Partida Rol por web

Helen alzó la mano para tomar el anillo que la mujer le estaba entregando. Después de su cambio de apariencia se sintió mucho más relajada y se sentía capaz de confiar en ella. Cuando les dejó paso para huir Helen echó a andar sin mirar atrás, apretó con fuerza el anillo en su mano pero no llegó a ponérselo.

Cuando estaba a punto de irse escuchó a Theo formular una inmensidad de preguntas y después escuchó como el matrimonio se quedaba a la espera de ver qué sucedía. Por eso la guía turística se dio media vuelta para ver qué es lo que iba a suceder, así que no llegó a salir de la pirámide, quería escuchar la respuesta a esa única pregunta que le fuesen a formular, pero ella no se consideraba con derecho a plantearla, creía que su compañero el explorador, al que había bautizado como "El Elegido" debía ser quien la formulase. 

La cosa se complicaba. Una única pregunta, cuando a él se le ocurrían decenas. Miró a sus armas y a las de sus compañeros. Si la cosa se ponía fea, siempre podían recurrir a la solución del bruto. Nunca había sido su estilo, pero no quería arriesgarse a, quien sabe, ponerse el anillo y convertirse en un gato y tener que guardar la pirámide hasta que unos tipos le hicieran probar bota de la buena. O convertirse en arena al salir si no se lo ponía. Desde luego, quería saber que demonios era ese anillo. Pero, por otro lado, la situación de Theodore era aún peor. Eso de guardián sonaba así como regular. Decidió coger al grupo y crear un pequeño corrillo. 

-Bueno, -susurró- nuestra amable anfitriona nos ofrece una única pregunta. Creo que las dudas principales son los anillos y el título de guardián. Se me ocurre que, si Theodore se transforma en guardián, podrá decirnos lo que hacen los anillos. Si Theodore duda si ser o no guardián, preguntaría sobre ello. Si no quiere serlo, preguntaría por los anillos.

-Posiblemente esos anillos sean un regalo envenenado -sugirió Theodore entre susurros, carraspeando, mientras conversaba con sus compañeros en aquel corrillo que había formado O'Connell-. Yo que vosotros no me los pondría. Al menos, no mientras estéis dentro de esta pirámide.

El egiptólogo se agarró con fuerza el amuleto que llevaba alrededor del cuello. El amuleto que le había entregado su padre mucho tiempo atrás y del que, según se creía, llevaría al que lo poseyera hasta la inmortalidad. Theodore nunca había creído en lo que no podía comprobarse mediante un método científico, pero aquella expedición le había mostrado que se equivocaba. Lo más probable es que, una vez que se convirtiera en guardián, asumiera la misma función que aquella mujer que llevaba en la pirámide desde 1941. Sería inmortal, podría convertirse en un ser humanoide con cabeza de animal y moraría en aquella pirámide hasta que llegase un nuevo guardián, pero, ¿acaso aquello era inmortalidad?

-Si me convierto en el guardián de la pirámide, puede que sepa todo lo que podría sucederos, incluido el poder de esos anillos -indicó, pensativo-. Podría preguntarle sobre cuál es la función de un guardián, convertirme en el guardián y alertaros sobre si esos anillos son peligrosos. Pero también veo otra posible pregunta -El egiptólogo sujetó con fuerza el amuleto-. Parece que ella necesitaba agarrar este colgante, como si lo necesitase para que yo pudiera convertirme en guardián. Podríamos preguntarle cuál es la función de este amuleto y para qué lo necesita? Tal vez solo sea una baratija que me dio mi padre, pero también podría ser la clave para salir vivos de aquí. Al fin y al cabo, es un amuleto de Ra. El Dios Sol.

Evelyn estaba tremendamente asustada, aunque hacía todo lo posible por ocultarlo ante la mujer. Por suerte para ellos, la mujer se había levantado magnánima, y les permitiría una pregunta. Egoístamente, ella sabía que la pregunta que quería hacerle era qué pasaría si se ponían el anillo y salían de la pirámide. Pero también sabía que era Theodore el que estaba en la peor situación. Sin embargo, el hombre y su Brenny parecían tener un plan. 

Si Evelyn se hubiera puesto a pensar en ello, probablemente sentiría pena por la mujer-gato. Llevaba allí encerrada muchísimo tiempo, y su única manera de liberarse era pasar la condena a otro. Pero daba la casualidad de que ese otro era Theo, su compañero de viaje, y el primero que se había lanzado a salvarla de los gatos. 

-Theo, creo que esto te corresponde a ti. 

Brendan asintió levemente con la cabeza a la propuesta de Theo. Todos parecían estar de acuerdo en dejarle hablar a él.

-Preparaos para lo que pueda pasar. Por si acaso -dicho esto, miró a las armas de sus compañeros y propias.

Theodore asintió a las palabras de sus compañeros y, sosteniendo aún la pistola alemana en la mano derecha, se giró hacia la guardiana de la pirámide.

-Ya tenemos la pregunta para ti -afirmó el egiptólogo, en tono grave, totalmente serio-. La pregunta es sobre este colgante, el amuleto que me entregó mi padre. Queremos saber cuál es su función. ¿Para qué lo necesitas?

La mujer sonrió.

- Sabia pregunta - comentó a la vez que lentamente se acercaba al poseedor del colgante para acariciar el objeto con suavidad.

- Es a la vez una llave y una prisión... - comentó con voz melancólica.

- El Sol de Ra, el último capricho de Amenofis III para su esposa Tiy - dicho aquello os dio la espalda para seguir detallando. Parecía que os iba a deleitar con más información.

- El colgante adopta diferentes formas, pero lo que hay dentro de él no se altera.  Su poder es el de dotar de vida eterna a su portador... pero tan solo si se compromete a custodiar el Templo de Sejmet, a la cual era gran devota Tiy - parecía que el poder real era el de generar un guardián a cambio de la inmortalidad.

- Pero existía una letra pequeña... - su tono de voz cambió, y su expresión os reveló que efectivamente ella provenía de tiempos "modernos".

- El colgante se "reencarna". Siempre que encuentra su lugar en el templo de Sejmet un colgante en el mundo se convierte en el nuevo Sol de Ra - después volvió a mirar el colgante de Theodore.

- Y parece ser que lo tenemos justo delante... - parecía hipnotizada mirándolo.

- Después todo es más sencillo de lo que parece... el nuevo elegido adopta el papel de guardián, y el anterior guardián es liberado manteniendo la vida eterna como recompensa - la mujer parecía satisfecha.

- Yo no tuve más remedio que aceptar... vivíamos una guerra cuando exploramos esta pirámide y fui la única superviviente... ahora simplemente espero mi justa recompensa y disfrutar de lo que tantos años llevo esperando - después volvió a su trono.

- ¿Y bien? ¿Terminaréis lo que habéis comenzado? ¿O moriréis aquí? La decisión es vuestra... pero ODIO hacerme ilusiones...-

Parecía que teníais que tomar una decisión ya. La mujer se impacientaba y no sabíais como iba a reaccionar si se actuaba de una manera que no le gustase.

Theodore escuchó, absorto, la respuesta de la mujer. La pistola alemana tembló en su mano y, finalmente, decidió guardársela en la parte trasera de su pantalón.

Por su mente solo pasaba una posibilidad. Pensó en su padre, fallecido años atrás a causa de una larga enfermedad. Si tan solo hubiera seguido la pista correcta, quizá hubiera sido su padre quien hubiera podido sentarse en ese trono, desaparecido por completo para toda su familia, olvidado para la comunidad arqueológica pero vivo y desempeñando un importante papel como guardián de la pirámide. Al convertirse en inmortal, la enfermedad de su padre no habría terminado por derrotarlo y hubiera podido seguir vivo incluso cuando hubiera sido relevado.

Era triste pensar que él había logrado lo que su padre ni siquiera llegó a rozar.

Theodore lo pensó fríamente. ¿Qué tenía él por perder? No era ningún eminencia en el campo de la Egiptología y malvivía con un puesto de historiador de alquiler, participando en tours para turistas. En diez, veinte o treinta años terminaría muriendo, su nombre aparecería en la esquela de algún periódico y lo enterrarían en algún cementerio de la zona. Para qué engañarse. A su edad, no iba a ser un Howard Carter ni un Heinrich Schliemann. En cambio, esa pirámide le ofrecía la oportunidad de realizar algo verdaderamente importante. Convertirse en guardián de la pirámide hasta que el siguiente Elegido llegara. Abandonaría la pirámide convertido en inmortal, después de haber custodiado ese lugar, quién sabía por cuantos años.

Se volvió hacia sus tres compañeros y le entregó la pistola alemana a O'Connell. No creía que fueran a necesitarla, pero siempre era mejor prevenir que curar.

-Salid de aquí mientras aún podáis. Yo me quedo -anunció, con la mirada fija en el trono que le esperaba-. Mi padre dedicó su vida a buscar este lugar. La mejor forma de honrarlo y no dejar que su muerte y sus investigaciones fueran en vano es quedarme aquí, custodiando este sitio. -El egiptólogo esbozó una ligera sonrisa-. ¿Quién sabe? Puede que cuando llegue el siguiente Elegido, el mundo se haya convertido en un lugar mejor. -Miró entonces a Brendan y a Evelyn, con afecto. Aquella aventura llena de peligros había que para él no fueran solo dos turistas cualquiera-. Parejita, me alegro de que lo hayáis logrado. Disfrutad de la vida. -Se volvió hacia Helen, y la palmeó en el hombro con camaradería-. Has sido una buena camarada, Helen. Ahora marchad.

Acercándose a la mujer de la expedición de 1941, Theodore le entregó el colgante que le había regalado su padre y optó por echar a andar hasta el trono que presidía la estancia. Sin más, se sentó en él, dispuesto a aceptar el papel que el destino le había deparado.

Evelyn ahogó un grito al escuchar a su compañero. -¡Theodore! ¿¡Qué!? !No! No puedes hacer eso -trató de convencer al hombre, pero ya parecía más que dispuesto a ocupar su nuevo lugar. Asustada, miró a Helen y a su marido. Tanto Brendan como Theodore habían planeado preguntar por los infames anillos en caso de que el egiptólogo decidiera hacerse guardian. Por otra parte, tampoco sabían el efecto que aquel trono iba a tener en él. Cogió la mano de su marido con fuerza, tanta que sus nudillos quedaron blancos. -¿Qué hacemos, Brenny?

Helen no se marchó de allí a pesar de las palabras de su colega. Quería ver si aquello que aquella mujer había dicho era cierto. Quería saber si de verdad todo lo que le habían prometido iba a suceder, así que apretó con fuerza el anillo, asintió a sus palabras y se quedó mirando cómo se dirigía hacia el trono. 

Suspiró preocupada pues no sabía qué es lo que iba a poder pasar. Pero también suspiraba preocupada por el objeto que poseía en su mano, esperaba que si de verdad se convertía en el nuevo guardián pudiera darles una explicación sobre la utilidad de los anillos.

La mujer sonrió complacida a Theodore.

- Que así sea - comentó firme como si estuviese zanjando un contrato.

De repente, la mujer te quitó el colgante y se lo puso ella, haciendo que su apariencia cambiase por completo.

Ahora se trataba de una mujer rubia de ropajes elegantes, no tendría más de 25 años ¿con esa apariencia fue como llegó ella a la pirámide?

Con un gesto grácil señaló el trono.

- Ahora debes sentarte en el trono y reclamar lo que va a ser tuyo - indicó a Theodore.

- Y en cuanto a los demás... yo si fuese ustedes me marcharía, yo lo voy a hacer ahora mismo - se notaba que tenía un acento extranjero ¿era alemana?

- La pirámide va a derrumbarse, va a cambiar su forma, su esencia... se adaptará a la del nuevo elegido. No perdáis la vida inútilmente... - parecía que sus palabras eran ciertas puesto que todo comenzó a temblar, como si se fuese a venir a bajo.

- ¡Que os vaya bien en la vida! - dicho aquello la mujer no miró atrás y salió corriendo por la única salida que había de aquella condenada tumba.

Theodore observó que sus compañeros aún no se habían movido. ¿Es que pensaban perecer allí?

-¡Marchaos! ¡Rápido, marchaos de aquí cuanto antes! -exclamó el egiptólogo, horrorizado de ver que el trío todavía seguía en la pirámide, pese a que esta pareciera que estuviera desmoronándose.

"Un nuevo comienzo. La pirámide también cambia" pensó Theodore, fascinado al ver cómo temblaba el suelo.

El hombre se sentó sobre el trono, acomodándose bien, con la mirada fija en el frente. Se preguntó cuántos Elegidos habría habido a lo largo de la Historia y cuántos habría después que él.

Brendan se había quedado mudo al escuchar a Theodore. No esperaba que, con lo que había dicho, aceptara la oferta. Pero lo había hecho. Se sintió algo nervioso, pero las últimas palabras de su compañero le hicieron reaccionar. Cogió a su esposa de la mano y comenzó a correr hacia la salida. Apenas había dado un par de pasos cuando se giró hacia el nuevo maestro de la pirámide.
-¡Los anillos! Theodore, ¿qué deberíamos hacer con ellos? -le hizo también un gesto con la cabeza a Helen y siguió avanzando sin soltar a su esposa.

-Por desgracia, esa es una pregunta para la que no tengo respuesta. No sé qué os harán los anillos y hasta que este lugar no termine de transformarse y acabe de convertirme en el Guardián no lo sabré -indicó el egiptólogo, mientras sentía que la pirámide entera estaba cambiando, y comenzaba a asimilar poco a poco los conocimientos de aquel lugar de poder-. Pero son un regalo, un regalo por haber sobrevivido a los desafíos de este sitio. Puedo apostar a que no harán el menor daño. ¡Buena suerte!

Evelyn se balanceó cuando uno de los súbitos temblores amenazó con tirarla al suelo. Se había quedado embelesada observando todo lo que estaba ocurriendo, atónita y con la boca abierta. Delante de sus narices, la mujer egipcia se había convertido en una muchacha joven, rubia, para nada egipcia. Del mismo modo, Theodore dejó de ser el hombre mayor, peludo y algo encorvado, y había pasado a ser un hombre moreno, musculoso, y calvo, con un enorme y colorido tocado de faraón. Así que al final lo ha hecho. Se va a quedar aquí. Para siempre. 

Sus últimas palabras indicaban que los anillos eran un regalo (lo cual ya sabía), y que no supondrían ningún peligro para ellos (lo cual no sabía, y no se habría atrevido a jurar nunca jamás. Simplemente de tenerlo en la mano sentía su peso, podía notar una especie de calor que se extendía por la palma de su mano. 

La indecisa Evelyn miró a Brendan y a Helen. ¿Tendría razón Theo? ¿Podía seguir llamándolo así después de haberle visto convertirse en otro hombre? Sabía que podía confiar en el antiguo egiptólogo. Pero, ¿podía confiar en el nuevo guardián de la pirámide? Su pecho se movía rápidamente arriba y abajo debido a la respiración agitada de la mujer. No había tiempo para seguir dudando. En aquel momento, no podían perder ni un segundo más. Levantando la mano para que tanto Helen como Brendan lo vieran, Evelyn se puso la sortija en el dedo índice de la mano derecha y echó a correr hacia la salida por la que la mujer rubia se había escabullido. -¡Vámonos! ¡No podemos perder más tiempo!. -Por último, dedicó una triste mirada hacia Theodore. Adiós, amigo. 

Cuando el temblor comenzó, Helen se quedó unos instantes petrificadas viendo lo que estaba pasando. Por un lado se quedó muy sorprendida al ver como la alemana salía huyendo y como Theo era transformado en el nuevo dios egipcio. Sus ojos no daban crédito pero tras las últimas horas allí vividas empezaba a creerse que todo era real.

Un nuevo temblor hizo que Helen volviera a recuperar la consciencia y sonrió a su amigo. Pues espero que quedarte aquí te haga feliz. Dijo a su ex compañero. Nosotros nos vamos. ¡Ya va siendo hora! Y entonces cuando había empezado a subir los primeros escalones decidió ponerse ella también el anillo. Si el egiptólogo y ahora dios había decidido que era un regalo, decidió creer en él y ver qué es lo que ocurría. Al fin y al cabo, todo parecía dotado de una energía mística que recorría cada poro de su piel.

Con una sensación agridulce, entre alegre por haber sobrevivido y triste por la pérdida de su amigo, tomó la salida con una sonrisa en su boca y con una joya mágica en su dedo.