Ilviel permaneció unos segundos, mirando a su marido a los ojos. Las lágrimas seguían resbalando por sus mejillas, aunque había fruncido los labios en una mueca para contenerlas. Finalmente, abrió ligeramente los labios, balbuceando, y frunció el rostro en una mueca de frustración y angustia. Su mano derecha se convirtió en un puño, golpeando a Galand en el pectoral izquierdo, con fuerza.
La Sylvain era una hechicera. Si quisiera hacer daño real a Galand, hubiese conjurado y recurrido a la fuerza de su Alma para destrozarlo. Sin embargo, recurrió a su propio puño, descargando la frustración y tensión acumulada. Un golpe. Dos golpes. Tres golpes. Haciendo retroceder a Galand un par de pasos.
— ¡VEINTE AÑOS!— bramó Ilviel a pleno pulmón, liberando todo lo que llevaba dentro. El eco se escuchó en las paredes del claro, con un coro de árboles—. ¡VEINTE AÑOS A SOLAS CON TUS PENSAMIENTOS, GALAND UL DEL VERDANTIS!— continuó gritando.
El tiempo para un Sylvain era relativo, en comparación al de un humano. Al fin y al cabo, ambos tenían un par de cientos de años a sus espaldas, y les quedaban otras centenas. El sentido de la urgencia no era similar, y podían vivir a un ritmo más... pausado. Sin embargo, todo tenía un límite, y parte del nivel de conocimiento, sabiduría y poder que ambos Sylvain habían alcanzado residía en su edad.
Por otro lado, aquella no tenía nada que ver con la personalidad habitual de Ilviel. Galand sólo la había visto tan fuera de sí cuando peleaba contra los Inquisidores. Sin embargo, en aquella situación era... comprensible.
— ¡¿CREES QUE YO NO QUERÍA A SOLAS CON MIS PENSAMIENTOS?!— siguió, con las lágrimas aún en los ojos, poniendo ambas manos, encogidas en puños, a ambos lados, tensando los hombros. La hierba a su alrededor ondulaba levemente, con pequeños fragmentos de tierra flotando levemente. No parecía hacerlo a propósito, pero estaba acumulando Zeon—. ¡¡¡POR SUPUESTO QUE QUERÍA!!! ¡Y AÚN ASÍ HE LLEVADO ESTO VEINTE MALDITOS AÑOS!
Patosamente, fruto de la tensión, agarró su Eru Pelegrí y se lo arrancó de la oreja, haciéndola sangrar. Aunque pudiese curarse con su propia magia en instantes, resultaba dramático verla así. Lanzó el pendiente contra el pecho de Galand, con fuerza, aunque era un objeto pequeño e indoloro rebotando contra su gabardina.
Entonces, conforme pequeñas piedras comenzaban a flotar a su alrededor, la mujer relajó los hombros y se dejó caer de rodillas frente a Galand, sollozando, aunque trataba de ahogar el llanto. Las piedras y la tierra cayeron a su alrededor, y la hierba dejó de oscilar.
— Veinte años, Galand— murmuró entre sollozos—. Veinte años abandonada y humillada— añadió con rencor—. He estado con los demás— se sobreentendía que hablaba de Los Perdidos—. Cuidando de... cuidando de...— se calló, aferrando la hierba con su mano derecha y tirando de ella, desahogándose.
Galand presenció el desahogo de Ilviel con una actitud aparentemente impasible. Aunque sus ojos estaban anegados por su anterior llanto, su expresión se mantuvo serena mientras la elfa gritaba y le golpeaba el pecho.
Ni siquiera se inmutó cuando el Zeon de Ilviel comenzó a arremolinarse como una joven tormenta.
Cuando el Eru Pelegrí golpeó su pecho, el elfo lo recogió, haciendo un cuenco con las manos. Durante unos instantes desvió la mirada de su mujer para fijarse en el pequeño pendiente ensangrentado.
Observó en silencio como Ilviel se dejaba caer finalmente de rodillas, el fuego de sus pulmones apagado - por el momento.
Durante aquel corto minuto - que se hizo eterno para Galand - el elfo no habló ni reaccionó a los gritos de su esposa. Y no porque no sintiese nada. No porque no tuviese nada que decir. No porque todo aquello no le importase.
Simplemente se encontraba bloqueado.
Bloqueado por la tristeza, por la rabia, por la culpa. Galand, a su cuarto de siglo de vida, sabía que no tenía excusa alguna que darle a Ilviel. No podía justificar su desaparición, el abandono. En aquel momento tan solo podía lamentarse por la estupidez de su yo pasado, por su desconsideración.
Preferí vivir aventuras en solitario que tratar de retomar la que había comenzado con Ilviel.
Aquel fue el amargo pensamiento que recorrió su mente y bloqueó sus labios. Sentía un nudo en la garganta, y una presión en el pecho. Creía que iba a vomitar, pero, cuando vio a Ilviel de rodillas en el suelo, Galand sintió la obligación de arrodillarse frente a ella.
Galand quiso alzar una mano, tocar a Ilviel, limpiar la sangre de su rostro. Pero, de nuevo, temía el rechazo.
- Ja-jamás… - comenzó a hablar, titubeante - Podré compensar esto - afirmó categóricamente, con la voz cargada de tristeza.
Galand cerró la mano con fuerza, allí donde sostenía el Eru Pelegrí. Era uno de los Sylvain más poderosos que se conocía. Y en aquella situación le estaba costando tanto respirar que bien podría estar en un duro combate.
Tan turbado estaba el elfo, que no apreció las últimas palabras de Ilviel hasta que hubieron pasado un largo medio minuto.
- ¿Cuidando de…? - preguntó, con un hilo de voz. Confuso, sorprendido.
¿Qué tenía aquello que ver con el enfado de Ilviel?
Ilviel permaneció en silencio, ahogando sus sollozos poco a poco. Arrancó con delicadeza, con dos dedos, unas briznas de hierba con una pequeña flor, y jugueteó con ella, girándola entre ambos dedos, mirándola intentando serenarse y distrearse. Cuando el sollozó se convirtió en poco más que un moqueo cada pocos segundos, aspirando con suavidad por la nariz, se frotó las mejillas con la mano libre, apartando la película de lágrimas pegada a ellas.
— ... tu hijo— escupió sin más, con hilo de voz tan bajo que Galand casi pensó haberlo imaginado—. Tu otro hijo, Galand— añadió bajando la mirada hasta su propio calzad, casi tocándose el pecho con la barbilla—. Tiene 20 años.
Suspiró, elevó la mirada para mirar a Galand a los ojos unos instantes, y entonces soltó una solitaria risa nerviosa, justo antes de desviar la mirada a unos árboles, por encima del hombro de Galand, y comenzar a sollozar otra vez.
— Le dije, le dijimos, que su padre estaba cumpliendo órdenes para el Príncipe— comentó, intentando forzar una sonrisa con los labios torcidos, reprimiendo un llanto adolorido. Tenía el ceño fruncido, intentando no llorar—. Nérelas vio potencial en él, siendo hijo nuestro, y se ha convirtió en una especie de figura paternal y mentor para él.
Ilviel no especificaba, pero se sobreentendía que era una figura paternal en el ámbito de contar con un modelo masculino a seguir y que ayudase a moldearlo, no como un padre en el sentido literal. ¿O sí?
La Sylvain movió las piernas, pasando a sentarse sobre el trasero, encogiendo las rodillas y abrazándolas para traerlas hacia su propio pecho. La mujer permaneció así, en una posición retraída de protección y afecto. Miró puntualmente a Galand a los ojos, pero desvió rápidamente la mirada a sus propias rodillas, con el cabello en cascada a su alrededor.
Tu hijo. Tu otro hijo, Galand.
Al oír aquellas palabras, Galand se sintió caer en un abismo. Todo su cuerpo se estremeció, el estómago comenzó a pesarle, los pulmones se quedaron sin aire, y el corazón le latió tan intensamente que le dolió el pecho.
Su mente se encontraba en una situación peor. En aquel momento, era un torbellino de recuerdos y emociones. El llanto de un bebé, ira desenfrenada, soledad, desespero, una nana que sonaba cada noche en su cabeza.
Galand no había fallado como padre una vez, sino dos. Se había perdido el nacimiento de su hijo, sus días del nombre, sus primeros pasos, su primera palabra, su sonrisa, su mirada.
No sabía ni su nombre. Ni era capaz de reconocer su voz.
Se lo había perdido todo.
Hasta aquel momento, Galand se había sentido como una persona terrible. Había abandonado a Ilviel, a su suerte, para volver a verla tan solo 20 años más tarde. Había sido egoísta, sin duda. Pero aquello… Perderse la vida de su propio hijo…
Galand se dejó caer sobre su trasero. Se quedó mirando a Ilviel, todavía estupefacto, y trató de hablar.
Pero no podía más que balbucear.
Su cabeza era un desastre en aquel momento. No sabía qué quería decir, ni cómo. Las palabras se amontonaban en su boca, inconexas.
No estaba enfadado, aunque sí triste. Sorprendido, incapaz de creer lo que acababa de decir Ilviel. Su mente, aunque era prodigiosa, tardó un largo minuto en procesar todo aquello. En decidir cómo se sentía, en pensar en lo que quería decir, lo que quería saber…
Y aunque la nana seguía sonando en su cabeza, taladrando dolorosamente su cordura, Galand no se sentía escarmentado respecto a la idea de ser padre.
- ¿Cómo se llama? - preguntó finalmente, con mente e intención clara -. ¿Puedo conocerle? - preguntó muy seriamente mientras posaba una mano sobre el brazo de Ilviel, buscando su mirada.
Su respiración todavía era agitada. Sentía que podría desvanecerse allí mismo. Pero había algo muy poderoso que lo movía ahora. Una nueva voluntad.
- Ilviel… - suplicó Galand, con un extraño calor instalado ahora en su pecho.
Hacía veinte años que no se sentía tan… ¿feliz?
— Eldar Ul Del Alinia— respondió Ilviel.
Eldar significaba "Pueblo de las Estrellas", un nombre muy adecuado como tributo a Los Perdidos. El apellido, sin embargo, era el de la familia de Ilviel.
— Técnicamente Ul Del Verdantis— añadió tras unos segundos—, pero nadie lo llama así. Yo era la que estaba ahí— aclaró bajando la cabeza— así que nadie se molestó en usar otro árbol familiar. Lo siento.
La joven movió la lengua contra los dientes en un lateral, con la mandíbula cerrada. Una forma de descargar su frustración, pues aquel "Lo siento" era una disculpa al orgullo de Galand, pero una disculpa amarga y más formal que sentida dadas las circunstancias.
— Lleva poco más de dos meses en un viaje con El Príncipe— explicó con una pausa—. Sigue siendo un niño— concedió, pues veinte años no eran lo mismo para un pueblerino humano que para un Sylvain—, pero pensé que le vendría bien aprender a cuidarse por si mismo, sin una figura materna constantemente a sus espaldas. Al menos por un tiempo— siendo "un tiempo" un periodo bastante difuso—. No ha sido fácil educarlo— sola—, y le vendrá bien descubrirse a si mismo.
- Eldar… - musitó Galand, paladeando aquel nombre como si fuese el más delicioso postre de aquel lado de Gaia.
Le gustaba, le encantaba. Ni siquiera reparó en el asunto del apellido. No le importaba, sólo quería saber que estaba bien. Y saber dónde estaba. Y conocerle y… Tantas cosas.
Las ideas y las esperanzas de Galand se agolpaban en su mente.
Cuando Ilviel le dijo dónde estaba su hijo… Galand no pudo evitar sentir celos del Príncipe. Como un niño al que le han quitado un juguete. Se sonrojó, avergonzado por tener aquellos pensamientos, pero no los guardó en su interior.
- Me gustaría verle - dijo casi sin pensar -. Es decir, podríamos ir a verle… tú y yo… Y al Príncipe. También debería hablar con él…
Galand respiró hondo. Se sentía como si tuviese cuarenta años otra vez.
- ¿Dónde fueron? - preguntó finalmente, con un tono algo más firme.
— El Príncipe partió en busca de un humano. Un hombre que al que conocen como Paris, Creador de Maravillas— explicó Ilviel, con una visible incomodidad al respecto. Una que trataba de ocultar, pero visible para que alguien como Galand, que la conocía en profundidad—. Al parecer tiene una especie de fortaleza aérea conocida como la Forja Arcana, móvil y oculta bajo nubes con un patrón definido. Nérelas lleva años buscando un artefacto de gran poder para ayudarle en su lucha, y cree que este humano puede guiarle mejor hasta su paradero... asumiendo que exista— suspiró, claramente desanimada por la suerte en el rumbo que tomaron los caídos—. De paso, pensaba proporcionar a Eldar una espada de calidad excepcional, aunque supongo que tú podrás darle otra.
Con cariño pero de forma disimulada, Ilviel dejó sus dedos sobre el dorso de la mano de Galand, acariciándola. Discreto y tímido, pero también casto.
— Ahora mismo lleva una de tus tantas creaciones, pero nada que pueda compararse a los filos que has fundido con tu Alma— continuó en referencia a Ophicus—. No sé exactamente donde están Eldar o Nérelas, ni el humano, pero fueron a ver a un hombre llamado Cristophe Courtois, un mercader de Gabriel. Al parecer hace de mediador entre el herrero y Sol Negro. Supongo que habría que ir a Gabriel.
Aquello daba pie a una serie de preguntas por responder. La primera, si iba a seguir junto a Sylvia rumbo a Gabriel. La segunda, en dicho caso, si iba a proponer a Ilviel ir con ellos, o por el contrario Galand iba a quedarse con ella un tiempo. Era destacable el hecho de que Anna, aquella joven noble tan prometedora que le prometió un empleo de ensueño, vivía en la ciudad. O al menos, su familia. Pero también era peculiar la existencia de un herrero humano que vivía en una fortaleza en los cielos, capaz de crear obras místicas. Desde luego, resonaba con la pasión de Galand, aunque su relación comercial con Sol Negro volvía el asunto mucho más siniestro.
Había muchas posibilidades distintas para gestionar aquella situación, según qué decidiese hacer el espadachín, y con quién.
Galand atendió a la explicación de Ilviel con sumo interés.
- Creador de Maravillas… - dijo en voz baja.
“Qué arrogante…” pensó para sí.
Y sin embargo parecía poderoso. ¿Una fortaleza en el aire? Galand era consciente de que tan solo magia de muy alto nivel sería capaz de lograr algo así.
Al oír lo de la espada, Galand se sintió si cabe más celoso del Príncipe. Él también quería darle una espada…
- Gabriel, ese será nuestro destino - dijo Galand nada más oyó el nombre de la ciudad humana. Entonces, se dio cuenta de lo que había dicho -. Si es que deseas acompañarme… - rectificó.
Pero, ¿qué pensaría Ilviel de la compañía de la Princesa? ¿La tildaría de traidora? ¿Lo acusaría a él por ayudarla a encontrar al Príncipe? ¿Pensaría que en realidad la había ido a ver tan solo para encontrar al Príncipe? ¿Acaso no era aquello verdad? ¿O quizá la Princesa había despertado en Galand el deseo de reencontrarse con su esposa?
Sobrecargado por aquellos pensamientos, Galand rodeó de pronto a Ilviel con los brazos. Hundió el rostro en el cabello de Ilviel y respiró hondo.
La había echado de menos. Mucho. Pero la culpa y la ira lo habían llevado a alejarse de ella. No podía soportar una vida sin su hijo, y trató de distraerse con filos e historias. Su egoísta deseo se cumplió, y Galand había sobrellevado la desgracia durante veinte años.
Pero ahora se encontraba ante las consecuencias de sus actos. Una familia rota, un hijo sin padre. Qué estúpido había sido.
- Hasta ahora no me había atrevido a volver. He sido estúpido, Ilviel. Muy estúpido… Lamento que sea en estas circunstancias.
Galand se separó de su esposa y la miró a los ojos, aunque todavía la sostenía ligeramente por los brazos.
- Pero debo encontrar al Príncipe, y a mi hijo que viaja con él - confesó -. Pero nada me haría más feliz ahora que contar con tu compañía. Considéralo, por favor.
Ilviel se dejó tocar. No se mostró hosca o reticente, pero tampoco particularmente afectuosa una vez Galand comenzó a mostrar afecto por si mismo. Una vez terminó, sin embargo, la mujer mantuvo las distancias y suspiró pesadamente, apartando ligeramente la mirada del Slyvain, aunque sin dejar de encararlo con su propio cuerpo.
— No creo que sea una buena idea— respondió con cierta timidez, vacilando en su decisión—. Lo llevaré puesto— concedió, extendiendo su mano para aceptar de vuelta el pendiente que se había arrancado, sin darle mayor importancia a aquel arrebato—. Cuando sepas dónde está exactamente el Príncipe, me uniré si aún lo deseas. Creo que sería bueno para todos que esté presente cuando conozcas a tu hijo— explicó, algo protectora pero también preocupada, a todas luces por 20 años de ausencia paterna—, pero también será bueno que llegar hasta él sea campaña tuya.
En otras palabras, Galand debería buscar a su hijo... sin ayuda. Y del mismo modo que era responsable por no haber estado ahí en su infancia, era ahora responsable de expiar sus pecados y buscarlo.
Ilviel se acercó un par de pasos, abrazando a Galand brevemente, y lo besó en la mejilla, recolocándole un mechón de largo cabello tras la oreja.
— Podemos seguir hablando. De vez en cuando— continuó la hechicera—. Ver qué ha sido de nosotros este par de décadas y... todo lo demás— añadió sin entrar en detalles, separándose de nuevo—. Mientras tanto, seguiré con Los Perdidos. ¿Quieres verlos antes de partir? ¿O que les haga saber que sigues vivo, y has estado aquí?— preguntó, neutral, respetando la privacidad de Galand.
Pero en otras palabras... nadie más sabía que aquella reunión había tenido lugar.
Cuando Ilviel se negó a acompañarlo, Galand se sintió apenado y aliviado al mismo tiempo. Tras tantos años, quién sabía cómo habría terminado su relación. Por lo que a Galand respectaba, ya era un gran logro que Ilviel hubiese aceptado hablar con él.
Y por su parte, ¿seguía sintiendo lo mismo por su esposa? 20 años eran muchos. Sí, quizá convenía ir hablando, poco a poco…
- Tienes razón… - admitió mientras se acariciaba distraídamente el pendiente élfico -. Debo encontrarlo por mis propios medios.
El último gesto de afecto de Ilviel arrancó una tierna sonrisa en Galand. Había echado de menos aquel contacto, no podía negarlo. Asintió alegre mientras sus dedos se entrelazaban, nerviosos, frente a su abdomen.
- Me parece justo. Hablemos de vez en cuando, Ilviel.
Aquello estaba saliendo mejor de lo que esperaba. Qué estúpido se sentía, no se merecía a una mujer como ella.
- Recuerdo con cariño a Los Perdidos, pero ahora mismo mi corazón está enfocado hacia otro lugar - confesó Galand mientras se llevaba un puño cerrado al pecho, sobre el corazón -. Por favor, dales mis recuerdos. Y diles que volveré, eventualmente…
> Como un elfo nuevo…
Tras aquellas palabras, Galand dio un paso atrás, imitando el distanciamiento de Ilviel. Quizá un beso de despedida era demasiado, dadas las circunstancias.
- A-adiós, Ilviel… - se despidió con cierta torpeza, sin saber bien qué gesto o palabra debía emplear -. Que la luz sea contigo - dijo finalmente, usando una antigua y formal fórmula élfica de despedida.*
Formal pero no sin carga emocional.
Y allí se quedó, como una estaca, sin saber dónde meterse, ni hacia dónde ir.
*Inventado, pero creo que queda bien. Nótese que toda esta conversación ha sido en élfico!
Ilviel se respondió adecuadamente, sin excesos. Se puso el pendiente, sonrió de forma sincera pero cargando algo de amargura, y repitió, en Elium lacrimae, las palabras con las que Galand se despidió. Dicho eso, se quedó mirando a Galand unos segundos, directamente a los ojos, antes de decidirse y comenzar a andar de nuevo en el bosque, perdiéndose finalmente entre los árboles.
Solo las pisadas en la hierba y la fina capa de nieve aplastada recordaba que aquello había sido real. Que ella había estado allí. Tras veinte años. Sentirse solo y vacío era inevitable.
* * * *
Sin embargo, al otro lado del bosque, esperando apoyada contra un árbol, descansando un pie en el suelo y otro contra la corteza, estaba la princesa. Su caballo estaba atado al mismo árbol, así como el de Galand. Estaba visiblemente nerviosa, y alzó la mirada hacia Galand en cuanto apareció en su vista, bastante antes de lo que cualquiera esperaría. Era una rastreadora al fin y al cabo.
La realidad de Galand, compañero de viajes de la princesa, seguía siendo... irreal, a su manera. Las aventuras de Galand siempre habían sido pintorescas, pero aquellas dos eran las dos mujeres vivas más importantes en su vida.
— ¿Qué tal ha ido?— preguntó la paria, mostrando su visible y sincero entusiasmo, pero ocultando su obvia preocupación para con su hermano.
Como buena diplomática, no quería preguntar directamente.
El viaje de regreso fue algo angustioso. Al menos al principio. Galand sentía un nudo en el estómago. Una sensación de pérdida, y de vergüenza.
A medida que se alejaba del claro, aquella inquietud lo fue abandonando. Y, poco a poco, todo se convirtió en una especie de sueño. ¿Había estado realmente Ilviel allí? La noticia que le había dado, ¿era cierta?
Cuando emergió de entre los árboles, Sylvia vio a un Galand perturbado. Andaba lentamente, en una posición erguida, pero sin presencia alguna. Parecía una sombra, coronada por un rostro de incredulidad.
Al ver a la Princesa, Galand recuperó algo de su compostura. Su triste semblante se tornó algo más animado pues, aunque aquella reunión había destapado viejos dolores, también había dado al elfo algo más. Esperanza.
- Ha sido extraño. Alegre, triste, doloroso - dijo el elfo, sincerándose con la Princesa. No tenía sentido ocultarle nada -. Una parte de mí temía este encuentro. Otra está increíblemente dolida. Pero… tengo buenas noticias.
Galand tomó aire, pues sus propias emociones estaban a entrometerse con sus palabras, hinchando su pecho y atascando su garganta.
- Tengo un hijo - anunció, emocionado -. Se llama Eldar.
“¿No es un nombre maravilloso?” “Suena genial en mi mente”
El elfo se pasó las manos por la cabeza, tirando de su larga cabellera rubia. Miró al cielo y suspiró.
- Gracias a las Estrellas…
Durante unos instantes Galand calló, sumergiéndose en las connotaciones de la última revelación.
- Oh, y viaja con el Príncipe.
Claro, tenían una misión. Aunque, por suerte para Galand, ahora mismo aquella misión se cruzaba con una de las cosas que más deseaba hacer. Conocer a su hijo, recuperar el tiempo perdido.
- Fueron a Gabriel, mi hijo y el Príncipe, a buscar a un mercader. Parece ser el contacto de una persona a la que el Príncipe está buscando.
Aquello le hizo pensar en los objetivos de Nérelas.
- Está buscando un poderoso artefacto para ayudarlo en su lucha - le dijo a la Princesa, con un tono mucho más serio y comedido -. Debemos partir cuanto antes…
Justo acababan de venir de la Costa del Comercio. Parecía que iban de un lado al otro de Gaia, dando tumbos.
Pasando una mano por delante de su rostro, Galand se envolvió de pronto en docenas de luciérnagas de tonos blancos y ambarinos. La magia cambió su aspecto, devolviéndole el rostro de Alain, el Bardo.
Sylvia pegó un brinco, impulsándose en el árbol en que estaba apoyada, y con una sonrisa de oreja a oreja abrazó a Galand, intentando levantarlo brevemente y zarandearlo de lado a lado.
— ¡TIENES UN HIJO!— gritó, como si la noticia la hubiese recibido ella— ¡Tienes un hijo, Galand!— repitió, como si el propio Sylvain no se hubiese percatado del detalle. Estrujó aún más al elfo—. ¡Es genial!
Abrazó al hombre durante unos más, meciéndose animadamente, antes de separarse de él y comenzar a tirar del hombre, a paso apresurado, hacia los caballos. Era difícil no contagiarse del estado emocional de la princesa, que más que nunca recordaba a esa versión inocente, pura y positiva que antaño vivió en Sylvania.
— Vamos a Gabriel, pues— continuó la mujer, tirando de un sacudido Galand—. Con suerte podremos ver a Anna de paso— al fin y al cabo, los viajes duraban semanas, o incluso meses—. ¿A qué mercader buscamos? ¿Y cómo es tu hijo? ¿Qué sabes de él? ¿Qué tienes pensado hacer cuando lo encontremos? ¿Sabes algo del artefacto? ¿Y de cómo está mi hermano? Y bueno...— titubeó, creyendo que aquella parte había salido mal a juzar por la reacción del elfo—, ¿qué tal ha ido la reunión con tu esposa?
Sylvia disparaba preguntas como una ballesta de repetición, eufórica. Hacía mucho que no estaba así. ¿Estaría genuinamente feliz por Galand? ¿El nacimiento de un nuevo Sylvain? ¿Estar en la dirección correcta para encontrar a su hermano? O, ¿y si era que la relación con Ilviel estuviese herida, quizá de muerte?
El torrente de preguntas atosigó un poco a Galand, que apenas pudo procesarlas todas una a una. Las emociones del momento lo habían alterado bastante, embotando su mente como un embriagador néctar.
- Eh… Ha sido… tensa, llena de emociones, me temo que no todas buenas… - admitió el elfo, comenzando por el final, la última pregunta que Sylvia le había hecho.
Galand esbozó una amarga sonrisa.
- Es posible que lo nuestro no tenga arreglo - confesó -. Abrí una herida muy grande hace mucho tiempo, y no la he cuidado durante los últimos veinte años…
Aunque había echado de menos a Ilviel, lo que en aquel momento atemorizaba más a Galand era el no poder recuperar aquellos años perdidos de la infancia de Eldar. De su hijo.
Galand compartía en cierta parte la alegría de la prirncesa, pero no sonreía. Era una sensación agridulce.
- No sé nada de él, Sylvia… - dijo, empleando el nombre propio de la princesa -. Todos estos años he estado completamente ausente de su vida. Seré un desconocido para él…
El elfo tragó saliva. Pero debo verle…
- No tengo muchos más detalles de lo que busca Nérelas o de cómo se encuentra. Sólo sé que viaja junto a Eldar, y que fue a encontrarse con Cristophe Courtois, el mercader que te he mencionado. Es la única pista que tengo. Aunque tiene lazos con Sol Negro, debemos ser cuidadosos…
A Galand no le agradaba aquella organización. Comerciaban con objetos robados de los Sylvain y de numerosas otras razas.
Ya tenían un objetivo, ahora tan solo quedaba ponerse en marcha.
Mientras montaban a los caballos, Galand reflexionó sobre una de las preguntas que le había hecho Sylvia.
¿Qué haría cuando se encontrase con su hijo?
- ¿Y tú? - preguntó de pronto -. ¿Qué harás cuando te encuentres a tu hermano? - preguntó, curioso.