Walren se desentendió de las conversaciones de los compañeros tanto por su propia voluntad como por el hecho de que éstos trataron de mantenerlas en todo momento en el más absoluto secreto. El capitán enano tenía otras cosas de las que preocuparse como, por ejemplo, llevar a buen puerto y nunca mejor dicho el Neblina Negra y el bajel requisado a los piratas. Así, procuró mantenerse entretenido pese a que más de una vez Ewen o él mismo escucharon su nombre en la boca de alguno de los cinco viajeros. No obstante, en ningún momento abrió la boca que no fuese para maldecir o pronunciar alguna frase incomprensible en su propia jerga enana y marineril.
No pasaron más de tres horas hasta que en la lejanía comenzó a dibujarse el contorno de lo que parecía una gran ciudad. En la oscuridad, Tamran brillaba con cientos de pequeñas luces que emanaban de las ventanas y lámparas que salpicaban la ciudad. Cuando la vista se lo permitió y los detalles de las casas fueron más evidentes incluso para los que no tenían una vista privilegiada como Hostawen, Rakna y Fuzuli, aunque éste estaba más interesado en correr de un lado a otro del barco sin motivo aparente, la ciudad mostraba un aspecto nuevo, limpio y ordenado incluso en los muelles. Había sido construida principalmente en madera aunque no era extraño ver edificios más antiguos aquí y allá construidos en su totalidad en piedra. Sobre estos, especialmente, uno podía apreciar con toda su crudeza los daños que la guerra con Molthune había dejado en las épocas de mayor intensidad: paredes desconchadas y con grandes grietas, manchas oscuras sobre el pavimento empedrado que daban información de por dónde había campado el fuego a sus anchas o numerosos tejados hundidos que no habían sido reconstruidos por sus dueños, puede que porque estos ya no viviesen en la ciudad o porque hubiesen perecido. Cicatrices frescas de un largo conflicto sin una solución a la vista.
Pasamos a la escena 2.