Alexander se convulsionó. Su escudo se tornó negro como la noche, como sus ojos y su mandíbula, así como oídos y todo aquello de lo que manaba Venganza. Enfurecida tras perder un 80% de resistencia, viéndose a punto de ser derrotada, estaba preparada para mostrar todo su potencial. El muro se volvió negro, cubriéndolo todo a su alrededor con un manto. Ya no había sol, ni gente al otro lado. Sólo un auténtico muro opaco, del que manaba una propia luz gris, alumbrando de forma tenue el interior del círculo, cuyo aire se había vuelto viciado y difícil de respirar.
Un estallido en el centro hizo que todo se tambalease. El suelo se sacudió, mostrando una superficie hecha de eslabones negros. Una mayor parte de las cadenas que sostenían a Elohim, adelantando acontecimientos. Bajo el suelo, un río de rojo fuego, espeso. Móvil y candente, era magma, inalcanzable a metros de distancia. Y aún así, daba calor. Mucho calor. Ya no había viento.
No se habían movido, por lo que debían seguir en el Monasterio, pero dentro de aquella cúpula perfectamente sellada, atrapados, estaban una pequeña recreación de una celda de purgatorio. El infierno sobre la tierra. En ínfima medida, pero tangible y sólido. El sudor perlado comenzó a resbalar por la frente de los niños, incitándoles a caer en los brazos del sueño. La cabeza ardía y comenzaba a ser difícil centrar la vista, pese a que la oscuridad recordaba más al frío del invierno que a los contratiempos del verano.
Y sin embargo, en el muro aparecían pequeñas marcas blancas. Brillantes. Eran el reflejo de los golpes proferidos desde el exterior. Maestro, los Inquisidores, Mai, y tantos otros. Quizás algún Guardia con un arma forjada en el Monasterio. Aquello daba un mínimo aliento a los niños, el justo y suficiente para seguir luchando pese al miedo visceral que atenazaba a la mayoría, pues alguno gozaba de cierta inmunidad.
Ante la niña, Aenea, visible para todos, estalló. Una oleada de gas y metralla, gris, que liberó una nube de polvo que comenzó a barrer la zona, danzando alrededor y provocando que muchos ojos tuviesen que frotarse. La visión quedó ligeramente reducida, con la particular niebla enturbiándolo todo. Mirar a otro Novicio obligaba a ver a través de unas rendijas polutas, pero seguía siendo practicable visualizar cualquier punto.
En especial el centro. Allí, erguida sobre sus pies, estaba Venganza, naciendo en su pequeño huevo. Aenea, gracias a su suerte, había conseguido refrenarla, y verla era como posar los ojos en barril picado. En su cuerpo había sendos agujeros, que no eran sino Sentimientos Negativos ausentes, extinguidos gracias al conjuro de la futura Inquisidora de Sangre. Marchito, gravemente herido, pero con un porte entero y rígido, henchido de resistencia.
Venganza era una entidad tangiblemente masculina, sometida bajo un título femenino. Negra, oscura, hecha de un amasijo de sombras unidas entre si como cañerías o lana de oveja marginal. Un espantapájaros musculoso y necromántico compuesto de dolor. Con pozos rojos en el lugar de las cuencas y una mandíbula aguda, de la que manaba, cual caldero, un líquido negro a través de los agujeros. Sin piel, con una bruma vaporosa a su alrededor, delimitando que no era físico ni tangible, y que no era golpeable por lo mundano. Richard y Kael lo reconocieron en seguida. Era la misma bruma que reflejaba León al usar sus poderes. Aquello era Némesis, vacío. Una criatura que pensaba sobrevivir asolándolo todo, evolucionando y alimentándose cual abominación.
- Impresionante- se limitó a decir con voz grave, escupiendo hollín por el pecho roto al hablar-. Pero esto termina aquí. Ya tengo almas suficientes. Sólo necesito tiempo o a vosotros, lo que llegue antes.
Sus ojos se iluminaron con una centella roja, cegando la zona por un instante. Una semilla, con una marca tribal, ardió humeante en las palmas de las manos de los novicios. Amenazaba con asentarse. Bajo el tatuaje, la palabra Perdición escrita en Latín, el idioma hablado en toda Gaïa por excelencia, y el que llevaban toda su vida luciendo. Perfectamente reconocible. Y sin embargo, el grabado sólo quedó allí, a fuego, en algunas manos. No en todas.
El calor y el tatuaje eran ahora los principales enemigos de los novicios. Elohim seguía atrapado, sometido a una extensión del propio suelo. Si bien Owen, Kamus y Alexander habían estado allí un segundo antes, bastó con mirar a Venganza para que dejasen de existir, como si nunca hubiesen estado allí y sólo ellos se encontrasen en el círculo, en el lugar de desafío. La traslúcida esencia de Venganza amenazaba con brotar allí, y si eso ocurría, todo terminaría. Cuando su cuerpo fuese golpeable y pudiese caminar libre sobre la tierra, se acabaría. Bebería de los caídos, alimentándose y creciendo hasta convertirse en una entidad incombatible. Tenían nueve segundos para detenerla de una vez por todas, o para tumbar su pequeño santuario. Sólo necesitaban extinguirla de forma sobrenatural o romper sus muros, obligándola a dispersarse y caer bajo la luz del sol y un auténtico ejército cristiano.
- Fundíos conmigo. Ya es demasiado tarde para seguir luchando- declaró en tono profético, creyéndose sus palabras.
Sin moverse, su aura titiló, generando un pulso. Una fija capa horizontal de materia negra, cual anillo de saturno. Lentamente, absurdamente fácil de evitar, manó hacia todos lados, en un avance transversal hasta extinguirse al alcanzar el muro. Esporádicamente alguna cuchilla negra brotaba en diagonal, ávida y ágil, amenazando con alcanzar a algún novicio. Una muestra de un ataque en área, que no era sino una manifestación de su esencia.
Escudo Exterior: 20% Venganza Primigenia: 46%
Materialización: 3 Asaltos Restantes.
Efectos por Turno:
1. Temperatura Infernal: Ya no hay viento. El Control de Fuerza para resistirlo se transforma en un Control de Constitución, también a Dificultad 6. Es posible resistirlo de forma alternativa con un Control de Poder a Dificultad 10. De fallar, el sujeto pierde 1 punto de Cansancio. Si el Cansancio llega a cero de esta forma, la temperatura se vuelve demasiado insoportable, provocando que el sujeto desfallezca, cayendo inconsciente bajo un golpe de calor.
2. Perdición: Un sortilegio de Venganza, que causa una conmoción a los recluidos tras su campo y área de influencia, disminuyendo sus capacidades y poderes. Deberán superar una RM contra 80, o recibir un penalizador a toda acción y a sus Resistencias de –30. Los penalizadores de la Perdición no se superponen, por lo que un personaje no sufriría el doble de negativos por encontrarse bajo la influencia de dos perdiciones. Sin embargo, la RM subirá a cada asalto.
3. Pulsación Oscura: Un aura de Venganza, que impide a nadie estar cerca de ella cuando lo desea. Por desgracia, los novicios están atrapados en su alcance. Se trata de un anillo negro y circular que brota a intervalos regulares, extinguiéndose en la distancia. De él mana el verdadero ataque, pues esquivar el anillo es algo rutinario. Basado en Oscuridad, el Ataque, con una Dificultad Media (80), Tiene un Daño Base de 60. Es recomendable que alguien se aventure a defender a Kael. La Dificultad subirá a cada asalto.
Resha entornó los ojos e inspiró hondo frotando con más insistencia los dedos. Cuando el hormigueo se volvió una sensación casi ardiente.
-Todo va a ir bien- dijo con voz neutra mientras tomaba la carita de Kael y sobre él extendía una barrera dorada con la que cubrió al niño. Su pecho se inflaba y desinflaba con esfuerzo pues el esfuerzo, que aparentemente no le pasaba factura realmente le estaba agotando.
Podía sentir su ángel de la guarda abrazándola pese a que no podía verla, su presencia detenía cualquier avance de la oscuridad que sentía en su interior, el rastro de la inocencia asesinada cuya ausencia había encerrado a la niña en una jaula.
-Acabad con ella o ganad algo de tiempo- dijo en el mismo tono, no podría realizar una nueva demostración del don-sólo un poco más-les suplicó a sus compañeros, si podían aguantar un poco más podría cubrirles a casi todos... o al menos protegerles de algún modo. Su prioridad era mantener con vida a quien menos fuerza vital tenía.
Miró a todos mientras, de alguna forma, con pequeños estallidos de luz a su alrededor, la barrera que la protegía se movía con celeridad protegiéndola de la porción de mal que se dirigía hacia ella.
La oscuridad, el vacío, la tan temida y a la vez poderosa Némesis se cernió sobre todos ellos. En un instante fueron aislados del mundo terrenal y trasladados a un infierno etérico, pero no por ellos irreal.
Las cadenas que torturaban a Elohim ahora era el único suelo que les separaba de una corriente de fuego en movimiento que podían ver a lo lejos bajo sus pies. Y todo ello convergía en un único punto, que tomaba forma de muerte. El espectáculo que tenía frente a él había dejado las habilidades del profesor León a la altura de la suela de sus zapatos. Estaban simplemente en jerarquías diferentes.
Richard comenzó a sudar a raudales y no era por el calor que les abrazaba sin escapatoria. Era por los recuerdos. La luz anaranjada que ascendía desde sus pies era tan parecida a la de aquel día… Las tenues sombras que bailaban a ritmo inconcretos… Todas aquellas señales que precedían a la muerte y destrucción absoluta que ya había vivido una vez. Los nervios se hicieron dueños de su cuerpo. Sentía el ardor en su piel a pesar de encontrarse tan lejos de la corriente ígnea y se decía que tenían que ser imaginaciones suyas. Hasta que vio en su mano grabarse una marca incandescente que le hizo perder la poca cordura que le quedaba. No se percató si quiera que su extremidad no ardiera realmente y de que el sello fue desapareciendo poco a poco.
-¡NO! ¡BASTA! ¡VAMOS A MORIR!- Gritaba histérico. Le temblaba el cuerpo y respiraba a un ritmo tan alto que parecía que iba a estallar. Comparar la valentía que había mostrado en conflictos anteriores con la imagen que mostraba ahora resultaba patético. No era momento para pensar en ello. No podía. Su única meta era escapar de aquél sitio. Los diminutos fogonazos de luz que producían desde el otro lado quienquiera que estuviera golpeando eran todo cuanto necesitaba para saber que ahí estaba la libertad.
-¡Tengo que salir de aquí! ¡Escapa!... ¡ESCAPA!- Su mente turbulenta repetía una y otra vez ese imperativo. Para ello utilizaría cualquier método. Los puñales que asía con toda la firmeza que pueden sujetar unas manos temblorosas, sus puños, sus dientes y sus uñas. Lo que fuese con tal de desgarrar esa realidad.
Aquel lugar era la viva imagen de una oscura pesadilla que uno siempre desea olvidar. Los novicios se encontraban encerrados en aquella cúpula oscura junto al ser que trataba de vengarse de Caedus. Al parecer todos habían atacado la barrera, pero aún no cedía.
El pequeño dudaba seriamente de que unos meros niños pudiesen vencer a aquella cosa. Necesitaban la ayuda de los demás. La única salida era romper la barrera.
Pero ahí, sostenido en el aire por oscuras ataduras, estaba Elohim. Su ángel se estremecía mientras aquellos lazos lo apresaban cada vez más y más. Sintió el impulso de lanzarse en su ayuda, pero si quería salvarlo tenía que ser realista. El calor de aquel horno infernal le recorría el rostro, haciéndole entrecerrar los ojos. Las quemaduras en sus manos escocían como si alguien les hubiese echado alcohol.
Ace no quería doblegarse a aquella fuerza vengativa, ¡no podía! Sintió como el poder oscuro de Venganza Primigenia se le acercaba como un terrorífico monstruo tentacular. Una bruma negra que trataba de sumirlos en la desdicha. Pero él resistió, debía luchar por su ángel, y por las vidas de todos sus amigos.
Se agachó para evitar la pulsación oscura y luego rodó a un lado para evitar que una cuchilla se atravesase la pierna izquierda. Apretó con fuerza el mango de su espada y gritó de dolor. Junto al grito, descargó todo el peso de su arma de nuevo contra la barrera. Trató de golpear una zona ya debilitada.
- ¡Maldita sea, cae!
Motivo: Temperatura Infernal
Tirada: 1d10
Dificultad: 6+
Resultado: 4(+5)=9 (Exito)
Motivo: Perdición
Tirada: 1d100
Dificultad: 80+
Resultado: 93(+25)=118 (Exito)
Motivo: Pulsación Oscura (Esquivar)
Tirada: 1d100
Dificultad: 80+
Resultado: 72(+70)=142 (Exito)
Motivo: Ataque a la barrera
Tirada: 1d100
Resultado: 62(+40)=102
Mientras Kael seguía estando semicosciente de lo que ocurría a su alrededor, notó como todo se iba al garete. Todo se volvió oscuro y solo escuchaba la fuerte voz de Venganza que seguía amenazándolos. Por un instante, Kael entendió como debía ser el mundo de Gilbe, todo oscuridad y solo sonidos. Le pareció comprender un poco porqué el chico estaba casi siempre tan alicaído.
Empezó a notar un hormigueo en la mano que no tenía, pero eso no era posible, aunque en realidad le sorprendía porque no era nada doloroso, en comparación con el dolor que sentía por todo su cuerpo. Notaba un ligero escozor en la palma de su mano pero no era un gran dolor, le dolía todo lo demás como si un carromato le hubiera pasado por encima. A eso había que añadir la subida de temperaturas, pero él provenía de un clima mucho más caluroso y húmedo y, por tanto, más agobiante.
La voz de Resha le calmó como un bálsamo, como si supiera que aunque todo se estaba destruyendo y perdiendo a su alrededor no fuera a ser así al final. Los gritos de Richard le incomodaron un poco, pero esa presencia de Resha le tranquilizaba. Eso y saber que había estado muerto y ella le había traído de vuelta.
La magia fluyó de ella hacia el exterior, como un torrente que hubiera estado comprimiendo durante mucho tiempo, una presa que había estado reteniendo más agua de la que debía y al final se había roto.
Al principio la sensación de alivio fue lo más importante. El Don era algo increíble, liberarlo liberó también la tensión en su cuerpo, y por un momento sentir como aquel potencial dejaba de intentar agrietar su cuerpo para salir, ya que tenía la puerta abierta, fue extasiante. Después la sensación dejó de ser agradable, cuando el poder seguía abandonándola, mucho más de lo que nunca lo había hecho. Su cuerpo luchó entonces por retener los últimos pozos de magia en su cuerpo, por no quedar vacío. Y no hubo manera de luchar contra la corriente que ella misma había provocado. Su magia se desvaneció.
Sus alas espectrales desaparecieron y poco a poco fue cayendo al suelo, a la velocidad de una pluma. Cuando tocó el suelo descubrió que su cuerpo no tenía fuerzas para sostenerse a sí mismo y su centro de gravedad siguió bajando hasta que hincó las rodillas en el suelo y se apoyó también en las manos. Su respiración se agitó, nunca había estado tan agotada.
Percibió como sus otros dos conjuros, su escudo y la armadura de Gilbe, parpadeaban ahora que no tenían nada con lo que mantenerse.
De todas formas, estaba segura de que ya no harían falta, aquello que los amenazaba dejaría de ser un enemigo, su magia le tenía que haber ayudado a ver la verdad.
Demasiado pronto esbozó una sonrisa, porque entonces el mundo se volvió oscuridad, el suelo se volvió fuego y sus esperanzas vagas ilusiones.
- ¿Porqué? ¿Es que esto no tiene un fin? ¿Tan poderosa es la necesidad de vengarse?
Aenea no lo entendía. ¿Porque había escogido aquella entidad seguir con la violencia, cuando se le había ofrecido la paz? ¿No era la paz lo que ansiaba conseguir a través de la venganza?
Ahora Aenea estaba indefensa. No era nada contra aquel poder. Lo había dado todo por intentar la solución pacífica, no le quedaba ningún as en la manga, ninguna migaja de poder a la que recurrir. Prácticamente no podía ni tenerse en pie, y su escudo y la defensa de Gilbe se desvanecerían pronto. Quizá si fuera demasiado tarde para seguir luchando.
No, podían acabar con aquello, podían sobrevivir. Era aquella oscuridad la que oprimía el corazón de Aenea, quizá también el de los otros. Deseó tener un resquicio de poder, un último intento para poder disipar aquel manto que los arropaba y les aletargaba el corazón, alejándoles de la esperanza.
Pero pronto recordó que no necesitaba su magia para aquello. Se llevó una mano al cinturón, donde todavía colgaba la linterna que había hecho en forja. Si, ella llevaría la luz a aquel lugar, disiparía la sombra de la venganza. No le hacía falta el Don para ello.
Se apresuró, con dedos temblorosos, a encender la linterna. Le costó un par de intentos pero al final la mecha impregnada de aceite prendió. Aenea retiró cualquier obstáculo de las paredes de cristal, para que la luz iluminara en todas direcciones.
Se puso en pie con dificultad y sujetó la linterna en alto, sus haces de luz cortando la voluptuosa oscuridad. Empezó a cantar también, para despejar cualquier duda de que ella todavía guardaba esperanza. Quizá también para hacer creer a aquel oscuro enemigo que seguía preparando algo. Y anduvo hacia él, temblorosa, poco a poco, pero se acercó al enemigo hasta estar lo más cerca posible de él y levantó la lámpara, esperando que sus rayos de luz abrieran más agujeros en aquel cuerpo de sombras serpenteantes.
- No nos vamos a rendir. Te he dado la opción de saltarte todo el dolor, el tuyo y el nuestro, y has elegido el sufrimiento. - dijo, en una breve pausa de su canción - Lo que os pasó es terrible, pero ninguno de nosotros tiene la culpa, en vuestra venganza os habéis vuelto peores que los que cometieron el crimen contra vosotros. No apagaréis la luz de la esperanza para aquellos de nosotros que todavía tenemos una.
La niña percibió entonces como su escudo parpadeaba, visiblemente esta vez, como si fuera una llama moribunda. Estaba en las últimas. La única barrera entre ella y la muerte estaba a punto de desvanecerse.
Motivo: Temperatura Infernal (POD)
Tirada: 1d10
Dificultad: 10+
Resultado: 2(+10)=12 (Exito)
Motivo: Perdición
Tirada: 1d100
Dificultad: 80+
Resultado: 97(+55)=152 (Exito)
Motivo: Pulsación Oscura
Tirada: 1d100
Dificultad: 80+
Resultado: 47(+50)=97 (Exito)
Motivo: Cantar
Tirada: 1d100
Resultado: 5(+70)=75
Se ahogaba.
La cadenas oscuras le apretaban, su propio cuerpo estaba a punto de estallar, el calor reinante le asfixiaba... El entorno comenzaba a verse borroso, el mundo a su alrededor era cada vez más tenue y extraño. ¿Todo se estaba volviendo negro? ¿Había una figura amenazante tratando de formarse ante ellos? Todo era confuso, y en su prisión oscura Elohim tenía cada vez más dificultades para encontrar un punto de referencia donde mirar.
Miró a Resha, estaba cerca pero se ocupaba de defender a Kael. Mejor, pensó para sí. Sus ojos se cerraban, presa de la temperatura y el poder del ser que se erguía ante ellos.
-Yo... lo siento chicos... no puedo aguantar más...
El mundo comenzaba a verse en blanco y negro, ocurriendo todo mucho más rápido que lo que la mente del chiquillo podía procesar. Veía a Richard y a Ace lanzarse contra la protección exterior como si en ello le fuera la vida... y en parte era cierto. Veía a Charlotte silenciosa, retorciéndose de dolor en el suelo, y ya ni siquiera veía a Kamus y a Owen que, intuía, seguirían luchando uno en cada bando.
La presión de venganza era mortal, y sentía como sus fuerzas desaparecían. Ya ni siquiera era capaz de notar el quemazón de sus manos, puesto que las presas de los brazos hacían bien su trabajo. En general, era como una anestesia, dolorosa sí, pero que llevaría al pequeño ángel a un descanso eterno. Un descanso junto a todos aquellos niños que allí dormían.
Elohim les acompañaría.
Era hora de cambiar de compañeros,
...de cambiar de plano...
Unas últimas palabras surgieron de Elohim, unas palabras en el idioma en el que oraba. Unas palabras que ya no sonaban con mil voces detrás, que ya no invocaban el poder de Dios sino su clemencia y perdón. Invocaban su presencia en la transición...
Domine, in manus tuas commendo spiritum meum.
O no...
Las venas de las sienes de Elohim se hincharon de pronto, al tiempo que sus ojos se abrieron con fuerza. Sus alas, a la par, dieron un golpe contra las cadenas que le atenazaban. Su escudo comenzó a brillar, iluminando el interior de su jaula y dejando que destellos de luz surgieran por las pocas grietas que tenía su prisión.
De nuevo gastaba todas las energías de su interior, pero no iba a caer inconsciente. No ahora. No estando tan cerca de la salvación. No podía hacer nada por los demás, estaba demasiado ocupado tratando de no morir en aquella jaula infernal, pero al menos no le daría el placer a aquel espíritu de considerarle vencido.
Trató de mirarle a los ojos, si aquellos pozos carmesíes podían ser considerados ojos, y se quedó fijo en ellos. No iba a decir nada, dudaba siquiera que su cuerpo pudiera soportar siquiera una palabra más. Pero se quedó ahí, clavado, desafiando a un ente mucho más poderoso que él, mucho más poderoso que todos los niños juntos, con su mirada.
Una mirada cargada de inocencia.
Y de alguna manera...
... de ira.
Motivo: Fuego infernal
Tirada: 1d10
Resultado: 1
Motivo: Perdición
Tirada: 1d100
Dificultad: 80+
Resultado: 29(+40)=69 (Fracaso)
Por unos segundos pareció que todo iría bien... tras el conjuro desatado por Aenea, Owen se había vuelto un guiñapo, parecía que el conjuro había tenido su efecto, Kamus pudo desviarlo con muchísima más soltura que de costumbre... Venganza se había quedado sin aliados.
Elohim, al igual que Juliette, había intentado hacer entrar en razón a Alexander para que se deshiciera de aquella criatura que le atenazaba, pero exactamente igual que la pequeña pelirrosa no tuvo éxito alguno... es más, aquel que minutos antes era su profesor de Artes Mentales, se dirigió al pequeño ángel y sin esfuerzo ninguno abrió el suelo, haciendo surgir de él unas cadenas hechas de pura brea. Cadenas que constriñeron al pequeño amenazando con aplastarle y asfixiarle, lo que sucediera primero.
Los pequeños seguían arremetiendo contra la barrera, y aquel escudo no tenía pinta de romperse en breve, cada vez los ataques tenían menos efecto y más en el caso de Juliette... Aquel último impacto de Fuerza que había lanzado contra la barrera exterior había sido el más poderoso que había conseguido lanzar hasta aquel mismo momento, y también fue el menos útil. Aquel gran impacto se volvió contra ella amenazando con empotrarla contra aquello que intentaba destruir, la barrera exterior... pero había quedado en nada, tal vez era solo un aviso, o tal vez fuera pura suerte.
Segundos más tarde aquellos aros que amenazaban con cortar en pedacitos a Aenea se rompieron cuando ésta terminó de entonar su canción, y en aquel momento la pequeña Juliette repiró aliviada, por lo menos no había sufrido daños. Mientras todo aquello sucedía Charlotte se encontraba retorciéndose de dolor en el suelo, pero Juliette nada podía hacer por hacerla sentir mejor... solo podía intentar terminar con aquella incomprensible trifulca y llevarla a ver a la doctora, y que ella salvara a su gemela. El pensamiento de que su hermana podía estar sufriendo más de lo que podía aguantar la hizo concentrarse muchísimo más en lo que tenía que hacer.
Pero de repente todo cambió... el suelo se agrietó completamente y se inundó de cadenas de brea como aquellas que atenazaban a Elohim y un enorme río de lava que, aunque no llegaría a tocarlos, infundía bastante respeto a la pequeña Juliette además de proporcionar una temperatura que no era para nada agradable. Alexander, Owen y Kamus desaparecieron y en su lugar se presentó lo que hasta entonces había vivido en el cuerpo del profesor de Artes Mentales... la verdadera Venganza Primigenia, una masa de alquitrán y músculos que amenazaba con destruirlo todo y a todos. Una marca surgió en la palma de la pequeña Juliette, una marca que simbolizaba la perdición... Escocía, pero no notó nada más allá de ese simple escozor, nada más que una simple molestia.
Una ola de energía oscura surgió de repente partiendo desde donde se encontraba Venganza. El súbito ataque cogió por sorpresa a la pequeña que proyectó de nuevo su escudo de humo para defenderse con éxito y salir indemne de la arremetida. Tan por sorpresa la cogió, que al intentar proyectar el escudo sobre Charlotte no lo hizo todo lo bien que debía, y no pudo más que confiar que el escudo fuera lo suficientemente poderoso como para absorber el daño que fuera capaz de causar aquel pulso de oscuridad.
Se fijo por un segundo como estaban sus compañeros... Gilbe y Ace seguían arremetiendo contra la barrera, Richard había sucumbido al miedo y solo se dedicaba a gritar, Aenea caía rendida tras el poder que había desencadenado segundos antes. Resha estaba cuidando de Kael como podía, Elohim agonizaba atado con cadenas negras y Charlotte continuaba retorciéndose en el suelo por aquel estúpido hechizo que había lanzado Venganza sobre ella... tenía que hacer lo posible para destruir el escudo exterior, tal vez si la luz conseguía entrar, extinguiría la oscuridad que encarnaba aquella criatura.
Una idea fugaz cruzó por su mente. Miró desesperadamente a todos lados intentando buscar algo, pero no lo encontraba... necesitaba algo y no estaba allí dentro. Tras un pequeño suspiro, se fijó en las manos de sus compañeros que atacaban la barrera... armas, eso era lo que buscaba. Necesitaba todas las armas posibles, y sus agujas para el pelo no serían suficiente.
Chicos, ¿confiais en mi?.- Gritó la pequeña-. Necesito vuestras armas... por favor.- Suplicó la pequeña -. Es la única forma que tengo de acabar con esto. Los impactos de fuerza no surten efecto y esto es lo único que puedo hacer... ¡¡Soltadlas por favor!!
Tras aquella afirmación, de la que los pequeños habían sido conscientes, la niña se concentró apenas un segundo y un vendabal de humo se originó a su alrededor levantándola unos centímetros del suelo. Su pelo, que hasta ese momento estaba peinado con las agujas que había preparado en clase de Forja, se soltó y las agujas comenzaron a volar a su alrededor agarradas por unas cintas de humo sólido que solo aquellas personas que fueran capaces de ver Matrices percibirían. La pequeña esperaba que sus compañeros soltaran sus armas y en caso de que así fuera las proyectaría de la misma forma hacia la barrera con un poderoso ataque en área, que intentaría maximizar el daño inflingido por las armas de los pequeños, para tratar de tirar abajo aquello que los separaba de la luz y de la inocencia de la que debían cubrirse los niños de su edad.
Aquel dolor indescriptible se extendía por cada una de las terminaciones nerviosas de que disponía la pequeña y allí yacía, doblegada ante aquella punzante desesperación que la inundaba de impotencia.
Su capacidad para participar en aquella batalla de manera productiva había sido mermada hasta prácticamente la inconsciencia, único alivio posible en aquel momento y no obstante, incapaz de abandonar a su hermana se mantenía a su lado a pesar de las circunstancias.
Charlotte estaba demostrando ser más fuerte de lo que ella misma hubiera podido describir, algo en su interior le estaba proporcionando el aguante justo y necesario para mantenerse despierta, evitando que Juliette cayera en la desesperación y sosteniendo su cordura con una fina hebra de esperanza.
Tendida en el suelo aún se resistía a caer bajo el descarado poder de aquella criatura de espanto, aferrándose a la consciencia tan fuerte como se asían sus manos sobre aquellas oscuras cadenas que revestían ahora el pavimento sobre el que pisaban. Aquel ser parecía haberlos trasladado a una dimensión desconocida, su terreno, un infierno particular con fuego incluido en el lote.
Una sensación nueva, de origen distinto al dolor general que rasgaba cada ápice de su existencia en aquel momento, brotó en la palma de su mano. A penas pudo girar la muñeca para tratar de vislumbrar de qué se trataba, aquella aguda sensación de quemazón parecía haber inscrito algo en su carne, una marca de muerte. Abrió mucho los ojos, invadida por una nueva sensación de terror que la obligó a buscar, exasperada, la mirada de su hermana.
El fin se acercaba, inexorable, trayendo consigo la promesa de separarlas firmando un contrato de permanencia con la muerte. Charlotte, invadida por la sensación, no dudó en intentarlo una vez más, mientras su luz brillase no permitiría que la de Juliette se apagara.
Se levantó del suelo con torpeza evidente y esfuerzo más que tangible, tambaleándose hasta interponerse entre la abominación y Juliette en un acto desesperado por proteger su vida. Extendió los brazos en cruz y lanzó una mirada desafiante que apuntaba directamente a los ojos de aquel gigante, tratando de ganar algo de tiempo.
Gilbe escuchaba como sonidos hasta el momento desconocidos se propiciaban uno tras otro... El sonido de un líquido espeso, el suelo rompiéndose y abriéndose, la voz de un ser que no podía venir de ninguna garganta humana.
Estaba pasando algo horrible, lo sentía en el ambiente, en la voz de sus compañeros, pero en cierto modo estaba aislado de todo lo que ocurría. Su ceguere no le aislaba del horror de la Venganza Primigenia, pero sí le ayudaba a atenuaba su miedo.
El último ataque que había lanzado contra Owen le había costado la vida, o casi... El dolor, que había sido extremo, sólo había durado un segundo, pero tras eso llegó su "resurrección" y sin duda fue una experiencia "religiosa". Apenas había pasado un instante, pero dentro del chico se había iluminado la llama de la Fe. Era algo leve, pero después de una experiencia como esa, ¿cómo no salir renovado?
Los novicios muertos de Caedus, los que no habían llegado a nada, seguían en ese Monasterio. Y no vivían con gloria ni en la Paz, no, vivía en un infierno, pues de ahí creía el chico que procedía el calor que sentía. Él no estaba dispuesto de terminar en el mismo lugar que ellos, o vivía o iría al Cielo al que hasta hace unos segundos apenas creía. Moriría como un mártir o viviría como un héroe, pero no se quedaría en el lugar del que venía la Venganza.
Escuchó la petición de Julliette y lamentándose pues su relación con las gemelas había mejorado en la última semana, no pudo soltar su arma. Estaba blandiendo una Inquisidora, una espada bendita fabricada para acabar con seres como el que tenía delante... No iba a seguir luchando contra el muro, él no sentía que lo estuviera debilitando, lo que haría sería lanzarse contra lo que quiera que tuviera enfrente. Si con suerte llegaba a alcanzarle esperaba que la espada compensara la poca habilidad que tenía el chico blandiéndola.
Fuese lo que fuese lo que tenía en frente acabaría pronto con ellos, no podían perder. Se lanzó con todo, en un último esfuerzo, con Fe.
Venganza prestó atención a Gilbe conforme se le acercaba. No llegó a descargar el golpe contra su cuerpo cuando extendió una mano fantasmal, alzándole al vuelo por el cuello para convertirle en una entidad levitante que agitaba, frenética, las piernas, luchando por no asfixiarse.
Prestando un tanto más de atención podía verse que no había telequinesis alguna allí. Las sombras eran la propia mano de la entidad, que todavía estaba desligándose del entorno para tomar presencia propia e independiente. Todavía estaba adquiriendo un cuerpo terrenal.
- Estás ciego, muchacho- respondió la voz en tono patriarcal, refiriéndose a algo más que su afección visual-. Podemos recordar a Jared, El Ciego, y yo me hubiese sentido avergonzado de ser él- añadió, cambiando la referencia a quien era, pues se entendía como una entidad individual y, a su vez, un conjunto de conciencias envenenadas-. Un Inquisidor Ciego es tan improbable como una Gaïa sin necesidad de Olvido. Pero no te preocupes. Te ahorraré, a ti y a todos, nuestro destino. Ningún mentor tuyo deberá ejecutarte.
Comenzó a apretar el puño, constriñendo los dedos que comenzaron a adquirir en su parte más distal una apariencia afilada, cual garra. No llegó a completar su estrangulamiento sobre el niño cuando se giró para mirar a Aenea.
- La esperanza es para necios- replicó con voz queda mirando a la niña, señalando a Elohim con la mano libre-, y para ilusos. Yo soy aquello en lo que me han convertido, como todos.
Dejó de señalar a Elohim y volteó su mano hacia arriba. Donde otrora hubieron dedos, ahora estaban las garras. Donde antes sólo habían sombras, ahora comenzaba a perfilarse una armadura, a medio camino entre el color de un río de plata y la pura noche.
La llama titiló ahí, brotando como un faro en mitad de la oscuridad. Su luz rivalizaba con la de Aenea, debatiéndose en un particular duelo con la linterna que ella portaba en la mano.
- Tú sigues unas leyes y yo otras, niña- declaró con aquella muestra gráfica-, pero no somos tan diferentes como crees. Reconozco que podrías haber llegado a ser, con mucha suerte, alguien notorio y no fertilizante para las hiedras- el ser dejó que la llama ascendiese, tornándose una esfera que, con toda probabilidad, sería su siguiente ofensiva-. Lamentablemente, no puedo dejar que obstruyas mi destino.
Y entonces, el chasquido. La apretada mandíbula de Elohim se mostraba roja, con el furioso correr de la sangre fluyendo para evitar que perdiese la conciencia. Luchando hasta el último aliento.
No pudo moverse, ni podría hacerlo jamás con esas cadenas de oscuridad bajo su cuerpo, pero lo hizo. A través de Ace. El guerrero mentalista descargó su arma contra el muro, y al hacerlo reveló en su espalda unas alas blancas, translúcidas e idénticas a las que portaba Elohim. Sobre su muñeca estaba la del otro, acoplada. El santo se hallaba tras el hijo del As de Espadas como un sudario, abrigándolo y convirtiéndose en su sombra. Seguía estando, físicamente y pese a todo, anclado en su posición tras las cadenas.
Fue aquella espada la que quebró el muro, dejando ver por una rendija la luz al otro lado. El negro cristal, fragmentado, revelaba a Desalmada. Sólo una minúscula parte del filo, atravesado, que salió de la oquedal para golpear otra vez. Charlotte amenazaba con dejar de soportar su propio dolor, que no era sino ajeno, cuando Richard atinó a impactar dos veces aquel muro, en las cercanías, revelando un hilo blanco que se abrió paso hasta tocar el de Ace. Un tajo fragmentado, siseante, que daba muestra de la fragilidad del muro.
Y entonces, Juliette. Sus agujas atravesaron el aire como balas de cañón, pasando sobre las cabezas hasta atravesar de lado a lado el muro. Debieron salir por otro lado, adentrándose en el monasterio y clavándose en alguna pared, si es que no aparecían como lluvia de flechas en la plaza mayor de Albídion.
Tras las agujas, todo el séquito. Decenas de armas se agitaron en el aire. Continuabas deshaciéndose en pedazos, goteando hierro fundido, pero atravesaron aquello como una baraja de cartas. La psiónica estaba llevando a término su truco para atravesar la caja en pedazos, pero sin romper el interior. Los niños, intactos, veían cómo sus armas volvían a clavarse en el muro, y Gilbe, que comenzaba a notar en su cerebro el vahído por la falta de oxígeno, dejó caer su arma. Una que también alcanzó la pared.
Como puñales sobre una diana. Aquello estalló en pedazo, y los fragmentos de metralla volaron por el lugar mientras la luz comenzaba a extinguir las sombras, alzándose sobre el interior de la cúpula. Las armas cayeron al seulo como un mosaico. Una lluvia de armamento, luces y cristales de noche. Todo ello lidiando con una maraña de sombras.
- El Destino es inevitable- dijo Venganza, consciente de que muchos niños conservaban su vida por algún tipo de designio superior-. Habréis roto las barreras- añadió refiriéndose al muro, pero también a su presencia en el lugar-, pero no terminado conmigo. La guerra sólo acaba de comenzar, y esta no será la única batalla.
El puño de Mai Lin golpeó el rostro de la criatura, que, si bien parecía encoger su dimensión bajo el peso de la luz, seguía permaneciendo entera. Su fuego, generado por la extremidad, seguía ondeando entre él y Aenea, pero parecía alimentarse del sol, creciendo en tamaño.
- Disfrutad de vuestra corrupción mientras podáis- añadió mientras una patada la alcanzaba el pecho, desatando una nube de brumas al aire. Mai tosió, pero no se detuvo-, pero sabed que no podréis derrotaros a vosotros mismos.
Y es que Venganza era la Inquisición. Sus consecuencias, su esencia, su origen, y su realidad. Era el reflejo de una realidad poco aceptada por algunos de sus miembros. Que estaban llevando a término su misión de un modo incorrecto.
Pero no sólo eso. Era cierto que cada niño debía superarse a si mismo.
Gilbe debía lidiar con su ceguera. Y no sólo la física. Su astucia era parcial y temporal. Había sido capaz de huir de cinco matones huyendo por los tejados, y había condenado a un soplón bajo su tapadera. Sin embargo, seguía tomando al mundo como si este estuviese tan ciego como él, sin sabiendas de que no era el único capaz de discernir las mentiras y crearlas. El mero lugar donde estaba lo constataba.
Richard con su temor al fuego. Un ser de corazón noble, henchido con la llama de un dragón que, si bien le alimentaba, hacía nacer en él las llamas de la duda. Su misión era otra, ligada a solucionar viejos problemas y ser el líder justo y ecuánime que siempre había demostrado al relacionarse. Los años debían acabar de darle la valía que llama demostraba, y la capacidad táctica que ahora le faltaba.
Charlotte vivía bajo la dependencia de su hermana. Incapaz de defenderse, excesivamente especializada, indefensa en cuanto conseguía atenazarla por vez primera. Incapaz de hablar, sometida a una serie de trabas que no podían sino alimentar una frustración cultivada desde que su familia comenzó a pedirle que dijese "mamá".
Juliette era inocente y juventil, como Gilbe. Años más tarde, con las pertinentes enseñanzas de vida, cuando su cuerpo fuese el de una mujer y su mente la de una adulta, debería cargar con el peso de las cosas. Como siempre había hecho sobre sus hombros, aunque estas no la tocasen gracias a sus facultades. Sólo necesitaba adquirir la capacidad de autogobierno que aún le privaba la obra de arte que de su cuello colgaba.
Resha vivía entre algodones. Unos que la quemarían tarde o temprano, sumiéndola en una depresión de la que nunca saldría. Su única baza para no acabar como una versión mortecina de Judith, ya de por si vacua y con una felicidad apagada, era aceptar el mundo en que vivía. Uno donde la justicia era una palabra que llenaba bocas pero no convicciones.
Kael era, quizás, demasiado osado. Era valiente, un defensor, y un aliado de valor inconmensurable. Pero ahora no lucía mano en uno de sus brazos, y ese era un precio muy grande a pagar que arrastraría toda su vida. Una desventaja comparable con la ceguera de Gilbe o el miedo visceral de Wivernfall. La prudencia y la oportunidad se le hermanarían.
Ace ignoraba su realidad. Su relación con Elohim. Los actos de su padre. Ignoraba que su destino estaba forjado en sangre y acero, y que el peso a soportar por alguien como él era tremendo. En cierto modo, estaba preparado para ello. Sólo debía acumular poder. Y no sólo propio, sino también otorgado. Un comandante sin ejército no era nadie, y en aquella batalla había dado buena cuenta de ello.
Aenea era una Inquisidora de Sangre. Su visión de El Don, de la Inquisición y de las criaturas de la vigilia eran un serio problema para los intereses de la inquisición. Su valor podía costarle la vista, muriendo de pie en aras de defender su ideología y su postura. Sólo su temprana edad y la naturaleza menor de su infracción la salvaron tras vulnerar el status quo mental de la encargada de seguridad. Mai Lin. Algo que ella nunca olvidaría.
Elohim era un guerrero de Dios. Un arcángel guardián que gozaba de múltiples favores. Amado por el sector santo de la inquisición dadas sus convicciones, visto con aprobación por parte de sus efectivos más militaristas y radicales dada su naturaleza combativa. Era un claro reflejo del inquisidor prototípico y perfecto. Romeo Exxet. Y ese sería justo su problema, pues a ningún líder le gusta ver una sombra de si mismo creciendo bajo sus pies.
La Santa Bernadette no pudo salvar la mano de Kael. Severus Gerardiere tampoco. Ni la Santa Evangeline. Los dos últimos le atendieron después, cuando el conflicto en los muelles estaba finalizado y el sol ya estaba el otro lado, escondiéndose en lugar de saliendo. Ni siquiera Renata se aventuró a intentar cirugía combinada con artes ocultas, poniendo algún tipo de artefacto cargado de magia en su lugar.
Venganza se había marchado, extinta bajo los golpes de Maestro, Mai Lin, Petros, y un ejército de guardias eclesiásticos. Y sin embargo, no se había escondido para siempre. Volvería, como siempre lo hacían las quimeras y los monstruos que atormentaban a Resha, que dormía con el colchón en el suelo para que nadie acechase bajo su cama. Los mismos que quitaban el suelo a Kael y que llenaban de miedo los corazones de Richard y Charlotte.
Sus demonios eran ellos mismos. Como lo eran sus temores. Venganza seguiría viva mientras tuviese almas de las que alimentase. Armas que quisiesen matar dragones, honrar el nombre de un padre o devolverle al mundo lo que le había dado. Y aquello se había convertido en algo personal. El problema ya no era con Caedus. Sino con los novicios. Porque ellos eran la Inquisición ahora.
Próspero Reinhold dio un bonito discurso en el funeral de Alexander Lexington. Había perdido un amigo, pero había ganado a toda su familia. Caedus. El Mentalista y Rector en funciones no había podido soportar el shock provocado por Venganza, y se convirtió en el mártir de turno. Una estatua suya se mandó alzar en el Jardín de las rosas, y durante las semanas de su construcción, supervisada por Leonardo, nadie practicó ningún tipo de arte sobrenatural en público.
Kamus, vendado, habló a sus hombres, asegurándoles que, si bien muchos nunca habían visto antes a una entidad del Infierno, habían hecho lo correcto. Que el miedo era sólo una cárcel, y que no descansaría hasta vengar aquel ataque a los suyos. Abrazó a Judith y agradeció todo a Kael, a quien pidió piedad por la mano. Se encontraba en una deuda de gratitud con él, y algún día debería pagarle con algo de igual valor a sus cinco dedos y el haberle salvado la vida y dado la libertad.
Mai Lin sobrevivió, aunque estuvo semanas convaleciente, relegada temporalmente de su cargo mientras se recuperaba. Sus manos tardaron en sanar, pero lo hicieron, y concedió a Aenea el hecho de que, quizás, la joven tuviese sólo un problema de perspectiva. Sabía lo que acababa de hacer con Venganza, y que ella sola casi lo derrota. No subestimaría nuevamente a la Inquisidora de Sangre, que era capaz de lo mejor y lo peor.
Evangeline, lógicamente, tomó renovado interés por Elohim, a quien sin reservas aceptó definitivamente como uno de sus propios pupilos. Se guardó celosamente el no conocer a Astraega, a sabiendas de lo que podía pasar si los juntaba. Y sin embargo, guardaba cierta celosía hacia Ace, a sabiendas del extraño vínculo que compartían los dos rubios.
Durante meses Gilbe estuvo fuera del monasterio, entrenándose de forma particular con un Inquisidor. Jared, el único invidente que había sobrevivido al monasterio. Un hombre del desierto que se encargó de dar al Ciego un nuevo animal de guía y de enseñarle cómo debía llevar su transición de niño a adulto. Se encargó de hacer, no sólo de profesor de Subterfugio, sino de Mentor.
Leonardo aprobó a todos sus alumnos, pero intentó tomar a Charlotte, Aenea y Elohim como sus aprendices de Ciencia. No le importaba en última instancia no conseguirlo, pero a sabiendas de su inteligencia y su modelo de comportamiento el hombre se esforzó en ofrecerles la sabiduría necesaria para comprender el funcionamiento del universo.
Leona Blanchett partió con su familia, buscando fortalecer los vínculos de la Inquisición con determinadas noblezas. Se avecinaba una guerra, y era mejor granjearse las alianzas y los favores en estos momentos de interregno. Cuando Elisabetta Barbados alcanzase la mayoría de edad y se tornase una adulta cabal, capaz de dirigir un imperio, el mundo humano estallaría, como lo estaba haciendo el sobrenatural.
Habló con Richard cuando este le contó sus temores, asegurándole que ella y Petros le ayudarían en futuro, si lo precisaba, a resolver su conflicto con El Dragón. Ella era, al fin y al cabo, una Inquisidora. Aunque no ejerciese como tal y ocultase sus aptitudes para el mundo de la guerra, cultivados desde niña a manos de su familia. Podría decirse que nunca estudió en Caedus, pero que disponía igualmente de las aptitudes, pese a que el mundo sobrenatural se le reveló más tarde.
Maestro fue un ir y venir constante. Habló con todos, pero sólo escuchaba y decía. Nunca hablaba de él, ni de lo que sentía, de lo que haría. Sólo de lo que debían hacer los demás. Fue un gran profesor para muchos, y un notorio consejero para tantos otros. Pero le sabían un hombre taciturno y dolorido, oculto bajo una máscara de agresividad y un porte de perro militar.
Renata quiso instruir a los nueve novicios en el arte de la herbolaria y la medicina, aunque a algunos les intentó inculcar la sabiduría en materia de venenos, y no sólo de antídotos. Dado aquello a lo que se habían tenido que enfrentar les consideraba gente que precisaría de ciertas aptitudes en futuro. Sólo así podrían evitar que acabasen tullidos y maltrechos en grado sumo.
León aseguró que podría devolverle su mano a Kael. Siguió formándole, moldeándole un sino oscuro con facultades de existencia vacua que la Inquisición sólo abrigaba por conveniencia, como tantas otras. Peor que ello sólo estaba la Nigromancia, totalmente tabú. Pero se lo permitieron. Alguien debía de tener ese tipo de facultades, cuya utilidad era inconmensurable.
Dóminar quiso instruir a Juliette en sus facultades. Muy similares, con personalidades parecidas, aseguraba que podrían ayudarse mutuamente. Enriquecerse con la experiencia el uno del otro. El orfebre y amante de la naturaleza tenía en trato un matrimonio de conveniencia con una Psiónica de los Bourgeois, aunque de su edad. No eran Juliette ni Charlotte. Sea como fuere, aquellas eran sobrinas adoptivas suyas.
Judith abrigó a las cuatro novicias, tomando especial consideración en Resha y Aenea, por ese orden. Disponía del Don, por lo que sentía especial apego por las Hechiceras, pese a que su carácter seguía siendo espectacularmente parecido al de Resha, salvando porque era fría, lógica y madura. Fue cuestión de tiempo que la mujer partiese, abandonando a la inquisición. Se retiró, embarazada, a dedicarse en su proyecto de futuro. El hijo de Kamus.
Owen fue, junto con Maestro y Petros, uno de los tres que más hicieron por los esgrimistas. Enseñaron a Ace, Elohim, Kael y Richard todo sobre el combate cuerpo a cuerpo, e incluso parte de aquel a distancia, aunque sólo fuese en materia de defensa. Marcó en su cuerpo un sello de estigma, con fuego, cual animal. Fue algo que él mismo aprobó, y que se trataba en realidad de una marca que le permitiese tolerar ligeramente mejor los influjos sobre su mente. Como reveló, su Proceso no ayudó de niño a adquirir una gran Voluntad.
Mary Jane Cone, querida por todos, estuvo investigando más allá de los muros. Sus ausencias eran irregulares, pero siempre volvía con historias y nuevas enseñanzas. Se hacía de querer. Cuando ella no estaba, nadie impartía sus clases. Alguna vez lo hizo Jared, pero este muchas veces también tuvo que ausentarse. Con la guerra en ciernes, los maestros del subterfugio tenían mástrabajo pendiente que nunca, y se notaba. Averiguando información sobre el enemigo y, como Leona, estrechando lazos con el rival del rival.
Petros seguía siendo pluscuamperfecto, y siguió impartiendo sus clases, pero había días en que se ausentaba y una artista marcial, la oriental que había estado hablando con él, se encargaba de impartirlas. Tenía ciertos problemas pendientes con Leona, ausente, y le llegó a frustrar que de los nueve niños que combatieron a Venganza sólo dos hiciesen notables avances en su materia, pese a que Ace, Gilbe y Elohim conseguían un margen aceptable de conocimientos y facultades.
Bernadette enseñó a Aenea. Desde su proeza con los templarios seguía guardándole cierta confianza, y seguía confiando en ella pese al incidente con Mai Lin. Su habilidad para lidiar con Venganza influyó. La mujer no quería sino que la Inquisidora de Sangre se pasase a un enfoque que rechazase más el mantener trato y diálogo con los demonios, asegurando que era imposible razonar con entidades como Venganza, y que intentar hermanarse con ellas por el bien común era un contrasentido. Por supuesto, eso iba en contra del padre.
Y así corrieron los días, las semanas, los meses y los años. Los novicios fueron creciendo bajo la sombra de ser los Asesinos de Sombra. Su sobrenombre y título cabalgó con ellos a su paso por el monasterio. Su proeza les persiguió como una tenaza, y de ellos esperaban quizás demasiado.
Sabían todos que no podía haber terminado allí, y que Venganza, haciendo honor a su nombre, volvería. Pero para cuando eso ocurriese estarían más preparados. No serían niños y niñas, sino hombres y mujeres. Mientras aquella entidad se cobijaba en las alcantarillas y se alimentaba de los nigromantes, los novicios incrementaban en tamaño y valía sus capacidades y conocimientos.
Para cuando llegase el momento, serían Inquisidores. Y en caso contrario, personas con capacidades parejas a estos, conectadas de algún modo a sus compañeros y a la Inquisición. Eso, asumiendo que nada hubiese alterado individualmente sus destinos para entonces. Cómo terminaban era decisión, al fin y al cabo, del esfuerzo que pusiesen y de que aquello que deseasen.
Debían aprender a ser los dueños de su propio Destino. Sólo así, bajo la bandera de la libertad, podrían llegar a prosperar bajo el yugo de una Inquisición y un mundo que la coartaba en todo aquello que pudiese. Llegaron cartas para Kael, visitas para Ace y Aenea, audiencias de mecenas para Elohim. La familia de las Bourgeois, disgregada y parcialmente exterminada, volvió a reunirse de sus pedazos. Lo que quedaba de ella.
Aquella era ahora su nueva familia. Sus hermanos, sus compañeros. Sus padres, sus profesores. Hasta que con la madurez ciertas miras a tener familia, lógicamente, comenzaron a sembrarse en algunos. Una desgracia que la Inquisición quisiese exprimir a aquellos nueve para que su prueba en el desierto fuese, con su talento, reducida a un paseo por el jardín de infancia.
Sea como fuere, su futuro aún estaba por venir. El Segundo Advenimiento.