La fiesta en la mansión de Elrond continúa hasta muy avanzada la noche. El gusto de los elfos por la música y la poesía, el entretenimiento que sigue al banquete, excede con mucho el placer de los elfos por los meros manjares, que sin embargo son deliciosos. Durante la noche habéis visto como dos elfas hablaban a menudo con vuestros compañeros elfos. Habéis comido y bebido hasta hartaros y ahora estáis deseando descansar.
Galoranna y Lauriel (amigas de Gallind y Rilwen) os conducen a todos por un pasillo tras el final de una balada, y se paran en una habitación lateral. Están impacientes por oír más de vuestras aventuras, pero saben que estáis cansados y necesitáis dormir. Señalan a los dos hobbits y después a la habitación, entrando estos en ella. Seguís al resto por el pasillo y escucháis como Lauriel suplica en voz baja a sus dos amigos que reconsideren su plan de viajar hacia el este.
-"Por favor, por favor, permaneced algunos meses más aquí antes de partir de nuevo. ¡Os he echado mucho de menos!" Dice con una alegre sonrisa. "Si vuestros nuevos amigos se nos unieran, podríamos pasarlo muy bien juntos. Seguramente tu promesa de encontrar el Rhîvaran podría esperar un poco más, Gallind."
Se paran en otra habitación y os señalan a vosotros esta vez. Os despedís hasta el día siguiente y entráis en la estancia. La puerta se cierra sola ante vuestras narices. ¡Magia élfica! Os dais la vuelta y observáis la estancia, bastante espaciosa y lujosa. Un amplio salón da paso a dos alcobas con una cama en cada una. Ventanales acristalados dejan entrar la luz de la luna. Pequeños hogares calientan las estancias, el fuego crepitando sobre los leños candentes. Objetos de manufactura enana adornan algunos estantes, lo que indica que esta estancia suele ser usada para visitantes enanos.
¡Comenzamos!
Estáis de momento los dos solos en la habitación, los demás están en otras habitaciones.
Hablar entre vosotros y así os vais conociendo un poco como jugadores.
La joven beórnida entro en la estancia como si fuera un oasis en medio del desierto. Esteba inmensamente agradecida a como los habían tratado en la mansión, pero estar rodeada de tanta gente haciendo preguntas le había resultado agotador. Cuando la puerta se cerró tras de ella, se permitió bostezar. - ¡AAAAAAAH!- Parecía haberlo forzado más de lo necesario y le dedico una mirada cómplice al enano. - Llevaba horas necesitándolo, pero no quería ofender a los nuestros anfitriones.
Dio unos inseguros pasos por el salón, que ciertamente era enorme, mucho más amplia de a lo que ella estaba acostumbrada, y se dirigió hacia uno de los hogares de leña, donde calentó sus manos. Esa sensación de calidez, sí que la retrotraía al hogar, se sentía a salvo y se dejó arropar por ese sentimiento. Poco después, desapareció en una de las alcobas con su petate a rastras y lo tiro encima del lecho. - ¡Me la pido! - pudo escuchar Gláin desde el salón.
Minutos más tarde volvió a aparecer en la estancia común con una ropa más cómoda y ligera. La joven llevaba los brazos cruzados a su espalda cuando se acercó a su amigo. - Gláin, antes de acostarme quería darte algo. -dijo mientras le mostraba un pequeño paquete cuidadosamente envuelto en tela. - Compré este pequeño obsequio en Bree, inicialmente quería dártelo como agradecimiento por lo bien que me trataste en tu caravana tiempo atrás, pero han pasado tantas cosas... que no he encontrado un momento de calma para entregártelo. Con una mirada brillante y una sonrisa amplia le depositó el paquete en las manos. - Es una tontería y sin duda te mereces mucho más, pero me gustaría que pensaras en ello como una muestra de agradecimiento sincero. Si no fuera por ti no hubiéramos llegado hasta aquí, y esto muy contenta de estar aquí, con todos vosotros. - Hizo una breve pausa. - Contigo Gláin.
Entrego a Gláin, dos campañas más tarde, las hojas de tabaco secas de Bree.
Como no podía ser de otra forma, tratándose de elfos, la estancia que les habían asignado a Tatharina y a él era espaciosa, con dos alcobas separadas para tener la suficiente intimidad. Era un lugar hermoso, pero más hermoso le resultó a Gláin contemplar los adornos de manufactura enana. Era como tener un pedacito de su hogar allí mismo.
Quizás fuera por todo lo que había bebido y lo satisfecho que estaba con todo lo que había comido, pero fuera lo que fuera el enano se sentía especialmente sensible, añorando por un instante a los de su especie. Él había elegido su estilo de vida y no se arrepentía, pero de vez en cuando le gustaba dejarse llevar por esos arrebatos de añoranza.
Sonrió cuando su amiga escogió alcoba, yendo a él a la que quedaba. Tras dejar todo lo que llevaba en el suelo, acercó una cómoda silla al fuego, sentándose a contemplar las danzantes llamas. Estaba cansado y la comida y la bebida le producían cierto sopor; pero sentía que necesitaba ese instante de tranquilidad frente al fuego. Quizás encenderse una pipa y abandonarse a sus recuerdos...
La voz de Tatharina lo saco de su ensimismamiento y contempló a su amiga acercándose. Era una buena muchacha a la que había llegado a apreciar de verdad. Gláin abrió los ojos sorprendido ante lo que ella le ofrecía y tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se le escapara una solitaria lágrima. Sí, quizás había bebido demasiado...
—¿Una tontería? Querida, me acabas de hacer el enano más feliz sobre la tierra —dijo, sin molestarse en ocultar la emoción en su voz—. Pero no tienes porqué agradecerme nada... Lo hecho hecho está, y yo soy el que debo agradeceros vuestra compañía...
Ante el olor de las hojas secas Gláin no pudo evitar sacar su pipa y, como si de un joven cachorro se tratara, cargarla, prepararla y encenderla con una cara de felicidad difícil de describir.
—¡Qué maravilla! —dijo, al dar la primera calada a su pipa.
Se notaba la conexión entre los dos. Más que buenos amigos, puede que para uno fuera como estar ante una hija, y para la otra, tener el padre que nunca había conocido. El caso es que entre ambos personajes había un sentimiento mutuo de amor verdadero.
Gláin disfrutaba de la apacible noche fumando pipa delante del hogar. Aunque hacía algo de calor, para él era reparador y al estar algo sensible, hacía que viejos recuerdos afloraran a su memoria. Ya había estado alguna vez en Rivendel, en la casa de Elrond, comerciando con los elfos. Conocía bien bien el negocio gracias a su padre. ¡Ah! ¡Que gran enano! El recuerdo de su madre también se entrecruzó con el de Grálin, ensombreciendo fugazmente su rostro. El humo de la pipa salía en pequeñas volutas que se extendían por la estancia. Nunca había contado su historia a nadie, ni siquiera a la joven beórnida.
Tatharina se fue a la cama, cansada y agradecida de estar en tan buena compañía. Habían pasado muchas cosas desde hace unas semanas, ¡demasiadas! Su tranquila vida había saltado por los aires cuando Lily la reclamó para sacar a su hermano de la celda. Ahora allí estaba ella, más experta y hábil que nunca con sus habilidades. ¿Qué diría ahora Fanuira de ella? No sabía por qué, pero se puso algo melancólica al pensar en la vieja. Y de esta, pasó a pensar en Eliana, que fue como su madre. ¿De dónde huían sus fenecidos padres cuando huyeron del este? ¿Por qué abandonaron su hogar para irse a vivir al oeste, donde nunca llegaron a habitar? En Rivendel había mucho conocimiento, quizás podría leer algo sobre ello, quién sabe...
Podéis hacer varios post. Recordar de leeros vuestro trasfondo.
Rivendel, 2951 de la Tercera Edad. Es verano y el tiempo es agradable.
Gláin gana 1 PX por postear y tiene un total de 1419 PX.
Tatharina gana 1 PX por postear y tiene un total de 1321 PX.
Tatharina finalmente se dejó vencer por el sueño. La comodidad de una cama mullida tampoco le puso las cosas muy difíciles a la hora de comenzar a soñar. Su mente divagaba semiinconscientemente por sus recuerdos y pasaba de un tema a otro de manera inconexa. Esto le recordó lo poco que Eliana le había hablado de sus padres biológicos y los motivos que les habían acabado llevando a la muerte. - Debería aprovechar para investigar, estos sabios elfos lo recuerdan todo, quizás me puedan ayudar. Y con ese último pensamiento... Se hizo el silencio.
Una vez Tatharina se retiró para disfrutar de un merecido descanso, Gláin se dedicó a dejarse llevar por sus recuerdos. El tabaco quemándose en la cazoleta de su pipa era lo único que iluminaba su rostro. Un rostro relajado mientras pensaba en su padre y en todo lo que había aprendido de él; de todos los sitios que había conseguido conocer gracias al comercio y de lo bien que se estaba en Rivendel. Elrond y los suyos siempre lo habían tratado bien y en aquel lugar siempre encontraba un remanso de paz donde descansar.
Pero también se acordó de su madre y las brasas de su pipa se reflejaron en un rostro más endurecido, opacado por el aromático humo que ascendía hasta el techo. Los duros entrenamientos lo habían endurecido y así había aprendido el manejo de las armas. Sin embargo Gláin prefería seguri los pasos de su padre a costa de la decepción de su madre.
Nadie conocía esa parte de su vida, ni siquiera la joven que descansaba tan cerca de él y a la que el enano consideraba mucho más que una amiga. Para él era como una hija a la que proteger y cuidar; una hija que lo colmaba de alegrías y también de preocupaciones.
Acunado por sus recuerdos y por la calidez de la noche, Gláin se quedó adormecido con la pipa ya apagada entre las manos y solo después de unas cuantas horas, consiguió levantarse para ir hacia su cama.
Despertáis temprano, descansados y con los pensamientos algo turbados. Habéis estado soñando cada uno con ciertas cosas que ensombrecen vuestros corazones. Os aseáis y os vestís, sintiéndoos mucho mejor. De repente se os ha abierto un apetito voraz y deseáis ir a almorzar. Nada más salir, veis que por el pasillo pululan elfos que van de un lado a otro, y enseguida os percatáis del agradable aroma a comida que inunda vuestras fosas nasales. Seguís el delicioso olor hasta llegar a un comedor donde no recordáis haber estado la noche anterior, pero en él hay una gran mesa de madera con multitud de platos recién preparados puestos encima. Varios elfos van y vienen trayendo viandas y bebida. A un lado, veis a Gallind y Rilwen, que ya están sentados a la mesa. Las paredes de la estancia tienen grandes ventanales por donde entra la luz del sol a raudales, los trinos de los pájaros suenan alegres y el olor a flores se entremezcla con el de la comida. Avanzáis hacia la pareja de elfos.
Seguimos en la Escena 0: Un breve descanso IV
Rivendel, 2951 de la Tercera Edad. Es verano y el tiempo es agradable.
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