—Ya era hora de que despertasen.
La luz es confusa, la voz no resulta familiar. Un traqueteo os recorre el cuerpo, apoyado sobre algo mullido. Al recorrrerlo con las manos, lo reconocéis: una cama de plumas. Junto a la voz del hombre, un murmullo ronco y varios silbidos revelan la presencia de maquinaria pesada cerca. Con esfuerzo, lográis abrir los párpados un poco más, consiguiendo más nitidez. Un camarote blanco, con un hombre sentado en una silla y fumando pipa. El capitán de un navío. ¿Qué navío? Un dolor agudo os recorre en los cortes y moratones, que ahora están vendados con máximo cuidado.
—Con calma, señor, señorita. El doctor vendrá luego a echarles un vistazo. Me alegra que estén bien. Carámbanos, la tripulación entera se alegrará. Si el grumete no los hubiera visto tirados en la playa cuando limpiaba el casco, no sé que que hubiera... ¡pero que modales los míos! Chester, Chester Sanders.
La voz me devuelve a este lado. Abro los ojos, no sin un gran esfuerzo. La luz me apuñala los ojos. El entorno blanco... por un momento creo que he muerto, y estoy en el cielo, un cielo extraño que suena a motores y huele a humo de pipa.
Me incorporo como puedo, sintiendo el dolor en mis extremidades, y miro a mi alrededor.
-¿Donde... donde estoy?
Mis últimos recuerdos afloran como fogonazos. Un lugar infernal. El crujido atronador de la tierra rasgándose, el techo de piedra desmoronándose...
La sangre, nuestra sangre, cubriendo el cristal... Los gritos de cosas que no deberían existir... La ciudad, devorada por el fuego y el azufre...
De repente un pensamiento me sacude como un jarro de agua fría. ¡Mis compañeros!
Miro a mi alrededor, les busco. Miro a aquel hombre, que se ha presentado mientras mis pensamientos volaban y yo intentaba estabilizar mi mente.
-Mis... mis amigos... ¿Están...? ¿Quién es usted?
Un ligero movimiento mece mi cuerpo y siento el cuerpo flotando, la muerte no es tan mala como la pintan. Comienzo a oír una serie de ruidos, como a maquinaria ¿Qué es eso? No debo estar muerto, no creo que haya maquinaria en el mas allá. Me fuerzo a abrir los ojos y tras el primer instante de ceguera producida por tenerlos demasiado tiempo cerrados, veo que me encuentro en una sala blanca ¿Qué lugar es este? Lo segundo que veo es un hombre que me da la bienvenida.
- ¿Hola? - Me intento incorporar sobre la cama, aparecen dolores por todo el cuerpo y repentinamente me viene a la memoria los últimos instantes en la ciudad, empiezo a recordar como destruimos la piedra y desató derrumbe de la ciudad. Otra voz, una femenina suena en la sala. - Lady Jeanne ¿Es usted? - Lo último que recuerdo es que los dos pudimos terminar el sacrificio al monolito y evitar la invocación del dios Atuh.
La mención del doctor me pone en alerta. - ¿El doctor Mellanby? ¿Está vivo? ¿Pudieron salvar a Sir Jacob también? - Es imposible yo les vi morir, o solo es un recuerdo alterado, tengo esa parte difusa pero espero ver a todos mis compañeros de nuevo.
—Chester Sanders, milady. Capitán del Atemporal —se quita la gorra y se inclina—. Es un grato placer conocerla. Me gustaría poder decirle más, pero me temo que no encontramos más gente a su lado. Y ya me costó calmar a la tripulación cuando vieron sus... ¿pinturas? Ya sabe, esas marcas que llevaban en el cuerpo. ¿Los apresó alguna tribu de salvajes?
Se levanta, aspirando por su pipa mientras os contempla con calma.
—No tengan prisa por responder. Iré a avisar al doctor Brown de su despertar. Me dijo que detecto una sustancia rara en su sangre, de un hongo que crece en los árboles de la jungla. Cree que se pudieron intoxicar. Provoca fuertes alucinaciones, así que no se extrañen si aún algo les resulta extraño. Ah, el doctor también querrá saber que animal les hizo la herida. Ya saben, la del hombro.
Tan pronto lo menciona, notáis el dolor en vuestro hombro. Los vendajes la cubren, pero bajo ellos notáis la oquedad que dejaron los colmillos de una criatura gigantesca.
-¿Herida? ¿Qué...? -digo, antes de sentir el dolor en el hombro.
Me palpo la herida con cuidado, ya que el mero contacto duele una barbaridad, intentando saber a qué clase de bestia pertenecen esos colmillos. ¿A una serpiente...? ¿O quizás... quizás a un lobo?
Me levanto como puedo, sin saber siquiera como estoy vestida, y me acerco al Teniente Lawson para abrazarle.
-Soy yo, Teniente... Douglas... Lo logramos... Salimos de allí...
Pero no todos lo hicimos. Sir Jacob... El doctor Mellanby... Que el Señor les acoja en su seno, ellos...
Me aparto del Teniente para volverme hacia el otro hombre.
-Muchas gracias, Capitán Sanders. Os debemos la vida...
Me siento de nuevo en la cama, aún débil por nuestra ordalía. Hongos alucinógenos... ¿Es posible que todo lo que vivimos, los oscuros secretos de África que descubrimos, hayan sido una mera alucinación? En cierto modo, es una idea reconfortante. Sería una explicación perfectamente sensata, lógica, racional. Algo que deseo con todas mis fuerzas creer.
¿Por qué, entonces, no consigo hacerlo? ¿Por qué siento que hemos desvelado algo que jamás debimos presenciar, que hemos corrido un velo que el ser humano jamás debería traspasar?
¿Cómo seguir viviendo como si nada cuando has visto el rostro más espantoso de la realidad?
- Lady Jeanne, que alegría verla de nuevo. - Una sombra recorre mi rostro al recordar a los dos compañeros que perdimos en la expedición, casi logramos salir todos de allí pero...
De nuevo el capitán Sanders toma la palabra, casi me echo a reír si no hubiese sido por el dolor y el cansancio general al recordar el tema de las pinturas, no me acordaba del aspecto que debíamos tener. - Es una larga historia capitán, ya habrá tiempo de contarla.
El tema de la sustancia tóxica no le sorprendía, los proyectiles de los hombres serpiente podían estar impregnados en venenos, pero ¿Una herida en el hombro? La verdad que no me sorprende, tenemos el cuerpo lleno de laceraciones, heridas y contusiones, pero de un animal, eso si que era nuevo, no recordaba ningún enfrentamiento con animales mas allá del gorila y las serpientes pero ninguno de ellos nos mordió en el hombro y desde luego no a los dos en el mismo lugar.
- Aún no le he agradecido que nos rescatase capitán, si me permite una pregunta ¿Dónde nos encontró? ¿No había nadie más con nosotros?. - Tras lanzar las preguntas me recuesto de nuevo en la cama, mantener una conversación y pensar en todo lo ocurrido me agota, aún no estamos recuperados.
Con paciencia, tras haberlo dicho casi al principio, el hombre sonríe y responde a Lawson. Es obvio que os considera aún afectados.
—Como dije, en la playa del río Congo. No había un alma cerca, que viéramos. Bueno, el grumete dijo de ver un animal enorme alejándose, pero ninguno de los marineros ni yo mismo pudimos avistarlo. No le den crédito; es joven y asustadizo. Bien, llamaré al dctor. Ustedes descansen. Señor, señorita.
Se despide con la gorra y sale del camarote, dejándoos con al única compañía de la lámpara de mano que oscila en la pared. El compás de los movimientos es lento y pausado. En verdad, demasiado pausado. Se está casi deteniendo, pero el barco no ha parado. La luz parpadea hasta apagarse. Entonces una fuerte pisada arranca un aullido al metal. Otra. Entonces, dos luces se muestran a lo lejos, donde intuís que estaba la puerta del camarote. Dos luceros carmesí, de pupilas más densas que las tinieblas.
Uno de ellos tiene ansia de caza; el otro luce protector.
Vuestro hombro palpita, el dolor se transforma en una extraña picazón. Sin ver, notáis los cambios. Vuestro cuerpo se arquea, cambia. Los huesos se quiebran, transfigurándose, dando paso a garras que se curvan como guadañas. La cara se elonga, la piel burbujea y se estira, convirtiéndose en letales fauces capaces de destrozar acero. De vuestra deforme figura brotes de pelo áspero y salvaje se unen en una impenetrable cota de pelaje. Y por ultimo la necesidad, la necesidad vital de aullar a la luna llena en un éxtasis de primitivismo.
El mensaje es claro. Ninguna articulación o sonido humano lo habría podido transmitir mejor.
Ahora sois míos.