Llega un nuevo día y vuestros pasos se encaminan una vez más hacia la Sala del Trono, donde ya se encuentra Varys de espaldas a la puerta, esperándoos. Con las yemas de sus dedos unidas delante de su pecho contempla algo en el suelo. Se gira hacia vosotros cuando las dos pesadas hojas se abren con un suave sonido y dando un pequeño paso hacia su derecha os permite ver más allá.
Un cuerpo descansa en el suelo, desmadejado y roto sobre un charco de sangre que todavía brilla fresca, desvelando que no hace demasiado que fue derramada. A pesar de que sus ropajes, antaño de color celeste, ahora se han teñido de granate no os cuesta reconocer a Lyanna. Algo extraño os parece ver en su postura, pero no es hasta que os acercáis a ella que os dais cuenta de que sus brazos han sido sajados y en su lugar alguien ha cosido sin demasiado cuidado las alas del cuervo que día tras día se posó sobre los hombros de los presentes.
Varys se mezcla entre vosotros mientras con lentos pasos camináis hasta el cuerpo y lo contempláis desde arriba. Su voz suena tan suave como siempre cuando habla, pero la ironía de sus palabras es tan afilada como la lengua de una serpiente. - Desvelar su afinidad con el ave la salvó... Y al parecer también la condenó. Porque los huargos no pueden volar, ¿no es así? - La pregunta cargada de sarcasmo flota en el aire mientras levantáis la mirada hacia Varys, esperando que desaparezca sin que os deis cuenta como cada día. Pero permanece ahí, esperando captar toda vuestra atención antes de hablar de nuevo. - Y sin embargo, esto no ha sido todo.
Con un chasquido de sus dedos dos sirvientes traen un nuevo bulto, tapado con una sábana blanca, y lo sostienen mientras Varys lo destapa tocando la tela tan solo con la punta de los dedos. Bajo la tela aparece un rostro con la piel ennegrecida y arrugada, como si cientos de años hubieran pasado por él robándole su juventud al mismo tiempo que la vida. Os cuesta un poco, pero finalmente distinguís los rasgos de Stannis Baratheon en ese cuerpo de apariencia quebradizo. - Esta noche también ha caído el venado. - Dijo tras unos segundos de silencio, antes de empezar a tapar el cuerpo de nuevo con la misma sábana.
El hombre afila sus ojillos entrecerrados durante un instante en el que os mira a todos, mientras los criados se llevan de nuevo el cuerpo, y finalmente esboza una pequeña sonrisa. - Ya falta menos. - Es evidente por su expresión que se siente tranquilo y a salvo mientras las palabras que pronunció el día anterior os vuelven a la mente, tan inexplicables como entonces. Con paso calmo sale de la sala sin que lleguéis a reaccionar a tiempo para detenerlo dejándoos solos una vez más.
Fue, con diferencia, la peor noche que pasó desde que llegó a Desembarco del Rey por… ¿Por qué era ya? Habían sucedido tantas cosas en aquellos días que la mente del enano intentaba refugiarse en un sitio lejano, muy lejano, apartado de aquel horror que tenía que estar viviendo hasta que el último de los que estaban allí cayera. Por un momento, echó de menos al Perro. Y se preguntó dónde estaría, y si la muerte dolía tanto como parecía. O, si por el contrario, era más rápida, y, por tanto, más clemente, que quedarse dormido.
Despertó totalmente cubierto de sudor, con las sábanas enrolladas en sus maltrechas piernas, y lo envolvían como si fueran sogas fuertemente atadas a su pequeño cuerpo. Con un sobresalto, abrió los ojos, y trató de recuperar una lenta y tranquila respiración. Pero, la última imagen de su sueño aún estaba presente en su retina, como si se le hubiera grabado a fuego.
Tragó saliva con dificultad y miró a su alrededor. Cuando vio la tina con un agua fresca y cristalina, se apartó de encima la mortaja en la que estaba envuelto, y metió al cabeza en el suave líquido. Por un momento, sintió como si le estuvieran besando los dulces labios de una dama. Lo tranquilizó, lo devolvió a la realidad, y dejó que se llevara su sueño hasta lo más profundo de su mente.
Sacó la cabeza del agua, y se limpió con una mullida y suave toalla. Miró por entre los postigos de su ventana. Amanecía. Y seguía vivo. Hasta ese momento no se había dado cuenta de la eventualidad de tal acontecimiento. Pero, no tenía ganas de saltar ni de alegrarse por su suerte.
Se vistió de manera lenta, aunque estaba totalmente desvelado y necesitaba saber qué era lo que había pasado durante la noche. Se evaluó en el espejo asintiendo con la cabeza, y salió de sus aposentos, anadeando lo más deprisa que podía por el corredor de la Fortaleza Roja.
Fue, entonces, cuando vio a Varys en la puerta y tuvo un deseo irrefrenable de quitarle aquella sonrisa del rostro. Incluso notó cómo su pequeño puño vibraba y casi tomaba vida propia. Pestañeó varias veces y se quitó tal idea de la cabeza. Varys era secundario. Pero, no lo que decían sus palabras.
—¿Qué?— preguntó Tyrion, sin comprender—. ¿Han…? ¿Se han llevado a dos?
Entró en la Sala del Trono y vio el cuerpo de Lyanna, tendido en el frío suelo, allí donde un par de veces Tyrion había incado su rodilla para declararle su amor. Y, tras aquello, y bajo la sábana blanca, el venado se hallaba más silencioso que nunca.
El enano dio un respingo, y decidió no decir nada. Dejó que las muertes provocaran su efecto, y que los más allegados honraran a sus caídos. Miró a Hodor y a Robert. Le hubiera gustado poder decir alguna palabra de ánimo o de aliento, poder prometer que atraparía a los culpables de aquello, pero no podía jurar algo que sabía que no lograría hacerlo. Era un enano. Un enano con mucho oro, pero un enano al fin y al cabo.
Robert entro en la sala con una jarra en la mano, como ya era costumbre y una cara que mostraba claramente su nivel de embriaguez, pero sus ojos se abrieron como platos cuando Varys le dio las malas noticias, no solo había muerto su amada Lyanna, también alguien había decidido que era momento de matar a Stannis y lo peor de todo es que no se sabia siquiera quien había sido, ni una pista con la que descargar su ira en forma de espada afilada.
-No no no... no estaba preparado.-Por primera vez en años dejo caer su jarra al suelo aun con contenido en ella y camino deprisa hacia la ultima de los Stark. La levanto con cuidado y con menos cariño arranco esas monstruosas alas que le habían cosido de grotesca manera, mancillando su cuerpo y su memoria.
-¡Malditos seáis! ¿Si debía morir, no podía morir como el resto? Porque este ridículo teatro, putos bufones de mil padres, si supiera quien de vosotros a hecho esto, metería mi mano en su garganta y le sacaría la lengua por ese nuevo agujero. ¡Para que se ahogara en su propia mierda!-Gritar no valía de nada, los días anteriores bien le enseñaron eso. Sabia que todos podían morir, eso lo tenia asumido, pero hacerlo de esa manera... y no solo se burlaban de él una vez mas, sino que también ha querido alguien acabar con su hermano, sangre de su sangre, sin duda una ofensa mas a su persona. Esos bastardos lameculos, no hacían mas que reírse de él pues sabían que no podía hacer nada contra quien no se conoce rostro. Aunque el bien podía tener uno en mente.
-Dime bastardo de Ned. ¿Quien a matado a mi hermano? ¿Acaso ya no te servia de nada y decidiste deshacerte de él? ¿Quien es ahora tu puto esclavo? ¿El enano? ¿La vieja?-Gritaba cada palabra lleno de rabia, el venado no podía llorar, no le quedaba pena, pero si dolor.
Y nos vemos mañana :S, estaré ausente hasta entonces.
Cuando Hodor entró en la sala, se quedó de piedra. Su señora, allí tendida, y con esas..alas. De nuevo había fallado a su casa, pobre Lady Stark, no se merecía esa burla final a pesar de sus cotilleos. Calló de rodillas frente a ella. Ya no tenía nadie a quien servir y ser leal. Había confiado en que ayer la mayoría tendría razón con el Perro, y dejó que Nieve siguiese con vida, pero sólo podía ser él, por mucho que ahora tratase de excusarse. Se volvió y lo miró con sus ojos tristes...y furiosos.
-¡Hodor!- dijo con voz amenazadora
Se sentía como un extraño allí. Si bien era cierto que él mismo había perdido a alguien hacía escasos días, no sentía el mismo dolor que Robert o Hodor. No podía comparar a Cersei con alguien como Stannis.
Es como comparar a los Siete Dioses con un pordiosero, pensó Tyrion, algo amargado.
Quería romper aquel silencio sepulcral que se había instalado en la Sala con lo que había soñado. La muerte de su fiel perro le había otorgado el don que siempre había deseado, y quería ser útil a aquellos que habían confiado en él.
Más o menos, le dijo una voz maliciosa en el rincón más oculto de la mente del enano. Más o menos.
—Lord Robert— dijo Tyrion—, Hodor, Lady Olenna, yo también he tenido sueños esta noche. Los dioses me han otorgado lo que mi corazón siempre anheló y me lo han concedido con el precio de la sangre de mi sangre— más o menos, volvió a decirle la voz—. Caía la noche y la cabeza me daba vueltas, por lo que era el momento de despedir el día y esperar uno nuevo— comenzó a narrar—. Pero, no obtuve descanso durante la noche. Una deidad, sin rostro, dueño de la Oscuridad se me presentó en mi sueño. No movía la boca, aunque tampoco se la vi, pero sabía que hablaba. Lo escuché. Y me mostró lo que debía de haber visto la noche anterior Sandor. Esa deidad ha tenido a bien mostrarme lo que mi perro vio— carraspeó, algo inseguro.
Sabía que podía considerarse que había desperdiciado su don adquirido, pero llegó a no fiarse de Sandor ni él mismo. Cuando le dijo que mirara en su corazón aquella noche y no le hizo caso, recordó la sombra que se le asentó en los ojos. ¿Por qué demonios no le obedeció? ¿Por qué siguió su instinto de perro, desobedeciendo una orden directa de su señor?
Pero, no era malvado. No era uno de los traidores sonámbulos, sombras de la noche que abordaban a los vivos hasta que les producían la muerte. Sandor fue un buen perro. Y cayó en lugar de un asesino.
—El dios de mil rostros o de ninguno, el dios de las Sombras, el dios de los Sueños, me llevó de la mano, y como padre e hijo nos adentramos en un mundo de luz, aunque él seguía en las sombras, como si los rayos del sol no se atrevieran a tocarlo— un escalofrío le recorrió el pequeño y maltrecho cuerpo—. Lo seguí, y señaló, por fin, una figura oscura. Plumas de cuervo se disponían en el suelo como una exótica alfombra. Y pude ver al hombre. Al asesino. Al bastardo— frunció el ceño hasta que sus ojos se transformaron en dos finas rendijas de colores dispares cuando miró a Lord Nieve—. Cerré las manos en torno a su cuello, pero no hice más que atravesarlo. Era un fantasma en mitad de la luz. Aquel dios de Sombra se rio de mí. Y me tomó del hombro, sacándome de aquella horrible luz de verdad.
Terminó su relato, y fue a por vino. Se tomó la jarra de un solo trago y emitió un gemido de placer. Estaba sediento.
—Mi perro dijo siempre la verdad, y se fue. El único compañero que he podido tener entre una furia rubia y un león dorado con una espada siempre entre las garras cayó ayer. Quiero que él— señaló a Jon con un dedo admonitorio— lo acompañe. Y que Sandor lo descuartice en el peor de los infiernos.
Sorry por la tardanza. No he podido conectarme con el ordenador hasta ahora D:
Frunció los labios tras ver lo que había ocurrido durante la noche. Se habían ido dos. Los únicos en los que confiaba de todos los presentes.
- Lord Stannis, que los Siete cuiden de él, defendió al bastardo. ¿Por qué debería creerte, enano? Es sin duda de ti de quién más sospecho, pues bien sé que lo que os falta de altura lo tenéis de inteligencia. -Lo miró severamente. Al final el enano parecía que iba a tener tanto de Lannister como los demás.- El Perro le acusó, lo sé, pero quizás lo hiciese porque estaba acorralado, porque sabía que la duda también estaba alrededor del bastardo y que acusando a este por medio de los sueños quizás se librase de su muerte.
Las noticias que traía la mañana a voces del enuco, no podían ser peores. Su tía había sido victima de los traidores y su discipulo había muerto a manos desconocidas. Jon por un momento centró la mirada en la ultima de los Tyrell, su sobrino había demostrado ser un guerrero tenaz para defenderse y defender a los suyos, y de ella se presumía que tenía la suficiente habilidad para perseguir y castigar a quien le pareciera sospechoso, aunque con ello perdiera la vida. Había sido ella la causante de la muerte de Stannis? era sin duda lo mas probable, en vista de su sabiduría y experiencia para hacer que sus actos no dejaran huella. El guardia de la noche solo la miró como lo hizo la noche anterior. En verdad estaba cansado de todo esto.
Por un momento pareció rendirse ante las miradas acusantes, sobre todo la de Hodor, no por temor a su fuerza, ni su tamaño, solo le era de tremendamente decepcionante que alguien que le había visto crecer, pensara de esa forma sobre él. Jon estaba meditabundo, la muerte de su discípulo le había bajado enormemente los animos, pero no fue hasta que hablo lord Robert, que todo comenzó a tener un nuevo sentido y las ganas de luchar volvieron a él. Porque me reclama a mi? es usted quien le ha fallado! Su hermano confiaba ciegamente en usted como el protector de la familia, pero es posible que solo te preocupe defender a los asesinos, porque otra razón, si por su persona no puede hacer gran cosa para defenderla, dejaría de brindarle protección a su hermano? sus ojos se clavan en el venado, pero es su espada la que desea ser usada.
Luego, volviendo la mirada sobre lord Tyrion, hizo un brusco gesto de desprecio, dejando claro que estaba cansado de su palabrería sobre su presunto don. Lo que sale de tu boca podrá engatusar a los mas confundidos, pero tus mentiras terminarán por enterrarte ¿Que pasará si hoy soy yo el ajusticiado y se revela que era el único con la suficiente habilidad para copiar el don de otro? ¿Acaso estas tan confiado en la protección de tu nuevo aliado que crees que sobrevivirás a las proximas acusaciones?
Hizo una pausa larga para pasar la mirada sobre el resto de los presentes. Les pido que no se dejen llevar por sus palabras. Dice señalando acusantemente al enano. Dejen que los actos sean mas dicientes, analicen el actuar de cada quien durante nuestro tiempo en la Fortaleza Roja. Si bien es cierto que el Perro era un soñador y vidente, también es claro que algunos usan sus dones para bien y otros para el mal esta vez su mirada se posó sobre el venado, y me temo que Lord Robert también sirve a estos últimos fines, pues únicamente ser Loras merecía el titulo de fiel y leal guardián.
Su postulado no debía tomar por sorpresa a ninguno, ya de todos se podía saber sobre sus habilidades, pero no sobre a que lado servían. Solo quedaba en duda sobre quien decía la verdad, si Tyrion o Jon. Hodor, lady Olenna... La inocencia de Stannis Baratheon esta demostrada, al igual que su inesperado apoyo hacia mi luego de la muerte de Meñique, quien poseía el don para escoger a un discípulo, sé que las circunstacias pueden ser confusas, pero solo ha sido por ser sincero, sencillamente pude haber omitido mi fugaz convenio con ser Loras y seguro que les hubiese dado menos en que pensar, pero no me es propio hacer las cosas de esta forma. Unamos nuestras voces contra lord Tyrion y verán que sus dudas serán aclaradas.
Siento la tardanza, estaba a la entrega de informes, así que poca mente tenía para postear.
Robert alzo la mirada del rostro de su amada y miro con dureza al bastardo de los lobos.
-Yo solo puedo proteger a los míos de los traidores estúpido. Si alguien ajeno a ellos ataca a mi familia ni mi espada podrá con ellos. Por eso es que Stannis a muerto, por eso se que no han sido los bastardos que desean el trono a un nivel tal y nos matan cada noche y por eso deseo venganza.-Se levanto y dejo en los brazos del gigante mudo el cuerpo de Lyanna mientras se acercaba al de su hermano y lo miraba.
-Me importa una mierda si el enano miente o dice la verdad, me importa una mierda lo que apeles, es tu culpa tu le llevaste a tu lado y ahora esta muerto. La casa Baratheon esta en desgracia tanto como el resto y no tengo duda en culparte. Tienes que morir bastardo, para vengar la memoria de mi hermano quien murió como esclavo.-Quedo a la vera del cuerpo de su hermano mientras con la mirada buscaba su espada.-Eres un traidor y pienso demostrarlo con la sangre de tu cuerpo derramada.
Martin había terminado de cenar un buen filete con patatas en aquel día de frío invierno. Odiaba el frío pero dentro de casa estaba muy calentito y a gusto, lo que sumado a que su nieta se había llevado ya su perro, hacía que su humor fuese inmejorable. Todavía era bastante pronto y tenía pensado servirse una copa de un buen coñac y ponerse a escribir un rato delante de la chimenea antes de acostarse.
Quitó la mesa y metió el plato en el lavavajillas. Con parsimonia cerró la bolsa de la basura y dudó durante un instante si sacarla en ese momento o esperar al día siguiente. Sin embargo, no quería que la cocina se llenase de mal olor, así que con un suspiro resignado se puso el abrigo y un gorro y cogió la bolsa para sacarla al contenedor que tenía delante del jardín.
El aire frío golpeó su rostro con fuerza en cuanto puso un pie en la calle. Había estado nevando sin descanso durante toda la semana y el suelo estaba cubierto por un ancho manto de nieve blanca. Empezó a caminar con torpeza hacia el contenedor, tratando de no resbalar en el camino que llevaba hasta allí.
Tan concentrado iba que ni se le ocurrió pensar que aquellas risitas infantiles tenían algo que ver con él hasta que sintió el impacto de una enorme bola de nieve en la frente. Los malditos niños de los vecinos echaron a correr riendo a carcajadas sin mirar atrás donde nuestro querido escritor había resbalado hasta caer de culo, con tan mala suerte que la bolsa de basura se rompió, esparciendo su contenido por la acera.
A Martin le goteaba el agua fría de la nieve por todo el rostro y se podía ver con nitidez el lugar en el que la bola había impactado. Sus mejillas empezaron a ponerse rojas mientras el hombre cada vez se sentía más iracundo. - ¡Bribones! - Exclamó. - ¡Volved aquí, cobardes! ¡Como os coja os vais a enterar! ¡Bastardos!. - Intentó ponerse en pie otra vez mientras exclamaba improperios hacia los niños que ya debían haber llegado al jardín de su casa a esas alturas, pero volvió a resbalar en la nieve, cayendo una vez más.
Tardó veinte minutos en estar de nuevo en su salón, tras limpiar la basura de la acera y cambiarse de ropa. Y todavía seguía refunfuñando por lo bajo. - Me cago en la maldita nieve. Malditos bastardos y maldita nieve. - Murmuraba mientras se sentaba delante de la chimenea, con el ceño fruncido y la pluma en la mano, listo para empezar a escribir una vez más.
Una vez más la Sala del Trono era un hervidero de acusaciones que volaban de un lado a otro aparentemente sin control. Y de nuevo una vez más las opiniones parecían divididas. Algunas miradas se posaban en Tyrion, mientras que otras seguían a Jon. Ambos habían estado enfrentados y la gente se debatía en su elección por uno u otro.
Hasta que finalmente los dedos acusadores se decantaron por el bastardo de Invernalia y empezaron a arrinconarlo. Él trató de sacar a Garra con la intención de defenderse, pero antes de que pudiera hacerlo ya habían caído sobre su cuerpo, golpeándolo con insidia.
Apenas unos segundos después, el joven Jon descansaba sobre el suelo, con los ojos abiertos y un mudo gesto de rabia en la boca.
Robert observaba satisfecho como el cuerpo de quien llevo a negar a su hermano la libertad ahora estaba muerto y como había prometido su arma estaba manchada con su sangre, la sangre del bastardo de los Stark.
Y a pesar que como él decía no era un traidor, solamente lamentaría su muerte porque su mejor amigo realmente lo amaba tal y como a su hija pequeña quien le asesino delante de todos. Ned no merecía ese final y desde luego no necesitaba ninguno de esos hijos tan desleales.
No limpio su arma al contrario, la paseo con él firmemente sujeta. Y clavo la mirada al resto.
-El venado se ha vengado, ahora lo que tenga que suceder que así sea.-Dijo simplemente, mientras la mano libre la ocupaba con una copa y velaba una vez mas el cuerpo de su amada con triste mirada.
El enano sólo tenía ganas de reír, de destrozarse el pequeño y deformado cuerpo a base de grandes carcajadas que retumbaran en la Sala del Trono. Estaba eufórico. Había sufrido mucho por si el plan no terminaba saliendo bien, pero, finalmente, el lobo negro había caído, y podía saborear ya la victoria. Y, oh, era tan dulce.
Miró el cuerpo magullado de Lord Nieve, y le dio la espalda al segundo siguiente. Con pequeños pasos que retumbaban en la Sala, se dirigió de nuevo al Trono de Hierro, y, con pequeños saltos, se subió. Cuando pudo incorporarse, los vio a todos.
-Diminutos- murmuró con los ojos como pequeñas rendijas-. Sois muy pequeños en comparación con...- Pero dejó la frase morir. En cambio, se limitó a sonreír y a mirarlos a todos, escrutándolos con la mirada.
-Oh, dioses- dijo el enano, como si terminara de acabar una carrera muy larga, y estuviera totalmente cansado y fatigado-, me lo habéis puesto difícil. Pero, aquí estamos- su sonrisa se convirtió en una mueca de maldad-. Y llega la noche- advirtió de forma siniestra.
Móvil.
Una sonrisa irónica se dibujó en el rostro de la Tyrell. Pese a que en algunas ocasiones sus sospechas habían apuntado al Gnomo, siempre había pensado que eran cosas suyas, cosas de viejas. Ni siquiera que su nieto pensase como ella había servido. Y ahora se daba cuenta de que tendría que haber prestado más atención a sus sospechas y a las de su propia familia, porque aunque finalmente lo había hecho, ya era demasiado tarde. Al final su nieto no era tan tonto como aparentaba.
- La sangre llama. -Miró a Tyrion.- Y en más de un sentido... Supongo que no podrías haber sobrevivido en esa familia de otra forma. -Se acercó con tranquilidad a por unos cuantos higos y tomó asiento en la silla que le había traído su nieto hacía unos días.- Últimamente no voy bien al baño. -Comentó, tras llevarse el primer higo a la boca.- Espero que esto ayude, y que os deje de mierda hasta las orejas. -Miró tanto a Tyrion como a Robert, aunque su mirada volvió al enano al final.- Bueno, a ti te llegará un poco más arriba.
Hodor miró estupefacto al enano. Había desconfiado de Robert, pero pensaba que el gnomo era de fiar. Hodor tonto, Hodor tonto...había fallado a todos los que apreciaba. Comenzó a pegar puñetazos a la pared que tenía más cerca, y luego se acercó amenazador al que posaba su trasero en el trono de hierro.
Hodor! Hodor!
El enano no podía dejar de mirar a los allí presentes con una mueca en su malformado rostro. Realmente, creía que no lo iba a conseguir, que todo se iba a tirar por la borda y que sus noches trazando planes no iban a servir para nada. Hasta ese día.
Tamborileó con los dedos el apoyabrazos del Trono de Hierro mientras escuchaba a Lady Olenna. Ciertamente, sus palabras eran miel para los oídos de Tyrion. No había escuchado nunca un sonido tan dulce como aquel.
Tal vez, el grito de la muerte de mi hermana, pensó ensanchando la sonrisa. Tal vez.
—Lady Olenna en este asunto no ha habido sangre que valga— aseguró Tyrion, negando lentamente con la cabeza—. Mi hermano Jaime murió por torpe. Mi hermana por ser una zorra arpía que no sabía decir nada bueno de los suyos. Y Sandor… Bueno, por ser un fiel perro— era lo que más le dolía, y sabía que no llegaría nunca a reparar tal error. La muerte del pequeño lobo no había sido un aliciente como había creído. Sentía que aún le faltaba su leal mascota. Estaba solo. Y lo sabía. Pero ya había oído antes que el sueño del Trono de Hierro era solitario. Lo que no sabía Tyrion era si estaba preparado para ese tipo de soledad.
Miró a Hodor y compartió su impotencia. Y, por un segundo, sintió lástima por él. A través de engaños y mentiras había obtenido la confianza de aquel grandullón para poder llevar a buen puerto sus planes. Por un momento, se iba a disculpar. Luego, recapacitó. Si lo hacía, era poco menos que reírse en las narices del gran guardián de los lobos y sí, era malvado y astuto y ambicioso, pero no era un mezquino.
—Id a dormir— aconsejó el enano—. La noche se extiende como una capa oscura sobre nosotros. Quién sabe lo que ocurrirá.
-Tomar la ultima copa ayudara a dormir antes.-Replico terminándose la suya de un trago sin apartar la mirada de Lyanna, los vivos ya no le importaban nada, no eran importantes.