Partida Rol por web

Las risas y el alboroto fueron en disminución a medida que la gente abandonaba las inmediaciones de la plaza para volver a los festejos. Las tabernas volverían a llenarse, así como las posadas para los más madrugadores y que no desearan continuar bebiendo. El aire estaba cargado de sueños e ilusiones, pues en los días venideros habría actividades para entretenerse, comercios abriendo en un mercado anual, e incluso era de dominio público que el propio Rheagan haría una visita por toda la ciudad, confraternizando con los ciudadanos de manera muy directa en sus propias casas. 

Lavinia y Mortimer se encontraban algo más alejados del gentío ya, el pequeño lalafell a salvo de aquellas piernas gigantes a su alrededor, que amenazaban con pisarle a cada segundo. Desde aquella posición el pequeño mago pudo ver la comitiva del señor de Tafeld, un grupo numeroso de guardias que se encaminaban hacia palacio a paso ligero, con el señor Rheagan en medio hablando con sus consejeros más cercanos. Fue apenas un instante realmente, pero el lalafell pudo captar un retazo de la conversación, aunque solamente se debiera por el hecho de que uno de los consejeros había alzado la voz.

— ...¡movimiento... Vallonde!

Lo que estaba claro es que el grupo en cuestión tenía prisa, y poco a poco comenzaba a desaparecer por la calle ascendente en dirección a palacio. Solo unos pocos guardias se quedaron atrás, coordinando a la masa de gente para que despejaran la plaza principal y volvieran a sus casas o alojamientos.

Las risas y el alboroto fueron en disminución a medida que la gente abandonaba las inmediaciones de la plaza para volver a los festejos. Las tabernas volverían a llenarse, así como las posadas para los más madrugadores y que no desearan continuar bebiendo. El aire estaba cargado de sueños e ilusiones, pues en los días venideros habría actividades para entretenerse, comercios abriendo en un mercado anual, e incluso era de dominio público que el propio Rheagan haría una visita por toda la ciudad, confraternizando con los ciudadanos de manera muy directa en sus propias casas. 

Kallista llevaba al chiquillo cerca suya, para evitar que se perdiera, mientras Saphir permanecía con su grupo de diplomáticos y Raven trataba de ver algo diferente en las inmediaciones. Todo parecía normal, no obstante, como cualquier otra celebración. A pesar de todo, Dronn se acercó al grupo de hombres rata, aunque esta vez no había ninguna expresión de diversión en su rostro. Los escoltas armados con lanza de la comitiva procedente de Beyam titubearon ligeramente al verlo aproximarse, pero finalmente decidieron no cortarle el paso. Eso sí, Baadu parecía de todo menos alegre por verle la cara de nuevo.

— Sé que no hemos empezado con buen pie, pero agradecería que permanecieran junto a nosotros. Las campanas nunca han formado parte de la celebración, ni este año ni ningún otro. Como protectores de la ciudad que somos, Kallista y yo nos encargaremos de escoltarlos hasta un lugar adecuado para ustedes hasta que comprobemos que todo va bien - fue diciendo Dronn, mientras miraba a todos y cada uno de ellos con ojos serios.

Los diplomáticos se miraron unos a otros, confusos por aquel cambio de actitud en el hombre que hasta ahora habían considerado poco más que un borracho sin escrúpulos. Tras un momento de indecisión, Baadu tomó la decisión de acompañarles, dado lo inusual de la situación. Aunque no lo hizo especialmente agradecido.

— Gracias. Kallista, - la llamó Dronn, girándose hacia ella - llevemos al chico a su casa primero. ¿Dónde está tu hogar, pequeño? - le preguntó, arrodillándose frente a él con una sonrisa. El niño señaló por la dirección en la que habían venido, y respondió. No estaba demasiado lejos de la taberna donde habían estado bebiendo y comiendo antes. — Muy bien, andando pues.

La actitud de la guardia diplomática samhín dejaba que desear al no prevenir ni preguntar antes de tomar decisiones, pero Saphir suponía lo mejor de sus intenciones. No tanto, por otro lado, de las de aquel guardia humano. Aún así escuchó con atención lo que tenía que decir, ya que hablaba con tanta seriedad. Tras ello la ratona volvió a hacer su juego de miradas con Baadu para asegurarse de que estaba realmente conforme, y una vez confirmada la decisión asintió.
Durante el trayecto Saphir no podría resistirse a la duda que le había surgido con lo de las campanas, por lo que se adelantó a su grupo, separándose de ellos por primera vez desde que llegaron, y se dirigió a los guardias humanos.
—Disculpad. ¿Entiendo entonces que sus campanadas tienen otro fin aparte del ritual? —dijo zarandeando su báculo, que seguía sin emitir sonido alguno— ¿Avisan del peligro? —Su expresión bailaba entre la confusión y la preocupación.

Mientras Kallista guiaba a los ciudadanos para que abandonaran el sitio sin hacer un escándalo o lastimarse, al tiempo que cuidaba del alegre pequeño, vio como Dron se acercaba nuevamente al grupo de diplomáticos. "No de nuevo" pensó para sus adentros sin poder ocultar su expresión preocupada. Se bajó de la banca para darle alcance a su compañero y poco le faltó para que se desencajara su mandíbula de la sorpresa al ver lo profesional que él estaba siendo. La estupefacción dio pasó a la preocupación al darse cuenta de que aquellas campanadas no eran algo inocuo o solo una pequeña variante de los ritos tradicionales, como pensó originalmente.

Asintió avergonzada internamente por su falta de profesionalismo, acompañando a la comitiva diplomática y al pequeño, procurando que nadie fuese a empujarlos, bueno tanto como era posible. 

- Bueno en efecto no es común escucharlas al acabar el discurso.- Respondió duditativa escarbando en sus memorias en busca de la respuesta.- Por cierto, espero me disculpes, ¿No recuerdo si ya lo dijiste pero cual es tu nombre?

Claramente se refería a la dama de la túnica cuya diplomacia ya le había llamado la atención antes.

Si las campanadas no eran parte del evento, entonces algo malo debía estar ocurriendo. Que prefiriesen no comunicarlo al público era comprensible, si es que querían evitar crear pánico antes de organizar una respuesta a la amenaza, fuese cual fuese. Pero en caso de servir únicamente para que la fiesta continuase... esperable, pero una decisión muy baja y deshonesta.
Nada más escuchar la pregunta cambió el semblante ligeramente, intentando disipar el alarmismo y mostrarse como esperaban que fuese: serena y amable.
—No nos han presentado, me temo —Bajó ligeramente la cabeza como saludo— Saphir Ihma, sacerdotisa de Dásil y asesora del Excelentísimo Baadu Onralá en esta misión diplomática —Se medio giró para evitar dar la espalda al mentado ratón— Os extiendo las bendiciones de la Madre por vuestra labor con nosotros en el día de hoy —Esperaba ya el resoplido de Baadu a su espalda, criticándola sin necesidad de palabras por el atrevimiento— Este sitio al que nos lleváis, ¿podremos vernos allí con vuestros líderes? Es importante comenzar las conversaciones cuanto antes.

Hasta bien perdidos por las callejuelas aledañas a las vías principales de Tafeld, Lavinia no pudo respirar tranquila. Había seguido a Mortimer tan de “cerca” como pudo, sin mayores incidentes. Por el camino le pareció ver con el ojo bueno a la guardia simpática de la taberna, pero había demasiada gente entre ellas para pararse a saludar, aunque le hubiera gustado.

— ¡Qué de concurrido está este año el festival! —valoró Lavinia.

Quería ver todo lo que habían organizado sus convecinos para la ocasión. Sabía que los mercaderes aprovecharían el evento para hacer el doble de beneficio abriendo a deshoras, sacando a relucir su inventario más exótico. Tenía ganas de saber qué música tocarían los bardos en las tabernas de la competencia. Había oído decir por la mañana que habría pasacalles y en algún lado tendría que haber magos realizando trucos de salón para divertimento de los visitantes.

Se agarró bien a su bolso, incapaz de decidirse.

— ¿Te apetece ir a algún sitio? —le ofreció al Lalafell.

Lavinia le pidió para sus adentros que, fuera cual fuera su próximo destino, no estuviera tan lleno de gente como la plaza principal.

Una vez fuera, compruebo mi espalda. Allí estaba Lavinia. Me había seguido. Y con una sonrisa adorable. O eso creía yo. 

Blando. 

Logré discernir algunas palabras del grupo que escoltaba a Rheagan, pero había una que me sonaba mucho: Vallonde. ¿Dónde había oído ese nombre antes? Pero... Ahora tenía una amiga que podía responderme a mis dudas. En la medida de sus conocimientos, claro estaba. Me giro hacia Lavinia y le hago un gesto para alejarnos del gentío. Una vez estamos a una distancia considerable, busco algo para poder subir hasta la altura de su cabeza... Más o menos. 

- Lavinia, - le susurro a la humana - ¿te suena el nombre de Vallonde? Hagamos "lluvia de ideas", como en la academia de magia negra. 

Esa era mi parte favorita del día. Todos los alumnos en corro, pensando las teorías más locas que se nos ocurriesen. Algunas hasta tenían buen efecto. 

— Me temo que eso no va a ser posible, al menos no por el momento. Aún es pronto para alarmarnos sin saber el motivo real, pero las campanadas no suelen indicar nada bueno - dijo Dronn, llevando al grupo a paso ligero por las calles. Pocos eran los que prestaban atención alguna a los lugareños, que miraban preocupados en dirección al palacio mientras volvían a sus casas. Los demás, todos extranjeros, pretendían seguir con la fiesta y la celebración. — Puede no ser nada grave, pero siendo que son un grupo tan distinguido, lo mejor será que se mantengan un poco más a la espera. — Realmente era difícil saber si el guarda de la ciudad hablaba o no en serio, pero no parecía haber mofa en sus palabras. Desde luego, si había algún resentimiento por cómo le habían tratado los hombres ratón, no lo mostraba en su semblante o tono de voz.

Kallista intentó rememorar, pero tenía la memoria algo nublada aquel día. Lo que sí sabía, al igual que Dronn, es que no repicaban porque sí. Normalmente indicaban que algo marchaba mal, y era un símbolo de alarma, aunque siempre eran luego los guardias de palacio los que se encargaban de coordinar a la población. No obstante, para que el mensaje llegara aún tardarían un poco, incluso con los mensajeros y pregoneros más veloces.

— Mi casa está aquí, señores - dijo el niño entonces, tirando de la manga de Kallista para llamar su atención. — Muchas gracias por acompañarme. Sé que es mucho pedir pero... - fue diciendo, dubitativo entre si terminar de formular su petición o no hacerlo. Finalmente, se envalentonó un poco y lo pidió en voz baja. — ¿Podrían ir a ver si mi padre puede volver? No quiero quedarme solo en casa...

— Claro, chico, no tardaremos mucho - afirmó Dronn, oteando calle abajo. La taberna de Amet se encontraba apenas doscientos metros más abajo. Sería un trayecto corto, a no ser que tuvieran que llevárselo a rastras. Por su expresión, se notaba que esperaba no tener que hacerlo. — Creo que también pueden esperar allí a que recibamos noticias, señorita Saphir, señor Baadu. Amet es un buen tipo y se encargará de que estén bien servidos. Su comida es excepcional.

El líder de la comitiva ratonil sopesó las opciones un momento, pero tras deliberar un poco, y echar un rápido vistazo en dirección a Saphir, asintió conforme. — Solo espero que esta vez haya menos borrachos... Era todo asfixiante allá.

— No se preocupe, le puedo asegurar que estará mucho más vacía que antes... - dijo Dronn, poniendo rumbo hacia la taberna a grandes zancadas. — Espéranos aquí, chaval. No tardaré en volver con tu padre.

Vallonde: Es un nombre que te suena bastante en tus años en la academia mágica. El Imperio de Vallonde es una extensa región vecina al reino de Argenell. A lo largo de los años ha ido anexionando cada vez más terreno convirtiéndose en una potencia de gran poder en el continente, aunque siempre lo ha hecho en la dirección opuesta al reino, batallando contra las tribus Amahk'let. Oficialmente son aliados de Argenell, aunque en los últimos días antes de tú salir de la academia se rumoreaba que había tensiones en las fronteras por un grupo de Amahk'let rezagado que había entrado en territorio argellano.

La escolta del señor de Tafeld se perdió finalmente por la calle ascendente, en dirección a palacio, mientras Lavinia y Mortimer quedaban rezagados por la masa de gente. A pesar de todo, poco a poco las calles comenzaban a liberarse del flujo de gente que las taponaba, con las gentes volviendo a beber y comer en las tabernas (principalmente los extranjeros), mientras que los lugareños se internaban en sus casas. 

Las campanas cesaron en su tañer, y pronto el murmullo de las conversaciones lejanas y el sonido de pasos por doquier volvió a tomar el protagonismo alrededor de ambos. Parecía todo prácticamente normal, pero ambos pudieron comprobar que los guardias estaban ligeramente tensos, como si algo no marchara del todo bien. Habían dejado de llover pétalos del cielo, y el perfume poco a poco estaba siendo disipado por la suave brisa nocturna. Los mercaderes también sacaban sus bienes en mantas sobre el suelo, aunque unos pocos afortunados tenían montados unos puestos de madera para exponer sus dotes comerciales. Se avecinaban días fructíferos para todos, fueran o no de Tafeld.

Kallista asintió al escuchar la presentación de Saphir, presentándose también como respuesta. Ver a Dronn tan enfocado en su labor le recordaba porqué le había resultado tan inspirador en primer lugar y la razón por la que aún lo seguía.

- De todas formas sea lo que sea que esté pasando no hay de que preocuparse. Sea lo que sea nuestro señor lo resolverá, además la guardia de esta ciudad es extremadamente competente. - le era imposible disimular el dejo de orgullo que iluminó su mirada.

Siguió caminando junto al grupo atenta a todo aquello que estaba a su alrededor. Una parte de ella quería quedarse con el pequeño solo por seguridad, su instinto maternal era fuerte, sin embargo más lo eran sus responsabilidades. Dejar solo a Dronn con la comitiva era algo irresponsable de su parte. 

- No te preocupes pequeño, como dijo Dronn volveremos pronto.- le dio unas palmadas al muchacho en la cabeza- solo asegurate de cerrar bien la puerta y no le abras a ningún extraño. 

Con una sonrisa conciliadora se despidió del niño, sin dejar de preguntarse porqué no tendría más familiares. Alcanzó a Dronn y a la comitiva justo cuando hablaban de alojarse en la taberna. La misma que antes les parecía poca cosa, quien lo diría, Kallista supuso que ante el nerviosismo del ambiente habían optado por ser más flexibles.

- A esta hora los pocos borrachos que quedan estarán dormidos. - Se adelantó para caminar junto a Saphir.- Perdón que pregunte, espero no estar siendo demasiado curiosa, pero ¿Cual es la razón por la que deseas tan fervientemente hablar con nuestros líderes?

No parecía tan interesada en la situación de su alrededor como en la confirmación de que, en efecto, iban a tener que seguir esperando. Y aunque la respuesta del guardia humano no fue una sorpresa, la reacción de su hermano superior sí que fue inesperada; algo que él mismo podría notar en su mirada. Tan alto grado de conformidad era bastante extraño, pero no mal recibido. Cualquier cosa que redujese los conflictos al mínimo era de por sí un éxito. Pero antes aflojar el paso y volver a ponerse al ritmo del resto de los suyos, atendió a la guardia haciendo gala de la falsa y seca amabilidad que alguien emplearía para no tener que decir realmente nada sin parecer descortés.
—Mis hermanos y yo buscamos conversar con vuestros líderes a la mayor brevedad posible con el fin de discutir asuntos de alto interés para nuestros pueblos —Coronó la frasecita con una sonrisa que más bien parecía un mohín, y antes de que le siguieran preguntando cosas empezó a dejarse adelantar por ambos guardias hasta quedar de nuevo arropada por sus hermanos, donde cambió por completo su semblante al gesto aburrido de siempre. Si la parte cargante de esta misión — para Saphir, la misión en sí — iba a alargarse tanto, no sabía si iba a poder mantener mucho más su faceta de religiosa complaciente.

 Lavinia se aupó sobre las puntillas de los pies para otear en derredor. La gente empezaba a apartarse y podían volver a respirar tranquilos. Pero la pregunta de Mortimer la dejó un tanto estupefacta. Parpadeó con su único ojo. La cosa era que quería sonarle. Se llevó un dedo a la barbilla y lo meditó.

— Hum... "Vellande"... —ella sola se dio cuenta de que lo había dicho mal. Se corrigió enseguida —. ¡Quiero decir, Vallonde! Pues... ¿No es un noble? A ver, no estoy muy puesta en los asuntos de la ciudad. Mi tío Amet no me deja salir siempre. Suelo estudiar en casa, y cuando no estoy estudiando, estoy echando una mano en la taberna. Las tabernas son como hormigueros —dibujó un monte en el aire juntando las manos —: la gente entra, sale, murmura, habla, grita... Y también se hacen confidencias unos con otros. Incluso con el tabernero, si les inspira la suficiente confianza a base de buena cerveza —rió —. Podríamos preguntar por ahí. No me gustaría volver tan pronto a casa, pero seguro que el tio Amet lo sabe. Es el que más confianza da en esta ciudad.

Tenían tabernas para elegir, e incluso los mercaderes podían saber algo. Lo que no entendía Lavinia era porqué ese nombre era el motivo de curiosidad para su nuevo amigo. ¡Con la de cosas que había en el festival!

¿Movimiento? ¿Vallonde?

¿Estaría el imperio de Vallonde haciendo movimientos dentro de nuestras fronteras? No lo creía, pero nunca nos podemos fiar de nada. Además, no se llamaban imperio por nada.

Lavinia me estaba intentando contestar, aunque Vallonde no le sonaba para nada. Bueno, si se había criado en una taberna, o eso creía yo, tampoco habría oído muchas noticias, a parte de las que dijeran los viajeros ¡Y ni siquiera esas, ya que yendo de un lado para otro quién puede escuchar nada! Sonrío ligeramente y la miro.

- Nah, no pasa nada. Será el nombre de alguien importante, supongo - era mentira, pero bueno. Una mentirijilla bondadosa no hace daño a nadie - Podemos... Explorar un poco. Hay muchos tenderetes. Quizás vemos alguno que vendan algo interesante.

Tras esto, hago muestra de que quiero comenzar a andar, me sonrojo y miro en su dirección - ¿Va... vamos?

Por ahora no iba a poder descubrir nada sobre las campanas y seguro si fuera alguna amenaza directa contra la ciudad el señor de Tafeld habría dicho algo para que se resguardaran o evacuaran así que sin más preámbulo haría lo que hace cuando la situación no amerita su intervención ni es urgente.

- Creo que debería buscar un buen lugar para comer jeje

Si la comida aquí es tan llamativa al paladar como las flores a los ojos sin duda debe probarla y sin más demora se adentra en el festival en busca de un buen puesto de carne que pueda probar.

El chico asintió con una gran sonrisa, agradeciendo las palabras y la preocupación tanto de Dronn como de Kallista, antes de internarse en su casa y cerrar la puerta. El grupo entonces se encaminó hacia la taberna de Amet, mientras los guardias conversaban por un lado y el grupo de personas ratón por el otro.

— No sé qué está pasando exactamente, Kallista, pero es raro. Ahora que no nos escuchan... creo que la situación es más grave de lo que pensamos - confesó Dronn a su compañera, en voz baja. — ¿Has visto la cara del señor Lohman? Esa era la cara de haber problemas. Se ha escabullido en cuestión de segundos de nuevo a palacio. Aún nadie ha dado la voz de alarma, pero esto no me da buena espina...

Por otro lado, Baadu y sus consejeros conversaban también en un registro de voz bajo, discutiendo cuál debería ser su próximo movimiento. No parecía que la reunión con los dirigentes humanos fuera a ser pronto, y dado que ya se estaba haciendo tarde en la noche quizá tuvieran que posponerlo hasta el día siguiente.

— Es lamentable, señorita Saphir. No solo no nos tratan con respeto, sino que nos harán esperar de esta manera hasta mañana. Una actitud deleznable, sin ninguna duda - se quejaba Baadu, moviendo los bigotes con una expresión de profundo disgusto. Suspiró, no obstante, resignándose a los hechos. — Esperemos que tengan una excusa válida para este gesto tan descortés ante una comitiva extranjera. 

Al llegar a la taberna, Amet, el tabernero, recibió a todos con los brazos abiertos. — ¡Bienvenidos de nuevo! Espero que hayan disfrutado de la fiesta allá afuera. ¿Una ronda para tan distinguidos caballeros? ¡Invita la casa, por supuesto! - exclamó, mirando en dirección a los hombres ratón. La taberna estaba casi por completo vacía, y solamente quedaba el padre del niño que habían dejado en su casa, y un par más de grupos que se habían negado a dejar sus jarras desatendidas.

El grupo terminó de entrar en la taberna, dejando atrás una noche en calma. La luna que se alzaba en el firmamento fue opacada por un gran manto de nubes de repente, haciendo que las calles de Tafeld, tan coloridas y exuberantes bajo los pálidos rayos del satélite quedaran oscurecidas y pálidas.

Lavinia y Mortimer se internaron en las calles de Tafeld, tratando de disfrutar del entorno y de las fiestas tanto como fuera posible. La joven tenía pocos ratos libres debido al exigente trabajo en la taberna de su tío, y aunque agradecía tener un techo, comida, e incluso dinero por su parte, también quería poder disfrutar de las fiestas de aquella forma. Mortimer, por su parte, parecía estar disfrutando de todo aquello con un placer culpable. Intentaba aparentar que todo le daba más o menos igual, pero sus ojos brillaban cada vez que veía un puesto de comida, o un tragafuegos, o marionetistas y malabaristas... 

En uno de aquellos puestos se detuvieron un instante, pues les había llamado la atención lo que vendían. Era una suerte de rastro, pues los objetos eran de todo tipo. Había pilas de libros de cuentos y relatos, vajillas usadas, anillos, colgantes... Además, un poco más apartados de todo, en una cajita de madera de cedro, había una pluma de chocobo dorada y un tintero, y junto a él un pasador hecho también con otra pluma dorada. Parecían ser objetos preciados para el vendedor, pues tenían un hueco aparte y, probablemente, también serían más caras.

— ¡Vendo, vendo, vendo! ¡Mañana parto hacia la capital! ¡Liquidación por cierre! ¡Vendo, vendo, vendo! - pregonaba el vendedor, ya entrado en una edad avanzada. Tenía la piel casi tan ajada como sus libros, y los ojos de alguien que había vivido por todo tipo de situaciones y aventuras. 

El cielo se fue oscureciendo lentamente, con la luna siendo ocultada bajo un espeso manto de nubes que poco a poco fueron haciendo que las calles de Tafeld, tan coloridas y vivas como resultaban producto de las flores y las plantas en las fachadas de los edificios, se volvieran menos alegres. Incluso algunos vendedores miraban con preocupación, pues la lluvia arruinaría sus negocios esa noche si es que finalmente se ponía a llover. 

Saphir se limitó a asentir tras cada frase de su superior, sin interrumpir, aunque ahora que tenía algo más clara la razón de aquellos eventos, comprendía que había motivos suficientes como para dejar las reuniones para más adelante. Y con eso y el mal presagio de las campanadas en mente, no dejaba de asaltarle la idea de que lo mejor sería salir de la ciudad cuanto antes. Algo que la curia no iba a aceptar ni pasar por alto, pero incluso con un castigo asegurado era mejor vivir para contarlo que no contentar a los suyos.

Una vez en la taberna intentaría escabullirse de cualquier encontronazo con los parroquianos y el propio Amet. Declinó la invitación — como esperaba que fuese a hacer el resto de la comitiva — y esperaría junto al resto hasta que las habitaciones estuvieran listas.

Kallista llevaba suficiente tiempo en el rubro para saber cuando alguien no tenía ganas de charlar o intentaba ocultar información. Aunque no estaba segura de cual fuera el caso de Saphir notó prontamente con su respuesta, que no aportaba información nueva, y el hecho de que se apartara de ella que no tenía ganas de profundizar en el asunto. Otra persona quizás hubiese visto alimentada su curiosidad pero la guardia no se permitía tales errores. Asintió ante la respuesta con la misma educación con que la mujer le había respondido, aunque en el caso de Kallista, no había rastro de falsedad en su expresión.

- Siempre me sorprende el buen ojo que tienes.- admitió  en voz baja mientras caminaba junto a Dronn. Le daba verguenza admitir que ella desde la distancia en que estaban no había notado la expresión del noble, en parte quizás porque justo en el momento en que las campanas sonaron ella se había abstraído mirando al niño jugar con los pétalos.-  Honestamente no distinguía bien su cara, por un momento pensé que las campanas solo eran un condimento nuevo para las festividades.

Que ilusa había sido, agachó la cabeza reprendiendose por su falta de profesionalismo y también por no haber tomado el peso a la situación, aún tenía tanto que aprender. Miró los alrededores dudosa, como buscando algo que estuviera fuera de lugar aunque en realidad solo quería ordenar sus propios pensamientos. Con voz serena, negándose a caer en una espiral de autocompasión agregó.

- Hay que estar tranquilos, como dije cualquier problema que surja será resuelto, si no es por nuestro señor por la guardia real. Solo tenemos que estar atentos en caso de que nos necesiten. Y si hasta usted se ha vuelto más profesional entonces podemos decir que algo bueno ha tenido esta situación.- aquel pedacito de humor solo era una forma quizás ingenua de aligerar la situación y combatir la sensación de ansiedad que poco a poco se apoderaba de ella.

Al llegar a la taberna pudo ver como Saphir se apartaba del grupo, era muy profesional al negarse a beber o quizás ocultaba algo, Kallista no lograba ponerse de acuerdo. Sin embargo no era un misterio que pudiera resolver ahora, en su lugar prefirió encargarse de aquello que si estaba en su poder. Fue hasta donde el padre del niño dormía.

- Caballero- lo tomó del hombro sacudiendolo primero suavemente pero pronto lo hizo con mas fuerza- Es hora de que vaya a casa, su hijo lo está esperando.- Esperaba que con eso bastara o muy a su pesar tendría que echarle una jarra de agua puesto que no quería que el pequeño estuviera tanto tiempo solo.

Lavinia no se lo pensó dos veces antes de aceptar la invitación de su nuevo amigo. Juntos, recorrieron las calles de la ciudad en un ambiente que, hasta entonces, Lavinia solo había leído o visto por la ventana, de lejos, mientras servía bandejas. La falta de costumbre de tanto paseó por calles adoquinadas le habían hecho mella en los pies, pero el aroma a comida caliente en plena calle, la atracción que ejercía sobre ella cada mercancía que veían extendida en mostradores y alfombras y el mundanal ruido que había conseguido acompasarse, la distraía de la molestia. 

De todo aquello, lo que ejercía un poder hipnótico sobre ella eran los libros. Su colección no era muy allá, y aún tenía títulos que había conseguido en casa acumulando polvo, pendientes de leer. Pero, ¿qué nuevas historias contendrán esas tapas? ¿Qué nuevas aventuras podrá vivir cuando el festival acabe y tenga que regresar a la vida anodina de la posada?

Recordó una de tantas cosas que había leído. No podía mostrar excesivo interés, o el mercader querrá aprovecharse de ello y encarecer aún más el objeto de su interés. Tenía que fingir que ni le iba ni le venía. Sus ahorros no eran demasiado y tampoco quería pulírselos de una sentada. Le gustaba tener algo para "contingencias". 

¿Podía denominar como tal a su nuevo amigo? 

— Mortimer, ¿te apetece que comamos algo? —había visto, no muy lejos de donde se encontraban, un puestecillo de espetos de carne callejero. Las especias aderezaban una noche en ciernes cuya oscuridad había avanzado demasiado deprisa de lo normal. Al alzar la vista al cielo un momento y ver nubes de tormenta, Lavinia se preocupó —. Espero que nos de tiempo a verlo todo... —agregó en voz baja, temerosa.

Redujo la marcha y giró el cuello cuando vislumbró al vendedor de libros. Éstos se acumulaban unos sobre otros con material de escritura. Lavinia cayó en el hechizo y se olvidó de todo lo demás. ¿Le daría tiempo al pobre hombre a recogerlos todos antes de que descargase la tormenta? Anunciaba a bombo y platillo que se iba a marchar en breve. 

Lavinia se mordió el labio inferior. Muchos de esos ejemplares ni siquiera tenía títulos en la portada, otros estaban encuadernados a mano y las tapas de piel eran caras. Si ella no se los llevaba a casa, lo haría otra persona. ¡O algo peor! Se mojarían, sufrirían a la intemperie. 

Se quedó allí plantada, incapaz de decidirse y balanceándose sobre sus talones mientras le daba vueltas a la cabeza sin llegar a ninguna conclusión. Le daba vergüenza preguntar, pero más le daba ser maleducada. Saludó al vendedor aún perdida en sus pensamientos.