Partida Rol por web

¡Bien, bien! Mis sirvientes os enseñaran vuestras habitaciones. No son ostentosas, pero son seguras, mi otra residencia está ardiendo en estos momentos. Se disculpó el príncipe con su sempiterna sonrisa de mejilla a mejilla.

El hombre de la espalda, el que os había conducido hasta el príncipe, se levantó y se dispuso a hacer de guía. Tras pasar por un par de pasillos llegasteis a un par de salas escavadas en la roca, más que habitaciones de invitados parecían celdas. Su mobiliario se reducía a la mínima expresión, un simple jergón de paja.

El sueño diurno os ataco con rapidez y dormisteis profundamente, puede que el viaje en barco no os hubiera dejado dormir bien y ahora necesitabais recuperar fuerzas. A la noche siguiente también os levantasteis tarde. Al salir de la celda un guardia os esperaba. El príncipe Gari aguarda en su sala del trono. Mas supervivientes han llegado.

Al final del gran almacén había unas escaleras que bajaban a un sótano forrado de madera, el mobiliario de la sala era escaso, un par de mesas largas con varias sillas y un estrado con una silla a modo de trono. La espartana sala del trono no podía competir con los lujos y faustos de las salas del Dux en Venecia, como vulgarmente se diría, no le llegaba a la altura del tacón.

En la sala había varios hombres de armas sentados en las mesas y por encima de ellos se destaca uno, el que se encontraba en el estrado. El hombre de mediana edad y sonrisa perpetua paseaba frenéticamente de un lado del estrado a otro mirando con ojos ávidos a todas partes, vestía una túnica de color verde oscuro un tanto ajada y portaba una daga. ¡Oh visita! Grito al vero entrar. ¡Bien, bien! Parece que la plaga de la guerra no ha terminado con toda la estirpe. Dice frotándose las manos y acercándose a vosotros bajando del estrado. ¡Bien, bien! Primero las presentaciones, mi nombre es Gari Flamcourt, el ilustrísimo y excepcionalmente inteligente príncipe de Zara. Luego la cortesia ¿Queréis un vino, o algo más fuerte?¡Que estúpido! ¿Verdad? Los nuestros no bebemos esos. Dice acompañando la frase de un giño y un amistoso codazo. ¿Por qué… sois de los míos? Tras un silencio incomodo en el que Gari os analiza de arriba abajo con sus ojos ávidos de conocimiento, este vuelve a romper el silencio. ¡Bien, bien! ¿Qué podéis contarme?

No… esperar un momento. Dice poniéndose una mano en la oreja a modo de corneta. ¡Bien, bien! Aquí están mis invitados.

Por una puerta lateral aparecen dos hombres que aceden a la sala, uno tiene pinta de sacerdote y el otro de guerrero. En la sala seguía estando el príncipe sobre el estrado y sus hombres de armas abarrotando la pequeña sala. También destacaban otros dos hombres en mitad de la sala, con pinta de recién llegados. ¡Bien, bien! ¿Qué podéis contarme?

Ves como los dos vampiros y el resto de hombres de armas desaparecen por una trampilla al fondo del almacén. Fuera quedan dos hombres de armas y los perros. En ese momento, los perros bancos y con pintas negras comienzan a olfatear el aire. Ahora ya no están los otros no muertos, y tú eres el único que queda en la zona.

Madre mía... menudo personaje

Pienso cuando escucho al príncipe de Zara hablar. ¿Invitados? ¿Estirpe? ¿Guerra? ¿Acaso los cruzados habían acabado con los vampiros de la ciudad? Cada cosa me extraña más que la anterior. Agarro mi mochila contra mi y me dispongo a presentarme pero entran en escena dos más y aguardo.

Como parece que nadie dice nada me presento.

- Yo soy Mario - digo a los presentes.- He venido a Zara en busca de conocimiento y me he encontrado una ciudad destruida por la guerra. Pero no entiendo... ¿Era contra nosotros? ¿O los humanos se han matado entre ellos y nos han cogido en medio? - pregunto con total desconocimiento.

- En otra vida fui monje, pero eso poco importa ya.

Mario lleva ropas negras de calidad media y porta una mochila de la que no se separa.

cristof escuchó al cainita pero apenas hizo un gesto de aprobación

¿acaso no le enseño su sire a presentarse como es debido?

tampoco estaba para dar clases de ética cuando portaba su armadura, una espada larga y un escudo redondo en la espalda, aunque era una total descortesía hacia el príncipe tampoco quería separarse de sus limitados bienes.

El vastago se adelantó un paso y miro al príncipe haciendo un saludo marcial-con su venia...-y dirigiendose al otro par-me llamo Cristof Romuald  chiquillo del noble Kristus y vine para seguir los pasos de la santa orden por petición de mi maestro, mientras estoy en ello espero que el príncipe nos honré con su hospitalidad hasta mi vuelta.-siguiendo la linea de Mario-mi vida pasada no importa, ya que fui un huerfano acogido por la orden

cristof es un hombre en sus 50-60 robusto con aires castrenses y apariencia austera, porta una cota de mallas, un tabardo, un escudo y una espada todo con el símbolo de la cruz.

El bueno de Rinaldo tomo la palabra, no sin antes hacer ligero movimiento de cabeza al hombre que se presenta como Cristoff.

-Mis señores. Mi nombre es Rinaldo de Bonavilla. Dijo alzando la voz en tono firme y claro. Demostrando su seguridad en si mismo. Se movió por la estancia con la intención de atraer para si todas las miras. Vestía de manera elegante y en sus prendas podía verse un bordado, que claramente era un escudo heráldico.

-Los asuntos que me traen aquí. Son de lo más anodinos. Simplemente me aburría. Dijo sin dar más explicaciones.

Francesco fue el último en presentarse, sus ropas resultaban de una calidad no desdeñable para ser las de un monje.  Se mostraba limpio y su rostro transmitía sabiduría probablemente por su aspecto maduro.

Mi nombre es Francesco, vengo de Venecia a velar por los intereses del propio Dux en la cruzada.

Vista la situación y dado el tedio que era seguir a la comitiva al encuentro del Príncipe, llegado el almacén y al percatarse de que los otros vampiros desaparecían a través de una trampilla sumergiéndose en el subsuelo, Enzo no tuvo más opción que hacer su aparición de entre las sombras ante los hombres de armas. 

Emergiendo de la oscuridad como lo haría un fantasma, el enmascarado se plantó delante de los soldados y descubrió una mano enguantada tras su gruesa capa.

-Buenas noches, señores míos-. Su voz sonó siniestra tras su máscara dorada. -Al parecer, tengo una cita ineludible con su señoría, el Príncipe Flamcourt-.

El hombre de armas se sobresalta al verte aparecer desde detrás de las sombras, pero al ver la reacción de los perros te permite pasar. Si, por favor baje.

Tras la trampilla hay unas escaleras que bajaban a un sótano forrado de madera, el mobiliario de la sala era escaso, un par de mesas largas con varias sillas y un estrado con una silla a modo de trono. La espartana sala del trono no podía competir con los lujos y faustos de las salas del Dux en Venecia, como vulgarmente se diría, no le llegaba a la altura del tacón.

En la sala había varios hombres de armas sentados en las mesas y por encima de ellos se destaca uno, el que se encontraba en el estrado. El hombre de mediana edad y sonrisa perpetua paseaba frenéticamente de un lado del estrado a otro mirando con ojos ávidos a todas partes, vestía una túnica de color verde oscuro un tanto ajada y portaba una daga. A los pies del estrado había cuatro individuos.

La puerta de la sala se abre y aparece un hombre con mascara. ¡Bien, bien! Otra visita. ¡Bien, bien! Primero las presentaciones, mi nombre es Gari Flamcourt, el ilustrísimo y excepcionalmente inteligente príncipe de Zara. ¿Puedes presentarse?

¡Bien, bien! Como íbamos hablando. Un monje en busca de conocimiento, un fiel seguidor de su sire, un noble aburrido y un cura veneciano.

¿Era contra nosotros? ¿O los humanos se han matado entre ellos y nos han cogido en medio?

No entiendo tu pregunta. ¡Claro que fueron los humano! Los humanos son violentos por naturaleza, siempre buscan ser mejor que su vecino. No como la estirpe que vive en paz y armonía regidos por las tradiciones. Esta última frase iba cargada de una profunda ironía.

Esos estúpidos cruzados y venecianos, discúlpeme padre por hablar mal de su pueblo, han prendido fuego al monasterio de la ciudad y han saqueado las reliquias de las iglesias.

El enmascarado avanza despacio, observando a su alrededor con cautela. Sus silenciosos pasos ondean la gruesa capa que pende de sus hombros, otorgándole una silueta tenebrosa y fantasmal, también extravagante y peligrosa. Viste un elegante atuendo negro que no deja visible ni un centímetro de su piel. No tiene rostro. Al menos, no es visible. Su cara parece hecha de cerámica y lustrada con pan de oro, si bien está oscurecida por un rimbombante sombrero de ala ancha con bordados dorados. La máscara es, de hecho, la única nota de color en un semblante, por lo demás, siniestro y privado de emociones. Las cuencas de sus ojos son el vacío. Sus labios están congelados, inertes, en una mueca inexpresiva. 

Con parsimonia, se descubre la cabeza -revelando que la máscara le cubre la parte superior del cráneo- y hace una grácil reverencia. Primero, al Príncipe. Luego, al resto de invitados.

-Buona notte, Ilustrísima... Caballeros... Me llaman Enzo... El piaccere es mío-. Su voz es ronca, gutural. Se coloca el sombrero con la misma elegancia con la que se lo quitó. Desliza sutilmente la capa cubriéndose la manos enguantadas y queda quieto, en silencio. Vigilante.

¡Bien, bien! Encantado de conocerle Señor Enzo. ¿Supongo que también es italiano? ¿No? Bueno a lo importante. ¿Y qué es lo importante? Gari se quedó un momento pensativo mientras recorrió el estrado a grandes zancadas. Lo importante es que podéis recorrer mi dominio. Sé que Zara ha cambiado un poco debido a los movimientos geopolíticos…. De hecho, llevo semanas sin salir de este sótano. Dijo levantado parte de su túnica para olerla. Huele a cerrado y moho…

¡Bien, bien! Lo que decía. Lo importante. Sois bienvenido a mi dominio. Gari os mira con los ojos como platos. ¿Alguna pregunta? ¿Queréis darme las gracias?

Eh... - murmuro un poco desconcertado por todo lo que ha venido aconteciendo. - Sí, claro... gracias por dejarnos estar en sus dominios, príncipe de Zara.

- Gracias por dejarnos recorrer sus dominios.

Sonrío tanto a los que han llegado como al príncipe y muevo mis manos como señal de que no tengo más preguntas.

-Encantado. Saludo al recién llegado con un gesto educado, sin poder evitar el mirarlo de arriba a bajo intrigado.

Después volvió a fijar la atención en el príncipe de Zara que volvía a hablar. -Gracias, gracias. Eh. ¿Solo nos ha traído aquí para esto? Pregunto decepcionado.

Al parecer su nueva vida en Zara era tan aburrida como en la soporífera Bonavilla.

¿Solo? Pregunta sorprendido el príncipe. Mostrar hospitalidad y decencia con una presentación te parece “solo”. Bien, bien. Usted Rinaldo di Bonavilla sabrá que para ser rey no solo hay que aparentarlo hay que serlo, o puede que fuera al revés. Vah, da igual. Lo que quiero decir es que muestro mi hospitalidad de forma desinteresada, y "solo" pido, digo bien "solo" pido, que seáis unos huéspedes honrados. Nada de esos huéspedes traidores y asesinos que tratan de matar a su anfitrión.

Cristof meditó lo que diría antes hablar ya que este príncipe era un poco...inestable trato de recordar porque estaba allí y de hacer las mínimas preguntas posibles.

-su excelencia...podría...me dejaría ayudarle a descubrir porque esos...barbaros, han osado atacar una sacra ciudad como la suya?-dijo de la forma mas neutra y respetuosa posible, podría hablar en nombre de los 4 pero igual que había hecho el fraile de meterse en sus asuntos Cristoff no quería interferir en los menesteres de los demás.

Francesco saludó al recién llegado, otra alma perdida que no sabía que había ido a hacer a aquella ciudad.  Agradezco su hospitalidad, dejemos que pasen las horas de luz mientras los humanos saquean los restos de la ciudad y veremos que nos depara la oscuridad.

Sin duda aquella ciudad tenía mucho que mostrar y aunque no supieran bien que esperar o buscar, sin duda se les revelaría en su momento.

¡Bien, bien! Encantado de conocerle Señor Enzo. ¿Supongo que también es italiano? ¿No?

-Así es, Ilustrísima... Un vagabundo errante entre las sombras de la guerra... Agradezco vuestra sincera hospitalidad en una noche tan aciaga-. Esta vez, la reverencia fue tenue, sin descubrirse. El sombrero parecía parte intrínseca de su cabeza. -Consideradme un huésped honrado... E molto grato...-. La voz emergía ronca y cavernosa, pero se tornó un susurro en las últimas palabras.

-Ilustrísima... Llamáis mi curiosidad... ¿Semanas, decís? ¿Lleváis semanas encerrado aquí?-. Si parecía que Enzo estaba sorprendido, su tono carente de emociones no lo demostraba. -Un refugio subterráneo... Digno de vuestro intelecto...-. Y de vuestra posición, pensó. -No creo que otros hayan tenido tanta suerte...-. Miró con un lento giro de cabeza al resto de los presentes. Era imposible determinar qué expresaban sus ojos, pues estaban velados por la máscara. Pero se podía suponer que Enzo analizaba las reacciones. Las respuestas. Los silencios.