La noche es joven, quieras o no tus andanzas se han ido corriendo de boca en boca. Tus trabajos aunque menores no pasan desapercibidos en las noches Japonesas.
Hace unas noches recibistes un mensaje anonimo en tú mail, te requería en un lugar determinado a una hora determinada.
Tus investigaciones acerca del club nocturno al que te requerían, te lleva a un montón de enlaces con la mafia local, es más el local es de ellos... seguramente quieran ascenderte en tus trabajos, o no... Esas cosas solo se pueden descubrir yendo a esos lugares y enfrentandote a la incertidumbre.
Ahora mismo te encuentras enfrente de la puerta del lugar, nadie la protege. Evidentemente, todo el mundo que entra normalmente sabe donde se está metiendo y las complicaciones que se pueden ocasionar.
Aún así una camara se mueve en una esquina, ahora te está mirando directamente.
Seguridad discreta. Jugar con el respeto a un nombre y a lo oculto en lugar de mostrar el poder real. No es el juego que más me gusta, yo hubiera aposado a varios hombres armados en la puerta, pero no puedo negar la evidencia de sus resultados.
Dejo mucho que desear, en cuanto a sutileza.
La cámara mirandome es realmente molesta. Aún quedan unos minutos para la hora convenida, de modo que saco un paquete de tabaco del bolsillo interior de mi chaqueta barata y enciendo el mechero para encenderme un cigarrillo. Al meter la mano, me aseguro de que mi pistola esté bien fijada en la funda sobaquera. Me la quitarán al entrar, de eso estoy seguro, pero me queda la esperanza de que pasen por alto el pequeño revolver de mi tobillo derecho. Me siento desnudo sin un arma de fuego. Solo en casa las tengo lejos de mí, para alejarlas de Miyu y Sayeko. Mi esposa y mi hija son mis ángeles, lo que me permite mantener los pies en el suelo. No permitiré que un arma esté cerca de ellas si puedo evitarlo.
La primera calada es la mejor. El resto solo sirve para matener la sensación el mayor tiempo posible. Siento curiosidad por saber que coño quieren de mí. Espero que sea algo bueno. Me lo merezco, joder, va siendo hora de recoger algunos frutos después de tantos trabajos bien hechos. He empezado a hacerme un nombre, a ser respetado. No pueden dejarme fuera por mucho más tiempo...
Lanzo la colilla a una esquina, y me giro decidido hacia la puerta. Es el momento, la hora convenida. Es en momentos como éste cuando tengo que luchar por alejar de mi mente las palabras cariñosas que me regala mi esposa cada vez que salgo de casa. No puedo permitirme hacerle mucho caso, o tendría que abandonar este trabajo. No puedo seguir su consejo:
Ten cuidado.
Al atravesar la puerta ves un bar de copas típico, una barra con un camarero detrás frotando algún vaso y mesas y mesas vacias.
El camarero te observa cuando pasas, pero no se mueve, simplemenete deja el vaso en la mesa y toma otro para seguir con su oficio de limpiar vasos... total, no hay nadie a quien atender.
Al fondo del bar hay una mesa, en ella un hombre toma un trago de un vaso que tiene delante. A la distacia que te encuentras, se puede ver que va trajeado pero poco más.
Por lo demás el bar está vacio.
Odio este juego. Siempre es la misma mierda. Te hacen venir y luego te hacen esperar, hasta que les apetece dignarse a perder algo de su valioso tiempo en cumplir con la cita que ellos mismos han concertado. La última vez me tuvieron casi tres cuartos de hora esperando en una pequeña sala mientras el jefazo de turno, un obeso cerdo de mierda, terminaba lo que esaba haciendo. Ya se lo que estaba haciendo, joder, apareció en albornoz, con el pelo mojado y cara de satisfacción, no hay que ser un genio para saber que me había hecho esperar por estar tirándose a una de sus putas en el jakuzzi...
No, efectivamente, no tengo demasiado respeto por los jefes de estas bandas de gentuza. La mayoría de ellos han llegado a donde están sin haber apretado el gatillo una sola vez. Naturalmente, me abtengo de dejar que nadie sepa lo que pienso de ellos. Después de todo, son los que pagan.
Me armo de paciencia, es lo que toca. Miyu ya sabe que no debe esperarme esta noche. No es bueno dejar que la esposa de uno se acostumbe a dormir sola, o eso dicen. Puede sentir la tentación de buscar compañía. Yo aún confío en mi esposa. Pero reconozco que este estilo de vida no es lo que la hace más feliz. Por eso quiero ascender a una posición que me permita alejarme de las calles, que me deje llegar a casa pronto alguna noche. Pero es precisamente en las calles donde hay que ganarselo.
Tomo asiento en uno de los taburetes de la barra, poniendo las manos sobre ésta. Me quito las gafas de sol y las guardo en el bolsillo derecho de la americana. Me gusta llevarlas, me gusta ocultar mis ojos, que nadie sepa a donde miro, pero quizás así acelere el proceso si es que me están observando. Espero paciente a que el camarero se acerque y le pido una copa con fría tranquilidad.
Toca esperar. Apurar el jodido vaso hasta que me llamen. Ellos ya saben que estoy aquí, así que no tengo que preocuparme de buscar un contacto o presentarme. Solo esperar.
Odio esperar.
El camarero se acerca y escucha tú petición, enseguida saca un vaso y le echa el hielo que has solicitado, te lo coloca delante y te lo llena habilmente.
El hombre del fondo se mueve nervioso en su asiento.
El camarero vuelve a sus quehaceres en la limpieza de vasos mientras apuras el tuyo, cuando terminas se acerca a tí y casi con un susurro te dice.
- Creo que te está esperando...
Y mira con el rabillo del ojo al único hombre de todo el local, que ahora mismo está mirando su reloj.
Miro al camarero con una mirada fría, que dice bien poco. Vuelvo a agachar la mirada, antes de llevarla de reojo hacia el otro extremo de la barra. Suspiro, y vuelo a mirar al camarero.
Señalo el lugar y me levanto. Me ajusto la chaqueta del traje, dándome cuenta de que algna vez debería ponerme uno que sea realmente bueno. Si quiero que me respeten debería pasar de los trajes baratos. Además, debería vestir de más oscuro. Mi traje actual es gris, y tengo otros de color canela y marrón. Tengo que hacerme con unos cuantos trajes negros.
Camino lentamente, siguiendo la linea de la barra en dirección al desconocido. Con gesto serio, demasiado serio. Estoy molesto, pero es sencillo disimularlo con una máscara de fría profesionalidad.
Mierda de mafiosos de tres al cuarto. Me conocen, me tienen controlado, y sabe que yo no les conozco, pero me obligan a ser yo quien me acerque a presentarme ante alguien cuya cara no me dice nada. ¿Para que? ¿Para bajarme los humos por ser un verdadero asesino, no como ellos? ¿Para inculcarme humildad ante mis supuestos superiores? Para humillar a quien les hace el trabajo sucio y poder sentirse hombres de verdad, claro...
Llego a la mesa, situándome en el lateral opuesto al hombre. Miro a ambos lados, un gesto adquirido que se ha convertido en una costumbre irrefrenable, casi un tic nervioso. Adopto una posición de descanso, piernas ligeramente abiertas, manos unidas descansando delante del cuerpo. Hablo con voz firme y decidida, pero sin elevarla tanto que parezca irrespetuosa.
El hombre levanta la vista al sentir tu presencia tan cercana a él, nunca se había sentido comodo si no controlaba la situación al 100% y conocer nuevas personas para hacer el trabajo sucio de la mafia no era algo que le agradara en demasía, más que nada porque no sabía quien era la otra persona.
Mira su reloj mientras tú estás mirando a tu alrededor.
Cita:
Tus palabras hacen que en cierto modo quiera reirse, los secretos en un lugar que solo hay una persona son algo menos interesantes.
- Ciertamente, aunque has llegado algo tarde. Quizás tu titubeo antes de acercarte es lo que te ha hecho perder ese tiempo.
Se mueve incomodo en su asiento mientras el camarero llega a vuestra altura, coloca un posavasos y después el whisky encima y se retira.
- Bueno, pasaremos por alto esta vez ese pequeño conflicto. Me han hablado muy bien de tí, me gustaría que me contarás cuales han sido tus últimos trabajos, entenderás que al trabajar para nosotros estás un grado por encima y que aquí los fallos se pagan con algo más que un mal trago.
Cita :
Algo se revuelve en mi interior al verme obligado a oir sus reproches. Los malditos mafiosos son así, arrogantes, pedantes, llenos de un orgullo que no responde a su verdadero valor. Me pegunto que sería de hombres como éste, si no contaran con hombres como yo que se encarguen de su mierda...
Pero no reacciono a sus palabras, las trato como las considero: vacías, sin significado ni valor. Hace mucho que aprendí, por las malas debo añadir, que es mejor mantener la cabeza fría en estas ocasiones. Ignorar lo que debe ser ignorado.
Cita :
Su pregunta me resulta insolente, aunque es algo más que habré de guardarme. Puede que se trate de un novato dentro de su orgaización, un jovenzuelo que ha ganado demasiado poder para su corta edad y aún no sabe como utilizarlo. O puede que sea más espabilado de lo que aparenta y me esté poniendo a prueba. En cualquier caso, se perfectamente de lo que puedo o no hablar.
Lo cual me recuerda que no me ha dicho quienes son exactamente nosotros...
El hombre asiente lentamente cuando vas hablando, sonriendo ligeramente a tus frases. Cuando acabas se saca un cigarrillo de un bolsillo interior y se lo lleva a la boca, acerca un cenicero que había en la otra punta de la mesa y se lo enciende tranquilamente.
Cita:
- Eso que dices es cierto, y espero que no solo son habladurias. Porque cada cosa que haces me cuesta tiempo y dinero...
Apoya la espalda en el sofa y toma una postura más comoda.
- Bueno... esto funciona así, fijamos un precio, te doy en un sobre tú objetivo y tú cumples con tú trabajo, es simple, llano y directo. ¿Alguna pregunta?
Me tutea y ahora se sienta en plan comodón, como si estuviera hablando con alguna de sus putillas. Es lo habitual, pocos hay en este negocio que se gane el respeto de sus clientes, miedo más bien, como para ser tratados como auténticos señores.
Habla de objetivo y precio. Simple, llano, directo... demasiado rápido. Demasiada prisa por terminar. Este tipo debe creer que está contratando el alquiler de un coche, o algo así. Ni siquiera se ha presentado, ni siquiera ha presentado un aval para que me fíe de él...
Es un juego arriesgado, pero es mi juego. No debo lealtad a nadie salvo a mi familia. El dinero es todo lo que puedo ofrecerles para el futuro. En cuanto un trabajo salga mal, es todo lo que les quedará de mí. No puedo permitirme timos ni engaños, ni tretas policiales.
El hombre rie a carcajadas cuando escucha tú frase.
Cita:
Para por un segundo para volver a estar serio y responderte.
- Ni un policía tiene el poder suficiente para dejar un bar vacio a estas horas, ellos ni siquiera se atreven a pasar por aquí.
Después sigue escuchando las exigencias que le propones con cierto aire de que ya conoce ese tipo de modus operandis.
- A mi no me importa darte el 20%, incluso si quieres el 50% antes de tú trabajo. Siempre y cuando cumplas con el y no nos defraudes. Así que después de hablar de negocios ¿Algo más que objetar?. -Mira su reloj - Tengo cosas que hacer.
Ahora se pone directo, y con permanente prisa. No se si es realmente un tipo ocupado o si solo es su excusa habitual para no pasar demasiado tiempo con los que no son -o considera- de su condición. Pero los clientes no están para caer bien, sirven para lo que sirven. Para conseguir encargos con lo que ganar pasta. Y éste no parece tener demasiado reparo en cuanto al dinero.
Bien, si tiene prisa, hagámoso rápido.
El hombre parece ahora más satisfecho que antes, parece que tú última frase ha calmado cualquier duda que pudiera tener, ahora sonrie.
- Me alegra que al fin nos entendamos como es debido.
Después mira a algo a su lado y te pone un sobre en la mesa.
- Ese será tú primer trabajo, pero antes de que lo abras... ¿Cual es tú precio?
Su mano aún permanece sobre el sobre, en la mesa.
La pregunta me hace sonreir, pero solo por dentro. He aprendido por las malas a ocultar mis verdaderos sentimientos, reemplazados por una máscara de frialdad. Profesionalidad, lo llaman. Me pide un precio. Y ni siquiera estoy seguro de qué pedirle. No hace tanto que soy un eliminador, tan solo he hecho unos pocos trabajos. Antes de eso fui cobrador de deudas, y en ocasiones guardaespaldas. Pero esto es diferente, aquí te paga por un tabajo concreto, no cobras mensualmente por ocuparte de asuntos puntuales.
Saco lentamente del bolsillo de mi chaqueta una pequeña libreta, y un bolígrafo. La abro y anoto en ella una cifra. No es demasiado alta, pero tapoco es poco dinero. No puedo permitirme un precio tan bajo que pierda el respeto a mi trabajo, pero soy consciente de que no puedo permitirme los altos precios de los asesinos más consolidados. Algunos llegan a cobrar cantidades cercanas al presupuesto de un pequeño país, pero también es cierto que sus encargos sirven para decidir el futuro de millones.
Arranco la hoja y la doblo por la mitad, arrastrándola por la mesa en dirección al cliente. La dejo aproximadamente en la mitad de la mesa. En silencio, sin decir nada, sin hacer gesto alguno. Ese es mi precio, por el momento.
El chico toma con presteza la hoja que le dejas delante y la abre casi hambriento de curiosidad, hace un ligero gesto con la cabeza y la vuelve a dejar sobre la mesa.
Se pone a buscar algo de nuevo al lado suyo en algún tipo de bolsa o maletín, no alcanzas a verlo y poco después saca dos sobres.
Los coloca delante tuya y te sonrie.
- A la izquierda, tú precio. A la derecha, tú trabajo y todos los datos necesarios que requieres para la ejecución del mismo, espero que no nos defraudes.
Después reposa de nuevo en el sofa, dando otro ligero trago a su vaso.
Tomo un sorbo de mi vaso mientras el tipo sitúa los sobres sobre la mesa. Los sopeso detenidamente, todo parece fácil y sencillo. Directo, como a mi me gusta. Al menos ahora parece que ha dejado a un lado ese talante anterior de sarcástico arrogante.
Bien, parece que no hay nada más que añadir. Dos sobres, el tabajo y el pago. Miro ami alrededor, más por costumbre que por necesidad. Él ya se ha asegurado de que estemos solos. Es el principal interesado, quien más tiene que perder. Acerco una mano y arrastro un sobre situándolo sobre el otro, cogiendo los dos y acercándolos hacia mí. Abro mi chaqueta y los introduzco en su interior, desapareciéndolos de la vista e introduciendo su parte inferior por el interior del pantalón para evitar que se deslicen y caigan al caminar.
Me pongo en pie sin mediar palabra. No fueron necesarias las presentaciones y no lo son las despedidas. El paga, yo ejecuto, es así de simple.
Una vez salga, espero a llegar a un lugar tranquilo (el interior de mi coche, por ejemplo, aparcado en un lugar apartado) para abrir los sobres y ver lo que esconden en su interior.