—Puedes llamarme Gapaillon— dijo la silueta. Y no estabas seguro de cómo, pero si las sombras tuviesen una sonrisa, estabas seguro que eso es lo que estabas viendo justo ahora. Tus ojos se acostumbraban a la oscuridad y podías percibir como no sólo el tamaño de tu interlocutor era más pequeño del que imaginabas, su forma no tenía ningún sentido que pudieses delimitar concretamente.
—Un artiste pragmatique! Quelle surprise!— dice la figura moviéndose hacia la mesa, en donde notas ha aparecido un pergamino y una pluma que podías jurar, no estaban allí hace unos instantes. —Nadie ha hablado de pagar en difusión. Hablo de dinero, protección e influencia. Quizás el problema, Sasha, es que no te das cuenta de que sólo podrás entender los secretos de los que no hablo si aceptas, no antes, no después. Y eso incluye poder mirarnos a los ojos— la pluma fue tomada por esa mano en la oscuridad, mientras empezaba a garabatear algunas palabras en una caligrafía inclinada y elegante.
—Esto es lo que te ofrezco. Un salario cómodo para subsistir y mantener a quien prefieras. Un trabajo codeándote con la élite, la verdadera élite de Lyon. Tiempo para seguir desarrollando tu arte sin interferencias externas. Y mi protección durante toda tu existencia.— las palabras iban regándose sobre el papel y tomando forma a medida que la mano de Gapaillon las iba arrojando con una agilidad digna de mención. Sólo se detenía para mojar la pluma en el tintero cada cierto tiempo.
—Esto es lo que pido. Tu lealtad. Requeriré de ti hasta por tres noches por semana, como mi consultor de arte, y acompañante a los eventos que requieran de tu experticia y lenguaje artístico. Y honestidad. Serás mis ojos y oídos en lo que concierne a los asuntos que no entiendo.— La tinta seguía tomando formas.
—Este es el precio. Tu imagen no será más tuya. Puedes conservar tu nombre, tu vida, tu prestigio, tu fama. Pero... ¿cómo lo llamáis ahora? Derechos exclusivos de imagen. Será el único aspecto sobre el que tendremos control, y probablemente eso no te guste. Es apenas justo— dice finalmente. Te extiende el pergamino y puedes ver que tu nombre está justo abajo de todo lo que te ha comentado en voz alta. Luego te extiende la pluma.
—Y podré responder a tus inquietudes y requerimientos luego de que firmes. Me temo que es una oferta única Sasha, rechazarla tiene sus consecuencias. Aceptarla te dará más allá de lo que puedo poner en este pergamino, te doy mi palabra. Incluyendo la posibilidad de vernos a los ojos. No antes— dice Gapaillon y hay un aire sincero en sus palabras.
—Este es un privilegio de que no muchos gozan. Poder elegir su destino al toparse con alguien como yo.— finaliza y aunque aquella es una extraña manera de decirlo, no dudas de que hay bastante más verdad, y bastante más secretos detrás de aquellas proféticas palabras.
—Enchanté —respondió con una sonrisa apenas perceptible en la comisura de los labios al oír el nombre de su interlocutor. A partir de entonces, solo escuchó. Escuchó mientras observaba las sombras que cubrían la sonrisa de aquel hombre, mientras intentaba descifrar sus formas ilógicas, mientras se sorprendía de forma casi burlesca de su pragmatismo. Uno que había aprendido de Héloïse y sus amigos, por supuesto. Antes de ellos, jamás le había hecho falta un contrato.
Sus ojos se estrecharon ante la primera aclaración y negativa, pero prestó atención a su oferta aun así. Y lo que ofrecía no era menor. Dinero, contactos, y sobre todo, tiempo. Tiempo para su arte, sin necesidad de modelar o actuar donde fuera para conseguir con qué subsistir. Aquellas artes le habían ayudado a hacerse fama, sí, pero aunque lo disfrutaba ocasionalmente, distaba mucho de ser una de sus pasiones. Y mucho más cuando lo hacía por necesidad en proyectos que no le interesaban ni en lo más mínimo.
Dicho eso, «toda tu existencia» era un período dramático de tiempo. Y si no hubiera sido porque cuando le entregó el contrato pudo verlo escrito también, habría pensado que era solo una forma de hablar. Mientras acababa de leer, tomó la pluma, jugando con ella entre los dedos.
—Puedo darte lealtad y honestidad, si eres realmente consciente de lo que pides y estás dispuesto a aceptarla —alzó la mirada del documento — Y mi imagen no me importa más allá de lo que me permite expresar, pero... ¿Puedes mantener tu palabra sobre conservar mi vida, mi nombre, mi prestigio y mi fama si eres dueño de mi imagen? Sin importar cuantas vueltas le dé, me parece que van directamente asociadas, especialmente si por medio de ella pones en juego mi reputación. No te voy a preguntar cómo, ya entiendo que esa parte no puedo saberla aún. Pero, ¿puedes?
Al tiempo que hablaba, llevó la pluma al papel. Con tan solo una respuesta afirmativa, plasmaría su firma justo arriba de su nombre, dispuesto y hasta ansioso de cumplir con su parte y cosechar los beneficios prometidos y los extras sugeridos.
—Puedo darte mi palabra— dice Gapaillon. Cuando comienzas a firmar, puedes sentir un ansia desbordante, una emoción que crece, y cuando tu pluma se levanta del pergamino, éste es arrebatado con rapidez por aquella mano. —Très bien— mientras hay un sonido, un ruido raspante seguido de lo que parece una firma. Luego un susurro y olor a fósforo preceden a la lumbre insuficiente de una solitaria vela, revelando por primera vez el rostro de tu interlocutor.
Ni en tus más febriles pesadillas habrías podido imaginar un engendro similar. Era bajo en estatura, y encorvado, como una rata que hubiese crecido exageradamente de tamaño... y hubiese aprendido a usar vestimentas elegantes, finas y anticuadas. Pústulas rojas adornaban su tez de un rosado vomitivo, mientras horribles venas azules surcaban su rostro de lado a lado, arremolinándose en arrugas caóticas. Su boca estaba curvada en una expresión propia de un roedor, mientras sobresalían tres largos, curvados y amarillentos colmillos. Lo único que parecía contradecir aquel patrón monstruoso eran dos ojos pequeños, hundidos e inteligentes, que te observaban desde aquel rostro desfigurado, coronado por unu elegante sombrero que bien podría haber estado a la moda hacía demasiados siglos.
Aquella criatura depositó sobre la mesa el contrato con suavidad. Puedes observar su firma, y su título "del clan Nosferatu". Tu presencia fue invisible para eso, que se hacía llamar Gapaillon, y para cuando puedes reaccionar, sientes como las sombras que han estado revoloteando en la oscuridad, ahora están muy cerca de ti, rozándote primero, pero ante un asentimiento de tu anfitrión, se materializan.
Sientes como te agarran por los brazos con una fuerza sobrehumana, como tu espalda es curvada de un toque frío, mientras rostros de pesadillas aún más tenebrosas se iban materializando entre risas y gruñidos. Luego sientes los mordiscos, primero dolorosos, como las faces de perros salvajes despedazándote, a medida que se entierran en tu piel y arrancan pedazos de ti mismo. Luego, placenteros, como orgasmos repetidos provocados por la punta de un latigazo profundo en la piel. Aquel instante de éxtasis, terror y agonía, se extinguen con tu vida al tiempo que la vela es apagada por una corriente de aire, generada sin duda por el frenesí de tus atacantes.
—Busca y bebe—
Una voz familiar ordena, y tu cuerpo responde por instinto, aferrándose a la luz del mundo que se desvanece. Te topas con algo que atraes por reflejo a tu boca, y con facilidad, como un niño aprendiendo a beber la leche del seno de su madre por primera vez, comienzas a beber. Aquel líquido que se desprende es cálido, te llena de una vida, pero no una vida como la que tenías antes, una vida extraña y distante, una vida demasiado parecida a la muerte.
—Este es el único secreto que nunca podrás poseer. Todos sabemos qué sangre bebes, pero tú, nunca lo sabrás.— enuncia la misma voz en tu oído, tan cerca, tan íntima.
La oscuridad te rodea, y tu cuerpo responde a esta letanía con un espasmo violento, un rugido salvaje, que dobla tus articulaciones y te hace sacudirte en el suelo. Tu piel arde, tus ojos queman, mientras sientes como ahora los perros salvajes y hambrientos están dentro de ti y buscan salir al exterior a cualquier costo. Aunque eso implique desmembrarte desde adentro hacia afuera.
Dos manos fuertes en los hombros y una luz débil te hacen arrodillarte. Luego, la voz de Gapaillon se deja oír, fuerte, firme y serena.
—He traído un regalo para ti—
Tus ojos se abren con la furia sobrehumana que te posee y ante ti, puedes ver a tu padre. No orgulloso y desdeñoso como lo recuerdas, sino doblegado, sucio y con una expresión de pánico. Una mordaza ahoga gritos y gemidos incoherentes, pero las sombras le sostienen en su lugar. Tu furia bestial, la bestia, crece en intensidad.
—Bois, Sasha— ordena Gapaillon, en lo que quizás algún día entenderás como un gesto de generosidad.
Lanza coraje a dif 7 o ten miedo, mucho miedo, antes de tu abrazo.
Ante la visión de tu padre y el hambre abrazo, lanza autocontrol a dif 10 o... bueno, ya sabes que pasará.
Su palabra fue suficiente para Sasha, que firmó el documento con su nombre completo, sin más reparos. La expectativa que parecía percibir le sorprendió, pero más lo hizo la premura con que le fue arrebatada la pluma, como si de no hacerlo hubiera alguna posibilidad de que se arrepintiera. De cualquier forma, cualquier pensamiento al respecto desocupó su mente con rapidez tan pronto se dispersó la oscuridad que le impedía ver el rostro de su anfitrión.
Sus ojos se quedaron prendados de él de inmediato. Cautivado por la forma más horrenda que hubiera observado a lo largo de su vida, la representación digna de un oxímoron patente en la elegancia salvaje de su apariencia, su mirada observó aquella figura con la sed propia de un descubrimiento nuevo. Era magníficamente repugnante. Los infinitos tonos de rojo en degradé que habitaban las vomitivas pústulas en su asquerosa piel rosada, los matices azules que cruzaban su rostro como ríos tan escalofriantes que solo sería capaz de navegar Caronte, y las arrugas que conformaban los relieves del plano geográfico que llamaba cara, cuya distribución era tan anárquica y revolucionaria que podría escribir su propio manifiesto. Y esos asquerosos colmillos... tres horribles colmillos que parecían hechos de sarro y pus, y que si bien conjuraron una arcada ante su tan solo imaginada pestilencia, explicaron la naturaleza intrínsecamente bestial de aquel civilizado hombre frente a él, fascinándolo con la vehemencia con la que declaraban su fealdad. Una fuerza de afirmación tan arrebatadora como la de sus diminutos e inteligentes ojos, que por su carácter parecían en permanente batalla con sus colmillos por denominarse como el principal rasgo que encapsulara la peculiar naturaleza de su interlocutor.
Los ojos de Sasha brillaron, abrazando una nueva musa, pero apenas había entreabierto los labios para hablar cuando sintió reclamar su atención de pronto a lo que hasta entonces creía solo sombras.
Su primer instinto al agarre con que lo sujetaron fue lanzar un golpe, e impedido de ello, se sacudió violentamente, intentando soltarse a la fuerza o propinar patadas donde estas llegaran. Pero era en vano. No había forma de liberarse. Y mucho menos la hubo cuando sintió unos dientes atravesar su carne, provocando de Sasha un gruñido de rabia y dolor. Uno que creció pronto para convertirse en gritos desde lo más profundo de su garganta, producto del miedo, el sufrimiento y la cólera. No era primera vez que se enfrentaba a alguien más fuerte. No era primera vez que se sentía pequeño y frustrado, atacado sin aparente posibilidad de defenderse. Pero sí era primera vez que, a pesar de la horrible impotencia, ira y dolor de sentirse completamente indefenso, había experimentado placer. Sin darse cuenta había navegado ese tifón iracundo en su alma hasta encontrarse con un oleaje tranquilo y sosegado. Los cielos de su mente habían pasado de nubes tormentosas a preciosos atardeceres naranjos y rosados, cuyo calor calentaba la piel y abrasaba el corazón. La brisa marina le acariciaba la piel, envolviéndolo, y las caricias de un amante le recorrían el cuerpo, susurrándole al oído al mismo tiempo que él mismo murmuraba gemidos ronroneantes en un éxtasis en perfecto contraste con la agonía que aún recorría cada uno de sus músculos.
Sin ser siquiera consciente de la nueva oscuridad que le rodeaba, una que abundaba más allá de la luz y el soplo de la vida, se aferró con fuerza a lo que sintió como un faro de esperanza en medio del abismo más desolador. Un campo de flores, de vivos colores, una imagen de perfección absoluta que poco a poco fue rompiéndose, como un sueño que se torna en pesadilla. Los matices de los pétalos parecían aguarse, los perfumes de la flora escapaban de su olfato. Los tallos y hojas se diluían como un cuadro mal pintado, manteniendo su forma pero no su credibilidad. Un campo de flores que era y no era, a la vez.
Algunos rayos de sol atravesaron sus oídos en forma de una voz susurrada, y casi inmediatamente escuchó un rugido romper la quietud. Uno grave y agónico, que no habría reconocido como parte de su propia voz sino hubiera sido porque sintió una vibración desgarradora en su garganta que aseguró que el crédito era suyo. A partir de ahí, todo fue dolor. Fuego, carne, destrozos. Su cuerpo luchaba contra aquellos espíritus que buscaban eviscerarlo, pero su mente era incapaz de unirse al esfuerzo. No fue consciente de cómo, cuando ni dónde, solo de que, de pronto, se encontraba de rodillas y con los ojos cerrados.
Al abrirlos, creyó haber perdido la cabeza. Creyó que alucinaba. Su primer instinto fue encogerse y retroceder ante la mera visión del protagonista de sus más aterradoras pesadillas, pero algo en su interior lo obligó a mantenerse erguido, con los ojos puestos en él. Unos ojos que brillaban con furia y dolor, con miedo y compasión, incluso a través del odio que indudablemente sentía por aquella criatura indigna de las maravillas de la vida.
Un regalo. En un primer momento, no lo entendió. No entendió que se suponía que hiciera con aquel hombre, que nunca le había parecido más similar a él mismo que en ese momento: muerto de miedo, sometido y desesperanzado. Solo comprendió la naturaleza de aquel obsequio cuando escuchó la orden de su anfitrión, y la boca le salivó en respuesta, exigiéndole que obedeciera.
Pero Sasha, aunque había crecido para convertirse en un hombre cruel y violento a la mínima provocación, era piadoso en esencia. A pesar de cuanto lo odiaba, quiso consolarlo. Quiso decirle que todo estaría bien. Y así estiró una mano, con la que le acarició la mejilla con una valentía sin precedentes, en un acercamiento que nunca antes había ocurrido, ni siquiera de niño. Deslizó sus dedos con delicadeza inaudita, como si pretendiera secar sus inexistentes lágrimas y sosegar su alma. Sus ojos se suavizaron, e incluso dibujó una suave sonrisa en la comisura de sus labios mientras retiraba lentamente su mano.
Entonces se puso de pie. Y muy en el fondo, quiso voltearse y marchar, dejándolo atrás. Pero eso no era lo único que quería, y desde luego, no era lo que haría.
Apenas alcanzó a cambiar su expresión de la calma que demostraba antes de que su puño cruzara en dirección al pómulo de su padre. Tras eso, una patada al estómago, y luego de esta, otro puñetazo, esta vez en el ojo contrario. Uno tras otro se sucedieron los golpes, que propinó sin la más mínima pausa, cuidado o reticencia, hasta que pronto la brutalidad de estos hizo saltar la primera gota de sangre. Y entonces ya no hubo marcha atrás.
Sediento de sangre y de venganza, se lanzó al cuello de su padre, que mordió con tal ferocidad que en vez de clavar los colmillos arrancó un pedazo de su carne. Lleno de asco, la escupió, manchándose de sangre el rostro y pecho al separarse para mirar a un lado. Sin embargo, casi de inmediato, la sed irrefrenable le obligó a volver a aferrarse a aquel pozo de vida inmerecida y derrochada, bebiendo a grandes tragos, ansioso por devorar hasta la última gota.
Motivo: Coraje
Tirada: 5d10
Dificultad: 7+
Resultado: 3, 2, 7, 8, 8 (Suma: 28)
Exitos: 3
Motivo: Autocontrol
Tirada: 5d10
Dificultad: 10+
Resultado: 8, 1, 7, 10, 2 (Suma: 28)
Exitos: 1
Hice las tiradas para ir pensando el post :3 Por la noche lo pongo. Also: AAAAAAH
Cuando la última gota bajó por tu garganta, tus músculos soltaron a aquel amasijo de carne y huesos que había sido tu padre alguna vez. Su rostro húmedo en sudor, lágrimas bañando una expresión de terror absoluto solidificada post-mortem. El tiempo pareció dilatarse mientras contemplabas a aquel cadáver que hubiese estado en vida emparentado contigo. Sus cabellos grises revelan ya la cabeza desnudada por la vejez, unos dientes ennegrecidos y aquel aspecto de su piel de caucho viejo y arrugado. Podías sentir aquella sangre hirviente y colérica dentro de ti, cada acto de violencia, cada agravio, cada límite irrespetado, cada onza de vida que habían sustentado aquella excusa de humanidad.
El ardor en tu piel comienza a agravarse, el dolor que había presenciado en silencio respetuoso tu alimentación, se reanuda con renovada furia, como si tu piel se deformara como magma ardiendo fluyendo de tu rostro, de tus brazos, de tus piernas. A tu alrededor, como gárgolas en la noche, te rodean quienes fuesen tus atacantes y ahora te observan con expresiones variadas de angustia, exaltación y aduta serenidad.
Entonces se acerca a ti Gapaillon, su silueta deforme visible ante las sombras, menos densas para ti que en vida, y capaces de darle una forma lógica, aunque terriblemente inhumana, a quien fuese tu benefactor.
Lanza consciencia a dificultad 6 o pierde humanidad.
—Larga será la noche, Sasha. La maldición toma su tiempo para dejar su marca en tu piel. Esta noche y durante el día puedes reposar en mi morada— ofrece él. Su voz fría y profunda parece transmitir hilos imperfectos de compasión, más ensayados que genuinos, enunciados con un aire transaccional.
—Serán noches largas. Pero luego de ellas, tendrás derecho a todo aquello que prometí.— se reafirma con una palmada en tu espalda. Su gesto se curva en una sonrisa indistinguible de cualquier otra expresión en su boca irregular. Las otras criaturas a su alrededor parecen perder el interés en ti, y se alejan en las sombras susurrando con curiosidad morbosa y satisfacción en sus labios.
—Ven, te guiaré hasta tus aposentos— ofrece Gapaillon.
No fue hasta que soltó el cadáver y sintió la sangre de su padre contaminar la que hasta entonces corría por sus venas que se dio cuenta del terrible error que había cometido. Sus ojos se clavaron en el bulto irreconocible que ahora reposaba desprovisto de toda vida, y para su sorpresa, lamentó su muerte. Lágrimas idénticas a las que recorrían las mejillas de su padre bañaron las propias, y una de sus manos se estiró para arreglar algunos mechones desordenados de su cabello casi blanquecino. No lo quería, ni lamentaba que el hombre de sus pesadillas hubiera dejado de existir, pero la posibilidad de que algo hubiera cambiado desde la última vez que lo había visto se le clavó en el pecho con una culpa ineludible.
Se preguntó si, de haber cambiado, lo perdonaría. Y bastó un segundo, un instante de sentir su despreciable sangre dentro de él, para darse cuenta de que la respuesta era la de siempre. Jamás lo perdonaría. Mucho menos lo haría ahora, que podía sentir la furia recorriendo sus puños, el placer de la humillación ajena, la prepotencia que exudaba. Podía sentir lo que sentía él, y detestaba aquella conexión. Más que cualquier visión, esa sensación le provocó ganas de vomitar. Su nariz se arrugó con asco, y antes que liberarse del ardor de su piel que sentía desde que lo hubieran mordido, lo que quería era liberarse de su sangre. Sus uñas se clavaron en su propio pecho, rasgando la piel y abriendo pequeños surcos de sangre, conteniéndose de arrancarse la piel a jirones.
Le quemaba más el odio que el magma que ardía en sus músculos — No es tu cuerpo. Es mío —murmuró, como si el espíritu de su padre pudiera escucharlo. Temblaba ligeramente, producto de la rabia y el miedo, y sin saber que ya no necesitaba respirar, lo hacía de forma consciente, pausada y entrecortada, intentando calmarse.
Apenas escuchó las primeras palabras de Gapaillon. Lo justo para entender que algo pasaba con su piel, y que podría descansar ahí. De no haber estado tan conmocionado, habría insistido en volver a casa. Sin embargo, ahora mismo apenas podía ponerse en pie, así que buscando la mano de su anfitrión para levantarse, se puso de pie muy lentamente, cuidando no caerse. Apretó su mano, como un niño buscando el apoyo de su madre, y se negó a soltarlo.
—Vamos —murmuró, cerrando los ojos y agachando la cabeza, mientras luchaba por dejar de escuchar los susurros de voz familiar que empezaban a apoderarse de sus pensamientos.
Motivo: Consciencia
Tirada: 1d10
Dificultad: 6+
Resultado: 1 (Fracaso) [1]
El tránsito por aquella residencia oscura y llena de sombras fue como un sueño, lejano, distante, cargado de olores innombrables y sonidos siseantes, como carcajadas ahogadas en las tinieblas que parecían ser tu única compañía. Ellas y Gapaillon, quien caminaba a tu lado de la mano, con la solemnidad de un padre guiando a su pequeño niño.
No dijo nada cuando abrió la puerta, y sólo musitó —Descansa, grita, resiste lo que vendrá. Lo único que te pido es que no te vayas hasta que tu transformación esté completa. Entonces podremos hablar— explica y el tono en su voz te hace pensar que no es la primera vez que es testigo de lo que te está sucediendo, ni es la última vez que tendrá que decir estas palabras.
El cuarto es pequeño, pero la simplicidad de su decoración y la ausencia de muebles más allá de un cama pequeña y una mesita, hacían que aparentara tener más espacio del que había en realidad. No hay una ventana, o una superficie reflectante, sólo una oscuridad que no parecía ser tan densa a tus nuevos ojos, y un silencio absoluto, que a veces te provocaba romper sólo para asegurarte de que no te habías quedado sordo.
—Bonne soirée, Sasha— se despide Gapaillon con firmeza. El hombrecillo deforme es pequeño y se mueve con el mismo sigilo que una rata, pero de su voz emana la seguridad que sólo tienen aquellos que ponen valor en sus palabras. Sus ropas son finas, de eso ya no te queda duda, y sus modales anticuados. Parece sacado de otra época, o quizás de otra realidad. Desaparece en la noche, como un mero recuerdo que volvería a ti a la noche siguiente.
Sin embargo, tu tranquilidad dura poco. La voz de tu padre, inicialmente suave, comienza a vibrar desde los rincones. Primero parece lejana e incongruente, y a medida que pasan los minutos, se hace más fuerte y pesada, acusatoria, y los balbuceos toman la forma de acusaciones, de frases, de insultos, de fragmentos de comunicación que se agolpan. Si no fuera porque la oscuridad no ocultaba secretos para ti, podrías jurar que en cualquier momento ibas a girarte y a encontrarlo vivo, burlándose desde una esquina con morbosidad.
No iba a ser una noche tranquila o indolora. Tus músculos comenzaron a protestar, el dolor en tu rostro no cedía y el silencio te sería negado por primera y no por única vez en tu no-vida.
Te ganas el trastorno "Animismo Sanguinario". Tras beber sangre de un mortal crees que puedes percibir las memorias de tus víctimas atormentándote. Lanzas FdV a dif variable, y si fallas, los recuerdos son muy fuertes y actuarás como si la mente de tu víctima estuviese en control. Si tienes éxito, puedes funcionar normalmente, aunque seguirás escuchando las voces. Todos son elementos de tu subconsciente, por lo que eres libre de inventar estas cosas.
Se acaba la escena, puedes dejar tu post de cierre.
Con el ceño fruncido por las voces que poco a poco resonaban en su cabeza, asintió a la petición de su anfitrión. Estaba tan conmocionado aún, que ni siquiera había recordado a Hèloïse, o pensado en si seguiría esperándolo afuera. Probablemente, no. Ya se habría marchado a los cinco minutos de que él entrara y no saliera a buscarla. O al menos, eso es lo que pensaría normalmente sobre ella. Ahora... ahora lo único que podía pensar era en su padre llorando. Nunca lo había visto llorar. En todos sus años con él, ni una sola vez. Ni siquiera cuando su madre los había dejado.
Pero su cadáver estaba lleno de lágrimas.
Por unos momentos, se quedó en blanco. O al menos, eso le pareció. Un trance de pesadilla sutil, de introspección dolorosa, de tormento gratuito. Se quedó inmóvil, y ni sintió a Gapaillon soltarle la mano, o la hubiese apretado con todas sus fuerzas. No quería estar solo. Pero ahí estaba, completamente solo, en medio de la oscuridad.
Fue una noche difícil. Durante horas, discutió a viva voz con su padre, paseándose de un lado a otro de la habitación, amenazando a las sombras, golpeando murallas. Mientras la adrenalina se mantuvo arriba, solo sintió ira corriéndole por las venas. Si el instinto de una persona frente al peligro le hacía pelear o huir, Sasha siempre escogía lo primero. Pero cuando la adrenalina empezó a bajar, y la voz de su padre continuó incansable en su mente, empezó a sentir miedo. Reparó en ese desgasto de su alma, en el temor e inseguridad que le pesaban en el pecho desde niño. Se fue encogiendo, poco a poco, intentando negarse a escuchar. Cantó con fuerza, recitó poemas, cuentos, todo lo que se le vino en mente. Pero llegó un momento en que eso no fue suficiente. Y entonces vino lo peor.
Agotado, desarmado e incapaz de ignorarlo, empezó a rogarle que se detuviera. Como lo hacía cuando era niño, mientras se cubría el rostro con los brazos y aguantaba las patadas sin levantarse del suelo. Se lo suplicó cientos de veces, empapado en llanto, absorbiendo todo el dolor que fuera necesario. Le pidió que, por favor, parara. Haría lo que fuera. Se disculparía con todo, con todos, con lo que existía y con lo que no. Todo lo que era, y todo lo que tenía, lo daría a cambio de tan solo un minuto de paz.
Sin darse cuenta, acabó encerrado en el armario, abrazándose las piernas mientras ocultaba la cabeza entre sus rodillas. Se acomodó ahí donde cupo, en algún rincón seguro. Y ahí, como tantas veces en su infancia, se quedó dormido mientras lloraba, rogando que su padre y el dolor llegaran a su fin durante la noche.