La profesora se guarda la cinta de cassete en el bolsillo de su abrigo. Hay algo en la manera en la que el comerciante mira a la niña que no le gusta para nada. Se pregunta porque el alcalde y su esposa dejarían en una taberna a su hija. Ensimismada en sus pensamientos se percata que la modista se dirige a ella.
- Gracias modista, es verdad que tengo paciencia para esto, por cierto es una lástima que no podré usar el vestido que te compre para las fiestas de Navidad fuera del pueblo. Espero tus clientes comprendan los retrasos causados por la nevada.-
Ve que Junior, el tabernero, se acerca hacia ella tras la barra. Lo llama con un gesto mirando de reojo al extraño hombre que limpia una de las mesas. No recuerda haberlo visto antes, aunque no es muy dada a frecuentar la taberna los días de escuela.
Pensaba preguntarle al tabernero sobre aquel forastero y mencionarle que de lo traviesa que es la niña debe tener más cuidado en atenderla. Decide mejor callarse, ya que lo más le incomoda es la gente que se mete en los asuntos de otros, en lugar de eso le pide otra taza de café dándole las gracias con una sonrisa.
Carmina, la lechera, entra recopilando en la taberna, seguida por su marido o como ella dice "Mipaco", con la cara roja como la de un gorrino por cargar con los cacharros de leche.
Carmina es la creadora de una revolución en el mundo de la leche fresca. Es "ella" la que reparte los litros entre los clientes. Al menos en verano, en invierno apenas consiguen bajar al pueblo con tanta nieve.
-Un chocolate y un café con el billón más gordo del bar, Júnior, que mi Paco tiene que alimentarse.
La mujer se repentina en un banqueta y limpia el mostrador de un manotazo antes de mirar con cara de depredadora a la profesora.
-Vas a traer a la familia en Navidad, amor? Porque tengo en casa unos huevos y unos capones... Que de deshacen en la boca de lo bumenos que están. Y como Júnior me compra lo mínimo paes poner una tragaperras en la esquina (vicio es lo que hay en este pueblo, de eso sobra por todas partes) me sobran pollos por todos lados. Con lo bueno que está un caldo de pollo en diciembre, ,Júnior, no me jirones!
Y dando un manotazo en la mesa que hizo bailar el mostrador entero, le acerca más el bello a Paco.
-Mastica, MiPaco, que luego tienes gases. Si no fuera por esa barriga dirían que no te alimentó.
Y mirando a la niňa, y agarrándose del papo antes de que hubiera exclama:
-Pichón!!!! Dame un beso! Qué guapa estás hija, verás cuando seas grande y te vayas del pueblo como mi Palomita. Vas a comerte el mundo!!!
-¡Yuy, uy, uy! -intenta zafarse de los besuqueos de la lechera.
No metáis más personajes en el pueblo. Estamos aislados y somos los que somos, nadie más.
Pueblo de chiflados, pensó el vagabundo, mirando discretamente a la Lechera.
¿Era su imaginación, o en este pueblo la mayoría de las personas tenían personalidades..."entusiastas" y extravagantes? Por un instante recordó a la chica a la que llamaban "la hierbas", a la que había visto discutiendo con una gallina y saludando a los árboles. ¿Que se meterá esa muchacha?, pensó. Definitivamente, esta será toda una experiencia...
El pescador entra a la taberna con aire cansado y triste. Saluda con un gesto tímido a la profesora, la cual le devuelve el saludo. No se alegra mucho de que estén allí la lechera y su marido, aunque también los saluda de la misma forma. Y se fija en aquella adorable niña... ¿esa es la hija del alcalde? ..!pues sí que ha crecido!
Mira de reojo al hombre de aspecto descuidado, del cual desconfía, para finalmente sentarse en su habitual taburete junto a la barra...
-Manolo,.. lo de siempre...
De pronto el silencio se apodera del lugar, mientras que una extraña y desgarbada figura se asoma en el pórtico de la taberna. Con un andar lento pero firme se acerca el personaje más extraño del pueblo. Oculta su rostro y sus emociones detrás de una fría mascara. ¡Un diablo! Pensaba el cura para sus adentros cada vez que lo veía. El policía, por su parte, no puede apartar la mirada de "él" pensando que en cualquier momento algo malo fuera a hacer. La lechera, en un acto reflejo cogió a la niña apartándola de la mirada de aquel personaje. La enfermera y la modista cruzan miradas angustiantes. Hasta el vagabundo que por lo general se muestra impávido ahora parece estar particularmente intranquilo ante su presencia.
Él, impertérrito como siempre, saca un reloj de su bolsillo (¿o sería una brújula?) y murmura algo que solo la profesora alcanza a oír: "¡Es ahora!". Luego de esto se acerca al tabernero y con voz ronca le pide lo de siempre: un vaso de agua y una hogaza de pan de centeno. ¡Hacia un año ya, que no comía algo así!, exclama el hombre de la máscara. En efecto, hace un año que no se le veía por el pueblo; eran sus constantes idas y venidas los que le hacían merecedor de su apodo: "El temporal".
El temporal se aleja lo más posible de los comensales y comienza a ingerir sus alimentos.
- Cuando él viene es porque va a haber problemas - se le escucha decir a alguien…
-Padre no voy a romper la cinta no se preocupe, solo queria gastarle una broma.
-En realidad estoy muy interesado en usarla como fondo musical para mi local pues mis clientes ya encuentran repetitiva la misma canción noche tras noche.
Después de un largo viaje, el cartero llega de vuelta a Castonegro con paquetes y cartas atrasadas para entregar.
Durante el viaje, observaba las dificultades que había para poder volver hacia atrás, debido al estado en que se encontraban las carreteras a la mañana siguiente de descansar en una posada.
Como se encontraba cansado, su primera parada fue la taberna del pueblo.
Allí se encuentra con un par de caras desconocidas.
Pero mejor se decidió no preguntar nada, no siendo que le estuviera fallando la memoria.
Ya que se encontraba todo el pueblo en el bar, decidió repartir allí mismo las cartas y paquetes, mientras pedía al tabernero un buen whisky para quitarse el frío del cuerpo
-¿Tiene algo para mí, señor cartero?
Se incomoda al tener que buscar una respuesta rápida, al no tener ninguna carta para la niña.
Se acuerda de la bolsa de caramelos que cogió prestados de la posada.
-Toma estos caramelos que he ido recolectando de los pueblos por los que he ido pasando.
-Pero no te los comas todos de golpe, que no sé cuándo podré traer más
-¡Yupi! ¡Caramelos! ¡Yupi, yuju y hurra! ¡Caramelos, caramelos! -corre, brinca y salta hiperazucarada.
Llega la hora de cerrar y si en algo es inflexible el tabernero es en cumplir sus horarios. Invita amablemente pero con premura a que los consumidores den cuenta de sus consumiciones y abandonen el lugar hasta la jornada siguiente.
La próxima escena se abrirá en dos horas.
Después de pasarse casi todo el día deambulando por el bosque hablando con una señora ardilla, la pequeña y despistada hierbas se despierta entre las ramas de un sauce, al lado de un riachuelo a punto de congelarse.
-Pero... ¿qué hago yo aquí?- Se pregunta a sí misma tras echarle un vistazo a la cesta de setas que se zampó horas antes, las cuales tenían un curioso aspecto. -Creo que debería pasar por casa para adecentarme un poco, que tengo que abrir la tienda, eso si no la ha abierto mi abuelita ya... - Belzhar pone cara pensativa mientras recoge las hierbas que su abuela le encargó recolectar para la tienda- ¡Ay, que los espíritus me protejan! ¿Qué hora será?