Había llegado a la lechucería a inicio de la mañana porque no podía soportarlo. Gryffindor y Slytherin iban a jugar por la copa de quiditch, y aunque le quedaba un partido con las águilas, era solo para evitar el último puesto. Su equipo no era muy bueno, salvo Selen White no había conseguido a nadie con cierta calidad, y en su último año no había conseguido ganar la copa. Todos decían de él que debería ser profesional, que era un jugador tremendo, y lo era, pero jugaba de cazador, y no podía ganar campeonatos teniendo un buscador tan mediocre. Los odiaba. Sin Gryffindor ni Slytherin habría ganado los 7 años seguidos, y solo lo había hecho una vez. Los odiaba, e iba a hacer algo para que recordaran ese día.
Las lechuzas dormían después de una noche de caza pero pronto despertarían para llevar el correo. Aunque no sería así aquel día. Había comprado suficientes caramelos confundus, los había partido en pequeños trozos y los había metido dentro de la comida de las lechuzas. Solo necesitaban un poco de laxante para que su receta fuera la adecuada, y con eso consumaría su pequeña venganza, una broma pesada que recordarían todos los jugadores y que no creía que le achacaran a él, el siempre educado y perfecto Cedric Diggory.
El plan era sencillo. Las lechuzas comerían, y una vez que hubieran comido las liberaría en dirección al campo de quidditch. Con los caramelos confundus pensarían que estaban entregando los paquetes, como cada día, y con el laxante les daría su merecido a los jugadores que le habían ganado tantas veces. Solo tenía que escuchar los gritos del estadio, siempre resonaban con más fuerza cuando salían los equipos. Tenía que esperar dos de esos gritos, y entonces, desencadenaría la marcha de las lechuzas.
Iba a ser una cagada para los jugadores, en el sentido más amplio del término.