Partida Rol por web

Las Crónicas del Acero

Circo de Sangre.

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14/06/2019, 01:21
Bria
Sólo para el director

Centrada en sus rezos, no se dio cuenta del cambio que había sufrido su alrededor hasta que terminó con su tarea. El frío la hizo encogerse y aferrarse los brazos, cuyos pelos se pusieron como escarpias en segundos. Al respirar podía ver como el vaho salía de su boca y se perdía hacia las alturas, aunque al mirar vio que no había final a estas. ¿Dónde estaba? ¿Y sus compañeros? ¿Se trataba de un sueño? Podía percibir formas y sensaciones en torno a ella, pero no sentía como si realmente estuvieran allí. Ahora mismo, no sentía... nada.

Una voz a su espalda la sobresaltó, y se giró rápidamente para ver de quién se trataba. Era una voz poderosa, fría a la par que atrayente, una de las que te hace mantenerte en tensión al mismo tiempo que quieres seguir escuchándola. Hablaba sobre el destino que les aguardaba a Edghto y Oggo, pero su atención cambió de estar en sus oídos a estarlo en sus ojos cuando vio de quién se trataba su interlocutora.

Aunque realmente no es que la viera del todo bien. La mujer casi parecía fundirse con la oscuridad que la rodeaba, con lo que tenía dificultades para ubicarla cuando no podía hacerlo a través de su voz. Por lo que podía vislumbrar, tenía un cuerpo envidiable, que habría sido objeto de deseo de mismísimos reyes, y de envidia por parte de toda mujer que echara una sola mirada sobre ella.

Y a pesar de ello, la sensación que tenía de la misteriosa mujer no era una buena. No sabía por qué, pero había algo allí que la hacía desconfiar de ella, más aún que de aquél oscuro entorno salido aparentemente de la nada. Debajo de aquella engañosa fascinación, podía percibir algo que era de todo excepto bueno. Aun así, escuchó con atención aquella voz, no podía hacer otra cosa.

Un escalofrío la recorrió cuando la figura le dio la espalda. ¿Templo? ¿Diosa ¿Era moderna? ¿Qué demonios era todo aquello? Siguió escuchando para ver si lograba desentrañar algo más sobre lo que se estaba refiriendo. Al escuchar el nombre de su diosa se quedó paralizada ¿Cómo sabía quién era? Y otra vez aquello del no nacido... ¿Sería la profecía de Enather algo más que los delirios de un hombre que ya no sabía con qué entretenerse?

La mujer le tendió la mano al tiempo que seguía hablando de manera críptica para ella. Porque no podía estar hablando de un parto de verdad, ¿No? A pesar de la mala vibración que le transmitía, aquella promesa... por un momento se imaginó llegando de nuevo a su tierra, por fin. ¿Y a qué se refería con eso del poder?

La misteriosa figura echó a andar hacia un pasillo que no inspiraba la más mínima confianza, como ella... pero no parecía tener otra opción que seguirla por el momento. Al menos, parecía dispuesta a responder a sus dudas. Pensó un rato mientras echaba a andar detrás de la mujer — ¿Qué es este lugar? ¿A qué te refieres con lo del no nacido, que relación tiene él con la profecía? ¿Y yo? ¿Mi papel será el de partera y nada más? ¿Y a cambio piensas ayudarme a regresar a Brythunia? — hizo una pausa mientras trataba de ver algo a través de la oscuridad — ¿Qué és, o qué será de mis compañeros? ¿Podrán escapar del Circo? — luego hizo otra pausa, más larga, mientras se decidía a preguntar lo último — Esto era un templo, dices... ¿A quién se rendía culto aquí?

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17/06/2019, 01:02

Oggo apostó fuerte. Hincó la rodilla ante la mujer y no ante el hombre del trono. Cualquiera hubiera quedado desbordado por la presencia del guerrero; altivo, buen porte, hombros anchos, acero en la mirada, fuego debajo de la piel. Pero como Oggo había intuido, se necesitaba algo más para ser un líder en la sombra. Algo de sutileza. Algo que aquel hombre no poseía. Quizás fuera un líder, pero no era el líder que estaba buscando.
Cuando Oggo se puso en pie encontró una sonrisa medida en el rostro de la mujer. El comerciante nervioso suspiró aliviado, ya que seguramente otra opción por parte de Oggo hubiera significado contemplar una muerte violenta. El hombre fornido asintió, satisfecho.
—Dicen que cuando un hombre pierde un sentido, agudiza los otros —empezó a hablar la mujer, su voz tenía el temple y la madera de aquellos que hablan en público de forma asidua —. Creo que habéis agudizado bastante la mente, y eso me agrada. Soy Vanussa, y no me gusta que tomen mi nombre en vano. Es bastante complicado pelear en la sombra cuando cualquier delincuente pronuncia tu nombre como si fuera un manto de protección. He matado a muchos por menos, y seguramente mataré a muchos más por muchos menos.
Su voz no titubeaba, hablaba como un estratega al que no le temblaba el pulso al contar las bajas de la siguiente incursión. En toda guerra hay bajas, y se admiten. Siempre que no sea uno mismo.
—Mañana vas a morir en la arena. Te hemos visto pelear, no eres rival para el león. Ni tú ni tus amigos —aquello era más una certeza que un augurio —. Pero puedes tener una posibilidad. Podría conseguir armas, armaduras y otros objetos para ti y para tus amigos. Os armaríamos antes del combate, justo antes de salir. Así, quizás, viváis...
Lo dejó en el aire. Tanto Oggo como ella sabían lo que venía ahora. El precio.
—A cambio solo quiero que mates a Enather —"solo", sonaba tan ridículo en esa frase —. No voy a hacerte partícipe de mis intrigas. Pero habrá una oportunidad. Y puede que esté en tu mano. Acaba con él y serás libre. Mis hombres te protegerán, a ti y a tus amigos. Pero si fallas, negaremos conocerte y te abandonaremos a tu suerte. No creo que vayas a recibir una oferta mejor.
Jugaba con alguien que sabe que tiene ventaja. Ofrecía agua al hombre sediento. La alternativa era la muerte.
—Tu amiga está ahora bajo la protección del Enather. Si él muere, puedo ocuparme de ella. Aunque no entiendo a que viene ese sentimentalismo. Os ha traicionado, a ti y a tus amigos. Si crees que una vida lujo en uno de mis palacios de la costa es el premio por ello, tenemos un trato entonces.

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17/06/2019, 01:04

Edgtho ya sabía que sus primeras palabras le acarrearían un golpe. Como tal, recibió un latigazo en un brazo. La piel se abrió dolorosamente como una flor en primavera. La herida le ardió más que le dolió. El latigazo le resultaría molesto durante unos días. Noventa y nueve más serían un suplicio. No obstante, había sido necesario para dejar una cosa clara; él no era un tipo fácil.
—Hay ratas en todas las madrigueras —murmuró Glothus cuando Edgtho se avino a cooperar —. Ese oro les saldrá caro — cien latigazos seguramente, Glothus no era el tipo con más imaginación de coliseo.
Durante el transcurso de sus palabras, Glothus levantó el brazo armado con el látigo en un par de ocasiones, pero lo bajo el mismo número de veces. Incluso un bruto como él podía reconocer la verdad cuando le abofeteaban con ella. Edgtho estaba en apuros, pero Glothus también. Él era un sabueso, tarde o temprano encontraría a sus presas. Así había sido siempre. Pero lo cierto era que su cualidad era más la implacabilidad que la velocidad.
Sopesó las alternativas.
—Tu amigo no parece un rastreador. Más bien es la clase de persona que hay que rastrear.
El bárbaro no entendió el insulto, pero gruñó igualmente. De hecho, gruñía cada vez que Glothus terminaba una frase, como si quisiera suplir el hecho de que no podía aplastarle el cuello aplastando cada una de sus palabras.
—Sabes hablar, de eso no hay duda. Si supieras cuando callar, no estarías aquí —recordó; no había sido un latigazo pero su lengua de babosa podía doler igual —. Tenemos un trato, no te despellejo a latigazos y nos ayudas a encontrar a tus amigos.
Le hizo un gesto a dos de sus hombres, obligaron a Jah´Tall a ponerse en pie.
—Él se queda aquí como garantía. Si nos conduces a una trampa, o si alguno de nosotros no volvemos, lo pasaremos a cuchillo. Si vamos a morir, lo haremos todos.
El bárbaro no entendía exactamente la situación. Sabía que iban a separarles y no estaba muy seguro de si aquello era lo que Edgtho quería. Le lanzó una mirada que indicaba que si había un momento para pelear, era ahora*. La batalla que habían vivido en la arena había sido suficiente para que el norteño confiase en el criterio de los demás. Si bien, por lo que él sabía, el explorador podía estar vendiéndole para comprar un salvoconducto.
Regresaron al gigante al la celda, cerraron la puerta y dos de los hombres de Glothus quedaron a la puerta.
—Ve a por la cadena, Ather, y trae antorchas. Muchas —el matón frunció el ceño pero no dijo nada.
—Quizás sería mejor que yo me quedase aquí a vigilar —aventuró otro de los matones.
—Vendrás conmigo, no hay más que hablar —gruñó Glothus —. Tus amigos no pueden haber escapado hacia la salida. Ya estarían aquí. Solo hay una forma de salir de este lugar y es por abajo —y cuando mencionó "abajo" Edgtho no tenía muy claro que se refiriese a lo que todos entendían por abajo —. Iremos a buscarles antes de que...desaparezcan.
El matón que se habían ido a por el equipo regresó. Colocaron un grillete en el tobillo derecho de Edgtho, el otro grillete de la cadena se lo ancló Glothus a la muñeca. Eran ocho metros de metal reluciente y nuevo.
—Irás por delante. Si tratas de escapar, tiraré de la cadena y te atravesaré con la espada. Si tratas de engañarnos, haré lo mismo. Igual si nos llevas a una emboscada.
Los hombres estaban visiblemente nerviosos. No solo habían desenfundado sus armas, sino que todos habían encendido unas luminosas antorchas bien cargadas de aceite, aparte de que habían hecho acopio de varias más, así como de aceite de prender, yesca y pedernal. Uno de ellos incluso se había enrollado una cinta alrededor de la mano y la antorcha para no perderle.
—No soy un monstruo —le dijo Glothus, entregándole tres antorchas empapadas de aceite, yesca y pedernal —. Si algo te atrapa, tiraremos todos de la cadena.
—Como si eso sirviera —gruñó un matón con la cabeza rapada y un aro de oro en la oreja; su fiero aspecto se había convertido en el de un niño asustado —. La última vez solo había un pedazo de carne al otro extremo de la cadena.
—A callar. Bajaremos y subiremos todos, con los fugados. O puedes personarte ante Enather y decirle que tienes demasiado miedo como para hacer tu trabajo.
El hombre se lo pensó y aceptó, pero estaba claro que aquellos túneles le daban más miedo que el propio Emperador.
Caminaron, Edgtho delante, la antorcha encendida, los cinco hombres detrás. Glotus le guió al principio. Túneles iluminados que se iban oscureciendo como si poco a poco se fueran introduciendo en la boca de un monstruo, una garganta de piedra donde la luz brillaba con menos intensidad y las llamas no calentaban.
Edgtho se detuvo ante la oscuridad. A sus ojos parecía sólida como una puerta...y también maleable como una marejada siniestra que estuviera deseando envolverle y asfixiarlo. La luz de su antorcha no le daba tanto rango de visión como esperaba. Sus sentidos estaban disparados. Por experiencia Egtho sabía cuando un camino era seguro o no. Había ciertos indicios que podía leer. Otros lugares, como aquel, olían simplemente a muerte.
A pesar de todo sus ojos vieron un par de pisadas, muy suaves, sobre el polvo del corredor. De una mujer, puede que de Bria. Curiosamente no eran pisadas distantes entre si que indicasen que alguien estaba corriendo o huyendo. Eran pasos cortos, como de alguien que está dando un paseo.
—Adelante —le ordenó Glothus desde atrás. Y por primera vez desde que le había conocido, le escuchó titubear.

Notas de juego

*Tienes esa opción. O al menos de indicarle al bárbaro que pelee.

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17/06/2019, 01:07

—Demasiadas preguntas llevan a la confusión, no a la iluminación —advirtió la dama de negro mientras caminaba; su paso era sedoso, como el correr de dos cortinajes de fina tela, pero su tono había sonado tan implacable como el caer de una guillotina —. Antaño fue un templo donde Madre era venerada y respetada. Hoy, los hombres de tu templo han alzado sobre él un despropósito, una burla que nos hiere y nos molesta.
Sus largas piernas torneadas se desvanecían entre las sombras. A veces era como si no estuviera allí.
—Las profecías son cosas de brujos, magos y hechiceros, no puedes fiarte de ellos porque dicen ser una cosa, aparentan ser otra, y son otra muy distinta —una sonrisa se perfiló en sus labios, los cuales se habían teñido de un negro tan atractivo como peligroso; un tono ideal para una flor venenosa —. El no nacido es el último de nosotros. Si no puede nacer aquí ya no lo hará, y todo se perderá. Y es más de lo que crees. Sin él, tu propio mundo está condenado.
Habían llegado a una cámara subterránea. El instinto de Bria le decía que estaba muy adentro, en la tierra, casi tocando los infiernos, pero tenía la sensación de haber estado andando tan solo un par de minutos. Además, no tenía la sensación de haber descendido a ninguna parte. En el centro había un caldero de piedra con símbolos tan grotescos que hicieron que la brithuna apartase la vista, asqueada. Dentro había un líquido oscuro.
La luz provenía de ninguna parte y era más bien similar a la de la luna llena, aunque más tenue.
—Mira en el interior del caldero.
Al asomarse a él Bria vio Ponthia desde la perspectiva de un pájaro.
—Civilización. Los hombres han dejado de temer a los dioses. Ya nadie los controla. Sé lo que estás pensando. Somos el mal. Pero el mal es necesario hoy día. Tu gente tiene libertad, tiene el don del libre albedrío. Esto es lo que hace con él.
La imagen cambio para empezar a mostrarle a Bria una sucesión de situaciones, todas en Ponthia; un hombre apuñalado por la espalda para que otro le robase unas botas, una mujer envenenando la copa de vino de su esposo para quedarse con su herencia, esclavistas que vendían negros, niños y mujeres a golpe de látigo, más baratos que el precio de una noche en una posada. Burdeles que aceptaban niñas y niños. Soldados que eran comprados por los gremios de ladrones. Jueces que hacían la vista gorda cuando el acusado era un nombre. Y luego, el coliseo. Hombres inocentes destinados a matarse los unos a los otros por el placer de muchos otros. Decadencia, ignorancia, maldad, crueldad. El hombre. Las imágenes terminaron con la pequeña reyerta en el Cerdo Volador.
—El hombre no tiene un depredador, no tiene a quien temer. Se cree amo de la creación. ¿Qué hace con tal poder? Aplasta a sus iguales. No existe la justicia en tu mundo. Nuestro deber, desde los tiempos antiguos, ha sido mediar. Ese es un mundo sin dioses...
La imagen se apagó y Bria se dio cuenta de que estaba a oscuras con la dama de negro. Durante unos momentos la mujer envuelta en una túnica no pareció eso, sino algo más grotesco, inhumano y deforme, algo que asustó el revoltijo de emociones que tenía ahora por alma.
—Te daremos poder para que, cuando vaya a nacer nuestro último hijo, puedas protegerle. Si él consigue nacer tú estarás marcada como aliada y no te haremos daño. Podrás salir de aquí por tu propia mano y guiar a los que consideres dignos. O puedes negarte y seguir fingiendo que todo esto no te atañe. Te llamarán Kalipso, serás su nueva diosa. Una diosa de carne y hueso que morirá en la arena, como todos. Serás parte de Ponthia y de su corrupción, una marioneta más de ese hombre que se llama a si mismo Emperador. Es una burla. Recuerda quien eres, Bria, Sacerdotisa de Modron y toma mi mano.

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18/06/2019, 02:15
Oggo

Oggo era un despojo, una sombra. Por más tiempo del que podía recordar la vida lo había abandonado. La esperanza, el norte. Su brújula interior no apuntaba a ningún lado y no lo había hecho por años. 

Fue en aquel lugar improbable, dentro de aquella ciudad espantosa, engullido por esos túneles oscuros que ocultaba la inclemente arena, donde el cuervo que había sido comenzaba a despertarse. Donde Oggo era cauto y sutil, Cuervo había sido desafiante e impulsivo. Donde Oggo era demente y desconfiado, Cuervo no habría pensado dos veces antes de actuar.

Oggo no hubiese arriesgado su cuello por aquella chica, y en realidad no lo había hecho hasta la intervención de Edgtho. Puede que tampoco hubiese jugado el papel de "gladiador de Vanussa", y mucho menos se hubiese jugado la cabeza arrodillándose ante la mujer. Pero este Oggo lo había hecho. Y el resultado le infundía confianza. No pudo desentenderse de la satisfacción que le provocó el haber hecho caso a su instinto.

"Mañana vas a morir en la arena". Cuanta razón tenía. Aunque Oggo guardaba aún una carta para jugar, sería difícil sobrevivir a un combate contra Gubra. La perspectiva de obtener armas era tentadora. Armaduras. Y otras cosas, fueran lo que fueran. Era muy tentador, si.

El precio era eliminar al falso Emperador. No era algo que le afectara especialmente a su consciencia, tratandose de alguien que había mandado cientos, o tal vez miles, de personas a una muerte cruel, pero Cuervo le susurraba desde detrás de la oreja. "Hay algo más", "No seas un peón, los peones son sacrificables", "Debe haber una manera de ver los puntos ciegos". Oggo asintió.

- Mi señora -comenzó. Sabía que una palabra equivocada, un paso en falso, podía separar su cabeza del resto de su cuerpo. Si yo, o mis compañeros -se cuidó de no llamarlos amigos, los amigos son debilidades-, "soldados de Vanussa", asesinamos al falso Emperador,  las miradas se volverán irremediablemente hacia vos, o hacia vuestro nombre. 

La observó detenidamente, dandole unos segundos para asimilar sus palabras, para seguirlo. Aunque sabía que una persona como ella no tendría demasiada paciencia. Continuó.

- Sé que es precisamente lo que quereis, o no lo habrías planeado así, pero tal vez haya una alternativa. Sé que mis posibilidades de libertad son casi nulas. Quien asesinara a Enather debería enfrentar la justicia del Patricio. Soy sólo un vagabundo, pero por lo poco que conozco de Alk Tor, no permitiría que el asesino de su mano derecha permanezca impune, queden en manos de quien queden los alcances de su poder tras su muerte. 

Cuervo, desde detrás de los ojos de Oggo, la miró intensamente.

- El mensaje de hacer desaparecer a Lyra desde bajo sus narices enviaría un mensaje contundente, intuyo que está en vuestras manos. Que la "protegida de Vanussa" desaparezca de la cama del falso Emperador no haría mas que reforzar vuestra leyenda -apeló a su ego.  Pero entiendo que no lo hagais ahora. Entiendo que no actuaréis bajo falsas promesas ni divagues de un viejo tullido. Porque sé que eso soy -levantó su muñón. El castigo de los ladrones -explicitó lo que probablemente todos sospechaban. No es una buena carta de presentación.

Bajó la mirada, exhaló con resignación.

- Si puedo y aún lo deseais, intentaré asesinar a Enather. Pero antes intentaré otra cosa, más efectiva. No os haré partícipe de mis intrigas -desafió quien se llamara Cuervo en Shadizar, y en Thiaras, y en Argus. Las palabras que podían separar el cuerpo de su cabeza, las que determinarían el valor que aquel manco tenía para ella. Si lo permitís, nos servirán las armas. Y afrontaré mi destino con el Patricio. Si todo sale bien, la chica deberá elegir su destino, no ir obligada a un palacio ni a otro sitio. Y los tres que están conmigo, si todavía viven, deberán ser puestos en libertad. Tal es la recompensa que humildemente os pido -agachó finalmente la cabeza, no quería desafiarla demasiado frente a los presentes. 

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22/06/2019, 06:34

—Temes que pueda traicionarte y que use tu cuerpo como saco para la ira del Patricio —explicó ella tras las primeras palabras de Oggo —. Si cumples tu misión, te llamarán asesino y como tal te tratarán. Pero querrán saber quien se esconde detrás de tus acciones, y bastará una palabra tuya para condenarme. Mi rostro es tu garantía. Solo las personas aquí reunidas saben que yo soy en verdad Vanussa. Cuando Enather muera, me mostraré, y con la verdad en una mano y la sangre del falso emperador en la otra, le mostraré una verdad al patricio que no podrá obviar —sus ojos no mostraban ni duda ni clemencia —. Ahora no me escuchará, no mientras la lengua venenosa de ese mentiroso siga pegada a su boca. ¿Es suficiente garantía para ti?
Apartó la vista de Oggo cuando él la miró fijamente. Era evidente que el tullido le repugnaba y no iba a ocultarlo. Escuchó sus palabras con visible desgana.
—Los hombres siempre os comportáis como necios cuando una jovencita os propone abrirse de piernas para vosotros. Desconozco que oscura y febril obsesión impide que aprecies más el pellejo de esa muchacha que el tuyo propio —suspiró, igual que el maestro que intenta meter algo de razón y sensatez en el más bruto de sus alumnos —. Mi trato es solo contigo y con tus cohortes. No doy nada a aquellos que nada me ofrecen. Y para mis enemigos solo tengo acero y veneno. Y ahora tu "amiga" se encuentra en el bando perdedor. No te prometo nada más que lo ya hablado —le hizo un gesto; podía marchar—. Mis hombres te facilitarán papel y carboncillo. Apunta en él lo que necesitéis y haremos lo posible por complaceros. Y si rehúsas mi ayuda...ni siquiera tendré que matarte, el león de Ponthia lo hará por mí.

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24/06/2019, 00:33
Edgtho
Sólo para el director

Edgtho imaginaba que a Glothus no le iba a hacer mucha gracia tener que darle explicaciones al emperador. Si en algo se parece la mayoría de capitanes, es en no querer rendir cuentas a los auténticos soberanos. Generalmente estos no tienen mucha idea de cómo son las cosas de verdad. No entienden que una batalla estuviese perdida antes de lucharla, o que un guardia pueda aceptar dinero de terceros. En esa situación las reacciones de Glothus eran más o menos previsibles. Al no poder plantarse con las manos vacías ante su señor, tenía que resolver el problema. Ese era el buen camino, al menos para Edgtho. De pronto había ganado algo de fuerza en la negociación. No mucha, porque a fin de cuentas seguía siendo un prisionero, pero la situación era mejor que hacía unos instantes. Sin embargo la situación implicaba dejar a Jah´Tall atrás. No era como si fuesen amigos de toda la vida, desde luego, pero sí que estaban en el mismo barco.
-No, no parece un rastreador, aunque su gente es bien conocida por seguir las huellas de caravanas y viajeros-. Era difícil saber si Jah´Tall sería bueno siguiendo rastros o no. Por eso se había decantado por decir únicamente la parte de la información que sabía que era cierta. -En cualquier caso, a tus hombres les asustan bastante estos túneles. Yo me voy a defender ante lo que encuentre, pero si voy delante y solo, podrían rebasarme. Con él será más complicado. Vosotros seguís teniendo las armas y nosotros las correas. No es ningún problema controlarnos. Por otro lado, tanto él como yo ignoramos qué les asusta tanto. Vamos ¿De verdad puedes decir que no vendrán bien un par de hombros tan fuertes como los suyos? Llámame cobarde si quieres, pero creo que todos nos sentiríamos más seguros con el grandullón a nuestro lado-.

El único camino posible era hacia abajo. Eso decía Glothus. Imaginaba que no hablaba por hablar. En cierto modo tenía sentido. Bría había dicho algo sobre que todo les empujaba a ir hacia abajo. Aún así, dudaba que ella les hubiese dejado tirados en la celda. Tampoco la conocía tanto, no tenía ningún buen motivo para pensar así. Simplemente era la impresión que les había dado.
-¿Cómo distinguís unos caminos de otros? Las intersecciones parecen distintas cada vez que pasas por ellas.-
No era una pregunta absurda. Edgtho no estaba seguro de cuan útil podía resultar seguir huellas por un camino que parecía cambiar a cada paso.
Por lo demás, las instrucciones eran sencillas, incluso más sencillas de lo expuesto por Glothus. Si hacía cualquier cosa que no gustase al capitán, iba a encontrarse con su espada en las costillas. Más o menos lo previsible. Las cadenas tenían un peligro para sus captores. Si algo le agarraba a él, también los agarraría a ellos. Del mismo modo tenía algo positivo para él. Si algo le agarraba, los demás se verían obligados a intentar sacarle de allí. Curisamente el propio Glothus dijo eso mismo. Sorprendente.
-Eso que tus hombres temen tanto...- se cuidó mucho de no incluir a Glothus en esa afirmación. Una cosa era recibir los latigazos necesarios para reforzar una postura. Otra muy distinta era buscarlos solo por diversión. -¿Alguno lo habéis visto? Porque estoy seguro que mi primera reacción sería atacar. Estoy seguro que la tuya también, Glothus-.

Tocaba ponerse manos a la obra. La falta de luz era bastante molesta para esa clase de labores. Aún así, dejar pasar el tiempo era peor. Además, en ese caso concreto jamás iba a haber luz. Se agachó frente a los primeros resquicios de huellas. Pasos de mujer. No era suficiente información para identificar a Bría, pero debían ser suyos. No había visto guardias entre las mujeres y las huellas partían desde la propia celda. Iba andando. Alguien que se fuga o bien va corriendo, o bien camina intentando ocultar el sonido de los pasos. En el primer caso las huellas se distancian entre sí. En el segundo no se dan pasos suaves. Al parecer iba andando. Iban por el buen camino. Claro que llamarlo buen camino era mucho decir. Sus sentidos le rogaban que diese la vuelta. No era siquiera la misma sensación que al entrar en una emboscada. Era mucho peor, como si las propias sombras estuviesen amenazándoles. Tal vez era así. Glothus le apremió a avanzar. Edgtho hizo un gesto con la mano para indicarle que fuese más despacio. Adelantó la antorcha bastante, tanto como le permitía su brazo. Comenzó entonces a andar despacio, muy despacio, sin dar un paso hasta asegurarse que la zona que tenía delante era medianamente visible. Renunciaba a tener la luz que una antorcha debería estar dando si esos túneles fuesen normales, pero al menos quería aprovechar al máximo las herramientas de las que disponía. Antes de darse cuenta ya estaba andando en sigilo. Era absurdo, la propia antorcha revelaba su posición más que el ruido. Comprendió entonces que estaba más asustado de lo que quería aparentar. No era el único. Incluso su captor titubeaba. Decidió probar algo distinto, por si el fuego comenzase a fallar. Despacio, muy despacio, se giró hacia Glothus. No del todo. Más bien había quedado de medio lado hacia el frente y la retaguardia. Retrocedió un poco. Estiró uno de los brazos hacia el capitán.
-No tengo cuchillo, así que necesito que cortes un trozo de la manga. En una tira-.
Una vez hecho, se enrolló la tira a la cabeza, cubriendo el ojo derecho. Su ojo dominante. Entonces se agazapó en el suelo y se quedó mirando fijamente a la oscuridad.
-Dame unos minutos-
Durante esos minutos, intentó captar sonidos e incluso olores. Colocó las palmas de las manos en el suelo, tratando de captar la más mínima vibración. Espero el tiempo que creía razonable. Entonces le pasó la antorcha a Glothus.
-Que la antorcha no me rebase demasiado-.
Tras esas palabras se quitó la venda del ojo derecho, que ya tenía que haberse hecho a la oscuridad. Normalmente le bastaría para distinguir objetos. Mientras la llama de la antorcha se mantuviese detrás para no deslumbrarle, era mejor sistema que confiar en el fuego.
-Vamos a movernos muy despacio. En este corredor hay algo que no me gusta-.
Entonces continuó avanzando, muy despacio, intentando agudizar sobretodo los demás sentidos. Como precaución adicional, levantó un poco ambos brazos, dejando las manos abiertas. No llevaba armas y, si había algo allí esperándoles, no le parecía mala idea que se algo percibiese quien no iba con ganas de bronca.

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24/06/2019, 19:16

Glothus no dejó mucho marguen de maniobra a Edgtho.
—Si abajo hay problemas prefiero tener solo un hombrecillo del que preocuparme, y no de ese grandullón —arrogante y egocéntrico, pero no estúpido —. Tú llamas menos la atención —terminó, casi en un susurro, como si aquello tuviera cierto valor en el lugar en el que iban a adentrarse.
—Tú ocúpate de seguir el rastro, nosotros nos ocuparemos de recordar el camino de vuelta a las celdas —gruñó el carcelero ante la siguiente pregunta del explorador —. Solo por si se te ocurriera hacer algo estúpido, a ti a tus amigos; no podrás volver si no es con nosotros. Vamos a bajar seis ahí abajo y seis debemos subir. Mínimo.
Era evidente que albergaba esperanzas de encontrar a Bria y a Oggo. ¿Y si se habían fugado? ¿O si habían tomado otro camino? Edgtho caminaba sobre un afilado filo que amenazaba con partirle por la mitad.
—A mí me gusta follar, beber y comer. Yo no atacaría a nada ahí abajo —gruñó de nuevo el carcelero. No añadió nada más.
—No se puede pelear contra lo que hay ahí abajo —advirtió uno de los matones.
—No lo verás llegar —dijo otro.
—A veces no encontramos ni los cuerpos. Solo sangre, o algún pedazo —continuó el primero.
—No sabía que los cabrones más duros de la ciudad eran un grupo de putas plañideras. A callar. Ahí abajo no hay nada —dijo mientras apretaba los dientes y aseguraba el agarre alrededor de la antorcha.

Edgtho realizó su pequeña preparación para acostumbrarse a la oscuridad. Glothus lo observó muy serio mientras sus matones, muy juntos entre sí, oteaban en la oscuridad, las armas y el fuego presto. Solo su jefe parecía tener el aplomo suficiente, o el ápice de locura, para adentrarse en esos túneles sin que le temblasen las manos.
Edgtho le pasó su antorcha a Glothus.
—¿Seguro? —Un general que recibe la espada de uno de sus soldados que ha decidido partir a la guerra no hubiera resultado tan sorprendido.
Siguió las huellas. El rastro resultaba evidente al principio. Luego fue tornándose...extraño. Fácil de seguir, relativamente, mientras la luz se proyectaba a su espalda y dibujaba formas extrañas en su propia sombra. De vez en cuando escuchaba a los hombres de Glothus murmurar o la pesada respiración de su carcelero. A pesar de las llamas, todos tenían frío.
Las huellas se tornaron disparases. A veces el peso aplicada en ellas no era el mismo, otras veces cambiaba el tamaño del paso. Eran pequeños detalles que no escapaban de la experta vista del explorador. Nunca había visto nada igual. El peso de una persona no puede variar cuando el terreno no varia. A veces algunos perseguidos arrojaban su equipo, se deshacían de la armadura, o del peso extra. Otras veces se adentraban en terrenos más fangosos y las pisadas eran más profundas. Sobre la arena seca a veces la pisada era superficial. Lo que allí estaba viendo era como el peso variaba de forma casi imperceptible, como si aquello a lo que estuviera persiguiendo tuviera claro cuánto debía pesar, pero no fuese capaz de recordarlo en cada pisada.
Cuando ese pensamiento asaltó la mente de Edgtho se dio cuenta de que había dado con una pared. Se giró para avisar a Glothus pero solo encontró oscuridad. Volvió a mirar al frente, desorientado; la pared había desaparecido. A su alrededor se extendía un abismo insondable. No veía nada. ¿Cuándo se había alejado de Glothus? ¿Cuándo los había perdido?
Silencio. Luego, un sonido, distante y a la vez cercano.
Su mente voló lejos, a un recuerdo antiguo. Una vez había compartido cena con un voluminoso y grosero oficial que era aficionado al marisco. Le arrancaba la cabeza a los gambones y sorbía sus sesos con bastante profusión. Por algún motivo, el sonido que había escuchado le recordó a ese sorbo desagradable, pero mucho más grotesco y visceral. Sintió el frío y el miedo, desnudo y descarnado, trepando por sus piernas como un ciempiés que se enrollase a su alrededor.
Sus ojos vieron entonces un movimiento. Primero a su espalda, luego en el frente. Algo impreciso se alzó. Era imposible, claro. Los túneles que había recorrido solo poseían cinco, seis metros de altura. Lo que vio debía de encontrarse a diez metros de altura. Puede que más. Era difícil tomar medidas en aquel lugar.
Se le antojo que era un racimo de uvas granates, apretadas entre sí, que colgaban de alguna parte. Los globos, rojos como la sangre seca, se movían al unísono. Le miraban a él. Y su corazón empezó a palpitar con fuerza. De nuevo, un sorbo, esta vez más cerca, y a su mente acudió la idea de que quizás allí lo que se sorbía eran los sesos de algo más grande que unos gambones.

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24/06/2019, 23:03
Bria
Sólo para el director

Cada vez que la mujer hablaba, un escalofrío la recorría entera. A pesar de su aspecto seductor y de sus maneras, debajo de aquella capa de sombras se ocultaba algo antiguo y poderoso... y no tenía claro hasta que punto bueno. La escuchó con atención, en parte por lo intrigada que estaba y en parte por la fascinación que despertaba en ella, a pesar de que todos sus sentidos querían indicarle "peligro" — ¿Madre? ¿Te refieres a Modron? ¿Aquí, tan lejos, había un templo suyo? — siguió preguntando, a pesar de la advertencia — ¿Quiénes sois "vosotros"? Si es una especie de elegido, ¿No forma parte también de una profecía?

La siguió hasta la cámara subterránea, la sensación era atrapante, claustrofóbica casi. Sentía que había mucha tierra entre aquella construcción y la superfície del mundo de los humanos. Porque aquél casi parecía otro distinto, donde uno no podía fiarse del paso del tiempo o de su propia percepción. Se acercó a aquél caldero cuando la mujer se lo dijo, a pesar de aquellos repulsivos grabados que revolvieron su estómago. En él pudo vislumbrar la visión de la ciudad de Ponthia desde las alturas, y como esta iba cambiando a medida que la mujer hablaba.

Las situaciones mostradas se volvían cada vez más violentas y caóticas, pero todas tenían algo en común. La fuerza, el poder, daban la capacidad de imponer la voluntad de uno sobre todo lo demás. La civilización era una mera fachada, un espejismo que podían romper aquellos que contaban con los medios para ello, y para luego salir impunes. Ciertamente, tal y como decía la mujer, aquél era un mundo en el que la justicia era poco más que una leyenda del pasado. ¿Había sido así siempre Ponthia? Por lo que la otra decía, entendía que no, pero, ¿Desde hacía cuanto que aquella situación era la norma en la ciudad?

Las visiones se desvanecieron y Bria volvió a alzar la vista hacia la mujer. Solo que ahora no le parecía una mujer. Antes ya le había dado mala espina, pero al menos había considerado que se trataba de algo humano, o al menos algo que podía comprender. En aquél momento en el que todo era oscuridad, durante un instante pudo percibir lo que realmente era aquella... criatura, ya que ya no podía estar segura de nada respecto a lo que sucedía en ese momento. Sintió que el temor la invadía, y durante un segundo pensó que quizás los seres humanos habían olvidado la existencia de algo así para bien.

Seguía desconfiando de todo cuando veía y oía, pero, ¿Qué opción tenía? Si rechazaba la oferta ¿Volvería a su celda para luchar al día siguiente contra Gubra? Aunque venciera, eso solo la convertiría en la siguiente Leona de Ponthia, y tenía muy claro que no quería ese destino. La alternativa tampoco la atraía, pues desconocía que implicaban los planes que aquél ser tenía reservados para ella... pero le prometía seguridad y una manera de volver a casa. Pero sobretodo, lo que menos deseaba en ese momento era contrariar a la otra y convertirse en su enemiga.

Alargó una mano y tomó que le era ofrecida.

Notas de juego

Perdón, perdón, perdón, perdón xD He tenido una semana imposible porque el martes le hicieron a mi madre una mastectomía y entre semana solo he podido postear desde el curro. Y este finde en Valencia ha sido puente y lo he pasado arriba y abajo también. Pero el miércoles cojo vacaciones y ya no tendré más problemas a la hora de postear.

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25/06/2019, 15:22
Oggo

Las palabras de Vanussa respecto a salvarlo de la ira del Patricio no reconfortaron ni un ápice a Oggo. Sospechaba que, o bien mentía, o no le importaba en realidad su destino, sólo el resultado. No, no era suficiente garantía para él. Ni por asomo.

- Si señora -mintió. No tenía sentido alargar una negociación en la que no tenía casi nada para negociar.

Respecto a los comentarios respecto a sus intenciones con Lyra, también la dejó suponer. No lograría nada convenciéndola de que lo hacía por una motivación que no terminaba de comprender él mismo, una especie de redención por su propia carga personal. La muchacha, además, había despreciado varias veces su ayuda y sus intenciones. Había dejado en claro que no quería nada de él ni de nadie. Oggo pensó en sus propias motivaciones respecto a ella, aunque se sentía responsable de la situación en la que estaba. No en la que la había encontrado, pero si en la actual. Estaba convencido de que alguien como Glothus terminaría de destruir lo poco que le quedaba de amor propio, de confianza. Intentaría sacarla del Coliseo en las mejores condiciones posibles. Luego, la decisión estaría en sus manos. Quería darle una segunda oportunidad, pensando que se la daba a su propia hija perdida.

Vanussa también había rechazado la ayuda a sus compañeros, aunque no todo estaba perdido. Se despidió de la enigmática conspiradora y tomó el papel y el carboncillo. Escribiría todo lo que pudiera. Sabía que no obtendría todo, pero con probar nada se perdía.

"Dagas x 2
Cuchillos arrojadizos pequeños x 3
Espadas x 2
Hacha de dos manos x 1
Escudo x 1
Armaduras x 4
Antorchas x 4
Mantas x 4
Yesca y pedernal"

Su trazo era infantil y desprolijo, pero se entendía. No estaba acostumbrado a escribir. Había pedido armas por todos, esperando que consideraran un ataque conjunto hacia Enather. El contar con armas podría servir tanto en un posible intento de asesinato del falso emperador como en la arena, o en un intento de escape hacia los túneles inferiores"

Esperaba que fuera suficiente. Aunque sospechaba que no lo sería.

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03/07/2019, 00:49
Edgtho

Cada paso que daba, cada instante que intentaba leer las huellas, Edgtho sentía algo raro. No solo la opresiva oscuridad que le rodeaba, ni ese grito silencioso de cada uno de sus sentidos rogándole que retrocediera. Era algo más, algo obvio que se le escapaba. Aunque era difícil, tenía que intentar volver a pensar como un explorador. Las huellas no estaban bien, no acertaba a ver el motivo, pero no estaban bien. ¿Qué fallaba allí?, ¿qué se le estaba escapando?
Tenían la apariencia que debían tener. También tenían la profundidad correcta. Una persona caminando por los túneles, nada más. Sin embargo había algo más. ¿Qué era? Se agachó una vez tras otra para detectarlo. Respiró hondo, intentando borrar de su mente las ideas que los hombres de Glothus habían introducido en su cabeza. Muertos de los que a veces no encontraban ni siquiera los cuerpos, desaparecidos, sangre. Solo de pensarlo le daba escalofríos. Si intentaba ser sincero consigo mismo, le encantaría dar la vuelta y volver a la celda. Por extraño que pareciese, se sentía más seguro en ella. Al menos la oscuridad era algo natural, opresiva solo por las rejas que le cerraban el paso. En ese momento se dio cuenta de lo mucho que echaba de menos dormir al aire libre. Parecía absurdo, no llevaba ni dos noches encerrado. Aún así cada instante se le hacía una eternidad. Una vez has probado la libertad, tu mente ya no puede aceptar ninguna otra cosa. Recordar la brisa y las estrellas no le hizo sentir mejor. Al contrario, llegó un poco más de ansiedad. Eso significaba que era otra de tantas ideas que debía apartar de su mente. Necesitaba concentrarse. ¿Qué tenían de malo esas huellas?
El peso. No tenía sentido. En ocasiones las pisadas eran algo más profundas de lo que deberían, como si Bria estuviese corriendo. Solo que al correr también separas más los pies. Caminando al mismo ritmo, hundirse más solo podía significar que cargaba con más pesa. Tendría sentido si un par de pisadas más adelante el rastro no se hubiese vuelto menos profundo. De nuevo la distancia entre cada pie indicaba un ritmo constante. Para conseguirlo debía haber soltado ese peso extra y un poco más. Solo que lo ganó tras unos metros. Eso sí, lo ganó para perderlo casi inmediatamente.
No estaba bien. No era coherente. Ninguna persona deja ese rastro al andar, ni siquiera alguien con gran maestría en el sigilo. De hecho nadie podía dejar esa clase de rastro salvo que fuese recogiendo y tirando objetos. De ser así tendría que haberse topado con alguno de esos objetos, lo cual no había ocurrido. Ninguna explicación tenía sentido. La única idea con un poco de lógica era un rastro falso, un cebo para llevarle a una trampa.
-[u]Un cebo...[/B]- pensó alarmado.
De pronto, al repetir la idea en la cabeza, se levantó sobresaltado. Un cebo. Había estado siguiendo el camino a una trampa. Dio la vuelta para avisar a los demás que debían retroceder. No es que Glothus o los suyos le cayesen demasiado bien, pero esa trampa era para él, así que prefería no caer en ella ni solo ni acompañado. Tarde.

Estaba solo, atrapado en la silenciosa oscuridad. Podía escuchar su propio corazón latir a gran velocidad. Aquello no podía estar ocurriendo. El lugar era distinto, pero él había caminado hasta allí, así que tenía que ser el mismo sitio. No lo era. ¿Cómo era posible? Solo le vino a la mente una palabra, brujería. Jamás había visto ningún acto digno de considerarse tal cosa. A decir verdad, jamás había creído que la brujería fuese algo más que cuentos para niños. En ese momento era la única forma de darle sentido a todo. Poderes más allá de su lógica y su comprensión. Ese pensamiento le hizo sentirse más pequeño e impotente que toda la oscuridad a su alrededor. Contra una espada, contra varias, podía luchar. Cuando el acero va a atravesarte lo apartas, cuando quien lo porta queda al descubierto le atraviesas las costillas. Respuestas sencillas para un mundo sencillo. En esa situación no había ninguna respuesta sencilla. Ni siquiera había preguntas sencillas.
Solo entonces reparó en aquel desagradable sonido. Casi había olvidado lo desagradable que era ese oficial sorbiendo las cabezas de los gambones mientras los demás apenas se mantenían en pie con una miserable ración de campaña. Las pocas veces que desenterraba ese recuerdo siempre lo hacía con algo de rabia. Esa vez era distinto. Le gustaría pensar que lo recordaba con asco, pero reconocía bien lo que sentía. Miedo. Miedo porque allí no había gambones.
Finalmente lo vio. ¿Qué era? No lo sabía. No encontraba nada parecido. Ningún recuerdo, ningún relato, ninguna historia. Nada. Abrió los ojos desmesuradamente mientras apretaba los dientes para no gritar. Y quería gritar, claro que quería gritar. El corazón se agitó tanto que tuvo la sensación de estar apunto de vomitarlo.
Ese ser no podía ser real. El pasillo no podía ser real. El ruido no podía ser real. Nada podía ser real. Quizás estuviese dormido en la celda. Quizás aquello fuese una pesadilla fruto del cansancio, de las historias sobre las ruinas y los túneles. Pronto despertaría para luego reírse de su propia estupidez.
Hizo su mejor esfuerzo para apartar ese último pensamiento. No estaba soñando, o no creía estarlo. Sus instintos le habían advertido, esos túneles eran la muerte. Tenía que hacer algo. Alejarse del monstruo. ¿Hacia dónde?, parecía estar en todos lados. Se concentró. Respiró hondo. No podía enterar el miedo ni hacerlo desaparecer, pero debía controlarlo. Sucumbir ante él sería la muerte.
Si no podía guiarse por la vista, lo haría por los demás sentidos, pero sobretodo por su instinto. Con movimientos lentos, nada bruscos, comenzó a alejarse, buscando el lugar que su instinto le indicase que era el menos peligroso. Paso a paso, pero listo para reaccionar de forma explosiva, esquivar lo que se le viniese encima, y correr… si es que llegaba el momento de correr. Hasta entonces debía intentar ganar distancia. Seguir el instinto podía parecer una estupidez, pero no tenía ninguna otra referencia para orientarse. También trataba de localizar algo con lo que defenderse. Un palo, un cuchillo, incluso una piedra. Pero sobretodo, trataba de mantener la calma, o sería más correcta decir que intentaba mantener el pánico bajo control. Controlarse a sí mismo, pero preparar todo el cuerpo para reaccionar en un solo instante. Si llegaba un ataque, primero lo intentaría esquivar, luego determinar si era posible defenderse, pero siempre primero esquivarlo.

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04/07/2019, 04:48

Fue igual que si una montaña se le echase encima.
Una vez había visto ahogarse a un hombre en una balsa de aceite. Había sido algo agónico, lento. El pobre diablo veía cada uno de sus movimientos entorpecido por la viscosidad del aceite. Era como si la balsa tuviera vida y tirarse de él hacia abajo, abrazándole como una amante posesiva. El hombre había ido desapareciendo poco a poco, mientras trataba de liberarse de una capa cada vez más pesada de aceite, la cual le envolvía como una gelatina en la que el chapoteo era sordo.
Sintió algo parecido. El peligro venía de todas partes. "No, solo de una. De la oscuridad." De todos los rincones. De arriba, de abajo, atrás, delante, de los lados. Su mente era un torbellino confuso, una brújula que daba vuelta y vueltas sin encontrar el norte. Y en medio de aquella vorágine, de aquella oscuridad estática y a la vez vibrante, se encontraba aquella mirada múltiple que lo contemplaba con una maldad antigua y atávica que había contemplado a otros como él, durante las eras, mientras imperios nacían y morían, mientras las guerras empezaban y terminaban. Una mirada que resultaba hipnótica y que lo llenaba de pánico.
Quizás fuesen sus sentidos entrenados durante toda la vida, la memoria muscular, un acto reflejo o la voluntad inquebrantable de todo ser humano de sobrevivir, pero Edgtho pudo moverse. En el momento adecuado, cuando todo se sumía a su alrededor igual que una avalancha. Notó el frío y como algocon la fuerza de un ariete estuvo a punto de embestirlo. Tropezó, o algole tiró al suelo. Sentía un cerco alrededor de su tobillo; le había agarrado y tiraba de él.
Entonces se acordó de la cadena. La cadena que Glothus le había puesto. Tuvo otro presentimiento de amenaza. La oscura noche, el eterno fin cerniéndose sobre él como unas fauces enormes. Sabía que había esquivado algo. Una o dos veces. Imposible decirlo allí, donde su cuerpo era un mero concepto y donde las leyes del espacio y del tiempo estaban mezcladas y resultaban tan extrañas como aquello a lo que se enfrentaba. Incluso el concepto de Edgtho se tambaleaba dentro de sus entrañas. Se estaba volviendo loco. Así que cuando la cadena recibió un tirón, se arrojó detrás de ella, como algo dentro de él le estuviera diciendo que era el único camino seguro.

Vio un rostro feo y vociferante delante de él, gruñendo, gritándole, escupiendo salivazos sobre su rostro con cada sílaba. Pero era un rostro que conocía. Edgtho descubrió que estaba helado, tenía las manos y los pies congelados y sus ropas y cabellos tenían la pelusa común de la escarcha de aquellos que han pasado unas horas fuera de un refugio, durante el invierno. Un segundo después logró salir de su estupor, de alguna manera el frío era también mental, incluso espiritual. Las palabras de Glothus llegaron al fin a su oídos.
—¡Corre si quieres vivir!
Y corrió, como nunca antes. Los hombres de Glothus les sacaban quince pasos de ventaja. De entre todos, solo Glothus había vuelto a tirar de la cadena. O quizás lo habían hecho todos para salir corriendo despavoridos al momento. Había antorchas por el suelo y también armas. Glothus llevaba dos, la que Edgtho le había entregado y la suya.
Edgtho no miró atrás. De vez en cuando alguno de los matones lo hacía y podía ver en sus rostros el terror más puro. Esa clase de miedo exacerbado que te devora como una enfermedad y te quema por dentro.
—¡No os giréis! —gruñó Glothus —. No paréis de correr.
Incluso su enorme vozarrón sonó como el de un niño que acabase de descubrir que el hombre del saco era real y se encontraba justo a sus espaldas.
—Mierda —Glothus podría aguantar horas peleando, o dando latigazos, pero correr no era su fuerte. Sudaba, jadeaba. Edgtho supo que si Glothus caía, él lo haría con él. No había tiempo de alzarlo, de romper la cadena que los unía. Solo de morir. Glothus también intuyó que su final estaba cerca. De alguna manera logró encontrar dentro de él el valor suficiente para detenerse, girarse y arrojar una de las antorchas.
—¡Vete al infierno del que has salido! —su voz estuvo a punto de romperse, igual que su cordura.
Hubo un fogonazo y un aullido. Solo que no era un aullido que Edgtho hubiera escuchado antes, ni en animal, ni hombre. Aquello era algo nuevo y aterrador. Glothus miró su segunda antorcha y estuvo tentado de arrojarla también, pero no lo hizo. Reanudaron la marcha, él a un paso más lento. Esa cosa ya no les seguía.

Había luz en el corredor. Los matones de Glothus estaban tirados en el suelo, jadeantes, extenuados. No había vergüenza en sus expresiones por haber dejado a su jefe atrás. Glothus tampoco se lo reprochó. Edgtho se derrumbó junto con Glothus, le ardían los pulmones, las piernas. Vomitó dos veces. La primera vez, comida. La segunda vez, solo bilis. Y algo negro y oscuro que reptando se filtró por la tierra. A la luz de la antorchas, empezó a sentirse mejor.
—¿Qué coño le pasa a Brennen? —gruñó Glothus tras unos minutos.
Uno de los matones se acercó al tipo lleno de tatuajes y aros en las orejas.
—Está muerto, señor —exclamó el matón, asustado. La víctima tenía ahora todo el pelo blanco y una expresión de dolor igual que si el corazón le hubiera estallado en el pecho —. Ha muerto de miedo.

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04/07/2019, 04:50

—No es Modron. Nuestra Madre es más antigua —contestó la dama de negro; la última palabra resonó en el penetrante silencio de los corredores como un montón de huesos que se hubieran tornado polvo tras tocarlos—. No es un elegido, es importante para nosotros porque es él último. Si él muere, ningún otro podrá nacer y la estirpe morirá con él. Por eso es vital que lo ayudes a nacer. Él ya es uno, pero no puede permanecer aquí solo. Debes ayudarle a nacer.
En aquel lugar, apartado del mundo, apartado de todo, era fácil dudar de todo lo que uno creía saber sobre el mundo y su composición. Bria había escuchado muchas historias sobre guerreras que pactaban con brujas y demonios y quedaban malditas de por vida. Pero ella ya había sido maldecido por el Emperador. Ella ya estaba maldita y condenada. La Arena sería su tumba. Su único destino. Alzó la mano y sintió los dedos de la mujer; estaban helados, como los de un cadáver.
Sintió un cosquilleo reptando por su mano. La oscuridad se tornó sólida a su alrededor y durante unos momentos se sintió atrapada, enterrada igual que si se encontrase dentro de su tumba. Luego perdió el sentido. Pero no sintió miedo. Había algo en la oscuridad...
...en la muerte...
que le hacía sentirse bien.

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04/07/2019, 04:51

—Eh, tú. ¡Alto!
La voz resonó en la cavernosidad del corredor con el tono marcial de un militar que no ha tenido otro oficio en toda su vida. Tres hombres le rodearon; rostros conocidos. El sargento Balimir y los guardias Soka y Dellos.
—No sé como has salido de la celda, pero vamos a averiguarlo —Dellos se frotó las manos, era el que tenía el arma fuera de su vaina y el anhelo de sangre en su mirada.
—No va a servir de nada. Él no va a decírtelo y no puedes tocarlo porque el Emperador lo necesita mañana. Tendremos que vivir con la duda —aseguró el sargento, si bien su expresión indicaba que él no dejaría de preguntarse por aquel enigma durante toda la semana.
—¿Nos dirás donde se ha ido la mujer al menos? —preguntó el sargento.
Oggo estaba un poco desorientado. Los túneles le habían confundido. Por lo visto, había vuelto a la zona de celdas sin saberlo.
—Señor, la mujer se encuentra en la celda —dijo Soka, se encontraba más atrás, enfrente de la celda y estaba visiblemente preocupado.
—¿Qué tonterías estás diciendo? He mirado hace un momento y allí no había nadie salvo el tipo grande —apartó al guardia de un empellón y tuvo que tragarse sus palabras cuando vio a Bria allí. Lanzó una mirada de duda a Jah'Tall que le devolvió el misma interrogante; él tampoco sabía que había sucedido y eso que no había salido de la celda en ningún momento. Pero Bria estaba allí.
—Es otra de esas cosas raras que pasan, señor, será mejor...—el sargento le hizo callar.
—Ni lo menciones, Soka. Meted al manco en la celda.
Abrieron la puerta y empujaron a Oggo dentro. El bárbaro le miró de forma suspicaz pero no hizo ninguna pregunta. Ya debía estar acostumbrándose a no entender nada de lo que sucedía a su alrededor.
Bria se encontraba en el rincón más oscuro de la celda, agazapada, enrollada sobre si misma y visiblemente desorientada. Sus mejillas, sin embargo, tenían buen color y a pesar del combate en la arena y las privaciones, había recuperado el brillo de su piel y un halo de fuerza, e incluso sensualidad, recorría todo su ser. El sueño había resultado de lo más reparador.
Apareció Edgtho, encadenado y acompañado por Glothus. Las ropas del explorador estaban empapadas de sudor, igual que su frente. Tenía mal aspecto, estaba lívido y parecía al límite de sus fuerzas. Junto con ellos venían otros cuatro hombres de feroz aspecto pero también parecían estar enfermos y al límite de sus fuerzas. Entre los cuatro cargaban un cadáver al que habían envuelto en una capa vieja.
Metieron a Edgtho en la celda. El sargento Balimir no dijo nada. No era la primera vez que debía ver hombres así de contrahechos.
—Avisa a todos tus hombres. Y a los del turno de día. A los de la tarde también. Quiero aquí vigilando hasta a los putos porqueros. ¿Entendido?—ordenó Glothus, su voz rasposa era débil. Sonaba acobardado.
—Si, señor —contestó el sargento —. ¡Corre, Soka! ¡Avisa a los demás!
El soldado se sintió muy satisfecho de poder salir de allí corriendo, cosa que hizo al momento.
—Dales de comer y agua limpia. También ropas. Sobretodo a ese —dijo Glothus señalando a Edgtho —. Y que los vigilen hasta el combate. Que nadie se quede solo. Ni sin antorchas.
—Si, señor —volvió a contestar el sargento, pero su voz ya no sonaba tan firme.
Edgtho se desplomó en uno de los rescoldos de la celda y apoyó su espalda contra la pared, gracias a eso pudo mantenerse erguido. Más allá de su extenuación, y de su aspecto demacrado, todos pudieron ver como ahora tenía un mechón de pelo en la cabeza que se había vuelto totalmente blanco.

Notas de juego

Todo lo que necesitáis saber está ahí, o no. No soy un máster generoso que otorgue información de forma gratuita.

Estáis en la recta final. Vivir o morir depende de vosotros. La muerte sigue siendo una realidad. En tiempo de partida, los personajes tienen hasta mañana por la tarde para descansar, hablar, charlar....o tramar algo. Todo teniendo en cuenta que: les van a dar comida y agua, también ropas, y que va a haber un montón de guardias fuera de la celda. Algo parece haber asustado a Glothus. Suerte!

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04/07/2019, 04:56

Ardía. Sentía el poder dentro de su mano derecha. A veces su venas se hinchaban de un icor negro y podía notarlas marcadas sobre su final piel, igual que el dibujo a carboncillo de un árbol que hubiera perdido sus hojas. Le quemaba por dentro y a la vez la sensación era reconfortante. Era un fuego frío. No podía explicarlo, solo sentirlo. El poder se encontraba en su mano derecha. Solo un ápice, un poco, pues la dama de negro no parecía tener más. Al menos sabía que una parte de la historia era cierta; estaban muriendo. Y también sabía que la dama de negro, de momento, había cumplido su parte del trato.

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05/07/2019, 17:47
Oggo

Una sensación de fatalidad recorría a Oggo, se había perdido. De hecho, ni siquiera recordaba como había llegado allí antes de que lo encontraran los guardias. De cualquier forma, no se planteaba escapar solo.

Observó a Dellos con aire despreocupado cuando lo amenazó, pero listo para reaccionar con rapidez si llevaba a cabo un ataque. Por suerte no fue necesario y siguieron caminando. Se abstuvo de hacer cualquier comentario o aclaración referida a su ausencia de la celda. Aparentemente, no había sido el único ausente. Bria había desaparecido, y luego comprobó que Edgtho tampoco estaba.

Cuando Soka lo iba a meter en la celda, Oggo se resistió solo lo suficiente como para que el oido del guardia quedara al alcance de su voz sin que los demás pudieran escucharlo.

- Lo vi. Viene por ti, no queda tiempo. Si me ayudas esta noche, te diré como escapar a sus garras -susurró al eslabón mas débil de la cadena de guardias.

Cuando entró vio a Bria y a Jah Tall. Se preocupó por la primera y se acercó a verla, pero no parecía estar mal. No le dijo nada, no parecía hacer falta, de alguna manera parecía recuperarse al encierro y a la batalla.

Buscó a Edgtho con la mirada y no lo encontró. Fue unos momentos después cuando apareció con Glothus, que también parecía afectado por algo. No se le escapó el aspecto que tenía el guerrero, y el extraño mechón blanco que antes no tenía. ¿De qué brujería se trataba aquello?

Se acercó a él cuando ingresó y ofreció su hombro para ayudarlo a caminar. Lo acompañó para sentarse, y en cuanto trajeran la comida, la ropa y el agua lo ayudaría. Tenía algo de experiencia en tratar heridas, aunque no tenía ninguna a la vista.

- ¿Qué te pasó? -preguntó cuando los guardias se hubieran ido, o en voz baja si no lo hacían. ¿Dónde estuviste?

Era prioridad saber que había sido de Edgtho, aunque luego de que hablara, él mismo explicaría su propia ausencia.

- Conocí a Vanussa -explicó, sólo para Bria y Edgtho, ya que el bárbaro no los entendía. La mención de su nombre junto con nuestra victoria llamó su atención, aparentemente. A falta de algo mejor, me propuso un trato. La vida de Enather por mi libertad. Traté de negociar la vuestra pero se negó. De todas formas dijo que podía proveernos de armas. Pedí para todos, aunque no sé si las conseguiremos. También pedí por la vida de Lyra, y eso sí lo aceptó, aunque sólo si muere el falso emperador.

Aguardó a sus reacciones, aunque luego agregó: Creo que igual debemos intentar escapar, esta noche. Si resulta que no lo conseguimos, creo que debemos convencer al León, y al público, que cien victorias son suficientes, y que ese combate no es necesario. Negarnos a combatir. El león "rugiría" de todos modos, tal es la voluntad de Enather, y nosotros no combatiríamos contra él. Tal vez podamos convencerlo. Aunque espero no llegar a pisar la arena de nuevo

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06/07/2019, 17:14
Bria

El frio y la oscuridad la envolvieron al tocar la mano de la mujer, sintió como su cuerpo entero se volvía de piedra, incapaz de moverse, de respirar siquiera. Pero en ningún momento sintió temor, sino que, al contrario, casi le daba la bienvenida a aquella sensación. Luego todo se volvió negro.

Cuando abrió los ojos de nuevo, había dejado de soñar y estaba de vuelta en el interior de la celda, junto a Jah'Tall. Edghto había desaparecido también, pero apenas un instante después un par de guardias trajeron a Oggo de vuelta de donde fuera que se lo hubieran llevado. A pesar de como lo habían tratado los guardias cuando los separaron, no parecía que estuviera malherido. Se acercó a ella, pero le hizo un gesto para indicarle que estaba bien. De hecho, se sentía mejor que nunca, pensó mientras se miraba la mano y el antebrazo derechos.

Por el contrario, Edghto parecía haber pasado por una docena de combates en la arena seguido. Cuando el explorador regresó, lo hizo acompañado del malnacido de Glothus, agotado y apenas teniéndose en pie. Cuando los dejaron solos, pudo ver realmente el estado de su compañero. ¿Por qué había tenido que pasar para que hasta una parte del cabell ose le hubiera vuelto blanca? ¿Quién era el muerto que llevaban los guardias, y por qué estaban estos como el propio Edghto? Esperaba que no estuviera demasiado agotado como para contárselo.

Oggo también se apresuró en atenderlo, pero a primera vista no era el cuerpo del explorador el que necesitaba que lo remendaran. Mientras él se recuperaba, Oggo explicó lo que le había sucedido cuando se habían separado. Abrió los ojos sorprendida cuando dijo lo de Vanussa, después de todo sí que había servido para algo el numerito que habían montado en la arena. No de mucho, teniendo que cuenta que según aquellas extrañas condiciones solo las vidas de Oggo y de Lyra serían salvadas... pero menos era nada — Y a cambio, solo tenemos que matar a un Emperador, claro... — dijo medio sonriendo al imaginar como podía acabar aquello — ¿Por qué se negó a aceptar nuestra libertad? Tres tienen más oportunidades de matar a Enather que uno... — no terminaba de encajarle cuales podían ser los motivos de Vanussa.

Ante lo de seguir con su plan original, Bria negó con la cabeza — Estoy de acuerdo con lo de escapar, pero si antes era difícil, ahora será directamente imposible. Habrá guardias por todas partes esta noche. Aunque nos den comida esta noche, seguimos estando encerrados y desarmados. Creo... — dijo, recordando tanto las palabras de Enather como su sueño. O lo que quería creer que había sido un sueño — ...que, de una manera u otra... nuestro destino está en la arena — y aun así, quizás fuera en las entrañas de las ruinas donde estuviera la respuesta a todo. Oh, Modron, ¿Por qué todo tiene que ser tan confuso?

El plan de Oggo de no combatir parecía buena idea, pero, a pesar del breve momento que habían compartido con Gubra, no podían olvidar que se trataba de un experimentado asesino, y que solo las muertes de ellos cuatro lo separaban de la ansiada libertad. Por mucha labia que tuvieses, veía muy difícil convencer al gladiador de que simplemente no cumpliera su sencillo objetivo, el que llevaba cinco años persiguiendo. En cuanto al público...  — A mí me  ha quedado muy claro que el público lo único que quiere es espectáculo y sangre, y que no atenderá a razones. No estoy tan segura sobre Gubra... ¿Vanussa no te ha dicho cuando o cómo nos entregará las armas? — tenían que ponerse en la peor situación posible, aunque no le hiciera la menor gracia enfrentarse al gladiador.

Miró a Edghto preocupada, le puso la mano en la frente para apartarle el sudor y ver si volvía en sí. Quizás en lo que él pudiera contarles allarían una respuesta nueva a su situación.

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09/07/2019, 19:33
Edgtho

Edgtho ni siquiera sabía qué movimientos estaba haciendo. Había esquivado algo un par de veces, aunque creía que no era una auténtica maniobra física, ni siquiera mental, más bien era como si su alma se hubiese apartado de las más crueles garras que el destino podía prepararle. Trataba de dominarse a sí mismo, de decirse que podía volver a hacerlo cuantas veces hiciera falta. Una vocecilla en su interior le replicaba que tan solo se engañaba, no se puede sobrevivir solo esquivando golpes, no se puede ganar sin contraatacar, lo cual significaba su condena. Era imposible contraatacar. ¿Cómo se vence a la oscuridad? Ni siquiera a la oscuridad normal o a la noche, la oscuridad, algo más siniestro, algo que sus instintos más primarios temían antes si quiera de topárselo.
Aún así no se rindió. La oscuridad podría devorarle, podría acabar con él, pero jamás podría alardear de haberlo visto rendirse o desfallecer. Un consuelo absurdo, aunque el único que le quedaba.
Algo tiró entonces de su tobillo. No, su tobillo tiró de algo. Tampoco. Ambas cosas a la vez. La cadena. Se dio la vuelta como si ese objeto inanimado fuese el ancla sosteniéndole al mundo real. Frío real o imaginario, poco importaba, no iba a entumecer sus músculos ni a impedirle correr.
-¡Corred!-
Glothus había gritado lo mismo, o eso creía Edgtho. El caso era que sus piernas ya estaban moviéndose incluso antes de escuchar la última sílaba. En una ocasión, cuando era más joven, se había topado con una osa protegiendo a sus oseznos. Recordaba perfectamente la impresión de ver a semejante masa de músculos y pelo trotando casi tan aprisa como un buen caballo. Él había reaccionado igual, recorriendo el bosque tan rápido que podría haber alcanzado a un jinete experto mientras emprendía la retirada. Creía que ese era su límite de velocidad. Resultaba que no, que había estado equivocado todo ese tiempo. Solo necesitaba algo todavía más monstruoso, más aterrador, para descubrir que los límites físicos de un hombre son muy difusos.
Durante buena parte de la carrera estuvo seguro de no ir a conseguirlo. Glothus desfallecería antes de escapar. El propio oficial también lo sabía, así que reaccionó arrojando la antorcha atrás, directa al horror. Tras un alarido y unos largos instantes llenos de incertidumbre, volvieron a sentirse más o menos a salvo. No todos. Uno de los guardias había muerto.

-¿Has llegado a verlo?- preguntó a Glothus. -Esa… cosa, ¿es parte de la profecía de Enather?-
Trató de sonar firme, aunque fue consciente de que su voz temblaba mucho más de lo deseable. Por no hablar de su corazón. Podía notarlo golpeando contra el pecho con fuerza suficiente para partirle el esternón.
-Dile al emperador… que he visto a aquel que vive entre dos mundos. Sabes que es así, porque tú también lo has visto… Muchos ojos rojos contemplándote desde el cielo más oscuro, sorbiendo la vida con su cuerpo de sombras. La sangre… la sangre no lo va a encerrar-

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09/07/2019, 20:22
Edgtho

Volvió a la celda y apunto estuvo de besar el suelo una vez dentro. Allí estaban Bria y Oggo, de vuelta, como si nada. Le habría encantado decir que eso era lo más extraño de la noche. Le gustaría hacer preguntas, seguir con el plan. Sin embargo no dijo nada, pegó la espalda contra la pared para a continuación dejarse caer pesadamente, sentándose en el suelo sin hacer más que respirar hondo. No había hielo ni oscuridad. Buena señal. Sonrío al notar que el entorno no se movía ni cambiaba. Otra vez volvía a ser un prisionero condenado a luchar en la arena junto a sus compañeros. El mundo volvía a tener sentido por implacable que fuese.
Oggo estaba frente a él. ¿Qué le había pasado? Esa pregunta tenía gracia. Casi se echó a reír. Que había mirado al mal a los ojos. Que se había bañado en la oscuridad. Que había percibido el frío espectral que solo los difuntos debían conocer. ¿Qué le había pasado?
-Que he mordido el cebo, como un novato-
La respuesta había sido casi un susurro. Necesitaba ordenar las ideas, aunque no era algo que le apeteciese hacer. Por eso guardó silencio mientras escuchaba a Oggo hablar de Vanussa. Condenado nombre. Ni siquiera era un buen trato. Para matar al falso emperador tenían que acercarse a él, y para eso tenían que vencer a Gubra. Si de algún modo conseguían ambas cosas, los guardias se les echarían encima de inmediato. Además Bria ya había señalado algo importante, vital. ¿Por qué no aceptar la libertad de los tres? Eso sin contar otra idea que a él empezaba a rondarle la cabeza.
-¿Y si Enather tiene razón?, ¿Y si tiene razón y se equivoca a la vez?-

Guardó silencio unos instantes. No se había dado cuenta antes, pero aún no respiraba con normalidad. Se concentró en llenar los pulmones despacio, en una sola y prolongada inspiración, luego contuvo el aire dentro un par de segundos antes de soltarlo poco a poco en una expiración igual de prolongada. Para pronunciar palabras con algo de sentido tenía que calmarse. Fue entonces cuando notó la mano de Bria en la frente. Tenía que contarles lo ocurrido. No le iban a creer, pero tenía que contárselo.
-Antes, tras el combate, dijiste que todo nos llevaba hacia las ruinas. ¿A qué te referías?-
Cuando Bria lo había dicho, Edgtho lo había encontrado curioso, pero poco más. No era un hombre acostumbrado a creer en el destino, ni a pensar que los dioses sentían el más mínimo interés por los mortales. Las cosas sucedían por las elecciones que uno toma en la vida. Tan solo unas horas después, toda una eternidad, ya no estaba tan seguro de eso. No estaba tan seguro de nada.
-Tu habías desaparecido de la celda- dijo mirando a su compañera. -No sabemos cómo. Durante un instante creí ver a alguien más aquí dentro. Lo siguiente que recuerdo es a los hombres de Glothus arrastrándonos a Jah’Tall y a mi. Nos interrogaron- Aprovechó para señalar las marcas de los latigazos -porque resulta que solo quedábamos nosotros dos aquí dentro. No creía que te hubieses escapado sin nosotros, así que pensé que tal vez ocurría algo más, algo distinto, que también corrías peligro. Le dije que el emperador se lo tomaría a mal si amanecía y tan solo quedábamos el grandullón y yo para luchar. Como sus hombres habían fallado, le dije que soy buen rastreador. Pensé que podía seguir tu rastro, que si habían venido más guardias, como ocurrió con Oggo, podía encontrarte, librarnos de Glothus, armarnos, y buscar a Oggo. Tendríamos que haber vuelto a por Jah’Tall, pero me pareció un buen plan. Solo que no lo era.-
Decir que no había sido un buen plan apenas hacía justicia a lo espectacularmente que se había ido todo al infierno. Tal vez esa era la palabra adecuada. Infierno.
-Encontré tu rastro. Al menos eso creí al principio, pero había algo mal en tus huellas. Tardé en comprenderlo porque no tenía ningún sentido. A veces eran un poco más profundas de forma casi imperceptible. Otras veces ocurría lo contrario. Ninguna explicación tenía sentido. Ninguna excepto una en la que jamás habría pensado. Algo imitaba tus huellas. Algo, no alguien, algo. Algo que no es de este mundo. De pronto todo se volvió oscuridad. Más que eso. No era solo falta de luz, era una oscuridad que me empapaba, que me rodeaba y me asfixiaba. Ya no estaba en los pasillos. El lugar era mucho más amplio, aunque no veía paredes ni techo. Lo escuchaba… alimentarse, sorbiendo algo. ¿Carne?, ¿el contenido de las cabezas?, ¿la propia vida? No lo sé, porque solo vi esas esferas rojas girándose hacia mi, como los ojos de un animal que acecha desde el otro lado, desde las pesadillas ancestrales de las que hablaban los antiguos. Creo que conseguí moverme, aunque ni siquiera estoy seguro de si mi cuerpo estaba allí de verdad. Lo evité, ¿dos veces?, ¿tres?, ¿veinte?, ¿una sola? No lo sé. Entonces Glothus tiró de la cadena que me había puesto para que no escapase. Él también lo tuvo que ver, aunque quizás no al completo, claro que yo tampoco creo haberlo visto al completo. Corrimos, todos, hasta no poder más. Solo entonces nos dimos cuenta que uno de los guardias había muerto. Sin golpes, sin cortes, sin pelear. El pánico detuvo su corazón-.

Sabia cómo sonaba esa historia. Él no la creería si alguien se la contase, pero lo había visto. Lo había sentido. Los rumores y cuchicheos decían la verdad, allí abajo había algo. Algo maligno que no debería existir.
-Puede que Enather tenga razón, que en las ruinas se esconda un antiguo mal, uno que ha visto envejecer el mundo, y que la arena fuese construida para contenerlo. Pero no creo que la sangre lo vaya a sellar. Eso se estaba alimentando. ¿Y si “el rugido del tigre” lo libera?-

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10/07/2019, 05:48

—Solo he visto oscuridad...—contestó Glothus, aunque Edgtho sabía que mentía.
A veces la única forma de sobrevivir era ignorar lo que se sabía; guardándolo en el fondo de un baúl, cerrándolo y tirando la llave, arrojando el secreto a la parte más profunda de uno mismo. Glothus no era un mero bruto como parecía a simple vista. Poseía una astucia primitiva; un retorcido instinto de supervivencia que sabía utilizar muy bien. Sabía que si le daba muchas vueltas a lo que ocurría en el coliseo podrían ocurrir dos cosas; o esas historias terminarían por volverlo loco o él mismo terminaría por formar parte de una de ellas. Y ninguna de esas dos opciones le daría de comer.
Aquellas vivencias eran como cicatrices. Uno cargaba con la marca, o con la tara, pero el recuerdo se olvidaba porque podía causar más daño que la propia herida. Y Glothus no había llegado hasta donde estaba haciendo preguntas. Sabía cuando callar y en que asuntos de su señor no meter las narices. Puede que después de todo Glothus tuviera una conciencia. Una tan sucia y turbia que necesitaba de noches de alcohol, fulanas y perversión para seguir enterrándola en el fondo, para seguir en pie y cuerdo un día más. Como todos allí, no era más que otro prisionero que libraba una batalla diaria.
—Yo no he visto nada. Si quieres darle un mensaje al emperador, dáselo tú mañana. En la arena.