El tipo es la viva imagen de un redneck de la América Profunda, esa de la que todo el mundo despotrica. Esa que en el fondo todo el mundo teme.
En su siniestra refulge una hoja de unos quince centímetros de acero puro.
Le faltan dos dedos.
—¿Sabes, macho...? Estás empalmado de la hostia y esto solo acaba de comenzar... Creo que me vas a caer bien. Dime... ¿Lo quieres rápido... o lento? —en su rostro trasluce una descarnada y salvaje sonrisa.
Vicky cae en un Fundido en Blanco de manual y nada digo sobre su futuro próximo por motivos obvios.
Korsgaard, despídete a tu gusto. Lucha, o no lo hagas. No tienes por qué morir. Curiosamente, Korsgaard tiene algo en común con este PNJ -Y no es el avatar del propio Spu ;-P- que puede depararle un final impredecible. ¡Y conste que no condicioné en nada la creación de Spu! ;-D
Te reservo como final un breve diálogo con Rutherford.
Sonríe. Disfruta. Es tu día de suerte. Dame una sonrisa grande. De oreja a oreja. Un poco más. Eso es. Perfecto.
Korsgaard podía sentir el sabor metálico de su propia sangre llenándole la boca y chorreándole por la mejilla y el cuello como la baba de un tetrapléjico. Su lengua se movía ávida en la boca y por aquella lacerante herida, como la lengua de un vampiro lujurioso que quiere saciar su sed. Casi podían escucharse los sorbos que daba el doctor. Eso sí era una sopa primigenia. Jodido loco.
Se dio la vuelta mientras levantaba la barbilla en un intento desesperado por impedir que su sangre se escapara de su cuerpo, en un estúpido intento por mantener la linfa vital en su sitio. En esa posición, miró a aquel paleto y su machete desde arriba, con una arrogancia que sólo un hijo de puta como el doctor Kristian Korsgaard podría ostentar en un momento así.
Un ruido salía de la boca —o como se pudiera llamar ahora esa enorme abertura facial que el doctor tenía en la cara—, un ruido que poco a poco fue tomando la forma de una risilla, de una carcajada divertida, como si aquella situación, como si escuchar a aquel paleto hablarle de su erección, como si su complicidad fuera algo divertido. Divertido de cojones. La risa fue primero suave, pero poco a poco empezó a tomar vuelo. Joder, esa mierda de verdad era divertida. Divertida de cojones. Dame una risa. Más fuerte. Más fuerte. MÁS FUERTE. Así está mejor. Una risa contagiosa, sincera. ¿Ese dolor punzante que sentía el doctor era la herida abriéndose aún más a causa de la risa? Diagnóstico: jodido loco.
—Eh, eh, Rutherford, ¿te echo una mano? —dijo con una carcajada estentórea de la cual brotaban gotas de sangre escupidas, todavía sin responder al paleto del machete.
Después lo miró a este, divertido, cómplice. Se acercó a él, despacio, aproximó sus labios chorreantes de sangre a su oreja y le susurró:
—Oh, amigo, intuyo que este es el comienzo de una bonita amistad.
Después se echó hacia atrás, con una sonrisa divertida, divertida de cojones, puso sus manos sobre los hombros de ese paleto y rio. Rio mientras lo miraba a los ojos, rio mientras lo miraba con algo parecido a un risueño y degenerado cariño, que arrugaba toda su cara en un rictus de felicidad sincera y locura descontrolada. Oh, el doctor Korsgaard había encontrado amigos de verdad por primera vez en su vida. Oh, el doctor Korsgaard... era feliz.
La risa es el veneno más contagioso para el hombre, esté cuerdo o no.
Anónimo
El redneck alzó las cejas visiblemente sorprendido por la reacción de Korsgaard y no pudo evitar replicar la carcajada de aquel tipo que le miraba con esa sensación de absoluta indiferencia ante la muerte. Isaiah White había perdido la cuenta de los óbitos que había provocado y analizado minuciosamente a lo largo de su vida en la granja. Solamente estaba seguro de que, en ningún caso, jamás, venían precedidos de una carcajada semejante.
—¡Oooojojojojooooo! Hostia, Sammie... ¡Este hijo de puta está en puto shock! Lo estás flipando muy fuerte, ¿verdad? —las risas de Korsgaard, acordes estridentes de un violín perdido en las profundidades de algún lavabo infecto en algún suburbio de su maltrecha psique, parecían haber calado en aquel paleto de aspecto sureño. Las risas, y la mirada. Sobre todo la mirada.
Isaiah White, hombre intuitivo por naturaleza, tuvo una repentina corazonada en aquel instante. De alguna manera, supo que cortarle el cuello a aquel desquiciado tipo con media sonrisa grabada a cuchillo en el rostro era una triste forma de desperdiciar una maravillosa -y harto singular- oportunidad de comprobar si su familia podía adoptar a un nuevo integrante.
Al refugio de la sombra paterna, el espectral Samuel se permitió una sonrisa caníbal.
—Entre otras muchas cosas, es médico forense, según dijo. Quizás pueda sernos útil. A la niña parece caerle bien... Quizás demos con alguien que sepa aprovechar los hígados para hacer paté —apuntó con sutileza admirando el corte que socavaba la cara de Korsgaard.
Isaiah arqueó una ceja y devolvió una mirada de soslayo a su hijo... y hermano.
—Déjate de putas indirectas. Así que un forense, ¿eh? Vente con nosotros, amigo... Te lo pasarás bien. Y trabajo, desde luego, no te va a faltar. ¡Jejejejeee! Sammie, ¿Qué cojones haces? Ayúdame a cargar con él. Ha perdido mucha sangre. ¿Sabrás coserte la cara, amigo?
Antes de abandonar el apartamento, Isaiah White lanzó una mirada de desprecio a Rutherford.
—Eh. Si por mí fuera, ya estabas destripado en el suelo, puto cabrón. Por suerte para ti, el Patriarca quiere dejar un mensaje. Eres nuestra advertencia personal, amigo. Dile a tus socios que en nuestra familia cuidamos de los nuestros. ¿Podéis decir vosotros lo mismo? —advirtió con una mueca lobuna dibujándose en su afilado rostro—. Olvídate de estos dos. No volverás a verlos. Tampoco a mi hermanita. La zorra de su madre se tenía merecido lo que le ocurrió.
Escupió al suelo con saña, sus ojos cargándose de una pulsión asesina.
—Ándate por la sombra, mamón.
Según abandonaban el apartamento con Korsgaard a cuestas, los cadáveres de Desmond Rawlins y sus federales diseminados por el vestíbulo del edificio terminaban de decorar el mosaico consagrado a la masacre que teñía el barrio de Red Hook de un brillante rojo sangre.
En aquel preciso instante, Rutherford no se encontraba del mejor humor para responder de modo ocurrente a aquella panda de asesinos que se habían adueñado de la situación con la efectividad de un comando militar. Lo cierto es que el hecho de que tus manos se vean sometidas a un proceso de fusión por combustión espontánea no es muy agradable. Ni divertido. Por esto, cuando quedó solo en la penumbra del apartamento que se había convertido en epicentro de una tormenta de mierda como no recordaba en su larga vida de operaciones encubiertas, el veterano ex agente de la CIA alcanzó a musitar entre dientes la célebre frase:
—La partida no está acabada... La próxima vez... jugaré con negras... Si vas a por el Rey... Más te vale no fallarrr...
En esta perla de sabiduría ajedrecística traslucía uno de los errores más terribles que cometieron los White.
Dejar vivo a Rex Randall Rutherford.
Fin de escena