El paso de los años fue enseñando a Elohim un par de sabias lecciones. Y es que los caminos del señor eran inescrutables. O esa fue la conclusión final que sacó tras su particular crisis de fe. Toda su vida había soportado el peso de sus estigmas y su penitencia, pero no fue hasta alcanzar su adolescencia cuando comenzó a ver que el mundo no era un lugar tan como parecía, y que no había tantas cosas en él que mereciesen la pena.
Tuvo que soportar ver cómo uno tras otro su círculo de amistades se iba mermando. Cada nuevo año significa que la cantidad de novicios se veía reducida, hasta que dio la sensación de que conforme más adulto se volvía menos gente quedaba a su lado. La pérdida de muchos pasó de refilón, pero la de otros se hacía sencillamente dolorosa.
A ello había que añadirle la duda de si la violencia era o no un medio correcto para alcanzar un fin. La Inquisición era una organización violenta, y no cabía duda alguna de que contra seres como Venganza no había diálogo ni tregua. Su visión respecto a los humanos, en cambio, era dolorosa a secas. Podían exterminar y reducir a cenizas pueblos enteros si con ello daban caza al Nigromante, o peor aún, al simple Hechicero. Uno que podía no divergir demasiado de Elohim, salvando dónde había nacido y qué historia le cobijaba.
Era difícil soportar su enfoque intolerante y excesivamente radical y determinado, donde los objetivos debían cumplirse a un precio en ocasiones desorbitado. Algo que se extendía a su particular penitencia. Un dolor recurrente que no parecía tener sentido alguno. Uno que en ocasiones no podía llegar a entender. Uno que le llenaba de dudas.
¿Por qué? Y especialmente, por qué en determinados momentos y lugares. No parecía ser algo que revistiese de especial motivo. ¿Había hecho él algo mal? Los años le enseñaron a valorar cualquier cosa, por desorbitada que fuese. Algo en su personalidad, en sus actos, en su mera existencia. Quizás fuese el recurrir a la violencia, o hacer un uso pagano de sus dones divinos.
Hasta que su cuerpo lampiño comenzó a cubrirse de una pequeña capa de vello amarillo, sufrió. Años y años de entrenamiento, especialmente recrudecido en el invierno, tras un verano relativamente calmado con entrenamiento más mental que físico y escapadas diversas a algún lugar, generalmente bajo la mano de Evangeline, Leona, Mary Jane, Leonardo o Bronn, según fuese un lugar católico, noble, mundano, intelectual o nórdico.
Muchas veces fueron las que cayó sobre la nieve, semiconsciente y amenazando con hundirse. Pero no lo hizo. Al borde estuvo varias veces de desfallecer y no soportar la tortura de un Inquisidor, pero su devoción a la causa y el abrigo de determinados mentores se lo impidieron, pese a que Evangeline más de una vez temió por su vida en los momentos más desesperanzados.
Por supuesto, celosamente, no todo transcurrió así hasta su adolescencia. Más allá de su época con una crisis de fe, que aún perduró hasta que todas las dudas se despejaron de su atormentado cerebro, hubo una especialmente preocupante.
En el interludio que separaba el cuerpo de un niño del de un joven capaz de reinar, estaba el de un pequeño noble que todavía tenía asuntos por resolver. Sus primeros "recuerdos". En la enfermería o solo al abrigo de los pensamientos en el Jardín de las Rosas, allí estaban. Descubrió a Romeo Exxet como el hombre de su visión. Un hombre capaz de llamar a los ángeles y de alzarse sobre los cielos con alas de iluminación.
Un modelo a seguir y a temer, pues era tan santificado y aclamado como temido. Con habilidad sin igual para moldear el mundo físicamente hablando y con una reputación legendaria de exterminios a sus espaldas. Sólo una vez le vio, en la corte de Albídion, y el hombre se le refirió con ligera indiferencia, asegurando que Evangeline Matheus le había hablado bien de él, pero que no sería hasta alcanzar el título de Inquisidor cuando comenzase a plantearse su verdadera valía neta.
Sabía de su fragilidad. El resultado fueron meses y meses luchando contra si mismo, forzándose a lo mejor para convertirse en alguien merecedor de su respeto. Necesitaba ser más que Asesino de Sombra, y para ello debía seguir abrazando el camino de la violencia. Dios parecía, de algún modo, aprobarlo. Así que si precisaban que fuese un ángel exterminador sobrenaturalmente templado, lo sería. Sólo debía valorar de qué modo podía compaginar aquello con satisfacer otros ideales menos oscuros, como los de Leona Blanchett, Leonardo Bolson, o Leonor Barbados.
Leonor Barbados. Alta nobleza y familia segunda de la reina. Una visita breve pero suficiente acompañado por Leona Blanchett, Leonardo Bolson, Bronn Valiant y Evangeline Matheus. Mientras la última hablaba con los cargos eclesiásticos locales y el segundo con la comunidad científico, el tercero hizo de guardaespaldas para la primera, que presentó a Elohim como un pequeño Santo en potencia que debía ser presentado cuanto antes a la corte, pues le aguardaba un grato futuro si gozaba de su aprobación y mecenazgo, así como un apellido de renombre.
Fue así como el huérfano conoció a Leonor, una joven de intelecto brillante con quien sintió la misma conexión que con Ace. Guardó el secreto con celosía, pero ciertamente aquella fue la segundo vez se sintió conectado de verdad a alguien, aunque al tratarse de una mujer tuvo sus ligeras diferencias.
Tras separarse y volver al monasterio, sólo el destino diría si volvían a juntarse.
En cuanto el escudo exterior se resquebrajó, Kael perdió la consciencia del todo. Había estado muerto, estaba lisiado, y seguía allí gracias a la pequeña Resha, que había hecho todo lo posible por poder mantener con vida a todos los niños presentes en ese apocalípsis en miniatura.
Tras eso fue llevado a la enfermería, donde pasaba de estados de duermevela a dormir, o despertarse gritando. Sus pesadillas tenían un nuevo componente y, por desgracia, este también era un recuerdo demasiado real o vívido. Mientras los profesores y encargados de la medicina del Monasterio discutían que podían hacer para intentar recuperar la mano del pelirrojo o no, Kael sacaba partido a su regalo, leyendo todas las historias y cuentos del libro que le había regalado Ace. Le llegó una carta de su madre, diciéndole donde estaban viviendo ahora y preguntándole como estaba él. Kael no sabía si decirla que había perdido una mano, o que casi muere; pero no lo hizo. Escribió una carta diciéndola que el Monasterio era un buen lugar, que tenía muchos amigos y que muchas de las clases eran divertidas. Seguro que leían su carta antes de mandarla, y como estaban en alerta por los sucesos ocurridos no dejarían que una carta con información sobre algo saliera de allí, por si se perdía y esas cosas.
Durante su estancia en la enfermería pudo pensar muchas cosas y, sobretodo, en como podría seguir adelante. Soy manco -pensaba- ¿debería empezar a centrarme en las clases de Leonardo y de Leona? Allí había muchos que no llegaban a ser grandes luchadores y, quizás, podría ayudar a sus compañeros -todo esto era lo que pensaba cuando no leía. Pero lo peor era lo que Renata había denominado "picores fantasma", pues muy a menudo notaba picores en la mano izquierda, esa mano que ya no existía en su cuerpo.
Solo salió para ir al funeral de Alexander, pero muy levemente, pues se empeñaban en que aún estaba débil y no tenía que hacer esfuerzos. Él se quejaba, decía que estaba bien, pero era un niño de nueve años y no podía hacer nada contra las decisiones de los adultos. Kamus apareció para disculparse por lo ocurrido, y Kael le perdonó, pues no había sido él, sino Venganza, pero en parte le echaba un poco de culpa por haber sido tan débil de dejarse dominar por esa esencia. Era un niño, y no podía evitar tener que echar la culpa a otros, como si él hubiera podido resistirse a la voluntad de ese ser que dominó a uno de los más poderosos del Monasterio.
Tras casi un mes en cama, y con el muñón curado todo lo que podía curarse, Kael estaba pensando como debería de centrarse en las clases en su estado actual. No podía usar una espada bastarda, no podría hacer muchas cosas, pero podría seguir luchando sin armas o aprendiendo todo lo posible de MJ.
Una noche tenían clase con León, y Kael no tenía ni idea de si acudir o no, pero ese profesor le imponía mucho más respeto solo con aparecer que muchos otros. Además, sabía cosas que nadie más parecía saber y puede que este le explicara algo sobre Venganza, cosa que no hizo, pero le dio muchas más esperanzas- Será muy difícil, tardaremos mucho y te costará mucho esfuerzo, pero se como podemos devolverte esa mano -Y con esas palabras le devolvió toda la esperanza a Kael y le permitió tener fe en algo por primera vez.
Pasaban las clases, donde Kael intentaba hacer las cosas como todos los demás, pero no podía, y cuando fallaba se cabreaba, tiraba lo que fuera que estuviera trabajando y se separaba del grupo, lo que muchas veces le acarreaba castigos, pero al menos no eran físicos. Tenían una ligera piedad en eso. En la clase de Forja pensó en hacerse un garfio como los de los piratas de los cuentos, pero León le había prometido una mano, y tendría que aprender a ser paciente. En las clases de Maestro lo pasaba mal, pues era incapaz de usar ningún arma bien, pues la que sabía manejar era a dos manos. En la de Petros seguía como siempre, a veces se caía o tenía que obviar algún movimiento, pero seguía trabajando en ello. Había estado dos veces en peligro y en armas sin armas en condiciones y eso le demostraba que tenía que aprender a pelear sin estas o convertir su cuerpo en un arma. Donde menos notaba sus deficiencia era en las de MJ que no requirieran destreza manual y en las que se aburría, que eran las clases teóricas de leyes y de modales.
Cuando se cruzaba con sus compañeros intentaba hacer como si no pasara nada, pero a la hora de comer era difícil, pues tenía que hacerlo todo con la misma mano.
Los primeros días pensaba en darle las gracias a Resha, pues le había salvado la vida, pero cuando iba a decir algo se le hacía un nudo en la garganta, y cuando esta le miraba para ver que quería decirle, el no ser capaz de hacerlo hacía que se avergonzara y se pusiera rojo. Tras dos o tres intentos, consiguió musitar y tartamudear un "lo siento y muchas gracias" pero fue muy triste. Tuvieron que pasar varios intentos para que pudiera darla un agradecimiento aceptable, con un discurso ligeramente ensayado y que le había ayudado a hacer Leona, pues le contó el problema que tenía y le dio unos ligeros pasos a seguir para centrarse en lo que tenía que hacer.
Y, con esto, pasó los momentos más cercanos al día en que Venganza se dio a conocer por primera vez, al menos, a estos niños, y así fue como el pequeño pelirrojo siguió adelante, intentando hacerlo todo, pero sus notas iban en ligera caída y solo pensaba y se centraba al 100% en una clase.
León le había prometido una mano y Kael se juró a sí mismo que la tendría de nuevo.
El muro se resquebrajó pese a que Resha continuaba en ese estado de semiconsciencia con respecto a lo que le rodeaba. Es por ello que para la niña no fue una victoria triunfal en una batalla a vida o muerte. En su interior, el muro exterior al quebrarse tomó el aspecto de un castillo de naipes al desmoronarse y ella observó con ojos carentes de emoción como esas cartas caían bajo extrañas sombras que en realidad resultaban ser armas proyectadas sin ninguna piedad contra esos naipes cristalinos que al tocar el suelo se convertían en charcos de una negrura mayor que la de la peor de las penas.
La voz de Venganza resonó dentro de su mente aun cuando había desaparecido y la niña que aún conservaba algo de esperanza cerró los ojos para, al abrirlos, observar con dureza el mundo que tenía ante ella.
Se llevaron a Kael, desvanecido, tullido de por vida, eso pensaba...pero vivo al fin y al cabo. Se incorporó con un hormigueo desagradable en las piernas al recuperar la circulación. En el suelo, no muy lejos de ella quedaba una parte de Kael, y, si levantaba algo más la cabeza, podía ver lo que quedaba del fiel amigo de Gilbe.
pobre Altair,pensó como si nada de eso fuera con ella. Caminó varios pasos sin saber qué hacer, perdida. Debería haber estado contenta, no había muerto ninguno de sus amigos, y sin embargo, no se sentía viva. Solo había hecho su trabajo, lo único que sabía hacer... cuidar de ellos.
Después de eso las cosas volvieron al único cauce al que podían volver, si bien no resultó gran diferencia para Resha, que se limitaba a responder cuando le preguntaban y a moverse si le exigían hacerlo, sonreía cuando creía que esperaban que lo hiciera, como cuando Kael intentaba disculparse, y guardaba silencio el resto del tiempo, frotando los dedos como un acto reflejo hasta que sentía que era imposible seguir guardando su don.
El funeral, las ausencias, los cambios... quizá solo Judith había sabido comprenderla, respetando sus silencios como una hermana mayor, abrazando la ausencia de lo que ambas habían tenido y que nunca volvería.
Judith también se fue,cubriría su carencia con el amor que se le puede dar a un hijo y Resha oró a su angel de la guarda para que ese bebé pudiera conocer lo bueno que podía dar la mujer, quizá, después de todo ese amor fuera la luz, para Judith.
Resha no tenía nada que aguardar, no tenía cartas que leer, a veces, sin mediar palabra, se sentaba en el colchón que Aenea había dejado en el suelo y dejaba su cepillo al alcance de su amiga, para que le cepillara los mechones desiguales, que con el paso del tiempo crecieron de nuevo, dándole un aspecto similar al que cuando había llegado.
-Todo va a ir bien.
Elohim pasó más tiempo que Ace en la enfermería.
A pesar de que sus heridas no eran físicas, las de su alma habían sido muy profundas, volviéndole a dejar sin aliento una vez más. Además, venganza había penetrado en su interior haciéndole sentir dolor, pesadumbre, tristeza... Y había tenido que sacarla de ahí dentro. Después de un tiempo que a Elohim le pareció casi infinito, salió. Hasta entonces no había querido hablar con Ace de lo sucedido en el combate, pero ya era hora.
Esa misma noche, en la alcoba que ambos compartían Elohim se quedó mirando a los ojos de Ace antes de irse a dormir.
-Ace...
-¿Qué tal has pasado estos días?-dijo de manera inocente
Ace estaba sentado en la cama. Sostenía en su mano derecha, vendada, su ángel de plata. Fruncía un poco el ceño, recordando como la luz de aquel pequeño tesoro había titilado aquellos días. Quizá había sido una metáfora del estado del ángel, no lo sabía, y por eso se había asustado.
-Te he echado de menos, pero no he estado solo - comenzó con todo apagado, pero luego se elevó hasta que esbozó una ligera sonrisa.
- Tu ángel... tú... Te he sentido cerca todo este tiempo.
Ace apartó la mirada.
- Lo siento, en el combate... Yo no... No pude protegerte.
Elohim bajó la cabeza dejando que su pelo cubriera su cara, tampoco quería mantener el contacto visual. Estaba nervioso, pero quería hablar con Ace, quería contarle lo que había vivido, lo que había sentido.
-¿Tu también? Quiero decir... yo también te sentía. Quiero decir, como algo más. Y.... olvida lo del combate.-levantó la cabeza- Fui yo el que trató de protegerte. Tu tenías que hacerle daño a la coraza esa.
El pequeño sonrió, como si alguien estuviese creyendo una historia imposible que llevaba mucho tiempo contando.
-Y lo conseguiste. Miranos... estamos vivos.
-Es decir, todos lo conseguimos...
- Elohim, tuve mucho miedo. Incluso pensé que... que podría perderte.
Ace apretó el puño alrededor del ángel de plata. -Es extraño porque... Desde el momento en el que te vi... Supe que querría protegerte siempre.
Elohim aleteó un segundo, forzando su recién recuperado cuerpo hasta situarse al lado mismo de Ace. Su mano, sin que ningún guante la protegiera en ese momento estaba fría, más había un calor especial en ella, el puro calor que da la esperanza. Cerró la mano en torno a las de Ace.
-Sabes por qué te regale eso, ¿verdad?
Dejó un segundo de silencio y se quedó mirando a sus azules.
-Para que siempre, siempre esté junto a ti.
Ace sonrió.
-No... nunca vas a perderme. Y yo también tuve miedo de caer, tuve... sentí como las fuerzas me escapaban. Pero había algo... algo que me empujaba a permanecer vivo. Y... Elohim enrojeció un momento.
-¿Tu también lo sentiste, verdad?
- ¿El qué...? - Ace no acabó, sus palabras se entrecortaron al recordar finalmente. Aquel momento, en el mismo instante en que golpeaba la barrera por última vez.
-. Sí, eso...
-Estaba... dentro de tí. Bueno... no es dentro la palabra. Pero... es que no sabría encontrar ninguna mejor. ¿Junto a ti? ¿a tu lado? No... No define lo que sentí.
- Fue como... Como si fueras un ángel de la guarda.
Guardó silencio un segundo mientras volvía a recordar aquella sensación. Era cálida, aliviadora. La recordaba como una sensación sanadora, como un momento divino que le apartó del dolor de las cadenas.
Ace abrió la mano, dejando entrever el brillo del ángel plateado. En sus pupilas, el leve titilar de la joya dibujaba formas perfectas, tan bellas como el mismo ángel argénteo.
-Como si yo mismo estuviera cubriéndote, como si tu cuerpo y el mío fuera uno. Como... Suspiró.
-Como si lucháramos ambos como un mismo ser.
- Como si por fin, en mucho tiempo, estuviésemos completos - Ace sonrió.
-Y puedo asegurarte que en todo momento sentí las cadenas ahogándome.
El pequeño ángel abrió los ojos. Aquella definición era adecuada, era... perfecta.
-Completos...
-Completos...
La sonrisa de Ace se ensanchó.
- Completos -. Afirmó, con decisión.
-Pero completos... ¿Qué significa eso?-La cara de Elohim pasó de alegría a un mar de dudas.
- Eh, pues... Es como... - la sonrisa de Ace desapareció también, tornándose una mueca de concentración.
-Yo... nunca me había sentido igual con nadie.-dijo mientras se separaba de Ace en un rápido movimiento.
- Yo... ¡Yo tampoco!
Elohim estaba nervioso. No sabía qué esperarse, no sabía qué significaba.... y la ignorancia le aterrorizaba.
Ace se contagió de aquel nerviosismo, y hizo un gesto conciliador con las manos, tratando de controlar aquello.
-Es que... No es como con Aenea... o con Resha. Ellas, son amigas, daría la vida por ellas estoy seguro. Pero...-se abrazó a si mismo- contigo es distinto.
-Te miro a los ojos, y me siento tranquilo. Estar contigo es...
-Como estar solo.
-Pero infinítamente acompañado.
Aquellas palabras confundieron a Ace, que se llevó una mano a la barbilla.
- Creo que lo entiendo, pero al mismo tiempo es todo muy extraño.
-¿Alguna vez has sentido lo que me ocurre a mi? Estas marcas...-se señaló a las manos.- ¿Alguna vez las has vivido tú?
Ace mostró una expresión de desánimo y pesadrumbre. Negó lentamente con la cabeza.
- Siento lo mismo que tú dices cuando estoy contigo. Pero esas marcas, esas... heridas... Jamás he vivido nada similar. Ni tengo el Don Divino que tú posees. Eso es sólo tuyo, porque eres un ángel.
Ace asintió para sí mismo, afirmando la lógica aplastante que tenía todo aquello para él.
-Tienes... tienes razón. Supongo.
Elohim se tiró a la cama, boca arriba y temblando ligéramente. Aquellas "revelaciones" estaban martilleando su pequeña cabeza.
-Ace...
-¿Nunca vas a abandonarme verdad?
La expresión de Ace se suavizó. Se tumbó junto a Elohim, cruzando los brazos tras la cabeza, y sonrió.
- Tranquilo, Elohim. Yo siempre estaré junto a ti. Y puedes estar seguro porque - miró al techo -es como si necesitara estar a tu lado.
- Además, si nos separamos puede que no descubramos que significa todo esto que sentimos, ¿no?
- ¿Y si es una señal de Él?
El ángel afirmó con la cabeza.
- Tú eres un ángel, y yo un humano. Puede que tengamos algún propósito por cumplir. Sea lo que sea, lo descubriremos.
-Ese es el verdadero problema... que sus señales son en ocasiones tan confusas. Hay veces.. que ni yo entiendo el significado...-dijo mirando sus manos.-y te juro que trato de entenderlo.
-Sus caminos son tan... complicados.
Ace tomó las manos de Elohim entre las suyas y lo miró a los ojos.
Era una mirada intensa, vital, llena de energía.
-Pero tienes razón. Lo descubriremos cuando sea el momento. Hasta entonces, no voy a dejarte que te alejes de mi. O si no te perseguiré volando, sabes que puedo hacerlo.-dijo con una sonrisa.
- Esos caminos, sus caminos... No te preocupes, los recorreremos juntos.
Los ojos de Elohim se encendieron al escuchar esas palabras. Como si los brillos de la luna que entraba por la ventana fueran reflejados por unas furtivas lágrimas, ¿quién sabe si de pesadumbre o felicidad?, que humedecían su pupila.
Abrazó a Ace, tan fuerte que si Elohim tuviera unos músculos más poderosos le habría dejado sin respiración. Las alas se erizaron denotando la ilusión que reinaba dentro de Elohim.
-Juntos.
-Siempre.
- Es una promesa.
-Y es pecado romper promesas.
Ace volvió a su cama, y Elohim se quedó en la suya esperando el momento de dormirse. Su corazón latía a gran velocidad. Miró por la ventana. La luna, esa eterna compañera nocturna cuidaría de los niños velando su sueño.
Mas unas palabras quisieron salir de la boca del querubín antes de dormirse.
-¿Ace?
Ace se revolvió en su cama, dejó ir algún sonido incomprensible, pero no dijo nada. La luz que se colaba por la ventana mostraba un rostro tranquilo, apacible. Ya había caído en el sueño.
-Te quiero.
Los días de lluvia siguieron a la tragedia. Los cielos lloraban por las pérdidas de miembros amputados, fieles mascotas compañeras y nobles profesores, que habían pasado a ser pasto del pasado. Los cielos eran tan oscuros como la misma noche y las lágrimas que descendían de ellos lo hacían acompañadas por las que brotaban de los corazones de toda la institución. Pero aunque el fruto de venganza había sido exterminado su semilla seguía enterrada, muy hondo en el suelo de Caedus, y la oscuridad del cielo solo necesitaba una muestra de debilidad para apoderarse de los corazones dudosos que allí moraban.
Corazones como el de Richard al que muchos comenzaban a ver como un futuro líder y protector, pero que él se negaba a aceptar. No podría cargar con ese peso. No después de tantos fallos… a sus padres… a sus amigos…y, sobre todo, a Kael. La calamidad que había sufrido su compañero de habitación le había marcado demasiado pasándose días culpándose a sí mismo por no haber sido capaz de protegerle, culpándose de su mano amputada. Evitaba su mirada y a veces Kael le cazaba mirándole involuntariamente el muñón, haciéndole sentir cómo su pecho se estremecía, repitiéndose en su cabeza la frase “es tu culpa”. Aunque en menor medida, también se sentía en deuda con Gilbe y el ya ido Altair. Deberían de seguir juntos y ya no podría ser, pero a pesar del sufrimiento Gilbe, con su carácter más maduro supo afrontar bien la pérdida.
Con el paso de los meses la amargura y la culpa fue tornándose en algo más. Richard estaba cansado de la culpa. Cansado de llorar a los caídos y no hacer nada más. La determinación fue abriéndose paso y endureciendo su corazón. Su alegría, a veces auténtica, a veces fingida para ocultar su debilidad, se fue extendiendo de nuevo entre su “familia” algo que todos agradecían y se decidió a continuar formándose. Petros, su profesor estrella, brillaba a sus ojos con aún más luz que antes y se decidió a convertirse en su alumno ejemplar. Por muy duro que le resultara alcanzaría a ser tan bueno como él. No… ¡a superarle! Y para no olvidar su empresa, aceptó una penitencia. Una noche, a solas en su habitación aprovechando que Kael había salido a… sus asuntos y hundido en la frustración rompió la ventana de un puñetazo, asió un fragmento del vidrio con sus manos y soportando el dolor, grabó sobre su propia piel, en cada hombro y en el pecho, tres cruces. Símbolo de la inquisición y una por cada caído. Una por la mano. Una por Altair. Y una por el gran Alexander. Fue la noche en que resucitó su espíritu por continuar.
Gilbe volvió a sentir cómo la muerte iba engullendo su cuerpo. La tenaza que le axfiaxiaba olía a podredumbre y a hiel, se había lanzado como un kamikaze a por el ser que tenía frente a ellos, pero no había podido hacer nada. Cuando empezaba a perder al conciencia sólo esperó haber dado tiempo suficiente a sus compañeros y deseó no ir al mismo lugar que los muertos a los que se enfrentaban.
Sin embargo, de nuevo, no murió. Juliette recogió la espada que Gilbe soltó y junto a muchas otras destruyó la cúpula en la que estaban encerrados. El niño no se enteró de que fue la gemela quien les salvó hasta más tarde... Pues cuando volvió en sí, haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, gritó: ¡Altaír! ¡Altaír, conmigo! Nadie respondía a su llamada, a su alrededor los profesores entraban en la cúpula, los niños se lamentaban por sus heridas, él se golpeó con fuerza sus piernas tal y como hacía cuando llamaba a su fiel compañero y volvió a gritar: ¡Altaír! ¡Conmigo!
Gilbe estaba confuso, en su mente había muerto por un instante, y casi una segunda vez... Su preocupación era su mejor amigo, su mascota, su guía. Entonces recordó su ataque hacia Kamus, recordó cómo la espada le atravesó a él, pero antes a su fiel Altaír. Su perro estaba en alguna parte, muriendo.
Avanzó a tientas, buscándole, hasta que encontró un bulto peludo. Estaba inmóvil y la mitad de su cuerpo estaba empapado de un líquido pringoso, sin duda sangre. Su pecho no se inflaba, su cuerpo no se movía. Pensó en llamar a Resha, tal vez podía salvarle... Pero entonces encontró la herida. Su amigo tenía un agujero del tamaño de un puño que atravesaba su cuerpo, Kamus le había destrozado. En ese momento un grito de lo más profundo de su alma salió por su garganta y durante un instante pudo ver.
No fue con los ojos, fue con el alma. Fue parecido a lo que sintió en una de sus prácticas de artes marciales... Sintió a Altaír, su tamaño, su pelo... Era como si sintiera el espacio que ocupaba junto a él, y mientras gritaba con todo su corazón se fundió en un abrazo con su perro, ya muerto, y al que nunca olvidaría.
En algún momento apareció Maestro, quien le cogió en brazos y se lo llevó del jardín. El niño estaba completamente bañado en sangre, la suya propia y la de Altaír. Casi en estado catatónico fue lavado y llevado a la enfermería. Resha le había curado casi por completo, pero era necesario comprobar que todo estuviera bien. Tanto por fuera como por dentro.
El niño no tardó en recuperarse. En parte porque no le quedaba otra, en parte porque ahora sí sabía el verdadero papel de un Inquisidor, en parte porque sus amigos también le necesitaban. Pero no olvidó a Altaír, ni siquiera cuando Jared le regaló un nuevo compañero, compañera en verdad, a la que llamó Deneb. Él siempre sería el primero, y nunca jamás le olvidaría.
No lloró la pérdida del profesor Lexington, ni perdonó a Owen. Ambos habían sido marionetas en las manos de un ser del abismo, y mientras que Kamus había conseguido rebelarse ellos siguieron bajo su yugo. No, no les perdonó, ni les perdonaría nunca... El dolor que habían ocasionado, la muerte que habían causado y la que se propusieron causar no podían ser perdonadas.
Con sus compañeros nada fue igual, pero tal vez en este caso fue para mejor... Gilbe aprendió a respetar a todos y a cada uno de sus colegas de clase... Todos habían sido fuertes, todos habían luchado. Incluso Charlotte, quien fue la que ayudó a Kamus de salir de la pesadilla. Siguió aprendiendo música con Aenea, a la que había descubierto en una nueva faceta suya, generosa y guerrera y junto a Resha, probablemente a ella también le debía la vida.
Elohim, a quien Gilbe no podía evitar aborrecer, fue valiente hasta el extremo y eso le valió para que, aunque Gilbe se sintiera astiado por cómo Dios se había portado tan en favor de unos y no de otros, pasara a respetarle y a comprender su carga. Ace por su parte no se dejó amedrentar un segundo ante el peligro. Sin duda el risueño chaval que ejecutó sin dilación a uno de los templarios había jugado un papel importante en la batalla, siendo uno de los heridos y por tanto compañero de Gilbe en el hospital
Richard y Juliette también habían luchado increíblemente. Durante todo momento combatieron, y sin ellos probablemente todos estarían muertos. Gilbe sentía que les debía mucho, y eso fortaleció su relación. Sin ellos todos estarían muertos, no podía ser menos.
Por último estaba Kael, y Resha. Ella les había salvado la vida a los dos, y Kael ahora era un tullido, como lo heran Charlotte y el propio Gilbe. Juntos habían vivido aventuras nocturas, y ahora juntos saldrían de adelante. Durante sus días en el hospital el chico intentó hacerse sentir cómodo a Kael, sin reparar en su mano perdida. Cuando salió se llevó a parte a Resha y con semblante serio le dijo:
Gracias. Tú sí eres una Santa, gracias por salvarnos la vida.
Los días que siguieron fueron de duro trabajo y de esfuerzo. Algún día fue a rezar por voluntad propia, para dar gracias a Dios por salvarle la vida. Tal vez le había dejado ciego al nacer, y por eso seguía enfadado, pero por lo menos estaba vivo.
Y vivo podría estar con sus compañeros, vivo seguiría luchando, vivo se convertiría en Inquisidor.
¿Porque todo continuó igual? Nada era lo mismo después de lo sucedido aquel día. Después de Venganza. Pero en el fondo, más allá de las caras tristes y los funerales, todo seguía igual. Y no era la primera vez que se sentía así. Cuando ocurrió el incidente durante la salida, reforzaron la seguridad, pero para Aenea nada había cambiado. Cuando ella protagonizó el desastre del día de navidad, las restricciones se volvieron más severas, pero Aenea siguió creyendo que todo era lo mismo. Más duro, sí, pero lo mismo.
Venganza provocó el mismo efecto en Caedus. Un miedo y una agitación iniciales, unas medidas de seguridad más altas. Pero nada cambió. Se luchó contra las consecuencias, pero no contra la causa del incidente. La niña era muy pequeña para entender ese concepto, pero dentro de ella sentía la decepción, el saber que no se hacía lo que se debía hacer, no se cambiaba para bien, sólo se aumentaban las restricciones.
Lo que ella no entendía es que la iglesia no cambia su núcleo. Puede cambiar su exterior, puede cambiar su opinión acerca de algo nimio, puede cambiar sus métodos, pero en el fondo, la iglesia es un concepto inamovible. En parte es lo que atrae a los feligreses, la seguridad, la inalterabilidad, la idea de que en el infinito, la iglesia es la misma que la que tenemos hoy. Por otra parte, la gente en el poder se resiste a cambiar, porque los cambios pueden desequilibrar la base en la que se asienta su trono.
El incidente con Venganza ocurrió por los maltratos a los niños, el proceso de forja de nuevas "espadas" para la iglesia, que destruía a aquellos lingotes de hierro incapaces de aceptar el carbono y convertirse en acero, y doblarse y plegarse a la voluntad de quien maneja el martillo. Cambiar eso, era cambiar el núcleo de uno de los brazos más poderosos de la iglesia. Y la iglesia no cambia.
Forjar niños en Inquisidores mediante la brutalidad y discursos y conocimientos sesgados era el único método que la iglesia aceptaría para sus soldados. Soldados entrenados para odiar a sus enemigos: lo sobrenatural. ¿Y por qué no iban a odiarlos? Ellos aprendían que lo sobrenatural venía del diablo, excepto en contados casos. Todo el mundo odiaba al Diablo. Pero Aenea sabía más que eso, su podre era un Inquisidor de la Hermandad del Crepúsculo, en Moth. Allí el mal era tan intenso, la oscuridad tan negra, que los Inquisidores se habían obligado a crear una categoría de "gris", según la que algunos entes sobrenaturales no eran "tan malos". Después de aceptar eso y colaborar con algunos de ellos, algunos vieron que los dones de los que todos disponían funcionaban exactamente igual, y sus corazones sentían igual. No todo lo sobrenatural es enemigo. Pero esa noción no era aceptable, no perpetuaba el odio, no se forjaba ninguna arma sin el fuego que el odio producía. Por eso nada cambió.
Aenea volvía a usar el uniforme blanco, llevando la Cruz de Sangre de un Inquisidor por fuera. Nadie le había dicho nunca que estuviera mal, aunque sospechaba que la miraban raro por eso. Ella no era Inquisidora aún, no tenía "derecho" a llevarla. Pero era un regalo de su padre.
Recordó haberla apretado fuerte entre sus manos, tanto que se pinchó con sus aristas y empezó a sangrar, cuando la cúpula se rompió. Había usado un farol - en sentido literal y figurado - contra aquel ente de oscuridad. Había decidido llamar su atención sobre ella para dar tiempo a los demás a hacer algo y su escudo estaba a punto de desaparecer. Entonces los rayos de luz del exterior entraron, la cúpula se rompió como un cristal golpeado por un balón, cayendo en pequeños fragmentos brillantes, y la oscuridad desapareció. Aenea se dejó caer de rodillas, con la respiración agitada por el cansancio, dejando con cuidado el farol a un lado, tomó la cruz de sangre en sus manos y oró. Por los niños que habían muerto, por Kael, Gilbe y Altaír. Por todos ellos, que les esperaba un futuro negro, más ahora que sabían que no todos sobrevivían, morían con rencor. Oró para ella, que había vuelto a usar su poder para alterar las emociones. Esta vez el castigo sería más severo que un encierro, o eso creía ella.
El castigo no vino. Fue llevada a la enfermería junto a sus compañeros, pero no estaba herida de seriedad, solo cansada.
Al cuarto día se acercó a la habitación de Mai Lin, y entró a verla. No cruzaron palabras, pero Aenea se puso a cantar otra vez en aquel extraño idioma, y con un ligero roce en las heridas de las manos de la adulta, estas empezaron a cerrar. El poder de la niña no era tan grande como para anular todo el mal que había hecho Venganza en su cuerpo en un solo instante, pero ayudó un poco, todo lo que pudo. Cuando acabó, se fue sin mediar palabra.
Visitó a todos y cada uno de sus compañeros en sus camas. Habló con Gilbe de lo contenta que estaba de que su protección hubiera servido para algo y la pena que sentía por Altaír, habló con Elohim acerca de la batalla y el uso de sus dones y sus consecuencias, habló con Kael de su valor, habló con Richard de su destreza con la espada, habló con Ace del poder que ella no sabía que tenía hasta entonces, habló con Juliette y Charlotte del valor de ambas, el poder de Juliette había causado grandes problemas a Venganza, y Charlotte debió hacer algo que le hizo enfadar, convirtiéndola en su foco. Con todos y cada uno de ellos habló también de tonterías, y no abandonó su lado hasta haberles arrancado una sonrisa. Hasta al parco Gilbe o la seria Charlotte, no le importó las horas que le costara, los hizo sonreír a todos.
Dejó para el final a Resha. Habló con ella un día en su cuarto, tumbadas en el colchón del suelo, mientras cepillaba sus largas coletas. Su amiga se había apagado, su personalidad brillante había desaparecido, estaba vacía de alguna manera. Y Aenea no sabía cómo ayudarla, pero le sugirió una opción. Que la dejara entrar a ella. Aenea podía hacer desaparecer los malos sentimientos. Podía hacer desaparecer la tristeza, durante un momento. Si durante ese momento lograba hablar con ella y hacerla sonreír, ¿No le daría esa sonrisa un motivo nuevo para mantener la tristeza alejada en el futuro?
En cuanto a los profesores, Aenea notó el cambio en todos y cada uno. Leonardo estaba más encima de ellos, enseñándoles cosas prácticas y divertidas, mientras que otros se volvieron más oscuros y prácticos. El mejor cambio para la niña, fue la aceptación de Bernadette. La Santa hacia la que había sentido rencor antes de conocer, se convirtió en su amiga, un objetivo , un modelo a seguir, un faro que la mantenía a flote en el oscuro mundo de Caedus. Gracias a ella aprendió más cosas de su Don, no solo cómo usarlo, sino cuándo y en qué circunstancias, para que no volviera a cometer el error de Navidad.
Con suerte, en el futuro sería menos oscuro. Cuando fueran mayores y pudieran valerse por sí mismos, cuando siguieran juntos plantándole cara a los problemas, cuando los malos recuerdos fueran distantes y menos dolorosos. No cambiarían a la iglesia, pero ellos serían lo bastante fuertes como para mantenerse en pie, todos juntos.