Alé abrazó fuerte a Hostawen para darle el valor suficiente como para asumir la muerte del pobre Rakna. Ahora no podía acudir al Débil para pedirle conocer el Destino del lobo, pero todo indicaba que acabaría mal.
- Sé fuerte Hosta.- Cuando la elfa se separó de ella y acudió a Rhylen sintió ciertas punzadas, como pequeños puñales que se le clavaban en el corazón. ¿Acaso estaba siendo presa de los celos? Agitó la cabeza haciendo ondear su espesa melena bajo la capucha de la capa. Se quedó sentada, esperando, en uno de los catres mientras escuchaba con atención, escondida tras la máscara, toda la información que el inocente Togo sacaba a los otros acólitos.
Increíble.- Así que el Sr. Carsson tenía razón. Aquella sacerdotisa era la culpable de todo. Ahora mismo estaba fuera saqueando, con toda probabilidad, otras importantes reliquias. No se le escapaba a la Esclarecedora de los Misterios del Débil que lo que relataba Polsen era lo que había acontecido en la cripta de Ekat Kassen.
- No puedes llamar a tu gato. En el templo tenemos muchos para que acaben con las ratas. Esa jaula de barrotes no es suficiente para retener a tu gato por muy gord...ejem, saludable que esté. - No le gustaba llamar gordo a nadie. Saludable era mejor, bien alimentado y sano.- Ven mishino, minino bonito, ven...algo así, ¿no?
Como era de suponer, y tal y como había advertido Alétheia y Togo, el talante con que el hermano Krant entró en las barracas no dejaba mucho lugar para los ruegos y peticiones; y mucho menos si éstos tenían que ver con un lobo ruidoso y un gato panzón. El heraldo apareció bufando y mascullando quejas en un murmullo tan atropellado que entenderlo hubiese sido difícil incluso para él mismo en caso de tenerse en frente. Por el aroma a queso curado que desprendía y por la multitud de pequeñas migas que salpicaban su regazo, éste era probable que viniese de la cocina, donde a buen seguro habría saciado el apetito después del lejano y frugal desayuno.
Tan pronto puso un pie en el interior de las barracas, Polsen y los suyos quedaron enmudecidos. Los tres se levantaron y permanecieron firmes cual disciplinado militar y en aquella posición aguantaron hasta que fueron convocados, para su desánimo, por el heraldo. En su llamada, por supuesto, también fueron incluidos el grupo de Kassen y el ladino Evlar. Esta escena, como bien comprobaron los cinco integrantes de la expedición encubierta, se repetiría cada mañana a una hora mucho más intempestiva, justo antes de la llamada para el desayuno. Durante estas llamadas, Krant o el heraldo que estuviese encargado ese día, daba las instrucciones pertinentes a cada acólito sobre las labores que se le habían asignado para ese día. El amplio abanico de tareas iba desde la transcripción de documentos a la vigilancia de habitaciones, pasando por supuesto por la limpieza del templo.
Normalmente, y siempre que no se dispusiese otra cosa, cada uno de los acólitos era destinado al servicio que, por facilidad innata o experiencia adquirida en su vida seglar, más se adecuase a él.
Rakna y Fuzuli os son entregados al final del día en las barracas.