Mario había vuelto en sí, pero su respiración profunda denotaba que aún le faltaba el aire. No podía sacarse de la cabeza la imagen de su abuela con esa dentadura imposible.
- Gracias Kamil - le abrazó una vez dentro de la caverna. Pero cuando parecían a salvo, la visión de ese esqueleto volvió a sobresaltarle. Afortunadamente su falta de aliento ahogaron el grito agudo que intentó salir de sus pulmones.
- Joder...¿es seguro llevarnos eso? No creo ni que funcione. Aunque no esté mojada... con esta humedad. - dijo intentando calmarse mediante las palabras esperando que fuera Ricardo y no otro quien cogiese la granada y la custodiase.
- Bueno... no sé. Está bastante bien conservada y tiene la espoleta. No sé que vimos en aquella casa pero no descartaría el uso de artillería pesada ¿no? - contestó Ricardo guardando la granada mientras se disponía a avanzar.
Ante ellos el camino se abría unos metros a través de las estalagmitas hasta desembocar en una caverna un poco más amplia, aunque no demasiado. Algo en el ambiente hizo que se les erizase el vello de la nuca.
La zona central se elevaba formando una especie de círculo que podría ser tomado por un altar de escasa altura, apenas medio metro, que parecía formado por la erosión del mar. Los visitantes se dieron cuenta de que aquella caverna probablemente se viera inundada con la subida de la marea. ¿Cuánto faltaba para aquello?
Pero también había una serie de runas talladas alrededor del mismo que nada tenían de naturales. Allí estaba Tomás, el espectro del contrabandista, tal y como había prometido que estaría.
Ricardo pnjizado mientras Sharak regresa del mundo real.
- El Cancerbero está buscándoos así que los Carceleros están nerviosos. ¿Será eso una buena señal?
Luego descendió del altar. Sus movimientos eran extraños, antinaturales, como una película a la que le faltan fotogramas.
- Aquí se sacrificaron muchas vidas inocentes para abrir un Portal. Y aquí se puede realizar el ritual que rompa el Pacto. Necesitaréis algo que hay aquí.- se movió hasta unas estalagmitas y entonces vieron allí un cuchillo oxidado.
Era un cuchillo viejo, como el que podría tener un carnicero. No había nada especial en él. Podría haber estado en cualquier cocina del siglo pasado y tras tanto tiempo en aquella caverna, bajo el mar, la madera de su pomo estaba casi desaparecida. Su hoja, antaño brillante, estaba ahora oxidado y recubierto de pequeñas conchas de criaturas marinas.
- La marea no se lo puede llevar y nosotros no podemos tocarlo. Pertenece a este sitio y por ello sólo una persona viva lo puede sacar de aquí. Lo necesitaréis porque es el único arma capaz de protegeros del espíritu del Indiano. Lo usó para matar a su propia hija y sellar el pacto. Los Carceleros lo recompensaron a su retorcida manera. Consiguió la inmortalidad y vagó con el mundo hasta que una enfermedad lo destrozó literalmente, por dentro. No podía morir pero tampoco vivir en condiciones. Regresó, como todos, a Sanabrás y realizó otro pacto para descansar. Pero no está muerto. No puede morir. Sólo duerme eternamente, sin soñar, en su panteón familiar. Nosotros no podemos entrar allí. Pero vosotros sí. Él tiene el camafeo necesario para llamar a la Madre, pero si se lo quitáis despertará. Por eso necesitáis el cuchillo...
Estaba claro que aquello empezaba a complicarse.
El ambiente lúgubre de la caverna, el sonido del mar, la extraña visión de Tomás moviéndose. Todo ello consiguieron que, casi por primera vez, Mario se sumergiese completamente en la situación aceptando todo lo que veía como algo que estaba ocurriendo de verdad. Caminó hacia las estalagmitas para ver el cuchillo de cerca.
- No tiene apenas mango... - dijo observándolo. Sacó del bolsillo interior de su chaqueta un pañuelo de algodón blanco y se lo enrolló en la mano derecha antes de cogerlo - ¿Qué se supone que tenemos que hacer? ¿Robarle el camafeo y traerlo al altar? ¿Por dónde se va al Panteón?
Los dedos de Ricardo todavía palpaban aquella granada arcaica que le había tocado llevar. Jamás había utilizado una granada pero no era el momento de transmitir inseguridad a sus compañeros así que mostró seguridad y guardó la granada.
—Supongo que será uno de los panteones del cementerio. ¿Cuál es el nombre de la familia? —preguntó a Tomás.
- Seguramente habréis visto el cementerio familiar tras la gran casona.- contestó el fantasma - Si salís de la cueva y seguís la formación rocosa encontraréis un sendero que asciende hasta lo alto del acantilado. Antiguamente se usaba para bajar a esta cala para arreglar negocios...- había un deje de nostalgia en estas palabras - Os dejará en la parte norte de la aldea, no lejos de la tapia del cementerio. Reconoceréis fácilmente el panteón porque es el único que hay. Sanabrás era una aldea modesta. Sólo el Indiano podría permitirse algo así. Allí está el camafeo que debéis traer de vuelta para que podamos realizar el ritual. Pero id con cuidado. El Cancerbero os estará buscando... y el Indiano también se resistirá a que le robéis el camafeo. Vivir despierto en un cuerpo putrefacto es mucho peor que ser un espíritu...
Las instrucciones parecían sencillas: Ir al cementerio, obtener el camafeo, volver y realizar el ritual. Lo complicado iba a ser llevarlas a cabo con el Cancerbero rondándoles, el Indiano resucitado y los Carceleros acechándoles.
-Lo mejor será ponernos en marcha cuanto antes- dijo Ana, pero el pensamiento de tener que desandar lo que habían andado le ponía los pelos de punta. -Hay algún camino para llegar lo antes posible al cementerio- preguntó a Tomás.
El camino al cementerio os lo ha dicho en el mensaje anterior ;)
Ricardo acarició esa granada que tenía en el interior de su gabardina cuando Tomás hablaba del Cancerbero. Sabía que era su única oportunidad y que sólo tenían esa. Tomó aire profundamente antes de iniciar la marcha.
—Se donde es, he visto el panteón desde la casa del Indiano —dijo entre resignado y decidido—. Tenemos que ser rápidos y no tratar de llamar la atención... aunque puede que esto sea una utopía. ¿Pueden sentirnos de alguna manera, Tomás?
Ricardo buscaba las miradas de apoyo de sus compañeros para iniciar la marcha. Iría sólo pero, por primera vez, necesitaba el apoyo de los demás.
Mario empuñaba el cuchillo agarrándolo por lo que quedaba del pomo con su pañuelo de protección. Lo que en principio parecía un cubierto normal, no mucho más grande que uno comun de cocina, pesaba más que un machete de carnicero. Serían los nervios, la situación, la tensión, pero además a él le parecía que desprendía un frío y humedad que se le iba metiendo por el brazo poco a poco.
Por todos los astros no te cortes con esto... - le aterraba la idea de infectarse con él pero no lo soltó. Miró a Enrique enseñándole el cuchillo y asintió con la cabeza animándole a continuar.
Tomás asintió:
- El Cancerbero tiene los sentidos de un depredador, pero no puede sentiros más allá de eso.
Eso tranquilizó al detective. Lo último que necesitaban es que por algún tipo de localización mística pudieran estar viéndolos de forma continua.
Antes de ponerse en marcha Ana se dirigió a Tomás preocupada -¿El unico camino posible es por donde hemos venido?
Planteé mal la pregunta, me referia a si habia algun camino para no tener que desandar :3
- No. Podéis ascender por el camino de la cala en vez de regresar por las calas. Como os dije eso os dejará tras el muro del cementerio.
Igual me expliqué yo mal.
Hay dos opciones: desandar lo que habéis hecho o seguir el sendero que asciende hasta la parte trasera del cementerio.
Inspiró profundamente resignado ante el nuevo paso del camino.
—Conozco el camino —dijo mientras se ajustaba la camisa por debajo del pantalón—, vi ese camino desde la ventana de la habitación donde Teo trabajaba en su melodía. Creo que puedo llevaros allí desde aquí.
La de Ricardo se quedó clavada en la forma desenfocada que trataba de definir la cara de Tomás.
—Esto es de locos —se quejó—. De repente la vida cambia y te ves haciendo lo que te dice un ser de película...
Cerró los ojos fuertemente buscando alinear los últimos retazos de racionalidad que habitaban en su mente.
—Discúlpame Tomás... esto es demasiado para mi. Pero no temas, no vacilaré en este empeño.
La mirada de Ricardo se volvió a enrudecer mientras ajustaba la pistola en la parte de atrás de su pantalón.
—Vamos, no hay tiempo que perder —dijo abriendo la marcha hacia su nuevo destino.
Salieron todos siguiendo a Ricardo. Tal y como el espectro les había anunciado y coincidiendo con lo que el detective había visto desde la ventana un estrecho y empinado sendero conducía hacia la zona superior del acantilado. Durante el ascenso todos avanzaron en silencio, sintiendo el frío viento contra sus espaldas, quizás sin querer pensar demasiado en todo lo que estaba sucediendo.
Mientras subían creyeron vislumbrar siluetas huidizas por el rabillo del ojo. Los espectros de Sanabrás contemplaban a aquellos intrusos pero se mantenían alejados, sin intervenir. ¿Se escuchaba en algún lugar, traída por el viento, la melodía de un piano? ¿O eran todo imaginaciones suyas?
Alcanzaron la muralla externa del cementerio al final del camino. Una parte de la misma se había venido abajo y entre los ladrillos caídos había una grieta lo suficientemente amplia como para pasar sin dificultades. A través de ella podían verse las lápidas cubiertas por malas hierbas y un enorme roble cuyas raíces parecían crecer en todas direcciones. Y en medio del camposanto un mausoleo de piedra grisacea cuya puerta delantera lucía una desvencijada reja que el tiempo y la salitre habían terminado por desgastar. Se golpeaba por el efecto del viento, como si una campana que repicase a muertos los estuviera llamando.
No había ninguna duda. Ese debía de ser el mausoleo y Ricardo vaciló un instante antes de caminar hacia él.
—No vaciléis compañeros —dijo mirando al resto.
Todavía podía sentir el peso de la granada dentro de su gabardina pero, afortunadamente aquella criatura no había hecho acto de presencia.
Finalmente caminó hacia la puerta del mausoleo. Una gigantesca puerta doble con algunos grabados incomprensibles, probablemente símbolos de la familia, impedía el paso. La puerta estaba atascada y Ricardo tuvo que pedir la ayuda de Kamil para conseguir desplazarla. El sonido del roce de la puerta con el suelo resonó en el interior del mausoleo que escupía olor a humedad y abandono.
El detective encendió la linterna y alumbró el interior.