Partida Rol por web

Y entonces, una figura forrada de hierro descargó un pesado mandoble sobre uno de los indios, cercenándole la cabeza. El otro, tuvo el tiempo justo para darse la vuelta cuando la pesada hoja de un montante se le hundió en el cuello, haciéndole sangrar como un berraco y caer al suelo con estrépito.

El tercer indio, asustado por la aparición de aquel hombre metálico, dejó la red, tomando la macana. De poco le valió, pues con un tajo certero se la hizo soltar, herida la mano de forma muy fea. Reculó el indio, desapareciendo entre el follaje, mientras ayudaba a Alvarado a quitarse la red, y le dió la mano para levantarse, quitándose la visera.

-Estás perdiendo comba, Pedro -le dijo, guasón.

Ambos volvieron a sus respectivas compañías, dirigiendo la lucha, que distaba mucho de estar acabada.

Cortés saltó a tierra, espada en una mano y rodela en la otra. Ricamente ataviado, se distinguía de los demás capitanes, aunque Alvarado no le iba a la zaga en cuanto a la calidad del damaquisnado en la armadura. Recorrió la fila, dando órdenes puntuales y ayudando a algún soldado a levantarse.

Sandoval había formado un muro, y eso les convenía. Miró a los indios, que comenzaban a estar inquietos. Sonaron varios tiros lejanos. Escalante, pensó. Al fin. Llegaba el momento.

-¡Avanzad! -voceó- Hombro con hombro.

Los hombres, tras resolver sus combates personales, comenzaron a avanzar hombro con hombro, ayudándose los unos a los otros y acuchillando a los indios que cargaban con saña y denuedo.

P.D: El turno está en la página anterior. A finales del turno III, los combates que tengáis sin resolver se saldarán con la muerte automática de vuestros oponentes (podéis describirla como mejor os parezca).

Se recompuso y saco la espada del pecho del indio un movimiento mas oscilante hacia atras y luego descargandolo contra el cuello del indio en horizontal para dejarlo sin cabeza y unirse por fin al muro de rodelas con todos sus compañeros

-Jajaja muere perro salvaje

Grita con saña mientras la espada vuela hacia el cuello del indio

La espada de Garcilaso se hunde en la carne del pobre desgraciado, que retrocede herido seriamente en un hombro, pensando que iba a retroceder asustado. Pero el indio aun seguía dispuesto a luchar.

- ¡Pardiez, cabrón! A ver si sigues tan dispuesto a luchar cuanto termine contigo...

Cargando de nuevo, y esperando que Bernal aguante bien a esos dos indios con los que estaba lidiando, Garcilaso vuelve a cargar contra el Maya herido,con su espada pesada y que apenas puede levantar debido a su corta edad.

Las mujeres se distraían bordando, lavando alguna ropa con agua de mar o charlando entre ellas. No había bajado a tierra, cosa que si había hecho Aguilar. Le agradaba estar lejos de aquel hombre, tan extraño e histriónico. A veces compadecía a los mayas que hubieron de sufrirle, y entendía por qué le dejaron marchar.

-Es la hora de la misa -dijo a las mujeres- Aunque no haya mucha gente en el barco para celebrarla, las espero en cubierta.

El virote vuela elegante y directo cual águila sobre su presa y atraviesa la testa de un emplumado indio, entrándole por el ojo izquierdo y saliéndole por el cerebelo.
-Parece que queda poco desta batalla. Murmuro. Vaya, un poco decepcionado sí voy a quedar.
Recargo y disparo con el mismo acierto otra vez.

En el entrepuente estaba ubicada la enfermería y Francisca se pasaba la mayor parte del tiempo allí. Las horas muertas del día se hacían mucho más llevaderas en ese lugar, además nunca faltaba qué hacer y eso ayudaba a no pensar.

Abajo, en tierra, seguro las cosas eran todo lo opuesto. Le preocupaba la idea que a su hermano le ocurriese algo, pero confiaba en que Dios estaba de su lado y que no iba a dejar que nada malo le pasara.

Regresó a cubierta, era hora de la misa y el Padre Olmedo en eso era muy puntual.

Todavía faltaban un par de minutos para que la misa diera inicio y aún no llegaban todos, así que se acercó al clérigo.

-Padre -dijo a éste terminando de colocarse el velo- ¿Visitará después a los enfermos?

Bueno, no esta tan mala la cosa despues de todo... - A ver, reunanse todos con la línea y hagan caso a maese Sandoval, menos los artilleros, que protegerán el falconete- Grito a los hombres que se han quedado aun a mis ordenes...

Recojo todas mis pertenencias de la barcaza y salto a tierra, y me uno en la segunda línea de batalla, detras de los rodeleros, aun con la granada en mano por si fuera necesario un poco de ruido...

Turno IIIC

Carlos Cabal

El sargento para con su rodela el ataque del indio, y este hace otro tanto con su espadazo. Sin embargo, el escudo se le queda prácticamente inservible, por lo que debe arrojarlo. En ese momento, recibe el golpe de su escudo en el cuello, que le deja levemente aturdido.

Manuel Rodríguez

El conquistador falla la parada con la espada, recibiendo un golpe en el morrión sin consecuencia ninguna. Por su parte, más atinado, da un ataque al indio que no puede parar (había realizado ataque normal a otro pnj antes), recibiendo un tajo en la pierna que da con él en el suelo.

Garcilaso Martín

El muchacho carga de nuevo contra el de la lanza, tajándole la otra pierna y seccionándole una arteria principal. Cae el maya, desangrándose e inconsciente por el dolor, dando su alma al Diablo.

Juan Miguel de Quart

El ballestero otea a un oficial indio que, en medio del pánico creciente, intenta poner órden entre los suyos. Apunta, soltando la saeta (morirá en el próximo turno).

Armando Manzanero

El artillero salta a tierra, cayendo al barro y levantándose al momento, enrojeciendo por lo estúpido de su caída. Gracias a Dios, con todos pendientes del combate, eso no ha tenido la menor importancia. Mira la granada, comprobando que la mecha sigue encendida, y selecciona a un grupo de indios antes de lanzarla.

Los indios reciben la metralla, sin embargo amortiguada por el barro, que les hiere en las piernas, haciéndoles cojear.

Para todos: Los que tengan combates pendientes con sus indios, que los resuelvan de forma narrativa ahora.

El padre asintió a la mujer, sonriendo un poco. Sin duda, era una buena moza, y edad casamentera. A veces era una lástima que en la guerra no se oficiaran bodas, o que estas duraran poco... el Diablo pronto se cobra su parte.

-Pasaré luego a reconfortarlos y escucharlos en confesión -dijo.

Caminó hacia el castillo de popa, donde el piloto le aguardaba con los marineros formados en cubierta. Cuando todos llegaron, empezó la homilía, en la que echó mano al misal que siempre llevaba consigo, elevando sus plegarias al cielo para el buen suceso del combate que estaba teniendo lugar.

Matar y holgar, todo es empezar. Eso andaba pensando mientras él y sus hombres avanzaban, presionando a la masa de indios que ya comenzaba a replegarse, con órden o sin él, hacia la selva.

-¡Duro en ellos, Santiago! -bramaba.

Tocaron a degüello.

Del bosque se alzaban columnatas de humo blanco, y se escuchaban tiros. Pronto, un muro de hombres vestidos de acero surgió de él, atacando a los indios por detrás y por el flanco. Éstos, asustados por la aparición de más españoles y cogidos en mala situación, comenzaron a lanzarse al agua del río, buscando la salvación a nado. Era la primera de sus victorias, y ahora solo quedaba hacerla aplastante. Aquello daría una lección a los belicosos mayas.

-¡Adelante, avanzad, a degüello! -voceó

Y los hombres se dedicaron a ello, como hambrientos de sangre y gloria. La victoria había llegado: su victoria.

Una vez caido el indio le laza un ataque directo al pecho para terminar diçefinitivamente con la vida del indio y asi poder correr a la línea con el resto de compañeros a perseguir a aquellos sucios salvajes

-!Santiago!!Santiago! !!vamos que la batalla es nuestra!!

Cita:

-le respondió el cura.

Asintió y le dio las gracias en nombre de doña Elcira. La mujer había empeorado durante las últimas horas y, pese a sus esfuerzos, estaba convencida que la hora de darle la extremaución a la mujer había llegado.

-... por eso oremos al Señor... -escuchó decir.
-Escúchanos, Señor, te rogamos... -se oyó decir casi maquinal.

La homilía había dado inicio y Francisca, devota como era, estaba extrañamente ausente. Dentro de todo era comprensible, el futuro era demasiado incierto. Por su mente no dejaban de pasar un sinfín de preguntas que se esforzaba por desechar.

¿Qué sería de ella si a Fernando le ocurría algo? ¿Cómo iba a subsistir sola en esas tierras?

Suspiró. Mejor era no pensar.

-¡Vaya!¿Y ese mamotreto que se eleva sobre el resto y no hace más que dar órdenes y todos le obedecen?...así se las ponían a...
Aprieto el gatillo, la saeta vuela recta y sin desviarse ni lo más mínimo, entra por el ojo derecho, atraviesa el cráneo y sale aún con el impulso necesario para clavarse en un árbol. El tiro perfecto
La mole india se desploma retorciéndose sobre su columna. Los lacayos a su alrededor se miran desorientados y algunos empiezan a correr en direccióna la selva dando la batalla por perdida.
-A ver si acabamos pronto y duermo una buena siesta.

Segun cae el indio Garcilaso se gira para continuar ayudando a Bernal, pero ya no parece necesario. Bernal, aun herido, lucha como un diablo, y da un golpe de punta a uno de los mayas en el pecho haciendo que el joven toledano pueda ver salir la espada del español por la espalda del pobre desgraciado.

El tercer maya trata de volver hacia la jungla, pero segun pasa por donde esta Garcilaso, se abalanzó hacia sus pies haciendole caer de boca contra el suelo. Martin se coloca sobre el poniendole la espada en el cuello bastante agresivo.

- Un movimiento en falso y te abro una sonrisa nueva en la gola.

Ahora que ve al maya de cerca... ve que es un muchacho no mayor que el. No ha entendido las palabras de Martin, pero la mirada desencajada por el terror del indio hace que Garcilaso sienta miedo tambien.

El mal nacido cae de rodilla frente al sargento Cabal debido al golpe de rodela propinado en su cuello. Manda cojones que nos vengan a toser semejantes especimenes. No tiene uno bastante con tirar de la soldadesca como para que encima tenga que lidiar con estos mulos emplumados. De un solo tajo en la mollera solventa el problema.

-Ya han oído, ¡¡¡A degüello!!!- Abriéndose paso, con la experiencia adquirida que les hace afianzar los pies en el suelo, la formación avanza empujando al enemigo que recula desorganizado. Los tajos se suceden aquí y allá. El castigo que reciben no era poco pero este se ve ciertamente acrecentado al toparse con los hombres que Cortés envió a retaguardia.

Estaban rodeados y ahora no sabía bien como escapar. Los nuestros les cortaban el paso y nosotros los desmochábamos a placer. Cayeron a cientos. El barro fue tornándose rojizo a medida que la sangre lo iba tiñendo. Nuestras corazas eran salpicadas, nuestros ojos ardían en rabia, nuestros gritos clamaban al cielo. La furia española se hacía con el campo de batalla.

-Pronto acabará la jornada. Disfrutad de la lucha. Tenemos el honor de vengar a nuestros hermanos. Recordad a los de Escalante y avanzad.- Aún quedaban fuerzas para alentar a los hombres. Era necesario mantenerlos motivados en todo momento. Hoy el día blandía nuestro colores, mañana el sino de la batalla aún pintaba incierto.

Los de Escalante dieron en ellos por la espalda con gran destrozo, haciéndoles desfallecer y huir, tras la muerte de un indio que parecía muy principal de entre todos ellos.

Durante el resto de la mañana, los españoles se dieron muy bien en matar o capturar a los mayas que no pudieron huir del lugar.

Fin de capítulo

Los exploradores indicaron al resto de la fuerza española que Tabasco estaba vacía, y en ella plantaron su real. Se trataba de una pequeñísima población de chozas y pequeñas casas de cal y canto articuladas en torno a un pequeño templo de paredes manchadas de sangre y con resto del sacrificio de un tapir. El lugar fue blanqueado con cal, y púsose en ella la cruz de Cristo (para gran regocijo del padre Aguilar).

Pasaron algunos días, en los que los españoles curaron sus heridas, y Cortés decidió enviar dos pequeñas avanzadillas, que entablaron combate con los indios. Varios prisioneros admitieron, bajo tortura, que se había llamado a reinos vecinos y juntado gente para atacar a los españoles, que sin embargo decidieron enfrentarles en una batalla campal