y al reconocer sus facciones niponas cuando tuvo la oportunidad de acercarse un poco más, y le dedicó una reverencia educada.

El abrazo que compartió con Tobu le sorprendió. ¿No había dicho que era el padre de un amigo?  Enarcó una ceja, mientras entrelazaba los dedos frente a su cintura, y aguardó a que la conversación empezara. Sentía verdadera curiosidad, pues cabía la posibilidad de que los principios de aquel hombre se pusieran a prueba. Al fin y al cabo, iban a inmiscuirse en su relación con Hashimoto y Hamasaki y en los negocios que compartieran.

Okina Kuma estaba visiblemente cambiado desde la última vez que se cruzaron. Había perdido algo de pelo y también había ganado peso; pero sin duda era la frondosa y tupida barba lo que más destacaba en su rostro. Desde luego esa barba iba en consonancia con su apodo y le daba un aspecto más intimidante. Tobu se sorprendió por la aparente felicidad con la que le saludó correspondiendo al abrazo dándole un par de palmadas en la espalda.

—El negocio prospera por lo que he visto ahí atrás. Se te ve bien; y esa barba no te queda mal –murmuró observando cómo se apoyaba en el escritorio cruzándose de brazos-. Bien, ya sabes que me uní a la familia. Supongo que era lo más lógico dada mi situación por aquel entonces. Debía encontrar un camino, un lugar donde sentirme realizado. El clan me lo ha ofrecido –asintió a lo que acababa de expresar, plenamente convencido de sus palabras.

Recorrió con la mirada el despacho, perdiéndose entre los múltiples estantes. Finalmente volvió la vista hasta Kuma-san.

—La razón de mi repentina visita no es para rememorar viejos tiempos o para tomar unos vasos de sake –dijo atusándose la chaqueta, sintiendo el tacto metálico de Kossetssu debajo de ella-. Necesito saber dónde puedo encontrar a Hamasaki-san. Sé que has empezado a relacionarte con Hashimoto-san y sus negocios, así que no espero que te muestres sorprendido. Pero conociendo a la gente que conoces, estoy seguro que habrás tenido por aquí a ese tipo. Te pido como favor de viejo conocido que me proporciones algún lugar que frecuente o algún dato de interés. Es importante. Y no podemos perder mucho tiempo.

Tobu retrocedió un par de pasos cogiendo perspectiva del rostro de su interlocutor. Tragó saliva y esperó a que contestara mirando de reojo a Baiken, quien se mantenía con un semblante serio e impasible junto a la puerta. El bate bajo su chaqueta parecía hacerse más y más pesado con el paso de los segundos. "No me hagas utilizarlo, Kuma-san..."-se dijo a sí mismo.

La mención a los negocios puso en guardia al guardaespaldas que custodiaba la puerta y que los acompañó siguiendo sus pasos a una distancia respetuosa. Por su parte Watanabe se rascó la papada que quedaba oculta bajo su frondosa barba como si no quisiese dar importancia a las palabras que acababa de escuchar.

– Tobu… Creía que veníais como el viejo amigo de mi hijo, diablos te he visto por aquí desde que eras un chiquillo que se estaba haciendo, ¡sus primeras pajas! –a nadie le pasó desapercibido el detalle de que esta vez no había usado el sufijo, el tono había ido subiendo en cadencia hasta que la última palabra la dijo en un tono de grito.

–Sin embargo, veo que vienes a mearte en la olla que me da de comer, maldito desgraciado. ¡Vienes además con un bate!… ¿Te crees que no lo he notado? –Alzó entonces la mano deteniendo a su guardaespaldas quién pareció querer poner remedio al tema del arma–. Explícame ahora por favor, por qué debo hacerlo. Por qué debo joder a los Matsumoto-kai, joder podías estar con la pasma ahora mismo.

–Si no me convence la razón… –dejó las palabras en suspenso para a continuación abrir el cajón de su escritorio, tomó algo y lo depositó encima del mostrador. Se trataba de una reluciente magnum.

Pudo fijarse entonces Baiken, mirando por el rabillo del ojo cómo el que estaba en su retaguardia, cubriendo la puerta, se ponía en guardia listo para reaccionar si la situación lo exigía.

​

Baiken ahogó un suspiro cuando la tensión empezó a inundar la sala, pero se mantuvo frío como un tempano de hielo. Sopesó el ofrecerle al Gran Oso que ellos se hicieran cargo de sus negocios, que lo que fuera que obtenía de Hashimoto se lo diera ahora el que era el saikoukanbu de todos ellos, Akiyama-sama, pero solo de pensarlo ya se puso enfermo. Si él ya veía ese gesto como una intromisión deshonorable —no era eso lo que el wagashira les había pedido—, ¿qué pensarían los demás? No le parecía apropiado, pero tampoco lo era invocar la autoridad del oyabun, pues operaban desde el secretismo. No, tendrían que convencerle ellos mismos, engatusarle con sus lenguas. 

Por primera vez en su vida, Yasui Baiken echó de menos a Kawauso. 

—Kuma-san. Desconozco qué clase de negocios tenéis con Hamasaki y Hashimoto, pero por vuestro bien y el de vuestra familia, os recomiendo ponerles fin ahora mismo —la mirada del gigante cambió, y Baiken se dio cuenta de lo amenazante que habían sido sus palabras más tarde incluso de lo que lo había hecho él. No había sido su intención, por lo que intentó matizarlo—. No lo interpretéis como una amenaza, pues no lo es. Hashimoto es un perro sin honor, y sus días están contados. 

Entonces miró a Tobu, al que asintió rápida y tajantemente. 

—Tobushiro. Dale el sobre. 

La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo. Tobu supo de inmediato que Kuma-san no les iba a decir nada por las buenas. Algo había cambiado en él; en su mirada, en su gestualidad, en su forma de ser. Contempló con rostro serio la magnum que había depositado encima de la mesa, consciente de la situación. El guardaespaldas de Okina Kuma estaba también en alerta y preparado para lo que fuera a acontecer. El tiempo parecía ralentizarse y sucederse de una manera mucho más gradual, como a cámara lenta. Caminó incómodo de un lado a otro de la habitación escuchando la intervención de Baiken, quien con su habitual aplomo, intercedía para calmar los ánimos.

—Kuma-san, ya le has oído. No quiero que lleguemos a las hostilidades –respondió sin apartar la vista del revólver-. Sabes que te tengo un gran respeto y aprecio. Por eso me he personado aquí y no he enviado a un grupo para que se encargara de todo. Necesitamos que termines el negocio con Hashimoto-san, pues las cosas pueden empeorar con el paso de los días... Y eso no lo podemos permitir. Como muestra de buena fe, coge este sobre con dinero. Puedes hacer lo que quieras con él –dijo lanzando el sobre la mesa.

Aguardó a la reacción del padre de Keisuke, inquieto por si el dinero y las tranquilizadoras palabras no eran suficientes motivos para convencerle de cortar relaciones con Hashimoto.

Kuma se fijó entonces en el sobre de papel que depositaron los dos yakuzas sobre la mesa. Se quedó observando unos segundos el espesor del mismo como si quisiera sopesarlo antes de hacer un movimiento, y tras unos segundos de duda acabó por extender la mano para tomarlo. 

Una vez certificó que el contenido le satisfacía, lo depositó en el cajón junto con la magnum. Advirtieron entonces movimiento junto a la puerta como si el segundo de aquella sala se hubiera relajado con aquel arreglo.

—Esto cubrirá los gastos sí, por una semana supongo. A partir de ahí tengo que tener algo medio apañado o vamos jodidos, bueno podría... —levantó entonces la mirada al ver que no se habían marchado—. Supongo que no vendrá por este asunto, quiero decir, sois de la misma familia y vuestras mierdas las habréis resuelto. Sus días están contados quiero decir.

—Bueno, ahora os acompañan al exterior, voy a empezar a ir moviendo todo, prepararnos para contingencias con la recaudación que no abonaremos y bueno... Empezar a redirigir esto.

Al abrir la puerta empezó a escucharse el alboroto característico de la partida con algunos murmullos de fondo que venían de la parte de restaurante de la izakaya en la que estaban.

Baiken miró extrañado a Kuma y después a Tobu. El Gran Oso parecía que daba por zanjado el asunto... y no les había dado ni una pizca de información. No sin cierta consternación, el Heiho tomó la palabra una vez más: 

—¿Y bien? ¿Qué puedes decirnos de Hamasaki, de Hashimoto? Necesitamos encontrarlos —reiteró.  

El oso suspiró como si le costase respirar. Al final de resignó y aflojó prenda:

–Es más fácil encontrar a Hamasaki en su oficina. Está enfrente del Starbucks que está frente al teatro de Umeda. Encima del Family Mart. No se me ocurre otra forma mejor.

“El dinero siempre es bien recibido por todos. Abre muchas puertas y cierra otros tantos conflictos” –pensó viendo cómo el ambiente se relajaba tras el tenso momento anterior. Se alegraba de no tener que iniciar una pelea con Okina Kuma, pues le respetaba y aunque hubiera hecho negocios con Hashimoto, no le veía como un objetivo a eliminar. Otro caso era el tal Hamasaki. Ese tipo sí que podía estar pasando sus últimas horas en el mundo de los vivos. Kossetssu se encargaría de hacerle más fácil su llegada a los brazos de Izanami.

—Domo arigato, Kuma-san. Espero que si nos volvemos a ver, sea sin armas de por medio. Dale recuerdos a Kei –concretó aguantando durante unos instantes el contacto visual antes de girarse hacia la puerta-. Baiken-san, vámonos. Aún tenemos trabajo que hacer.

Salió del despacho mientras sacaba el móvil para llamar a Kawauso.

—Tenemos la dirección de Hamasaki. Está frente al teatro de Umeda. Os esperamos por los alrededores, salvo que hayáis averiguado algo mejor –esperó a que su compañero le informara.

Tras el escueto intercambio de información, colgó y salió del Heaven Dragoon. Tenía el presentimiento de que se avecinaba una tormenta.

Baiken acompañó al exterior a Tobu y, una vez fuera, aguardó a que terminara de avisar a los demás. Si la dirección que Kuma-san les había dado era correcta, entonces estaban un paso más cerca de Hashimoto. Ignoró la picazón de la inquietud que sentía siempre que sabía con antelación que iba a tener que recurrir a la violencia, y se distrajo observando el interior del local a través de la puerta que se abría y cerraba. Al ver a los comensales, se arrepintió de no haber pedido el celebrado okonomiyaki del restaurante, pero ya era tarde. Tendría que contentarse con agarrar algo de algún yatai¹ antes de ponerse en marcha.

—Tobushiro —dijo, cuando este ya iba camino de su moto—. Has hecho bien, ahí dentro. Kuma-san no es miembro del Clan, pero eso no quiere decir que nuestros objetivos no sean compatibles. Es… La Yakuza está cambiando por culpa de gente como ese maldito Hashimoto, ¿entiendes? Antes prestábamos más honor a las cosas importantes, al honor y a la gente. Es… es algo que a mí me costó bastante aprender.

Entonces se calló, confundido, como si hubiera perdido el hilo o no supiera muy bien lo que estaba intentando.

—No sé… si me he explicado bien… —dijo, meditabundo, consciente de que estaba muy fuera de su zona de confort. Sacudió la cabeza, e intentó desdecirse— Olvida lo que he dicho, ¿vale? Vamos a comprar algo para comer.

Y con aquella reflexión, que aunque pronunciada en voz alta parecía más bien intimista, la pareja de yakuzas se fue a un cercano restaurante de soba para llevarse algo al estómago y de paso, hacer tiempo hasta que llegasen los otros dos.

En el restaurante, el sonido del soba sorbido de manera ruidosa únicamente era interrumpido por los ansiosos bocados que le pegaban a las patas de calamar que habían elegido para acompañar su menú. En ese momento silencioso se dieron cuenta de que hasta aquel momento habían estado haciendo sus pesquisas, pero a partir del momento en el que fuesen a la oficina abierta por Hamasaki en la zona de Umeda... No habría vuelta atrás.

-Fin de escena-