Partida Rol por web

Permanecí en silencio mientras mi señor, y aquellos a los que les correspondía tomar las decisiones dilucidaban, rezando veladamente para que no se empeñaren en salir en plena noche, que bien había oído yo al sargento hablar de los fríos que aún se daban fuera del pueblo, y poco me placía la idea de sentir tales en mi piel. Menos aún me gustaba la idea de andar tras brujas, aunque haría lo que me ordenara mi señor sin pensarlo. Pero, entre medias, me encomendaba yo a Alá, al que mi señor llamaba Dios, que, aunque oraciones no sabía, aún recordaba cómo rogar, algo que bien hacía antes de perder la lengua.

Finalmente había yo de tomar la decisión. Decidíme, tras meditarlo brevemente, por seguir a la lógica et fazer caso al rostro de la mayoría de los míos. Non había que forzar más el asunto. Bastante asustados et contrariados andaban ya ante la perspectiva de combatir a una bruxa como para añadir un marcha por camino desconocido durante la noche.

Yo non hubiera dudado en partir en aquel mesmo momento, empero un buen lider debe velar por los suyos. A fin de cuentas de aquestos depende o non el éxito de sus acciones...

-Partiremos al alba, con la primera lux. Descansad pues.

Et fize yo lo propio, que non era otra cosa más que estirar los huesos en el camastro et intentar recobrar ánimo con una devota oración, et fuerza con un reparador descanso.

-Et non olvidéis vuestros rezos. -Añadí. -Nos farán falta...

Púseme en pie, y sonreile a mi compasivo señor, que siempre tenía en consideración a sus humildes siervos a la hora de tomar decisiones. No cabía duda de que Alá al fin se había apiadado de mi torturada alma, y había decidido ponerme en manos de un hombre justo. No pudiendo contener el agradecimiento que de mi emanaba, hice una reverencia a mi señor, aunque sobra decir que de allí no me moví, esperando a que él saliera, o diere orden de marchar a descansar.

Nada había dicho Agneta en respuesta a la alternativa entre salir al alba o hacerlo de inmediato. En verdad, a la gitana poco le cambiaba la perspectiva lo uno o lo otro, que lo que a ella le preocupaba no eran peñas o barrancos, sino la negrura del poder que les esperaba acechando cuando llegaran.

Pero dormir sería un alivio, si conseguían hacerlo, tras un día de apurado trajín curando heridos, o acarreando muertos.

Así que se dispuso a descansar, ovillándose en el suelo junto a la chimenea, ahora bien apagada por causa de los calores.

Cerró los ojos, y en su interior los abrió a su alma.

¿Rezar...? Años ha que no lo hago... si es que lo hice alguna vez a plena consciencia. Pero... ¡Dios mío! Sí que necesitaremos de tu ayuda... Por eso te la pido con mis propias palabras, y no con el Pater Noster que ya ni recuerdo...

Ahmed suspiró aliviado al saber que no saldrían esa noche. Bastante peligroso dirigirse a la guarida de una bruja como para encima hacerlo de noche. Como solía hacer metódicamente, se arrodilló a rezar hacia el este cuando acabó de alistar sus enseres pidiendo a grande Alá que les protegiera de cualquier cosa que les pasara en su aventura.

El marino miraba de hito en hito al caballero y sus protegidos. No le sorprendía su decisión pero sí estaba frustrado, no podía quitarse de la cabeza el hecho de que estaban a punto de ser atacados de nuevo, quien sabía cuando. Con una mueca desagradable en la cara se dirigió a una pared, donde se dejó caer junto a sus pertenencias, con la ballesta cuidadosamente colocada donde pudiera agarrarla de ser necesario. Una vez sentado en el suelo, murmuró unas palabras casi inaudibles en francés. - _{Poltrons espagnols. Nous devrions chasse la sorciére, pas cacher comme enfants} -

Mientras volvía a meter en su bolsa las mantas que no necesitaría aquella noche, encontró algo que casi había olvidado. Una cruz tallada de buena madera, sacada de casa de su hermano antes de partir. Aunque era buen creyente no era muy dado a los rezos ni a las iglesias, sobre todo porque creía que su alma estaba ya condenada por una juventud de piratería. Sin embargo, sacó la cruz y la contempló meditabundo largo rato antes de guardarla de nuevo. Si para sus adentros había realizado alguna silenciosa plegaria, solo él lo sabía.

Vi al francés ensimismado en una cruz, y pocos franceses conocía yo que fueran beatos. No es que Diègue lo pareciera, pero tampoco Agneta parecía de buen rezar, pese a que se dice que la mujer es más fiel a Dios que al hombre, pese a curas y caballeros... Et precisamente el caballero calatravo, a quienes los dos esclavos parecían guardarles sonrisas por la acertada decisión, se pronunció con coherencia (también según mi pensar) que de noche poco y mal salieran las cosas, que si de brujas y otras barbaridades hablamos son en la sombra cuando hacen su quehacer diario...

Me fui a una esquina, saqué mi carcaj y púseme a revisaar las flechas. Acto seguido, metí las dos manos en mi zurrón, tal que si fuera como a encontrar oro o algo más preciado allí, y saqué el conjunto de enseres médicos: quería revisar el equipo antes de dormir.

Uno a uno los miembros del grupo se fueron acomodando como pudieron. No cupieron todos en el mismo sitio, de manera que hubieron de dividirse y echarse en el suelo envueltos en mantas donde pudieron. Pronto sobraron las mantas, pues el tiempo en aquella noche era caluroso y el aroma a la muerte, el humo de la pira de los perros llegaba e inundaba vuestras fosas nasales de un hedor tan repugnante, que daba naúseas y del que tardaríais mucho tiempo en olvidar.
 

Fingiste que te echabas al suelo con tus cosas y que te quedabas dormido. Cuando escuchaste los ronquidos de Ahmed que era el que estaba contigo, te levantas.
 

En prudente silencio púseme en pie, descalzos los pies y muda la lengua desde hacía ya tantos años que ni recordaba yo lo que era hablar. Al menos para este menester me serviría, evitándome de gruñidos traicioneros y otras desgracias que le pueden acontecer a uno cuando trata de caminar en silencio. Pese a ello, no podía evitar que el miedo me atenazase las piernas y me hiciese desear permanecer donde estaba.

Tampoco es que albergara yo maliciosas intenciones en mi salida: nada más que hacerme con algún que otro utensilio, algo que me ayudare a servir mejor a mi señor. Que lo habría pedido de haber podido, pero no tenía forma de decir lo que me habría sido valioso, ni monedas para comprarlo, y no me parecía que sacudirle la sotana a don Jaume y ponerme a señalar como un burro aquello que me hacía falta fueran maneras.

Así pues, me deslicé descalzo, con intención de llegar hasta las cocinas, y hacerme ahí con algún cuchillo o herramienta que me pudiera valer para tallar la madera, y con alguna hierba, si es que allí la había, y volverme de vuelta a mi pedazo de suelo, del que con miedo me levantaba de que mi señor me viere y pensare que trataba de escapar. Miré en un gesto implorativo al cielo, que más bien era techo, y me puse en marcha.

A pesar de que el esclavo se movió como un verdadero felino, nadie habría reparado en él después del atroz día que había vivido la pequeña aldea. Los heridos estaban casi todos dormidos y los pocos que iban a morir muy pronto yacían con los ojos cerrados aguardando su destino. Apenas había tres personas vigilando en todo el pueblo, los cuales fueron hábilmente evitados por el esclavo en su aventura nocturna.

Buscó en la posada y encontró un hermoso cuchillo que seguramente usaban para despiezar carne, la hoja estaba menos mellada de lo que Cinque se podía imaginar, había más cuchillos, pero quizás al tomar prestados tantos, pudiese poner en un aprieto a su señor.

Respecto a las hierbas, no hubo tanta suerte, todas las que había disponibles en casa del que hacía las funciones de boticario con más empeño que acierto, habían sido utilizadas ya en los heridos. En las tres casas que estuvo no hubo suerte, así que tuvo que abandonar por miedo a ser descubierto.

Sí encontró varias herramientas, una pala y una azada que conocía muy bien por ser invento de los suyos, pero duda si coger algo tan aparatoso o no...

Difícil me sería ocultar esas herramientas, mas de utilidad podrían ser, si es que andábamos planeando meternos en veredas de brujas. Así pues las cogí, confiando en que mi señor no me pediría explicación alguna por portarlas, pues no podría dársela. Y quién sabe, tal vez ni se fijara...

Por si acaso eché un vistazo, a ver si veía un saco, un pedazo de tela, o algo con lo que taparlas. Que mejor sería que no estuvieran muy a la vista, no fuese a ser que alguien las reconociera, y culparan a mi señor de haberlas robado, o de haberme mandado a mi a robarlas. No deseaba yo tales desgracias, pero, con tela o sin ella, me las llevaría. Que peor serían las desgracias del camino que el desagrado de los pueblerinos, que, por otra parte, más bien habrían de andar agradecidos a mi noble señor, de todo lo que éste les había ayudado.

Hiciste un burruño con un trapo y lo cubriste con otro para que pareciese que las herramientas seguían allí, las cubriste con tu túnica o chilaba y volviste junto al resto antes de que nadie pudiese darse cuenta de tu ausencia.