El general Campbell rara vez recibía a soldados o tenientes, no importaba la fama que tuvieran. Le conocías bien, era el mandamás. Famoso por sus innumerables tácticas y estrategias, reconocido y aclamado por todo el ejército americano, y un hombre envidiable para cualquier aspirante al poder. Trataba directamente con el ministro de asuntos exteriores Abraham L. Moore. Cuando tu superior te dijo que Campbell quería verte supiste que algo iba mal. No querías rendirte a ello, pero pasó por tu cabeza la idea de que podíais haber perdido la guerra.
Y allí estabas... frente a la puerta del despacho de Campbell. Sabías que uno de los hombres más importantes de la historia americana te esperaba al otro lado.
Inspiré hondo y me armé de valor. Llamé y cuando escuché que me dieron permiso para entrar abrí la puerta y me adentré en el despacho. El cuerpo firme, la espalda recta y los brazos estirados. Pose marcial.
Con el gesto serio entré en el lugar observando sólo con la mirada todos los detalles de la habitación y quiénes se encontraban en ella.
- Señor. El Teniente Coronel Sinclair se presenta, señor. – saludé conforme al protocolo y esperé mis instrucciones.
Nada más entrar encontraste una estancia sobria, con una planta, un mesa de despacho, un par de cuadros y unas cuantas sillas. Ninguna estantería o libro. Las paredes eran de un color oscuro que restaba luz al lugar. Detrás del despacho te miraba un hombre bien entrado en los cuarenta, las arrugas se marcaban en rostro y sus pequeños ojos negros te miraron de arriba abajo un segundo, antes de mostrar una sonrisa. Le reconociste al instante, era el ministro de asuntos exteriores en persona. Te miró y cruzó las manos sobre la mesa, como si ese fuera su despacho.
Junto a él se encontraba de pie el mismísimo señor Campbell mirando a través de una ventana. Al verte se dio la vuelta, con el mismo aire prepotente que mostraba en cada gesto, y alzó una ceja ladeando la cabeza. Estaba incluso más serio de lo habitual.
En la esquina, de la habitación, junto a la puerta por la que habías entrado había un hombre larguirucho, con gafas y el pelo revuelto. Sin duda no se trataba de alguien que trabajara para el ejército. Las ropas de colores grises y marrones que llevaba parecían planchadas con pulcritud. Al verte tragó saliva, sonrió nerviosamente y se colocó las gafas.
- Descanse, teniente coronel. - Dijo Campbell con voz suave. Seguidamente te indicó una silla. - Toma asiento. Tenemos grandes temas que tratar esta noche. El ministro te irá poniendo al día.
Campbell se mantuvo de pie, observándote.
Obedecí la orden al instante. Permití que mi cuerpo se relajara ligeramente y tomé asiento en la silla que me habían indicado. Observé al tipo larguirucho… parecía un científico, o un abogado o un economista… algo similar. No entendía qué pintaba él en todo eso, pero si estaba con el ministro de asuntos exteriores y con el general Campbell… debía ser una mente brillante. Sí, me decantaba por un científico.
Observé a todos los presentes en silencio. Esperaría a ver qué querían de mí.
El ministro mostró una sonrisa torcida, y junto unos papeles que tenía sobre la mesa. Abrió un cajón y sacó una carpeta que sostuvo en las manos unos segundos.
- Gracias por venir, señor Sinclair. Debo decir que he revisado su historial personalmente y estoy francamente impresionado, no ha tenido usted ni un solo error en toda su carrera militar, y por lo que figura en nuestros archivos jamás ha fallado en una misión, incluso en algunas en las que se encontraba en clara desventaja. Le felicito.
Se reclinó hacia atrás en el asiento.
- Pero la realidad es que es precisamente ese perfecto expediente por el que recurrimos a usted. Supongo que estará al tanto de que la situación para nuestro país es complicada actualmente. Le seré franco, teniente, estamos perdiendo. - Dijo mirándote fijamente a los ojos. - Y la derrota nos lleva a tomar medidas desesperadas. Ahí es donde entra usted.
El general realizó un gesto para que el ministro parara de hablar.
- Tenemos una misión para usted, pero a pesar de su expediente toda esta información es confidencial y no podemos dársela hasta que se encuentre involucrado. Necesitamos que acepte la misión para proporcionarle los detalles esenciales de la misma, pero antes de nada debo advertirle de que será peligroso. Es arriesgado, dispondrá de pocos hombres, y es muy probable que fracase, pero es la única esperanza que tenemos. ¿Acepta?
La voz del general sonaba agresiva, tanto que parecía amenazar, aún sin haberlo hecho. Sus ojos parecían cansados, y su cuerpo resultaba intimidante.
- Sí señor, por supuesto que acepto señor. – evidentemente no podía añadir que a qué demonios estaban jugando… ¿Desde cuándo un soldado no aceptaba una misión, aunque fuera suicida? Parecía como si no me conocieran aunque hubieran leído mi expediente.
- Díganme qué debo hacer y considérenlo hecho. – finalicé muy seguro de sí mismo.
La verdad es que sin conocer más detalles no podía o no debería prometer nada, pero solía ser muy ingenioso así que ya hallaría la manera por peligroso que fuera. Debía ayudar a mi país a darle la vuelta a esa condenada guerra.
El general asintió. No esperaba menos. Al parecer visto el rumbo de la guerra algunos soldados estaban perdiendo la compostura y se alegró de que no fueras uno de ellos. El ministro continuó.
- Supongo que sabrás que parte de nuestro descenso vino cuando japón tomó los territorios de China. Hace tiempo que investigamos de donde vienen todos esos avances tecnológicos y donde tienen sus bases situadas, y hemos realizado algunos descubrimientos inquietantes. ¿Has oído hablar e las pirámidas de Xi'an? - El ministro estudió tu reacción y continuó sin darte opción a contestar. - China trató de mantenerlas ocultas pero las descubrimos al sobrevolar la zona, y llegado cierto punto esos putos orientales no tuvieron más remedio que reconocer su existencia. Aún así, se han negado a dejar que nadie las investigue y sigue tratando de mantenerlas ocultas. En los últimos años han estado plantando árboles para que no sean tan visibles, y si no dispusiéramos de las coordenadas seguramente las confundiríamos con colinas. Siempre hemos sabido que ocultan algo, pero hasta ahora nunca había sido tan interesante.
El general te extendió la carpeta.
- Ahí tienes toda la información sobre la situación de las pirámides. En los alrdedores hay numerosas bases japonesas, y está siempre en constante vigilancia. Vuestra misión es simple, debéis acceder a la pirámide mayor. Está señalada, no os preocupéis. Realizad tantas fotos como podáis y descubrir qué mierda están haciendo allí. Sea lo que sea, parece ser la razón de esos avances tecnológicos, y parece que es importante para su estrategia.
El general asintió.
- Y siendo así, solo tenemos dos opciones. O lo destruimos o lo robamos y yo estoy hasta los putos cojones de esos chinos de mierda, así que irás con un equipo de infiltración especializado, llevarás explosivos, y si ves que las cosas se ponen chungas, lo volarás todo, ¿Entendido?
Dijo mirándote fijamente.
Abraham negó con la cabeza.
- Relájate, Campbell. No vamos a volar nada. Es posible que si tienen armas de destrucción masiva las escondan allí dentro, así que debes ir con pies de plomo, solo volarás la zona si has asegurado el perímetro y no hay rastro de armas nucleares. - Abraham miró a Campbell poniendo los ojos en blanco. - No vamos a volar medio planeta. El señor Myres te acompañará en la misión, es un científico respetado, con amplios conocimientos sobre la cultura oriental, física y armas nucleares. Confío en que te sea de utilidad y consigas traerle de una pieza.
El tal Myres, que debía ser el hombre de las gafas que estaba detrás de ti, tragó saliva.
Recogí la carpeta observándola detenidamente pero sin abrirla por el momento. Ya tendría tiempo para estudiar todo su contenido de camino a China.
Devolví la mirada al general. – Entendido señor. Haré lo posible por hacernos con cuanta más tecnología mejor, señor. Y si no hay armas nucleares a la vista, la tecnología japonesa será destruida, se lo garantizo. – La verdad es que si conseguía el objetivo de mi misión, el rumbo de la guerra daría un vuelco.
Al parecer el científico se venía conmigo, y mi suposición había sido acertada... el gafitas era uno de los listos. - ¿De cuántos hombres dispondré? – pregunté interesándome por el resto del equipo. Mientras tuviera al menos un hombre y explosivos, podríamos llevar a cabo esa misión. Aunque no estaba muy seguro de cómo conseguiríamos infiltrarnos teniendo en cuenta que los japoneses controlaban la zona y dudaba de que dejaran sobrevolar el área a un vehículo estadounidense.
El general torció el gesto, esa parte era la difícil.
- Hemos seleccionado a 10 hombres que aún no saben nada de la misión. Puedes llevarte a los que quieras de entre ellos, son mis mejores hombres, los más leales, los más ágiles y los más listos. Todo depende de esto... Si no conseguimos joderles vivos, nos joderán a nosotros. ¿Todo claro? - Dijo mirándote esperando que con eso fuera suficiente y que tú el científico gafotas os pudierais marchar.
- Todo claro, señor. - Diez hombres para elegir. Debía comprobar rápidamente sus expedientes y aptitudes de infiltración y combate. Y debía verlos en persona. Entonces podría decidir. No estaba muy seguro de si sería sensato llevar a todos a la misión, para un equipo de infiltración calculaba que cinco como máximo en total sería el número más adecuado, así que conmigo y el científico nos restaban tres de los diez hombres que me ofrecía el general. Debía buscar a los mejores y ver de qué capacidades disponían… seguramente habría alguna que nos resultaría útil.
Bien. Está todo preparado. Partís mañana. Retíraos. - El general se dirigió a la ventana de nuevo. Dispuesto a observar el firmamento.
Era poco tiempo para organizar la partida, pero sabías que no tenías elección. Tendrías tiempo de ver los expedientes y elegir a los hombres pero seguramente no podrías dormir esa noche... No era le mejor manera de comenzar uan misión, pero podría ser peor.
Todos los hombres eran expertos en infiltración, algunos estaban especializados en el uso de explosivos, otros eran expertos francotiradores, y otros eran increíblemente aptos en lo que se relacionaba con la tecnología y tenían grandes habilidades para interceptar mensajes. Todos tenían expedientes impecables, ninguna insubordinación, y todos habían realizado misiones difíciles. Solo había dos mujeres, y todos los candidatos hablaban un perfecto japonés que podría pasar por nativo ante cualquiera.
El científico trató de seguirte, pero pronto comprendió que solo tenía unas pocas horas para preparar su equipaje, así que se marchó a prepararlo todo. Parecía tenerte algo de miedo.
Bien, después de revisar todos los expedientes rapidamente decidí decantarme por los tres que creía más convenientes. Teniendo en cuenta que el cuarto miembro sería yo, y el quinto el científico con el que tendríamos que cargar y que mandaría al traste todos nuestros intentos de infiltrarnos puesto que no tenía ningún tipo de entrenamiento.
Me decidí por un francotirador, nunca venía mal tener uno. Además podía hacer las veces de vigía cuando tuviéramos que observar un puesto enemigo desde la distancia. Como segunda opción escogí a un experto en explosivos, íbamos a necesitarlo, y por último uno relacionado con la tecnología y la interceptación de mensajes… aunque consideraba que el científico podría valernos para eso, pero como medida extra de seguridad no vendría mal tener a un militar experto. Ni me fijé en los expedientes si se trataba de hombres o mujeres así que puede que me llevara una sorpresa luego al comenzar la misión.
Había comenzado el principio del fin. La misión suicida que te habían encomendado demostraba lo desesperado de la guerra, y parece que eras la mejor oportunidad que tenía EEUU de darle la vuelta a la tortilla. Si eso fallaba... No sabías si el país tendría muchas más opciones. El día siguiente llegó antes de lo que esperabas, y no tardaste en abandonar tu casa, como tantas otras veces... para adentrarte en los peligros de al guerra.
Fin del Preludio. Continuamos en la escena: Los Secretos de Xi'An.