Os levantasteis con el sol brillando en el horizonte, todavía bajo, incapaz de iluminar la Sala como otras veces, únicamente consiguió que parte de su claridad se filtrara por los ventanales creando extrañas sombras por toda la habitación y en los rostros de los presentes.
La puerta volvió a abrirse, y aquél chirriar de clavijas combinado con el rugoso sonido del barrido que los bajos de la puerta al marcar una vez más el suelo os permitió saber que a pesar de la falta de luz ya era un nuevo día.
Por esa puerta entró Lord Varys, acompañado de una fría brisa que caló vuestros huesos solo por un segundo. Varys anduvo como solía hacerlo, con tranquilidad, ajeno a vosotros, confiado aunque fingiendo discreción hasta situarse delante del trono.
Os mirasteis unos a otros, deduciendo quien faltaba sin siquiera ser conscientes de haber realizado ese procedimiento mental; Hodor, él no había participado en ese intercambio de miradas. Aunque ese gigante ya no tenía a quien proteger ni servir, tampoco hubiese resultado extraño que hubiese huido, aunque aquella idea no es reconfortaba, si alguien hubiese huido preferíais ser vosotros.
Ante el exagerado silencio de Varys y finalmente recorristeis con la mirada el resto de la sala, preparando vuestros ojos para soportar una nueva atrocidad. Sin embargo, simplemente encontrasteis un gigante derribado, yaciendo en el suelo panza abajo. Le distéis por muerto únicamente porqué los demás seguíais vivos pues de su aspecto poco se podía inferir.
Vustros ojos cambiaron radicalmente de objetivo y se clavaron en Varys esperando una confirmación, esperando su habitual veneno verbal, y esperaron un tiempo exageradamente largo hasta que el eunuco volvió a andar, esta vez hasta el gigante que se elevaba en el suelo como una duna en el desierto, y escaló la curva de su espalda.
- Hay quien no tiene miedo de derribar gigantes para conseguir su objetivo, y ésos son verdaderos reyes aunque desprecien ese título.
Deberías pensar en ello.
Y por primera vez, tomo asiento en esa sala.
A Tyrion le chispearon los ojos dispares. No tenía claro si era por haber despertado una noche más, pues la muerte de Lord Stannis era un misterio para él, o por haber encontrado al noble y leal Hodor tendido sobre el frío suelo de la Sala del Trono.
Sintió una punzada de dolor en el pecho, como si el arrepentimiento aflorara como una flor en primavera. Pero, había un frío invierno en su interior. Lady Olenna lo dijo una vez el día anterior: para sobrevivir en la manada de leones tenía que llegar a ser mortífero, como ellos. Sin embargo, tuvo que apartar la mirada del gigante de Invernalia.
Contempló a Varys en su lugar y le hizo una leve inclinación de cabeza, sonriendo de forma burlona. De nuevo, tomó una copa, la llenó hasta el borde de vino, y la apuró hasta que la última gota del líquido rojo cayó por su gaznate. Emitió un suspiro aliviado, como si aquello fuera lo que necesitara desde el primero momento de la mañana, y volvió al Trono de Hierro. Anadeó, como si aquella Sala fuera ya suya, y subió dando pequeños saltos. Frunció el entrecejo algo molesto cuando notó que le costaba más que nunca subir. Se preguntó, por un segundo, si el Trono había decidido que ya no era merecedor de tal asiento.
Oh, vamos, pensó el enano. El último rey que se sentó sobre ti con su enorme trasero habría hecho lo mismo que yo. Bueno, quizá, no tan bien. Sonrió de su propia ocurrencia y, finalmente, tomó asiento.
Contempló la Sala con las tres personas más que la ocupaban, y sonrió.
—Bueno, ¿os digo lo que he soñado hoy?— preguntó el Gnomo, ensanchando la sonrisa.
Miró con cierta amargura al gigante.
Pobre muchacho.
Seguramente él fuese el único que no se merecía una muerte de todos los allí presentes, porque visto lo visto, ni el Señor de Invernalia parecía tener un corazón tan limpio como aparentaba.
Al menos no habían llevado a cabo ningún tipo de aberración con su cadáver, aunque claro, ¿qué podían hacer un gordo borracho y un enano con alguien así?
- Quizás sea mejor que te lo guardes para ti mismo, será el último sueño que tengas. -Le devolvió la sonrisa al enano.- No se han jugado todas las cartas, y te aseguro que tu reinado será aún más corto que tu estatura. -Luego miró a Robert con bastante desinterés.- Habréis ganado, pero ¿de qué os sirve? -Comenzó a reirse mientras se llevaba la mano al pecho, tratando de calmarse. Era como si de repente hubiese recordado un buen chiste.- Sois tan tonto que seguramente moriréis atragantándoos con un jabalí. O ahogado en vuestro propio vómito tras una borrachera.
Robert estaba sentado en una esquina con una buena jarra en su diestra y un racimo de uvas en la otra. No parecía intención de hablar o decir nada. Pero las molestas palabras de la vieja arpía le hicieron torcer el morro.
-Un enano megalomano, una vieja que ni bajo el mar se callaría y un borracho cansado. Dime tu quien es mejor elección para el trono. Te lo diré, nadie, ninguno de los que estábamos aquí merecemos el trono.-Dejo correr el vino por su garganta.
-Si tenemos que votar hoy te recomiendo que votes al enano y tras la noche el trono quedara libre de todos nosotros. Estúpidos adinerados, de culo pomposo, lame-pelotas, avariciosos sin escrúpulos, chupa-culos y engreídos. Si, borrachos de poder si preferís unas palabras menos dolorosas. Todos nosotros somos eso y mas, todas las putas casas están podridas, no merecemos un trono, este puto mundo no necesita mas un monarca. Dejar que el pueblo se guie solo y la mejor manera de hacerlo es que todos nosotros desaparezcamos.-Bebió una vez mas de su jarra.
-Solo así abre ganado vieja estúpida.-Mordió el racimo.-Pero al estar igual de podrida, puede que mas, como el resto, solo crees que deseo un trono de mierda para mandar sobre todos. Eras mas estúpida que vieja.-Y mastico las uvas con ira.
El enano ensanchó la sonrisa ante las palabras de Lady Olenna. Sabía que su reinado iba a ser corto, pero porque las reglas del juego de Tronos se marcaban de esa manera. Si por él dependiera, enviaría a Olenna a la celda más oscura, asegurándose de que jamás moriría a manos de nadie. Pero, no podía hacerlo. No, al menos, en ese momento.
—Lástima— se dijo más para sí mismo que para que lo escucharan los demás.
Hubiera sido ya fácil terminar con aquella pantomima en ese mismo instante. Robert y él harían un buen uso del Trono de Hierro. Estaba seguro de ello. Sólo necesitaban aunar fuerzas, pero no se diferenciaban tanto.
—Robert, Lady Olenna me tiene menos simpatía que a ti— confesó Tyrion—. Espero que seas un digno rey de los Siete Reinos.
Lo miró desde el Trono con una sonrisa, mitad divertida, mitad resignada. Había llegado su hora, estaba claro. Su destino estaba escrito desde hacía varios días e, incluso, él mismo había contemplado tal posibilidad por lo que no le cogía por sorpresa, pero esperaba tener que ahorrárselo.
—¿No puedo demostrar mi inocencia por un juicio por combate?— preguntó el enano, encogiéndose de hombros.
Esa idea le divirtió tanto que al reírse casi se atraganto.
-Ops, Aun no...-Se levanto del asiento y se tambaleo hasta el trono donde estaba el enano.
-Por mi perfecto enano. ¿Pero eres consciente de que solo estamos nosotros 3 verdad?-Alzo los brazos a su espalda para mostrar lo vacía que estaba aquel lugar. Y cerro la boca con una sonrisa burlona en su poblada barbilla.
A pesar de todo, tenía que concederle la razón a Robert ante lo que había dicho. Nadie se merecía el trono, pero era necesario hacerse con él, porque si no ascendía al poder uno de la propia familia las cosas se complicarían, y nadie quería eso.
Cogió un par de higos más, y tal como había hecho el día anterior tomó asiento mientras miraba la pantomima que ambos traidores estaban llevando a cabo.
Realmente no podía perdonarles lo que habían hecho, pero también sabía que no sería ni la primera ni la última vez que algo así ocurriría. Y es que el poder en si no corrompe, pero ansiarlo sí.
Suponía que ella de haber estado en su lugar habría hecho lo mismo que ellos. Quizás hubiese tratado de sacar a su familia adelante, o quizás hubiese sacrificado a los que la habían acompañado allí por el bien del resto, lo cierto era que no lo sabía, o quizás no quería saberlo. A veces había que llevar a cabo ciertas acciones que no eran agradables para poder salvar el cuello. Aunque el enano parecía estar disfrutandolo bastante.
Estaba satisfecha, había sido un hueso duro de roer, y nadie podía decir lo contrario.
Martin se encontraba en una firma de libros, sentado en la silla más incomoda que jamás ninguna mente había ideado, una silla claramente descompensada con la mesa que delimitaba su espacio respecto al de los fans que acudían abrazados a su libro favorito, o incluso cargaban con todos.
Iba autografiando libro tras libro, intentando ignorar los comentarios de odio puro que salían de las bocas de esa gente que tanto decía admirarle y se creían con el derecho de reprocharle, reñirle y exigirle un libro al gusto. Hasta que finalmente arrancó el cartel de la editorial “Conoce a G. R.R. Martin” y colocó en su lugar uno escrito por sí mismo. Desde ese mismo instante las caras y palabras de los “saludantes” pasaron a ser mucho más amables, hasta que uno se presentó con el más grueso de los libros, seguramente para alardear de que había podido terminarlo y sin embargo no fue capaz de leer y entender el cartel de Martin y liberó toda su rabia interna por haber leído morir a todos y cada uno de los personajes que había apreciado; a lo que Martin simplemente le dedicó una firma, una sonrisa malévola y una pequeña línea que le marcaría siempre “Tu le has matado”.
Al llegar a casa suspiró decepcionado por tener que cumplir sus amenazas y cogió su pluma.
El gigante había caído esa noche y con él las esperanzas de algunos, pero el destino tenía una extraña manera de equilibrar las cosas, había pasado casa por casa hasta dejar uno de cada y esta vez había vuelto a obsesionarse con la simetría.
Olenna cerró el puño con su mirada clavada en la de Tyrion, y él no se achantó devolviéndole la misma arrogancia y determinación. Acusándose uno a otro, hasta que Robert puso su mano sobre el hombro del enano y asintió a la vieja. Y entre ambos le partieron el cuello, dejándolo reposar junto al gigante.
La simetría había sido restablecida. Por ahora.
Robert sonrió satisfecho al ver al enano muerto junto al gigante. Ahora solo quedaban el borracho y la vieja. Y sabia que aun estando gordo, cansado y borracho, podría matarla simplemente apretando su cuello como hizo con ese enano o tantos otros. Pero seria fiel a su palabra. La muerte tendría que esperar un poco mas. -Alégrate reina de las espinas. Has atrapado al traidor. Espero que lo que decía Sandor esa cierto. Y tengas una espina para mi. Ahora prepárate para estar en paz con tus muertos como yo pienso hacer.-Volvió a su sitio, se sentó, se emborracho y espero al final. "Ahhhh... Querida Lyanna eras tan hermosa, lo siento Ned no pude salvarte... Stannis estúpido, ¿Porque tuviste que morir?, Ahora estoy obligado a esto."-Y siguió bebiendo.
Olenna no pudo ocultar su mueca de sorpresa al ver el resultado final de aquel día. Parecía que después de todo Robert decía la verdad, nadie se merecía reinar y nadie lo haría. Al escuchar su mote, sonrió de forma irónica. Sabía muy bien que era conocida como tal, pero nadie había tenido valor de decírselo a la cara. Seguramente el vino y el no tener nada que perder habrían ayudado a Robert a decirlo.
- ¿Puedo preguntarte tus motivos? -Su mirada se posó en el enano, que yacía en el suelo, muerto.- Yo tampoco creo que nadie de aquí mereciese reinar, si te soy sincera, porque a pesar de que había alguno con corazón noble -su mirada se movió hacia el gigante- era demasiado tonto como para poder hacer nada sin que le mangoneasen. -Miró a Robert.- Pero pudiendo tener el poder...
Ser rey te podía servir tanto para poner a salvo a tu familia, como para perderla. Estando otro en el poder tenías que tener cuidado de no ofenderle, porque podían acabar con tu linaje en un santiamén, pero siendo rey... era raro que no estuvieses en la mira de alguien.
Robert levanto la cabeza de su jarra y la miro a los ojos.
-¿Motivos? ya te lo he dicho todas las casas están podridas, es hora de un cambio. Toda la gente importante de los siete reinos fuimos reunidos. Y ahora todos están muertos, hermanos, amigos y amantes. Ya no queda nadie con poder suficiente para alzarse con el trono, el tiempo de la monarquía tiene que tener un puto final y es este el día. Que sea ahora el pueblo quien decida su propio destino.-Esa vieja o estaba senil o sorda, el venado había tenido que explicárselo dos veces, pero no lo haría una tercera.
-Aunque yo también tengo una pregunta, vieja. ¿Quien mato a mi hermano? Esa es la única espina que no he podido quitar, de todas las que me han clavado a lo largo de estos días. -Y bebió en honor a su casa.
- En realidad esperaba que me dieses tus motivos para pensar así. -Comenzó.- Todo el mundo sabía lo que has dicho, pero de ahí a llevarlo a tal extremo... Es curioso, nada más. -Se levantó sin demasiada prisa y cogió ella también una copa de vino.- Sobre tu hermano no sé nada, lo único que te puedo decir es que nadie de mi casa tuvo que ver. Y sería estúpido que yo misma estuviese involucrada cuando era de los pocos por los que podía poner la mano en el fuego. Así que me temo que esa espina seguirá donde está. -Sonrió.- Nunca me gustó el lema de la casa Tyrell, ni el hecho de tener flores hasta en el fondo del orinal, pero he de reconocer que pueden llegar a ser bastante útiles.
Inclinó la copa y dejó que el vino llenase su boca. Lo saboreó y pareció ser de su agrado, pues no emitió ni tan siquiera un ruido de queja.
-Digo lo que pienso, no soy como el resto de los culos gordos y caros que se han querido sentar en ese trono. Ni mas ni menos mujer.-Curioso que Robert eligiera la palabra mujer en vez de vieja con Olenna, ¿Puede que en el fondo le cayera bien?
Observo el gesto de la anciana y la imito, el tiempo pasaba la noche estaba por llegar a su cenit.
-Ningún lema es bueno, son demasiado antiguos, como ese trono. Un puto trono echo de espadas, solo a un loco Targaryen se le ocurriría tamaña majadería. Me alegrare cuando lo fundan.-Entonces recordó la primera muerte, la Targaryen de cabellos de plata y sonrió. Y al recordar como también murió el ciego y viejo cuervo de misma estirpe, brindo al aire y termino una copa mas.