El despertar aquella mañana fue muy diferente de los días anteriores. El sol se filtraba por la ventana de la cabaña, inundándola de una bienvenida luz, mientras los rescoldos de la chimenea caldeaban la estancia. Martem despertó enseguida que los demás empezaron a moverse. Hacía tiempo que no dormía tan bien, que no se sentía tan descansado, y supo que afrontaría aquella jornada con mucho mejor ánimo. A pesar de todo, procuró albergar únicamente la esperanza justa. Como algunos de sus compañeros habían sugerido, era una posibilidad muy real que la señora de la casa no estuviera totalmente en sus cabales, y que el pueblo de Belmonte no fuese un lugar tan acogedor como esperaban.
Eso era lo que estaba pensando cuando un grito de horror lo sobresaltó. Era Ysentrud. La anciana acababa de despertarse y ahora los miraba con el pánico escrito en la cara. Los otros tenían razón: la mujer no los reconocía. No los recordaba.
—Calma, buena mujer —dijo el cidario, levantando las manos en señal de paz. Comenzó a hablar despacio, manteniendo la serenidad y templando el timbre de su voz—. Sé que ahora mismo todo parece muy confuso, pero le aseguro que somos amigos. Viajeros. Anoche llamamos a su puerta, y usted muy amablemente nos dejó dormir en su casa. Nos dijo su nombre, Ysentrud, y que Pyrrah, su nieta, venía a verla todas las semanas. Los martes. —Muy lentamente, Martem se acercó al lecho de Ysentrud y se acuclilló junto a ella para quedar a su altura. Para resultar menos amenazante—. Es muy temprano y no se acuerda. Pero, ¿cómo íbamos a saber esas cosas si lo que le digo no fuera verdad? —Hizo una pausa y se esforzó por sonreír como le sonreiría a su propia abuela, a pesar de la profunda lástima que le provocaba aquella situación—. Usted tranquila y vuelva a dormir. Nosotros ya nos vamos.
Levantándose, Martem se dio la vuelta, dedicando a sus compañeros una mirada sombría. No había nada más que pudiesen hacer por aquella desdichada mujer. Habían cenado y descansado en condiciones; ahora, lo mejor que podían hacer era marcharse y continuar camino, olvidando que se habían encontrado con Ysentrud del mismo modo que la señora los olvidaría a ellos.
Tirada oculta
Motivo: Carisma
Tirada: 1d10
Resultado: 9(+7)=16 [9]
Tiro Carisma (en oculto) para transmitir confianza y tranquilidad a la pobre Ysentrud.
El despertar fue agradable. El duro suelo, pese a la incipiente podredumbre, era seco junto al hogar. La habitación estaba caldeada y olía ligeramente a ceniza, pero no era desagradable. El cortante y helado viento no la había mantenido aterida toda la noche, por lo que notaba los músculos relajados y se encontraba descansada. Hacía tiempo que no dormía tan bien. Era un pensamiento funesto ese, dar gracias por poder dormir junto a la chimenea como un perro por la suerte de tener al menos un techo sobre su cabeza. Un mes antes había estado en una confortable cama en las islas, junto a un hombre que la quería, y ahora aquél pequeño cambio de las noches al raso era como un oasis en el desierto. Empero, siguiendo con la alegoría, si aquello era algo, era un espejismo: esa misma jornada volverían a acostarse a la intemperie, sin un fuego que les calentara, envueltos en sus mantas para intentar apartar el frío aire nocturno. No se permitió albergar muchas esperanzas de que la situación fuera a cambiar en breve, ni siquiera si encontraban Belmonte tal como decía la señora.
Ysentrud gritó alarmada, incapaz de reconocerles. En sus ojos había reflejados un terror puro, desconfianza, desconcierto, sentimientos típicos de quienes habían perdido la cabeza. Ni una breve esperanza, se dijo. Solo una ilusión. Estaba claro que la anciana había perdido el rumbo, y todo lo que les había contado carecía de importancia, pues nada hallarían más que un pueblo donde reinaría el recelo y la suspicacia, edificios vacíos o, en el peor de los casos, ruinas humeantes. Así era en las zonas tan cercanas a la frontera. Dannar negó ligeramente y suspiró, dejando escapar su desasosiego durante un segundo, para recobrar la compostura otro después. Recogió sus cosas, echó una última mirada de lástima a la mujer mayor, y se dio la vuelta, encaminándose a la puerta y saliendo de la destartalada casa. Nada podían hacer por ella, excepto tal vez acabar con su lamentable vida antes de que sufriera más, y ellos tenían mucho camino por delante.
Había esperado que hacer su turno de guardia sería más duro, pero al final lo único que le había hecho sufrir un poco era tener que ser quien despertara a Dannar para que lo relevara. Podía ser un desertor y un cobarde, pero Jezal no dejaba de ser un buen guerrero que sabía lo que se hacía cuando tenía una espada entre las manos, y aun así, no habría apostado ni media corona por sí mismo si le hubiera tocado combatir contra ella. Uno tiene que conocer sus límites.
Claro que, mientras se esforzaba en volver a quedar dormido, reflexionó en que en realidad nunca había visto combatir a un brujo. Quizá, después de todo, no eran tan duros como solía decirse. Una teoría de lo más interesante que, decididamente, no tenía ninguna intención de poner a prueba.
En cualquier caso, ni hacer la segunda guardia fue suficiente para manchar el gusto que resultó volver a dormir bajo un techo, parasitando todo el calor que podía ofrecer la chimenea. Desde luego, habría sido un despertar perfecto y maravilloso de no ser porque una de las primeras cosas que escuchó, mientras todavía se preparaban para seguir el camino ahora con un objetivo fijo en mente, fue el escalofriante grito de Ysentrud. Se lo había esperó tan poco que pegó un buen bote, y suspiró con alivio cuando entendió lo que ocurría.
Que la señora estaba mal no había sido un secreto en ningún momento, pero habían desconocido cómo de mal estaba, y ahora ya lo sabían. Con una mueca, lo único que pudo hacer fue sentir lástima mientras sus compañeros más carismáticos hacían lo que podían por ella, mientras sentía el peso de cierta culpabilidad en su pecho. Después de todo, no contaba con que fuera a sobrevivir mucho tiempo una vez se fueran, pero no había mucho que hacer en ese sentido.
Martem fue lo suficientemente delicado para lograr calmar a Ysentrud. Las palabras tranquilizadoras del pelirrojo y sus movimientos serenos y amistosos provocaron que la anciana se relajara y empezara a respirar de manera sosegada de nuevo. Que se colocara a su altura fue también una buena idea, pues así la anciana no tenía que mirar hacia arriba desde la cama y aquello daba un aire más cercano y amistoso a la conversación y facilitaba que Ysentrud recuperara la serenidad. Asintió con la cabeza ante la lógica irrefutable del cidario, escuchando en boca de Martem los nombres y situaciones que sí le eran familiares.
—Ah, cierto, cierto. Los forasteros. Sí, ya... ya recuerdo. — Martem sospechaba que la anciana no estaba del todo segura de reconocerles y que se fiaba de ellos más gracias a que le había dado datos que a ella le resultaba conocidos que a su memoria. Daba la sensación, además, que su orgullo le impedía reconocer que la memoria le fallaba aquejada de tan cruel enfermedad del olvido.
La anciana se puso en pie, incorporándose lentamente sobre la cama y con la dificultad propia de una persona de su edad aquejada por la artrosis, mal que se recrudecía en las mañanas y especialmente tras noches frías como aquellas que aquel extraño verano había tenido a bien obsequiarles. Algunos achacaban el frío inusual a la llegada del profético invierno que cubriría de nieves el mundo, mientras que otros más pragmáticos recordaban que los veranos que comenzaban pronto solían ser más templados. Ysentrud se sirvió algo de aguardiente con las manos temblorosas por el susto que se acababa de llevar y después observó que el grupo se estaba preparando para la partida.
—¿Pero ya os marcháis? — Dijo con cierta pena. — ¿No os quedáis a desayunar? Vaya, qué lastima. ¿A Belmonte? — La anciana dio un trago al aguardiente. —Bueno, que remedio. Cuando a los hombres les aprieta la necesidad del camino no hay quien los retenga en casa. ¿No os harán falta indicaciones? Conozco bien el camino, allá en Belmonte vive mi hijo Ender y mi nuera Anna, y mi queridísima nieta Pyrrha. ¿No la habréis visto por casualidad? Debería pasar hoy, como cada martes. Si la veis por el camino decidle que su abuela la espera. Y si le ha pasado algo, por favor, tened la bondad de hacérmelo saber. Aunque sea que alguien del pueblo venga a decírmelo. Pyrrah es fácil de reconocer porque es una mozalbeta muy monina, con ojos azules, pelo rizado y rubio y siempre lleva una capa roja que le hice yo, con estas manos que se ha de comer la tierra, cuando cumplió quince el año pasado.
Rion pudo dormir del tirón varias horas, algo que agradeció su cuerpo y su mente. A pesar de no ser el mejor lugar en el que había dormido, tampoco era el peor. Y a estas alturas, tampoco podía quejarse demasiado. Algunos pagarían simplemente por descansar en un techo como aquel.
Habiéndose desvelado unos minutos antes que los demás, Rion cogió su laúd aquella mañana y rasgó sus cuerdas de un modo suave, componiendo una melodía alegre, tenue, que animara el inicio del día del resto de la compañía. Hasta que un repentino grito de la anciana, le hizo pegar un respingo y detener la canción. No comprendía a qué venía esa frase. Al menos, no la comprendió los primeros segundos. Luego cayó en la cuenta de que Ysentrud quizá sí que estuviera afectada por el paso de los años. Y lo que ayer había sido un recibimiento hospitalario ahora derivara en un despertar hostil acompañado de múltiples cuestiones a las que no tenían tiempo que perder.
Por fortuna, la anciana se calmó tras la intervención conciliadora de Martem. Seguramente la acompañaría una lucidez momentánea y en un rato o en unas horas volvieran las lagunas a su mente. Porque sin ir más lejos volvió a repetir lo de la visita de su nieta, así que por desgracia estaba peor de lo que imaginaba. Sin embargo, la descripción que profirió de la joven le hizo componer una sonrisa socarrona; encajaba en la de una persona muy apropiada a la que dedicar unas palabras bonitas. "Si es que continúa caminando entre nosotros" —se dijo, en un pensamiento un tanto pesimista. Eso explicaría el nefasto estado de la cabaña y del huerto. Como sea, tendría bien presente lo mencionado por la anfitriona si por un casual sí se encontraban con su familia.
—Gracias por su hospitalidad, señora —comentó haciendo una leve reverencia, como empezaba a ser habitual en él—. No podemos quedarnos más rato aquí; tenemos que emprender la marcha. Si nos cruzamos con algún miembro de su familia en Belmonte le mandaremos recuerdos de su parte y le haremos saber que aguarda a la llegada de Pyrrah—añadió, en un tono cordial.
"No podemos hacer mucho más por usted". El bardo se resignó, pertrechándose de nuevo con todo su equipo, estirando las piernas y atándose al cinto el laúd. Saliendo detrás de Dannar, por un instante sus granujas ojos recorrieron la figura de esta, suspirando pesadamente. Cuánto echaba en falta el calor humano. Tal vez pronto tuviera ocasión de disfrutar de uno de esos momentos íntimos. Tal vez.
No se veía a la anciana muy convencida, lo que era lógico, pero en seguida recuperó su actitud dicharachera y empezó a hablar, repitiendo de nuevo lo que ya había contado sobre Belmonte y su familia. Dannar lamentó que esa mujer se quedara allí con su soledad, pero se alegró de que Rion diera pie a marcharse. Salió la primera por la puerta y se dirigió a su caballo, al que soltó las riendas. Para cuando todos salieron, ella ya estaba lista para partir.
Por primera vez en un tiempo no solo durmió en un lugar seco y caliente, sino que también encontró los sonidos de la naturaleza ciertamente reconfortantes. Protegido por cuatro paredes el canto de los pájaros nocturnos, el de las ramas al quebrarse y el bramar del viento resultaba menos amenazante.
Al día siguiente, Morkam despertó con fuerzas revitalizadas y una sonrisa en sus labios, aunque esta no duró mucho. Durante la noche el ladrón de recuerdos se había colado en la mente de la pobre Ysentrud y emborronado su memoria de tal manera que al despertarse el miedo se vio reflejado en su rostro. Puede que las palabras de Martem la relajara o que simplemente fuera una anciana de gran corazón a pesar de su terrible enfermedad, pero tras obtener una explicación se relajó y su hospitalidad volvió a florecer. Era una buena mujer, no se merecía todo aquello.
Con cierto reparo el artesano abandonó la casa junto a sus compañeros. Quizás Belmonte siguiera en pie y quedara algún superviviente. De ser así, alguien podría cuidar a la anciana. Con aquellos pensamientos en mente el anciano silbó de manera larga, continua y aguda. Tras unos instantes un lobo de color azabache y ojos ambarinos hizo acto de presencia entre los arboles retorcidos del bosque. El enano lo llamó en su lengua nativa. Entre aquella amalgama de palabras graves y acento extraño distinguieron una única palabra, el nombre del animal: Dum.
No era la primera vez que veían al animal, el cual se había adentrado en bosque disfrutando de la libertad y el mundo salvaje durante aquellos angustiosos días. Poco después, cuando la criatura se acercó a él, Morkam se acuclilló y lo acarició con rudeza tal y como haría con un simple perro. Aquel acto más que incomodar al animal lo alegró, provocando que este empezara a lamer las gruesas manos de su dueño.
Gracias a haber reclamado la última guardia, Alberich pudo dormir varias horas seguidas y para cuando uno de sus compañeros le despertó para que le releve, el mago prácticamente se levantó de un salto y con energías renovadas. Después de varios meses acampando en la campiña de Attre, de duras semanas eludiendo las patrullas nilfgaardianas y de varias jornadas atravesando los bosques junto al grupo de viajeros que acababa de conocer, la humilde cabaña de Ysentrud supuso un cambio más que agradable y se podría decir que era la primera vez en mucho tiempo que el kovirano pudo descansar decentemente, descanso que hizo bastante para mejorar su humor y su vitalidad.
A pesar de la guardia sin inconvenientes y del apacible amanecer, la calma de la mañana terminó por verse interrumpida a causa del desgarrador grito de Ysentrud, quien parecía no reconocerles y los miraba con los ojos cargados de miedo. Por fortuna para ellos y también para la anciana, Marten consiguió calmarla gracias a unas palabras amables y tranquilizadoras acompañadas por unos movimientos lentos, haciendo así que todo vuelva a la normalidad.
Mientras veía como el calvo volvía a ganarse la confianza de la mujer mayor, Alberich se limitó a quedarse en silencio y a hacer una mueca con los labios. El mago ya sabía que Ysentrud estaba aquejada por la falta de memoria, pero no imaginaba que su dolencia estuviera tan avanzada… a saber cuanto tiempo llevaría repitiendo una y otra vez el mismo día ¿semanas? ¿meses? ¿o puede que incluso años?
-También le agradezco su hospitalidad -dijo el kovirano haciendo una rápida reverencia ante la anciana- Y, a decir verdad, pues no nos vendrán nada mal unas indicaciones para encontrar el camino a Belmonte.
Es muy probable que el camino que la viejecita recordaba lleve bastante tiempo descuidado, principalmente teniendo en cuenta en el abandono y aislamiento en el que vivía, pero aun así un camino en mal estado sería una mejor opción que seguir dando tumbos por el bosque.
Tras tranquilizar a la anciana y ser testigos de como su memoria fallaba nuevamente, el grupo se puso en marcha sin mayor dilación. Preparando las cosas para el viaje, recogiendo los sacos de dormir, alimentando a los animales y cargando las alforjas para partir. Amanecía una mañana fresca pero despejada entre los piares de los pájaros silvestres, el sol lucía todavía bajo pero prometía algo más de calor que en días anteriores, el rocío brillaba en las hierbas del claro y el bosque se estremecía y se sacudía el sopor de la noche.
El enano lanzó un potente silbido que resonó como un eco entre los árboles y de allí apareció un lobo de pelaje negro como la muerte, largas y flacas patas, orejas puntiagudas y amenazantes y mirada vivaz. Ya lo habían visto en otras ocasiones, iba y venía a su antojo aunque no se alejaba demasiado del grupo y les seguía por los alrededores, pero cada vez que aparecía respondiendo a la llamada de Morkam provocaba tal impresión que les parecía que el lobo iba a volverse contra ellos en cualquier momento. Sin embargo se mostraba dócil con el enano, y obedecía sus órdenes como si de un perro amaestrado se tratara.
Fue una suerte que Ysentrud no viera al animal, pues seguramente se llevara un buen susto al hacerlo. Y despertar rodeada de unos desconocidos a quienes no recordaba haber dejado entrar en su casa ya era suficiente por un día. Ella se quedó en la cabaña, disculpándose por no salir a despedirse y achacándolo al frío a pesar de que ellos apenas sentían un ligero frescor. Era habitual que las personas mayores percibieran más frío que quienes estaban gozando de los años de juventud. La anciana se quedó desayunando algo de las sobras de la noche anterior y les dio algunas indicaciones, les recordó que si veían a su nieta Pyrrha le dijeran que la estaba esperando y les deseó un buen viaje.
Mientras se alejaban de aquella cabaña les fue imposible evitar pensar en cuantos martes habría vivido aquella pobre anciana, cuanto tiempo haría que llevaba esperando a su nieta en vano y que suerte correría la anciana con el frente de batalla cada vez más cerca de su casa.
Fin de escena. Seguimos en Camino a Belmonte.