Comprendo -digo, asintiendo con la cabeza-: diez días para llegar a España, escontrar a su Rey y entregarle la carta. Diez días para volver. Nadie sabrá nada hasta mi regreso.
Entorno la mirada, cabilando sobre lo imposible de la situación. Pero ey... podría ser peor. Supongo. Aunque me cuesta imaginarme cómo. Todo debía correr por mi cuenta, por fortuna dispongo de una buena cantidad de recursos con los que comenzar. Sin embargo, no puedo evitar sentir que algo no está en su sitio.
Si no añade nada más, me inclinaré hacia él y partiré a dar un paseo por el jardín, un paseo corto, para poner las ideas en orden, antes de partir directamente hacia la frontera en caballo, trazando mentalmente una ruta con caballos de refresco en mi mente.
Cuando el Rey se va, sales al jardín intentando hacerte una composición sobre por dónde tendría más sentido ir.
Supones dedicar 12 horas al viaje y el resto a comer, dormir, recambio de caballo o lo que necesites. Si no quieres parar mucho ni llamar la atención, cuantos menos refrescos de caballos hagas, casi mejor. Así que planeas dedicar la mitad del tiempo al galope y la mitad al trote intercalados. Eso te haría recorrer unos 130 ó 140 kilómetros al día.
Con esas premisas, tus paradas en Francia las tienes más o menos claras. Paris, Orleans, Châteauroux, Limoges, Souillac, Toulouse y cruzar la frontera por Bagnères de Luchon que es un punto discreto y de menor dificultad que otros.
Pero tienes dudas una vez que estés en España. Más o menos tienes clara la ruta pero no en qué ciudades quedarte. Igual sería mejor revisar un mapa antes pero ¿a quién pedirlo? Quizás Hugo o Jules lo tengan pero ¿cómo pedirlo sin decir para qué lo necesitas?
La otra posibilidad es esperar y, a medida que vayas entrando en territorio español, ir viendo lo que surge.
Mientras estás con estas cávilas, un sonido llama la atención a tu espalda. Es un pequeño crujido en el suelo.
Una tirada para "pillarlo". Maña + Pugilismo (ataque), es decir 5g3. Dificultad fácil (10)
Paseo, calculo y cabilo. Todo en uno.
Refrescos, pocas ciudades, intecalar tiempos. Improvisar por España. Casi suena a un descanso en mi rutina... de no ser por tener que cruzar tierra de maleficios y traidores. Con todo en mente, un sonido a mi espalda me hace girarme casi al instante para tratar de cazar al pobre incauto -probablemente un animalillo- que me acecha.
Motivo: Pugilismo
Dificultad: 10
Tirada (5): 4, 8, 6, 16 (10, 6), 6
Guardados (3): 16, 8, 6
Total: 30, Éxito
¡Tiradón! XD
En un movimiento tan rápido que era imposible que nadie lo evadiese, cortas la retirada de alguien que vigilaba tus pasos y que, ¡pobre iluso!, pretendía huir antes de que lo vieras.
Con una mano sujetas su muñeca contra la espalda mientras con la otra aplastas su rostro contra el árbol tras el que se escondía. Cuando consigues verle bien te encuentras con que se trata de un chico joven. Le interrogas sobre el motivo por el que te vigila y presionas sobre la mano. Un sonido breve indica que algunos huesos podrían fracturarse si no habla pronto y, llevado por el miedo, le oyes suplicar
-¡No, por favor! Sólo he hecho lo que me mandaron, me pidieron que le vigilara pues creían que el Rey le entregaría algo. Tenía que ver dónde lo guardaba y decírselo...-
¡¡Menuda potra que tienes!! XD
Te lo dejo porque no sé qué querrás preguntarle (o igual quieres soltarle sin más ;)
Al fin una rata entre mis manos. Miro al zagal y niego con la cabeza, sin soltarle en ningún momento.
El rey me llama para tratar acerca del honor y mandan a un chico a hacer el trabajo de un adulto... dime, joven... ¿quién te manda? Y será mejor que me respondas algo que me convenza. He escuchado lo que le hacen los guardias a los espías... ¿quieres saberlo?
Sonrío entonces en espera de una respuesta.
Gracias. Y sí, mucha potra. xD
Al chico se le nota realmente intimidado. Tu manera rápida de cogerle es evidente que le ha mostrado tu destreza y capacidad y eso, como es normal, le demuestra que no está a la altura
-¡Perdón señor, perdón! Por favor, tenga compasión... - sus súplicas suenan reales, parece realmente asustado por lo que puedas hacerle -Es que me dijeron que era fácil que no tenía que hacer nada peligroso, sólo decirles si lo guardaba en el jubón o en la cintura de las calzas o debajo del sombrero o donde fuese- Habla rápido y aturullado -Eran dos hombres, me vinieron a buscar, creo que sabían que trabajaba en Palacio y que podría entrar a vigilar... Me dieron esto- comenta mostrándote, con manos temblorosas, un catalejo bastante rudimentario -Me dieron un escudo de plata, señor, y me iban a dar otro cuando se lo dijera...-
Observas sus ropas. Si el chico trabaja en Palacio debe ser en los trabajos menos apreciados, seguramente en las cuadras o limpiando chimeneas o cualquier cosa mal pagada.
Verás, chico...
Digo, en un intento por no ser todo agresividad con él. Parece que se ha metido en un buen lío... por un poco de plata.
... estás mal. Estás muy mal. Cuando llegues con ellos te matarán, tanto si les das la información como si no. ¿Lo comprendes? No les interesa que un chico pueda reconocerles o acusarles. Pero... parece que la suerte está de tu lado. Si eres inteligente, claro está.
Le miro a los ojos. Asiento. Miro hacia el castillo.
Pero tienes una opción, pequeña. El Rey valora el valor casi tanto como la lealtad. Puedes entrar a contarle tu error. A decir que has pecado y que ruegas por tu absolución. Quizá pases un tiempo en los calabozos... pero es posible que al final puedas recuperar tu libertad. Y mientras estés en los calabozos, estarás a salvo de esos dos malandrines que te han engañado. ¿Qué dices? -le suelto- ¿Intentarás huir como una rata acorralada o te enfrentarás como un francés de corazón?
Trato de dedicarle media sonrisa, pese a todo, mi mente estaba trazando un pequeño plan. Pero ahora mismo era el momento de decidir del chico.
El chico abre los ojos como platos y su piel se vuelve dos tonos más pálida
-¿¿Matar?? Pe... pero señor... ¡No! Ellos me van a pagar, no a matar- pero sabes que la duda ha quedado sembrada. Mientras se retuerce los dedos sabes que está decidiendo sobre qué debe hacer -El Rey se va a enfadar, señor- seguramente pretende ser una pregunta pero suena como una afirmación
-No puedo ir a los calabozos ¿qué hará mi familia mientras? Tengo un bebé pequeño- se vuelve a mirar al Palacio con duda y tu aprovechas para observarle. No tendrá más de 17 años pero es más que probable que lo que cuenta del bebé sea cierto.
Cuando vuelve la mirada hacia ti de nuevo es el espíritu de la resignación
-De acuerdo- comenta con voz triste y agachando la cabeza -Iré al Rey y se lo diré. ¿Vendréis a hablar en mi favor? Os lo suplico. Aunque no sea mucho lo que podáis decir bueno, será mejor que nada-
Está bien.
Concedo al chico, al menos ha entrado en razón.
Es más, te recompensaré por tu valor. Dame esa moneda... y se la haré llegar a tu mujer, si me dices cómo dar con ella.
Dibujo media sonrisa, un tanto irónica, con todo lo que estaba pasando, en mi mente las cosas comenzaban a cobrar sentido.
Le guío, en cualquier caso, a ver a su Majestad. En el fondo una parte de mí desea que sea misericordioso... pero otra parte de mí lo duda, al fin y al cabo aunque valiente, es un traidor. Veremos cómo sigue todo.
Cuando le dices que te dé la moneda, el asustado muchacho se torna desconfiado. Durante unos segundos sd aferra con fuerza a ella, pero al final se rinde y te la entrega agachando la mirada y dándote seña de cómo localizar a su familia.
Después de coger la moneda le conduces a través de palacio hasta la zona de audiencias donde supones que estará el Rey. Así es. Gran parte de la Corte está allí presente pero, en realidad, aunque se llama La Audiencia, casi nunca va nadie a que le escuche. Se trata más bien de un acto social, otra ocasión más para ver y ser visto.
Pides al secretario que está al cargo que anuncie al muchacho. Al chico le tiemblan las piernas además de las manos y el sudor hace que se le pegue el flequillo a la frente. Ahora, encogido acobardado, aún te parece más joven que antes.
Cuando el secretario le anuncia te das cuenta que el Rey apenas sí presta atención. Todo su interés se centra en la joven de pronunciado escote que tiene al lado. Su actitud no te sorprende. El Rey siempre ha estado muy interesado en el bello sexo y ahora que Madamoiselle de La Fayette está en un convento y la Reina con la cuarentena...
Para cuando el chico, entre balbuceos, acaba su relato, sólo dos o tres personas están atentas. Y ninguna de ellas ha entendido demasiado. Uno de ellos le dice al monarca, que tampoco le hace demasiado caso
-Pobres... espían nuestra vida anhelando aquello que el cielo no les otorgó- girándose hacia el muchacho y señalándole con el dedo, le increpa -La envidia es un pecado capital muchacho-
No es como si me extrañase la situación... la seriedad se ha desvanecido. Al menos para la élite. Supongo que nunca lo hará para mí. Niego lentamente cuando increpa al chico.
Y el coraje una virtud, su Majestad.
Digo, con un tono respetuoso e inclinando la cabeza a modo de saludo. No obstante, no seré yo quien contrarie a su majestad... cada uno debe pagar por sus crímenes, y el chico tiene ya un filo sobre su cuello. Tan sólo espero que su Majestad lo deje como un simple castigo y no como una pena capital, lo suficiente para alejarle de los que blanden el filo y como para retenerle hasta mi regreso.
-Una virtud, sí, sí- comenta el Rey, distraido, sin apartar la mirada del escote y con el tono del que no ha escuchado nada pero repite las últimas palabras que ha oído para que parezca que estaba atento. -Jules ¿qué propones?- le pregunta a tu amigo.
Te giras sorprendido pues no te habías dado cuenta de que él estuviera allí. Jules te guiña un ojo. Es evidente que he oído tu comentario y ha entendido que no deseas un castigo severo.
-Quizás varias de noches en la prisión le enseñen a este joven el valor de la lealtad. A ser posible en una celda con vistas al cadalso para que no olvide cuál pudo haber sido su destino, si no fuese por su Rey y su enorme corazón real-
El Rey, al oir adulaciones hacia su persona, levanta por fin la mirada -Sí, claro, yo soy un soberano de buen corazón- es evidente que está algo confuso sobre lo que ha pasado pero ahora no se va a desdecir -Bien, pues que sea lo que el conde ha dicho-
De repente posa su mirada en ti -¿Aún aquí? Pensaba que ya os habríais ido- Pero no dice nada más puesto que la muchacha a su lado se inclina de nuevo para comentar algo y a su Majestad se le vuelve a nublar la vista
-Queridos todos...- dice con voz firme y apremiante -La Audiencia ha terminado. Vuelvan todos a sus quehaceres-
Le dedico una breve sonrisa a mi amigo cuando me guiña el ojo, más no tengo tiempo que perder, de modo que en cuanto su majestad lo da todo por terminado, parto raudo con la mayor presteza posible sin llamar demasiado la atención, preguntándome si la casa del mozo me cogería de paso o no. No obstante, antes de salir de la sala le dedico una mirada rápida al busto y hay que reconocer el buen gusto del Rey.
Sales del Palacio y te diriges a una casa de alquiler de caballos. Dado que has decidido utilizar caballos de refresco siempre que sea posible no vas a empezar este viaje con tu propia montura y arriesgarte a dejarla en el primer punto en que cambies.
Alquilas un caballo lo suficientemente rápido pero no uno que, siendo raudo como el viento, vaya a desgastarse en los primeros 20 kilómetros. Necesitas una montura resistente, aunque eso haga que sea un poco menos veloz. Al final te quedas con una yegua baya. Después de pagar te diriges a tu casa, recoges las cosas que consideras necesarias y avisas a tu casero que estarás ausente una temporada.