Antes de especificar sobre tus tiradas, voy a esperar a ver si tus compañeros también van hacia la catedral, para que no se desfase demasiado en tiempo el asunto y pueda seguir posteándoles a la vez en caso de que también vayan.
El ser le clavó a Cathbad una mirada de llamas crepitantes y carentes de toda expresividad. Al brujo le costaba verlo como un ser humano, si es que alguna vez lo fue. Sus impasibles ojos azules cobraron una intensidad que antes, simplemente, no estaba. Tal era la fijeza con la que observaba al Merodeador, tal era su inmovilidad, que más parecía una estatua que una persona. Lo único que evidenciaba lo contrario era el humo de cigarrillo que ascendía en volutas desde su nariz, formando una leve cortina frente a su rostro. Pero a pesar de su estoico y mudo desafío, el mago no estaba, ni mucho menos, tranquilo. Aquellos ojos de fuego lo sumían en un silencio palpitante, creciente y febril, que lo envolvía y amortiguaba todos los sonidos de su entorno, sustituyéndolos por un agudo y casi imperceptible pitido, dejándolo a solas con aquella cosa. Sin volver la vista, Cathbad tomó el cigarrillo de sus labios y sopló lentamente, exhalando una nube de humo. Por mucho que lo deseara, no podía dejar de mirar. Algo en su interior se lo impedía, algo que era al tiempo obsesivo y volátil, indomable y soberbio, pero ante todo, imposible de comprender. Algo que hundía sus raíces negras y torcidas en el corazón del hechicero, susurrándole con una voz casi audible…
La confrontación de miradas concluyó de repente, antes de que el humo terminase de disiparse. Cathbad sabía que no había ahuyentado al Merodeador, sino que este, por el motivo que fuese, había perdido el interés sin más. Y sin embargo, su alivio no podía ser mayor. Los vio reunirse y hacer un último intento de cacería antes de perderse de manera improbable, entre los recodos y las aristas de lo observable, dejando tras ellos únicamente el caos mundano que su manifestación había provocado.
—Dunaidh ort* —murmuró entre dientes el vagabundo. Dedicó unos instantes a mirar a su alrededor. La intersección estaba atestada de Durmientes conmocionados, confusos, en pánico, que hacían lo que podían por prestar auxilio a sus semejantes. Cathbad gruñó. Lo supieran o no, su presencia no ayudaba. Casi podía sentir cómo su obstinada incredulidad volvía rígida la realidad, permitiendo poco margen de acción a quienes realmente podían marcar una diferencia. De modo que decidió no intervenir. Había demasiados factores en su contra. En aquellas circunstancias y bajo todo aquel escrutinio, intentar recomponer los cuerpos rotos sería como tratar de atravesar la ola de un maremoto. Dejando escapar un suspiro resignado y dolido, abandonó a su suerte a aquellos niños desamparados y asustados, para que fuesen ellos quienes buscasen su propia salvación.
Con una última mirada a los otros Despertados que aún se demoraban en aquel fatídico cruce, Cathbad tiró el cigarrillo usando sus dedos como un resorte, dejándolo caer en la calzada. Levantándose nuevamente las solapas de la gabardina, se marchó discretamente en dirección a la catedral Grace.
*Dunaidh ort (se pronuncia aproximadamente «duni ost»): maldición en el idioma gaélico irlandés, que significaría literalmente «lo terrible para vosotros», o mejor localizado a nuestra lengua «ojalá os pase algo terrible». Nada, Cathbad, que es hamor (◕ω◕).
Y así, sin más, todo acabó. Los seres que parecían salidos de pesadillas se marcharon, dejando tras de sí caos y destrucción.
Max parpadeó de nuevo, confuso, pero recuperó el control de sí mismo cuando vio a un segundo de los Despertados dirigirse hacia la catedral. Y ya eran dos. Había contado al menos otras tres personas como él en aquel cruce. Una conjunción bastante extraña. Y dos de ellos entraban en la catedral. Todo tenía un motivo, aún no alcanzaba a comprender cuál pero lo había. Supo al instante que debía hacer lo mismo pero no pensaba dejar su camaro ahí tirado. Con todo aquel caos se lo llevaría la grúa o la policía por estar mal aparcado. Y pagar por sacar su coche del depósito era algo que no podía permitirse.
Entró de nuevo en su vehículo, avanzó una decena de metros y lo aparcó en el primer lugar que vio disponible. Acto seguido se bajó y echó a andar con paso rápido hacia la catedral. No quería perder tiempo. Debía alcanzar a los otros y preguntarles.
Una vez frente a la puerta del edificio se paró un segundo más. Sacó una petaca del interior de su gabardina, miró a un lado, luego a otro, dio un sorbo... y finalmente entró tras guardarse la petaca de nuevo en el bolsillo. Iba a ser un día muy largo.
La extraña aparición, tras unos largos instantes que parecieron durar una eternidad, terminó esfumándose en la misma nada de la que había surgido. La aberrante escena que amenazaba con desgarrar los mismos hilos del Tapiz se esfumó, expulsada por la presión de la propia realidad consensuada, o tal vez simplemente por haber perdido el interés. De un modo u otro, cuando la extraña mirada de la criatura del visor rojo se apartó de Ethan, éste sintió una oleada de alivio. Caoimhghin le había hablado alguna vez de los poderes de los Merodeadores, y en muy pocas ocasiones había mencionado que tuvieran algún tipo de limitación, por lo que agradeció no haber tenido que lidiar con ellos. El conflicto se había evitado, pero el joven mago no podía sino pensar que tan sólo se trataba de una pausa temporal, de un aplazamiento de algo aún mayor que estaba por venir. Un algo que, de algún modo, lo había involucrado a él, y al grupo de desconocidos que parecía haberse reunido por obra del destino en el cruce de las calles Taylor y California.
El mundo pareció de pronto volver a girar, olvidada la escena de pesadilla. Los gritos de confusión y los gemidos de los heridos por el accidente del cruce volvieron a elevarse, componiendo una caótica música de fondo para la escena y sustituyendo al bronco rugir de los motores. A Ethan le hubiera gustado poder prestar más ayuda a los heridos, pero desgraciadamente su anterior declaración sobre conocimientos de medicina no era cierta. Y sus conocimientos arcanos aún no le permitían prestar verdadera ayuda, por lo que con cierto pesar dio la espalda a lo que sucedía en el lugar del accidente.
Girándose, observó a Merika, que parecía haber terminado de vomitar en la papelera y comenzaba a incorporarse. Temblorosa, y envuelta en la cazadora del joven, nadie hubiera jurado que acababa de destrozar el frontal de un coche con su propio cuerpo.
-Voy a buscar algunas respuestas ahí dentro. –Dijo Ethan hacia ella, aunque elevó su voz lo suficiente para que el mendigo, que se acercaba a ellos, pudiera escucharlo. –Sería mejor que vinieras conmigo… creo que todos tendríamos que hablar de algunas cosas antes de irnos.
Y al vez el gesto de extrañeza pintado en el rostro de la presentadora, esbozó una sonrisa y añadió en tono menos serio. –Pero puedes quedarte mi chaqueta durante un rato.
Después, con una última mirada a los demás despertados que se acercaban, echó a andar con paso firme hacia las puertas de la catedral. No sabía muy bien qué era lo que estaba sucediendo, pero estaba seguro de que esa joven tenía más de un problema, y quería enterarse de primera mano de qué se trataba. Además, aún no tenía muchos motivos para confiar en exceso en ninguno de los artesanos de la voluntad que parecían seguirle hasta el gran edificio, de modo que prefería adelantarse.
Mientras caminaba, miró de reojo su reloj. Aún había algo de tiempo para llegar puntual a la cita con Madame Cleo. En su pecho, su cristal lanzaba tenues reflejos. Los ecos de la magia liberada aún perduraban en aquel lugar, pero no tenía tiempo de detenerse a analizarlos. Con un gesto decidido, abrió las puertas de la catedral y penetró en su sombrío interior.
Se movía entre la gente con facilidad, algunos estaban atentos a los motociclistas, otros a los accidentados y otros menos valientes preferían huir, lo cierto es que Steeve logró esquivar la mirada de los que lo rodeaban, como tantas otras veces. Su paso era tranquilo, llegaría a dónde tenía que llegar, no había razón alguna para apresurarse, bastaba con dejarse llevar y lograría estar en el lugar adecuado y en el momento justo. Así había sido recién, había visto el accidente y el universo había respondido a su pedido, los otros despertados estaban a salvo. No solo eso, al menos uno de ellos también había sido invitado a la misma reunión, aunque era probable que el resto también. Y el destino seguía teniéndolo en cuenta para sus propósitos, en el momento que pisó el lugar dónde la chica de negro había gritado, aparecieron los jinetes motorizados buscando a alguien, aquello no era casualidad y se movió conforme había sentido.
La chica había avanzado hacia la Catedral, él se movía buscando indicios de su presencia, recordaba claramente la dirección pues la estaba mirando desde el grito, sin embargo la llegada de las motos fue una distracción que hizo que se perdiera de vista. Aún así confiaba en sus sentidos y prosiguió caminando tras la mujer. El sonido de los motores volvió a escucharse, pero esta vez se alejaban. Pueden irse, ya los he visto, ahora sus días están contados, pensó sin desviar su paso, ya habría tiempo para encargarse de ellos, porque distorsiones como esas no le hacían ningún bien al tejido que él protegía, tarde o temprano habría que corregir esa alienación.
Percibió también que los Despiertos se acercaban, pero no miró hacia atrás, solo hacia delante.
Las tiradas correspondientes fueron en el post anterior.