Zacharias Flint caminaba entre los escombros. Sus guardias siempre eran parecidas, se movía entra la oscuridad buscando algún intruso o alguna amenaza para la seguridad. Siempre temía encontrarse algún proscrito, creyendo que si lo hacía no sería capaz de disparar, y planteándose si sería alguien conocido. Pero hasta el momento solo había encontrado un par de murciélagos, y nos chavales armando ruido.
Era de los mayores de la Resistencia Central, pero aún así, siempre se sintió bastante joven. 24 años seguían siendo pocos. Se encontraba pensando en su edad cuando oyó un ruido a unos metros de allí. El corazón se le había acelerado, y el frío pareció hacerse más intenso. Caminó a grandes zancadas hasta llegar al origen del ruido. Parecía venir de abajo. Se oían rumores de accesos subterráneos, pero los escombros eran tan grandes que siempre había sido imposible comprobar la veracidad de las historias. Se asustó al pensar que quizá él pudiera descubrir la verdad.
Apretó su arma con las manos hasta que las yemas quedaron blancas. Caminó despacio, y allí sobre el suelo, encontró un hombre. Estaba de espaldas, solo era visible la chaqueta. No era de la Resistencia. Apretó los labios, y apuntó con el arma mientras deseaba que no fuera un proscrito. Se preparó para decir algo, pero entonces, del suelo salió otro cuerpo, reptaba hacia arriba con dificultad. Tenía el rostro cansado, una gran barba rubia, y una melena que llegaba por sus hombros. Sus ojos color miel mostraban cansancio. Miró mi arma asustado, y levantó las manos, aún con medio cuerpo bajo tierra. El otro cuerpo continuaba boca abajo, parecía inconsciente. Zacharias cogió aire.
- ¿Quién sois? - Dijo con una voz tan agresiva que no creyó que pudiera tener.
- No... No dispares. - Era apenas un hilo de voz, gutural, grave, y queda al mismo tiempo. El desconocido miraba el arma fijándose en cada detalle. Luego miró a su compañero, pero no dijo nada. Tosió, y Zacharias pareció sentir una alarma dentro de él. - No sé quien es él, acabo de... bueno, yo... Llevo allí abajo mucho tiempo.
Zacharias abrió los ojos como platos. Entonces era cierto, había civilizaciones subterráneas. Aguantó el arma, asiéndola con más fuerza aún y tratando de que no se notara que le temblaban las rodillas. No sabía a lo que se enfrentaba, ni sabía si podía creer a ese tipo.
- ¿Cuánto tiempo? ¿Qué hay ahí abajo? - El desconocido se lamió los labios.
- ¿En qué año estamos?
- 3040. - Dijo Zacharias sin estar muy convencido de por qué contestaba a esa pregunta. El desconocido pareció impresionado.
- Eso no es... bueno... yo... entonces llevo en esa habitación cerca de... 26 años. - Dejó de mirar el arma, y bajó la cabeza, confuso. El otro cuerpo comenzó a moverse y trató de enderzarse. Zacharías quitó el bloqueo del arma, dispuesto a disparar. El hombre que se levantó se encontraba en mucho mejor estado que Zacharias, recién afeitado, ojos vivos, ropa limpia... Nada que ver con su compañero, si es que lo era.
- ¿Dónde estoy? - Preguntó confuso en un inglés muy antiguo, que estaba ahora casi obsoleto. Zacharias no sabía como enfrentar al situación. Ambos desconocidos le miraban, con ojos suplicantes.
Se oyeron pasos que se acercaban, Zacharias comenzó a sudar, debía ser su compañera de guardia, Ann.
- Levantáos. Si os preguntan decid que habéis perdido la camisa.
Ann se acercó y miró con el ceño fruncido a Zacharias.
- ¿Qué coño pasa? ¿Por qué no estás haciendo la ronda? ¿Quienes son estos mierdas? - Zacharias parecía algo asustado y miró a los demás tratando de mantener la calma.
- Un par de rebeldes, no te preocupes yo me ocupo.
- Ese de ahí parece muy mayor. - Dijo señalando al de la barba.
- Es por la barba... Hazme caso, solo están armando jaleo. Yo me ocupo. - Insistió Zacharías. Ann le miró fijamente unos segundos, y luego pasó su vista por los desconocidos.
- ¿Dónde está vuestra identificación? - Dijo de modo agresivo. Ninguno de los dos contestó. - Os he hecho una pregunta. ¿Qué coño habéis hecho con vuestra camisa?
El hombre de la barba contestó tartamudeando.
- La... la... hemos perdido.
La mujer les miró frunciendo el ceño. Zacharías supo que debía acentuar.
- Ann, les he visto antes, de verdad... no te preocupes, son los mismos críos de siempre. Déjalos. Este es mi trabajo no el tuyo.
Ann dudó, pero finalmente tras lanzar una fugaz mirada de desconfianda a Zacharías asintió. - Ocúpate. El general se está hartando de tanto rebelde. - Tras eso se marchó por donde había venido. Aún entre la oscuridad se intuían sus tremendas curvas. No se volvió parar mirar atrás si quiera un segundo.
Zacharías les miró. Ambos estaban asustados. Mucho más asustados de lo que querían reconocer. Sobraba decir que no era rebeldes, pero Ann les habría matado y Zacharías tenía una tremenda curiosidad. Una terrible curiosidad que necesitaba respuestas.