Partida Rol por web

In Hoc Signo Vinces

Solo con sangre... (Escena final)

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24/10/2009, 17:01
Hernán Cortés

Cortés contemplaba aquello, al lado de Marina. Para él, era como un sueño del que todos habían despertado. Lo habían tenido tan cerca: la gran ciudad, y toda su riqueza. Un imperio comparable al de los antiguos romanos, ahora destruído y arruinado. Pero no había podido ser de otra manera. Jamás se habrían dejado dominar sin luchar hasta la última gota de sangre.

-¿Qué hemos hecho, Marina? Hemos destruído el imperio que íbamos a entregar a nuestro rey. ¿Cómo se nos recordará ahora?

La miró a los ojos, compungido.

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24/10/2009, 17:04
Doña Marina

Ce Manillani Tenepal había muerto.

Estaba allí, tendida en el suelo junto al resto de su pueblo. Su pueblo, que la había maltratado, ahora yacía derrotado y humillado. Pero con él, una parte de ella misma había muerto. Ahora, solo era Doña Marina, la leyenda de la conquista, que figuraría en los libros y se marchitaría hasta morir durante el resto de su existencia. Pero aquello era parte del futuro, un futuro que todavía no podía ni imaginar.

Lo que si pudo ver, fue a un rostro muy familiar, que pasó a su lado sin mirarla. Ella era, sin duda. Era Ameyal. La estuvo contemplando mientras pasaba de largo, abatida y sin rumbo. Se fijó en que llevaba en las manos un niño, un niño de extrañas facciones y curioso color de piel. Eso le hizo pensar, y acarició su propio vientre abultado, donde dentro de unos meses nacería el hijo de Cortés.

-El mundo viejo se derrumba -dijo, mirando al único hombre que jamás amaría- Ahora, nos toca construir uno nuevo.

Y juntos, miraron de nuevo la ciudad, ahora con otros ojos.

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24/10/2009, 17:12
Director

En una casona de Guatemala, un viejo soldado de barba blanca escribía en un fajo de papeles. Sus facciones, viejas y cansadas, eran un eco lejano de su juventud. La sirvienta entró en la estancia, silenciosa, y cambió las velas que había junto a la cama. Entonces, el viejo prosiguió su redacción:

"Mucho se ha hablado sobre qué fue de los hombres y mujeres que participaron en la conquista. Su fama, recorrió Castilla y aún el mundo entero, y las crónicas de Cortés fueron leídas por el propio emperador. Sin embargo, no todo fue bueno para él. Las envidias de la corte le llenaron de falsas acusaciones, y aún hubo de volver a España para enfrentarse a estos cargos, y ser dado de lado por el rey. Cuentan, que negándose a darle audiencia, se cruzó con él por el pasillo, e intentó llegar hasta su persona. Mientras los guardias lo contuvieron, el emperador preguntó: "¿Quién sois?", a lo que Cortés repuso: "El hombre que os ha dado un imperio". Fue nombrado marqués del valle, tras gobernar de forma provisional el nuevo Virreinato de la Nueva España.

[...] Cuéntase que cierto capitán cordobés, venido a Mésico como sargento, regresó a su hogar convertido en un hombre de bien y enorme riqueza, fecha con minas y haciendas en la Nueva España. Sus hermanos aceptaron a regañadientes su regreso, y toleraron a su mujer india y a su hijo mestizo. Dicen que ella es muy bella, y se llamaba doña Amaya.

Sobre el sargento Quart, que tal era su rango tras la campaña de Honduras, dicen que participó en otras tantas expediciones, y que aún fue capitán con Pizarro en la conquista del Birú. Allí se pierde su pista, aunque ciertas personas afirman que sentó allí cabeza, casándose con una española viuda que había venido a las Indias.

El señor de Muñéjar participó en toda empresa de conquista y castigo que salió desde Mésico. Hizo gran fortuna, pero la codicia le pudo. Yendo con Hernando de Soto en busca de las siete ciudades de Cíbola, unos indios de las praderas le dieron un mal flechazo, del que murió a los tres días.

Mejor suerte tuvieron el sargento Lozoya, que volvió a España y sentó plaza en los tercios, donde aún tuvo ocasión de pelear contra el rey de Francia en Pavía. Más tarde, regresó a las Indias con Pizarro, y conquistó un modesto retiro, hasta que fue llamado de nuevo para la guerra. Con él, marcharon Diego Ramínrez y el arcabucero Tejedor, que permanecieron en las Indias como encomenderos y empeñaron su hacienda en otras expediciones, con diferente éxito. No he oído nada sobre su muerte, así que supongo que estarán vivos en algún rincón de esta enorme tierra.

Mucho me costó saber qué fue de la joven Mercé Quiralte. Al parecer, su padre murió al poco de la conquista, y ella hubo de casar con varios españoles, que fueron muriendo por batallas o enfermedad. Se dice que aún se la vió en la expedición de Pedro de Valdivia, como la esposa de uno de sus capitanes.

Tuve ocasión de visitar, por mediación de fray Santiago de Herrera, el modesto convento donde la cirujana Francisca Díaz ha terminado sus días, tomando los votos y haciéndose única compañera de Cristo. Dicen que el dolor de un amor imposible la llevó a apartarse de la vida mundana. Me habló de su hijo, que había seguido los pasos de su valiente padre. No pudo retenerlo en el hogar, y ahora solo recibía cartas suyas desde lejanos lugares de esta tierra.

En lo que respecta al fraile, según me contó se había dedicado a la labor misionera durante más de treinta años tras la conquista. Luego, viejo y achacoso por las fiebres, había aceptado permanecer en un cenobio del virreinato, donde lo hallé escribiendo sobre sus vivencias en unos amarillentos pergaminos que me ha prometido dejar leer, y aún tratar de editar, cuando volvamos a vernos.

Mucho tiempo ha pasado desde aquel día en que pisamos tierra en el río Grijalva, pero todavía, por las noches, escucho los gritos de aquellos fieros guerreros en Temixtitán, Otumba y Texcala, como llamándome de nuevo al combate. Quizá sean achaques propios de mi vejez, pero en los ojos de nuestros niños mestizos, leo el comienzo de un nuevo tiempo. Un tiempo que nosotros, desgraciadamente, no viviremos para ver".

Bernal Díaz del Castillo. "Historia verdadera de la conquista de la Nueva España"