Lurzca escuchó atentamente lo que aquel hombre, tenía que decirles. Sin duda conocía a Jotnar y lo trataba de buen amigo, pese a que probablemente el enano ni se acordase de él, así de despistado que era con según que asuntos. Le estaba pidiendo consejo sobre algo que la mestiza no alcanzaba a entender.
Y es que de plantas, jardinería y espacio extradimensionales, poco o nada sabía ella. Jotnar era bueno con la jardinera y podía ser que Nepthis y Amessis supieran de lo segundo, pero ella sólo sabía hacer bien una cosa. Utilizar su gran hacha para acabar con los problemas propios y de terceros.
Esperaría a hablar a que Jotnar hubieran respondido, pues realmente nada tenía que decir y era Jotnar ahora el protagonista del momento y a quien el dueño del oasis y también del llamado "Jardín del Edén", había preguntado.
Las cejas de Jotnar se arquearon tanto cuando vió a aquel tipo que estuvieron a punto de salir volando a clavarse en el techo. Aunque lo que hizo fue girarse repentinamente hacia Nepthis.
—¡Buenas noticias!—exclamó alzando los brazos. La táctica del dile que no haría falta—. Hoy no vas a terminar con complejo de loro de repetición.
Tras lo cual se dirigió hacia Ka-Mat-Ef con toda la normalidad del mundo.
—Reseph, por las barbas de Vérgadain, ¡mira dónde estabas!—lo saludó estrechándole una mano y palmeándole el dorso a la vez. La verdad es que no tenía ni idea de que aquel humano con el que tanto había hablado de botánica aquel día viviese en un oasis. Pero descubrirlo era una sorpresa grata—. Había más estrellitas en tus ojos mirando aquella flor que en el maldito cielo nocturno, como para olvidarme de ti.
Los amantes de las plantas eran escasos en un desierto. Incluso quienes tenían palacios enteros llenos de palmeras y flores exóticas era por pura ostentación, no se ocupaban de ellas, no se preocupaban de ellas, lo que hacían era dejarle la tarea de cuidarlas a sus esclavos, ¡qué frialdad! Era por aquello que el enano cincelaba inmediatamente en su lista mental a cualquiera que compartiera su pasión por la botánica en cuanto lo hallaba.
Bueno, y por el buen cuidado de las barbas. Eso le daba puntos extra.
Reseph explicó los misterios del "problema vegetal" que les había surgido y esta vez fue el turno de los ojos de Jotnar de llenarse de estrellitas. ¡La Rosa del Profeta! Aquel artefacto milagroso era lo único capaz de ayudar a mantener un jardín gigantesco en medio del desierto. Él sólo había podido soñar con ella, pero se sentía igualmente orgulloso de que sus esfuerzos y desvelos hubiesen logrado mantener con vida hasta plantas no-autóctonas en La Barba Insondable. Si su jardín no era más grande se debía a que no podía dividirse para poder cuidar de más espacio. Pero él lo quería igual.
—¡Ese anónimo es un criminal! Debería haber una ley que encerrase a ese tipo de gente—refunfuñó cuando oyó la parte del engaño. Aunque antes de que todo el mundo asumiera que se debía al posible peligro para las personas que conllevaba el nacimiento de plantas asesinas, como asumiría cualquier persona normal, añadió:—. ¡Mira que jugar con tus ilusiones así! Mancilla el nombre de cualquier buen jardinero.
Negó con la cabeza y palmeó los hombros de Reseph sentidamente cuando él también lo hizo.
—No te preocupes, amigo. Salvaremos tu paraíso. No me he traído el herbicida, pero te aseguro que con "ese" tipo de malas hierbas esta funciona igual de bien—señaló con el pulgar el mango de su hacha—. Es más, cuando acabemos con ellas puedo terminar de machacarlas para hacerte un compost con mi receta especial. Nada mejor que algo imbuído con el poder de La Rosa del Profeta para abonar las plantas que se hayan podido dañar. ¡Te sanarán y volverán a florecer enseguida!
Amessis observó el intercambio entre el amo del oasis y su jefe con cierto asombro. Los amantes de las plantas eran gente extraña, pero toda persona con gustos afines, se entendían entre ellos de un modo que los demás, ajenos a la forma que tenían ellos de ver el mundo, no podían siquiera entender. Amessis experimentaba ese tipo de cosas continuamente, a decir verdad encontrar amantes de las plantas en un desierto no era tan extraño, porque plantas había en todas partes, pero, ¿con quién podía compartir ella su visión sobre la vida, la muerte y el tránsito? Porque, desde luego, no podía experimentar con la vida de las personas del modo en que Jotnar o ese señor de nombre que ya había olvidado experimentaban con las flores.
En cierto modo, era más fácil cuidar de una planta o pastorear ovejas que hacer eso con los muertos. Nadie quería tocar un cadáver, a nadie le importaba un cuerpo sin alma, un trozo de carne sin más, y los sacerdotes no estaban preocupados por las almas de los fallecidos. Pero la rara era ella, que ofrecía oportunidades y redención a aquellos que no la habían tenido. Apoyó la guadaña en el suelo y se dedicó a contemplar el palacio mientras aquellos dos desgranaban sus vidas y milagros. Pasó el dedo por el filo, pensando que lo de verdad hacía falta era segar de un tajo la planta exterminadora.
-Así que solo es una inocente flor -musitó, más para sí misma para que para los demás-. En un jardín prometedor.
—¡Bien dicho, Jotnar! —respondió Reseph. Su sonrisa fue efímera —. Escúchame, os enfrentáis a un Pétalo Rojo Mazticano. Es una raíz inmensa, terminada en un capullo que se despliega en una flor de un llamativo color naranja. Su nombre no se debe, realmente, al color de sus pétalos, sino que lo de Pétalo Rojo es por... bueno... porque se alimenta de sangre.
Reseph tragó la saliva.
—Hay varios cuerpos allí dentro de los que puede alimentarse. Esclavos, buenos sirvientes. Muy hábiles en la jardinería —se lamentó Reseph—. Seguid el rastro de sangre. El Pétalo Rojo debe estar enterrado bajo tierra, debajo de alguno de los cadáveres, alimentándose de su sangre mezclada con la fértil tierra del Jardín del Edén.
El sacerdote de Isis estrechó la mano de Jotnar.
—Amigo, ten cuidado ahí dentro, por lo que más quieras.
Trabajando en el próximo capítulo. Si queréis hacer un post de cierre aquí (o preguntar alguna cosa más a Reseph), adelante.
A Lurzca nadie le había preguntado su opinión. Tenían una misión por delante que cumplir y el bien nombre de la compañía estaba en juego si fracasaban, pero peor sería que su contratante se enterase de que dejaban de lado su misión por un problema de jardinería. Aunque a decir verdad, la compañía la compañía todavía no tenía demasiado renombre, pues era de reciente creación.
- Entonces... ¿Vamos a hacer jardinería? - Preguntó la mestiza. - Supongo que no hay problema. - Dijo. Al final se trataba de una planta. No podían tardar demasiado. Las plantas no tenían que ser demasiado impedimento para ellos.