¿Por qué olvidamos?
Cada vez que comienzo a contar esta historia, nuestra historia, esa pregunta siempre viene a mi mente. Y aún hoy, a las puertas de un nuevo milenio, sigo siendo incapaz de darle respuesta.
Lo perdimos todo. En un instante, lo que era nuestro nos fue arrebatado, sumiéndonos en las tinieblas de nuestro propio conocimiento. Como lágrimas que se olvidan en la inmensidad de la historia, avanzamos por un camino incierto, ignorantes de nuestra condición, mientras el mundo que habíamos creado se derrumbaba.
¿Fue esa nuestra condena?
¿O nuestra salvación?
La Era del Caos
Desde la perspectiva del hombre, todo lo concerniente a la historia anterior del advenimiento de Cristo es algo confuso e impreciso. Sin embargo aún se conservan algunos fragmentos de eras pasadas.
El inicio de la Era del Caos tiene unos orígenes inciertos. La mayoría de fuentes determinan su comienzo como consecuencia de un apocalíptico conflicto, conocido como la Guerra de la Oscuridad.
Fue una era caótica, llena tanto de inexplicables maravillas como de horrores innombrables. Durante ese tiempo el hombre caminaba junto a seres que, en la actualidad, son considerados cuentos de hadas.
La Llegada
Fue entonces, en esa época de confusión y caos, cuando apareció alguien que lo cambió todo. De la oscuridad de nuestra propia historia surgió un joven que nos mostraría un nuevo destino que jamás hubiéramos soñado.
La primera constancia que se tuvo de él fue en una pequeña aldea de la región actualmente conocida como El Dominio. Por aquel entonces, todo el territorio se encontraba envuelto en continuos conflictos armados, y ese día la aldea de Netzath se encontraba bajo el ataque de una pequeña compañía militar.
Abel apareció en pleno asalto, caminando lentamente hacia el orgulloso capitán de los soldados. Nadie levantó sus armas contra él, sencillamente fueron incapaces de hacerlo.
Una vez ante el capitán de la compañía, el pequeño, que apenas contaba con diez años, sonrió tranquilo. "Hoy se inicia una nueva era" serían las primeras palabras que le escucharían decir y con las cuales pasaría a la historia.
El capitán quedó sobrecogido por el discurso dado por el niño que hablaba con la sabiduría de un anciano, y al descubrir que no era más que un vagabundo errante decidió seguirle allá donde fuese. Aquel hombre sería el primero de sus discípulos, y llegado el momento, el primero de sus doce apóstoles: Pietro Giovanni.
Abel viajó de un lado a otro llevando consigo su palabra. Por donde pasaba las personas abandonaban sus conflictos en pos de metas comunes, siguiendo las enseñanzas de un Dios desconocido hasta entonces, un Dios de todas las coas que nos otorgaba el poder sobre la vida y la muerte.
En su filosofía no cabían la magia ni lo sobrenatural, considerados los culpables de todos los males de la humanidad. Por este motivo, cuando acababa de cumplir deciéis años, algunos de sus detractores decidieron terminar con la molestia que Abel les ocasionaba.
Mientras Abel preparaba un discurso ante un gran número de personas la Orden de Yehudah, una potencia convencida de que aquellos agraciados con el Don eran los legítimos gobernantes de Gaia, decidieron lanzar un ataque desplegando un enorme poder mágico.
Aquella noche, Abel nos enseñaría que Dios no es sólo amor y misericordia, sino también justo castigo y venganza. Cuando los archimagos se manifestaron el joven recogió del suelo una espada perteneciente a un soldado caído y avanzó hacia los brujos con lágrimas en los ojos.
Pobres. En cierta manera siento lástima de ellos. Jamás entendieron a lo que se enfrentaban.
Las Guerras de la Cruz
Tras aquellos sucedos la actitud pasiva de Abel cambió. Reunió a sus seguidores más cercanos y los nombró Apóstoles explicándoles que había llegado de cambiar el orden del mundo para siempre.
Reinos y naciones enteras se rindieron a sus pies, señores de la guerra y emperadores entregaron sus armas y coronas gustosos, y quienes no lo hicieron sufrieron la ira de un ejército movido por la fe.
A lo largo de los años Abel continuó con su sueño de unificar a la humanidad bajo una misma bandera y una misma religión. Sólo el Imperio de Sólomon, antaño la mayor potencia del hombre, se negó a claudicar y logró resistir.
Llegado el momento la unificación religiosa fue vista con desprecio por las deidades que hoy en día se conocen como los Falos Ídolos. A las puertas del Pico del Mundo Abel se enfrentó a Fenrisulf, un dios viviente que había manifestado todo su poder, y contra todo pronóstico derramó su sangre con sus propias manos.
En aquel instante Saulo, sumo sacerdote de los Falsos Ídolos, cogió la sangre del dios y marcó la frente de Abel con una cruz. Así recibiría el nombre de Cristo, que significa El Ungido, y todos comprenderían que era el mismísimo hijo de Dios.
Las demás razas enviaron embajadores a pactar con Abel, pero una tras otra fueron rechazadas. Todas las razas se olvidaron del hombre y de sus asuntos, sólo el pueblo de las sombras supuso una verdadera amenaza.
Contra todo pronóstico Abel volvió a sorprender a todos adentrándose en Khronos la capital flotante del Imperio Duk'zarist y llegando ante la mismísima emperatriz.
Este atrevimiento despertó la curiosidad de la emperatriz quien admitió entrevistarse con Abel, nadie sabe qué ocurrió dentro. Muchos dicen que la emperatriz vio la misma sombra de Dios en Abel, yo simplemente creo que se vio sobrecogida con el magnetismo que despertaba y decidió dar a la humanidad la oportunidad de ver hasta donde llegaban.
La emperatriz accedió a no intervenir en los asuntos del hombre y Cristo decidió regresar a terminar su proyecto. Por aquel entonces contaba con veintiocho años, no cumpliría ni uno más.
El Reino de los Cielos
Tras asegurar todas sus fronteras, la atención de Cristo y sus Apóstoles se centró en Sólomon. Su emperador Rómulo, conocido por su despótico comportamiento y crueldad, había demostrado abiertamente su rechazo a las doctrinas del Mesías.
Con menos problemas de los esperados los ejércitos del Mesías lograron llegar hasta las afueras de la capital de Sólomon, acampando a escasos kilómetros de sus murallas.
Esa noche Abel cenó con sus discípulos, algunos dicen que le encontraron extraño y algunos aseguran que anunció lo que iba a pasar. Tras la cena se reunió en privado con Pietro y luego con Iscariote Sith, otro de sus más cercanos Apóstoles.
Nadie sabe lo que hablaron pero al final Iscariote le dijo a Abel que tenía algo que enseñarle. Le dirigió hacia la Colina de los Lamentos donde una guarnición esperaba para apresar a Abel.
Como pago, Rómulo entregó al traidor treinta piezas de metal tan oscuro como el corazón de los hombres. Cuídese aquel que posea alguna, pues sobre ellas recaen nuestros pecados.
A la mañana siguiente, Cristo apareció crucificado en las murallas de Sólomon, donde yació durante trece largas horas. Cuando finalmente expiró, no se abrieron los cielos ni tembló la tierra. No llovió sangre, ni se hizo un minuto de silencio en el firmamento.
Simplemente, murió.
Los Once Reinos Santos
Al contrario de lo que Rómulo y sus dirigentes pensaban, la muerte del Mesías no acabó con el sueño. Los once Apóstoles restantes tomaron el mando del ejército y en pocas horas derrumbaron las muralas de la ciudad eliminando toda resistencia. No hubo perdón alguno para quienes habían torturado y ejecutado a su señor.
Allí, sobre las ruinas de la capital, los once levantaron la tumba del Mesías y se reunieron en lo que sería recordado como el primer Concilio Santo. La guerra había terminado, pero habían perdido a su señor y debían seguir unidos para cumplir el sueño por el que habían luchado.
La discusión duró varios días, acabaron agotados y tuvieron que descansar. Aquella noche el Mesías se mostró en sueños y les dijo que ahora el destino de su obra recaía en ellos. Al despertar decidieron dividir los territorios en Once Reinos Santos y se autoproclamaron dirigentes.
Tres años después sobre las ruinas de Sólomon empezó a edificarse la ciudad vaticana de Arkángel, con el fin de ser la capital de la humanidad, mientras los Apóstoles declaraban en sus respectivos territorios el nacimiento de los once reinos.
Aplicando los principios doctrinales del cristianismo se prohibió el uso de lo sobrenatural y se cerraron las fronteras con las otras razas de Gaia, quienes absortos en sus asuntos no dieron la importancia que esto tenía.
Por otra parte, el Apostol Thanos Shetep no pudo llevar a buen termino su objetivo, obsesionado por vengarse de Iscariote dejó de lado su reino, y Kushistan se convirtio en un serio problema para la unidad del hombre.
Tras la muerte de los Apostoles originales, los Reinos Santos empezaron a distanciarse unos de los otros e incluso surgieron fricciones. Acabaron agrupados en cuatro grandes bloques olvidando el objetivo con el que habían sido fundados. Y fue entonces, a las puertas del desentendimiento, cuando el mundo afrontaría su época más oscura.
De las sombras de nuestra propia historia se había fundado el duodécimo reino del hombre.
La Guerra de Dios
Rah Sith, el último descendiente del Apóstol Iscariote, había creado una potencia desconocida para todas las fuerzas del planeta, el Imperio de Judas. Cómo lo logro sin que nadie se diera cuenta es una gran incognita.
Autoproclamado Señor de los Rechazados junto a él se levantaron los que no tenían cabida en el mundo. Brujos, invocadores y multitud de seres sobrenaturales se le unieron con el ideal de cambiar Gaia para siempre.
Gracias a sus conocimientos de las eras pasadas creo por manipulación genética a multitud de criaturas engendradas con la única función de servirles como armas. Y además se le unieron horrores primigénios y grandes bestias. Tenía un ejército como el que no se había visto ni siquiera en la Guerra de la Oscuridad.
Su jugada maestra fue lograr atraer a la Emperatriz Duk'zarist con la falsa promesa de encontrar la cura para la alergia racial al hierro que sufría su especie, haciéndola prisionera en su fortaleza y obligando a los Duk'zarist a apoyarle.
En varias horas había fuerzas desplegadas por todas las costas del Mar Interior, y los Reinos Santos enzarzados en sus propios conflictos menores fueron incapaces de responder con rapidez. En tres ocasiones se intentó levantar un ejército para hacer frente a Rah pero en todas fracasaron.
Pronto Rah diversificó sus objetivos atacando también a las razas no humanas con mortal eficacia. Dándose cuenta del riesgo que corrían el emperador Taumiel de los Sylvain decidió intervenir. Ofrecieron su ayuda a los Reinos Santos humanos pero en su orgullo la rechazaron. A pesar de ello y viendo el apogeo de los Duk'zarist comprendieron que pronto ellos serían el siguiente objetivo.
El levantamiento de los Sylvain cambio ligeramente la situación y las fuerzas de Rah sufrio sus primeras derrotas. Pese a todo en cuanto la ciudadela flotante Duk'zarist inició sus ataques las naciones élficas fueron incapaces de detener su avance.
Contra todo pronóstico, surgió alguien que nos devolvió la esperanza. Zhorne Giovanni, el joven heredero de la estirpe de Pietro, se levantó contra Rah en los territorios conquistados. En pocos meses se había convertido en una gran amenaza para Rah e incluso recuperó varios territorios.
A pesar de eso sus fuerzas nunca podrían contra todo el ejército de Rah así que Zhorne se puso en contacto con Taumiel y aceptó la alianza de los elfos y los hombres, consiguiendo dar un vuelco a toda la guerra.
Cuando una de las fortalezas flotantes de los Duk'zarist se estrelló sobre sus propias tropas toda Gaia se dio cuenta de que el conflicto no estaba aún decidido.
La Llegada de Rah y La Cofradía
Cuando Rah se dio cuenta del peligro que suponía este joven dejó la Isla de Tol Rauko, su centro de operaciones, y partió junto a sus agentes más poderosos a quien se llamó La Cofradía, para ponerse al frente de los Ejércitos.
Ante una fuerza combinada de más de cinco millones de hombres, Sylvain y otras razas capitaneadas por el Emperador Taumiel de los Sylvain el Señor de Judas y sus ocho acompañantes descendieron en mitad del campo de batalla.
Las palabras que dijo en ese momento fueron las primeras que se le registraron, y marcarían toda la historia:
"Vosotros tenéis la culpa. Habéis producido vuestra propia caída. ¿No lo veis? Como borregos seguís fielmente los designios de un destino que no os pertenece. Ciegos y encadenados, incluso habéis olvidado lo que significa ser humanos. Preparaos. El mundo va a cambiar, aunque para eso debamos teñiro de sangre. Ha llegado la hora de que muera el Dios que, en nuestra arrogancia, hemos creado a nuestra imagen y semejanza. Con nuestras manos quebraremos los cielos"
A continuación ordenó a todas sus tropas retirarse mientras él y la Cofradía avanzaron en solitario contra los ejércitos de Taumiel. Sólo en los primeros minutos habían exterminado a una tercera parte de las fuerzas con un despliegue de poder increible.
Viendo que sus adversarios eran como dioses vivientes Taumiel ordenó retirada. Aquello fue el golpe más duro que habían tenido hasta el momento, y muchos empezaron a considerar a Rah más como un Dios que como un hombre.
Tras esa batalla los miembros de la Cofradía se dividieron y encabezaron diferentes fuerzas de Judas, atacando al unísono en todos los confines del mundo.
Sólo Zhorne y sus ejércitos siguieron obteniendo victorias, y se hacía evidente que era la única persona capaz de hacer frente a Rah. Percibiendo la amenaza que el joven representaba para sus objetivos, el Señor de Judas ordenó a los miembros de la Cofradía encontrarle y destruirle a cualquier precio.
Tras varios enfrentamientos que casi le cuestan la vida, finalmente Zhorne fue interceptado tras una reunió secreta con Taumiel y los otro líderes de la alianza. Karla Edil Sith, la hija adoptiva de Rah y miembro de la Cofradía le encontró y ambos se enzarzaron en un terrible combate durante el cual la joven desató y lanzó a enormes potencias contra Zhorne.
En el culmen del enfrentamiento Karla invocó al Aeon Oscuro Tawil At-U'mr, El Señor de las Puertas tratando de arrastrar a su adversario a la nada infinita.
Pero justo en ese instante Keith Khaiel Sith, el Líder de la Cofradía e hijo de Rah, que había estado observando la batalla en secreto aprovechó la situación para tratar de acabar con ambos al unísono desatando un holocausto de pura destrucción que no dejó rastro de ninguno de los dos.
Durante los meses siguientes los ejércitos de Judas con Keith al frente prosiguieron sus avances deshaciendo todos los logros que había conseguido Zhorne en el último año. Con la mayoría del viejo continente sometido se extendieron invadiendo más allá de los océanos, alcanzando primero Varja y posteriormente Khalis y Lunaris.
La Alianza empezó a tambalearse y el Emperador Taumiel sólo pudo resistir levemente. Poco a poco la esperanza empezo a ser sepultada por el terrible peso de la cruda Realidad. El Destino de Gaia parecia estar sentenciado, pero aún quedaba mucha sangre por derramarse.
Términus y el Fin del Mundo
Tras pasar meses desaparecido y cuando todos le creían ya muerto, Zhorne regresó súbitamente para ponerse al frente de lo que quedaba de sus ejércitos. Con fuerzas renovadas, volvió a dar un vuelco a la guerra, reconquistando la zona central del Viejo Continente, e incluso derrotando a varios miembros de La Cofradía.
Con sangre, sudor y lágrimas logró llegar hasta las llanuras de Términus, donde reunió a todas las fuerzas restantes de la alianza. Taumiel y el resto de líderes de los reinos y naciones de Gaia se congregaron ante su llamada, al igual que los dragones y otras bestias ancestrales.
Frente a ellos, el grueso de todas las fuerzas de Judas, el ejército más poderoso que había existido en la historia. La mayor batalla que jamás presenciaría el mundo estaba a punto de dar comienzo, una batalla en la que todos daban por segura la victoria de Rah.
Pero ocurrió algo que escapó a los designios del Señor de Judas. Un Duk'zarist llamado Larvae consiguió penetrar a través de las protecciones de Tol Rauko y llegó hasta donde Ark Noah, su emperatriz, estaba prisionera.
Allí existía una inmensa maquinaria creada con la tecnología de las Logias Perdidas de Sólomon, un inmenso artefacto que se alimentaba de las almas de todas las víctimas de la guerra, canalizando su poder con un fin desconocido.
Rah percibió que alguien había penetrado en las cámaras estancas de Tol Rauko y regresó a la fortaleza, horas antes de que se iniciase la batalla de Términus. Haciendo que Rah y Zhorne nunca llegaran a encontrarse cara a cara.
Cuando los más de veinte millones de contendientes se lanzaron unos contra otros, los campos se inundaron de sangre. La proporción de la batalla fue tal que se alargaría durante varios días, pese a que al finalizar la primera jornada, la superioridad de las fuerzas de Judas era más que evidente. Incluso sin esperanza los ejércitos de Zhorne siguieron adelante, hacía mucho que ya no luchaban por ideales, credos o venganza... luchaban por sobrevivir.
Sin embargo, antes de acabar el segundo día, cuando el final del conflicto parecía inminente, la noticia de la liberación de Noah llegó hasta las fuerzas de los Duk'zarist dando un insospechado revés a los acontecimientos.
Al descubrir el motivo por el que habían sido obligados a ir a la guerra se retiraron de las posiciones que habían tomado, arrasando a las fuerzas de Judas que encontraban en su camino. Esto proporcionó la oportunidad que Zhorne y sus tropas necesitaban, y el joven general no la dejó escapar.
Haciendo acopio de fuerzas Zhorne se lanzó junto a sus tropas contra los ejércitos divididos de Rah. Al finalizar el ercer día, las fuerzas de Rah se vieron obligadas a retirarse a la espera de una oportunidad para poderse reagrupar.
Sin perder un instante, Zhorne avanzó a través de las tierras baldías y arrasadas por la guerra hasta la Costa de los Anhelos, donde partió con sus tropas restantes hacia el corazón del Mar Interior para acabar de una vez por todas con la raíz de la Guerra de Dios.
Y lejos, en Tol Rauko, Rah comprendió que todo había llegado a su fin. El mismo mundo que quería salvar rechazaba la liberación que le ofrecía. Fue así como, preso de esa amarga ironía, comentió la mayor de las atrocidades.
Si no podía salvar el mundo, entonces lo destruiría.
Antes de que Zhorne pudiera llegar hasta la fortaleza, Rah descendió hasta las entrañas de la tierra, donde puso en march ala máquina que había estado construyendo. En el momento de su activación, una ola de poder sin igual asoló Gaia, creando una terrible distorsión que arrasó tanto el plano físico como el espiritual.
Aún hoy se desconocen las verdaderas consecuencias y su finalidad, pero desde ese momento ya nada sería igual.
En realidad, aquel día el mundo se acabó.
Sólo que no nos dimos cuenta.
El Oscuro Día Después
Rah, unido físicamente a la máquina durante su activación, fue barrido de la existencia, lo que marcó el final del conflicto que durante tres años había sumido a Gaia en la desesperación. Sin embargo, con cientos de millones de muertos y varias civilizaciones extintas, nadie podría atreverse a llamarlo victoria.
Dos continentes enteros desaparecieron, borrados por el poder que el Señor de Judas había desencadenado en su locura. Más de la mitad del mundo que conocíamos había dejado de existir...
Y esas no fueron las únicas consecuencias, la máquina había destruido las bases de la misma esencia sobrenatural de Gaia, acarreando que las entidades mágicas fueran incapaces de seguir viviendo. Muchas de las criaturas más antiguas y poderosas, como los dragones o lo titanes, se vieron obligadas a retirarse, mientras otras razas como los Sylvain o los Daimah sentían que les faltaba algo tan vital como el aire.
Lo poco que quedaba de Gaia se encontraba en el más osucro caos. Los Reinos Santos y la mayor parte de las naciones no humanas no eran más que un vago recuerdo, mientras saqueadores, bestias y horrores sin nombre arrasaban todo a su paso. El odio racial entre los pueblos alcanzaron cotas insondables y las razas se mataban sin provación alguna.
En este momento de declive, Zhorne Giovanni, aún al manod de las fuerzas restantes pidió su apoyo al emperador Taumiel Ul Del Sylvanus para tratar de crear un nuevo orden. Desafortunadamente rechazó su oferta y se retiró con sus mermados ejércitos para asegurar lo poco que quedaba de las naciones élficas tras la desaparición de Khalis, su principal continente.
Zhorne intentó traer la paz en esos tiempos de caos y muerte con todo lo que estaba al alcance de su mano. Acabó con los saqueadores con los que se cruzó, permitiendo a aquellos que se rendían unirse a su cruzada. Pronto los desamparados vieron en él su única esperanza.
Cuando meses después llegó a las ruinas de Arkángel, ordenó reconstruir la ciudad mientras partía de nuevo a tratar de llevar el orden a otras tierras. A cada territorio que incorporaba le otorgaba el título de Abel, y sin darse cuenta, creó las raíces del que sería el imperio más importante de Gaia.
Durante los primeros años, Zhorne trató de mantener una mentalidad abierta y permisiva hacia lo sobrenatural, intentando dejar un hueco a las etnias no humanas y los hechiceros dentro de Abel. Por desgracia, el odio y el temor demostraron estar demasiado arraigados, y multitud de conflictos estallaron haciendo muy complicada la convivencia.
La situación se volvió insostenible cuando un grupo de brujos se autoproclamaron herederos de Yehudah, y atacaron el borde meridional de Abel mientras varios Devas que vivían en las tierras meridionales atacaron Arkángel.
Ambos conflictos se saldaron con multitud de víctimas y con la confirmación más temida por Zhorne: la coexistencia era imposible.
A partir de entonces, expulsó de sus tierras a todas las entidades que se encontró obligándolas a retirarse bajo la amenaza de ser exterminadas. Poco a poco, los seres místicos empezaron a desaparecer, ocultándose a los ojos de los mortales.
Desde entonces, el hombre comenzaría a olvidar progresivamente lo sobrenatural, considerando la magia y lo inexplicable como una sombra de un lejano pasado.
Y diez años después del final de la guerra, Zhorne regresó a Arkángel, donde tomó la que sería su decisión más importante. El 16 de septiembre del doscientos treinta y tres después de Cristo, el mismo día en el que contrajo matrimonio, Zhorne Giovanni fundó el Sacro Santo Imperio de Abel.
El Sacro Santo Imperio de Abel
El Imperio nació con el objetivo de unificar Gaia bajo una sola bandera. Zhorne se autoproclamó líder espiritual e imperial, reuniendo en su persona el poder castrense y eclesiástico.
Los territorios anexionados se convirtieron en principados, países dependientes de la Sacro Santa Corona. A continuación, Zhonre otorgó el título de Señores de la Guerra a sus cuatro generales más importantes, concediéndoles el control de los ejércitos de Abel y recontruyó la Iglesia en todo su esplendor poniendo al frente de la misma a un Sumo Arzobispo.
Pronto volvió a iniciar sus viajes, logrando que multitud de territorios se unieran por voluntad propia al Imperio. Por esa época, su fama se había extendido por todas partes, y en todos los rincones del mundo sabían que traía consigo estabilidad, orden y justicia.
Sin embargo, las cosas no siempre marcharon de un modo pacífico. Primero tuvo que enfrentarse a la amenaza que suponía Nazhael, uno de los antiguos mariscales de Rah, quien había tomado parte de los territorios de la Costa del Comercio, y a continuació se opuso a las dos restantes potencias que habían resurgido en ese periodo de caos: las Tierras de Al-Enneth y el Imperio de Lannet.
Durante años viajó de un lugar a otro persiguiendo a culaquier precio el fin que se había propuesto cuando creó Abel. Una vez unificado el Viejo Continente bajo la bandera del Imperio, Zhorne posó su vista en tierras más lejanas como la Isla de Varja y posteriormente el Nuevo Continente. En esa época se crearon la mayoría de países de la actualidad.
El Emperador instauró además dos de las organizaciones más importantes de hoy en día: La Inquisición, creada con la finalidad de acabar con los peligros sobrenaturales que se ocultaban entre los hombres, y los caballeros de Tol Rauko, cuya misión era proteger y conservar los conocimientos de eras pasadas.
Finalmente, tras décadas de continuas luchas, Zhorne regresó junto a su amada Emperatriz a descansar a su lado. Tal y como deseaba el legado que dejaría a los hijos de Gaia sería un mundo muy distinto a los tiempos oscuros que él había tenido que vivir. Y fue así como, en el año trescientos cincuenta y cinco de nuestra era, al cumplir ciento cuarenta y nueve años, Zhorne Giovanni falleció como siempre había querido: plácidamente, en su cama.
Los Siete Siglos
A su muerte, el único hijo de Zhorne, Lázaro Giovanni, heredó la Corona de Abel y la pesada responsabilidad que conllevaba. Sin embargo, poseedor del mismo talento de su padre e instruído desde niño, Lázaro demostró ser más qeu digno de ese legado.
El primer gran reto al que tuvo que enfrentarse fue la declaración de independencia que Lannet y Shivat proclamaron con motivo de la muerte del anterior Emperador. Con inteligentes y hábiles decisiones, Lázaro no sólo mantuvo cohesionado el Imperio sino que logró crear una verdadera unidad entre los diferentes principados al construir el Alto Senado, en el que participaban los líderes de todos los países.
Es cierto qeu en este tiempo hubo problemas de gran importancia, com el atque del clan Thurizung a Haufman, que acabó provocando numerosas muertes y cierto descontrol en el norte, o dos nuevas insurrecciones de Lannet y Shivat. Sin embargo la acción de los emperadores siempre fue encomiable, demostrando un completo dominio sobre su poder y una capacidad innata para salir de cualquier situación.
Incluso cuando a principios del siglo sexto un violentísimo terremoto asoló el Viejo Continente, produciendo centenares de miles de víctimas y provocando enormes pérdidas económicas, el Imperio supo afrontar el problema, creando divisiones de ayuda e invirtiendo grandes cantidades de dinero en la reconstrucción de todos los territorios afectados.
Sin duda, una de las decisiones más acertadasfue la de instaurar las guerras arbitradas, por medio de las cuales se resolvían conflictos entre los diversos países y principados, siguiendo una serie de reglas supervisadas por Árbitos Imperiales.
Como reflejo de esa prosperidad, a lo largo de los Siete Siglos se realizaron grandes adelantos a nivel económico y cultural, y se introdujeron en Gaia innumerables avances como los que nadie hubiera podido imaginar años atrás.
Por primera vez en nuestra historia, el hombre avanzaba a pasos agigantados hacia un brillante futuro.
El Fin de una Dinastía
A veces, uno se pregunta si es cierto que unos pocos, o incluso una sola persona, tienen a su alcance la posibilidad de cambiar el mundo. En demasiadas ocasiones la historia ha respondido afirmativamente a esa cuestión, aunque por desgracia, no siempre es para bien.
Incluso antes de ser Emperador, Lascar Giovanni, e último miembro de la estirpe imperial, había demostrado una conducta muy distinta a la de sus antecesores. Ya desde niño era caprichoso, arrogante y malicioso; no reparaba en nada para obtener lo que quería y, pese a tener el mismo talento que había caracterizado a su familia, no parecía usarlo sino en su propio beneficio.
Cuando Lascar accedió al trono, demostró que su comportamiento no era más que una sombra de lo que esperaba a Abel. Una vez ataviado con los poderes absolutos del Sacro Santo Emperador, trajo consigo una época de depravación y crueldad como nunca antes se había visto en el Imperio.
Tomaba a las mujeres que deseaba, ordenaba ejecuciones sin motivo, y cuando estaba aburrido, incluso provocaba guerras por pura diversión. Hasta llegó a asesinar a su propia espos, declarando que se suicidó, tratando de evitar que diera a luz a su primogénito Lucanor.
Sus acciones llegaron a alcanzar tal grado de inmoralidad y depravación que incluso los Señores de la Guerra le pidieron que se refrenara y cediese la corona a su hijo, apenas un niño.
Ante su negativa, el idealista Señor de la Guerra Elías Barbados, encargado de velar por la seguridad del corazón del Imperio, creyó necesario apartar a Lascar del poder a cualquier precio. Se reunió en secreto con sus compañeros y el Sumo Arzobispo Augustus y el mariscal de Tol Rauko para llevar a término un atrevido plan.
Reunieron a sus mejores tropas de élite en Arkángel con la excusa de unos juegos de guerra y aprovechando que la mayor parte de las fuerzas de la Orden del Cielo, el ejército personal del Emperador, no estaban presentes, Elías se preparó para asaltar el castillo imperial y obligar a Lascar a abdicar a favor de su hijo.
Tal y como habían planeado, la noche del 11 de marzo del año 957, las fuerzas del Señor de la Guerra atascaron el Castillo del Ángel. Los caballeros de la Orden del Cielo demostraron su valía y pese a la aplastante superioridad de sus adversarios consiguieron contener el ataque durante varias horas.
Lascar supo desde el principio que resistirse sería inútil, así que esperó tranquilamente en el salón del trono con una sardónica sonrisa. Minutos antes de que Elías llegase hasta él, ordenó llamar a su hijo y delante de todos, obligó al pequeño a ensartarle con el Legislador Imperial de Zhorne.
En el mismo instante en que la primera de gota de sangre tocó el suelo, el destino del pequeño como futuro Emperador quedó condenado, pues había cometido un pecado contra el Imperio.
Ése sería el oscuro legado que Lascar dejó al mundo entero: el fin de su dinastía y el desequilibrio de Gaia.
El Último Emperador
La muerte de Lascar a manos de Lucanor había destrozado por completo los planes de Elías, puesto que el niño ya no podría aspirar al trono. Sin otro sucesor, el destino del Imperio quedó en entredicho, ya que hasta ese momento la propia concepción de Abel se sostenía en la figura cuasi divina de la estirpe Giovanni.
Los mayores poderes de Gaia se dividieron en dos bandos, los que apoyaban que Lucanor subiera al trono y los que preferían una nueva dinastía en el poder. Fue el propio Lucanor quien lo resolvió declarando que no debía acceder al trono debidas las circunstancias.
Así fue como Elías Barbados, descendiente más directo al título, sería proclamado Sacro Santo Emperador gracias al apoyo de los restantes Señores de la Guerra y la Iglesia. Incapaz de culpar al hijo de Lascar, la primera decisión del nuevo señor fue enviar al niño hasta Lucrecio y concederle el título de príncipe, que le correspondía por ascendencia materna.
Las ascensión de Elías al trono causó enormes desavenencias en todo el mundo. Muchos principados que siempre habían tenido pretensiones independentistas aprovecharon el momento para tratar de influir en la política imperial, e incluso llegaron a sugerir las bases para crear algo parecido a la primera República de Abel.
El clima de crispación fue poco a poco en aumento y hubo quien temió que Elías fuera incapaz de soportar la tensión. Pero el antiguo Señor de la Guerra demostro una perspicacia tan grande en la política como en el campo de batalla.
Apoyado por el inteligente Arzobispo Augustus, uno de los dirigentes más liberales que había tenido la Ilgesia en toda su historia, logró mantener la unidad imperial con atrevidas reformas y un afinado ingenio. En comparación con el antiguo régimen de terror de Lascar el cambio en Abel fue acogido con agrado y optimismo, así que durante tres décadas el Imperio disfrutó de una época de prosperidad.
Por desgracia para Elías, sus éxitos en política no se vieron reflejados en lo personal, que estuvo plagada de continuas desgracias. La mayor y más terrible de todas fue la muerte de su esposa al traer al mundo a su hija Elisabetta.
Desgarrado por el dolor de la pérdida, el Emperador culpó de los ucedido a la pequeña y la apartó de su lado, dejándola al cuidado de los caballeros de la Orden del Cielo.
El Principio del Fin
A la muerte de su amigo y mentor, el Sumo Arzobispo Augustus, Elías se encontró en la difícil situación de tener que elegir a un nuevo líder espiritual para la Iglesia. La decisión demostró ser mucho más complicada de lo que el Emperador pensó en un principio.
Tras entrevistarse con decenas de aspirantes, durante una de las audiencias del señor de Abel se cruzó con una joven abadesa que cambiaría su vida. Su nombre era Eljared, y con sólo ventiséis años, había alcanzado el más alto grado qeu una mujer era capaz de lograr dentro de la estructura de la Iglesia.
Todo lo que la envolvía era un misterio, pero poseía una belleza sobrenatural y un desmedido talento que cautivaron a Elías desde el primer encuentro.
Sin poder dejar de pensar en ella comenzó a verla asiduamente y tras varios meses anunció públicamente que Eljared sería la nueva Sumo Arzobispo, un títutlo que jamás se había otorgado a una mujer.
Muchos fueron los principados que no estuvieron conformes, pero no pudieron contrariar los designios del trono de Abel sin un motivo mayor.
Una vez a la cabeza de la Iglesia, Eljared comenzó a acumular un increíble poder personal, mayor del que ningún Sumo Arzobispo había poseído jamás. El Emperador, cegado por sus sentimientos hacia ella, le cedió todas las prerrogativas imperiales, lo que en la práctica la convirtió en la verdadera señora de Abel.
Una vez con el poder absoluto empezó a actuar impunemente a lo largo y ancho de Gaia, tomando extrañas decisiones que muy pocos comprendieron. Puso al mando de las principales organizaciones del Imperio a varios de sus agentes de confianza mientras ordenaba desenterrar peligrosos secretos del pasado.
Por segunda vez el mundo que conocíamos iba a cambiar ante nuestros ojos, pero de nuevo, no seríamos capaces de darnos cuenta.
La Ruptura de los Cielos
El comportamiento de Eljared no pasó demasiado tiempo desapercibido para los principados cercanos al Imperio. Pronto, muchos gobernantes empezaron a protestar públicamente por sus actos, advirtiendo que sus decisiones y comportamiento no eran propios de su posición.
No obstante, la Sumo Arzobispo hizo oídos sordos e incluso comenzó a actuar de un modo más radical sin motivo aparente.
Era como si, en el fondo, desease empujar al mundo a una rebelión. La situación llegó a un punto crítico cuando Maximillian Hess, señor de Remo, acusó abiertamente de brujería y de tener subyugado al Emperador a Eljared.
Hess había descubierto que la abadesa nunca existió, y que todo su pasado no era más que una mentira convenientemente confeccionada.
Como respuesta, la Sumo Arzobispo ordenó arrasar por completo Remo y reducir a cenizas todo lo que se encontrase allí. El Señor de la Guerra Tadeus Van Horsman, amigo personal de Elías, se negó a llevar a cabo semejante orden y pidió a su señor que recapacitara, pero Eljared se limitó a sustituirlo por alguien que obedeciese sus designios.
Sólo una semana después, el orgulloso principado había quedado destruido y el cuerpo sin vida de Hess colgaba como trofeo en mitad de las ruinas de su capital. La conmoción general fue enorme y multitud de países trataron de cortar sus lazos con Abel, lo que provocó que la Sumo Arzobispo declarase la guerra contra todos los insurrectos.
Y mientras provocaba el caos en todos los confines del mundo, Eljared se dispuso a poner en marcha su verdadero plan.
En vísperas de fin de año, en mitad de una festividad teñida de tragedia, se desencadenaría la fatídica noche conocida como la Ruptura de los Cielos. Desde todos los lugares de Gaia, los agentes de la Sumo Arzobispo activaron una compleja estructura sobrenatural, que creó una alteración en la existencia que tenía como centro la propia ciudad de Arkángel. La tierra tembló, los océanos se oscurecieron y los cielos de Gaia se tornaron rojos como la sangre.
Los sucesos que acaecieron a continuación aún son inciertos. Oficialmente, fuerzas comandadas por el Señor de la Guerra Tadeus Van Horsman atacaron esa noche el Castillo del Ángel, tratando de detener la locura del Emperador. Sin embargo algunas fuentes indican que Tadeus no fue liberado hasta la mañana siguiente, haciendo inciertas las anteriores versiones.
De uno u otro modo, o cierto es que mientras sus ejércitos se alzaban por toda la ciudad, un descomunal conflicto se desencadenó en el interior del palacio imperial, devastando gran parte de sus estructuras.
En el punto álgido del ataque, la hija del Emperador se acercó a su padre para rogarle que detuviera esa locura, pero éste, completamente trastornado, trató de matarla acusándola de ser el germen de la triste situación que pasaba el Imperio.
Viendo en peligro a la niña que él mismo había protegido durante años, Kisidian, uno de los más altos caballeros de la Orden del Cielo, se vio obligado a acabar con la vida de Elías. Sólo minutos después, Eljared desapareció para siempre, tras aparecer por última vez sobre la torre del gran ángel guardián de la ciudad, con los brazos extendidos hacia el cielo sus últimas palabras resonaron por toda la ciudad:
"¿Es el hombre sólo un fallo de Dios, o Dios sólo un fallo del hombre? Vosotros, que como niños pequeños habéis vagado en las tinieblas de vuestra propia historia, abrid los ojos. Está a punto de empezar. Presenciad cómo damos ese paso adelante. Al final, negar a Dios será la única forma de salvar el mundo."
Para bien o para ma, en menos de una hora todo había acabado. La muerte del Emperador produjo graves consecuencias para el Imperio.
Previendo la terrible situación de inestabilidad que se cernía sobre Gaia, la joven Elisabetta reclamó su derecho al trono y comenzó a trabajar duramente por mantenerlo estable.
Desgraciadamente, muchos de los principados que se habían declarado independientes meses atrás se negaron a aceptarla como gobernante, mientras que el antiguo Señor de la Guerra Matthew Gaul y algunos países ormaron la Alianza Azur, una fuerza de oposición que pretende algún día convertirse en la semilla de un nuevo imperio.
Sin saber por quién tomar partida, la Iglesia ha permanecido de momento como una facción neutral, proclamando por su cuenta un nuevo Sumo Arzobispo sin el beneplácito de la niña emperatriz.
Y ahora...
Ahora estamos a mediados del año novecientos ochenta y nueve. Han pasado seis meses desde la muerte de Elías y la tensión entre el Imperio, Alianza Azur e Iglesia no han hecho más que aumentar.
Con Abel fragmentado, la niña Emperatriz se esfuerza por mantener el control de sus restantes territorios para evitar que el mundo entero sea engullido por las llamas de la guerra, mientras otros países se preparan par conflictos inminentes.
Debido a la influencia de Eljared, la realidad ha sufrido una grave alteración y las fuerzas sobrenaturales son cada vez más intensas, mientras la membrana que separa el mundo real de la Vigilia es cada vez más fina.
Y en esta época de cambios, las fuerzas que permanecen ocultas a nuestros ojos han decidido volver a intervenir.
El príncipe Lucanor ha sorprendido al mundo recientemente con la creación de cuatro líneas de zepelines que cruzan toda Gaia, tras la misteriosa desaparición de La Dama, el primer zepelín de la historia.
El oscuro legado que ha sido dejado al hombre está a punto de dar fruto. Nada ha acabado. En el fondo, esta historia no ha hecho más que empezar.