El doctor Bruce Bennet comprobó de nuevo los resultados en la pantalla del ordenador. No cabía duda: el compuesto se había estabilizado. Lo había logrado, por fin. Después de un mes de trabajo intensivo, durante el cual apenas había salido del laboratorio excepto para las evaluaciones psicológicas semanales.
Conectó la impresora y empezó a imprimir todos los resultados, que pronto tendría que presentar ante sus superiores. Después hizo una corta llamada telefónica, se quitó la bata blanca y fue al lavabo para lavarse la cara y despejarse. Se echó el agua fría por la cara y miró su reflejo en el espejo. Tenía una cara horriblemente pálida. ¿Cuándo fue la última vez que había visto la luz del sol? Lo cierto era que ya no lo recordaba.
Decidió arreglarse un poco. Se afeitó y se cambió de camisa. Después se puso una chaqueta y volvió de nuevo al laboratorio, donde se preparó un café en la máquina mientras guardaba todas las hojas de resultados impresas en un dossier.
Tomó un sorbo del café, lo saboreó y contempló el laboratorio. Sus dominios...
Estaba bien equipado, eso era cierto... pero era muy pequeño... y además sin asistentes de laboratorio que le ayudarán. Menuda vergüenza, estaba sólo, apartado... Un paria, en definitiva.
¿Tan grave había sido su crimen para que lo hubieran relegado aquí? ¿Acaso no había pagado suficiente por lo que había hecho? ¿Hasta cuándo se prolongaría esta situación?
Ensimismado en estos pensamientos Bennet se sorprendió cuando la puerta se abrió y una mujer vestida con bata blanca entró en el laboratorio. La mujer tendría unos cincuenta años, era baja y de rasgos hindúes. Tenía el pelo recogido en un moño en la nuca y la tarjeta identificativa prendida de la bata le recordaba dolorosamente a Bennet quién era: su inmediata superior.
Tras un corto saludo, le entregó el dossier, que la mujer recogió, abrió y comenzó a hojear con atención, mientras asentía satisfecha.
Estupendo trabajo, Dr. Bennet. Ha completado el proyecto. Le felicitó.
Pero si el científico había anhelado alguna esperanza que su situación cambiase, ésta se esfumó en cuanto la mujer continuó hablando.
Cada vez queda menos. Éste es su siguiente proyecto. Dicho lo cual le entregó una gruesa carpeta.
La mujer se dió la vuelta y se dispuso a salir del pequeño laboratorio...
OS RECUERDO QUE EN ESTA ESCENA SÓLO PUEDE POSTEAR EL DR. BRUCE BENNET.
Bruce Bennet sabía bien que era trabajar en un laboratorio pequeño, sin la suficiente capacidad de personal para tirar hacia delante los proyectos más ambiciosos. Ya se lo había encontrado en sus primeros años de doctorado. Rodeado de probetas y matraces que tenía que limpiar él mismo, habiendo de hacer las caracterizaciones rutinarias durante horas intempestivas para no ocupar el precioso tiempo que le consumía su plena dedicación a la ciencia.
Pero esa etapa estaba superada. Después de doctorarse su carrera no hizo más que ascender. Hasta que se truncó por ese incidente. Ciertamente, ya no sabía si trabajaba para vivir o vivía para trabajar. Había perdido el norte hacía demasiado tiempo, y lo más peligroso, no sabía en qué momento. Hasta que la vida le mostró la situación de golpe, como solía hacer.
Se quedó sólo. En la vida, en la ciencia, incluso se había apartado de sí mismo. Ya no era Bruce Bennet. Ese hombre había sido consumido hace tiempo por otro ser... Pero de la misma manera que la vida te enseña como estamparte, también te enseña como recuperarte, si eres capaz de escuchar.
Bennet tardó tiempo en escuchar, pero al final empezó a intuir la solución. Su obsesión le había llevado hasta esta situación y su obsesión era la que le sacaría de ella. Cogería ese trabajo que le habían ofrecido en la empresa privada, demostraría que todo podía ser de otra forma y quizás, sólo quizás, pudiera demostrar que los pozos sin fondo no existen.
Empezó a trabajar en ese laboratorio, bien equipado pero sin personal. Era perfecto, el sitio ideal para empezar de nuevo. Con esfuerzo conseguiría otra vez levantar un proyecto propio, el suyo... y esta vez dejaría que los demás participaran en él. Pero para eso aún quedaba un camino muy largo por recorrer.
El comité evaluador era impecable en sus proposiciones, riguroso en su análisis y mucho más exigente con los resultados. Bueno, quizás si el perteneciera al comité evaluador sería aún más exigente. Lo dicho, el sitio perfecto.
Con el afán de un objetivo concreto, el doctor Bennet emprendió una de las etapas más productivas de su vida. Se convirtió en un experto en todo tipo de síntesis químicas y, incluso se atrevería a decir que superó las expectativas del comité.
El tiempo pasó y con eso la vida de Bennet se destiló en ese laboratorio. Día y noche muchas veces. Lo había dado todo por ese proyecto y veía la meta cada día más próxima. Con este último trabajo seguro que conseguiría algo más, algo...
Los pensamientos de Bennet se interrumpieron por la aparición de esa mujer. Semblante serio y poco expresivo se limitó a formular el próximo proyecto. Y, sin más, se disponía a cruzar el umbral de la puerta. ¿Acaso no tenía nada más que decirle? ¿Acaso no se merecía algo más que una mera felicitación? Por primera vez el Dr. Bennet entendió que era injusto, que no le estaban tratando como se debía, que no eran formas de tratar a alguien... Aún no era consciente, pero esta reflexión significaría un antes y un después en la vida de es doctor solitario y adicto al trabajo, tiempo atrás perdido y hundido...
Perdone... Ahora que he terminado con este proyecto me gustaría poder hablar sobre la situación actual del laboratorio. Si tuviera un momento le agradecería que evaluara una batería de propuestas que tengo en la cabeza para aumentar la productividad de este laboratorio -sacó immediatamente un dossier que tenía preparado encima de la mesa-. Sin duda... -esperaba que la mujer pudiera dedicarle sólo unos minutos-.
La mujer miró primero al dossier y luego a Bennet. Entrecerro los ojos y fingió una sonrisa amable.
Bruce... ya hemos hablado de esto...
Bruce no. Dr. Bennet. Pensó el científico, que por una vez se mantuvo firme, extendiendo hacia ella el dossier y sin decir nada, sólo mirándola fijamente.
Tras unos tensos segundos de silencio, la mujer suspiró y recogió lo que Bennet le ofrecía.
Muy bien. Se lo entregaré al Coordinador. Es lo máximo que puedo hacer. Y dicho esto, salió del laboratorio, dejando a Bennet todavía con el brazo extendido y mirando la puerta cerrarse.
¿Habría servido de algo o sólo era una excusa para quitarselo de encima? No había forma de saberlo, de manera que para no pensar en ello abrió la carpeta que le habían entregado, se quitó la chaqueta y se sentó para empezar a revisar lo que sería su nuevo proyecto.
Habían pasado horas cuando Bennet apartó la vista de los informes y apagó el flexo.. Era de madrugada y no se había dado cuenta de lo tarde que era. Sería mejor dormir un poco.
Entonces se dio cuenta que no estaba sólo en el laboratorio.
No lo había oido entrar. Estaba ahí de pie, plantado y sin quitarle la vista de encima desde quién sabe cuánto rato. Era un hombre vestido con traje oscuro, de rasgos orientales, pelo negro peinado hacia atrás y un rostro arrugado, como el de un anciano, que le daba la apariencia de ser mucho más viejo de lo que debía ser.
El Coordinador.
Sin saber muy bien qué hacer, Bennet se puso en pie y encendió las luces del laboratorio. Entonces vió que el hombre llevaba su dossier en la mano. El científico esperó hasta que el Coordinador se decidió a hablar.
Esto. Dijo levantando el dossier. Es una excelente exposición, Dr. Bennet.
Bruce aguantó el escrutinio del hombre sin decir una palabra.
Sin embargo, ya sabe que desde el incidente con su mujer nos hemos obligado a tomar medidas. Medidas que oficialmente no me permiten acceder a sus peticiones, Dr. Bennet...
Aunque... Continuó el Coordinador. Oficiosamente podría ayudarle. Un acuerdo entre nosotros. Sin que nadie más estuviese implicado. ¿Está interesado?
Bennet asintió despacio.
Pero para que yo le ayude, primero necesito que usted me ayude a mí. El Coordinador se dirigió a la salida.
Acompáñeme. Hay alguien a quien quiero que vea...
Esta Escena termina aquí... de momento.