Tras el taller fueron directos a la pensión. Invitó a Marrone a que le acompañará para ahorrar tiempo - Es un segundo. Te presento a Julia. Verás. Una vez allí, guardó la bolsa con la ropa y limpió el revolver manchado en el lavado de la habitación en el 2º. Se dio una ducha de agua hirviendo con cuidado de no desmontar el vendaje. Al salir, una humareda de vapor inundó el pasillo y al bueno de Don Alfredo, un viudo de 70 años bigotudo que emprendía el camino al baño. Enrollado en la toalla puso la mano ensuciando chaqueta de punto con olor a naftalina. - Hombre Alfredo ¿como vai? ¡que bello! le dijo haciendo un gesto al aire: se oía la música folclórica de ese napolitano a lo lejos. Frente al espejo, camisa nueva, pantalón y americana azul oscuro, reloj. Echó mano de su sombrero viejo, gris, el equipo de siempre y dinero en efectivo, y se fue hasta la cocina del 1º donde había dejado a Sal con Doña Fuccano. Como se temía, le habían puesto un chocolate y si se descuidaba le mandaría a hacer recados. Apareció con buena cara, repeinado, oliendo a lavanda y con la corbata y un par de botones de la camisa sin anudar. De la mano, la chaqueta de Sal. Se sentó y mientra la señora cocinaba de espaldas, dejo caer un chorretón de su petaca en la taza de Marrone, y se metió otro para dentro. - No hacia falta, es usted UN ángel Julia ¿no es así, Salvatore? le dijo a la regente de la pensión, otra viuda con mucha más mala leche que Alfredo, pero fácilmente manejable. Julia miró hacia atrás, fingiendo que los cumplidos no le importaban lo más mínimo. El bamboleo indicaba lo contrario - Uy, haga el favor de vestirse joven. Tome, tome, le puso una taza, y le sirvió de la misma jarra. Enzo sonrió recostándose en la pared mientras acababan con el tentempié como críos en casa de abuela. - ¿Estamos? le dijo a Marrone en señal de que podían marchar. - Pase buena noche Julia.
Se ajustó el abrigo hasta arriba en la calle. Quizá fuera el whisky, pero de camino a Isabella’s parecía sentirse mejor. – Mejor no metemos a Bruno en esto, comentó. Con decirle que vamos a tomar algo y ver a las chicas, hecho. El puerta de Isabella’s era un hombre ya de 50 o 60 tacos. Lo conocía desde... bueno, de siempre. No era listo, pero era muy buena persona y siempre le trató bien, no como la perra de la dueña, Claire. Bruno le había pasaba sobras del bar a él y a su hermano Luca cuando ya los habían echado a la puta calle, y por la manera en que le miraba, Enzo había tenido claro que, aunque callara, a Bruno no le hacía gracia como la jefa manejaba algunas cosas.- Eh, gigante le dijo casi de sorpresa, como retándole a ver si le conocía antes de darle un afectuoso abrazo. Le explicó que venían a tomar algo, y le preguntó que chicas estaban tan pronto. - Ya, ya ¿y Carlota y Matilde? Oh, vale, respondió al oír que estaban en la casa. Si las ves diles que estoy por aquí, y que no me dejen solo dijo sonriéndole ampliamente seguro que nos gustaría hablar con ellas ¡Son un encanto!. Como si fuera su tío paterno, Bruno les invito a pasar. El local estaba muy poco concurrido. Al fin y al cabo, era media tarde. Ni siquiera tenía música. Se acercaron a las mesas al final de la barra, donde las escaleras llevan al piso de arriba. Un hombrillo afilado con cara de haber visto mejores tiempos se acercó – Whiskey con soda y ¿dos expresos? le dijo Enzo mirando a Sal. Nunca pidas nada de comer aquí. Ni loco, comentó al verle alejarse. Solo se veía a dos mujeres de mediana edad hablando con un tipo gordo al otro lado del local, y dos hombres jovencitos con ropa de lana y gorras de cuero. Acaban de pedir dos cervezas y parecían avergonzados. - Empiezan a salir del trabajo... se explicó - pero ahora van a empezar a bajar todas. Tomó un trago - A esos los despachan rápido dijo señalando en dirección a los dos pipiolos, que tienen que estar en su casa para cenar con la mujer. Los que nos interesan a nosotros, son los de venir por la noche, y pagar caro. Carlota o Matilde son las más guapas, le dijo mirándole un momento con ojos de pícaro, tendrán que saber de ellos. Se levantó un momento y se acercó al mueble con el gramófono, encendiéndose un pitillo. Estaba barajando los vinilos buscando algo que poner, mientras un grupo de tres clientes más entro otro la puerta principal, y desde otra lateral empezaban a entras varias chicas bromeando y riéndose. Le hizo un gesto al hombrito de la barra que decía, "descuida que ya me ocupo de la música". No era la primera vez que veía como Isabella’s arrancaba maquinas sobre las 5pm. Eligió uno y lo puso a dar vueltas *. Al levantar la mirada vio un par de caras conocidas que se acercaban cuchicheando. Estas dos iban guapas, sendos vestidos pero sin maquillar, ni arregladas para trabajar. Una pelirroja con pelo rizado y su compañera, mayor, morena con ojos azules y el pelo recogido, las dos mayores que Enzo y Salvatore, en sus 20.
- Mamma mia, ¡cuanto tiempo! siEte cosí cariiine las piropeaba mientras les daba un abrazo, y dos besos cuidadosamente dispuestos. Dejo los discos y las invitó a sentarse junto a él y su amigo Sal. Cogida de la mano, llevó a la morena dos pasitos adelante, y uno atrás siguiendo la música con su característico bailecito. Ellas se reían y lo miraban con una sorna indisimulada. No era la primera vez que asistían a su numerito. Y sin embargo, aquí estaban, fuera de horario. - Salvatore, les dijo tendiendo el brazo hacia Marrone, - Matilde Rossie señaló a la chica morena a su lado, y Carlota Santoro. Hizo una señal a la barra para que le trajeran una bebida a las chicas, ¿como vai? ¿tutto bene? y se puso a conversar con ellas y Salvatore de cosas sencillas. Enzo le daría un poquito de tiempo antes de ir al asunto, preguntar por maromos genoveses y pedirles favores. **
** - Aquí dejo un poco la ambientación de cómo se me ocurre que haya ido la cosa desde el punto de vista de Enzo. Para ir rápido he asumido que no te ha importado acompañare de camino Sal, pero si quieres dime y edito. En el siguiente, si os parece, callejeo y estamos. Dire, el callejeo... con mis puntos ¿no? lo digo porque Matilde lo mismo tiene un +110 ;-P
El chocolate de la oronda matrona Fuccano levantó a Sal como Cristo Nuestro Señor al bendito Lázaro, y los savoiardi lo reavivaron casi de inmediato. Recuperó su abrigo de manos de Enzo, sonriendo agradecido y echando la cabeza hacia delante, sonriendo otra vez cuando el músico bromeaba con la mujer. Era lo que necesitaba, lo que más echaba de menos. Un poco de cháchara familiar.
-Grazie, signora- se despidió educadamente al salir. Camino de Isabella's Sal se atusaba el pelo, se ajustaba el nudo de la corbata, se atusaba el pelo de nuevo. Al entrar Enzo saludó al portero y pidió algo, todo ello con una ligereza de pies que era reflejo de la de su espíritu. Era evidente que se sentía, literalmente, como en su casa.
Cuando llegaron las chicas Marrone volvió a colocarse el pelo. No es que fuera ajeno al mundillo de los cabarets y los clubs, desde luego que no; un tipo como él dependía en gran medida de las chicas de compañía. De hecho, ya había estado en Isabella's antes. Algunas veces. Era, simplemente, que la presencia femenina lo ponía nervioso.
Carlota. En el breve momento que se quedaron a solas mientras Enzo y la morena bailoteaban, Sal había mirado al suelo, a la entrada, a las mangas de su camisa, a la lámpara, a todas partes menos a los ojos de la pelirroja. Se le hizo eterno. Por fin los cuatro se sentaron a la mesa, y Sal aprovechó para dar un rápido vistazo a Carlota. Piernas largas, vestido corto. Una cadera redondeada, cintura esbelta y unas tetas no muy grandes pero apetecibles, por lo que se podía ver más que intuir. Un cuello fino y largo, y una carita ovalada con algunas pecas y unos brillantes ojos claros, se diría que verdes, o grises, era difícil decirlo con aquella luz. El pelo, rizado, atado en un moño en lo alto de la cabeza, pero con unos cuantos mechones escapando... Así, sin maquillaje, sin pretensiones de llevarse una presa arriba, mostraba una naturalidad que la hacía doblemente encantadora y que resultaba sencillamente abrumadora.
-Sí, los alquileres están imposibles... -confirmó Sal en un momento de la conversación. Fue su mayor aportación a la misma. Se limitaba a sorber su café y mirar de reojo a Carlota.
Pero recordaba lo que les había traído hasta aquí. La conversación derivaba hacia la gran cantidad de italianos que seguían llegando a Merica y que abarrotaban el barrio y todo Manhattan. Sal dirigió una discreta mirada a Enzo. Era el momento.
Nono, por mí estupendo, no edites nada.
Estuvieron hablando animadamente. Les hablo de música, de la banda. Fumaba y enseñaba la cola de pavo real sin miramientos. El iba a ser algo grande. El más guapo, el más rico, el mejor. Chulo, engreído y mirándolas a los ojos con media sonrisa, las retaba a contradecirle. Todo en la Faccina se apoyaba en hacer cómplice a su interlocutor de que tenía una confianza absoluta en su propio encanto y invitarle a compartir su amor por Enzo Pagnotto.
A Sal se le veía tímido. Por eso Carlota y Matilde atendían a la conversación, cuchicheando entre ellas. Daban la opinión de los miembros de la banda – Pues el moreno es muy guapo... le tiraban a Enzo que contratacó con una sonrisa imperturbable y propuestas para el fin de semana - Oh ¡si! ¡que bien! En el sótano debajo de la panadería nos dijeron que había uno ¿verdad? le dijo Matilde a Carlota. Reaccionaban con excitación a la invitación de llevarlas después del concierto de la banda a un garito clandestino de jazz donde alguna vez acaba con el moreno y sus amigos, bebiendo el sunshine que destilaban los muchachos vete a saber donde, tocando, fumando y bailando entre los más hard core. A estas chicas no se les escapaba una y ya habían oído hablar de esos sitios, pero aquí estaba Pagnotto para proporcionar aventura. Visualizando las diferentes etapas del plan nocturno del Sábado, Matilde preguntó con los ojos azules entornados y mucha retranca, - Y tú... ... ¿qué?... ¿sigues viviendo en esa pensión?. Sonreía dando vueltas a un tirabuzón. No le pillaron a contrapié. - Claro preciosa. Una pensión de lujo ¿eh?. Pero con el trabajo y los conciertos, vamos... ahorrando. Sí. Mintió. Estoy mirando un apartamento, jugueteando con Matilde, uno bueno, con muchas habitaciones, baños... un refrigerador, miró a Sal buscando que le siguiera la broma, pero este estaba centrado en evitar la mirada de Carlota. De puro divertimento la pelirroja estaba empeñada en cazarle mirándole el escote. El cerebro de Marrone iba a 200 así que respondió como pudo
-Sí, los alquileres están imposibles...
- Tendrías que acompáñame a buscar uno, le dijo Enzo a Matilde guiñándola un ojo. Levantó la mano para que viniera el hombrillo de las bebidas, mientras Carlota metió baza respondiendo a Sal. - Y que lo digas. Mis primas no encuentran donde vivir. Están con unas amigas. Es toda la gente que viene. Dos barcos de Ellis todos los días... Al llegar el camarero cruzó la mirada con Sal. Vale, al tema. - ¿otra ronda? afirmó Enzo. Se quedó mirando a Matilde un rato largo sin decir nada, mientras la servían, ella le daba sorbitos a su bebida y Carlota seguía hablando. Esperaba mirándola, jugueteando. Siempre como un gato con un ratón, Enzo jugaba con los tiempos de cualquier situación para hacerla incómoda, sincopada como un buen tema. Sin dejar de mirarla con un deseo indisimulado, cambió de tercio. Ni tenían un pelo de tontas, ni habían nacido ayer. Las dos sabían para quién trabajaba así que con ellas podía ir de frente. Era un alivio. Enzo encontraba en las habitantes de Isabella’s un interlocutor mucho más válido que las señoritas de bien a quien tenía que dar siempre una fachada. Con Matilde, podía ser un camaleón impredecible y traicionero, como ella. Por eso se atraían, y por eso fue directo - ¿han pasado por aquí tipos nuevos últimamente, con acento del medio-oeste? Estamos detrás de un tal Verrochio, de Chicago y lo mismo ha venido con algunos amigos o con su primo, Ricardo Rota.
Matilde no le dio mucha importancia, miró hacia arriba y a la izquierda recordando - mmmm yo creo que no... ¿medio oeste? torció el morrito de forma encantadora y con expresión de pensar - no ¿verdad Carlota? Enzo asintió. En realidad, en ese momento le importaba mucho menos Verrochio que el Sábado. Tendría que inventarse un concierto... Iba a decirle a Matilde que no se preocupara, que se quedaran pendientes de los nombres y que si les llegaba información de donde quedaba esta gente, habría recompensa, pero ella miraba a Carlota...
Motivo: Callejeo - Matilde
Tirada: 1d100
Dificultad: 30-
Resultado: 74 (Fracaso) [74]
Pues Enzo no rasca nada. Salvatore ¿tiras tu callejeo a ver si Carlota sabe algo? y estamos.
Si no hay suerte, podemos dejarlo dicho aquí y esperar a ver si en algún momento nos cae algo. Hablar de recompensa debería ser suficiente... puedo tirar seducción para Matilde Dire, pero vaya, eso lo doy por sentado ;P
Vamos Filippo, hemos de ir a ver que encontramos por la zona de ese taller, aunque deberemos ir con precaución. Si esos tipos andan por allí escondidos, lo tendremos muy jodido.
Luigi no entendía a Frank, pero no cabía rechistar. Les mandaba a ellos a investigar, cuando lo normal era enviar a otros que no les hubieran visto la cara...
Pero primero nos pasamos por el chatarrero del muelle, que igual sacamos algo en claro. Habrá que llevar algo de "tela" para hacerle recordar, quizás, aunque soy un buen cliente suyo...
Yo me llevo la bolsa con la lupara dentro, que no me fio ni del aire...
Matilde no sabía nada de recién llegados del Medio Oeste. Miró a Carlota, esta se encogió de hombros con un gesto tan gracioso que una risita de lo más honesta se le escapó a Sal entre los labios. Ella lo miró, sorprendida, sonriendo. Él sonrió también; no era una de esas sonrisas que deslumbraran, pero al menos no le afeaba más el rostro.
-¿Y genoveses? -apuntó, atacando el whisky.- ¿Vienen genoveses por aquí? ¿Alguno que no hayáis visto nunca?
Trató de describir como mejor pudo a los hombres que habían encontrado en la frutería. Los nombres iban y venían, pero las caras no. Salvo que te la partieran pero bien. Los gestos y los acentos tampoco. Y algunas costumbres, especialmente las más feas, como escupir o pegar a las putas, tampoco se olvidaban fácilmente, sobre todo si te escupían a ti o eras una puta. Pero Enzo y Sal no conocían de aquella gente estas u otras costumbres fáciles de recordar. Solo tenían un nombre, Rota, y Enzo ya lo había soltado.
Las miró a ambas, esperanzado...
Motivo: Callejeo
Tirada: 1d100
Dificultad: 40-
Resultado: 18 (Exito) [18]
-Andiamos, Luigi-dijo Filippo asintiendo mientras se incorporaba y comenzaba a caminar hacia el exterior-Va bene. Un desguace siempre es un buen lugar para preguntar por gente de dudosa reputación, como esos "pescaos".
-Bueno, -asintió Carlota tratando de que el mechón rebelde de su tocado volviera al moño con el resto.- Sí pasaron unos genoveses hace poco por aquí, ¿verdad Matilde? Eran nuevos en la ciudad.
La pelirroja lo meditó un instante antes de caer en la cuenta de a quiénes se refería su compañera.
-Ah, esos. No me había dado cuenta de que eran genoveses. Pero sí, se parecen a la descripción que ha dado él.
No cabía duda de que eran los hombres de Verocchio de quién hablaba. Según las chicas eran solo un par de ellos los que habían estado por allí gastando algo de dinero. Alardeaban de que su jefe era alguien importante, que habían llegado recientemente a la ciudad y que en poco tiempo todo el mundo conocería su nombre. Las chicas no sabían dónde se alojaban, pero sí que no debía estar lejos, que habían mencionado algo de un taller porque el coche del novio de Matilde estaba roto y necesitaba un arreglo, y ellos, muy caballerescos, les dijeron que tenían un conocido que podía haberle un apaño al coche.
-¿Y vosotros qué? ¿Vais a subirnos a alguna habitación o sólo queréis estar de cháchara? - Preguntó Carlota deslizando su mano por entre los botones de la camisa de Sal.
Todavía era pronto, las chicas no parecían saber nada más y lo que tenían era suficiente para mirar en el taller que Luigi había comentado, tantas casualidades eran excesivas. Tenían un par de horas antes de lo acordado con Frank y no había mejor lugar donde matar el tiempo que el Isabella´s. Allí, tanto Sal como Enzo eran igual de atractivos para aquellas chicas, porque ellas tenían la profesionalidad suficiente para hacer que cualquiera que tuviera el dinero suficiente para pagar por sus servicios se sintiera deseado.
Al caer la noche se reunieron de nuevo en Scarpato´s con lo que cada grupo había conseguido averiguar. Filippo y Luigi llegaron primero, para su sorpresa el restaurante estaba cerrado aquella noche. Gerardo Scarpato había colgado un cartel que rezaba: "Cerrado por avería. Lamentamos las molestias." Bruno de Rossi les abrió la puerta cuando llegaron y les dijo que esperaran a Frank en una de las mesas. Frank no tardó mucho en llegar, un par de minutos más tarde de la hora a la que les había citado. Enzo y Salvatore llegaron algo más tarde, apestando a tabaco y a perfume femenino. Frank les informó a todos que el Big Boss estaba al caer, así que les urgió a contarle lo que habían averiguado.
Enzo y Sal confirmaron que el grupo de genoveses recién llegado a la ciudad tenían intención de hacerse allí un nombre y ganar dinero a costa de los negocios de los Masseria. También que había relación entre los genoveses y el tipo del taller. Por lo que Ricardo Rota debía dar cobijo a los hombres de Verocchio en talleres Rota. Algo que Filippo y Luigi lograron corroborar. La actividad en Talleres Rota era bastante inusual, el doctor Dante había acudido al taller con su maletín médico y había apartado fuera del taller, estuvo en el interior durante una hora aproximadamente y después se fue sin que su coche entrara al taller. Por un par de billetes, consiguieron que les contara que los genoveses estaban en el interior y que había ido a atender la fea herida de bala de uno de ellos.
No tuvieron tiempo para contarse más. Luciano apareció en la sala y señaló al grupo para que se reunieran con él en la mesa que estaba reservada para don Masseria. El Jefe no tardó en llegar.
Motivo: Callejeo Filippo
Tirada: 1d100
Dificultad: 44-
Resultado: 84 (Fracaso) [84]
Motivo: Callejeo Luigi
Tirada: 1d100
Dificultad: 65-
Resultado: 2 (Exito) [2]
Cambiamos de escena: Carne nueva en la ciudad.