Partida Rol por web

Las Crónicas del Acero

Circo de Sangre.

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11/01/2019, 00:55

El Cerdo Volador.

Los cantos se elevaban hasta las falsificaciones de artesonado que plagaban el techo de la taberna. El humo del opio negro se mezclaba con el del tabaco de palmera, así como con el del chaga más barato. El sudor de los viajeros ofendería el olfato del más sucio de los cerdos de la pocilga vecina pero allí formaba comunión con otros aromas; el ambiente festivo cargado de alcohol, el de las comidas mal elaboradas aderezadas de especias para ocultar una carne añeja, el aroma del sexo, o de la promesa del mismo, y el de la sangre. Allí la mayoría olía a sangre. La mano pálida de la muerte se posaba sobre el hombro derecho de todos los presentes; mercenarios, soldados, ladrones, bribones y bellacos, villanos, timadores y mercadores, si es que había diferencia, bailarinas, rameras, envenenadores y algún chalado que decía ser hechicero o sacerdote. Hombres y mujeres de almas sucias y pensamientos densos, tiznados siempre de negro.
Aquella fatalidad, el hecho de saber que uno era buscado por el acero y que, por ende, ellos buscaban el acero como medio de vida, contrastaba con el ambiente de esperanza. Esperanza de encontrar un poco de calor, amor o diversión. Aunque hubiera que pagar por ello.

En Ponthia, un sitio como el Cerdo Volador era ideal para cualquier propósito. Allí nacían muchas gestas, y se terminaban otras cuantas. Se fraguaban conspiraciones y asesinatos, se cerraban acuerdos y se rompían matrimonios, se formaban grupos de aventureros, exploradores, mercenarios o desertores. Todos eran bienvenidos mientras la bolsa estuviera llena.
Para un hombre que había perdido algo, como Oggo, era buen sitio para escuchar rumores y encontrar de nuevo el camino. O también podía elegir perderse entre la multitud, las risas y la cerveza barata. Si se abandonaba allí, ya no tendría que seguir buscando. No sería el primero.
Para otros, como Remu, el lugar ofrecía una oportunidad. Mitos y leyendas, rumores y mercaderías, tratos suculentos y objetos perdidos. Encontrar una pieza de la historia nunca era sencillo. Especialmente si ésta poseía valor. No eran pocos los que habían llegado a Ponthia, y a su cerdo alado, buscando una cosa y terminaban perdiendo otra más valiosa.
Otro buscador, Edgtho, que no hacía caso de destinos ni rumbos, había decidido que aquel lugar atiborrado de gente era tan buen lugar como cualquier otro para seguir una búsqueda que llevaba años a sus espaldas. Un camino u otro, lo mismo daba. Y allí había mil. Muchas posibilidades, ninguna certeza.
Bria, una más entre la multitud, había encontrado allí algo valioso; un punto de retorno. Ponthia era, en parte, el corazón del viejo mundo. Su posición privilegiada atraía toda clase de personajes y personalidades. Desde allí podía llegar a cualquier sitio; su hogar o la tumba. Ponthia tenía mucho que ofrecer, pero también mucha ansia. Ansia por devorar.

La música era estridente y desafinada, un telón de fondo que dotaba al lugar de un ambiente festivo. Una muchacha danzaba en una mesa, semidesnuda, mientras hombres de mirada torva observaba en silencio; una mano en la bolsa del dinero, pero los ojos fijos, siempre fijos, en la muchacha. Un soldado de permiso sudaba a mares, había lanzado un farol y se había apostado toda su bolsa, el pago de una campaña en las tierras lejanas de Nüt, a las Tres Cartas. El tahúr que tenía enfrente se relamía con las ganancias que pensaba obtener esa noche, había visto el farol y había seguido la jugada. El soldado dudaba entre si debía desvelar su última y fatal carta o desenfundar su espada. Un negro de aspecto siniestro, de hombros anchos, controlaba a los borrachos, defendía a las chicas y daba indicaciones a otros vigilantes de la taberna. La dueña de la taberna, tras la barra, fruncía el ceño contando mentalmente a sus parroquianos, tratando de saber cuánto oro cargaban y de cuánto podría despojarles. Más allá, un salvaje cubierto de tatuajes había retado a un pulso a un hombre enorme de tez morena y aspecto de marinero. Por supuesto, se hacían apuestas a su alrededor. Un furtivo ladrón cortaba una bolsa y la mano de una meretriz se deslizaba entre los pantalones de un rico mercader, tratando de obtener una ganancia extra ese día.
Un paisaje turbio, enfermizo, pero también libre, poseedor de un encanto que uno solo podía apreciar si formaba parte de él.

Y entonces un grito. Cortó las risas y las palabras, las conversaciones a voces se detuvieron abruptamente. Uno de los juglares partió una de las cuerdas de su harpa y el otro dejó de tocar el laúd al momento mientras el cigarro de chaga se consumía entre sus agrietados labios.
Otro grito. Una mujer, joven, cayó por una de las escaleras. Intentó levantarse, tropezó y se dio de bruces contra el suelo. Iba semidesnuda salvo por una túnica transparente que dejaba poco a la imaginación y mucho al deseo. Su cuerpo apenas contaba con dieciséis primaveras; pechos pequeños, incipientes, piel tersa, tostada por el sol, cabello largo y trenzado. Sus ojos, por contra, parecían poseer cien años de malas vivencias.
Tras ella apareció una figura enorme. Un hombre sudoroso y corpulento, una mezcla extraña entre grasa, músculo, vello corporal, toro salvaje y tatuajes baratos. En el cinto, un espada y en el cuello, el emblema del Falso Emperador. Un súbdito directo con relativo poder. Sus ojos eran esquivos como los de un animal que caza furtivamente. Hiena o chacal. Su sonrisa era dura, apretada, retorcida. No había en ella más que una burla de lo que debería de ser el buen humor.
—¡Melara! — su voz resonó como el bufido de un búfalo —. ¡Una de tus rameras ha intentado robarme!
Gruñó, escupió a un lado. Colocó su bota de piel sobre el rostro de la muchacha y la empujó contra el suelo sin piedad. La mejilla de la chica se estampó contra las duras tablas del suelo, cubiertas de salivazos y cerveza derramada.
No quedaban héroes. En una mesa cercana había una docena de hombres que portaban el mismo emblema que aquel hombre. Compañeros de armas y de profesión, todos armados y con las jarras a medio uso; no estaban lo suficientemente borrachos como para quedar fuera de juego. Los guardias de la taberna, con el enorme negro de cabeza rapada que los comandaba, no se movieron de su sitio.
Tras la barra de la taberna la señora del Cerdo Volador observaba la escena con cierto desapego. Antaño debía haber tenido una figura prodigiosa sumado a un rostro capaz de engatusar a un rey. Hoy día su jovialidad se había agrietado y sus facciones, así como su trasero, se habían endurecido. Melara llevaba años regentado el Cerdo Volador y no se había ganado su buena fama, y su buen dinero, desairando a los súbditos de la mano derecha del hombre que gobernaba la ciudad.
—¿Qué ha pasado esta vez, Glothus? Siempre encuentras un motivo para pegar a mis chicas —exclamó con tono áspero, era una víbora y cada palabra iba cargada de veneno.
—Tus putas son conocidas por tener manos hábiles, pero esta ratilla ha decidido meterlas en mi bolsa y no en mi entrepierna—presionó la suela de su bota contra el cráneo de la chica; las tablas del suelo crujieron, o quizás fue el hueso.
La muchacha tenía el rostro pálido salvo por una línea roja, sangre que caía de su labio roto y que destacaba perfectamente en su rostro aniñado. Su cuerpo, aún pendiente de desarrollarse, parecía frágil y hambriento. Una ramera barata cuya única ventaja en el negocio era su juventud. Cada uno explotaba lo que tenía.
El silencio impregnaba la sala. Todos contemplaban la escena, algunos aún con la jarra de cerveza sostenida en el aire. Nadie osó decir nada. Nadie se atrevió. Viajeros, comerciantes, guardias, mercaderes, rameras y jugadores. Glothus no era un problema que quisieran tener a sus espaldas. Cuando uno llegaba a Ponthia se interesaba por los hombres a los que no debía joder. El de Glothus estaba entre los primeros; capitán de la guardia del coliseo de Ponthia. Corrupto hasta la médula, un tiburón en un estanque lleno de pirañas que bien podía detenerte tanto dentro como fuera del coliseo.
—¿Vas a darle una lección a tu chica? —inquirió el capitán, su ojos brillaban con la malicia demente de aquel que disfruta haciendo daño a los demás, especialmente si a aquellos que eran más débiles que él. No costaba mucho imaginarse a Glothus ahogando gatos o quemando hormigas con una lente durante su infancia.
—Ya has pagado por su tiempo, ¿No? —contestó la dueña de la taberna. Hizo un gesto al cabecilla de sus guardias —. Disfruta de ella como quieras. Lo que te dé placer —una sonrisa forzada —. Pero no molestes al resto de mis clientes, su dinero vale tanto como el suyo.
Glothus retiró la bota del rostro de la chiquilla. Estaba paralizada de miedo. Cuando el gigante la levantó por el cuello se limitó a temblar.
—¿Has oído a tu jefa? Eres mía —su sonrisa creció lentamente mostrando todos los dientes, amarillos y podridos.
La muchacha se estremeció igual que si la gélida mano de la muerte se hubiera posado sobre su hombro y lo hubiera presionado.

Sucede que, a veces, son aquellos que menos armas tienen los que más las empuñan.
Surgió de entre la multitud, con las tachuelas doradas de su traje de bailarina repiqueteando como una serpiente de cascabel. Su cabellera dorada pareció un haz de luz en mitad de la oscuridad, la cola de un cometa que estaba destinado a estrellarse contra una roca más dura que ella misma. La mujer, esbelta, de piernas torneadas y rostro marfileño, llevaba grabada la determinación en sus ojos claros. Y aunque Glothus debía de pesar cincuenta o sesenta kilos más que ella, no se detuvo.
—¡Aparta tus manos de ella, cerdo! —la voz de un ángel entremezclada con una furia que nacía de un sentimiento fuerte y justo.
Al no encontrar nada mejor a mano la mujer atrapó una botella de vino y, sin miramientos, la estrelló contra la cabeza del capitán. Glothus, cubierto de vino y cristales, dio un paso atrás y soltó a la ramera. Con unos pasos hábiles, la bailarina se colocó delante de la muchacha y apuntó con el cuello rota de la botella al grasiento coloso.
—¡Quédate detrás de mí, Lyra! —le susurró a la muchacha.
Para entonces los guardias de la taberna ya habían empezado a moverse. Nada pudieron hacer. Glothus había sido alcanzado allí donde más le dolía; su ego. Sus ojos de hiena se convirtieron en algo peor. La bailarina se había mostrado resuelta. Era hermosa hasta el punto que dolía solo mirarla. Su piel blanca cubierta de lentejuelas doradas, sus curvas dibujadas por un artesano dedicado al placer, su melena de leona, sus ojos claros de salvadora. Su brazo, firme, armado, señalando al agresor. Era un ángel entre plebeyos.
Glothus agarró su muñeca con facilidad, la retorció arrancando un grito de la mujer. El cuello de la botella cayó al suelo y se hizo añicos. El capitán retorció el brazo hasta romperlo. Sonó como una ramita seca al quebrarse. En un ángulo ya imposible, el gigante arrastró a la mujer por delante de él, colocó su otra manaza en su nuca y estrelló su bello rostro contra el borde de la barra de la taberna.
El borde estaba decorado con filigranas de metal.
La muerte fue instantánea, el cráneo se abrió, la sangre brotó junto con algo gris, hediondo y asqueroso. El esbelto cuerpo se desplomó boca arriba cuando Glothus lo soltó, no sin antes soltar un ligero gemido de placer.
—¡No!¡Marissa! —la chiquilla alzó su voz, un grito desagarrado, estridente, que murió en su garganta también.
La ramera se arrodilló al lado del cuerpo. Había mucha sangre. La bailarina no respiraba. A su alrededor seguían los problemas. La mercancía no se tocaba. La mercancía no se rompía. Los cinco guardias de la taberna habían cercado a Glothus, con el negro a la cabeza. El capitán no tocó su espada, mostró sus palmas y sonrió. Tras él, los doce hombres de su grupo se pusieron en pie, las manos sobre las empuñaduras de sus armas. Todos tenían pinta de haber asesinado a su madre cuando aún estaban en la cuna.
—¡Quieto, Zhoga! —exclamó Melara, más crispada y enervada que asustada; para ella aquellos problemas eran cosa de cada día.
Durante unos momentos solo se escuchó la respiración taimada del negro Zhoga, el sibilino gemido de Glothus, los llantos de niña de Lyra y los pasos apresurados de Melara.
La dueña del local apartó a la joven de un empujón y empezó a palpar el cuerpo de la bailarina.
—¿Vamos a tener problemas, Melara? —inquirió Glothus, nada preocupado. Sus hombres eran superiores en número y él era intocable.
—Mi casa es una casa respetable. Incluso tú tienes que seguir unas normas. No puedes venir aquí y romper todas mis muñecas solo porque eso es lo único que hace que te la ponga dura —gruñó la mujer cuyas manos parecieron encontrar lo que buscaban. Arrancó una bolsita oculta debajo de las tachuelas doradas de la bailarina—. Pesa bastante.
Melara se apartó del cadáver, ignoró los llantos de Lyra y volcó el contenido de la bolsa sobre la barra. Empezó a contar el dinero de forma minuciosa, rápida y pulcra. Todo eran monedas de oro. Diferentes reinos, diferentes rostros de reyes y emperadores, el mismo valor.
—No me gustaría tener que cobrarte por tus impulsos, Glothus —exclamó Melara —. Hay suficiente. Suficiente para comprar dos putas de buena calidad —su rostro se iluminó durante unos momentos.
—¿En paz entonces? —inquirió el capitán, había cruzado sus gruesos brazos sobre su enorme pecho sabedor de la respuesta.
—Aún no —dijo ella, haciéndole un gesto al jefe de su guardia —. Mi casa es una casa decente. Esa chica merece un escarmiento.
Lyra se encontraba de rodillas, enfrente del cuerpo de su salvadora. Sus manos tocaban su rostro con calidez y delicadeza. Podía notar la piel, enfriándose. Colocó un mechón de pelo dorado con cariño, incluso amor, si tal cosa podía existir en un lugar como aquel. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y desesperación. No todos los días se ve morir a un ángel. No en todas las vidas se es amado por un ángel.
Zhoga apareció a sus espaldas. Sus negras manos rasgaron la túnica de Lyra dejándola prácticamente desnuda. Su cuerpo tostado mostraba otras heridas, ya viejas, de cigarros, pequeñas quemaduras o cortes. Lyra no intentó taparse, su mirada estaba fija en Marissa y nada más.
—Cincuenta latigazos —señaló Melara —. Ese es el castigo por robar en mi casa.
De nuevo, silencio. Una mujer de edad madura se atrevió a hablarle a su señora, debía de ser una de las madame que controlaba a las chicas del piso de arriba.
—Si estropea la mercancía no podrá hacer negocio con ella, señora —su voz apenas resultó audible.
—Con el dinero que estas dos furcias han estado robando podré comprarte dos putas mejores —contestó Melara, la bolsa con el oro colgaba ahora de su cinto, a buen recaudo —. No quiero ladronas en mi casa. Zhoga, dale un látigo a Glothus.
Ambos se sorprendieron por la petición.
—Ella te ha ofendido ¿No? Castígala en mi nombre —pidió Melara —. Y luego llévatela de aquí. Te la regalo, Glothus. Por las molestias.
El capitán de la guardia se relamió, satisfecho. Cuando el negro le entregó el látigo los ánimos se calmaron. Los hombres de Glothus volvieron a su mesa, calmos y obedientes. Su señor había ganado un nuevo entretenimiento, todo estaba en orden.
—¡Juglar! Toca algo para amenizar la velada. Esto es una taberna, no un entierro —pidió Melara volviendo a su lugar, tras la barra. Nadie retiró el cadáver de Marissa.
La música volvió, las camareras volvieron a ponerse en circulación. Volvieron algunas conversaciones. Se reanudó la vida en la taberna. Algunos cambiaron de sitio, se colocaron en primera fila para ver el nuevo espectáculo. Aquello era gratis. Prometía humillación, sangre, lágrimas y una muchacha desnuda. Pidieron otra ronda; borrachos y cachondos.
Glothus miró el látigo, satisfecho. Lo hizo restallar una vez contra el suelo. Lyra no se estremeció. Encogida, esperaba su castigo con los ojos aún puestos en los de Marissa quien la contemplaba desde el otro lado. Al no poder hacer llegar el miedo a su corazón, Glothus hizo llegar el látigo a la espalda de Lyra. Arrancó un jirón de piel, lágrimas al aire, gotas de sangre y un gemido de dolor. Pequeño, insignificante si se le comparaba con el grito que Lyra había pronunciado cuando el capitán le había abierto la cabeza a su amante.
—Es un sueño —decía Lyra, susurrante, delirando, tiritando de frío o pavor —. Nos iremos de aquí. Marissa. Nos iremos de aquí como dijimos. Juntas.... No me dejes, por favor. Ayúdame, por favor.
Su vocecilla quedó ahogada por la música, el choque de las jarras de cerveza y las conversaciones triviales. Entre todo ellos, la voz de Glothus se hizo oír.
—Uno.

Notas de juego

Bueno, pues empezamos. Espero que lo disfrutéis tanto como yo. Recordad, tenéis libertad de acción, lo que sucede en la taberna no tiene porque afectaros. El único hilo conductor a partir de ahora son vuestras acciones.

"Sed cautos,
siempre velad,
pues el demonio anda buscando,
como león reguiente,
a quien devorar"

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12/01/2019, 23:35
Oggo

Una de las ventajas de ser manco era que no merecías una segunda mirada. Oggo por momentos se sentía casi invisible, especialmente en las multitudes. Pasaba entre los guardias de la ciudad sin demasiados cuestionamientos, a nadie le preocupaba dónde iba, de dónde venia, o cuales eran sus asuntos en Ponthia, como tampoco tampoco se lo habían preguntado en Argus, ni en Tarantia, ni en Lagash. Era cierto que había ayudado a que se diera aquella circunstancia vistiendo como lo hacía, como un pordiosero, como un loco, y probablemente lo fuera. Su piel ajada por el sol del desierto y su falta de aseo completaban una apariencia que él mismo en el pasado hubiese despreciado. Pero su yo del pasado había desaparecido para siempre, y eso que quedaba era lo que caminaba por esas calles polvorientas.

Caminó hablandose a sí mismo, relatandose aquella historia de la figurilla tallada picta que llevaba en la bolsa, para no olvidarla. Últimamente no encontraba a nadie que le interesaran sus historias mas que a sí mismo. Caminó hasta llegar a lo que consideró el centro de la ciudad, o a una plaza grande, le daba igual lo que fuera. Se sentó un rato en el suelo, descansando. Observó con atención los movimientos, los rostros de los esclavos, de sus amos, de los comerciantes, de los guardias, de los ladrones. Otra de las ventajas de ser invisible.

El sol se iba retirando del cielo y otro día pasaba. Era hora de moverse. No le hubiese molestado dormir en la calle, tampoco hubiese sido la primera vez, sabía defenderse lo suficiente como para quien intentara robarle se arrepintiese de su estupidez, pero una ciudad de esclavos no era un lugar donde cometer ese tipo de errores.

El Cerdo Volador era lo suficientemente apestoso y a la vez lo suficientemente acogedor como para ser una buena elección para pasar la noche. Lamentaba tener que utilizar sus pocas monedas en eso, pero era necesario. Pidió una bebida barata y mientras agredía su garganta con la bazofia que le habían servido se dedicaba a observar el lugar donde iba a pasar las próximas horas. Su objetivo era el de siempre, quien era el mas peligroso, quien podría ser una amenaza, quien era la persona que llevaba la sartén por el mango. Y la respuesta a la última pregunta no se hizo esperar.

El grito, el silencio, el otro grito. Y luego se produjo la escena de la noche. Aquella bestia asesinando sin piedad a la chiquilla que había sido tan estúpida como heroica como para enfrentarlo. Oggo lo lamentó, pero era la ley del ladrón. "No dejes que te atrapen". Y a esta la había atrapado el peor prospecto posible. 

Escuchó con atención lo que siguió, la discusión con los guardias, con la tal Melara, y un desenlace previsible, estando donde estaban. Oggo se dio cuenta de que había estado tratando de mirar hacia otro lado, hacia donde aquello nunca había sucedido, donde una chiquilla no iba a ser torturada y llevada a uno de los peores destinos posibles, por lo que se adivinaba. No quería pensar en Kyara. Volteó con disimulo pero rápidamente hacia otro lado cuando escuchó el "uno", y trató de contener el agua dentro de sus ojos.

Es esta maldita bazofia que estoy bebiendo, pensó. Pero no, no era.

Nada podía evitar aquellos latigazos. Nada cuerdo, por lo menos. Intervenir en aquella situación en una ciudad de esclavistas era una sentencia de muerte, o peor. Luego su maldita curiosidad lo haría seguir al tal Glothus.

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12/01/2019, 23:52
Bria

Nunca había estado en ella, pero había oído hablar de Ponthia lo suficiente como para tener bien pocas ganas de visitarla algún día. Y sin emabrgo, allí estaba. Mientras recorría las atestadas y malolientes calles de la decadente ciudad, pensó si no habría sido mejor que se hubiera puesto a vagar por el desierto.

Deambuló por los callejones mientras buscaba un lugar en el que pasar la noche y descansar, a la mañana siguiente ya empezaría a buscar una manera de volver a casa. El nombre de un establecimiento le llamó la atención. El Cerdo Volador. Se paró frente a su puerta y sonrió para sí. Cuando los cerdos vuelen era una frase bastante popular para referirse a algo que resultaba imposible. El camio desde allí a Brythunia le parecía imposible en esos momentos, así que quizás un cerdo volador le diera algo de suerte a la hora de empezar.

Nada más cruzar sus puertas, supo que se había equivocado.

El lugar era grande, pero estaba abarrotado de gente de todas las clases y procedencias. Al igual que tdoa clase de olores. Arrugó la nariz y contuvo el impulso de tapársela con la mano antes de adentrarse en el establecimiento. El ruido no era menos intenso, entre la música y las numerosas conversaciones era imposible entender más que alguna palabra de ambas. Allí cada cual iba a la suya, y Bria se fue moviendo entre el gentío, observando cuanto ocurría mientras buscaba un lugar donde poder sentarse.

Acabó encontrando un pequeño hueco en una mesa ya abarrotada de gente que poco tenía que ver entre sí. Otros viajeros solitarios, en pequeños grupos como mucho, que se habían sentado a la misma mesa porque ya no quedaban libres de las más pequeñas. Las diversas charlas eran intrascendentes, pero aun así matuvo puesta la oreja mientras seguía observando cuanto sucedía en el local, algo recelosa. Nunca se sabía cuando uno podía enterarse de algo importante, aunque fuera de pasada.

Apenas puedo dar un trago a la pinta que le habían servido cuando un grito rompió el caótico ambiente de taberna. Otro grito siguió al primero, y luego una chica joven, a todas luces una de las prostitutas, aterrizó en el suelo con un duro golpe. El que la había arrojado no tardó en salir también a la luz. Por como lo miraban los parroquianos, parecía que intimidaba más por lo que representaba que por su físico, de modo que preguntó sobre aquél hombre a sus compañeros de mesa, en voz baja.

Glothus, memorizó el nombre, aunque en vano. El tipo era virtualmente intocable, como demostraba con una actuación como aquella. La docena de sicarios a sus espaldas eran una medida lo suficientemente disuasoria. Para la mayoría, al menos. Otra mujer salió al escenario, avergonzando a todos aquellos a los que se les psaba por la mente hacer algo pero no se atrevían. Una verguenza que duró tan poco como la actuación de la hermosa bailarina. Estaba sentenciada desde el momento en que había empuñado la botella, y su sangre no tardó en manchar el suelo.

Observó en silencio como la dueña y Glothus se repartían la vida de la pobre muchacha. Abrió los ojos, sorprendida, al escuchar el castigo. Cincuenta latigazos... supo de inmediato que la joven no sobreviviría. La taberna fue volviendo a la normalidad, como si nada hubiera sucedido. Un asco inmenso la llenó por dentro al comprobar como había algunos que se mostraban expectantes ante lo que iba a suceder. Un asco que también la incluía a ella misma.

Es una ladrona, se decía, tratando futilmente de convencerse. El primer latigazo cayó sobre la espalda de la joven, el restallido y el grito que lo siguió hicieron que la propia Bria cerrara los ojos de la impresión, como si le hubiera dado a ella. Echó una ojeada a Glothus, y otra a la docena de soldados que observaban tranquilamente como su jefe se cebaba con Lyra. No podía hacer nada contra aquello, nada salvo una cosa.

Gran Madre, rezó, si estás viendo esto, si tienes el más mínimo poder en esta parte del mundo, ayuda a esta joven. Haz que se desmaye. Que sufra lo menos posible.

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13/01/2019, 03:25
Edgtho

Edgtho había pasado unos pocos días dando vueltas por la ciudad. Como otras que había visitado en el pasado, aquella le parecía interesante. Uno podía encontrar cuanto quisiese si disponía de suficiente tiempo para buscar. Armas, diversión, alimentos. Cualquier cosa. Al mismo tiempo también era sencillo pasar desapercibido. En ese sentido Ponthia era casi un paraíso. Nadie iba a fijarse en alguien como él aunque llevase armas encima. Ser parte de la multitud resultaba agradable porque implicaba no mezclarse con nadie en absoluto. Aún así no era un hombre que pudiese estar demasiado tiempo vagando sin más. Ni siquiera estaba allí por gusto. Tenía una búsqueda por delante, un objeto por encontrar, una promesa que cumplir. No conseguiría nada de eso sin información, e información era justo lo que no había conseguido hasta el momento. Tampoco podía sorprenderse, no tras tantos años. En realidad ni siquiera estaba seguro de si estaba persiguiendo un mito o una fanfarronada, tal como había llegado a pensar en el pasado, o si por el contrario se encontraba más cerca que nunca antes de cumplir su palabra. A pesar de todo, de tantas decepciones, confiaba en que se tratase de lo segundo. De otro modo jamás tendría forma de hacer justicia a su mentor.

El Cerdo Volador. Había sonreído la primera vez que escuchó el nombre. Probablemente jamás lo admitiría en una conversación, si es que tuviese a alguien con quien conversar, pero parte de él había decidido ir a la taberna solo por el nombre. Rápidamente descubrió que aquello no tenía nada de infantil. Ni siquiera hacía falta entrar, podía escucharse, incluso olerse, la clase de tugurio a la que se dirigía. Edgtho ya había visitado lugares similares, sabía bien que eran la mejor opción para encontrar información, pero se sentía igualmente decepcionado. “Una reacción infantil”, se dijo mientras negaba con la cabeza.
Al traspasar la puerta confirmó aquellas impresiones. Se encogió de hombros, respiro hondo, y finalmente pasó al interior. Al menos podía perder algo de beber. Lo iba a necesitar. Si tenía que empezar a hacer preguntas, prefería estar de mejor humor. Buscó sin éxito un lugar tranquilo donde sentarse. Al no encontrarlo tuvo que conformarse con la silla vacía más cercana. Allí dedicó unos instantes a mirar al resto de parroquianos. Todos estaban sumidos de un modo u otro en el ambiente de la taberna. Jugadores con mala racha y jugadores aprovechándose de la mala racha de otros. Mujeres fingiendo sentirse atraídas por hombrecillos sin otra cosa que ofrecer más que dinero y hombrecillos dispuestos a creerse que aquellas mujeres les encontraban atractivos. En cierto modo toda la escena era una gran mentira, un teatro, en el que cada actor estaba contento de interpretar su papel.

Repasó mentalmente cuales debían ser sus siguientes pasos. Buscaba una espada rúnica de las tierras del norte. Dudaba mucho que la mayoría de clientes supiese distinguir una pieza así al verla. A decir verdad, él mismo tampoco estaba seguro de poder distinguirla. Sin embargo podía preguntar otras cosas, pedir información que le pudiesen dar con más precisión. No debía buscar la espada, debía buscar a quien tenía la espada. Sabía que se trataba de un coleccionista, alguien que no tenía interés en la utilidad del arma, solo en su rareza. También tenía que ser alguien con mucho dinero, suficiente para enviar a su gente más allá del desierto a buscar piezas extrañas sin ninguna utilidad real. Finalmente, era alguien cuya última expedición comercial había regresado hacía menos de un mes. Edgtho Imaginaba que al preguntar por gente que cumpliese todos esos requisitos, encontraría más de un candidato. Ricos y nobles son similares en todas partes del mundo. Podía parecer poco por donde empezar, pero era suficiente. La primera pista lleva a la segunda, la segunda a la tercera. Tan solo necesitaba comenzar a recorrer el camino, ya vería después dónde le llevaba. En cierta forma la anticipación era la mejor parte de la caza. Ciertamente aquello no era una cacería, pero Edgtho traba de pensar siempre en esos términos, términos que conocía bien.

El grito interrumpió sus pensamientos. No le costó encontrar la fuente del ruido, pero tampoco intervino. La taberna tenía guardias de apariencia fuerte y despiadada. Seguramente estaban acostumbrados a lidiar con situaciones así. No lo hicieron. Incluso un recién llegado como Edgtho había escuchado el nombre de Glothus, la clase de persona con quien uno no debe meterse si quiere evitar problemas. Aún así la actitud de los matones le parecía absurda. Por un lado no comprendía que aceptasen perder así a una chica que a buen seguro les daba un buen dinero. Por otro lado, y esto le irritaba profundamente, no entendía que no protegiesen a una de los suyos. Cuando la bailarina apareció en escena, Edgtho pensó que todo iba a acabar. La joven Lyra, pues ese era su nombre, podía significar más o menos para ellos, pero cualquiera podía ver el valor de una bailarina como la joven de cabellos dorados. Nada, ni siquiera se inmutaron mientras la pobre desgraciada gritaba de dolor, ni cuando le arrebataban la vida. Que muerte tan cruel. Una vida segada por intentar hacer lo correcto mientras los demás miraban. Esa debía haber sido la última frontera, el punto en que los guardias y Melara, la dueña del tugurio, reaccionasen. Y reaccionaron, claro que reaccionaron, pero no como Edgtho esperaba. Tenían el dinero de la joven, Glothus tenía a alguien con quien saciar esa sed de sangre. Los clientes tenían un espectáculo con el que deleitarse. Todos salían ganando. Todos…

Edgtho miró. Una sola flecha al cuello, Glothus moriría sin saber lo que había ocurrido. Entonces tanto guardias como soldados se echarían encima. No ayudaría a Lyra y probablemente tampoco saldría por su propio pie de la taberna. No le gustaba, pero tampoco le gustaba dejar que la pobre chiquilla recibiese semejante tortura después de haber visto morir a alguien a quien evidentemente quería. ¡Maldición! Conocía bien esa sensación. Conocía bien el dolor de un latigazo, la sensación de no poseer tu propia vida, de no ser más que un objeto, una diana, para quienes tenían poder. Le hervió la sangre hasta el punto de regresar a la idea de la flecha al cuello. Aquello no iba a funcionar. Necesitaba llamar la atención de Glothus para que este parase. Dinero, podía intentar comprar a la niña. No, tampoco funcionaría. Ni tenía semejante cantidad de oro ni creía que a aquel malnacido le importase. Ya había visto a gente así antes, necesitaban matar, hacer daño, tanto como respirar. Lo peor era que podía matar y hacer daño porque todo el mundo temía enemistarse con él. Glothus podía actuar con impunidad porque la gente le temía, porque tenía una imagen. Necesitaba esa imagen para imponerse. Por supuesto también tenía a sus hombres, pero los soldados suelen recordar muy bien las humillaciones de los superiores. Cuando dejas de ser el tipo al que temer, otro quiere tu puesto. Sí, tal vez eso pudiese funcionar.

-¿El capitán solo es valiente con bailarinas y niñas? - preguntó Edgtho en voz alta. Muy alta. - Imagino que es muy fácil cuando no devuelven los golpes… capitán.

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14/01/2019, 05:35
Remu

Remu se encontraba caminando por la ciudad, estaba consiente de que su viaje hasta el momento había sido infructífero, pero su determinación aun no estaba completamente mermada, sabia que los dioses solo estaban probándolo, jamás lograría su cometido si antes no era capaz de soportar las pruebas mas duras…entre ellas el sentimiento de derrota. La noche llegaba a su apogeo máximo cuando el joven Latini sintió la llamada de la fortuna, vislumbro desde lejos el exterior de un local bullicioso y activo, una tabernae seguramente. Al acercarse sintió que estaba siendo probado nuevamente, el olor inundo sus fosas nasales evitando las arcadas solo gracias a su túnica, que le funciono como un escudo para los fétidos aromas provenientes de ese lugar.

-Esto no es una tabernae…malditos salvajes-Dijo en voz baja para si mismo-Extraño mi hogar.

  Alzo la cabeza intentando leer inscripciones en algún punto del portal de entrada, gracias a sus años de estudio logro reconocer una pequeña base de la escritura descifrando el código como “El cherto colador”, sin embargo luego de escuchar a algunos de los locales conversar antes de ingresar al establecimiento se decanto por la posibilidad de que el tugurio maloliente se llamase “El cerdo volador”.
-Suena apropiado para estas bestia.

Al entrar un silencio sepulcral se instalo en el ambiente, un nudo se presento en su estomago, su cuerpo reaccionando instintivamente aceito con saliva su garganta en espera de una rápida necesidad de ser un charlatán. Lo que paso a continuación solo consiguió que el nudo se apretase con mas fuerza, aun sin conocer el contexto Remu pudo identificar la situación, las culturas podrán tener muchas diferencias en todos los niveles imaginables, para también poseían múltiples similitudes y Remu estaba muy familiarizado con esta practica, después de todo, un humano que ejerza la fuerza o la intimidación como método de control de masas es lo mas común sobre la faz de la tierra. La escena de la noche llego a su final después de un trato alevosamente horrendo enfrente de todos los presentes, me vi forzado a dar un fuerte trago de saliva pues sabia lo que esto significaba…el poder, la autoridad forzada, el miedo, todo indicaba al mas corpulento y asqueroso de los presentes, si quería tener una oportunidad de encontrar información tenia que escalar hacia la sima, debía ganarme el favor de la bestia llamada Glothus o encontrar a sus opositores, en cualquier caso, la oportunidad se presento mas rápido de lo que crei.

-¿El capitán solo es valiente con bailarinas y niñas? - preguntó un hombre en voz alta. Muy alta. - Imagino que es muy fácil cuando no devuelven los golpes… capitán.

Los hilos habían sido tensados, ya no había vuelta atrás, debía decidir. Defender el honor de la bestia y conspirar a su favor o ayudar al valiente, sino también estúpido ostentador de la verdad.

 Ningun verdadero hijo de Roma estaría a favor de tal criatura repulsiva. Puede que mi fuerte no fuese el apoyar físicamente a ese hombre, pero yo era consiente de cómo planificar a ganar. Antes de que la aberración respondiera a las provocaciones comencé a desplazarme a través de las mesas, señalando a los “Comensales” (Si es que así pueden ser llamados) la situación, agitaba la idea de que el sujeto era un idiota en las mesas mas vulgares y destacaba el valor del mismo en aquellas que reflejasen algo de humanidad. Si mi plan comenzaba a funcionar no lo sabia, pero todo se definiría durante el transcurso del venidero conflicto, pedí a los dioses por la seguridad del insensato y proseguí a ascender con cautela, sin mencionar discreción,hacia la segunda planta, buscando un lugar alto que me permitiese ver con claridad la situación.

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16/01/2019, 01:21

Oggo aceptaba las desgracias de la vida de forma estoica. Era una roca. Si llovía, recibía el chaparrón. Si un animal decidía orinar encima de él, así era el mundo. Era una roca, inamovible. Ni siquiera la marea de sentimientos crecientes de su interior le hizo reaccionar. Era, también, hombre sabio que sabía medir el peligro. Glothus era más de lo que podía tragar un recién llegado en la ciudad.
Bria reconoció aquella parte del mundo como lo que era; un pozo de bajeza humana. La sangre le ardía, su alma se retorcía, incómoda. Ninguna voz se alzó. Ni siquiera la suya. En su fuero interno rezó. Su plegaria muda se elevó muy alta. Quizás nadie la escuchase. Los dioses estaban muy lejos de aquel lugar. No había madres guardando de sus hijas, las habían venido como rameras.
No había cabida para los dioses en el Cerdo Volador. Solo para hombres. Y un loco.
La voz de Edgtho hizo callar a todos el mundo. El silencio volvió a la taberna mientras todos contemplaban con ojos curiosos al necio que había dedicado aquellas palabras a uno de los hombres más peligrosos de la ciudad. No vieron a nadie especial; un viajero más, cubierto por el polvo del desierto, cansado y con cicatrices. Nadie especial. Salvo porque había decidido hablar.
Algunos bajaron la vista, avergonzados. Otros le miraron igual que si estuvieran contemplando a un hombre cavar su propia tumba mientras entonaba una canción alegre. Los más listos aprovecharon para escabullirse. Glothus se giró muy lentamente. No estaba acostumbrado a ser desafiado. Lo que sus crueles ojos encontraron fue un rostro más. Su mirada poseía el tinte vacío que tienen los hombres que han visto mucha muerte a su alrededor. Solo veía carne, huevos y un corazón que latía. No había desafío allí.
—Si quieres, puedes ocupar tú su lugar —gruñó. Propinó otro latigazo a la muchacha, era muy hábil con el látigo —. Vaya, me has hecho perder la cuenta. Los números nunca fueron mi fuerte. Volveré a empezar —y soltó una risotada que nadie secundó.

El ambiente estaba raro. Cargado. Los hombres de Glothus estaban tensos. Algunos de los borrachos miraban al suelo o hacia otro lado. Nadie quería ser el blanco de su ira. Pero había algunos que miraban al gigante directamente. Tres jóvenes con aspecto de soldados, seguramente desertores, cuchicheaban entre sí. Rubios, bien formados, dos de ellos trataban de convencer al tercero. Otro tipo grande, un salvaje barbado, cubierto de tatuajes, empezaba a lamentar la pérdida de su puta favorita. Un viejo mercader que había perdido a su hija por culpa de las fiebres rojas hace tan solo dos semanas veía su rostro en el de cada joven. El alcohol no le había ayudado con sus demonios y ahora se preguntaba qué pasaría si diera la orden de atacar a los tres matones que siempre le acompañaban.
Había miradas cruzadas. Porque el rival del mercader veía la oportunidad de asestar una puñalada por la espalda en mitad una trifulca y así quitarse la competencia de golpe. Así como el cazador de recompensas que sabía que no podía traer de vuelta a tres desertores. Pero si alguno de ellos moría en una trifulca.

El ambiente estaba tenso. Podrían haber sacado los aceros y cortar un poco. El aire era sólido, denso. Remu sabía que palabras colocar en los oídos adecuados. Y aunque algunas palabras habían caído en saco roto, otras habían dado en el blanco. Porque todo el mundo tiene demonios, algunos a los que pagar, otros que exorcizar. E incluso la vida de una puta tenía más valor que el peso de una bolsa de oro.
Una vez sacudido el avispero Remu se dispuso a subir las escaleras. Había alguna chica apostada en ella. Se quedó a mitad del tramo.
—Quieto —la exótica voz que sonó tras él pertenecía a Zhoga, el negro encargado de la seguridad del local —. ¿Quién te envía? ¿Otra vez Vanussa? Sus disputas no nos interesan en esta casa —su voz era un susurro, no quería perturbar un ambiente cada vez más cargado —. He visto antes otros alborotadores como tú. Por aquí no nos gusta la escoria como tú. Deja tu arma en el suelo, muy lentamente, o te la quitaré yo. Te vienes conmigo —el negro estaba solo, sus hombres controlaban la escena abajo, salvo por la pesada maza de remaches claveteados que llevaba bien asida en su zurda.

Glothus miró a su alrededor. Podía sentir el calor subiendo a los corazones de los que le rodeaban, la sangre palpitando, hinchando venas, pasiones y odios. Y le encantaba. Recogió el látigo; en la punta había gotas de sangre. Con un hábil gesto de muñeca lo volvió a lanzar.
—Uno —repitió, desafiando al loco forastero, pero también a todo su entorno. Él era Glothus, capitán de la guardia del Coliseo, vasallo director del Falso Emperador. Aunque hubiera querido, retroceder nunca había sido una opción.

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16/01/2019, 14:59
Oggo

El extranjero que había desafiado al tal Glothus había dado un golpe aún mayor que el que había dado en el orgullo del capitán, que ya era grande, sino también en el de Oggo, que había calado profundo. Muy profundo.

Kyra.

Observó por un momento al extranjero, a algunos de los personajes de las otras mesas, a Melara, a los guardias del tugurio. La tensión se palpaba en el aire, que estaba mas enrarecido a cada segundo. 

Maldijo su suerte. Un Cuervo joven se reía de él a través del velo del pasado. Aquel hubiese actuado rápidamente, en lengua, músculo y acero. Pero todo lo que quedaba era este viejo acobardado y vencido. 

Su mente buscaba una salida que salvara a la chica y no terminara con sus huesos en el sangriento coliseo de Ponthia. No la había. Al principio había pensado que existía alguna posibilidad de torcer el destino en las oscuras calles de esa ciudad maldita, pero los dioses no eran tan benevolentes. Nunca lo eran.

Se quedó observando a Lyra. Que parecido era su nombre. Miró al cielo, o al techo mugroso, que era todo lo que había ahí. No había dioses, sólo la barbarie de los hombres. Había que pagar el precio. Una parte de su mente, la que sobrevivía, le repetía no, no, no lo hagas. Pero el extranjero había removido algo esencial en su alma, si es que aún la tenía.

- Yo ocuparé su lugar -dijo, en voz no demasiado alta, quebrándose hacia el final de la frase.

Caminó hasta ubicarse entre el látigo y la chica.

- Yo ocuparé su lugar -repitió, esta vez con un poco mas de seguridad, aceptando su destino.

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17/01/2019, 00:11
Remu

  La situación empeoraría antes de mejorar, ahora un hombre viejo se ofrecia a tomar el castigo de la muchacha, no a pelear, el estaba mas que consiente de que sus posibilidades eran demasiado bajas…planeaba tomar la carga de aquella sirvienta.

—Quieto —Una extraña voz alcanzo mis oídos desde mi espalda—. ¿Quién te envía? ¿Otra vez Vanussa? Sus disputas no nos interesan en esta casa —su voz era un susurro, no quería perturbar un ambiente cada vez más cargado —. He visto antes otros alborotadores como tú. Por aquí no nos gusta la escoria como tú. Deja tu arma en el suelo, muy lentamente, o te la quitaré yo. Te vienes conmigo."

El hombre se encontraba solo, pero Remu no pretendía engañarse a si mismo, esta persona no era un simple hombre, su cargo en el establecimiento reflejaba su pericia a la hora de pelear y la confianza de su jefa su efectividad, no, este hombre valia lo mismo que unos cuantos soldados adiestrados.

-Espera, porfavor Doctore Zhoga, no pretendo el mal para el negocio de su patrona-Mi voz se había tornado firme, sin atisbo de duda, una habilidad que me costo años templar en mi tierra-. No te hablare como si pudiese convencerte de dejarme ir, no eres un mediocre como los alborotadores de abajo, entiendo que tu deber es importante y lo cumples a raja tabla, pero puedo pedirte que acompañes a tus hombres abajo, la situación no va a desenvolverse de forma agradable-Realice una breve pausa y observe el altercado en proceso.-solo deseo que la situación sea mas fácil para quienes exhiben el valor adecuado que deben poseer los humanos.

Con cuidado quite mi gladius de mi cinturón y acto seguido con mi otra mano extraje mi Cinquedea de igual forma, se las presente al imponente hombre con respeto y apuntando el filo hacia mi persona.

-Actúa como te parezca correcto, si decides creer mis palabras me encontraras en el segundo piso cuando el altercado termine.

A pesar de que aun conservaba mis queridas falcadas ocultas en mis brasales no realice ningún movimiento mas, incline mi cabeza por respeto y señal de no hostilidad, estaba encomendándome al hombre.

 

 

 

Notas de juego

No se si esto amerite una tirada de persuasion, pero en vista de que aun no comprendo como utilizar los dados de la pagina me abstengo jajajajaja. En cualquier caso lanze un dado aqui en casa y obtuve un 2(?.

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19/01/2019, 00:43
Bria

No esperaba que nadie fuera a intervenir. Estaba aprendiendo que, en aquella ciudad, cada uno miraba por su propio pellejo, y los que no lo hacían no solian durar demasiado. Por eso, cuando aquél hombre alzó la voz no solo para intervenir, sino para increpar a Glothus, supo que tampoco debía de ser de allí. Parecía capaz y no le había titubeado la voz al hablar de aquella manera a uno de los hombres más poderosos de la ciudad... pero estaba solo. Glothus se regodeó, sabiendo que por muy bueno que fuera ningún hombre podría contra él y sus soldados en solitario. La chica volvió a pagar el precio.

Las miradas y los gestos de varios de los presentes llamaron su atención. Unos hacían como que lo que sucedía no iba con ellos, por si por una de aquellas la situación se descontrolaba. Otros seguían como antes, observando pero por la sola expectación de a ver si ocurría algo interesante. Pero había algunos que parecían interesados en otra cosa. Con aquél comportamiento, sin duda Glothus no sería alguien apreciado en la ciudad, y solo el poder que estaba detrás de él era lo que lo mantenía a salvo. No serían pocos los que se alegrarían si algo le pasaba.

Sabiéndose protegido, el capitán de la guardia se creció, contento con tener la atención de todos los presentes, con una oportunidad más de demostrar que él era el que mandaba. Volvió a alzar el látigo, pero entonces otro hombre, otro desconocdio, se levantó. Le faltaba un brazo y tenía un aspecto harapiento, pero avanzó con firmeza hasta ponerse entre la muchacha y Glothus. Cuando Bria escuchó sus palabras, apenas pudo creérselas.

¿Así es como proteges a una de tus siervas, Modron?, la pregunta no era un reproche, sino la confirmación de un hecho. La Gran Madre podía velar por todas las mujeres, la adoraran o no, pero seguía siendo una diosa, por lo que uno nunca sabía que esperar de su ayuda. Aquella pareja de hombres bien podía ser una señal. El manco parecía haber pasado una penuria tras otra, podía entender que pretendiera sufrir una más y ahorrársela a la joven, y por ello admiraba su corazón. Del extranjero no podía hacerse ninguna idea todavía, pero era el que había puesto en marcha aquello, y por ello contaba con su agradecimiento.

Ella no podía hacer menos. Se puso también en pie, y se acercó a Lyra para arrodillarse ante ella y examinar sus herida. Entre ellas y Glothus seguía estando el manco, y si hacía falta, la protegeria también con el escudo redondo que llevaba a la espalda. Una daga y una espada corta colgaban de su cinto... y, arrodillada al lado de la muchacha, mantuvo una mano inocentemente cerca de su bota, donde guardaba una segunda daga. 

Un vistazo bastó para conocer el alcance de la herida. La carne estaba levantada y roja allí donde habían golpeado las cuerdas, pero todavía no era nada de gravedad. Dos latigazos no eran mucho, era algo con lo que podía lidiar. Pero si el castigo no se detenía... — Ha aprendido la lección — habló, tratando de convencer a quien fuera de que Lyra merecía otra oportundiad — Si la trato ahora no le quedarán cicatrices y podrá volver a trabajar en poco tiempo. No hay necesidad de desperdiciar un talento así — era joven, y seguramente habilidosa si alguien del estatus de Glothus la había elegido. Por la expresión perdida de la joven y el como seguía mirando el cuerpo de la otra bailarina muerta, dudaba que fuera a agradecer que la ayudara. Si tenía éxito, viviría una vida amarga ... pero viviría, al contrario que con el capitán.

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21/01/2019, 00:47
Edgtho

Edgtho había conseguido justo lo que no quería, llamar la atención. De pronto la gente se había vuelto hacia él, preguntándose qué clase de imbécil era. Al menos eso pensaba Edgtho. Tal vez fuese una pregunta acertada. Sería mucho más prudente permanecer al margen, pero no iba a hacerlo. No solo era tarde para dar marcha atrás, también resultaría inaceptable. Desde luego habría preferido evitar todas esas miradas, esquivar la opresiva sensación de haberse convertido en el centro de atención. ¡Demonios! Daría cuanto oro había pasado por sus manos a lo largo de toda una vida para simplemente desaparecer, encontrar la primera esquina sombría, ser ignorado por todos los allí presentes. En cierto modo sería sencillo. Bastaba con agachar la cabeza, asentir, y dejar que la escena siguiese su curso. Sencillo, sí, pero no iba a ocurrir. Esa cría, Lyra, merecía que alguien la defendiese.
En su mente, Edgtho rememoró los azotes, el dolor cuando el látigo muerde con la fuerza de una serpiente hambrienta. Recordó a sus compañeros, esos que como él ni siquiera tenían nombre, no para sus superiores, con las espaldas y las piernas desgarradas, recorridas de arriba abajo por oscuros ríos de sangre. No, aquello no iba a ocurrir en su presencia.

Cuchicheos, tardó en oírlos, pero finalmente se dio cuenta. Escuchaba pequeños susurros en todas direcciones. No había sido el único en plantarse. Allí había más gente decente asqueada por el sangriento espectáculo. Aún así el bastardo de Glothus azotó de nuevo a la chica. El capitán no iba a parar al sentir la tensión en el ambiente. Al contrario, necesitaba mostrar aún más fiereza. Cuando utilizas el miedo para conseguir tus propósitos, no puedes mostrar un solo momento de flaqueza. Además, Edgtho estaba convencido de que ese malnacido disfrutaba haciendo daño. Más aún, le excitaba. No era la clase de persona dispuesta a renunciar a la diversión solo por unas cuantas miradas de desaprobación. En lugar de eso lanzaba un desafío abierto a todo el mundo. También lanzaba uno más concreto, intercambiarse con Lyra.
Glothus era rápido y hábil con el látigo. De hecho el segundo golpe había llegado por sorpresa. Merecía la pena tomar nota de ese detalle. Tenía práctica. A la vez también mostraba una pequeña debilidad. Un látigo es la peor arma para bloquear golpes. Incluso con mucha habilidad, requiere al menos dos movimientos. Primero atrás para darle recorrido, luego adelante para descargar la fuerza. Para desviar un golpe no bastaba con ponerlo delante.
Pensando un poco más, la situación había cambiado un poco. Edgtho sabía que si actuaba habría pelea. No estaba seguro de si eso era bueno o malo. Se respiraba una inquietud similar a los instantes previos a una emboscada, como si uno pudiese oler ya la sangre que iba a derramarse.

Seguía valorando sus opciones cuando ocurrió algo. Algo inesperado. Otro hombre, un anciano con un solo brazo, intervino poniéndose entre Lyra y Glothus, ofreciéndose a recibir los latigazos en lugar de la chica. Era admirable, realmente admirable. Edgtho no esperaba ver algo así. Eso era valor auténtico. Ofrecer pelea es distinto. Puedes ganar o perder. Ofrecerse voluntario para ser golpeado requiere mucho más coraje porque sabes que no hay victoria posible. Solo un golpe tras otro hasta que el torturador decida parar. Ignoraba el nombre de aquel valiente, pero pensó que necesitaría preguntarlo si las cosas no acababan torciéndose demasiado.
Entonces ocurrió algo más. Una mujer también se movió hacia Lyra para examinar las heridas de la joven. Más aún, le dio la espalda a Glothus. Un gesto temerario. Edgtho había juzgado mal la taberna, o más bien a su clientela. También necesitaría preguntar el nombre de aquella mujer.

Por desgracia aquello asustó un poco a Edgtho. No temía por sí mismo, creía haber perdido esa capacidad tiempo atrás. Temía por la reacción de Glothus. Ya no era un solo insensato quien desafiaba su autoridad. De pronto el número de locos se había triplicado. ¿Cómo reaccionaría el hombretón?, ¿Recularía al ver la situación?, ¿Reaccionaría con más violencia? Edgtho pensó que sería lo segundo. Miró alrededor, sobretodo a los hombres del capitán. Las cosas aún podían ponerse muy feas. La solución más sencilla era dejar que el anciano recibiese los latigazos, si es que eso satisfacía a Glothus, y que la mujer se llevase su parte si eso bastaba. Una solución que no le gustaba. Lyra merecía que la defendiesen, sí, ¿pero estaba bien que los otros dos fuesen castigados? Era cierto que el anciano se había ofrecido voluntario, debía saber lo que hacía, pero… aquello tampoco estaba bien.

Esperó al movimiento de Glothus, o más bien al momento en que fuese a iniciarlo. Justo en ese instante un cuchillo volaría y se clavaría al lado de la barra, casi rozando al capitán. Acertar a un blanco tan grande era realmente, fácil, y lo cierto era que el capitán no llevaba el equipo correcto para defenderse. Aún así el primer lanzamiento era solo una advertencia.

-Ya la has oído.- dijo haciendo un gesto hacia la mujer. -Es suficiente castigo. Para todos.-. Entonces negó con la cabeza sin dejar de clavar los ojos en los de Glothus. -El próximo no fallará-

Por supuesto, nada de eso ocurriría si Glothus no trataba de golpear a nadie. Edgtho estaría realmente feliz de zanjar todo ese asunto sin más, de comprobar que el anciano y la mujer habían resuelto el problema sin necesidad de desenvainar. En caso contrario… las cosas iban a ponerse feas.

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22/01/2019, 01:59

La palabra frente a la espada, el valor y lo que es justo frente a los oscuros intereses de una ciudad que comerciaba con las almas de los más débiles. Remu enarboló el estandarte de lo correcto, habló del valor y apeló a la sensatez del negro Zhoga. Abajo iban a necesitar más de su ayuda que allí arriba. “La situación no va a desenvolverse de forma agradable”.
—Desde luego, y no gracias a ti —reprochó, los ojos del negro contemplaron con suspicacia como Remu se despojaba de sus armas, solo de las visibles, para tendérselas como ofrenda.
—Sabía decisión, así llegaras con todos los huesos intactos al Agujero.
Una promesa oscura. Zhoga se acercó para tomar las armas, suspicaz, igual que una pantera que se acercase a una presa herida de la que no sabía que esperar. Por lo general, en Ponthia las cosas no resultaban nunca tan fáciles como pareciesen a primera vista.*

En Ponthia los débiles eran asesinados, vendidos o esclavizados. Nadie solía alzar su voz por el débil, el pobre o el enfermo. Ni siquiera los locos. Menos aun cuando la fuerza a enfrente era uno de los notables de la ciudad. Oggo había perdido su mano izquierda tiempo atrás pero aún le quedaban unos cuantos pedazos a su corazón. Una reminiscencia sobre su hija, un recuerdo fugaz, un deseo insatisfecho, cruzaron por su mente. Suficiente para que alzase su voz. Y si antes habían mirado a Edgtho como si estuviera loco, a él le miraron con lástima.
—Yo ocuparé su lugar —dijo Oggo, primero con voz quebrada. Cuando se colocó entre víctima y verdugo, repitió las mismas palabras, esta vez con más entereza.
Glothus contempló al nuevo esperpento que se había colocado delante de él. Chasqueó la lengua, disgustado.
—¿Y qué placer iba a obtener en destrozar las espaldas de un despojo que ya está hecho mierda como tú? —pero levantar a golpe de látigo la piel tersa y joven de una adolescente, oh, eso sí que merecía la pena.
Alguien más se atrevió a intervenir. Los dioses obran con extrañas voluntades. Cuando no se manifiestan, son los hombres los que portan sus intenciones en sus palabras, sus actos y sus aceros. Bria se acercó a la muchacha herida y estudió su herida. La piel estaba levantaba y sangraba. Sus palabras no cayeron en saco roto; toda la taberna la estaba escuchando.
Melara estaba visiblemente nerviosa. Buscaba entre el gentío a alguien. Seguramente a Zhoga. Al no verle, susurró unas palabras a una de las chicas que tenía por ayudantes y ésta se perdió, muy discreta y silencioso, entre los estantes y tapices de la parte trasera del mostrador.
—Habrá aprendido la lección cuando yo lo diga —dijo la señora de la casa, su voz sonaba tan implacable como el látigo de Glothus —. Ella ya no me pertenece. Ya la he vendido. Por esta bolsa de oro y por cincuenta latigazos. Deja que termine la transacción, ¿O es que no sabe lo que les sucede a aquellas que meten sus narices en negocios ajenos?
Algún murmullo. Uno o dos tipos inteligentes abandonaron sus cervezas y salieron del local. Otros asieron con más fuerza sus cuchillos, hachas y espadas. Las mirabas torvas y desconfiadas poblaban la taberna. Las rameras se retiraron de sus clientes. Los guardias de la taberna tensaron sus músculos, nerviosos. Cuatro de los hombres de Glothus se habían levantado por iniciativa propia, queriendo quitar de en medio a aquella basura que estaba molestado el entretenimiento de su señor.
Pero aún quedaba uno más; el loco. Su voz sonó nítida y clara, Lyra había recibido castigo suficiente. Edgtho había hablado y en su voz iba implícita una amenaza. Pero Glothus era intocable. Ponthia era su particular parque de juegos. El capitán resopló, molesto.
—Tu vino debe estar aguado, Melara, derrite el cerebro de tus clientes —apretó los dientes, sonrió —. Cincuenta latigazos, así es el acuerdo, así se hará. Tal es mi voluntad.
Un giro de muñeca, el látigo se alzó y retrocedió. A Glothus le daba igual que Oggo estuviera en medio o que Bria pudiera ser blanco del su látigo, los quitaría de en medio a golpes y luego seguiría con su particular divertimento. Pero su muñeca se detuvo. El lanzamiento de Edgtho fue preciso. El cuchillo se clavó en la barra. Y con él, se desató el caos.
—¡Loco! —gruñó el gigante girándose hacia Edgtho, aún sin creer que nadie pudiera ser tan demente como para desafiarle.
Otras voces se alzaron, de todas y de ninguna parte.
—¡Asesino! —bramó uno.
—¡Muerte a Glothus! —se escuchó en la parte trasera.
—¡Salve Enather! —gritaron varios.
Todo se descontroló. Los hombres saltaron de sus asientos, acero en mano, y dieron rienda suelta a sus deseos reprimidos. No eran pocos los que, aprovechando el momento, veían la oportunidad de asesinar al capitán Glothus, puede que con afán de ocupar su puesto o de obtener una recompensa de una casa rival. Puede que alguno quisiera cobrarse una deuda de sangre contraía tiempo atrás. Alguien como Glothus debían tener muchos enemigos en la ciudad. Por otro lado no eran pocos los que aprovecharían la coyuntura para labrarse la confianza del capitán. Era buen momento para hacer amigos. O para matarlos. Algunos se escondieron debajo de las mesas o dieron rienda suelta a terceras intenciones; el tumulto era una buena oportunidad para asesinar a un rival comercial, robar un par de bolsas cargadas de oro o secuestrar una ramera.
Y del silencio más tenso, pasaron al más ruidoso caos.

—¡¿Quién coño os envía?! ¡¿Esa zorra de Vanussa?! —le gritó Glothus a Oggo, creyendo que tanto él como el loco que le había lanzado el puñal formaban parte de un mismo grupo. Su voz era trueno y rabia, su puño extendido hacia Oggo era testimonio de su fuego acusador.
Intentaron derribar a Glothus. Un hombrecillo de con aspecto de rata golpeó sus espaldas con una de las sillas, la cual se hizo añicos. Cuando sacó un puñal para apuñalar al gigante este atrapó su muñeca. El sillazo no solo no le había aturdido sino que le había enfurecido. Con la fuerza de un toro, Glothus alzó al hombrecillo y lo arrojó contra una de las columnas de madera, partiendo al hombre dos.
Oggo no pudo ver más del espectáculo ya que antes de que pudiera reaccionar fue arrollado por dos hombres; dos de los que seguían a Glothus. Oggo rodó por el suelo dándose cuenta de que dos espadas le apuntaban.
—Perro asesino —gruñó uno de ellos.
El otro hubiera atacado si alguien no hubiera lanzado una botella contra su rostro, cortándole el rostro. Incapacitado de momento, su compañero si atacó. Con la premura del momento el soldado había olvidado su escudo en la mesa donde hace unos momentos estaba compartiendo unas cervezas con sus compañeros por lo que solo tenía un acero largo, una espada bien afilada que pedía sangre.
Bria veía el peligro por todas partes. Agachó la cabeza para esquivar un plato de cerámica que había perdido su blanco. En mitad de un tumulto podían matarte por accidente. Se puso en pie e intentó que Lyra hiciera lo mismo.
—¡No la dejaré aquí! —dijo a niña, refiriéndose al cuerpo aún caliente de su amante —. Ella no me abandonó, yo no lo haré…—su voz era un llanto roto en mil pedazos.
Alguien agarró a Lyra por la cintura y la puso en pie. Era uno de los guardia de la posada; un tipo de piel cetrina, cola de caballo y mirada taciturna. Apretó a la muchacha contra su cuerpo mientras trataba de sacarla de allí. En su mano libre llevaba un largo garrote. Cuando dos rufianes intentaron arrebatarle a la ramera, empezó a golpearles con bastante habilidad, sobretodo teniendo en cuenta que Lyra había empezado a sacudirse tratando de liberarse. Los dos malechores, apaleados varias veces, decidieron cambiar de objetivo; Bria también tenía buen aspecto.
—Seguro que pagarán bien por una chica como tú en el mercado de esclavos —dijo uno de ellos, con nariz de garfio; llevaba una cuerda con la que intentaría a amordazar a la Brythuna. El otro, desarmado, intentaba ganar su espalda. Eran ratas con forma de hombre, hienas codiciosas.
Tras ellos, el guardia arrastraba a Lyra asegurándole que solo quería ponerla a salvo.
Edgtho tenía una perfecta visión del tumulto; un enorme bárbaro arrojó a uno de los soldados de Glothus contra una de las mesas, un anciano mercader era degollado, a traición, por uno de sus escoltas, mientras el resto trataba de defenderle de un ataque que era un señuelo, una pareja de rameras acuchillaban sin piedad a un orondo cliente por no haber querido soltar su bolsa, dos espadachines se batían en duelo, tropezando con mesas, botellas y cuerpos, un cobarde se agazapaba debajo de una mesa. La comida volaba, así como las botellas, las sillas y los taburetes. En medio del jaleo, los hombres de Glothus trataban de llegar hasta él. El capitán no tenía problema en quitarse de en medio a todos los que se cruzaban en su camino, aún desarmado.
Los hombres del capitán trataron de formar. Uno de ellos señaló a Edgtho y otro asintió, tratarían de llegar hasta él rodeando el tumulto, algo que a priori parecía una misión harto imposible.
—¡Acabemos con ese hijo de perra! —le dijo un villano con una cicatriz en el cuello, pasó por su lado corriendo enarbolando un acero viejo pero pesado. Se perdió entre la turba.
Edgtho se encontraba en la periferia. Tras él, una ventana. No le costaría nada escapar por ella. Sin embargo su mirada entrenada se percató de que fuera había casi tanto movimiento como dentro de la posada.
Un hombre rodó escaleras abajo. Remu había tendido sus armas a Zhoga. Entonces el puñal de Edgtho había volado y con él, Remu. Zhoga, viendo como la situación se escapaba de su control, había tomado las muñecas de Remu en lugar de sus armas, y con un lanzamiento bastante contundente, lo había arrojado escaleras abajo. Remu llegó abajo entre mareos y contusiones. Había perdido sus armas y el sentido de la verticalidad.
Al mirar a su alrededor vio el tumulto. Habría preferido verlo desde arriba pero no siempre se podía elegir. Aquello era, en parte, su obra. Había puesto a unos contra otros. En Ponthia no se necesitaba mucho para que la gente se matase entre sí. En la muerte siempre hay beneficio.
El latini notaba el peligro a su alrededor, éste podía venir de cualquier parte, enemigo o rival. Sin embargo el peor de todos era Zhoga, quien bajaba por la escalera, balaceando su pesado garrote, dispuesto a terminar lo que había empezado. En sus ojos, una determinación; explicarle a Remu lo que era una situación desfavorable en sus propias carnes.

En mitad de la refriega nadie se percató de que Melara se había esfumado.

Notas de juego

*No hay tiradas en una partida narrativa salvo casos contados, Savir. Esto quiere decir que el éxito de tus acciones depende de tu narración y de la capacidad que tenga tu pj para realizar tales acciones. Por ejemplo, por muy bien que lo narres, Remu no va a ser un buen marinero, ya que no tiene esa habilidad. En este caso, la oratoria y la manipulación, no ha funcionado, pero podría haberlo hecho. ¿El motivo? Parece ser que Zhoga te ha tomado por un alborotar profesional y prefiere averiguar sobre tu patrón. Lo has hecho muy bien en cualquier caso.

Solo tres turnos y ya la habeís liado, no está mal ;)

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22/01/2019, 22:46
Bria

Como había supuesto, Glothus no iba a conformarse con el hombre manco, que parecía que no sería la primera vez que pasaba por aquello. La joven Lyra era un premio mucho más apetecible.

Escuchó la voz de la dueña del lugar, Melara, dirigiéndose a ella. Estaba claro que tampoco era una mujer a la que uno quisiera contrariar. Bria entendía que la transacción había sido hecha, si acaso esperaba que Glothus entendiera que una prostituta viva le serviría mejor que una prostituta muerta, pero el capitán ahora solo tenía ansia de demostrar quién mandaba... y de derramar sangre. No respondió, bastante atención había atraido ya sobre sí misma.

La tensión podía cortarse con un cuchillo, todos estaban expectantes para ver que sucedía. Glothus alzó el látigo, dispuesto a seguir a pesar de los que se habían interpuesto en su camino. Y entonces sucedió lo que nadie se habría imaginado que podría suceder. Un cuchillo fue precisamente lo que cortó la tensión... y desató el caos.

Toda la taberna estalló en un segundo. Aquellos que esperaban su oportunidad saltaron de inmediato a tomarla. Otros fueron pillados de improviso, y o bien tuvieron la suerte de no estar en el punto de mira de nadie, o pronto sufrieron las consecuencias de no haber estado alerta. El salón entero se volvió una anárquica pelea en la que cada cuál tan solo podía preocuparse de él mismo o de aquellos en los que confiaban, si es que se tenía la suerte de poder decir aquello. Los más organizados fueron los hombres de Glothus, que corrieron a asistir a su jefe y pronto estuvieron atacando tanto al extranjero como al manco, aunque a causa del constante movimiento y griterío no tardó en perder la pista de lo que les sucedía. Tenía sus propios problemas de todas maneras.

Se agachó justo a tiempo para esquivar un proyectil de vajilla que alguien había lanzado por los aires y trató de sacar a Lyra de allí — ¡Vamos! — le dijo, tratando de levantarla. Por ella había empezado todo pero ahora que no había vuelta atrás no pensaba dejarla sola. Aunque la muchacha seguía demasiado conmocionada por la muerte de la bailarina como para preocuparse de sí misma.

Unos brazos fuertes se la llevaron de su lado, uno de los guardias de la taberna — ¡No! — gritó, pensando lo peor. Pero cuando dos rufianes saltaron sobre él y el guardia empezó a golpearlos al tiempo que mantenía a la revoltosa muchacha apartada de la pelea, supo que el hombre la protegería, incluso si lo hacía solo por su ama. Ya los buscaría luego cuando saliera de allí. Si salía de allí, pues los dos malhechores, temiendo ser objetivo de más garrotazos, pasaron a buscar una presa más fácil.

Podían ser unos asquerosos oportunistas, pero no eran estúpidos. Uno de ellos trató de flanquearla mientras el otro se abalanzaba sobre ella con una mordaza. Bria se echó hacia atrás instintivamente, buscando alejarse de ambos y evitar que la rodearan. Por el rabillo del ojo vio como alguien vestido de blanco salía volando desde las escaleras y se daba contra el suelo, y como el imponente negro y capataz de los guardias del lugar bajaba también los escalones, maza en mano.

Aquello se estaba poniendo realmente peligroso, y no sería poca la sangre que acabaría derramada por el suelo. A los brythunos, obligados a defender sus tierras continuamente, la sangre no les asustaba. Viendo que no importaba si tenía que tener cuidado o no, desenfundó la daga de su cinto, y con un grito se lanzó contra el oponente que supuso que menos se lo esperaría, el que trataba de acercársele por el costado, el acero apuntando hacia el estómago del hombre. Si conseguía darle, trataría de agarrarlo y empujarlo contra el otro para intentar derribarlo también.

- Tiradas (2)

Notas de juego

Tiro en oculto para darle emoción a la cosa.

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23/01/2019, 13:54
Oggo

Oggo estaba preparado, o al menos todo lo preparado que uno puede estar, para recibir la caricia del látigo. No hubiese sido la primera vez, y conocía el proceso para curarse. Era lento, pero no lo atacaría el mal de las fiebres.

Pero el mundo siempre escupía sobre lo que planeaban los hombres. Lo devolvía torcido, enfermo, podrido. 

Glothus iba a descargar su furia sobre él primero, intentando llegar a la niña, pero antes se desató el infierno. Lo invadió una sensación de impotencia. Habitualmente no lo afectaban las muertes de inocentes, siempre que tuvieran alguna capacidad de defenderse, la utilizaran o no. Pero la sucesión de los ataques contra la niña primero, luego la muerte a traición del mercader, el hombre que rodaba escaleras abajo, la mujer que se había puesto detrás de él para proteger a la niña. Era demasiado. Pero si no se concentraba en lo inmediato sus preocupaciones iban a desaparecer de la peor manera, porque los hombres muertos no pueden preocuparse de nada.

Sin embargo la mente de Oggo reparó en dos detalles importantes. Uno era la actitud de Melara, indicando algo con premura a una de sus chicas. ¿Habría sido la que ordenó al hombre que se estaba llevando a Lyra? ¿O era otra cosa?

La segunda era mas importante, en el caso de que sobreviviese. Dos nombres. Enather y Vanussa. Si lograba escapar con vida debía averiguar quienes eran, porque saliera el capitán vivo o no, aquella trifulca le iba a traer muchos problemas. Evidentemente se había metido en una rencilla mucho mas profunda que un altercado casual en un burdel.

El hombre de Glothus avanzó hacia él, espada en mano, listo para limpiar la escoria de la vista de su señor. Ganarse su favor asesinando a un mendigo que lo había molestado. Oggo, por supuesto, no iba a dejar que eso pase. Pero no quería levantar demasiadas sospechas al hacerlo.

Luchar sin una mano no era fácil. Aún la sentía, una mano fantasma. Solía abrirla y cerrarla a menudo. Cuando combatía era peor. El cuerpo solía reaccionar por instinto, y el instinto aparentemente tenía dos manos. Pero no era la primera vez que lo hacía, y se había vuelto bastante bueno en ello. Recordaba un capitán de la guardia de una ciudad perdida en medio del desierto que había logrado serlo pese a ser manco también.

Cuervo hubiese saltado entre las mesas, haciendo alguna acrobacia para impresionar a alguna chica, pero cuervo ya no existía, estaba muerto hacía tiempo. Geki, su antiguo camarada norteño, hubiese atacado de frente, barriendo a aquel guardia sin siquiera despeinarse, pero Oggo tomaría el ejemplo de Abisis.

- ¿Asesino? -clamó mientras retrocedía, ágil, hacia un rincón donde una espada larga fuera un estorbo. En un lugar entre mesas, pilares u otro mobiliario propiciara una ventaja para quien combatiera con armas mas cortas. Pero mi buen señor, si yo iba a soportar los latigazos, no sé de que estáis hablando -le decía, mientras seguía retrocediendo, su palma desnuda en el aire. No sé quien es esa Vanessa -replicó, repitiendo erróneamente el nombre, a propósito.

Esperaría el momento oportuno. Iba a evaluarlo primero. Intentaría interponer mesa o silla ante el primer ataque, y una vez que lo viera confiado y lo llevara a su terreno, sacaría su daga curva, que llevaba tan afilada como oculta pero muy a mano, con su vaina aceitada a la perfección, y acabaría con la vida de aquel necio. O al menos lo intentaría. En el momento preciso, no antes. Cuando estuviese desbalanceado luego de un ataque. Sabía dónde atacar. La vena del costado de su cuello, debajo de las axilas, el borde interior del muslo. Había venas importantes ahí. 

Luego ya vería como se desarrollaban los acontecimientos.

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23/01/2019, 19:56
Remu

Oh dioses, el dolor es algo que jamás se olvida, y a pesar de nunca haber recibido demasiado castigo en batalla, Remu podía recordar muy bien las palizas de sus mas astutas victimas… costillas rotas, dedos fracturados y cortes en el abdomen, seguramente olvido muchísimas heridas recibidas, pero el punto estaba claro. Las escaleras fueron muy amables con su pobre cuerpo, ojala se pudiese decir lo mismo del empujón propiciado por el negro.

 Los ojos de Remu apreciaron el mundo desde diferentes ángulos a medida que caía por las escaleras, gracias a los dioses no estaban hechas de piedra o mármol, la madera, aunque algo dolorosa, amortiguaba la caída en ciertos tramos mas viejos y desvencijados. Una vez que todo se detuvo otra vez y pudo apreciar sus alrededores desde el suelo, Remu estaba orgulloso, la trifulca había iniciado de forma tal que sus planes habían sido todo un éxito… si, esta bien, no es demasiado honroso ser arrojado por las escaleras y mucho menos tener que llevar a cabo el siguiente paso del plan desde esta posición, pero la situación salió a pedir de boca, obtuvo información extra, sin mencionar que ahora sabia que había gente decente en aquel agujero de desesperación, gente manipulable y decidida.

A medida que se levantaba de la tierra intento imaginar el mismo escenario que antaño lo había ayudado… sus pies clavados con firmeza en medio de una plataforma… el sol quemando en su punto mas alto, observándolo y midiéndolo… las tropas delante. Se alejo unos pasos del pie de la escalera para no someterse a un ataque rápido por parte de su confundido y orgulloso agresor, acto seguido imagino que todo el aire limpio de aquel putrefacto lugar invadía sus pulmones y vocifero:

-¡ATENCION!- No era la primera vez que su voz debía extenderse sobre el fragor de una lucha, fue difícil, pero Remu sintió la misma sensación del campo de batalla-¡VANUSSA NO EXIGE A GLOTUS MUERTO, PERO LA NIÑA ES PROTEGIDA DE MI SEÑORA!-Algo curioso de mentir, es que cuando tu mismo te crees las mentiras estás salen desde tu boca como una verdad hacia el mundo.-¡LAS OFENSAS NO SERAN TOLERADAS, AQUELLOS QUE ATRAPEN A GLOTHUS CON VIDA RECIBIRAN 1000 MONEDAS DE ORO Y TRANSPORTE AL EXTRANJERO!

Con cuidado pero rapidez Remu se subió a una mesa cercana, un cadáver se encontraba recostado sobre la misma y lo utilizo para hacerse mas visible, tomo su bolsa de oro de los pliegues de su túnica… ademas del transporte y las proviciones para llegar a Phontia, era todo lo que consiguió del consejo, era todo el apoyo recibido por parte de su casa, 100 monedas de oro

-¡AQUÍ ESTA SU INCENTIVO!

 Las monedas eran ligeras, pequeñas , pero muy brillantes, cualquiera que alzara la vista conseguiría ver el reflejo de la luz en estas, cuando comenzó a lanzarlas lo hizo en un solo movimiento amplio para exagerar la cantidad, hacerlo de forma separada solo lograría hacer de esa recompensa una miseria, pero el movimiento fue lo suficientemente amplio para llenar el espacio que se encontraba entre Glothus, sus hombres y Zhoga.
-Dame tu bendición Ate-Dijo para si mismo y desenfundo sus dagas en un movimiento rápido.

Acto seguido salto hacia la multitud intentando perderse entre ellos.

-Debo buscar a la chica o la mentira saldrá a la luz.-El pensamiento fue fugaz y Remu se percato de que con o sin bendición de Ate, ella estaría juzgando sus irreflexivas decisiones.

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26/01/2019, 19:52
Edgtho

Evidentemente se había equivocado. Pensaba que la amenaza del cuchillo tendría un efecto distinto. No esperaba que se pareciese tanto a sacudir un nido de avispas. De pronto todo a su alrededor era un caos. Puñaladas a traición, golpes bajos, muebles volando. Se parecía mucho a una batalla. Ya era tarde para echarse atrás pero se arrepentía de no haber tirado a matar. El resultado habría sido el mismo, solo que al menos Glothus estaría muerto. Tal vez la pelea fuese menos violenta entonces.
Ya estaba hecho. No tenía sentido lamentar lo que pudo ser. El cuchillo había volado hasta clavarse en la barra, la gente lo había tomado como la señal de inicio. No había vuelta atrás. Solo cabía buscar el camino adelante, lo cual le planteaba nuevas dudas. Podía lanzar el segundo puñal, solo que con tanta gente en medio sería fácil clavárselo a quien no debía. Poco importaba si Glothus era un blanco magnífico, en cualquier momento alguien podía pasar por delante, actuar involuntariamente de escudo humano. Eso sin contar muebles, platos, y otros objetos que volaban en todas direcciones. Por supuesto existía la opción de usar el arco, con el cual sabía que acertaría. Resultaba tentador, o lo resultaría de no estar en un espacio tan pequeño, con tantas armas cerca. Un disparo, quizás dos, y no tendría tiempo para agarrar la espada en caso de necesitarla.

Miró alrededor. La ventana era una salida fácil, solo que en el exterior tampoco daba la impresión de ir mucho mejor. Llegar hasta Glothus sonaba mucho mejor, tal vez lo único que tendría sentido. Al hacerlo tendría a los hombres del capitán detrás. Tampoco es que le preocupase demasiado. Moverse iba a resultar difícil para todo el mundo. Sin embargo tenía algunas dudas surcando su mente. Llegaba a Glothus, lo mataba, ¿y después qué? Su única intención había sido ahorrar a Lyra un mayor castigo. Glothus podía ser un bastardo que necesitaba que alguien le pusiese en su sitio, sí, como también lo eran muchos otros. Matarlo solo serviría para que otro ocupase su lugar. En cierto modo seguía pareciéndole bien. Quizás el siguiente en la escala de mando tomase nota de lo que podía ocurrir si se actuaba sin mesura. Por otro lado, no ayudaría mucho a su propósito inicial. Toda la trifulca había empezado por querer salvar a la chica. Ese debía ser su siguiente objetivo.

La chica no estaba sola. Uno de los guardias se había decidido finalmente a ayudarla, y también estaba la otra mujer. Sin duda debía ser extranjera, como él mismo. Era una defensa más que suficiente, aunque tenía sentido intentar agruparse en algún sitio, porque salir solo se podía conseguir por la fuerza.

-¡Viejo!- Gritó, confiando en que el manco se diese por aludido. -¡Hora de irse!-

Egtho agarró la jarra más próxima y, casi sin mirar, se la tiró al primero de los hombres de Glothus. No le mataría, pero el golpe iba a doler, lo suficiente para frenarse un poco. Entonces desenvainó la espada. Si los demás usaban armas no veía ningún motivo para guardar las suyas. Apoyándose con la mano libre, saltó por encima de la mesa que tenía delante. Un obstáculo más para sus perseguidores. Usando los hombros empujó a quienes se le ponían delante, recorriendo la distancia hasta la chica, hasta su escolta. Claro que los hombros no eran todo cuanto iba a usar. Sostenía la espada por una razón, usarla. Una cosa era apartar a quienes le estorbasen, otra muy distinta tratar con quienes le atacasen. Para esos no había piedad. Un tajo en las piernas para quien sostuviese una guarda alta, uno en el torso o en el cuello para quien la sostuviese baja. Solo si le atacaban a él. No tenía intención de ir asesinando sin más.

Si llegaba hasta la chica, la mujer, y el guardia, sí que atacaría a quienes intentasen cortarles el paso. Tal vez nadie mereciese tanto derramamiento de sangre, pero a Edgtho le gustaba terminar lo que empezaba. Además, no estaba para perder el tiempo, golpes certeros al punto vital más accesible que encontrase. Imaginaba que a la mujer y al guardia no les importaría que alguien más les cubriese las espaldas. Desde luego a él no le importaría que se las cubriesen.

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28/01/2019, 02:41

Remu había elevado su voz en un sinfín de lugares. Nunca antes alzado sobre una mesa de taberna, rodeado de una brutal trifulca y pocas veces con una mentira tan descarada en los labios. A la hora de pelear, algunos usaban el acero, otros preferían la oratoria. La voz del latini llenó la sala. Su tono fue evocador, alto y firme. Tomó el nombre de Vanussa en vano. En Ponthia un nombre así significaba poder. Y no se nombra a un dios, humano o no, sin atraer un par de miradas. Cuando sacó su bolsa, el oro le dio la fuerza que le faltaban a sus palabras.
La codicia brilló en los ojos de unos. El odio en el de otros. Vanussa era un nombre conocido. Lo que había sido una reyerta, una trifulca de taberna, se tornó en una carnicería. Allí ya no importaba la injusticia sobre las espaldas de una chica. Había otros poderes en juego, otras realidades. Remu contempló desde su privilegiada situación como un remolino de violencia crecía a su alrededor. Más adelante, el resto torcido de Zhoga prometía una muerte bastante dolorosa. Pero no fue él quien lo atacó.
Glothus, aún desarmado, demostró ser algo más que un saco de grasa. Debajo de sus apretadas carnes y se su aspecto porcino se escondían unos músculos grandes y poderosos. Apartando a un rival de una patada en el estómago tomó una de las mesas de la taberna y sin mucho esfuerzo, la arrojó contra Remu.
—¡Muerte a Vanussa y a sus perros de la casa de la Daga Carmersí! —gruñó el gigante.
Y su grito fue coreado por más bribones de lo esperado.
Remu trató de esquivar la mesa, pero recibió el impacto de refilón, siendo derribado una vez. La madera se astilló contra él, le dejó sin aire y le hizo rodar por el suelo. Un villano desdentado aprovechó para arrancarle de las manos lo que quedaba de su bolsa de oro, escupiéndole en la cara tras ello. Todo le daba vueltas. Alguien le pisó por accidente, primero en el estómago, lo que le hizo perder el poco aliento que había logrado reunir. Unas pesadas botas le pisotearon la mano derecha. Cuando sintió que la fuerza volvía logró ver a Zhoga, enfrente de él. Tenía el labio partido y un corte superficial en uno de sus gruesos brazos. El negro era implacable y nada podía detenerle.

A Licet Manos Grasas no se le solían resistir las mujeres. Para eso tenía un pañuelo, el cual impregnaba con el extracto de una fruta venenosa. Y sino, siempre podía imponerse a ellas usando su fuerza o su peso superior. Entre sus manos portaba una gruesa cuerda de cáñamo que en ciertas partes estaba teñida de un color pardusco y seco. Ya casi se estaba relamiendo al visionar el cuerpo perfectamente formado de Bria apretado por aquella soga.
Pero Bria no era como las demás mujeres a las que solía atrapar en tabernas, callejones solitarios o prostíbulos. La mujer tensionó todo su cuerpo, pero no de miedo. Ella era un arma en sí. Se arrojó contra su compañero. Cuando Licet quiso intervenir fue demasiado tarde. Bria clavó dos veces su afilada daga en el estómago de su rival quien, sorprendido por la acción, se quedó paralizado. Exclamó un insulto que murió en su boca. Bria lo agarró igual que aun hombre de paja y lo arrojó contra el hombre de la soga. Licet Manos Grasas rodó por el suelo, perdiendo su preciada soga en el proceso. Cuando recuperarse el conocimiento se encontraría con la nariz partida y con que la mujer ya no estaba allí.

Oggo colocó una silla en la trayectoria aviesa de la espada de su rival.
—¡Rata mentirosa! ¡Irás a la tumba con todos tus engaños! —gritó el soldado ante sus palabras de provocación. Cuando quiso recuperar su espada descubrió que ésta se había quedado atascada en la silla que Oggo había utilizado como defensa. Para ser un hombre manco y de aspecto desvencijado se movió con la rapidez de una pantera, sorteando la silla, la espada y los aspavientos de su rival. Su acero corto silbó una vez; arrancó carne y un borbotón rojo lleno de luminosidad del cuello de su rival. Al momento el soldado se llevó sus manos al cuello pero ya era tarde. Lo único que pudo hacer fue patalear sobre un lecho de su propia sangre.
Por el rabillo del ojo Oggo vio como el segundo soldado se había recuperado y, furioso por la muerte de un compañero, se disponía a traspasar a Oggo con su espada. Una jarra de cerveza impactó en su rostro, derribándolo en esta ocasión.
Edgtho apareció, no muy lejos de su posición. El fronterizo se percató de que la violencia había subido un nivel más en la trifulca. Por dos veces habían tratado de detenerle y por dos veces había tenido que usar la espada. Le había rebanado una pierna un esquivo oriental que había tratado de apuñalarle y le había cortado el pecho a un salvaje descamisado que estaba usando un brazo cercenado como arma más que contundente.
Edgtho se deslizó por encima de una mesa dejando atrás a otros bribones que lo único que querían ya era sangre, sin importar la procedencia. Los dos soldados que habían partido en su búsqueda le cerraron el paso, al unísono. Tras ellos, Oggo veía la nueva situación a la que debía enfrentar el extranjero que le había ayudado hace tan solo unos instantes.
Decir que tenían el control de la situación era ridículo. El azar tenía más que ver en la refriega que cualquier táctica o intención. Si Oggo tuvo intenciones de ayudar o no, se perdieron entre la vociferante multitud cuando unas manazas le agarraron por la espalda y lo alzaron del suelo.
—Escoria —la voz de Glothus resonó en sus oídos mientras era lanzado por el aire.
Oggo impactó contra la barra del establecimiento, el hombro gruñó a la vez que él maldijo, rodó y cayó por la parte de atrás. Fue un golpe seco, de los que primero te despiertan y luego te entumecen. Para su tamaño, Glothus era más rápido de lo que parecía.
Edgtho enfrentó a sus dos rivales. Al menos esas fueron sus intenciones. Alguien le agarró de la pierna, tiró de él provocando que casi se cayese. Cuando el fronterizo dedicó su acero a liberarse vio que solo era un moribundo que, en su último aliento, había clavado sus uñas en su pierna. El cuerpo quedó inerte antes de que su acero lo tocase. Una distracción de apenas unos segundos, suficiente para significar la muerte.
Pero no la suya. Uno de los soldados yacía en el suelo, atravesado por una pica, la cual estaba partida por la mitad. Su compañero machacó el cráneo del que debía de ser su asesino, rompiéndoselo de forma furiosa hasta quedar su propio rostro salpicado de sangre. Cuando alzó su vista, se lanzó hacia Edgtho, preso de un sanguinario frenesí. La impaciencia le hizo resbalar al final, su primera estocada fue débil y fácil de desviar. Edgtho vio su guardia abierta, un golpe en el pecho debería haber acabado con él si alguien no le hubiera empujado, por la espalda, por error. Chocaron los aceros, chispas en el aire. El fronterizo patinó al pisar un charco de sangre, el soldado apartó los restos de una silla echa astillas. Otro golpe de acero, tablas. Los guerreros se midieron con mirada.

Más allá Bria había logrado alcanzar el pie de la escalera. Había logrado escabullirse no sin tener que trinchar y pinchar aquí y allá. Cuando había dejado claro que no era una meretriz desvalida había decidido dejarla en paz. Otras no habían tenido tanta suerte. Las pocas chicas que quedaban en la taberna yacían con el cuello aplastado y las faldas abiertas, o maniatadas sobre los gruesos hombros de los mercaderes de esclavos. Incluso Lyra, a apenas dos pasos de ella, había sido finalmente apresada.
Un estigio con rostro ceniciento había logrado atar sus manos. El guardia que había tratado de defenderla ahora intentaba contener las tripas que escapaban de su cuerpo. El estigio era especialmente letal con su ligera cimitarra. Su nariz aguileña y sus ojos negros, desprovistos de humanidad, sonrieron a Bria cuando ésta le miró.
—Me conformo con llevarme a la protegida de Vanussa. Más vale que salgas corriendo de aquí —dijo, como consejo, sin tratar de ocultar la venenosa amenaza que había debajo de sus palabras.

Un golpe a la entrada principal. Cinco hombres entraron. Soldados, pero no como los que servían a Glothus. Sus armaduras eran más gruesas; peto, hombreras, brazaletes y grebas. Sus yelmos estaban coronados por penachos rojos y sus escudos portaban el emblema de un puño de hierro. Incluso los recién llegados sabían que era el emblema de Alk-tor, el patricio de la ciudad.
El hombre al frente tenía además dos galones dorados sobre los hombros. Era el más bajo, pero también el más grueso. Los cinco llevaban las espadas desnudas y los escudos en alto. Se colocaron enfrente de la salida en formación de media luna.
—¡Alto en nombre del patricio! —gritó el oficial, su voz ruda apenas fue audible en la taberna.
Al verles llegar un ladronzuelo, que llevaba colgando de su cinto tres bolsas que no eran suyas, lanzó una silla contra una ventana cercana. El cristal se rasgó como un velo de seda y él se lanzó por ella solo para morir momentos después. Dos flechas de penacho rojo atravesaron primero su cuello, luego su corazón.
—¡En nombre del patricio! ¡La rendición o la muerte! —volvió a gritar el oficial.
Para entonces una cuarta parte de los hombres y mujeres que habían empezado la trifulca estaban muertos, desparramados por el suelo sobre sus propias tripas y heces. El resto aún tenía la oportunidad.
Por la ventana hecha añicos se escuchó un rumor que fue en aumento; pasos. Una marcha militar. Y en la distancia, entre las calles, los coloridos penachos rojos de los soldados del patricio.

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31/01/2019, 19:12
Oggo

Vanussa. El nombre se repetía en la mente de Oggo como un enigma a medida que iba siendo repetido por unos y otros labios. A él le daba igual quien era, pero se le ocurría que era una pieza importante en el rompecabezas en el que se había metido por estúpido.

Le dolía el cuerpo. Sentía un dolor punzante en el hombro, allá donde había golpeado cuando lo lanzó Glothus de sorpresa. No era fácil sorprenderlo y esa bestia lo había hecho. La espalda y la rodilla de no sabía que momento. Había tratado de ayudar al extranjero, que había visto en él a un aliado, pero fue imposible. 

La pequeña Lyra había sido llevada por aquel perro rabioso. Eso lo mortificaba mas que los golpes y los muertos inocentes. El extranjero que había dicho que la niña era protegida de Vanussa había cavado su fosa. Si era mentira, había sido una apuesta alta. Si no, pues no había sido muy oportuno colocarle el título, a no ser que hubiese algún motivo que Oggo desconocía. En cualquier caso, estaba seguro que quien se la había llevado no era un seguidor de la tal Vanussa. ¿Y que demonios era la Casa de la Daga Carmesí? Sospechaba que si sobrevivía lo averiguaría mas temprano que tarde.

Lo cierto es que ahí estaba, detrás de la barra, dolorido, frustrado, viendo un reguero de cadáveres y moribundos, y había entrado la guardia del patricio, quienquiera que fuera. Oggo sospechaba que no estaba a las ordenes de Glothus.

La muerte de aquel ladronzuelo lo disuadió de escapar. Con un gesto lento y evidente, tomó su daga de forma no amenazante, y la arrojó unos pasos por delante. Luego levantó su mano en dirección al oficial que había entrado. 

Veía negro su futuro. Negro como los túneles del Coliseo.

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31/01/2019, 23:08
Remu

Oh la humanidad, ese lanzamiento era digno de un poderoso olímpico, mientras su pecho se contraía con mucha dificultad Remu tanteo con dificultad en el mismo…una…tal vez dos costillas rotas, pero no jamás podría estar seguro de eso por si mismo. Cuando fue humillado en el suelo, escupido como un sarnoso esclavo volvió a recordar sus “Mejores momentos” en su tierra natal, su orgullo había sido pisoteado mucho mas que esto…desearía poder decir lo mismo de su pobre cuerpo. Inflo el pecho y noto como algo punzaba en la zona afectada.
-Genial, sin armas.- Penso tragando de forma efectiva un sollozo.

No lo había notado hasta ahora, pero su mano derecha estaba… “mal”, los dedos estaban morados y la muñeca evidentemente dislocada, en resumen algo completamente inutilizable, aunque nunca pudo darle una utilidad decente a dicha extremidad. Oh, pero el destrozo de su propia mano no era lo único que podía notar, el Doctore Zhoga se encontraba delante de el, su seño partido y mirada turbia no reflejaban una determinación que pudiese ser disuadida.

 Miedo…o hermosa sensación, inundaba su ser cual torrente desbocado, pero no era algo desagradable o limitante. Cuando niño, su madre siempre le comento a Remu la historia de su nacimiento.Cuando  fue anunciado ante el senado, un potente rayo cayo sobre la colina de la oráculo de la región, los hombres lucharon contra las llamas generadas en la pobre choza de la mujer, sin embargo para cuando llegaron a ella solo encontraron un cadáver calcinado y con una expresión de terror absoluto en su rostro. El hecho de que su hermano fuera bautizado como “Acolito de Deimos” en los campos de batalla previos a su propio nacimiento no ayudo a que la gente tomase el suceso de su origen con ojos menos supersticiosos, ya que el mismo fue bautizado como “El grito de Fobos” debido a que se cuenta que sus poderosos pulmones llenaron todo la ciudad que se había silenciado gracias al rayo. Esto siempre le encanto a Remu, aunque no fuese cierto que tuviese una relación con el dios del miedo, esto llenaba su orgullo de sobremanera y le permitía enfocarse al  sufrir la estigmatizada emoción.

Cuando cruzo la mirada con Zhoga, Remu no lo sabia, pero algo llamado ADRENALINA circulaba con violencia sobre sus venas.

La situación se complico antes de lo esperado sin embargo, una unidad evidentemente militar atravesó el portal de entrada y estableció su dominio sobre el resto de los presentes con acciones claramente coordinadas. Cualquier militar respetaría un símbolo bien esculpido y presentado como lo era el medallón en la muñequera de Remu…al menos eso creía, pero no era el momento, no, todos los soldados lo mirarían como un sospechoso y para peor, seria el sospechoso mas cercano a las armas que poseían. En cambio decidió hacer lo mas sabio, tal vez la estirpe de Vanussa era inferior en el tugurio, pero existía y si los salvaba podría obtener el bien de su señora.

-¡TODOS AQUELLOS QUE CON UNA RAZON BUSCARON EL BIEN O EL ORO EN ESTE LUGA- la sangre se oscurrio entre sus labios pero no se detuvo, en cambio se aclaro la garganta, escupiendo mas sangre aun.-LUGAR, BAJEN SUS ARMAS Y LES PROMETO QUE SALDREMOS DE ESTA SITUACION!¡SOY UN SENADOR EXTRANJERO Y RESGUARDARE A LOS FIELES AL BIEN!-Mentira, una vil mentira que era debilitada o fortalecida por la determinación de las palabras aun cuando la sangre brotaba de su boca de forma constante y peligrosa.
 

Acto seguido se puso de rodillas, mirando hacia los recién llegados, obviamente dándole las espaldas a Zhoga, a sabiendas de lo que sucedería.

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01/02/2019, 23:47
Bria

El caos seguía desarrollándose sin que nada pudiera controlarlo. El tipo vestido de blanco se subió a una mesa y empezó a gritar algo sobre una tal Vanussa y un montón de oro. No le prestó mucha atención, el griterío era ensordeceder y estaba concentrada en los dos matones, pero Glothus no tardó en hacer callar al de blanco que tan alegremente había llamado tanto la atención. Había un conflicto mayor detrás de todo aquello, y no sabía que implicación podía tener el de blanco, así que eligió mantenerse alejada de él.

Aprovechando la distracción, se lanzó sobre el atacante que había elegido. Pillándolo por sorpresa, le asestó dos cuchilladas en el estómago y sin que tuviera tiempo de gritar siquiera lo agarró de los hombros y lo arrojó contra el otro. Al ver que era derribado, se alejó de allí. Podría haber acabado con él  también, pero en una situación así valía más la pena quedarse el menor tiempo posible.

Se moviendo, tratando de alejarse del combate, aunque tuvo que disuadir a más de uno a base de su destreza con la daga, hasta que vieron que no valía la pena. Buscó a Lyra con la mirada, viendo en que estaba degenerando la debacle, pero cuando la encontró se le cayó el alma a los pies. El guardia que la protegía estaba para que le dieran misericordia y poco más, mientras que su atacante se llevaba a la joven sobre los hombros.

Gruñó como respuesta ante el cometario de este. A pesar de que se lo veía confiado en su habilidad marcial, y el guardia moribundo daba fé de ello, Bria estuvo a punto de echar mano a su propia espada y lanzarse a por él, cuando nuevos contendientes cambiaron el juego.

Con sonoros pasos y golpes, un piquete de soldados entró en el establecimiento. No como la panda de matones venidos a más que lideraba Glothus, no, soldados de verdad. Soldados a los que no se podía convencer o sobornar, que servían a un poder mucho mayor. Y por los ruidos que se oían fuera, venían muchos más. De allí no había escapatoria.

No quería decir que no hubiera nadie que lo intentara, pronto quedó claro el destino que sufriría cualquiera que tratara de imitarlo. Bria se puso firmes, pero no soltó sus armas, no lo haría a menos que la obligaran a ello. Pasó la vista por la sala, y se sorprendió de ver como tanto el manco como el extranjero habían sobrevivido a pesar de que habían sido los objetivos de Glothus y sus hombres. El de blanco también seguía con vida a pesar del golpe, y seguía sin dejar de gritar. Empezaba a pensar que más que un agente de alguna facción rival era solo un loco si se atrevía a seguir haciendo aquello.

Miró de reojo al estigio que había atrapado a Lyra. ¿Sería capaz de tratar de huir después de ver lo ocurrido al otro? A pesar de las cirunstancias, si lo intentaba, Bria desenvainaría y trataría de impedírselo con un tajo hacia las piernas.

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04/02/2019, 01:53

La presencia de los soldados del patricio fue como un jarro de agua fría. Y lo que parecía que solo podía terminar en una matanza, se detuvo al momento. Solo había cinco hombres de Alk-Tor en la taberna, y algunos fuera apostados con arcos. Suficientes. Su fuerza no provenía del filo de sus aceros o de la calidad de sus armaduras, tampoco de la voz de su oficial o del porte regio y bien formado de los rasos. Su poder venía del puño de hierro que gobernaba la ciudad. Al patricio no le hacía falta hacer acto de presencia para que su nombre fuera temido y para que su voz fuera acatada.
La mayoría enfundó sus armas, otros las tiraron al suelo y alzaron las manos en señal de rendición. Oggo, entre ellos, quien alzó su única mano en señal sumisa. Bria observó como el secuestrador depositaba a Lyra en el suelo haciendo gala de una inusitada delicadeza. Después desabrochó su cinturón y lo dejó caer al suelo mientras mostraba una sonrisa amistosa. Salvada la chica, y con los aceros de los soldados apuntando a su corazón, Bria se vio obligada a soltar sus armas y rendirse. Habría podido derrotar a uno o dos, quizás a los cinco soldados, pero no habría salido vida de la posada. Edgtho debió de pensar lo mismo. Allí dentro había una posibilidad de victoria, pero un sexto sentido le decía que si no arrojaba sus armas, moriría con ellas en las manos, ya fuese por un flechazo a traición o por el espadazo limpio de uno de aquellos soldados.
Remu también se rindió. A su particular manera. Su discurso consiguió que algunos reticentes se rindieran, al fin. La palabra senador tenía peso, incluso en aquel tugurio.
—Es el alborotador, es quien ha empezado todo esto —señaló el negro; había soltado sus armas igual pero no mantenía una actitud sumisa. No era la primera vez que daba explicaciones a los hombres del patricio.
La posada no tardó en llenarse de más soldados. Organizados y, ahora, superiores en número. Ponthia, la fronteriza, era un avispero. Motines, guerras internas, incendios, cualquier chispa podía provocar la destrucción de una ciudad tan caótica. El patricio había adiestrado bien a sus soldados, convirtiéndolos en una fuerza de choca rápido, siempre preparados para sofocar todos los incidentes. Una pelea en una taberna era admisible, no así una matanza. Y menos si las narices de una casa rival había metido sus narices.
Les pusieron de rodillas, a todos juntos, vigilados siempre bajo la atenta mirada de una docena de soldados. No les permitirían hablar aunque les dieron agua. También recibieron atención médica por parte de algunos médicos de campaña. Las heridas no se emponzoñarían.
El oficial del patricio mantuvo una discusión con Zhoga. Melara no tardó en aparecer, tan relajada y estirada como un témpano de hielo. Su presencia calmó los ánimos. Glothus también parlamentó. El patricio gobernaba la ciudad. Su mano derecha era Enather, el Falso Emperador. El patrón de Glothus. Estaban del mismo lado. Nadie supo que versión dieron. La dueña de la taberna, el capitán de la guardia nocturna del coliseo y el bajito oficial del patricio tramaron su propio argumento.
Lyra era una mercancía. Había sido vendida a Glothus. El precio no se había pagado porque ciertos personajes les habían interrumpido.
—Y era una transacción legal —aseguró Melara, para quien hablar del precio de una vida era tan cotidiano como el comer.
—Ese se interpuso —dijo Glothus señalando a Edgtho —. Y el manco. También la mujer. Y luego está ese loco que dice servir a Vanussa —indicó el capitán.
—No creo que la Casa de la Daga Carmesí intentase algo tan burdo —meditó el oficial del patricio.
—Pregunta a quien quieras.
Hubo unos breves interrogatorios. Dijeron la verdad; Remu había indicado que Vanussa era su patrón. Aunque hubieran dicho cualquier cosa por salvarse. El oficial del patricio no parecía dar crédito.
—Es un problema. Si son siervos de la Daga Carmesí saldrán en libertad en cuanto Vanussa se entere. Y ciertamente, ya estoy harto de que se inmiscuya en estos asuntos. La ley es la ley. Mirad a vuestro alrededor, toda esta sangre, todos estos asesinatos…
—Y mi taberna destrozada
—señaló Melara.
—No es más que un perro rabioso, y un día…
—Hay algo que podemos hacer. Una forma de enviar un mensaje, legal, sin iniciar una guerra entre casas
—señaló Glothus, su sonrisa se ensanchó como la de un zorro que ha encontrado la manera de despellejar a las gallinas sin arriesgar su propio pellejo.

Los separaron. Los despojaron de sus armas, de sus objetos y puede que de sus sueños. Los agruparon en pequeños grupos de cuatro o cinco y los metieron en carretas con gruesos barrotes de metal. Nadie les hizo preguntas. No querían saber sus nombres o sus intenciones, no querían escuchar sus historias. El Cerdo Volador quedó atrás, junto con Melara y su fiel perro, Zhoga. Tenían mucho que recoger y al día siguiente, la taberna debía abrirse una vez más.
No supieron cuánto tiempo pasaron en la carreta. El lento traqueteo les impedía descansar, así como el mal olor del hacinamiento y la desesperación. Los volvieron a separar, esta vez para encontrarse en pequeñas celdas en las que no entraba la luz. Algunos aprovecharon el tiempo para descansar. O, al menos, intentarlo. Fue imposible. Bria, la más cercana a la entrada principal, escuchaba la llegada de los carros cada cierto tiempo. El correr de las ruedas, las voces de los guardias, los lamentos de los condenados. A Oggo le metieron entre los enfermos y tullidos. Los gemidos y sollozos eran constantes, imposible concentrarse en algo que no fuera el sufrimiento humano. El aroma le resultaba extrañamente familiar; olía a animal salvaje, a selva, a jungla. Edgtho fue arrojado a un pozo en el que casi se rompe una pierna al aterrizar. El silencio era tan penetrante como aterrador. De vez en cuando le parecía escuchar el clamor de una multitud.
La celda de Remu resultó más acogedora. Tenía un catre de madera y paja y un orinal. Por dos veces fue despertado cuando el cansancio pudo con él. Las dos con cubos de agua helada, lo cual le cortó el sueño y le mantuvo tiritando. La tercera vez los guardias entraron directamente para propinarle una paliza. Sin embargo fueron cuidadosos en no romper ninguno de sus huesos. Moratones y cortes débiles, a parte del terror de verse acosado una vez más si cerraba los ojos. Nadie habló con él salvo unas pocas palabras por uno de los guardias “Glothus te envía saludos”.
Los sacaron de sus celdas. No fueron agradables ni locuaces. Simplemente les obligaron a salir y a caminar por largos corredores sin ventanas. Había muchas celdas en aquel lugar. Los muros eran gruesos y estaban iluminados por gruesas antorchas de metal. Las sombras proyectaban eran monstruos que representaban sus miedos más acuciantes. Uno a uno, les fueron introduciendo a todos en la misma celda.
La celda era espaciosa, al menos para una veintena de reos. El suelo era de tierra y paja. En una de las esquinas se amontonaban un montón de heces. Olía a calor humano, locura y desesperación. Las paredes eran de roca sólida, anaranjada. La única luz, artificial, provenía del pasillo. Era cálida. En los muros se podían apreciar las marcas de desesperación de los hombres; marcas de dedos humanos que habían logrado grabar unas iniciales o el número de días que habían pasado allí, nunca más de cinco. La puerta era una aberración metálica formada por anchos barrotes de metal negro y retorcido.
El primero en llegar fue Oggo. La mirada que los guardias le arrojaron fue de lástima. Cerraron la gruesa puerta comentando lo poco que iba a durar un “medio hombre” como él en un sitio como aquel. Bria fue la segunda. Los guardias tuvieron una acalorada situación sobre si debían propasarse con la mujer o no, pero uno de ellos mencionó que los miembros de esa celda eran intocables. Había otros planes para ellos. Lo había dicho el capitán. Lo mismo sucedió con la tercera inquilina; la pobre Lyra, que había perdido el sentido al no poseer la fortaleza ni de ánimo guerrero de sus compañeros de celda. El siguiente fue Edgtho. La mirada crítica de los guardias fue más generosa con él. “Procura emparejarte bien y puede que apueste ti”, dijo uno de los carceleros. El quinto no les resultó desconocido a ninguno de ellos; era un hombre grande de gran barba, músculos abultados, tatuajes y la cabeza rapada. El bárbaro había peleado en la taberna, quizás a favor o en contra, de una forma especialmente salvaje. Dado que había intentado escapar todas las veces que habían intentado trasladado le habían golpeado hasta dejarle inconsciente. Arrojaron su cuerpo dentro. Remu, el último, fue el que más tardó en llegar ya que los guardias se divirtieron haciéndole tropezar una y otra vez, u obligándole a arrastrarse por el suelo a punta de espada y látigo. Cuando los guardias le metieron en la celda pudo tener unos momentos de descanso.
En una de las esquina se encontraba Lyra, acurrada. Había recuperado el conocimiento pero se había quedado dormida por el esfuerzo de los ¿últimos días? No habían visto el sol desde que abandonaron la taberna y no sabían si el cansancio que sentían se debía a un largo tiempo sin comer y dormir o a los escuetos descansos que habían podido disfrutar. Algunos habían podido comer algo cuando sus captores les habían arrojado restos de carne fría o de pan duro. Al menos les habían dado agua a todos.
Sonoramente, el bárbaro dormitaba aún aturdido, tumbado boca arriba, mascullando de vez en cuando alguna palabra en su salvaje lenguaje. Edgtho no se encontraba del todo mal, su cautiverio había sido relativamente silencioso y la oscuridad había acunado sus sueños. A Oggo le pesaba él no haber podido dormir pero sin duda agradecía haber salido de aquella celda donde todo olía a demencia y no dejaba de escuchar el llanto de los condenados. Bria se encontraba fresca a pesar de todo. Sentía los músculos cargados y hambre, pero había podido beber tanta agua como había querido. Remu se habóa llevado la peor parte; su cuerpo estaba cubierto de golpes y pequeños cortes. No había comido nada y el agua que le habían dado la habían mezclado con orina.
Nadie les había dicho porque estaban allí. Ni donde estaban. Tampoco qué se esperaba de ellos, si es que se esperaba algo de ellos a parte de que muriesen. Quizás ese fuese su destino para el resto de sus vidas; compartir una celda hasta que la muerte los llamase.
Fuera de la celda se habían apostado dos guardias. Al contrario que los guardias que les habían tratado hasta ahora, quienes solían hablar entre ellos o burlarse de los presos, estos se mantenían en completo silencio.

Notas de juego

Perdona que no haya esperado tu turno, Drakkon. Pero sino respondo hoy seguramente no podré hacerlo hasta el viernes o el sábado. He preferido adelantar los acontecimientos. Evidentemente puedes responder al turno anterior y a este. O a ninguno...XD

Aprovechad para conoceros. Hasta estaís todos juntitos, que bonito.