Partida Rol por web

Habían entrado justo a tiempo ya que, apenas habían cerrado la puerta, la tormenta descargó con toda la violencia que un lugar desapacible, abrupto y solitario podía ofrecer. Jens dejó su equipaje en el suelo antes de recorrer con la mirada lo que sería su nuevo hogar. No era grande, pero tampoco necesitaban más. Lo que sí le extrañó fue comprobar que, a pesar de que no se veía ningún objeto que pudieran haber sido abandonado por los antiguos fareros, algún signo que le diera cierta vida al lugar, sí se veía limpio y bien provisto.

Imitó a su compañero cuando éste se dirigió a una de las dos habitaciones disponibles. No le importó no haber escogido, seguramente ambas serían iguales o muy parecidas y a él, mientras tuviera una cama limpia y algún mueble para guardar sus pertenencias y en especial sus libros, le daba igual. Así que se dirigió hacia la que había quedado libre, la de la izquierda, y dedicó los siguientes minutos a deshacer parte de su equipaje, en especial sus libros, mientras escuchaba a Cian revolver en la cocina.

Fue precisamente el agradable olor a café lo que hizo que abandonara su habitación.

—Gracias. Creo que esto era lo que necesitaba —dijo, sirviéndose una taza de café solo, sin leche ni azúcar, antes de observar a su compañero con curiosidad.

No había elegido aquel trabajo ni aquel lugar apartado de la mano de dios para hacer amigos, pero también era consciente de que no sería bueno para nadie que se mantuvieran en silencio todo el tiempo. En el caso de que hubiera problemas, un accidente o cualquier otra cosa solo podían contar con el otro; era preferible mantener cierta cordialidad sin tener que llegar a ser íntimos.

—Menudo recibimiento nos está dando la isla —dijo, mostrando una media sonrisa que suponía un gran esfuerzo para Jens. Cogió su taza y se dirigió a la puerta del corredor que unía la casa con el faro—. Tengo curiosidad por ver qué se siente ahí arriba en medio de una tormenta.

Quizás era una idea un tanto loca o siniestra, pero Jens consideraba que, tarde o temprano, tendría que acostumbrarse a cualquier inclemencia del tiempo por muy dura que fuera golpeando contra el faro.

Mientras tomáis café, en este lugar en el que viviréis el próximo año, oís claramente - a pesar de la tormenta - algo que se estrella contra una de las ventanas.

El cristal no se rompe, pero una mancha de sangre deja un feo borrón que se diluye lentamente bajo la lluvia y en el exterior algo cae al suelo... parece un pájaro.

Jens ni siquiera había alcanzado la puerta del corredor que unía la casa al faro cuando un estrépito, mayor que la misma tormenta, resonó de tal forma que a punto estuvo de dejar caer la taza de café. Observó con preocupacion el cristal de la ventana por si éste se hubiera resquebrajado; eso sería un gran problema para ellos sobre todo por el viento y el agua que golpeaba sin compasión contra la casa.

Pero lo único que vio Jens fue el rastro de sangre en el cristal. Era desagradable pero al menos ya se podía imaginar lo sucedido. Una pobre gaviota, o quizás cualquier otra ave que hubiera por las inmediaciones, se había estrellado contra la ventana arrastrada por el viento. Un terrible final sin lugar a dudas; pero así era la naturaleza en estado puro.

—Joder, sí que azota el viento por aquí —dijo Jens, restando importancia al incidente una vez superado el susto inicial. Dio un largo trago a su café antes de dejar la taza encima de la mesa; más tarde la fregaría...—. Voy a echar un vistazo a la zona del faro —avisó a su compañero por si él decidía acompañarlo.

El corredor que va hasta el faro está iluminado y da hasta la base del mismo.

Dos puertas se encuentran en la base de la estructura: Una por la que venís y otra que da al exterior. Otro generador se encuentra junto a las escaleras que suben hacia hacia la luz. También hay un montacargas, que en lugar de una puerta tiene una reja algo oxidada, que se puede usar para subir materiales o personas.

Dicho montacargas tiene un cartel atado con alambre a su reja: Fuera de servicio. Las letras están hechas con mucha paciencia, aunque las manos que la escribieron estaban sucias, pues el cartón presenta manchas oscuras.

Cuando Jens llegó hasta la base del faro y vio el montacargas, no se extrañó de que éste tuviera un cartel de averiado; sSeguramente quien lo había escrito lo había intentado arreglar antes de colgar el cartel, dado lo sucio que estaba éste. Un lugar tan apartado como aquel, tan desprotegido ante las duras inclemencias del tiempo, con el constante salitre del mar carcomiendo todo, con el azote de vientos y agua... Era imposible que cualquier aparatos durara demasiado en buen estado.

Al menos tenían generadores que les proporcionaban la luz suficiente para no sentirse por completo en la oscuridad más infinita.

Si quería echar un vistazo desde arriba, a Jens no le quedaba más remedio que subir por las escaleras. Así que, armándose de paciencia, comenzó a ascender sintiendo en el exterior la crudeza de la tormenta. Estaba convencido que el espectáculo desde arriba tenía que ser tan hermoso como terrible, y sentía una necesidad morbosa por contemplarlo.

Una vez arriba y cerca de la puerta del montacargas, se pueden ver varias cajas. Son herramientas y repuestos. La caja más grande contiene una bombilla de un tamaño descomunal.

El faro en si, la gran luz que debe rasgar la oscuridad cuando sea necesario, es un modelo antiguo y el panel - instalado junto a la puerta que lleva a las escaleras - se basa en un sistema de palancas y botones. Sobre ellos hay pequeñas chapas desgastadas, pero en las cuales aún se puede leer que hace cada cosa. No parece difícil.

Junto a panel hay un par de sillas y sobre una de ellas hay un manual de instrucciones. El libro - grueso y de tapa de cartón - tiene las esquinas desgastadas y el papel amarillento. Está escrito en dos idiomas: Inglés y noruego. Tiene varios gráficos sobre el funcionamiento del faro y sobre su mantenimiento.

Allí estaba lo más importante de las instalaciones, el motivo de aquel trabajo que lo había llevado al culo del mundo para vivir en soledad, o casi, su sufrimiento... El faro. Una enorme linterna que parecía ajena a la modernización del mundo. Un mecanismo tan rudimentario como eficaz.

Jens echó un vistazo al libro de instrucciones, en especial a las imágenes que mostraban más claramente el manejo de la luz. Tendría que leerlo tarde o temprano ya que había aceptado aquel trabajo sin tener ni idea de en qué consistía exactamente; algo que tampoco parecía haberle importado demasiado a aquellos que le habían contratado. Eso solo podía significar que su manejo era lo suficientemente fácil para que pudiera realizarlo hasta un niño pequeño.

Dejando el libro donde estaba, un libro que se notaba había pasado por muchas manos, Jens se centró en el motivo que lo había impulsado a subir hasta ahí. Su mirada se perdió en el exterior, intentando ver la violencia de la tormenta sobre el mar y, a pesar del temor que podía causarle estando tan alto, quería admirar la belleza de un fenómeno tan aterrador como hermoso.

¿Pones en funcionamiento la luz?

La tormenta aumenta su furia y la oscuridad se hace tan densa que apenas podéis ver el exterior.

La negrura lo envolvía todo y Jens, incapaz de ver nada del exterior, regresó junto al libro para intentar encender la luz del faro. Había subido hasta allí para ver el brutal y salvaje espectáculo que la naturaleza podía ofrecer, y no quería volver a la planta baja sin haberlo contemplado.

Estudió con detalle las instrucciones, pasando con cuidado las gastadas y amarillentas hojas del libro, hasta que creyó entender lo que debía hacer. No parecía complicado y, tras accionar los botones y palancas adecuados, esperó a que el haz de luz rompiera la oscuridad del exterior.

El mecanismo chirría cuando la palanca adecuada es accionada. La luz, amarillenta, rasga la tormenta y el soporte donde está ubicada esa gran bombilla comienza a girar. Os tapáis los ojos y os alejáis hacia las escaleras.

Por un instante os parece que la tempestad gime al ser herida por la luz...

La potencia de aquella luz hizo retroceder a Jens que no tuvo más remedio que cerrar los ojos al hacerlo. Pero tuvo la extraña impresión de que no solo él había sido herido por aquella repentina y brutal claridad ya que la tormenta misma parecía protestar.

La oscuridad había sido herida por el haz de luz que, como si de una espada se tratara, había hendido hasta lo más profundo la negrura exterior. Eso era lo que Jens esperaba; al igual que esperaba que, tras abrir lentamente y con cuidado los ojos para acomodarlos a la cegadora claridad, él mismo pudiera otear lo que había en el exterior.

Las olas sacuden con fuerza la superficie de la isla. Por un momento parece que el agua del mar se abrirá para tragarse el faro.

Pero eso no sucederá... por el momento...

Impresionante. Esa era la palabra que describía el espectáculo que Jens estaba mirando. Por unos instantes se sintió sobrecogido ante la furia desatada del mar. Un mar que lanzaba dentelladas al aire en un desesperado intento por tragarse no solo el faro sino la isla entera.

Era un espectáculo hermoso y terrible. A pesar de sentirse impotente ante aquel embravecido mar, incluso temoroso de que las viejas paredes circulares no aguantaran los embates de las olas, Jens permaneció de pie observando la poderosa demostración de la naturaleza. Se sentía hipnotizado por el embravecido mar, por la fuerte lluvia que golpeaba con fuerza las desnudas rocas, por el viento que ululaba una canción de muerte.

Una vida dura; demasiado dura incluso para alguien como él que buscaba desesperado purgar sus pecados. Pero había sido su elección y su decisión y no podía ni quería echarse atrás.

Un sonido parece flotar en el ambiente. Al principio es algo débil. Apenas perceptible por lo oídos humamos.

De alguna forma logra superar el rugido de la tormenta y del oleaje. Parece una canción de cuna. Una nana que flota en el ambiente sin tener un lugar de origen... Una canción de cuna que tiene un tono triste...

- A Sven le gustaría esta canción... -susurra una voz surgida de las más tenebrosas profundidades del mar.

- Cuando se detenga tu reloj... tu vida se acabará...- entre la estrofas de la nana, una voz siniestra rasga tus oídos.

Jens se resistía a abandonar la zona alta del faro. Seguía hipnotizado por la bravura del mar y la ferocidad de la tormenta. Por un instante cerró los ojos y se dedicó a escuchar los sonidos que llegaban del exterior; sonidos que, a pesar de resultar aterradores, parecían una sinfonía perfectamente ejecutada.

La música llegó hasta él camuflda entre los sonidos de la tormenta; al principio muy débil, tanto que ni siquiera fue consciente de que la estaba escuchando. Pero las tristes notas rebasaron el clamor del mar y del viento, llegando hasta sus oídos con total nitidez. Era una nana que lo arrullaba transportándolo hasta la misma raíz de su dolor.

Pero lo que le hizo abrir los ojos repentinamente fue escuchar el susurro de una voz... Una voz que ahondaba con fiereza en su sangrante herida. Una voz que le recordaba su constante penar.

Jens miró a su alrededor creyendo que su compañero le estaba gastando algún tipo de broma cruel. Era un pensamiento estúpido ya que Cian no podía conocer tanto sobre su vida, además de que parecía una persona muy poco dada a las bromas, hundido en su propio dolor.

Sus ojos se clavaron en el exterior, en la espuma de las olas y el golpear de la lluvia en el cristal. Por supuesto no vio a nadie; pero él siguió escrutando entre las sombras esperando encontrar al causante de aquel zarpazo a su corazón. Negó con la cabeza, recriminándose una y otra vez por ser tan idiota de creer que alguien le había hablado y convenciéndose de que todo se trataba de su imaginación. Su mente una vez más le estaba jugando una mala pasada.

Dando la espalda al exterior, Jens se encaminó de nuevo a las escaleras dispuesto a ir a la planta baja. Un nuevo café, un libro... y el pasar de las horas hasta que el sueño le venciera.

El sueño cae sobre vosotros como un sudario hecho de tela gruesa y oscura. Os dirigís a vuestras habitaciones, con el deseo de tener un sueño reparador.

Si poder moveros, bajo la manta, sentís el peso de alguien que se sube a la cama. No podéis moveros ni abrir los ojos. Os toca el pelo en una caricia y rodea vuestro cuello con unas manos húmedas y frías. De su garganta pútrida surge una canción. Una nana en un idioma extraño.

Cuando se termina, esa misma voz os pregunta:
- ¿Qué entregarías para salvarte?