El precio de la leña

El tiempo continuó siendo favorable mientras cruzaban el paso montañoso, aunque el viento había empezado a morder con crueldad los dedos y mejillas de los viajeros. La Piedra Solar seguía inactiva y así debía permanecer mientras fuera posible, a pesar de que podría terminar con el frío de un plumazo, porque de acuerdo con las leyes de la magia: cada vela que se encendiera creaba una sombra. Además, habían escuchado al espigado novicio Bartelom decir que despertar el calor de la piedra tendría repercusiones sobre aquel que lo hiciera. Otra razón más para no precipitarse. 

Por tanto, incluso con la Piedra Solar, la caravana seguía necesitando algo de leña para pasar la noche. Los viajeros realizaban breves incursiones por las arboledas cada vez más pequeñas de las colinas. Cada día un grupo era el encargado de recoger la leña, pues Argasto ordenaba que las tareas fueran rotando para que nadie se acomodara o se aburriera demasiado, y para que no siempre los mismos se encargasen de las tareas más tediosas. No hacia mucho que un grupo había salido a recoger la leña cuando, de repente, se escuchó el rugido de una bestia, seguida al poco de gritos humanos de socorro. 

Elindra estaba siempre alerta por lo que no necesitó esperar a los gritos para reaccionar al rugido de la bestia. Lanzó una mirada buscando a Edogai para comprobar que él también lo había escuchado y se ponía en marcha o si debía animarle. Esperaba contar con el guerrero capaz de aguantar los envites de Mal-Rogan, algo que ella misma se había encargado de esparcir por el campamento al contar la historia del encuentro una y otra vez junto a las hogueras.

Ella misma se lanzó rápidamente con su arco y una flecha preparada para dispararla a la bestia que tuvieran que enfrentar, aunque sin olvidar que tendría más posibilidades de sobrevivir si llegaba hasta a ella sin que la oyese.*

Pese a la severidad de las heridas, Edogai parecía haberse recuperado por completo en tan solo dos días, no sin dejar de ser un cascarrabias en ningún momento.

— Mira que dije que nada de blandengues para ir a buscar la leña — refunfuñaba el veterano.

Para cuando Elindra, lo vio Edogai ya estaba con el escudo embrazado y pica en ristre, dirigiéndose hacia el origen de los gritos. Aún seguía frustrado por no haber podido acabar con Rogan cuando tuvo la oportunidad, por lo que la bestia le serviría para desquitarse.

Dameon y Lestra se encontraban conversando cuando el rugido de la bestia resonó por todo el valle, seguido por los gritos de auxilio. Los mantos negros se miraron. Aquel tipo de situaciones eran la especialidad de su compañera, pero él tampoco pretendía quedarse atrás. Ser de ayuda a la caravana le había permitido hacer buenas migas con Argasto y conocer mejor a todo el mundo; esa era una ventaja que no pensaba desaprovechar.

Se levantó con parsimonia después de Lestra, tomando su pico de cuervo y saliendo de la carreta de Peonio para encontrarse con Elindra y Edogai.

—Parece que este viaje es menos pacífico de lo que habíamos aventurado.

En cuanto se escuchó el rugido —que había sonado a una bestia tremebunda— y el grito de los exploradores, la preocupación se instaló en los miembros de la caravana. Muchos quedaron petrificados ante lo que habían escuchado, y Argasto actuó rápidamente para formar en pos de la protección de la caravana. Edogai, Elindra y Dameon se aventuraron a investigar qué había pasado. La pelirroja se puso en camino, moviéndose con pies silenciosos como de costumbre. Edogai se preparaba para encarar a la criatura, fuera cómo fuera, y cuestionó la integridad de quiénes habían ido a por la leña gruñendo molesto por el hecho de que no hubiera tipos con mayor aguante en la comitiva. Pero no eran unos cualquiera los exploradores que habían ido a por leña, y de paso a investigar cómo estaba el estado del camino. Lestra, quien estaba hablando con su compañero, no dudó en prepararse para pasar a la acción y salir al encuentro de la bestia. 

Los cuatro fueron los primeros en llegar a la escena, pues eran quienes más cerca estaban de la dirección en la que se había escuchado el rugido. Allí encontraron a una monstruosa criatura con forma de loba gruñendo y babeando frente a dos exploradores. Tras la criatura había varios lobos más pequeños, formando un semicírculo. 

—¡Maldición! —escupió Lestra apretando los dientes—. Es una loba gigante y sus jakaars.

La palabra Jakaars no le sonaba de nada a Elindra, pero si aquellos eran los cachorros de la loba seguramente se marcharían si caía la madre. Se subió a una rama de un árbol cercano sin hacer ruido tomando una posición elevada que le diera una ventaja en el combate que se avecinaba. Allí espero con su arco preparado esperando a que sus compañeros se decidieran a iniciar el combate antes de que alguno de los exploradores muriese; aún había posibilidad de que se les uniesen a la refriega si se daban prisa.

Todos los envueltos en aquella confrontación tomaban posiciones. Los exploradores aferraban con fuerza sus armas para defenderse, los jakaars se movían lentamente en círculo para rodear a los exploradores, la loba gigante gruñía amenazante y Elindra Ascania se movía por las sombras con sigiloso paso. 

Los exploradores miraban con miedo a la loba gigante, aunque lanzaban gritos para tratar de espantar a los jakaars, algo que evidentemente no conseguían, no al menos mientras les respaldara aquella gigantesca criatura. Lestra vio que los dos exploradores sangraban y conminó a Prios para curarles. 

Aquella loba gigante poseía una sombra de color rojo sangriento con el borde ligeramente coagulado, lo que parecía indicar que la corrupción le había afectado en alguna forma. ¿Pero a qué criatura no en aquellos días?