Hola, Meredith.
Quiero jugar a un juego.
«Minuto 13:00»
Noche de verano, Asilo Arkham
Despiertas bañada en sudor y con la garganta seca, sacudiéndote en el jergón de tu celda.
Ha sido una mala noche, Meredith.
Has vuelto a soñar.
Y nunca sueñas cosas buenas.
Hoy le ha tocado a Victoria...
¿Desde hace cuánto no te visita?
Da igual.
Has soñado con tu hija primogénita.
Le hacían daño.
Daño de verdad.
El sueño ha sido vívido. Casi parecías estar allí, observando. Impotente.
Y aunque digan que tu memoria no es lo que era, que eres una vieja frágil y decrépita, aún conservas buen ojo para las caras, ¿verdad, Meredith?
Sí... Recuerdas esos ojos oscuros.
Esa melena negra como el ala de un cuervo.
Esa voz sedosa y escalofriante, hurgando en tu mente, susurrando traición y plantando la semilla de la locura.
Vicky siempre fue débil a la sombra de la demencia.
Como tú.
Como tu marido. En paz descanse.
*Se santigua*
No es la primera vez que sueñas, solitaria anciana.
Pero hoy... Hoy es diferente.
Hoy sientes que ha sido demasiado real.
Hoy...
Hoy sientes que Victoria podría haber muerto, torturada y descuartizada.
Tu hija.
Muerta.
Hoy debes escapar, Meredith.
Y vas a hacerlo.
*Cling-cling*
Ups...
Estás esposada a la cama por tu muñeca izquierda, como siempre desde que empezaron los brotes de histeria.
Eres una chalada, Meredith.
¿Lo sabías?
El numerito del teléfono.
Pasear en bolas a la luz de la luna en invierno en mitad de un aguacero.
Las pesadillas.
Uh, las pesadillas...
¿No lo recuerdas?
Pero sobre todo, la melodía.
Esa melodía que solo tú pareces escuchar.
[Minuto 19:00]
¿La... La oyes?
La habitación está a oscuras, pero afuera, los relámpagos, la manifestación de la cólera de un dios vengativo, arrojan algo de luz a tu pequeña prisión.
Eres una reclusa del Asilo de Arkham City.
La interna número 22.
En ciertos sentidos, es peor que estar en una prisión.
Aquí nadie te escucha.
Aquí no tienes historia.
Eres un simple número.
22.
Eres un despojo, cariño.
Apresada por cortesía del Estado para ser cobaya de las farmacéuticas.
A tu familia, te lo aseguro, no parece haberle importado.
¿Pero sabes qué...?
No nos importa.
Una madre protege a su camada.
Debes escapar.
Huye, Meredith.
...
Huye.
Bienvenida.
Esto no ha acabado, Meredith Jones...
* * * * *
Elige:
Tratar de forzar la cerradura de las esposas
o
Provocar una algarabía y atraer al celador
22. Lleva el número tatuado en la frente como la marca Caín, de protección y maldición.
Como los judíos en el campo de concentración, los enfermos mentales son los olvidados por siempre del mundo moderno. La cultura occidental no quiere cargar con ellos: ni los cuerdos ni los locos que parecen cuerdos, esos house nigro de la locura que se creen que pertenecen a la sociedad. Solo las leyes impiden que los quemen como a los hijos de Moisés en la asfixia soporífera de un horno.
Pero hay algunos que nunca se olvidan de estos humanos tangenciales del existir, entre ellos las pesadillas y la muerte. Una mano febril en medio de la noche agita los sueños de los incautos durmientes, otra gélida les da descanso, al fin.
Lazos de carmesí satén se abren paso al compás de aullidos infernales,
rojo sobre rojo los ojos como piedras,
los fríos ojos del ave del Averno se alzan
sobre la carne fresca inocente de tamaña corrupción.
Los cuervos graznan sangre y un aroma a negro carbón
quema el arrebato de todo labio
y toda brisa y todo llanto
es el anuncio de una muerte que se yergue sobre el puente de la locura.
En una sensación in between se despertó la matricarca del clan Jones, sus ojos ajenos y azules como los de sus hijas escanearon la celda en busca de la especia que ayuda a viajar entre mundos oníricos, del ser o del existir. Rastros fulgurantes de babosas cósmicas y larvas dibujan caprichosos arabescos en las paredes empapeladas de sudor y desesperación.
Esos mismos ríos de infecto rastro astral apuntan su perezoso reptar hacia la puerta y un cántico ominoso extingue todo posible raciocinio si hay alguno en este lugar olvidado de la mano de los hombres.
Abre tus ataduras. Abre la puerta, Meredith.
Elijo forzar las cerraduras de las esposas.
*Cling-cling... Chack*
Los grilletes hienden la carne de tus muñecas mientras te debates con ellos con una insospechada fuerza que no proviene de tus ajados músculos, sino de la fuerza de tu resolución.
No es la primera vez que te zafas de ellos.
Son viejos, como tú.
Han apresado muchas muñecas a los camastros de metal.
Tantas, que han perdido el fervoroso deseo de la contención, de la aprehensión.
Al principio parecen reacios a dejar ir.
"Quédate con nosotros, Meredith.
Quédate con nosotros".
Pero tu voluntad es más fuerte.
Les doblegas.
Te levantas con dificultad del jergón al tiempo que enciendes la lamparita de la mesita de noche.
Su luz es débil, pero permite a tus ancianos ojos azules escudriñar en la oscuridad.
Afuera, la tormenta tropical que asola Arkham ametralla la ventana de tu celda, sacudiendo con violencia los postigos.
Tac-tac-tac-tac
Una insospechada energía recorre tu cuerpo.
Te sientes viva de nuevo.
Esa vieja carcasa de melena argéntea a la que decidieron atrapar en el desvencijado jaulón que ahora es este lóbrego asilo camina de nuevo, espoleada por una misión que aflora en su mente y cuyo recuerdo reza por conservar unos minutos más.
Lucidez.
Oh, lucidez.
Ramera despiadada y escurridiza como arena entre las manos, no abandones a Meredith Jones.
Esta noche no.
Esta noche no, por Dios.
Hay un raro y simbólico paralelismo entre tu persona y tu prisión.
Ambas sois viejas glorias, lejos de vuestro cénit vital.
El paso de las décadas se incrusta en vosotras como el cincel del tiempo, hundiéndose en vuestros hombros deseoso de derrumbaros, de enterraros a decenas de metros bajo tierra, bajo capas de olvido.
Y sin embargo, a pesar de todo... Resistís.
Te deslizas por la habitación hacia la puerta de la habitación.
Una fina hebra de luz se filtra por la parte inferior.
La luz de guardia.
A estas horas, Daniel debe estar patrullando los alrededores.
Daniel.
Sientes un ligero escalofrío traspasar tu espinazo.
No puede cogerte.
Otra vez no.
Si lo hace, te encerrará en la Sala de Reflexión.
¿Recuerdas lo último que te hizo cuando te llevó allí...?
No.
No-no-no.
No. Puede. Cogerte.
Otra vez no.
Abres con cuidado la puerta y tu ojo azul espía los alrededores con la pupila dilatándose.
Los bastardos que te atosigan en el día con pastillas y ataduras mentales relajan la vigilancia por la noche.
Estáis demasiado drogados para suponerles una ligera molestia a estas horas.
Pero hoy es diferente.
¿Por qué no te ha hecho efecto la medicación, Meredith?
¿Por qué acechas en las sombras como una gata vieja curtida en las inmisericordes calles de Arkham?
¿Cómo vas a salir de aquí?
Contesta a mis preguntas con libertad.
El asilo es un lugar hostil y misterioso en el laberinto de tu mente,
pero hoy es un día especial.
Hoy sabes que vas a escapar, Meredith.
Tienes una misión.
Al igual que quien despierta de una pesadilla insistente, los escalofríos recorren su columna vertebral sin interrupción, subiendo y bajando el líquido del desasosiego. Un relámpago ilumina la habitación y luego tres más: gran noche para escapar, sin duda. Sonríe ante tal perspectiva, y bajando la mirada, detecta el lugar en el que el vómito seco dejó inmortalizado el contenido de su última pastilla.
Cuando el acceso de ácido estomacal ascendió por su garganta aquella noche pensó que iba a morir, ahogada por su propio vómito y pensó que aquella era una forma muy estúpida y cruel de morirse… Fue entonces cuando la imagen de Vicky había venido a su cabeza y desde entonces no la había abandonado, ni siquiera cuando el vómito mismo y el esfuerzo por no ahogarse la habían deslizado abruptamente hacia la inconsciencia… mi bebé me necesita porque el cuervo está por devorarle los ojos. El pensamiento le encoje las entrañas y le da una sensación de urgencia extrema.
Sonríe mientras un rayo descarga su canción de plasma fuera. El reloj del pasillo le da la pista de que el camión de las frutas y verduras debe estar descargando su contenido en el área de desembarque: Meredith lo sabe bien porque ha trabajado en la cocina a lo largo de estos años. Si logra escabullirse hasta allí sin ser vista podría tomar un pilotín y unas botas y salir al exterior aprovechando el movimiento y la distracción, en una epifanía la mujer se ve a sí misma corriendo bajo la tormenta torrencial hacia el confín del predio en donde el árbol frondoso está cerca de la reja, tan cerca que escalarlo simboliza pasar al otro lado en donde el bosque continúa sinuoso y acechante.
Eso será lo que intentará.
Qué lista eres, Meredith...
Avanzas con cautela por el pasillo.
Todos duermen por obra de los narcóticos.
No hay ronquidos, solo balbuceos y ocasionales espasmos.
Dormir no es morir, pero algunos sueños pueden matar.
Pesadillas venidas de los más recónditos lugares del Limbo asolan a los internos.
Se estremecen. Se agazapan. Quieren esconderse.
Pero nadie escapa de la cárcel de su propia mente.
Los monstruos, invisibles, juegan con los inquilinos.
Les oyes en la oscuridad.
Reptan.
Corretean.
Persiguen.
El Hombre Torcido acecha al señor Meyers.
La Plañidera encoge el corazón de la señora Spencer.
Oyes los llantos de Sebastian Gorza cuando se siente acorralado por su némesis personal: su oso de peluche, Mr. Noodles.
Le llama así porque le apuñaló de pequeño.
Tiras y tiras de cordel y espuma derramándose por la panza del oso.
Ha vuelto para vengarse, asegura entre llantos.
Acallas sus voces cubriéndote los oídos.
Tú tienes a tu propio demonio interior.
El cuervo.
El cuervo ladrón de ojos.
Y luego, claro... está Victoria.
Retumba el trueno.
Rayos apuñalan el cielo.
Frío mármol abrasa tus pies desnudos mientras avanzas por la galería hasta la planta baja.
¿Dónde has puesto las zapatillas?
Baldosas negras, baldosas blancas.
Baldosas blancas, baldosas negras.
El reloj delata la hora H.
Miras por la ventana para comprobar cómo se aproxima tu ticket de salida del sanatorio.
El camión de frutas y verduras.
Oh, sí.
Tu experiencia en las cocinas te ha sido útil para conservar un vívido recuerdo:
El patrón que siguen en esta casa de locos para reponer las frutas, las verduras y toda la basura bien pasada de fecha de caducidad que os sirven de comer.
Abajo todo está tranquilo.
No hay vigías, no hay centinelas.
Todo es demasiado fácil.
Pero no importa.
Estás en una misión.
Nada puede detenerte.
Alcanzas la cocina y encuentras lo que te parece una gabardina raída y un par de botas de jardinero arrambladas en un trastero del que emana un fuerte olor a rancio.
Hora de prepararse para la fuga.
Te atavías con el gabán y te pones las botas, pero cuidado, escucha.
Hay alguien en la cocina.
Contigo.
Miras por la rendija que ofrece la puerta del trastero.
Por el momento, no has sido descubierta.
Es un hombre.
Abre la nevera.
Lo hace muy despacio.
Rebusca.
Escarba.
Encuentra.
Carne.
Carne fresca.
Coge una bandeja repleta de chuletas.
Una fuente hasta arriba de chuletas de cerdo.
Hace tiempo que no ves carne en el menú.
¿Será este el motivo?
Un crujido.
La puerta en la que te apoyas para espiar es de madera vieja.
Una madera que susurra traición.
El ladrón se gira, buscando el origen de su sobresalto.
La luz es tenue, pero atisbas un brillo vidrioso en sus ojos.
¿Te ha escuchado?
Meredith ha venido para quedarse.
¿Quién sabe?
¡Igual es la estrella rutilante de la Season Two!
;-)
Haz una inquietante tirada de 1D6 enfrentada de Sigilo contra su Sentir el Peligro.
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Lo tendremos en cuenta si llegas a hacer ficha de Meredith ^^
El hedor de la desesperanza y la locura es el perfume que destilan las paredes de aquel lugar infernal, los pies descalzos de la mujer ya entrada en años (aunque bastante ágil) recorren el piso en damero evitando las líneas divisorias de las cerámicas del suelo. Entre eso y evitar a los guardias su atención está casi al máximo, pero no lo suficiente como para no ver por el rabillo del ojo las colas babosas de aquello que repta en los campos oníricos y toma forma con el combustible de las pesadillas de los pobres desgraciados encerrados allí dentro.
Logra alcanzar la cocina justo a tiempo para evitar la mano negra de largas uñas afiladas y llena de escamas que trata de tocarle el cabello al pasar la última retahíla de puertas blancas sin nombre.
Desde el pequeño refugio en el que encuentra algo con qué taparse y botas ¡Botas! Ve a alguien haciéndose con una fuente de la heladera, por un instante, un sudor frío le recorre la columna al pensar que no sabe de dónde viene esa carne... y que el hombre que sostiene la bandeja parece más animal que el que está allí cortado.
Recordó, cerrando los ojos, la última vez que la habían manoseado en un cuarto de limpieza y apretando bien los párpados apartó el pensamiento nada útil, salvo como advertencia, que su mente le hacía. Miró en derredor para tratar de localizar un cuchillo, una hoz de la jardinería, algo que pudiera usar para herir y escapar. Pero el suelo ha crujido bajo su peso y el cerdo ha comenzado a olfatear, como el gigante comeniños del cuento, el aire de la estancia.
Motivo: Sigilo
Tirada: 1d6
Resultado: 4(+1)=5 [4]
Qué temita jajaj, me da ganas de vestir impermeable y sombrero fedora.
Mañana te cierro correctamente esta microescena. Al final Vicky se salvó, así que Meredith queda oculta al resto de la historia durante la Segunda Temporada, aunque nuestra periodista se enterará de que se ha escapado del asilo, con el consiguiente desvelo ;-P
Recuerda avisar al resto de que Aileen falleció en el hospital. A más de uno le va a dar un soponcio con la noticia xDDDDD
Jajaja qué malvado! Lo haré en cuanto me den pie, porque el otro lo tengo cojo jijiji