- ¿Un clérigo? - Preguntó en alto la mestiza, como si no supiera de que iba la cosa. - ¡Oh sí, las heridas! - Comentó entre dientes al recordar el combate. Y lo cierto era que le dolía, pero el hambre y el sueño le ganaban. - Tienes razón Nepthis. - Reconoció. Entonces su anfitrión, Reseph Ka-Mat-Ef, les ha ofreció cura, comida y cama y empezaría por lo primero. - Gracias, señor Ka-Mat-Ef, no perderé el tiempo. Hasta luego.
Tras aquellas palabras y acompañada por sirvientes, Lurzca se encaminó hacia la tienda de la sanadora. Si quería calmar el rugido de su estómago hambriento, primero debía curar sus heridas.
Os internasteis de nuevo en el Jardín del Edén. Tras la muerte del Pétalo Rojo todo parecía más brillante si cabe. Respeh os guió por el sendero hasta el claro de la catarata, y tras ordenar a sus guardias que se encargaran de los cadáveres, siguió el curso del agua hasta un camino que zigzagueaba para salvar el desnivel. Allá, sobre una colina que dominaba el espacio extradimensional, se hallaba la Rosa del Profeta.
Resultó ser una especie de cactus de aspecto humano. Era alargada y desarrollaba unas delgadas agujas que daban la sensación de saltar hasta sus víctimas, pues no os habíais acercado a ella y, cuando mirasteis hacia abajo, encontrasteis las malévolas púas clavadas en los cuellos de vuestras botas. A lo largo del tallo florecían hermosas flores de abigarrados colores, cuya belleza contrastaba con el aspecto peligroso de las delgadas agujas.
—Es hermosa, ¿verdad? —sonrió el sacerdote de Isis.
Miró por encima de Jotnar y su rostro cambió a la sorpresa un instante, antes de volver a sonreír.
—Acércate, pequeño.
Os girasteis para ver una criatura asomarse entre la vegetación exuberante. Se trataba de un... bueno, no teníais ni idea de lo que se trataba, pero era básicamente un coco. Si los cocos tuvieran brazos y piernas rosadas, y agujeros en la cáscara a modo de ojos. O tal vez hubiera una criatura allí dentro, que utilizara el coco para protegerse como un cangrejo ermitaño.
La extraña criatura-coco avanzó en vuestra dirección, dubitativa.
—Le llamo Cocotilio —dijo Reseph y lanzó una amplia y relajada carcajada, como si le sirviera para disipar toda la tensión que había estado conteniendo. Se enjugó unas lágrimas antes de explicar a las mujeres—. Lo siento, es un chiste de jardineros. Jotnar me entiende.
Reseph se puso de cuclillas para recibir a Cocotilio quien, a su vez, lanzaba miradas de curiosidad al enano jardinero.
—Mis guardias lo encontrar un día, malherido, merodeando por las cercanías del Oasis —explicó el Portavoz—. Lo he cuidado y alimentado todo este tiempo, mientras se recuperaba, y le he dejado vivir en el Jardín del Edén. Aaah, pero creo que ya está listo para reemprender su camino.
Amplió su sonrisa y se puso en pie.
—Y creo que ha encontrado a unos nuevos compañeros.
Cocotilio se llevó una mano a donde debería estar su boca, como si se preguntara qué hacer a continuación.
Jotnar siguió a Reseph para que éste les guiase hacia la Rosa, el cual a su vez siguió a los guardias que le escoltaban a él hasta la Rosa. Tan solo esperaba que los guardias estuviesen siguiendo algo que les guiara hasta la Rosa también para completar el bucle. Sus hilos de pensamientos mismamente valía.
El enano disfrutó del paseo por el hermoso jardín, que a ojos vista parecía incluso más frondoso que antes, aunque al llegar al artefacto sus pobladas cejas se arquearon lentamente como si fueran dos volutas de señales de humo ascendendiendo. Era el colmo de la ironía que algo que parecía un cactus, una planta de aquel hostil clima árido del desierto, fuera precisamente el centro de toda aquella exhuberancia.
—Hermosa y con genio—comentó a la pregunta de Reseph mientras se agachaba a observar las cañas de sus botas—. Es como la mujer perfecta.
Extrajo unas pocas de aquellas espinas sólo por el mero placer de guardárselas de recuerdo. Era lo más cerca del milagroso artefacto que nunca iba a estar.
—¡Oh!—exclamó entonces al ver aparecer a la pequeña criatura. ¿Otro de los resultados de la magia de la Rosa del Profeta? Quién sabía.
Se acuclilló para observarla mejor y a la vez con el fin de resultar menos alto y no intimidarla. Aunque mientras lo hacía, cayó en la cuenta de tres cosas: la primera era que el concepto de un enano siendo "menos alto" era lo más hilarante que le había oído a su mente en todo el día. La segunda, que agachado y con la armadura cualquier minero podría confundirlo de lejos con una veta de hierro. Y la atercera, que le encantaba lo absurdo del conjunto de todos aquellos pensamientos aunque no tuviesen nada que ver.
Le ofreció una mano para invitar al coquito a acercarse
—Hola Cocotilio. Soy Jotnar.
Amessis no entendía lo que quería decir Nepthis, de modo que no dijo nada, ya que la sacerdotisa tampoco requería una respuesta inmedianta. Se encogió de hombros, había realizado aquellos rituales muchas veces y era natural para ella, de modo que no sabía a lo que se refería. ¿Quizá Nepthis había presenciado otro tipo de rituales? La nigromante bostezó y se atusó el cabello, hacía calor y se había agobiado bastante.
Regresaron de nuevo al jardín para buscar aquella plantuja de nombre exótico y que había sido la causante de todos aquellos problemas. A Amessis le dio bastante igual lo que vio, le resultó bastante fea, de modo que se abstuvo de hacer cualquier comentario a Jotnar, porque el enano se ofendía con facilidad ante estas cosas. Sin embargo, la aparición de una nueva criatura sí que llamó la atención de la nigromante.
-Cocotilio -murmuró, casi embelesada, como si estuviera delante de un rollizo bebé adorable y no ante una criatura que era un coco con brazos y piernas-. ¡Qué monada! ¿Podemos adoptarlo?