Partida Rol por web

Antes de que la llamada se corte, veo horrorizado cómo mi hija recibe un golpe tan fuerte que por un momento temo que le hayan arrancado la cabeza. Es entonces cuando mi vista se nubla, y pierdo la noción del tiempo. Grito. Golpeo. Ojalá pudiera romper todo lo que tengo a mi alcance. Cuando mis sentidos vuelven a mí, estoy doblado sobre la mesa, tosiendo y jadeando. Mi cara está húmeda.

—Tengo que ir… —balbuceo. Apenas me oigo a mí mismo. Me incorporo, encaramándome sobre mis pies con esfuerzo, y carraspeo—. Tengo que ir. No sé qué coño voy a hacer, pero tengo que ir… —Niego con la cabeza, tratando de contener los fuertes temblores de mi mandíbula—. No puedo hacer lo que me pide, Hershko. No puedo pedirles tiempo, no puedo jugármela. Cada minuto que pierda será un ojo o una mano o un pie que pierda mi hija, no, no puedo, no… ¡Aaah! —Me golpeo el rostro con los talones de las manos, haciéndome daño. En cierto modo es reconfortante. Me vuelvo hacia Kyle cuando me viene con sus bailes de lógica—. ¿Y si no quieren a Alex, qué coño quieren? ¿Eh, listo? ¿Qué pueden querer que nos hayamos llevado de Oklahoma? Joder… ¡Joder! ¿Córtate un brazo para salvar el otro?

Me paseo de un lado a otro, pateando con fuerza cualquier cosa que se ponga en mi camino.

—No, no. No veo alternativa. No la hay. Tengo que ir. Pero joder, no sé qué coño voy a hacer cuando esté allí. ¿Jugar a las preguntas y las respuestas mientras me trocean a mi hija delante? No —gruño—. Necesito un arma. Al menos voy a llevarme a un par de ellos por delante.

Se encogió de hombros cuando oyó el nombre del agente del FBI.

—Ese hombre tiene motivos para odiarme. Y sí, claro que podemos tener un infiltrado en Return. Tenemos nuestras medidas para esas cosas. Pero ningún sistema es infalible.

Esperó observando que la reacción explosiva del artista perdiera su energía, pensando en lo poco preparada que estaba la gente normal para ese tipo de situaciones, en lo fácil que era manipularles hasta hacer de ellos poco más que animales furiosos primero, ineptos después, patosos, y, finalmente, impotentes. Mientras, se encendió otro cigarro. Un gesto subconsciente para calmar a un homúnculo, un yo imaginario de un universo paralelo que estaba en un rincón oculto de su mente ocupando el lugar de Armín, sufriendo, consciente de su impotencia, presa de un protocolo ideado para producir indefensión.

Pegó una calada intensa. Se acercó al padre iracundo y le habló despacio, como si los sectarios estuvieran escuchando detrás de la puerta.

—Armín, escuche. No es un intercambio lo que le proponen, sino una tortura para anular su voluntad. Tenemos que sacar a su hija con vida, y ha de ser como resolver un problema de matemáticas. Si usted les da lo que quieren, los matarán a los dos. Si acude solo, le darán otro giro de tuerca. Ellos quieren a Alex, pues entonces dígales que si la quieren con vida o muerta, y hágales perder el tiempo. Pídales armas, pídales apoyo de algún tipo. Prométales que lo conseguirá. Son idiotas, amigo, tanto como para meterse en una secta de chalados y hacer polvo a alguien con una careta de cerdo.

Suspiró.

—¿Sabe donde están? Hable con ellos. Mientras yo acudiré, y los mataré a todos.

Sonrió pensando que esa afirmación era el colmo de la complacencia. Le resultó patente que la experiencia en el maizal lo había trastornado y que estaba borracho de poder, pero se sentía como en una nube, y casi que le daba igual. Como todos los yonquis, creía que podía controlarlo, creía que sería capaz de agenciársela para matar a los malos, liberar a la chica, y salir indemne, todo con unos recursos mínimos. Joder, se sentía con ganas de entrar a pecho descubierto y reventar esa cara de cerdo.

Pegó otra calada, esta vez para recuperar el control. Tomó el teléfono y marcó el número de Mr. Sharpe.

—Si quiere puede venirse. Podemos jugar con ellos. Vamos a ver si el señor Sharpe se apunta a la fiesta.

Mis cejas se curvan en una mirada de preocupación cuando soy testigo del sufrimiento y la desesperación de Armín. Mis manos se abren y cierran varias veces sin despegarse de mis costados. Intelectualmente, sé que debería hacer algo; darle una palmada en el hombro, ofrecerle consuelo o lo que sea, pero no me nace de dentro. ¿Qué puedes decirle a alguien que está viendo en directo cómo torturan a su hija? Pues eso.

—Si de verdad quieren a Alex, ¿por qué citarnos a Armín y a mí en lugares distintos? Lo que pretenden es separarnos. Puede que ni siquiera estén interesados en la niña, y todo lo que busquen sea aislarnos y asesinarnos. Divide y vencerás. —Tengo la sensación de estar permitiendo que mi paranoia añada más incertidumbre y ofrezca poca ayuda a cambio. Niego con la cabeza—. Pero si vamos todos con Armín y yo no aparezco en mi apartamento, se cargarán a mi amiga, así que tú acompáñalo a él, y que Sharpe se venga conmigo. —Organizar las cosas me hace sentir útil, aunque sea una ilusión efímera. De todos modos, si no me falla la memoria, Sharpe fue quien, involuntariamente o no, dejó escapar al último sectario en la plantación, así que me vendrá bien tenerlo en el coche para hacerle un par de preguntas antes de llegar al Leary’s. Lástima no contar con alguna muestra de Valkyr para darle más credibilidad a mi farol; será interesante ver cómo se desarrollan los acontecimientos con Pinocho. Debo admitir que cada vez tengo más la impresión de que no puede ayudarme, al menos con este tema concreto, pero puede ser útil contar con su colaboración para algún percance futuro—. Bueno, ¿nos movemos?

Simon Sharpe se percata del zumbido del teléfono al amparo de la mortecina luz de un club de jazz subterráneo de Nueva York que se ha erigido en su refugio personal en estas últimas semanas. Da un sorbo corto a su té helado y estira el brazo hacia el dispositivo sin perder de vista la furtiva mirada que de modo insistente lanza la camarera hacia su posición cuando cree que no la observa.

—Sharpe —dice con esa sequedad tan característica de un hitman.

De fondo, Abel alcanza a reconocer la inconfundible melodía del alto de Sonny Stitt flotando en el ambiente.

Si hay algo que Sharpe no pierde con los años es la clase.

—Estoy en Nueva York —avanza mientras alza dos dedos. La camarera finge haberle visto por primera vez. Enternecedora. Sharpe saca un Andrew Jackson de la billetera y lo desliza bajo el vaso tras apurar su bebida. Se levanta con la agilidad de una pantera y camina hacia la puerta dedicando un sutil meneo de cabeza a modo de despedida al personal.

—¿Cuál es el trabajo? —pregunta sin rodeos. Conciso. Siempre disponible. Alma de agente de campo.

Aunque a Sharpe le gustan los duelos a corta distancia, en la última escaramuza echó de menos su clásico subfusil silenciado y haber tenido más margen de tiempo para actuar en solitario. Habría cazado a todos esos palurdos sin concesiones. Lamentablemente, la operación incluía una compleja liberación de rehenes y apareció aquella cosa en el cielo que cambió por completo las tornas.

Aún recuerda a la zorra que se le escapó en el maizal. Le dejó un buen recuerdo en el abdomen. No era como el resto, eso por descontado.

Sharpe no lo dice, pero aguarda a que el Rabino le confirme que tienen la ubicación de esa víbora. Esta vez no le dará tiempo a usar el cuchillo.

Estoy tan aturdido que apenas logro seguir el parloteo de Kyle y Hershko; tan solo soy capaz de asentir a sus palabras. Pero mi mente está lejos. Es como si quisiera saltar de dentro de mi propio cuerpo para recorrer en un segundo la distancia que me separa de mi hija Azadé. Cada segundo que pasa, esos hijos de puta podrían golpearla otra vez. Dios mío. Espero que, cuando lleguemos allí, mi hija aún siga…

Que aún siga siendo mi hija.

—Sí, sí —respondo a Hersko, agitando las manos cerca de mi cabeza, y después las dejo resbalar por mi cara—. Ahora mismo están en el apartamento de Azadé. Eso está en el centro de Arkham. Pero me han dicho que vuelva a casa. ¿Se refieren a mi casa? ¿O a que vaya para allá? —Sacudo la cabeza de un lado a otro—. Oh, lo siento. No sé… Nunca me había pasado nada parecido. No sé qué coño se supone que tengo que hacer. Porque hay una manera, ¿verdad? Hay una manera de arreglar esto. Me refiero a que se puede hacer…

Me quedo mirando a Hershko, esperando que me diga lo que quiero oír. En otro momento, la facilidad que tiene para anunciar su intención de matar me habría horrorizado, pero ahora mismo me resulta una de las cosas más reconfortantes que podría escuchar. En silencio, presencio su breve conversación telefónica con Sharpe. Bien. Otro que se nos une, aunque le llevará un tiempo llegar desde Nueva York.

—Vale, eh… —empiezo en cuanto Hershko cuelga el teléfono—. Necesito un arma. ¿Tienen alguna por aquí que pueda llevarme?