Partida Rol por web

Desmond lanzó una mirada fugaz a Rupert después de espantar al fantasma. La sangre de la doncella, todavía fresca, parecía encaminada a mezclarse con las manchas secas que cubrían la coraza. En esa mirada parecía estar comprobando, a últimas, si aquel bardo y él estaban en el mismo barco de verdad. Y lo que vio debió complacerle lo suficiente como para que no tuviera ninguna razón para antagonizarlo.

Tomó una bocanada de aire antes de cruzar el portal. No tenía ganas de tener que probar el truco que había utilizado con el Espektro contra cosas más grandes y más fuertes.

Y atravesó aquel vacío. Voces, gritos, súplicas, llantos. Quizá no debería haberse dejado sorprender por algo así. Pero se sorprendió. Esa parte de él que en el fondo no era más que una víctima de un peso demasiado grande para él se encogió cuando escuchó con una nitidez cristalina una voz conocida.

Sólo un corazón noble podrá dominarlo, Desmond. Veo bondad en tus ojos.

Cerró los ojos e intentó taparse los oídos.

Veo bondad en tus ojos.

Aun con los párpados cerrados sus ojos todavía tenían un fulgor morado.

Acéptalo. No es sólo una maldición. Tú podrás... con Él.

Oh, se había equivocado. Cómo se había equivocado. Todos se habían equivocado, pero nadie más que él. El mercenario que jamás había pretendido ser un héroe, pero había terminado por sentirse como uno. Quizá en el fondo había cosas que no se podían combatir. Una parte de Desmond deseó no salir de aquella vorágine. Deseó ser consumido en aquel lugar, en el todo y el nada, y que Él muriera con él.

Pero esa parte de Desmond cada vez era más débil, y aquella experiencia no estaba haciendo nada por reforzarla.

Una negra voz aparece en tu mente, desde tu interior. Puedes oírla, puedes ver su rostro, envuelto en llamas violetas. La voz habla en una lengua oskura, pero puedes entenderla:

Amit akzemeid láttak, Adalasi Rupert,

ezcsak egykis mintak nagyságomkól.

Katalmam aprók töredéke, amelk nemismer katárokat.

Egyerő, amelykek engedek, hogy hozzányúlk

haörökre odaadod alelkedet.

A duras penas, engullidos por la vorágine del todo y la nada, acompañados por las notas de la flauta de Rupert, os dejáis caer, impotentes, al abismo. Sin embargo no podéis apartar la mirada de las imágenes que asaltan vuestra mente, las llamada de auxilio de miles de seres que perecen bajo el avance del Kaos, los recónditos lugares de cadenas y magma violeta. Allá está Abatis, siendo devorada por las tinieblas. Aquí, la luz de un óvalo os ciega, un óvalo que cada vez es mayor, y al que os dirigís irremediablemente y que finalmente atravesáis para salir de este lugar que contiene a todos los lugares.

Al otro lado, calma. Quietud. Un paisaje devastado de tierra negra, quemada, ceniza. Iluminado por un haz de luz que golpea sólo este lugar, que atraviesa el cielo gris, cubierto, a punto de resquebrajarse y verter sobre vosotros las mismísimas entrañas del tiempo. El portal os escupe, y caéis rodando al suelo de unas ruinas muy antiguas. Y tras un último y enérgico destello termina por cerrarse, desapareciendo como si jamás hubiese existido.

Una luz dorada y cálida os rodea, os recibe. Y aleja la neblina rosácea que engulle el paisaje alrededor vuestra. Un paisaje oscuro. Oskura. El techo de esta cámara se derrumbó hace muchos años, las estatuas a vuestro alrededor, las que quedan, representan criaturas desconocidas para vosotros. Muestran branquias y aletas, ojos grandes, miradas vacías, y armas y ropas primitivas. Sin embargo su civilización debió ser poderosa, avanzada. Como este lugar, que debió contener, en algún momento antes de la memoria del hombre, como aquél del Alcázar, un Prin Lumi, un artefacto para viajar entre dimensiones. A vuestro alrededor todo está destrozado, abandonado, devastado, como si el tiempo lo hubiese consumido todo desde siempre. Como si el olvido fuese la única constante de este lugar. Por los huecos, por los muros desplomados, a través de las anchas grietas entre los viejos sillares de mármol, vislumbráis un paisaje aterrador. Nuanta.

En cuanto escucho la voz, me siento extrañamente complacido. De pronto, entiendo esas palabras, que antes me sonaban bárbaras. Que antes me sonaban grotescas y dañinas. Pero que me decían algo que siempre había buscado. Quizás, quizás la capacidad de conseguir solucionar y encontrar el oskuro interrogante que había sobre mi vida... No me había decidido, pero tenía la semilla del poder nuevamente. 

Sonreí tímidamente. 

Sonreí tímidamente. 

Un lugar nuevo. Un lugar para conocer. Otro lugar para los versos, quizás otra oportunidad para mi camino. Miré a mi acompañante. El portal había sido inquietante, hasta molesto, y sus visiones, terribles. Pero este lugar, y su quietud mortal...

- Te agradezco que nos sacaras de allí, aunque quizás yo no lo hubiera hecho de ese modo. -Lo que había hecho, no le gustaba, pero efectivo había sido, y se lo agradecía de verdad. Luego intenté quitar ese tema de la conversación, desviándolo hacia el lugar- Oye, no reconozco el lugar, ni la arquitectura. He viajado, y no lo reconozco. ¿Estaremos en otro mundo? ¿Será el mismo al que han venido los otros? - Pregunté, mirando atentamente el lugar, todo lo que había alrededor. - Da la impresión de que no hay nada vivo. Quizás este mundo muriera al Kaos y Oskuridad antes que el nuestro. 

Luego, callé. Quería observar el comportamiento de mi compañero. Su gesto nos había salvado, pero sin embargo era extraño, no terminaba de fiarme de él. No quería terminar como la doncella, pero tampoco es que tuviera demasiado poder como para enfrentarse a lo que veía en él. 

Cuando todo terminó, Desmond escupió una mezcla de saliva y polvo mientras se levantaba, lentamente doblando una rodilla para apoyar su peso sobre ella y alzarse. Se sentía extraño, como al borde de un precipicio, cerca del colapso. Pero la única opción era seguir adelante. Por mucho que costara.

—Agradéceselo a la difunta. Sin su sacrifico habríamos muerto todos —respondió con voz ronca mientras caminaba sin un rumbo concreto, trazando un círculo en torno al lugar donde habían caído. Bien pensado, quizá morirían todos de todas formas—. Yo tampoco lo conozco. Puede que tengas razón. O puede que solo estamos sobre las cenizas de algún otro lugar del nuestro. Hay tantas que irse a buscarlas a otro me parece un derroche.

Se quedó mirando a una de aquellas estatuas. Si aquellas criaturas todavía vivían, entonces él jamás había visto una, y casi sentía que debía alegrarse por ello. Le parecían de lo más abominables. El mismo lugar resultaba enervante: Era como si aquel sitio hubiera estado abandonado desde su génesis. ¿Por qué habían terminado allí?

—Por lo pronto, creo que este portal no va a volver a encenderse para llevarnos a pastos más verdes —Miró un momento a Rupert y sonrió de forma torcida—. Y aquí no hay más que ver.

Empezó a caminar en dirección de una de esas grietas, apoyando un pie en ella para alzarse e intentar asomarse al otro lado. Por poco que le gustara el paisaje que rodeaba aquel lugar no parecía que fuera a quedarles más opcion que atravesarlo.

Efectivamente, este lugar está muerto. Sobre la negra tierra distinguís huellas de tres personas, un lobo y las muy características del pesado Bòlcs. Sin duda Alantar, Eranor y Militsa han pasado por aquí, y no hace demasiado tiempo. La luz que baña este lugar en concreto parece liviana, ligera y cálida. Os recuerda al amanecer en Abatis, y a algunas salas del Alcázar del Alba.

Sin embargo ya no hay más luz, al menos no así, no dorada, no placentera, más allá de los muros de este antiguo templo, situado en la cima de una colina, rodeado por vastas ruinas ladera abajo en todas direcciones. Nuanta es un lugar lóbrego, polvoriento, antiguo y olvidado. Aunque no siempre fue así.

Allá a lo lejos, cerca de lo que parece una gran laguna, alcanzáis a ver lo que podrían describirse como ríos, o grietas. Ríos de una luz oskura, de oskuros colores apagados y brillantes. Ríos de lava no sólo rojiza y ardiente, ríos de energía luminosa, ríos de magia. Rodeados de oskuridad, rodeados de ruinas y bosques muertos, estos ríos cruzan las llanuras devastadas como si fuesen cuchillas, o como arterias aún calientes en un descomunal cadáver. Eso es Nuanta, un cadáver, infectado por el Kaos, devorado por la Oskuridad.

Te parece notar algo de movimiento en una dirección, a lo lejos, ladera abajo, al borde de la laguna. Si observas con más detenimiento diferencias a Alantar y su brillante armadura, acompañado de Eranor y Militsa, y de un puñado de otros seres humanoides, de siluetas similares a las de las estatuas que acabas de analizar.

La presencia se esfuma, desaparece, cuando salís del portal. Aunque sabes que no está lejos, sabes que volverá.

Nuanta es otro mundo, o una región muy lejana del mundo que ya conoces. Un lugar devorado, korrompido, mancillado, por el Kaos. Las ruinas que rodean la ciudad, y este mismo templo (ahora al parecer purificado por un pelorian), responden a leyes arquitectónicas distintas, a una cultura muy diferente a la tuya, mucho más antigua. Son unos restos de una antigua civilización, aniquilada, como ahora pueden serlo los reinos al este de Abatis, aquellos de los enanos de las colinas del noreste, aquellos de los humanos del sur, o aquél de Adarnaj...

- Pues le agradeceré su sacrificio a ella entonces. - Dijo, con tono irónico. Mirando al suelo, y a los alrededores, indiqué: - Han pasado por aquí. Si es que nos interesa ir tras ellos. De todos modos, como puedes ver, son lo único vivo en este entorno del Kaos. Aparte de nosotros, claro está. - Miré con curiosidad los ríos o grietas que se veían. Se veía que allí había magia. No era quizás la que deseaba, pero quizás aquella magia diera respuestas. -Esto tiene toda la pinta de ser lo que le pasará a Abatis. Y lo que pasó por el resto de lugares dónde el Kaos se instaló. -Se encogió de hombros. No es que Abatis le importara, pero, tenía pena por los enanos que hubieran quedado, y por los amigos de los que no sabía. Si es que podían ser amigos. 

-¿Les seguimos? ¿O tienes algún plan mejor? - Pregunté a mi compañero, del cual no sabía el nombre todavía, si no sólo su extraño poder y lo que emanaban sus ojos. 

Seguís las huellas, recorriendo las oscuras ruinas de la ciudad que debía extenderse, hace siglos, en las faldas de la colina. La luz queda atrás, y un lóbrego paisaje os acompaña. Restos de huesos calcinados se alternan con grandes sillares oscurecidos por el paso del tiempo.

Algo inusual os sorprende, parece un velo gigantesco, una especie de piel, de muda escamosa, de cientos de metros de longitud. Las huellas de Eranor, Alantar y Militsa se detienen junto a ella, como si la hubiesen examinado. Luego descubrís más huellas, que les rodean.

Dejando atrás la inquietante piel escamosa seguís avanzando, en silencio, hasta la orilla de la marisma, de la laguna. Su agua es turbia, rojiza, y su olor es casi insoportable, como si el agua, o la sangre con la que está mezclada, llevase el sello del Kaos. LAs huella que seguís pasan de un promontorio a otro, de una roca a otra, saltando, avanzando en una trayectoria esquiva, hasta una zona rocosa.

Ya cerca, conseguís ver algunas siluetas. Siluetas extrañas, de pieles brillantes y húmedas, de ojos grandes, branquias y aletas, vestidas con harapos y armadas con palos y piedras. Son seres muy primitivos, rudimentarios.

Militsa sale de una cueva, al parecer el refugio (u hogar) de estos seres. La druida no parece estar retenida. Sale libremente y se acerca al borde del agua. Allí realiza un sencillo gesto sobre el agua carmesí.

Desmond no respondió vocalmente a su compañero: Simplemente empezó a caminar silenciosamente. De pronto parecía más serio, más centrado en algo. Incluso la malicia en él parecía más contenida. El interés en seguirlos se había vuelto personal, más que una mera cuestión de supervivencia.

Prestó atención a cada una de las extrañas vistas con las que se cruzaron. Esperaba no conocer al tipo de criatura que podía dejar atrás una muda así pronto, y en cuanto al agua, hacía que la sed pareciera una alternativa de lo más deseable.

Así siguió, en silencio, hasta que observaron a la druida. Entonces, y solo entonces, pareció mas dispuesto a romper el silencio.

—Deberías ser tu quien anuncie nuestra llegada. Tengo la corazonada de que resulta más fácil confiar en ti.

Aquel lugar, y los seres que lo habitaban, si eran como el de aquella piel, parecía más peligroso de lo que indicaban las ruinas muertas. Quizás sin embargo fueran restos excepcionalmente conservados de algo del pasado. El paseo los llevó hasta la laguna. Algo tenía aquel agua, a la par deleznable pero interesante. Aunque lo de mayor interés era lo que allí se movía. Aquellos seres quizás se asemejaban a los de las estatuas, aunque vistieran harapos, pero me dio la impresión de que tenían armas más primitivas que las estatuas. Y estaba Militsa. 

Durante unos breves instantes, observé a Militsa, y medité lo que decía mi compañero. Nos conocíamos, pero tampoco sabía si me recordaría, y en qué condiciones lo haría. E incluso, si no haría como yo mismo y tendría algún tipo de pensamiento sobre mi culpabilidad. En cualquier caso, decidí que tenía razón. Le hablaría. 

- ¡HOLA! - Grité, para salvar la distancia y llamar la atención, mostrando las palmas de las manos en señal de paz. - ¡Militsa! ¡Hola! ¡Aquí! ¡Soy Rupert! - Y esperé su respuesta

Al acercaros podéis ver con claridad a los seres que acompañan a Militsa, a Eranor y a Alantar. Son híbridos entre humanos y animales marinos. De diferentes colores, algunos muy vivos, lucen crestas, escamas, branquias, aletas...

Antes de que Rupert pueda entonar su alegre saludo a viva voz, presenciáis los rituales de Militsa.