5 de enero.
Cavernas de Trarr, norte de las tierras Humanas…posiblemente.
Clima: caluroso.
Horario: por la Mañana.
Las Cavernas son rutas poco transitadas por gente de bien, es el típico lugar donde los asesinos y los contrabandistas suelen acudir para ocultarse en un sub mundo donde no existen leyes y donde ninguna nación desea inmiscuirse demasiado.
Cuentan que el lugar fue alguna vez zona estratégica usada por los lupinos para adentrarse en terreno enemigo, pero hoy en día, son oscuros pasajes apenas iluminados por antorchas descuidadas donde risas incomodas hacen eco mientras que las cajas ilegales son arrastradas por todos lados.
Trarr es un lugar donde la sociedad se forma acorde a las necesidades de la persona en cuestión, si se requiere diversión sexual, existe una zona de prostitutas baratas; si se requiere adquirir armamento, también hay una zona para el comercio de este tipo; pero si es de magia de la muerte el tipo de menester que el hombre o la mujer necesita atender, pues, existe una pequeña capilla consagrada a Padre Muerte.
Nigromantes, estudiosos de las artes oscuras, fugitivos de los ghubiz´uq que prohíben este tipo de práctica, todos se reúnen generalmente en la vieja Capilla del Padre Muerte y es en este punto donde un orco y un vampiro se ven las caras.
Son los únicos en el lóbrego lugar.
Una estatua esférica y negra sin forma definida, se erige en el centro mismo donde otras rocas sirven de posaderas para solicitarle favores a aquel que decide cuando la vida debe acabar.
Gruumsh llegó arrastrando los pies por el suelo cenagoso de las serpenteantes cuevas. No le quedaba nada, ni clan, ni familia, ni futuro. Solo la muerte se extendía ante el, un santuario erigido con los cráneos rotos y mancillados de sus enemigos y sus corazones consumidos en el ritual macabro que le permitía seguir respirando para ver un día mas. Los criminales, asesinos y contrabandistas utilizaban esos túneles olvidados, seres que se alimentaban de la escoria y la ponzoña que corrompía la sociedad hipócrita y pervertida de los humanos, los lupinos y los mismos balaam. Que con mascaras de pulida porcelana albergaban corazones consumidos por la avaricia y el egoísmo.
Gruumsh dirigió una mirada cargada de odio a uno de los humanos que se quedó demasiado tiempo mirando su cuerpo marcado por las furibundas cicatrices que lo consagraban como un heraldo de la muerte. Mostró una de sus manos, haciendo crecer sus garras de forma exacerbada, retorciendo y desgarrando la piel oscura y convirtiéndolas en enormes cuchillas avidas de sangre. Al parecer fue suficiente para evitar confrontaciones estúpidas con rivales indignos.
Su peregrinaje al templo de la muerte prosiguió, necesitaba encontrar a alguien dispuesto a pagar para señalarle las presas mas terribles, buscar donde podía encontrar a rivales dignos para alimentarse de sus corazones y ofrecer sus entrañas a la gloria del padre muerte. Se dirigía al templo del padre oscuro en busca de guía para alimentar un hambre insaciable de batallas y devastación, lo único que permitía combatir el hastío de su existencia maldita. Necesitaba de más fuerza para volver a las tierras orcas que lo habían desterrado, a las tribus que lo habían esclavizado y vengarse de todos ellos. La venganza y el deseo de un futuro de ríos de sangre orca y montañas de cráneos consagrados a su propia destrucción. Un trono hecho con los huesos carcomidos de sus enemigos donde reinaría hasta el fin de los tiempos.
El era el heraldo de la muerte, y con cada batalla que sobrevivía, con cada enemigo devorado se hacía mas fuerte, su poder crecería hasta que cubriera el mundo con un manto de muerte y cenizas.
La ciudad de Tarr era un hervidero de oportunistas y viciosos. Seres que habían decidido vivir sin sus bonitas máscaras de porcelana y dejaban que sus deseos más oscuros tomaran las riendas. Prostitución, batallas de esclavos, esclavitud y traficantes de muerte embotellada con las que los adictos conseguían inhibirse de este mundo hasta que sus cuerpos consumidos y marchitos morían tirados en las calles, amontonados como basura.
Sin embargo ninguno de ellos suponía un desafío suficiente, la esencia de sus almas era escasa y corrupta, y gruumsh necesitaba corazones llenos de fuerza para ofrecerlos en sacrificio al padre oscuro. Sus pasos le llevaron hasta la capilla consagrada a ese ser misterioso y antiguo.. el Dios cuyas marcas gravó en su propio cuerpo en las cuevas de su tierra, el mismo que llenó sus noches de pesadillas y despertó en el un hambre insaciable e inmortal.
Caminó solemne al interior de las paredes de obsidiana de la capilla de la muerte, se acercó a la enorme estatua de roca negra y se arrodilló alargando una de sus propias garras para ofrecer un sacrificio de sangre en busca de guía.
- Padre oscuro, guíame donde pueda encontrar a los dignos adversarios, lleva mis pies a las mas cruentas batallas y ofreceme la oportunidad de luchar para consumir su esencia y consagrar a ti sus humeantes entrañas. ¿Donde debería ir? ¿Debería buscar un señor Balaam o quizas una tribu de lupinos dispuestos a lanzarme como a un perro de la guerra para devorar a sus enemigos?¿O quizás consagrarme al servicio de un señor de los no muertos para extender sus dominios? ¡Dime donde poder saciar el hambre que me consume por dentro, y apagar la sed de sangre que me corroe!
Los minutos pasaron mientras una sensación extraña y aterradora hacía presa de gruumsh. Podía sentir el gélido aliento de la muerte, susurros apenas audibles que se escapaban de sus sentidos como girones de humo entre sus dedos. Sin embargo pudo percibir el frio en sus entrañas, un roce de gélidos dedos fantasmales en su espalda desnuda. Una palabra de muerte, lucha y riquezas. Debía encontrar la arena de esa ciudad del pecado. Un sitio donde poder alimentarse de los corazones de sus víctimas, arrancados en medio de un coro de gritos exaltados. El campeón de la muerte, con un atajo de seguidores ávidos de sangre. No era mucho, podía perder el favor del señor de la muerte y que fuera su sangre la que acabara regando la arena. Pero ese al menos, sería un final digno para su funesta historia. Una forma de acabar su maldición de soledad, hambre y venganza denegada.
Abandonó el oscuro templo de paredes blancas, las heridas cerraron dejando un reguero de sangre tras de sí y salió a las calles malolientes de tierra prensada. Debía buscar algún edificio grande, o simplemente seguir los gritos para que le guiaran hasta el otro templo de la muerte que tenía la ciudad. Recorrió los mercados preguntando a comerciantes de especias y a prostitutas enfermas. Las peleas a muerte debían ser otro de los oscuros entretenimientos de la ciudad podrida. Solo tenía que seguir el olor de los muertos y reclamar un lugar sobre ellos.