Partida Rol por web

Arro...di...lláooos

Arro...di...lláooos

Como no erais entendidos en la materia no podías distinguir ni una palabra.

El egiptólogo tenía la pistola alemana de la Segunda Guerra Mundial a mano, listo para disparar a aquella criatura. No podía creer lo que estaba viendo. Eso ya no era un gato ni una leona, sino un ser bípedo con cabeza de animal. Pero, ¿qué tipo de animal? ¿Un chacal? ¿Un gato? ¿Una leona? ¿Se trataba del mismísimo dios Anubis, a punto de juzgarlos por sus pecados?

Theodore sintió que su mano temblaba y bajó el arma mientras veía como la criatura se sentaba en su trono.

Asustado y sabiendo que se encontraban en manos de la que probablemente fuera una entidad superior, el cincuentón se dejó caer de rodillas en el suelo, en posición de servidumbre. Aquello no era una leona famélica de la que se pudiera huir, ni un gato al que poder pisotear.

-Arrodillaos -pidió el egiptólogo a sus compañeros, temeroso-. No se puede luchar contra los dioses.

Cuando la puerta se abrió, Evelyn sintió la alegría invadiendo su pecho. Por fin nos vamos a casa. Sin embargo, algo no estaba bien. El ambiente se notaba tenso, y el olor a cerrado daba a entender que aquella puerta no se había abierto desde hacía muchísimo tiempo. Y quizá no tendría que haberlo hecho.

Fue entonces cuando la criatura apareció. Habían visto referencias a gatos, a leones, y hasta a vacas. Pero, ¿qué narices era aquello? A Evelyn le recordaba a un gato egipcio, aunque el morro largo no terminaba de cuadrar. El ser se acercó a unos escasos centímetros de su cara. La joven se quedó muy quieta, sin atreverse a respirar, como en las películas de Parque Jurásico cuando ven al tiranosaurio. Una lágrima de miedo escapó corriendo por su mejilla. 

A su lado, Theodore se tiró al suelo de rodillas. Parecía estar sometiéndose al animal. Evelyn lo imitó, poco a poco, temiendo que un movimiento demasiado brusco le supusiera la muerte. -¿Q-qué ha dicho? -preguntó a Helen y a Theo entre susurros. 

Brendan pudo sentir como el sudor recorría su frente cuando la criatura apareció. Mientras escudriñaba a su esposa podía notar sus piernas temblar ligeramente, por mucho que él intentara controlarlo. Una cosa eran animales salvajes y trampas, y otra...eso. Parecía que los nazis realmente tenían razón cuando buscaban algo sobrenatural en ese templo. El tener razón no le reconfortó en lo más mínimo. Cuando la criatura habló en un idioma desconocido miró al egiptólogo y a la guía confuso. No tardó en arrodillarse cuando Theodore lo pidió, mirando al suelo.

-Tendréis que hacer de intérpretes -tragó saliva- Y sed cautelosos al hablar. Sólo queremos largarnos de un lugar al que entramos por error. Esperemos que sea una deidad comprensiva -sabía que no iba a ser el caso. Sejmet no se caracterizaba por ser una deidad compasiva y este era su templo. Si lo que decía Theodore era verdad, la diosa en personanimal estaba frente a ellos.

Helen se quedó petrificada ante la criatura sobrenatural que había aparecido ante ellos. Jamás había pensado que eso pudiera existir, le gustaba todo lo relacionado con Egipto, pero jamás pensó que nada de eso fuera real.

Cuando olisqueó a Evelyn pensó que después sería ella, de hecho incluso pensó que se los iba a merendar. Por suerte, no fue así y tan solo les habló en antiguo egipcio, un idioma que solo ella y su compañero parecían ser capaces de entender.

Imitad a Theo, será mejor que nos arrodillemos, no sé si será o no un dios, pero sea lo que sea, será mejor hacerles caso.

La criatura os observó lentamente, parecía relajada ¿quizás la palabra era conforme?

Con esa misma parsimonia se dio la vuelta y caminó lentamente hasta el trono; fue entonces cuando sucedió algo realmente increíble.

En cuanto el cuerpo tomó contacto con el material de la silla, la grotesca criatura empezó a adoptar forma de mujer, una hermosa mujer morena con ropajes egipcios que deleitaban con su máximo esplendor.

De manera sobrenatural, todas las antorchas se encendieron generando una luz que inundó todo el lugar, revelando el desgaste corporal de los supervivientes de esta aventura.

Con un tono de voz dulce pero firme, la mujer alzó el brazo.

- Alzaos - después lo bajo, claramente os estaba dando "permiso" para dejar de arrodillarse.

- Os felicito por haber llegado hasta aquí, por haberos mostrado dignos ante los ojos de las hijas del Sol - ahora su semblante se tornó algo más entusiasmado.

- Regocija mi alma el saber que mis días aquí han acabado, puesto que el elegido ha llegado a su lugar -

- Pero no por ello voy a dejar a los demás sin recompensa, puede que lleve aquí vigilando este santuario desde 1941, pero no he olvidado las leyes del Sol... por favor, acercaos ante mi y extended vuestra mano... -

Con delicadeza y con unas manos que tenían tacto de seda, la extraña mujer os hizo entrega de un pesado anillo de oro, pero no a todos... Theodore fue la excepción el cual no recibió nada. No obligó a nadie que se pusiese el anillo, simplemente os lo entregó.

Después de aquello y tras su espalda, se reveló un pasillo secreto que parecía ascender ¿se trataba de la salida de la pirámide?¿era el final de aquella pesadilla? Sin embargo parecía que teníais que salir ahora, no podíais volver atrás... o eso parecía a simple vista.

- Todos salvo el elegido podrán abandonar este lugar... sin preguntas, sin dilaciones... no habrá segundas oportunidades - acto seguido se acercó lentamente al egiptólogo.

- En cuanto a ti... llevo esperando este momento décadas... - con delicadeza para así no parecer brusca, la extraña mujer sujetó con sus manos un colgante que llevaba Theodore en su cuello.

- Ah... el Sol de Ra... el intercambio justo por el trono del Faraón. Ahora te pertenece... ve a él y reclama tu poder - dicho aquello intentó quitarle el colgante...

Theodore no daba crédito a lo que escuchaba. ¿Él era el Elegido? ¿Por llevar un colgante de oro que le había regalado su padre? ¿Y Elegido para qué? Todo parecía indicar que le había tocado convertirse en el custodio de aquella pirámide, al igual que aparentemente había hecho esa mujer antes que él.

-Ah, no, no, no, no, no -dijo el egiptólogo, retrocediendo sobre sus pasos mientras apretaba con fuerza el colgante en una mano, alejándose de la mujer. En la otra mano llevaba la pistola alemana, apuntando directamente a la cabeza de aquella desconocida-. Tendrás que venderme un poco mejor esa historia del Elegido si quieres convencerme para que me quede. Viniste con la expedición alemana, ¿verdad? Te quedaste aquí y asumiste el papel de guardiana de esta pirámide. Y ahora me corresponde ese papel a mí. Pero, ¿qué es este sitio? ¿Qué se supone que hay que custodiar? ¿Cómo pudiste convertirte en esa criatura de antes? ¿Qué diablos son esos gatos y leonas que llevan vivos todas estas décadas?

El historiador de alquiler siempre había buscado respuestas a los misterios del Antiguo Egipto, y ahora estaba seguro de que podría encontrarlas, ¿pero a qué precio?

-Y sobre todo, ¿qué te pasará a ti cuando tengas este amuleto y qué me pasará a mí cuando me siente en el trono? -quiso saber Theodore, inquisitivo.

Brendan tardó algunos segundos en reaccionar a las palabras de la mujer. Más concretamente, lo hizo al ver la reacción de Theodore. Podía entender que no quisiera quedarse en esta pirámide y creía que su teoría sobre que la mujer llegó allí con los nazis era correcta. Pero esa mujer parecía muy peligrosa y prefería no tener que enfrentarse a ella. Cogió a Theodore por los hombros y lo hechó un poco hacia atrás, separándolo de la mujer.

-Disculpe a mi compañero, eh, guardiana. Si es cierto que vino con la expedición alemana, debe de ser consciente de que nuestra aventura por esta pirámide ha puesto nuestros nervios a flor de piel. Resulta muy complicado aceptar todo esto sin, al menos, poder responder a todas las preguntas que pasan por nuestra cabeza. Le suplico que nos diga dónde estamos, que son estos anillos y cual es el papel del guardián.

Evelyn no podía creer lo que estaba sucediendo. Sus ojos se movían para mirar todo lo que ocurría, primero a la mujer, luego a Theodore, luego otra vez a la mujer, luego al anillo que tenía sobre su mano... Cuando la diosa se dirigió primero a Theodore, Evelyn pensó que el hombre ya sabía aquello. Les había contado la historia de su padre y del medallón, así que aquello podía tener sentido. Pero su negativa le hacía ver las cosas de otra manera. 

En un principio, la chica pensó en irse, sin más. Pero Theo se había lanzado sin pensárselo a ayudarla cuando estuvo en problemas con los gatos, y al haber estado tan cerca de la muerte junto al entrañable hombrecillo, le había cogido cariño. 

-Estoy segura de que encontraremos una solución que nos satisfaga a todos -opinó sin mucha convicción. 

- ¡Silencio! - gruñó la mujer con una voz que parecía retumbar por toda la estancia. No le gustó el hecho de no haber podido coger el colgante.

- Mi paciencia es eterna, y podéis regocijaros con la ventaja de saber que habéis logrado el éxito donde otros han fracasado... eso me complace y me reconforta... ¡pero no os equivoquéis! - gritó de nuevo.

- Podría mataros ahora mismo y continuar con mi larga espera... pero no voy a dejar que mi pasión nos arrastre a todos al olvido - parecía que lentamente se iba relajando.

- No tengo porqué daros explicaciones... no tengo porqué daros más de lo que os he entregado... sin embargo os concederé una pregunta. ¡Solo una! - aclaró.

Aquella mujer se mantuvo distante, expectante. Todos teníais preguntas ¡muchas preguntas! pero aquella enigmática mujer tan solo os permitiría formular una, una única respuesta que sería respondida con total sinceridad.

La pregunta es... ¿cuál sería?