Parecía que ya iban acercándose a su destino... El viaje en barco había sido emocionante, sin lugar a dudas, pero su misión era en Arkangel, y el ciego ya tenía ganas de ponerse manos a la obra... Además, la visión que habían tenido en mitad del océano no le había resultado nada tranquilizadora, cuanto más tierra pusieran con quien la hubiera producido... Mejor.
Además, hacer un tramo a caballo sin duda iba a ser agradable... Los animales por lo general eran mucho más nobles que los hombres, y los caballos eran bestias excepcionales... Seguro que llegaría a Du'Lucart hecho papilla, pero no tenía la más mínima duda de que sería mejor que el vaivén incesante del barco.
Antes de subirse al caballo se acercó a Eriol y le dijo:
- Bueno, así acaba tu pesadilla... Espero que los barcos que vuelan no te den también miedo... - le dijo mientras le guiñaba un ojo, algo bastante extraño viniendo de un ciego- ¿Quieres darme eso que te di o prefieres quedártelo por si acaso?
Sus compañeros no sabrían de qué hablaba, ¿pero qué importaba? No se lo había dado a ellos, y tampoco tenían por qué enterarse de todo. Los secretos había que gestionarlos con sabiduría, la profesora Crest le había hecho una perfecta demostración de salir del monasterio.
Eriol se despertó a tiempo, por una vez. No había dormido demasiado rato, pero sí que le había cundido. El hecho de no dormirse sino perder la conciencia, mientras tus pensamientos están sumidos en el pavor, el pánico a naufragar y verte solo y desvalido es una carga importante en la psique y la salud de cualquiera. Por una noche, o lo que quedaba de ella, Eriol pudo dormitar sin que el suelo bajo el se moviera y crujiera, y aprovechando el sonido de las olas como arrumaco, no como el canto de una banshee en ciernes. Así que sí, después de todo lo que había ocurrido, durmió a pierna suelta.
Lo cual no quiere decir que todas aquellas muertes no hubieran afectado al chico. Todo lo contrario. Pero era un Inquisidor de pleno derecho, entrenado en Caedus. Había visto su propia ración de muertes, y provocado él mismo unas cuantas. Por decirlo de alguna manera, Eriol ya había "roto", y sí, cada muerte mas era una muesca mas, un dedo en la yaga, pero llega un punto en el que la herida en la conciencia es tan grande que el agujero deja pasar esas cosas. Sabía que debía sentirse culpable, y se sentía culpable, pero no tanto como hacía unos años se hubiera sentido, sino que lo sentía más bien como un rumor lejano.
Su relato para con Maestro fue corto y conciso. Ya otros habían hablado con él antes, así que se abstuvo de dar detalles que el propio Inquisidor no le pidiera, seguro de que ya le habían dado detalles para llenar una estantería de libros.
Próspero Reinhold fue harina de otro costal. No hubo explicación posible, solo una burda y gratuita intrusión en su intimidad. A Eriol le entraron ganas de cerrarse en banda, lo había practicado con Landon y se veía capaz de al menos incordiarle, hacerle esforzarse más, protestar. Claro que solo habría servido para que Reinhold pensara que tenía algo realmente importante a ocultar y lo sometiera a un escrutinio mayor. Así que no opuso resistencia, sino todo lo contrario, abrió su mente tanto como le era posible a alguien cuyo cerebro funcionaba a un nivel "mortal", no sobrenatural. Abrió su mente Y llamó la atención sobre sus pensamientos más superficiales, aquellos en los que expresaba su opinión acerca de aquel interrogatorio, el hombre que lo perpetraba y su evaluación final. Con palabras directas, concisas, malsonantes y hasta en cierto punto insultantes, un poco. Probablemente podría haber sacado aquella información sin que Eriol se esforzara en comunicarla, pero era de mala educación hablar de espaldas a los demás, y como este hombre era capaz de leer la mente, seguro que también era de mala educación pensar mal de él sin decírselo.
Eriol se reunió con Vin antes de ir junto a sus compañeros y Maestro. Allí este les pidió que intentaran no matar a otras quinientas personas en la capital.
- Tranquilo, Maestro - sonrió Eriol, con cierta mezcla de amargor y alegría - Espero que lo que hemos hecho aquí llegue a oídos de las gentes de Arkángel, y sobre todo a oídos de los participantes en el Tao Zan, y que huyan nada más ver mi nombre en la lista de participantes.
Luego, cuando estaba a punto de trepar a uno de los caballos Gilbe le detuvo y le hizo un comentario, preguntándole además si quería conservar su regalo.
- Pues no, confío plenamente en que bajo el barco volador haya solo aire y nubes, y estas no suponen peligro alguno. - sonrió - Y sobre esto - se palpó el bolsillo donde guardaba su regalo - podría venirme bien más adelante, pero si lo necesitas te lo devuelvo ahora mismo.
Solucionado este tema, se subió al caballo. En principio, estando en el lado derecho del caballo uno debe poner el pie derecho en el estribo y pasar la pierna izquierda por encima del animal hasta llegar al otro estribo. Pero Eriol no estaba muy acostumbrado a montar y empezó a trepar con el pie izquierdo. Cuando ya estaba manteniéndose sobre ese pie, se dio cuenta de su error y pasó a apoyarse en el caballo con las dos manos y pasar el pie izquierdo al otro lado, como el que hace gimnasia en el potro. Desde fuera, podía pensarse que lo había hecho totalmente a propósito para lucirse, y su presencia y estilo habituales ayudaron a que así lo pareciera, pero en realidad el chico solo había tenido una breve confusión mental, como el que va a abrir una puerta en la que hay que tirar y le cuesta varios segundos de empujar el darse cuenta de su error.
Los sucesos acaecidos tras abandonar la iglesia después de la conversación con Maestro fueron tan horribles como cabía esperar. Limpieza de las calles, caza de rezagados, ayuda a los supervivientes. Pero sin duda lo que más me marco fue la visita del rector Reinhold, su presencia aun me impresionaba, como cuando era un niño, aunque lo había visto más bien nada, pero solo pensar en el me sentía asustado y sabia que no se lo podía esconder, como tampoco pude esconder mi desagrado por la intromisión en mi mente.
Cuando Prospero comenzó a hurgar en nosotros no me resistí, no tenía nada que esconder y sabia que así seria no solo mas rápido, si no más sano para mi salud pues tenía suficientes conocimientos en los aspectos sobrenaturales para saber que alguien como el rector podía dejarme vegetal sin si quiera pestañear. A pesar de ello para mí la sensación era incomoda, una sensación de cómo si una mano estuviera toqueteando mi cerebro. Puede que de verdad estuviera sintiendo eso, o que fuera paranoia y de no haber visto con mis ojos antinaturales, ni haber sabido que se proponía, tal vez no lo hubiera ni sentido.
Los minutos se hicieron eternos, pero finalmente terminaron, entonces llego el momento de la reprimenda al más puro estilo “no tengo tiempo para vosotros, niños”, por desgracia tenía razón, no nos habíamos coordinado, no éramos un equipo, éramos una panda de niños desorganizados. Nuestros líderes, ambos actuaron en solitario a excepción del combate en los muelles. Considero apropiadas nuestra capacidad velica y nuestra velocidad, valla, la primera personalmente no era de mi gusto.
Cuando hube terminado con mis obligaciones, llegó por fin nuestro momento de descanso. Por supuesto, dormir no parecía muy dispuesto a hacerlo, así que regrese al lugar en el que más cómodo me sentía, la iglesia. Esta presentaba un aspecto muy distinto al anterior, los cadáveres habían sido retirados y la sangre limpiada. Las puertas aun estaban destrozadas pero las astillas y los trozos sueltos habían sido retirados. Todo estaba en orden, en lo máximo que se podía permitir teniendo en cuenta lo reciente de la tormenta. Sin duda los supervivientes tuvieron algo que ver en el arreglo, impulsados, tal vez, por una renovada fe tras la ayuda de la inquisición a la liberación de su pueblo.
Nuevamente, como muestra de humildad y entrega, me quite la armadura y la deje junto a mi arma, pero esta vez en el suelo junto al primer banco, en el que me senté, el mismo con el que había tenido unas palabras con Maestro. Preste mi atención en la cruz, y no dije ni hice nada, solo deje que mi mente se fuera de aquel lugar.
Como las veces anteriores, unos pasos se adentraron en la iglesia, aunque esta vez los escuche y los ignore, sin saber quien era. Me sentía tranquilo, sabia que la ciudad estaba limpia, o al menos estaba tranquilo hasta que vi que quien se sentaba en mi mismo banco, pero a un metro de distancia era Cedric, que no me dijo nada, solo se quedo ahí. “Eres predecible, si fuera el enemigo…” Que razón había tenido Maestro. Supongo que Cedric también era un hombre religioso, a su manera, pero no le solía ver por la iglesia, por lo tanto que estuviera en ese lugar, un refugio para mi, en uno de mis momentos de mas debilidad, no debía ser un asunto de fe, si no de regocijo para él, que disfrutaría irritándome.
- ¿Qué haces aquí? – Le pregunte con ausencia de tono, totalmente plano.
Una ligera sonrisa en su cara me confirmo lo que yo pensaba sobre su presencia en ese lugar. Pero fue una sonrisa tenue que a duras penas duro unos segundos y tras ella, su comentario, totalmente inexpresivo, me pillo desprevenido.
- ¿En esta misión el inquisidor no debe recibir apoyo y protección del guardia eclesiástico que tiene bajo sus ordenes? Pues eso hago, te protejo, así que tendremos que acostumbrarnos a la presencia del otro.
Asentí y por primera vez en años le dedique una sonrisa sincera, y no una forzada que pretendía ofenderle. Me acomode en mi lado del banco y el se mantuvo sentado en una posición correcta. No nos hablamos ni nos miramos, mantuvimos esa distancia y esa soledad en compañía, al menos hasta que sentí mi cuerpo pesado, mi mirada borrosa hasta oscurecerse. Sentí como me deslizaba cayendo suavemente de lado sobre el banco, y eso lo sentí sin poder evitarlo por que estaba tan agotado que el sueño me atrapo sin permiso
***
Derek callo de lado en el banco, habiéndose quedado dormido sin poder remediarlo. Estaba cansado como el resto de sus compañeros pues pelear contra quinientos piratas no había sido una gesta sencilla, a nivel físico, aunque si fácil de obtener. También el constante pensar había hecho mella en su psique, así como la intromisión de Prospero, necesitaba ese descanso, se lo merecía.
Cedric vio caer la cabeza de Derek a un escaso centímetro de su muslo. Le miro fijamente y no hizo nada por despertarle, le dejo dormir tranquilo. Su mente era un barullo de pensamientos, pero solo uno resaltaba sobre los demás.
“Dormir en una iglesia… cualquiera sería expulsado a patadas, pero no él, no el niño mono de Caedus. ¿Quién se atrevería a expulsar sus ojitos de cordero y su rubor en las mejillas después de haberse convertido en la espada libertadora de Dios? Si algún ciudadano lo veía, era más probable que le trajera una manta a que le expulsara de la iglesia, y tampoco es que hubiera un párroco. Cualquier plebeyo mugriento vería adorable a este insecto dormir en la casa de quien le envió a liberarlo.”
Estiró la mano y dudó un momento, largos segundos más bien, entonces se atrevió y la poso sobre los cabellos castaños de su rival durmiente. Acaricio la cabeza de Derek sin que este reaccionase o se despertase. Su sueño ahora casi era tan profundo como el de otros de sus compañeros de viaje, estaba agotado. Todo era simple ahora.
- ¿Por qué siempre te enfrentas a mi, “sin casa”? ¿Tanto amas a tus plebeyos, a tus amigos? ¿Qué tienen ellos que te atrae tanto? – No dejo de acariciar la cabeza de Derek. – Y encima eres inquisidor, un cobarde que no pelea ,inquisidor… ¿Cuan hipócrita has sido esta noche durante la matanza? – Se acerco, posando su rostro sobre la cabeza de Derek con la cercanía de los dos amantes que comparten suaves besos, pero los labios de Cedric iban dirigidos a susurrar en el oído de Derek. – Tu recién conseguida fama es inmerecida. – Cerro el puño, tomando los cabellos del chico, sin estirar pues el dolor lo despertaría. – Solo eres un llorica cobarde.
Saco una daga de su bota, poniéndola en el cuello blanco y terso de Derek. La mano de Cedric no dudaba, no temblaba ante lo que estaba a punto de hacer. Su rostro aun estaba cercano al de Derek y su cálido aliento caía en la mejilla del chico de manera pausada, mostrando una fría tranquilidad. La maraña de pensamientos en la cabeza de Cedric aun era mayor que antes, debatiéndose entre hacerlo o no. De llevar a cabo la acción que planeaba, la inquisición le perseguiría, o tal vez podría mentir, culpar a un pirata rezagado que se cobro una venganza. Pero si no lo hacía… ¿Qué ocurriría en el futuro si no lo hacía?
- Es tan fácil que casi puedo sentir como te saco de mi vida.
Susurro nuevamente apretando con fuerza el mango del cuchillo, acariciando la garganta con el filo.
- Te desprecio tanto…
***
Ataba con fuerza mi vara al caballo, al ser un arma tan larga no podía llevarla en la espalda mientras montaba, así que tenía que sujetarla a la silla para no perderla. Lo preparaba todo, el macuto también bien amarrado y la silla asegurada.
Mire a mí alrededor cuando ya estaba todo, y vi de reojo a Cedric ya en su caballo. Una sonrisa de medio lado, natural, se reflejo en mi rostro, digamos que haber despertado sin la cara pintada de carbón había hecho el chico ganara un punto de confianza conmigo. Había pasado toda la noche despierto, sentado en el mismo lugar en el que estaba cuando caí dormido sin proponérmelo, vigilándome como había dicho.
Me subí al semental que la orden nos había proporcionado, en esa bestia llegaríamos rápido a nuestro destino. A pesar de ser mas imponente que mi Babieca, yo prefería a mi caballo mil veces. Por desgracia se había tenido que quedar en casa de mi mentor Benefactor.
Me coloque a la perfección, no tenía la destreza para combatir sobre el animal, pero si la suficiente para trotar, incluso galopar en la criatura sin que después tuviera que estar siete días sin poder sentarme. Estire un momento de las riendas para calmarlo ya quería salir al galope, y mire a los compañeros de travesía, que también se preparaban como yo.
Si algo pudo haber logrado perturbar la fría impasibilidad de Ace fue lo que quedó después de la Purga de Misrech. Si en algún momento la visión de saqueo, muerte y sufrimiento alteró la sensibilidad del Inquisidor Novel no se vio, porque su rostro no era más que una máscara, porque su cuerpo era el de un autómata vacío por dentro. Ni rastro alguno de compasión o tristeza.
Mientras asesinaba a los piratas huidos, mientras ayudaba a apagar los fuegos, mientras guiaba a los supervivientes… no pareció que sintiese nada. Tan sólo Elohim había podido percibir algo a través de la barrera que protegía a Ace de las emociones. Claro que había tristeza, claro que había compasión. Pero también había odio e impotencia.
Los demonios y los herejes no eran los únicos enemigos de la humanidad. La propia humanidad era enemiga de sí misma. Ace, que en 10 años apenas había salido de Caedus, se había encontrado con la cruda realidad de golpe y porrazo. Y no le gustaba. La sangre que ya manchaba sus aceros era demasiada. La podría limpiar, pero jamás se marcharía el regusto amargo de aquella hazaña. Y es que fuera del furor del combate y la adrenalina se había dado cuenta de que aquello no estaba bien. Aun así estaba seguro de que, de ser necesario, volvería a hacerlo. Tal era su determinación.
Tras dedicar todo el tiempo que pudo a sus labores y a la súbita reunión con Próspero – en la que se sintió tan intimidado por el poder del Rector que ni siquiera su aguda frialdad pudo impedir que se le escapara el miedo – se tomó un tiempo antes de dormir para relajarse y pensar en otras cosas. Cualquier cosa que hiciese entonces le ayudaría a olvidarse de lo sucedido.
Aquella noche le costó dormir. Pero finalmente, ángel de plata en mano, lo consiguió. Soñó lo de siempre, lo cual no le sorprendió.
Por la mañana todos se reunieron con Maestro para subir a los caballos más rápidos que pudieron encontrar y marcharse de allí en dirección a Du’Lucart. Ace repasó con la mirada a todos sus compañeros. Era una lástima que Vaelgir tuviese que separarse de ellos, parecía un guerrero muy capaz.
Le dirigió una mirada de complicidad a Elohim, al que de alguna manera había sentido algo perturbado, aunque aún no le había preguntado nada sobre el tema.
Se acercó, en concreto, a Juliette. Como no hacía casi nunca en público sonrió, y le ofreció a la doncella un brazo.
- ¿Puedo ayudaros a subir al caballo? – aquella proposición tenía más tono divertido que solemne.
Acabado aquello, hubiese o no ayudado a su compañera a subir a su montura, se dirigió hacia su caballo y se aseguró de atar bien sus armas. Para el animal no pesarían nada, pero sería incómodo galopar con tres espadas en el cinto. Subió sin decorar de ningún modo su acción, tal como lo haría un soldado cualquiera que se prepara para cabalgar hasta el combate. Acarició el lomo de su animal y se aseguró de tomar bien las riendas.
Ya erguido sobre su caballo miró al resto de los presentes, listo para salir en cualquier momento. No era un experto jinete, ni mucho menos, pero esperaba poder mantener el ritmo hasta Du’Lucart.
Todo el asunto de Puerto Misrech había quedado zanjado, todo parecía haber quedado bajo control pese a las sorda reprimenda del rector... a la joven le sorprendió, y mucho, que Próspero hablara sobre una posible discusión con el sumo inquisidor sobre otorgarle la santidad. Ser santa no era algo que tuviera en mente, pero que, teniendo en cuenta los acontecimientos, y sabiendo que ella era la única aparte del ya Santo que dependía de poderes sobrenaturales en aquel pintoresco grupo... le resultaría necesario al fin y al cabo. No siempre iba a permitir que Elohim se llevara el mérito de sus acciones, y conociendo a Juliette, necesitaba que su talento fuera reconocido. Una noticia inesperada, y sorprendente... pero agradable, cuanto menos.
Cuando el Rector se marchó Juliette pudo respirar tranquila por fin, aquel hombre le daba escalofríos... aunque probablemente fuera lo que él pretendía, el temor se arraiga al corazón mucho antes que la simpatía. Les quedaría poco tiempo para recoger sus cosas y salir. La joven pelirroja se dio una ducha antes de salir, aún se sentía bastante sucia por la masacre que había tenido lugar en aquel puerto, y no quería llegar a Du'Lucart sintiéndose así. Se detuvo unos momentos en escoger un buen equipo de monta... no es que fuera una buena amazona, pero por lo menos intentaría aparentarlo.
Recuerda querida, las apariencias lo son todo.- Aquellas palabras de Leona cruzaron su mente en aquel preciso momento.
Cuando la chica salió por la puerta muchos se quedaron mirándola, pocas veces se había visto así a Juliette... siempre había sido una princesita con sus vestidos largos y voluminosos, hasta en las clases de Maestro gustaba de usar ropa calificada de “no apta” para el ejercicio. Pero no en aquella ocasión, la joven pelirroja lucía una camisa blanca entallada que, junto con los pantalones beige ajustados, hacían lucir mejor su figura. Sobre estos, un chaleco negro acolchado y un jersey marrón con coderas adornado con la piel de algún animal, artificial por supuesto (lo de las pieles de animales era más de MJ y de Carlos). Sin olvidarse por supuesto de las botas negras de cuero de caña alta, y sus guantes de Ante negros, símbolo claro de que su vestimenta de amazona estaba completa. Su pelo del color del fuego intenso estaba suelto, solo dos trencitas laterales intentaban mantener a ralla su poderosa y ondulada melena.
Gael la esperaba en la puerta de sus habitaciones, la verdad que se le veía un guardia bastante capaz y comprometido con su causa... Carlos había hecho bien asignándoselo para protegerla, y Juliette se sentía protegida, aunque la chica era bastante capaz de protegerse por sí misma.
Cuando llegó a encontrarse con sus compañeros solo hizo un barrido buscando sus miradas, quería ver su reacción para con su vestimenta... no es que importara, pero ya se sabe, a Juliette le gusta llamar la atención.
Se acercó a un precioso purasangre blanco. Sí, tu te vendrás conmigo, precioso.- Le dio un beso al caballo y acarició sus crines. Justo en el momento en que se giraba, Ace se acercó a ella ofreciéndole su ayuda para subir al caballo. La chica tenía recursos para subir al caballo sin necesidad de ayuda, pero... era Ace, no podría negarse.
Por supuesto caballero.- Miró con sus profundos ojos verdes directamente a los azules ojos del otro telequinético y, por primera vez en mucho tiempo, no hubo signo de rubor en su rostro. Quizá hubiera aceptado que aquella fantasía no iba a ninguna parte, o quizá en aquel momento estaba tan confusa, que ni siquiera su sangre sabía por donde tenía que circular.
Tendió una mano al chico y puso su pie en el estribo, se agarró de la silla de montar, y cuando el chico se agarró de su cadera y la ayudó a subir al caballo el corazón le dio un vuelco...
No, Juliette, déjalo estar... no seas estúpida.
Se sentó cual señorita bien educada en el caballo, agarró fuertemente las riendas, y con una ligera reverencia volvió a dirigirse a su compañero.
Muchísimas gracias por su ayuda.- Aquella sonrisa que aparecía en su rostro siempre que hablaba con Ace... hizo acto de presencia en aquel momento, para acto seguido y con aquella sonrisa aún en su linda cara, poner la vista al frente y esperar la orden de salida.
Kael ya se había limpiado los restos de la masacre al principio, por lo que se dedicó a intentar camuflarse como un marino más, pero eso era difícil cuando los Altos Inquisidores seguían pidiendo la presencia de todos- Así no hay quien pase desapercibido -refunfuñaba el chico a Ágatha.
Mientras descargaban y colocaban algunas de las cosas de los barcos, Kael pudo ver a Richard contando y representando lo que se conocía como "La Purga del Puerto Misrech", pero como si fuera un cuento de hadas. Cuando dijo lo de "Milagro", a Kael le dio tal ataque de risa que tuvo que ir a refugiarse, no porque los demás fueran tontos al creerse eso, sino porque le hizo gracia la forma en que lo hizo. Si alguien tenía que ir limpiando el nombre de lo que ellos hacían, ese era Richard y su labia. No sería un Santo, pero era de los más necesarios para poder llevar su empresa a buen puerto.
Estaba empujando con Ágatha unos barriles cuando un Guardia le dijo que lo reclamaba Próspero Reinhold, "el Mentalista". Un escalofrío recorrió su cuerpo pues ese hombre le daba bastante miedo, y eso que había visto lo que hay bajo el monasterio y de lo que era capaz León, pero lo del Rector... eso era otra cosa. Cuando comenzó a "informarse" de forma poco grata y elegante, entrando en sus cabezas, Kael por instinto bloqueó algunas zonas, no porque quisiera ocultar, pero si como reflejo. Era como cuando te van a pinchar en la enfermería y te dicen "relaja" y al notar el pinchazo los músculos se contraen, era algo que no se podía evitar, y relajarse cuanto te escanean la mente no es sencillo, pero el pelirrojo lo intentaba. Con su último mensaje había resaltado lo obvio, claro que había falta de coordinación, pues no había ni un líder establecido ni tenían experiencia en pelear juntos. Kael había ayudado y luchado junto con su padrastro, pero no había luchado con sus compañeros salvo contra Venganza. Una sonrisa apareció en su rostro.
-Felicidades por esa candidatura a Santidad -dijo a Juliette con su más sincera sonrisa y luego habló para todos- Si pensaban que lo de acabar con Venganza era agua pasada, esto les dará que hablar de nuevo, ¿no? -la sonrisa era amplia porque sabía que el miedo y el temor eran buenas armas aunque también te ponía en el objetivo de todos los demás.
Cuando terminaron se dirigió hacia donde estaba Ágatha para informarla de que irían a caballo. Kael sabía aguantarse en la montura y como evitar acabar con el culo dolorido, pero poco más. Escuchó lo que decía Maestro y no pudo evitar sonreír un poco- Si son piratas quinientos son pocos -murmuró por lo bajo mientras comprobaba que los arreos y silla de su caballo estuvieran bien. Ahora los piratas no contaban con el apoyo de Tol Rauko, así que siempre sería una buena oportunidad acabar con otros pocos más.
Cuando vio a Ace ayudar a Juls, a Kael le pasó por la mente muchos de los consejos que le había dado tanto Leona como Juls de como tratar a Ágatha, por lo que esperando que ella no hubiera visto ese gesto y pensara que lo hacía por que lo había echo otro, se acercó a Ágatha- ¿Te ayudo? -dijo con una voz muy bajita.
Ágatha le miró y sonrió ampliamente, pero no esperó mucho. Puso un pie en el estribo, una mano en el hombro de Kael y subió con una agilidad felina. Kael no podía quitarla el ojo de encima y esta no pudo evitar sonreír- Si sigues así puede que al final me crea una dama de verdad y todo.
Kael no pudo evitar reír pero en realidad estaba casi tan rojo como su pelo, por lo que se dirigió a su caballo dispuesto a comenzar la marcha.
-Eh, Ágatha, ¿alguna vez has montado en un barco volador? -la chica negó con la cabeza- Yo tampoco, pero me muero de ganas de saber que se ve desde las alturas -todo esto con tal de cambiar de tema y que se le pasara la vergüenza.
Si Ace podía leer los sentimientos de Elohim, de lo cual no albergaba duda alguna, el ángel estaba seguro de que también se sentiría sorprendido. Por supuesto que estaba un poco decepcionado, pues no esperaba tener que masacrar a una cantidad de hombres cercana a un pueblo entero, pero además estaba sorprendido. El hallazgo de aquella pluma negra le había desconcertado. Ahora quería saber más sobre la situación, pues en cierta manera, consideraba que la conexión con sus sueños era significativa. No en vano, los sueños eran demasiado recurrentes.
Y por supuesto, todo aquello no pasaría por el escrutinio de Próspero. Aquella intromisión en su mente no le gustó demasiado, pero aceptó como soldado que era. Que su superior entrara en su mente como si fuera el patio de su casa le pareció incluso algo digno de ser codificado como pecado. Al fin y al cabo, hay veces que hay cosas que queden entre Dios y tu, siendo esa privacidad un derecho muy importante.
Al contrario que a sus compañeros, Próspero no le asustó, aunque definitivamente lo hubiera hecho si Elohim no fuera inmune a ese tipo de cosas. Sus reacciones eran limpias, sin tener en cuenta el posible miedo, terror, ira o valentía. Era como si Dios estuviera hablando con él en todo momento, manteniendo su cabeza fría. Bueno... ¿en todo momento?
Guardó la pluma en un bolsillo especial de su ropa, interior, a la altura de su corazón. Quería guardarla cerca, quería que cada vez que tuviera que escribir fuera con ella. De alguna manera extraña, le había cogido cierto cariño. Aunque fuera un cariño por lo extraño y desconocido. El enigma le estimulaba y su conexión con sus subconsciente era suficiente para tener que guardarla "en un lugar seguro".
A la mañana siguiente, desayunó muy poco. Sólo un mendrugo de pan y algo de leche. No necesitaba comer mucho, pero la verdad es que no contaba con mucho apetito. La perspectiva de tener que montar a caballo hasta Du'Lucart la verdad es que tampoco le parecía muy halagüeña. Sus experiencias hasta ahora con el caballo habían acabado con él en el suelo, nunca había sido capaz de montar elegantemente aquellas criaturas, quizá porque no se fiara de tener una bestia entre las piernas.
Cuando Ace le dirigió la mirada, Elohim se estaba acercando a Juliette, pero se quedó un momento al margen mientras su amigo asistía a la dama. La verdad es que en aquellos momentos, el ángel sentía una extraña atracción por la mentalista, de alguna manera que no sabía explicar. Si no estuviera perdidamente enamorado de Leonor, quizá hubiera tenido algún que otra "charla" con Ace y consigo mismo al respecto. Pero lo dejaba pasar, ya tenía suficientes "problemas" él mismo.
Una vez hubo subido al caballo y quedado allí con un porte elegante, se acercó a ella.
-Juliette, me alegro de que en breve quizá no sea el único Santo.-Sonrió sinceramente ante la pelirroja. Y sin querer, se apoyó en el caballo, el cual soltó un pequeño bufido y agitó la cola, quedando a muy pocos centímetros de la cara de Elohim.-Er... mejor me voy. Voy a preguntarle algo a Maestro... nunca me han gustado mucho estos animales...
Se acercó a Maestro, que estaba ultimando detalles con Evangeline. Elohim no es que tuviera miedo a los caballos, es que simplemente si alguien no le sujetaba se iría de bruces contra el suelo. Quizá su fueran a un paso lento podría aguantarlo, pero si en algún tramo galoparan... sería un ángel caído.
-Maestro, mi señora. Nunca se me ha dado bien montar a caballo... Pero creo que podría seguirles el paso sin ningún problema si fuera volando a su lado. Sé que quizá es excederse en "mostrar nuestras habilidades" pero... Quizá incluso sea una señal de esperanza para los pueblos por los que pasemos cerca. No en vano verían una comitiva de la iglesia, con un ángel a su lado. ¿Qué opináis?
Eriol respondió a los comentarios de Gilbe y éste, mientras cogía las riendas del caballo y se subía a la silla, le dijo con cierta sorna:
- Puedes quedártelo, pero ten cuidado al usarlo y no te metas en problemas, que luego habrá que sacarte...
Mientras hablaba con Eriol no pudo evitar escuchar a Elohim hablando con Maestro. Técnicamente no pudo evitar oír a todos los presentes, al fin y al cabo nadie hablaba en susurros y él tenía un buen oído. Pero la pregunta de Elohim a Maestro, por su contenido, le llamó más la atención.
Avanzó con su caballo hasta donde estaban los dos en un ligero trote y les habló sin más preámbulo:
- Maestro, lamento interrumpir, pero me gustaría opinar al respecto... - el ciego no era una persona rencorosa, pero llevaba mal los fallos, propios y ajenos. Con su voz grave dijo - Creo que tanto revolotear por los aires ya ha llamado la atención de suficiente gente... Los campesinos seguro que agradecerán ver un ángel revoloteando por sus campos, pero lamentablemente quienes más te darán las gracias será todo aquel que nos ande buscando. Sin duda les facilitarás tanto su trabajo que no dudarán en agradecértelo durante la emboscada que seguro que nos prepararán. - Y tras decir esto, se alejó unos pasos para dejar que Maestro respondiera según quisiera.
El tono de Gilbe era obviamente sarcástico, pero no era valadí, el motivo es que aunque podría haber razonado como con cualquier otro, Elohim no era uno de esos con quien se pudiera razonar. Y no porque no se pudiera hablar con él, sino porque sin duda su respuesta sería un discurso pluscuanperfecto y piadoso hasta el extremo y de un modo u otro terminaría por salirse con la suya...
Y sin embargo, eso no querría decir que tuviera la razón. Por eso en una situación así Gilbe no se paraba a "negociar" con él, le lanzaba sus opiniones como si fuera un balón de Edén y se iba, pues el ciego no quería una respuesta, simplemente quería que dejara de actuar como si fuera sólo, que dejara de llamar la atención.
Los ánimos estaban mucho más calmados al final del día. Las familias rotas aún lloraban sus pérdidas tanto personales como materiales. Sin embargo la presencia de la Inquisición y su ejército “caído de los cielos” entre ellos los reconfortaba. Veían que la dura mano de dios, la que castiga a los pecadores y los demonios sabía hacer mucho más que aniquilar. Los veían apagar fuegos, perseguir fugitivos, levantar escombros y apresar piratas. La generación más joven de soldados eran los que más se involucraban en la ayuda al puerto. Les faltaba la altanería de los más veteranos ya que no habían pasado suficientes años para corromperse.
Cuando Ayalgue se reunió con Richard, ésta venía de entregar a uno de los piratas que intentaron darse a la fuga a caballo. Le faltaba un brazo y el corcel que había recuperado estaba teñido de carmesí al igual que la espada de la mujer. Eso significaba que la chica no se había contenido para neutralizarlo ya que si fue capaz de alcanzar a un hombre montado no le tendría que haber sido difícil detenerlo. Mucha gente no fue capaz de contener su odio y atacaba a los prisioneros, los escupía o les propinaba patadas. Así que ahora se veían obligados irónicamente a protegerlos para posteriormente interrogarlos y condenarlos a muerte.
-Has hecho un buen trabajo- Espetó Richard.
-Gracias Wivernfall. Aunque mi auténtico trabajo es protegerte.
-Nuestro auténtico trabajo es proteger al pueblo de los peligros. Eso es justo lo que estamos haciendo ambos ahora- Le soltó un guiño. Hablaba con ella sin formalismos, como si fuera una amiga más. –Las cosas no siempre salen como deberían. La próxima vez nos mantendremos juntos.-
-Eso espero. No me perdonaría que te sucediera nada.
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Era de noche, faltaba poco para acostarse y comenzar otro día. Richard había vuelto de hacer su informe a Maestro de los sucesos. No se extendió demasiado en los detalles puesto que ya habría escuchado 7 veces más el mismo relato. Lo único que le dejo claro a su superior era que, pese a que no disfrutaba con la idea de haber arrebatado 500 vidas, tampoco se arrepentía. Les prepararon durante 10 años para aniquilar sin remordimientos cualquier ser sobrenatural o demoníaco llegando si fuera necesario a acabar con amigos o familiares por un bien superior. No era de extrañar esa frialdad. Dejó bien claro que la purga del puerto salvaría muchas más vidas, no solo esta noche. En el futuro cuando corriesen las historias. Y por eso estaba satisfecho con la resolución. Únicamente se disculpó por su falta de experiencia y coordinación con el equipo. Pero bueno, el informe ya estaba hecho y ahora solo quería hacer una cosa antes de dormir. Se encontraba en el puerto, casi a oscuras y con poca gente en las cercanías. Se desvistió. Dejó las ropas, las armas, todo bien cerca de la orilla y con impulso, se lanzó al agua. Las gélidas aguas tensaron sus músculos al entrar en contacto, no más que las duchas de Caedus. Pasó un tiempo nadando y sumergiéndose para limpiarse los restos de sangre, hollín y polvo y además sentía como la corriente se llevaba parte del peso de los pecados de su alma. Porque hoy, pese a todo, había pecado. No lo podrá olvidar fácilmente y si ahora no le pesaba ese hecho, tal vez en el futuro lo hiciese. Le dio vueltas a muchas cosas mientras dejaba su cuerpo flotar en la superficie mirando a las estrellas, y una de las frases que se le pasó en mente fue la de su guardia:“Eso espero. No me perdonaría que te sucediera nada.” ¿Qué significaba? ¿Lo había dicho por compromiso profesional o era una opinión personal? Richard creyó haber notado un cambio en su voz cuando lo dijo, pero no estaba muy seguro. Qué importaba. Iban a pasar mucho tiempo juntos y no tardaría en tener respuesta.
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Día 2 en puerto Misrech. Las monturas que Maestro había elegido para todos eran impresionantes. Altas, fuertes y musculadas. A pesar del caos que reinaba aún en el puerto los caballos estaban impolutos y aseados, como si requiriesen estar a juego con sus jinetes y la imagen que representaban. Richard ayudó a Ayalgue como buen caballero a tomar su montura, algo que hicieron todos los hombres. Cada señorita sin embargo reaccionó de una forma más o menos delicada. Aunque ninguna alcanzó la elegancia de Juls, que a pesar de su nueva indumentaria se la notaba propia de la corte.
Richard se acercó al que le habían designado. Color chocolate y una crin casi negra. Su pelaje brillaba con fuerza y al igual que su jinete parecía tener mucha vitalidad. Le cogió la tez, acariciándole detrás de las orejas y haciendo un relajador susurro en sus oídos para que se calmara y tomara confianza. Después se subió de un impulso en el estribo, con elegancia. No era un experto, pero tenía la suficiente práctica con estos animales para viajar largos trayectos. El caballo dio un par de vueltas sobre sí mismo y ya desde su montura Richard hablaba con sus amigos.
-Juli, estas encantadora. Da igual lo que te pongas encima… Valla Derek, parece que se te dan realmente bien los caballos… Elo, no me creo que le tengas miedo a estos animalitos tan monos… - Las conversaciones se fueron ahogando entre risas.
Antes de partir no pudo sino reunir a Kael y Gilbe, su hermano y su confidente, para hablarles a solas. Compartió con ellos lo mal que lo pasó en el escrutinio de Próspero a quien a pesar de no gustare la intromisión no le opuso resistencia. No por miedo, sino por respeto ya que era él quien seguía al mando. Lo que realmente le preocupaba era esa visión que habían tenido en los barcos. Una imagen que se le pasó por la mente durante el examen mental.
-No lo entiendo. ¿Qué fue eso? ¿Y con qué propósito? Sé que vi algo aunque me cuesta recordar el qué. Y nadie lo ha comentado pero tengo la sensación de que no fui el único. Es como si algo se nos escapara delante de las narices.-
El trío de sabios se perdió en sus especulaciones hasta que llegó la hora de partir. El sol se elevaba y su destino, Du´Lucart les esperaba. Un batallón con la fuerza de diez ejércitos abandonaría el puerto a todo galope.
Los Inquisidores abandonaron Puerto Misrech. Situado ya en Lucrecio y no en los Estados Episcopales, la Inquisición ayudaba al estado independiente a recuperarse. O mejor dicho, a la ciudad-pueblo costero a recuperarse, aunque sólo fuese por caridad. Tras sufrir un asalto de semejantes dimensiones y caer, para la Inquisición no sólo era una muestra de poder y favor liberarla y tenderle una mano amiga, sino del altruismo y eficiencia.
El puerto no dejaba de acaparar la mayoría de las transacciones del océano Calisis y las transacciones con el nuevo continente, pero su arquitectura antigua y la mella de problemas continuados en los mares durante diez años lo había hecho débil, siempre en constante movimiento. Mirando al puerto, los Inquisidores podían ver cómo poco a poco el ir y venir de barcos se reactivaba lentamente. Nadie pareció hacer demasiados ascos a la presencia de la Inquisición, en parte por la ya de por si cercana presencia de los Estados Episcopales y el Dominio.
Maestro respondió claro y sencillo pero sin atisbo o ápice de escarnio o queja en su voz que Elohim iría a caballo. Era Maestro. El primer día miró mal a Elohim cuando sacó las alas en sus clases. Todo lo que maestro sabía de Ki era lo justo y necesario para poder afectar a cualquier tipo de ser. Para él las capacidades sobrenaturales eran cosas de otros, pero por muy carácter de la nueva escuela que tuviese ahora, seguía teniendo capacidades de la vieja escuela y enseñaba en parte como tal. Aún lo hacía. Para él, Elohim tendría que montar a caballo como todo el mundo.
No en vano, si no sabía montar, no sería porque no había tenido tiempo ni caballos en Caedus. Era porque había confiado en sus alas. Pero los caballos eran el medio de transporte más común de Gaïa, y tarde o temprano tendría que utilizarlos. Ya le daba igual si daba el cante o no ir por ahí volando, era más una cuestión de; "¿no has querido aprender a montar en estos diez años" Se siente". No dejaba de ser exactamente lo mismo que había hecho con Eriol.
"¿Vives en una isla y te da miedo el agua? Se siente". Para Maestro, buscar alternativas a los problemas nunca sería tan buena solución como buscarlos de frente. Para él, aquella era la respuesta correcta. Tras responder a Elohim y Gilbe, el hombre se despidió de los muchachos dándoles algunas instrucciones para el viaje y partió a hablar con un tal "Barón Akërman", el comendador de la ciudad que había tenido que hacer sitio a los Inquisidores.
Y con eso, con ocho Inquisidores y sus guardias a caballo, nos despedimos de este capítulo.